espontanea sonrisa de la mujer que, entreoculta por una
columna de Ja sala, revisaba unos cuadernos. Normalmente
por el escritorio de la Rosa desfilan muchos chiquillos, de
cuando en cuando algiin vecino mayor —un problema con
las matematicas, una duda con la Historia. Nunca una mu-
jet. Menos una como aquella.
—Disculpa la frescura —volvié a gritar—. Ese mucha-
cho nunca aprende.
Me cerré de inmediato la camisa. La mujer me echd
una mirada de pies a cabeza, risuefia, e hizo un gesto con la
mano como diciendo «no te preocupes, es lo de menos».
—Mi hermano —aparecié la Rosa con un vaso de agua
y me acercé donde su amiga—. El hombre de la casa.
Ella siempre orgullosa de mi. Mis rasgos le recordaban
a mamé, decia, muchacho transparente, bueno, no habia
Ilegado més lejos solo por falta de oportunidades, y de in-
mediato enrojecia, brillaban sus ojos tristones.
—Se llama Pedro —continué—, pero las chicas le di-
cen Piter.
Me agaché a saludar, avergonzado; la mujer se levanté
ligeramente del asiento y me acercé su mejilla.
Desde entonces, la Rosa me vio llegar cada vez mas seguido.
Se hacfa la extraftada al inicio, la que no sabia ni imaginaba
nada. Me trataba con benevolencia, muy oronda se refa de
mis comentarios. Cuando le confesé que me serfa imposible
no volver, ella misma se animé, pues juraba que yo siem-
pre terminaba alegrandole al viejo. Sdbados, domingos que
tiene libre, ella hace todo en la casa, pero en la semana el
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viejo se queda solo. {Qué mejor si el hijo prédigo se dignaba
aparecer!
Me sorprendié que no hiciera reproches al enterarse
que buscaba a su amiga. La Rosa sabfa que en Talara tenia
mi novia, una morena de ojos clarisimos, tibia y encanta-
dora, ocurrente como ella sola. Un fin de semana en que se
tomé la molestia de echarse un viajecito al calor talarefio, a
visitarme a la chamba, la conocid. Le cayé de lo mejor.
—Esa china que te has conseguido —decfa—, vale por
toditas las anteriores.
Conversaron como loras durante el almuerzo, mientras
se acababan los tragos y las parihuelas, y mds por la noche,
cuando la Rosa esperaba que el bus de vuelta a Castilla se
llenara.
En el fondo no le molestaba que anduviera detrés de
su amiga. Para ella, jamas me harian caso. Bah, si la Clara
tenfa su grado universitario, su esposo bueno y su trabajo,
qué iba a andar mirando a este mocoso, técnico nomds. Se
burlaba con gusto. Ademas yo tenia mi China, como ella
decia, y la China me queria hasta los huesos, se notaba. En
vano buscaba calor donde no me lo ofrecfan y menos me lo
iban a dar.
No sabia la Rosa, ciertamente, que faltaba poquisimo
para que me dieran el calor. Al comienzo, durante las pri-
meras llamadas e invitaciones, es verdad, la sefiora Clara era
la sefiora Clara y se hacia la desentendida, hasta la disgus-
tada, pero ya con el tiempo, no le hizo ningun asco a mis
pretensiones. Cada encuentro (la cercania de su cuerpo, el
aroma dulzén de su cabello) me dejaba viva impresién, y
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