Nuestros Cambios Morales PDF

You might also like

You are on page 1of 10
capirvLo v NUESTROS CAMBIOS MORALES LA RELATIVIDAD DE LA MORAL La moral, cuyos cambios son tan Ientos, est cambiando ‘en nuestros’ dfas como si fuera un grupo de nubes empu- jado por el viento. Costumbres. ¢ instituciones tan viejas ‘como la historia humana, estén desapareciendo de nuestra vista como si sélo fueran hébitos superficiales, recientemente adquiridos y faciles de olvidar. La caballerosidad, concorde on Nietzsche en que “no se puede ser demasiado gent con las mujeres”, y la galanteria, que perdonaba la pesadez de los cuerpos en gracia a las cortesias de la mente, no han sobrevivido a la emancipacién de la mujer; cl hombre ha aceptado el desafio de igualdad que su compaitera le lan- zara, y no quiere rendir culto a ua sexo que tan injustifica- blemente le halaga imitandole, La castidad y el recato, que animaban al enamorado en su heroiea empresa estimulando sus fuerzas, han caido en desestima casi completa, pues las muchachas'enamoran a sus agresores con encantos mostrados tan generosamente que la curiosidad apenas cuenta para la realizacién del matrimonio, La vida de la ciudad ha con- gregadg millones de macling insatisfechos que son presa facil para. los abastecedores de lascivia; los especticulos emulan el candor de los. dias de la Restauracién, y la literatura modema se ha hecho tan filioa como la piedad antigua. E] matrimonio, que antes era el desahogo natural de la came y que proporcionaba cierta estabilidad a la vida y conducta de los humanos, esti perdiendo su popularidad; sus ventajas —piensan los’ hombres— pueden ser obtenidas sin sus inconvenientes, descrédito que se aumenta por su uu postergaci6n antinatural y poi los ruidosos abusos del di- vorcio. Es que la familia, que en otros tiempos alimentaba le moral y proveia de bases al orden social, ha cedido ante el individualismo de la industria urbana y ha quedado deshe- cha en sélo una generacién; es que los hogares, mantenidos con mil sacrificios para amparar a hijos e hijas, estén si- lenciosos y desolados, pues los vastagos se han desparramado en pot de tareas errabundas, dejando solos al padre ya la re en medio de casas desiertas cuyas habitaciones resue- nana hueco, privadas de los sonidos familiares, Consideremos cémo ha ocurrido esta tremenda transicién que estamos sufriendo y que ha cambiado totalmente la moral de nuestros dias. La psicologfa no ha podido resolver atin si los jévenes de hoy hallan més placer en alardear de sus pecados que sus mayores en censurarlos. Desde el punto de vista de la moral, la vida parece dividirse en dos perfodos: en el primero, rienda suelta; en el segundo, sermoneo. Primero somos apasionados, después cautos; los huracanes del deseo ter- minan en las brisas de la amonestacién; la velocidad de la vida se retarda, el genio cambia, y a la vejez resulta duro pperdonar a la juventud, La “verdad” es on ext cuestiones gn de la edad, asi como la “inmoralidad” viene a ser Ia moral de otras gentes. ‘ Quienes tuvieron una juventud inflamada y afin no se han congelado en Ia vejez, tienen quiz4 la mejor oportuni- dad para entender a sus descendientes. Con Ia adecuada orientacién histérica debemos contemplar la variabilidad de lo bueno, la relatividad fluyente de la moral; debemos encontrar la fuente falible y terrenal de nuestras ideas morales y reconocer su dependencia de las bases, siempre cambiantes, de la vida humana, ‘La moral, tanto en etimologéa como en historia, se deriva de las costumbres (mores); en sus origenes, la moral no es sino la adhesién a las costumbres que se consideran_esen- ciales para la salud y preservaci6n del grupo social. Algunas costumbres no pasan de ser meras convenciones, como el ritual con que usamos el tenedor y el cuchillo ‘al comer, y no tienen aspecto moral alguno: cortar uno su propia ensalada con el cuchillo no es pecado, aunque nuestra sociedad lo censure mas que al adulterio. Pero ciertas cos- tumbres, como la monogamia o la poligamia, la endogamia o la exogamia, el no matar a los suyos, pero estar dispuesto a matar a los extranjeros, etc, etc., llegaron a ser conside- radas como vitales para el bien comin, se establecie- ron como “imperatives categéricos” (leyes ‘indiscutibles) y fueron protegidas mediante prohibiciones, exhortaciones y na x excomuniones. Las convenciones son costumbres que se prac~ tican mas que se predican; la moral es un conjunto de costumbres que se predica mas que se practica: son los deberes que exigimos a nuestro préjimo. Es ‘asombroso, ver ‘cudnto ha variado el cédigo moral de ‘unos tiempos a otros y de un pueblo a otro. A San Agustin Ie parecia muy mal la poligamia de Abraham, pero afinma- ba, acertadamente, que no era “inmoral” el que los judios antiguos*tuvieran varias esposas, puesto que era lo habitual de entonces y no se consideraba injurioso para el grupo social. Desde iuego, en épocas de guerra la poligamia put Ilogar a ser vistad; la dicha de tener que el orden social sustituyese al conflicto continuo entre is tibus, la mortandad masculina excediay se adelantaba en mucho a la de las mujeres; por ello, la poligamia era resultado natural de la superioridad numériea del sexo en- tonces débil: las mujeres preferian compartir el varén antes: que quedarse sin probarlo; también por ello, la monogamia Gs uno de los castigos con que pagamos ls paz social. Recordemos algunos ejemplos de relatividad de la moral: ‘Los orientales se cubren la cabeza para mostrar reverencia; Jos occidentales se la descubren. Las damas japonesas, aun- oe sean tan recatadas como Priscilla Dean, no se inmutan fente a la desoudea total de un obrero. (Quizt esto sea cosa de otros tiempos y no de ahora.) Era obsceno (es decir: iblico, indicado ‘sélo para el escenario —de acuerdo con ft licerciosidad de las comedias ‘de AristOfanes—) el que tuna mujer Arabe mostrase la cara, o una china los ples, pues ambas ocultaciones excitaban la imaginacién y el deseo, sirviendo al bien de la raza. En otro sentido: los melanesios queman vivos a los enfermos y a los viejos, considerando fectuosisima tal procediimiento de acabar con sus. acha- ques. 1 En China, segiin Lubbock, un féretro era (lo es?) Un regalo indicadisimo para un periente anciano, sobre todo si no era rico.2 En Tas ides de Nueva Bretafia —dice Sum- mer— se vende carne humana en el mercado, analogamente a como nuestras carnicerias venden la de diversos animales, y en algunas de las islas Salomén ciertos indigenas (prefe-. rentemente mujeres) son cebados para consumirlos durante fiestas importantes. ® Seria, pues, muy sencillo reunir cien ejemplos mas en los que lo “inmoral” de nuestro tiempo y pais viene a ser lo “moral” de otras épocas y comarcas. Si, segin decia un antiguo pensador griego, tomamos un conjunto de costumbres consi das en cierta regién como sagradas y morales, y vamos apartando de ellas las que en : Summer, Costumbres de tos puebios, pags. 431, 0 y $24, 2 EL origen de la ctuilizacton, pag. +Summer, obra efiada, pag. 26 us otras regiones parezcan impias ¢ inmorales, nos quedarlamos sin ninguna. ? TL. Cévico Monat Dz LA #POCA AGRICOLA Es evidente que los cédisos morales cambian; ahora bien, au et To que les hace cambiar? A qué se debe el que ls Seciones consider: ienas en determinado lugar y temp. arezcan malas en otros? Fey Es probable que lo que determine los cambios morales sea la alteracién de las bases econbmicas de la vida. Las dos transformaciones més profundas que registra Ia historia en este sentido han sido el paso que dieron los hombres de la caza a la agricultura y de ésta a la industria. Son dos momentos culminantes del desarrollo de la humanidad, cen torno a los cuales han girado todos los demds incidentes ¥ procesos. En ambos casos los hombres encontraron inser- ible el cédigo moral que hab{a regido durante la época anterior y que hubo de ir transformandose lenta y caética- mente a través del nuevo régimen, Casi todas las razas humanas vivieron on algin tiempo de perseguir animales, matarlos, despedazeslos y comedos, habitualmente crudos, hasta colmar la capacidad del esté- mago, pues no existfa la civilizacién, en el sentido de provi- sién econémica y seguridad, y Ja vonaetded sin une whine indispensable “para_la_autoconservaci6n. ibres primai=_ “tives tommo lopees-do. hoy. ga mua ane exdnde oy heaarla Ia procing comida La semethed es _ la.madre del_ansia, as! Romo la ‘orn mf ' : n o- {Cuinto de nuestra gua yoru fhoy, ast como de nuestra violencia y aficién a la guerra, nos vendra de la época en que la humanidad vivia de la cazal Fijémonos en ese hombre que en el comedor le dice bajito al cama- — Yero: “Triigamelo poco asado”; es que esté todavia en la era : ~~ "Todos los vicios han sido en algin tiempo virtudes, hasta pueden ser honorables de nuevo, como lo es el edo durante las guerras; en otras épocas, la brutalidad y la gula fueron uecesarias para_existir, mientras que ahora’ son ata- vismos despreciables. Es que del_hombre_m Soo teilido de st”caiia’ tat Woabice Beni ae ibn mar nuestios ‘mpulsos de acuerdo con lo i¢ hoy se desea, nuestros padres, vecinos y sacerdotes nos alaban © censuran anilogamente a como nosotros damos 3 Dialeceis, en Los pensadores griegos de Gomperz, vol Disteceis orieg pers, L ua azécar 0 golpes a los perros que queremos amaesirary se caltivan asi ciertos rasgos de cardcter en que la naturaleza no nos fue muy dadivosa, mientras que otros que desbordan las necesidades sociales ‘contemporéneas han de someterse a determinadas formas de disuasién, desde quedar encerza~ Gos on la escuela después de las horas de clase hasta ser catbonizados en la silla eléctrica. ‘Dejemos que cierto modo de conducta, actualmente cen- surado 0 elogiado, restringido 0 alentado, lo sea con ex- eso, es decir, hasta poner en peligro, al grupo social, tales censuras 0 alabanzas irin cambidndose poco a poco en estimulos 0 condenaciones. En Norteamérica se slimentaron los impulsos adquisitivos y se despreciaron las virtudes militares mientras se necesitaba mucho trabajo y desarrollo de su interior y poca proteccién de su exterior; ahora parece {quo so necesita menos explotacién del interior y algo. més de proteccién; son tantos nuestros millonarios que ya. no se les celebra, y, en cambio, nuestros. almirantes desfilan con magnificencia insblita, Es que en la moral, igual que fen ef comercio, rige también’ la ley de la oferta y la de- manda; y si en un campo la demanda crea la oferta mis entamente que en el otro, es porque el espirita es més sutil y menos ‘manejable que las tierras; pero también él recibir semillas diversas y produciré frutos saludables 0 amargos. ‘ No sabemos cémo ni cuando pasé el hombre de Ia caza ala ltura; pero estamos seguros de que esa gran transicién exigié nuevas virtudes y determind el que mu- chas de las virtudes antiguas aparecieran como vicios en medio de la rutina predeterminada y tranquila de la granja. La laboriosidad era ahora més vital que la valentia, la economia més deseable que la violencia, y la paz ms pro- vechosa que la pelea. Cambié muy especialmente la situa- clén de la mujer, pus ahora ganaba ampliamente su mani- tenia desempesiando las mil tareas del hogar, asi como también resultaba mucho més valiosa en la huerta que en las cacerfas. Hubiera sido muy caro contratar a una mujer para tareas ‘an diversas; resultaba més barato casarse. Ade- més, cada hijo que la mujer tuviera, proporcionaria, muy pronto muchas mAs ganancias que lo que costaba su al tacién y someras vestimentas; los hijos, y hasta las nifias, trabajarian en las granjas de sus padres hasta dejar atrés Ja adolescencia, sin que hubiera que gastar nada en su educacion. Por todo ello, la maternidad vino a ser sagrada, Ja restriccién de los nacimientos fue considerada como in- moral, y las familias numerosas resultaron gratas a Dios. En este medio rural se inicid el cédigo moral que hoy nos rige. AIK maduraba el hombre muy pronto, logrando us temprano su autosuficiencia tanto mental como material ‘A los veinte afios ya conocia las tareas de su vida tan bien como a los cuarenta; todo lo que necesitaba era un arado, Drazos voluntariosos y comprencer las variaciones del tiem- po. En vista de ello se casaba pronto, casi tan pronto como Ja naturaleza se lo pedia, sin que tuviera que impacien- arse mucho aguantando las restricciones que el cédigo mo- ral iba determinando en lo referente a las relaciones pre- maritales, La castidad era, en cambio, indispensable para Jas mujeres, pues el burlarla les exponta a la maternidad desvalida, desprovista de.proteccién masculina. Por ello, cuando los, preceptos, del crstianismo decreta- ron la monogamia estricta y el matrimonio indisoluble, ambas cosas parecieron muy razonables. Como la mujer del labriego le daba muchos hijos, era natural que el padre y la madre se mantuviesen en sociedad conyugal hasta que todos quedasen debidamente establecidos; para entonces el deseo de variar se habia esfumado en el cansancio natural de la came y en la asimilaciin y mezcla de las dos almas. En la granja, el obdigo de los puritanos, aunque duro, era practicable y producia razas fuertes capaces de conquistar un continente en un siglo, pues la moral, para lograr To que necesitaba, ha pedido siempre més de lo que es- peraba. ‘Durante quince siglos se ha mantenido en Europa y en las colonias europeas este c6digo moral agricola de castidad, matrimonio temprano, monogamia sin divorcio y materni- dad miltiple, Todo ello era facil por ser la familia labriega Ja unidad de produccién que compartfa a la vez la labranza del suelo y el aprovechamiento de sus frutos. Hasta cuan- do Ja industria comenzé, era doméstica y se albergaba en Jos hogares, Uendndolos de nuevos ruidos, ocupaciones, fun- clones y sigificados; al terminar la tarea'de cada dia aquel grupito soberano se sentaba a la mesa reconfortante 0 se reunfa en torno a la chimenea entreteniéndose en juegos © escuchando viejas leyendas que hablaban de mundos le- janos_y maravillosos. Todo contribuia entonces a fortale- cer los Jazos que unian a un hermano con otro, al hijo con sus padres, al hombre con la mujer. Tenia, efectivamente, sus virtudes esa civilizacién puritana. II, Cépico MoRAL DE LA ZPOCA INDUSTRIAL Pero surgieron las fabricas; hombres, mujeres y_jovencitos comenzaron a alejarse del hogar y de la familia, de su auto- ridad y su unidad, a trabajar como individuos ‘en construc- eiones lébregas, hechas no para albergar seres humanos, 16 sino maquinas, y a cobrar también individualmente. Las ciudades se hipertrofiaron, y en vez de desparramar semi- lias y segar campos de mieses, los hombres tuvieron que ‘afrontar luchas de vida o muerte en Ia oscuridad de sucios laberintos ‘con coreas y poleas, con cuchillas y_ sierras, ‘con ruedas y prensas, que tenian brazos y dientes de acero. Tos ‘inventes ‘progresaron en proporcién a los proletarios que en ellos trabajaban; cada afio hubo una nueva pro~ genie de mecanismos que hacia la vida més dificil de manejar y de comprender. La madurez mental resulté asi mucho més tardia que en la granja. En una ciudad mo- derna, un hombre de veinte afios es todavia un chiquillo aturdido; frente a mundo tan cambiante e intrincado, nece- Sta otte década para desprenderse de sus ilusiones prin- cipales acerca de los hombres, de las mujeres y de los esta- ge; quizds hasta los cuarenta no llega a la madurez men- tal. Para ajustar su cerebro a las nuevas tareas de la vic moderna, necesita prolongar su adolescencia y dedicarse ampliamente a su educacién. El paso de la agricultura a la industria afect6 inmedia- tamente la conducta moral de la humanidad, La madurez econémica se presentaba casi tan tarde como la mental; s6lo entre los trabajadores manuales podia el muchacho de ‘veintiin afios subvenir a sus necesidades y estar listo para casarse, pues en las clases superiores autosuficienci se retrasaba cada vez m4s a medida que acrecian sus exi- gencias de lujo y situacion social; en las profesiones libe- Sits sobte todo, dicha madurez econémioa quedé, muy demorada, mientras queen el comercio y la industria miles de factores nuevos, demasiado distantes y complejos Bute que el moze pudiera dominarlos,afectaban agudamente Rt tabajo y amenazabaa con dejarle sin él en cualquier momento. Este hombre, agobiado como nunca por las exigencias y sutilimes de’la vida actual, vio a la mujer arrancada de sus antiguas funciones por el crecimiento de fabricas y ma- quinas; si se casaba con ella, las tradiciones del cédigo agricola le obligaban a llevar a su esposa al hogar, a un hogar desprovisto ahora de significacién y de quehaceres, convirtiéndola ast en un hermoso parésito, una pieza anima- da de aquella decoracién interior, y nada més, pues todo el trabajo que haba que hacer en los hogares de otros tiempos Jo daban hecho ahora las fabricas, mediante —claro estéi— el pago consiguiente. Si, para evitar esta situacién de inutilidad, la mujer ape- Jaba a la maternidad, las dificultades del nuevo hogar me- tropolitano eran mucho mayores, pues aqui el ser madre es ‘una cnestién costosisima de médicos, parteras, nifieras, hos- ur sales aminoulos,ademés de gue Ja mujer madera 20 a luz con la sencillez y facilidad con que lo hacian sus abuelas. ¥ si Jo hace con frecuencia, mucho peor; cada hijo ser& una rémora més que una ventaja; habré que dar- les educacién y estudios hasta los dieciséis afos, 0 quiz hasta los veintiséis, con los correspondientes gastos de hos- pedals y carreras; desde cigultos, Inpedirdn asi tan- Quilamente a los lugares de esparcimiento; habra que ves- tirlos a la Ultima moda compitiendo con otros chicos que a su vez se esforzarin por competir con ellos. En cuanto ganen algo, se declararan independientes de la autoridad Paterna, lenzindose a la libertad de la vide. individual firesponsable; y, si n0 se van por su propia decisién, las esperanzas de mejorar de trabajo 0 de sucldo, o el tradlado Ge mereados, fabricas y comercios, les arrancardn.igualmen- te del hogar, desparrsimindoles como esquirlas de cépsolas explosivas. Por todo ello, la maternidad viene a ser en las ciudades una especie de esclavitud, un sacrificio absurdo en favor de la especie, que la mujer inteligente retarda todo el tiempo que puede o que nunca emprende, La res- triccién de nacimientos ha venido a ser asi cosa muy respe- table y fos anticonceptivos se han convertido en ung de ios problemas de la Alosafi, El invento y divalgaciéa de los anticoceptivol op la causa proxima de nuestros cambios morales. El viejo cédigo moral no Dermitia experiencias sexuales fuera del matrimo- alo, ya que no podia impedirse eficazmento el que la copula acarrease la paternidad, y ésta sdlo era responsable dentro del matrimonio. En cambio, la diferenciacién actual entre relaciones sexuales y reproduccién ha creado situaciones que meestios padres’ ao pudioria a ‘worpechm, pcs exe s6lo ha bastado para transformer completamente las. rela- ciones entre hombres y mujeres y haré que los cbdigos ‘morales del futuro tengan en cuenta estas nuevas facilidades =e invencién ha colocado al servicio de los deseos mas — Como consecuencia de todo ello, la postergacién del - trimonlo he vendo a sex la cause ta coneeal’y deustes de nuestros cambios morales. En Paris, en 1912, la edad media e que se casaban los hombres eta de treinta fos, mientras que en Inglaterra era eutonces de veintiséis. Es muy probable que también en Inglaterra durante estos ulti mos afios haya aumentado tal edad media, pues parece evidente que todo el mundo “civilizado” (industrializado) marcha en la misma direccién; es que la moral, como las modas, suele proceder de Paris, Tal demora del matrimonio A.W. M. Gallichan, Lov sotterones, pég. 47. 118 es aun més acentuada en las clases acomodadas de la sociedad urbana, precisamente en las que los hijos Hegan més pronto a la madurez mental y fisica. Muchos de ellos no se casan nunca, De los veinte millones de adultos que habia en Inglaterra y Gales en 1911, siete millones estaban libres do vinculos matrimoniales. A medida que, el_cam- po se despuebla y las ciudades se abarrotan de hombres, PE postergandese la edad de la boda y se amplia al perfo- Go ‘en que las prostitutas ensefian al varén a subestimar el amor conyugal. El hombre de clase media tiende cada dia con més ahin- co a considerar el matrimonio como desventajoso para el varon; es que le estén esperando miles de mujeres, para satisacsign a su came, y qué otra cose Du ofrecerle el Matrimonio ahora que log hijos son una carga y los bor fares han sido reemplazados por pensiones? Ademiés, el ‘sl- tero observa la intensidad con que tienen que trabajar sus ‘amigos casados para mantener a sus esposas en esa ociosi- dad lujosa y dafina que reclama su jerarquia social, y se pregunta qué seré lo que ha podido empular a soe hom- Bres a tan increible esclavitud. Otras veces se da cuenta del costoso nivel de vida y trato —yestidos, autos, sirvientas— fen que los padres de clase media mantienen’a sus hijas, esperando asi casarlas bien y cobrarse de lo que en ellas han gastado; y al posible pretendiente le abruma la idea de tener que rivalizar, con sus ingresos de adolescente, con tales Iujos y bienestar de hogares arraigados; consulta en- tonces con su ,¥ se decide a buscar la felicidad en otra parte. "A la vez que la ciudad disuade del matrimonio, procede con mil estimulos a facilitar las relaciones sexuales; por es0, el desarrollo erético viene aqui més pronto que antes, Tientras que el econémico Wega mucho més tarde. Aque~ ila restriceién del deseo, que era factible y razonable bajo el régimen agricola, parece cosa dificilisima y, antinatural fen esta. civilizacién industrial que ha postergado el matri- monio de los hombres hasta los treinta y tantos afios. Inevi- tablemente, la came comienza. a rebelarse, y el antiguo dominio de sf mismo comienza a flaquear; la castidad, que cra una virtud, viene a ser una desgracia, y el recato, que tantos atractivos daba a la belleza, desaparece; los hombres se jactan de la multiplicidad de ‘sus conquistas, y las mujeres buscan un solo rasero. que les autcrice @ todas igualmente para aventuras sin fin. Asi, vienen a ser Cosa tan corriente las relaciones sexuales prematrimoniales, que la prostitucién profesional esti siendo desplazada, no 2 dem, tbidem. 19 por la policia, sino por Ia competencia de las aficionadas, El viejo cSdigo agricola ha quedado destrozado, y las gentes de la ciudad ya no le hacen caso. Leibnitz opinaba que requeria toda una vida el consi- derar si'un hombre debia casarse;} y parece que muchos de los jovenes de hoy coinciden con él, Se los ve solterones y condenados a tedio continuo, intentando lograr por entre los parques aventuras de segunda mano y saltando dolo- ridos de un hueso malo a otro peor; si van @ los bailes y cafés-conciertos, Ia’ ausencia de recato y aquel incesante calidoscopio de piernas les sugieren que todas las chicas lel coro son poco més 0 menos © igualmente aburridas aun en medio de sus vicios. Resulta asi que, comparadas gon la vaciedad de la vida de casi todos los solteros, las Gificultades del matrimonio son bien insignificantes; es me- jor mil veces afrontar las responsabilidades conyugales “y sus (problemas azuzantes, que hundirse en esta sensacién absorbente de faltarle a’ uno algo y de pudrirse solitario como rama condenada a no dar inito, No nos imaginamos cuéntos de los “males sociales” son achacables a la demora del matrimonio; algunos son expli- cados por nuestra incorregible aficién a la variedad, pues parece que la naturaleza no nos hubiera hecho para la'mo- nogamia; otros se deben al mal ejemplo de los casados ue prefieren novedades venéreas venales para librarse del aburrimiento de seguir sitiando una ciudadela mil veces rendida; pero, en nuestros dias, la mayor parte se debe, probablements a la postergacién antinatural de los delet, tes connubiales, asi como la promiscuidad postaupcial se debe en mucho’ al hébito prenupelal, Quisiéramos compren- der las causas bioldgicas y sociales de estos fenémenos crecientes y disculparlos como cosa inevitable de este mun- do artificioso: tal es la actitud que mantienen las mentes més avanzadas; pero es vergonzoso aceptar tranquilamente ese cuadro que nos muestra medio millén de muchachas norteamericanas ofreciéndose a si mismas al Moloch de la promiscuidad como victimas titilantes, mientras maestro tea- tro y nuestra literatura continiian manchindose ‘por gnsia convertir en oro la excitacién sexual de hombres y mu- jeres alejados de los saludables desahogos del matrimonio por el caos industrial de nuestro tiempo. Casi tan vergonzosa como esta es la otra mitad del cua- dro, Por cada hombre que, al postergar su matrimonio, frecuenta las mujeres de la’ calle, queda una mujer espe rando y consumiéndose en castidad enervante, Durante este perfodo de postergacién, el hombre halla, para. satis +H, S. Willams, La cioncla de Ia felicidad, pag, 20. 120 sus impulsos, toda una institucién internacional, equipada con los iltimos adelantos y organizada del modo més cien- tifico, pues las gentes parecen haberse desvivido en pro- veer de todo lo imaginable para estimular y satisfacer los deseos masculinos. En cambio, el hombre pretende que la muchacha debe mantenerse incélume e inovente hasta que él se digne tomarla por esposa, ofreciéndole esa masculi- nidad tan mal usada durante diez afios de experiencias sexuales. (Quizé por eso a Balzac el novio le parecia un orangutén ansioso de tocar un vi tin} Es una prevencién bastante irracional, achacable sin la al precio elevado que los padres cobraban por la castidad de sus hijas en aquellos tempos del matrimonio por compra descaratla, y depende de esa medida doble, santificada por el tiempo, que exige fidelidad unilateral, la de la madre, para que la propiedad pueda reconocer sus deudos; pero en “pura ra- ain es injusticia abominable, y no perdurard muchos si- os sada, Parece indiscutible que la continencia es antinatural una vez que se llega a la madurez, pues ademés de acarreat neurosis y perversiones innumerables, es un Pprejuicio injus- tificable que se carga sobre el cuerpo y el espiritu preci- samente en ese periodo critico de transicién en que nuestra fisiologia y nuestra mente necesitan la salud mds completa. Es ridiculo que los moralistas griten contra las relaciones prenupciales mientras no ofrezcan modos activos de resistir a las fuerzas que determinan la postergacién del matrimo- miog nadie tendch derecho a tales etigenclas haste que co se restauren las condiciones bajo las que en otro tiempo resultaban razonables. Ya es hora, por tanto, de que en- frentemos con honradez el dilema de nuestra car Oo reconocemos libertad prenupcial, o hacemos que el matri- monio vuelva a su edad natural. TV. La neqonaLwan DE NUESTROS MAYORES Es habitual atribuir nuestra gorrupeién sexual a la juven- tud, pero la realidad es que abarca a todas las edades no agotadas por los aiios. La postergacién del matrimonia ha inundado nuestras ciudades con hombres y mujeres que se afanan en sustituir las engorrosas tareas de la paterni- dad y del hogar por alicientes menos domésticos y mis va- ‘ados; son estas gentes (y también los campesinos cuando vienen a divertirse a la ciudad) quienes mantienen todos esos lugares de diversién nocturna en que los insensatos se dejan marear por el alcohol para ser esquilmados después por esas avecilas de presa en'las: que ereen hallar el saat 12h tuto del amor. Para peor, ios habitos de tales gentes estin contagiéndose a las demés clases sociales, entre las que ya resulta elegante el ser disoluto, sin que hombre alguno se atreva a admitir que es fiel a su esposa ni que prefiere la ~--sobriedad a la embriaguez. Més que la roméntica juventud, “son los hombres y mujeres de edad media quienes dan este \ cardcter a nuestro vivir actual. Ya hemos visto que el origen del derrumbamiento mo- ral de las comunidades modernas se debe a la postergacién del matrimonio; y también aqui, ditimiendo la culpabilidad de las personas, hay que cargar mayor condenacién sobre los padres que sobre le “generacién joven”. Los sanos ins- tintos de los jévenes les Hevarian muy pronto al yugo nup- cial, pero el cauto padre y la celosa madre son quienes Gisvaden al joven preguntéadoles qué va ganando con en- trogarse a semejantes locuras del amor. La sabidurfa del portamonedas parece ser la filosofia esencial de los padres de mediana edad, quienes olvidan sus éxtasis, ya marchitos, Y no sospechan que el corazén juvenil pueda tener razones ‘que los viejos no pueden comprender. Son, pues, los mayo- res los més fundamentalmente inmorales; ‘desentendiéndose del bien de Ia comunidad y de la raza, frustran los sabios imperativos de la naturaleza y, en realidad, aconsejan nu- merosos afios de experiencias ‘Prenuy como: }. “preparacién” para el matrimonio feliz y los hijos vigoro- sos que después se reclaman. Si los padres tuvieran perspec- tivas amplias, comprenderfan cin secundario es eso del dinero en lo que atafie ala salud y felicidad del individuo y, de la sociedad, y cooperarfan con la naturaleza esfor- zindose en evar a sus hijos lo antes posible al matrimonio. Hasta que los mayores no modifiquen sus concepciones ac- tuales, seré clto achacar Ia “inmoralidad” ‘de fos jovenes al comercialismo de sus padres. Ademés, ges que la relajacién de la juventud es peor que la inestabilidad matrimonial que vemos en las gentes de mediana edad? El grado en que el divorcio esti corro- yendo el matrimonio es cosa que debe alarmar aun a los que estén hartos de estadisticas. En Denver, en 1921, el niimero de separaciones igualé al de bodas; en los cuatro afios anteriores, la proporcién entre divorcios_y enlaces subié del 25 al’50 por ciento.1 En Chicago, en 1922, hubo 39.000 bodas y 13.000 divorcios. En 1924, en el estado de Nueva York, ‘los matrimonios disminuyeron en un 4,6% en comparacién con 1923, a la vez que los divorcios au- mentaron en un 8.2%? Debe bastar esto para ilustrar lo que vamos diciendo, 4 Literary Digest, 17 de febrero de 1923, 4 New York Times, 18 de noviembre de 1025, 123 i a i — Las “causas” aceptadas por los tribunales para autorizar ¢stos asesinatos del matrimonio son ingeniosamente super~ felaless deteroién, crucldad, abandono, ‘ndiferenci, em- iaguez, y otras por el estilo, como si no hubiese existido todo eso cuando el divorcio era bien raro. Bajo estos fac- tores aparentes, se esconde y actia la aversién a la pater~ nidad y ese affin de variar que, aunque tan antiguo como el hombre, ha sido exacerbado ‘ahora por el individualismo de te vida moderna, yor la moltiplicidad de estimulos se- que ofrecen nuestras ciudades la organizacion comercial del placer sexoal fee atractivo de una mujer como cényuge es en gran parte cuestién de belleza; el hombre prefiere lo bello porque la belleza fue ancestralmente la garantia técita de la buena materntdad. Pero el matrimonio es largo y efimera la be- eza, ademés de que no siempre resulta gozosa para el que se casa con ella. El atractivo del hombre como cényuge es principalmente cuestién de personalidad y de vigor; pero hasta las personalidades més brillantes y los ardores mis virlles son cosas que se marchitan después de aos de compaiiia y dedicacién ineludibles. El hombre se salva en parte mediante las ausencias diarias; 1a mujer intenta con- servar su belleza posponiendo la mate y cuidando su piel con tal cantidad de potingues que pone en apuros 2-18 produccién quimica y agrfcola. Indudablemente, ai él ni ella logran asf resolver al asunto. Eg que, para dar vida alsa _atracelén_ sexual dela mujer debe _se sustitui ‘su_atraccién como re; redparecen asi tpl does 6 con Tas que no Habla ‘contado el alan macho; Ta eposa_ge renueva y ensalza como asombiosa sore E la eterna maravilla del hija Ta envuelve ahora ~utre encantos nuevos ¢ irresistibles. Si estofalta, el hogar 99 ¢8 més que una casa, paredes Sonetas_en.torna_al-€a- liver del amor, y muy pronto meros_escombros, en vez de To que debid ser el santuario de una familia, V. La ranauia ‘Todavia sigue sicndo la familia la mds natural y espon- tanea de las instituciones sociales; todavia despunta sobre las disposiciones innatas no sélo para copular, sino también para criar hijos; a quien no le parezea esto normal habré que hacerle minuciosos eximenes morales. Lo que deno- minamos “instinto reproductor” es un complejo. laberin- tico de impulsos, aptitudes y preferencias, y quiz lo que impulsa a la copula sea, entre tantas disposiciones repro- ductivas, el deseo de tener hijos y la tendencia a cufdarlos 123 asiduamente una vez que hayan llegado, Aunque muchas gentes se creen exentas del deseo de progenie, hay pocos hombres y menos mujeres que no consideren muy pronto como adorable fenémeno aun a la chiquilla indeseada © {nfinitamente perturbadora, Hasta el fildsofo més frio siente prejuicios en favor de su hijo. Sila crlatura es enclenque, él amor hacia ella aumentard con Jos cuidados que requiere, asi como el artista ama con pasiéu creciente la figura que va modelando entre sus manos; si fuera fea, la naturaleza cegaré dulcemente los ojos paternales, prestando més vuelos a la tmaginacién que a los sentidos, pues “Dios envia la medicina con la enfermedad”, y hay un nos permite no verngs tal como NOs. ~No hay que ‘olvidar ‘que los hijos no son para los pa- Ares, sino los padres para los hos, y que el origen y si- nificacién de la familia se deriva de la inestimable desva- lider del nifio. La familia ha sido el vebiculo salvador de las artes y costumbres, de las tradiciones y morales que forman la esencia de la herencia humana y el cemento psi- colégico de la cién social, El nifio nace anarquista; no bay ley ni convencionalismo alguno que le merezca res- peta, y lo probibido es lo que més le atrae. Pero la familia, Valiéndose de los otros hijos tanto como de los propios adres, convierte al pequefio individualista, mediante so- y azotes, car y 6rdenes, en’ un ser social dispuesto a cooperar, y aun a veces en un comunista dis- puesto a dividir. La familia es la primera unidad social a que presta lealtad el individuo; su tarea moral consiste en ensefiar lealtad a unidades més amplias, hasta gravar en el ‘alma del nifio el concepto de hermandad universal. Cuando de joven deje la tierra firme del hogar, caer en los remo- lines ‘de la ‘competencia individualist’ y perderé durante algin tiempo aquella buena voluntad de cooperacién con que le nutrié su familia, Pero, al Hegar a la madurez, lo mismo si goza de prosperidad que si es desgraciado, vol- veré al sentimiento de la vieja heredad, fuente de bienestar y consuelo, como si fuera tranquila isla comunista en medio del alborotado mar individualista. Esta funcién de Ia familia como centro moralizador e Integrador de Ia sociedad sc debe a que es la unidad pro ductora de la humanidad. Pero ahora, todo el mundo sabe que ha desaparecido tal posicién focal de la familia y que nuestras poblaciones industrializadas estin a punto de cam- biar su base moral por una institueién que ha perdido sus fundamentos econémicos y politicos. El traslado de la in- dustria desde el hogar y el campo a las fébricas y las ca- rreteras, el crecimiento de tareas que cambian continua- mente el centro geogrifico del vivir individual, y la inesta- 124 ilidad de los trabajos arrastrados de un lado a otto por Jas oscilaciones del capital o por la aparicién de recursos naturales, han cortado los vinculos que unian a padres hijos y mantenfan la unidad del hogar. Las grandes indus- trias y sus consiguientes normas de centralizacién han con- tribuido a la quicbra actual de la vida hogarefia mucho més que cualquier teorla disolvente. Estin desapareciendo lealtad a Ia familia y la dedicacién al Roger, a la vez que su rigueca emotive esti slendo absorbide por el. patrious mo, al modo como el poder de los padres va cediendo dia tras dia ante la intromisiin creciente del Estado y de sus fuerzas exaltadas. Por todas partes se rompe esa coopera- ccién espontinea que expresa la tendencia natural de los humanos a asociarse, y que halla sustitutos bien precarios en esas obligaciones externas y superficiales de leyes y 6r- denes, de doctrinas y deoretos. ¥ como culminaciéa, tal individualismo econémico y politico se refleja en el indivi dualismo moral de nuestros dfas, tan hibil en la estrategia del provecho y tan tipico de aquellas edades en que las grandes civilizaciones se hundieron confundiéndose en la Darahtinda del pasado. VI. Causas Recapitulemos. La causa principal de estos cambios mo- rales e¢ la revoliciin industrial; ela ha puesto su mano en casi todos los desbrdenes modemos. El crecimiento del sis- tema fabril ha determinado ia inseguridad de los indivi- duos y la consiguiente postergacién de su matrimonio, y fa Ingzado ‘a millones de hombres y mujeres a la ‘promis- cuidad de las relaciones sexuales extramatrimoniales, estimu- Jadas por la incontinencia creciente de todos, facilitadas ‘por los contactos del compatierismo profesional y protegidas por el anonimato de la vida de la ciudad; al ‘propiciar 1a emancipacién (industrializacién) de la mujer, facilité sus Sxperiencien sexuales- freaepetales, quebré la influencia mo- ral de la familia y la lev6 a suplantar el ascetismo y la con- tinencia de otros tiempos por el goce epicizeo de todos los, placeres y aun de todas las perverciones. Ademés, la popu larizacién de los anticonceptivos ha coincidido y cooperado con tales causas, motivos y circunstancias. Ast como la riqueza de los hombres del Renacimiento les Ievé a la libertad, la licenciosidad y el arte, asi también la riqueza de nuestra época nos empuja, mis que cualquier otra incitacién tedrica, a sustituir el cédigo moral de los ppuritanos por la alegre despreocupacién de las almas inde- pendientes, Nuestros dias festivos ya no son fechas de des~ 125 canso y oracién, sino de placeres errabundos y paganos, muestra evidente de la alteracién de nuestra moral y la despreocupacién de nuestras vidas. Es mis ffeil ser virtuoso cuando se es pobre, pues si la tentacién es cara, resulta menos esequible; en cambio, si nuestros bolsillos estin re- pletos, y Ia indiferencia de la gente sigue ocultindonos Jos ojos de nuestros vecinos, no dejaremos de perseguir toda cara bonita: que encontremos y nos empefiaremos en demostrar nuestra virilidad aun a nuestros propios corazones indecisos. Los moralistas lanzarn en vano sus jeremiadas contra estos lujos modemos de vestir y sentir, ya que se ypasan en impulsos que siempre existieron y que ahora en- -euentran. opoi excepeionales. Mientras las circuns- tancias econémicas no lo alteren, el resultado seguira siendo el mismo; mientras las mdquinas continten multiplicando nuestros ocios, las energias que en otros tiempos gastébamos en el trabajo fisico, se nos irin acumulando en la sangre y nos hardin extracrdinariamente sensibles a los estimulos del sex0, > Quizé este mismo renacimiento del bienestar ha coope- rado més de lo que creemos con el ataque contra la religién, Cuando muchachos y muchachas, envalentona- dos con su dinero, vieron que las religiones condenaban sus placeres, hallaron mil razones cientificas para atacar a las religiones. La postergacién y subestima con que los pu- ritanos despreciaban todo lo sexual trajo la reaccién de que clertas teraturas|y gsicologias equipararen a. lo_serual ‘con lo vital. Los teélogos antiguos discutian si era pecami- noso estrechar la mano de una muchacha 1; hoy, en cambio, todos nos asombramos de si no lo sera el dejar de hacerlo. Los hombres han perdido la fe y tienden a saltar ahora de Ja antigua precaucién a los experimentos mis temerarios: ‘es el castigo que paga nuestra moral por haberse limitado a si misma con creencias sobrenaturales. El cédigo moral antiguo se basaba en el miedo, miedo del castigo en este mundo y miedo del inflerno en el otro; pero como el miedo no resisie al conocimiento, y éste sigue en aumento, el viejo cédigo no pudo sobrevivir a la Wegada de la educacién. ‘Nuestras vidas, ajenas a la templanza, reclaman ahora una @tica nueva, basada en la naturaleza del hombre y en los valores de su vida, para salvar una civilizacién cuyos desti- nos se habian puesto en manos de los dioses, ‘A la subestimacién de la agricultura y de la religiin hay que afiadir la decadencia del linaje anglosajén. * El puri- 2 Ells, Estudios de psicologia sexual, VI, pig. 100. = Recuérdese que el autor se eth refiriendo constantemente personas 7 fenémencs de las grandes cludades norteamericanas; Bnilogamente, cuando alide a la moral de los puritanos, se refiere 126 tunismo ha sucumbido no silo porque sus resiricciones del fmgulto humano, razonables en otro tiempo, se han om nado irrazonables bajo las condiciones diferentes de nues- tros dias, sino también porque aquellos remanentes étni- cos en los que el viejo cédigo moral hallaba todavia pun- tos de apoyo, y al que servian como ejemplos vigorosos, han quedado reducidos en ‘nuestras ciudades @ misoriay incig. nificantes. La inmigracién y las diferencias de natalidad hhan exaltado a los humildes ¥y les tian hecho fuestes en sus uestas; son gentes “no nérdicas”, procedentes de Lrlanda, Rusia y el Sur de Europa, las que ahora dominan la poli tica de nuestras grandes.ciudades y dan a la literatura’y a la vida ‘ese tono de indulgencia Caracteristico ‘del codigs moral de nuestros dias. Las virtudes domésticas de los an- glos jones no atraen a los joviales irlandeses ni a los apa- sionados italianos ni a los errabundos eslavos. Asi como ya pee. Ja edad de Nueva Inglaterra en nuestra literatura, tras jos experimentos lentos y dificiles con que los emigrantes postoriores buscaron formas y estilos nuevos pata expresst su filosofia realista y pesimista, asi también lo moral de- nuestro tiempo forcejea entre experiencias caéticas, mien tras las minorfas antes oprimidas se han hecho duedias de- Ja literatura, del teatro y de la Iglesia, y amenazan con apoderarse del Estado. La moral ha cambiado en Estados Inidos su base ética, andlogamente a como cambié sus ba- ses_econémicas, El ultimo factor de esta transicién ha sido la Gran Gue- tra, catéstrofe que desquicié los hdbitos de cooperacién y- paz formados bajo la prosperidad de la industia y cl cc, ‘mercio; la guerra acostumbré a los hombres a la brutalidad’ yal amor extramatrimonial, y millares de’ elios yesultacon al volver a sus aldeas, focos contagiosos de infeccién moral; quella gran matanza’hizo subestimar el aprecio de Ia vida y preparé el ambiente psicolégico en que florecerian los. gangsters y demas maleantes; aquella explosién de odios destruyé la fe de muchos millones de personas en la Pro- videncia y arraneé de sus concieneias el contrapeso de las creencias religiosas. Tras el idealismo y unién con que en- Soptamce [a oom onflagracién, une cruldtad de desilusio- ce cinismo, el indivic lismo y la inmoralic mis desmedida, Los Estedos se destiny, tas cineg wen les volvieron a su lucha de siempre, las industrias ansiaron todos los provechos, sin tener en cuenta el bien de la co- 18 gue Gractican lee miembros més seles de 1a seca pusttana y a 1a ‘aus’ implantaron’ tos peregrinos puritans" inmados’ Pagrér Ghaade ge gtblecieon i) en PirmouthSlaachnt, aan 2 de Nortesmntsiea: apin cuando. habla de Guerra, se reflere a la de 1914-18. (N. del T.) bis de ie Grane 137 ‘munidad, los hombres evitaron las responsubilidades def matrimonio, las mujeres cayeron en la esclavitud corrosiva de Su parasitismo, mientras la juventud, asaltada por los innu- metables estimulos erdticos desplegados por el arte y por a vida, a la vez que protegida de las antiguas consecuencias de la aventura amorosa mediante nuevos inventos, se veia dotada de las més amplias libertades. Son estas, por tanto, las diversas causas de nuestros cam- ‘bios morales. La generacién que tan ruidosamente nos esta sustituyendo debe ser comprendida en vista de este pasar ‘de las granjas y los hogares a las fibricas y las calles de las ciudades; hay que reconocer que sus vidas y sus, proble- mas son nuevos y diferentes, La revolucién industrial tiene a estos jévenes entre sus garras y esté transformando sus cos- tambres, sus tareas, su traje, su_religién y su conducta; pretender juzgarlos ‘en términos del viejo e6digo moral es tan inapropiado y antihistérico, como seria el forzarlos a usar los corsés y los polisones, las barbas y las botas de nuestros dias pasados. Las palabras “moralidad” e “inmora- Jidad” se encuentran a la deriva, entre las viejas amarras, que han sido soltadas, y las nuevas, todavia invisibles; nadie sabe hoy lo que significan ni cémo habrin de ser_interpre- tadas para que nos ayuden a comprender la conducta hu- mana_en esta edad industrial y urbana. Nos encontramos entre dos mundos, uo muerto, y el otro apenas nacido; dirfase que el hada envié el eaos a nuestra generacién; estamos como Sécrates y Confucio: ple- namente conscientes de que la moral de las probibiciones y del miedo ha perdido su dominio sobre los hombres, y, Suscamos, anélogamente, un cédigo moral natural que des- canse no sobre el temor, sino sobre la inteligencia, y que sea capaz de convencer aun a los hombres educados. que tenemos hijos, nos hallamos frente a mil cuestiones de moral y de psicologia para las que no sirven nuestras vie- jas respuestas; nos vemos obligados, bien a pesar nuestro, a filosofar, a examinar nuestras suposiciones y nuestros hibitos, ya construir por nuestra cuenta y para nosotros algin sistema de vida y pensamiento que sea _consecuente consigo mismo y con las experiencias y exigencias de nues- zo tiempo. ‘Nos encontramos solos ante las estrellas, casi despro- vistos de creencias sobrenaturales y de, ‘herencia _mo- Tal; tenemos que rehacerlo todo, como si hubiésemos sido artojados al desierto y tuviésemos que comenzar de nuevo la empresa de la civilizacién. gDénde hallaremos un cddigo moral que esté de acuerdo con las condiciones cambiantes de uuestras vidas y que nos 128 eleve, como los viejos cédigos cievaron a otras gentes, hasta’ la bondad, ln decencla, el recato, la nobleza, el honor, la caballerosidad y el amor, o a virtudes tan benéficas como Estas? 4Cémo intepretaremos ahora a Digs! aCémo reba remos fas bases morales de la Gran Sociedadi’ ae

You might also like