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Bandidos y hackers Albeiro Patino Builes Pye a into rene CON y NU DARE LEN Patino Builes, Albeiro, 1967+ Bandidos y hackers / Albeiro Patifio Builes. ~ Medellin : Editorial Universidad de Antioquia, 2007, 178 p. : 22 em.-- (Coleccién Premios Nacionales de Cultura Universidad de Antioquia ) ISBN 978-958-714-028-6 1, Novela colombiana 2. Cifrado de datos (Informitica) « Novela 3. Seguridad en computadores — Novela 4. Informética — Novela 1. Tit. II. Serie C0863.6 cd 21 ed. AlL14402 CEP-Banco de 1a Repiblica-Biblioteca Luis Angel Arango II Premio Nacional de Novela, 2006 Coleeeién Premios Nacionales de Cultura Univer © Albeiro Patifio Builes © Divisién de Extensién Cultural, Universidad de Antioquia © Editorial Universidad de Antioquia Con el apoyo del Ministerio de Cultura ISBN: 978-958-7 14-028-6, Primera edicién: marzo del 2007 Correccién de texto: Teresa Elena Cadavid Impreso y hecho en Colombia / Printed and made in Colombia Prohibida la reproduceién total o pareial, por cualquier medio 0 con cualquier propésito, sin la autorizacidn eserita de Los editoves Divisin de Extensién Cultural, Universidad de Antioquia ‘Teléfono: (574) 210 51 75. Telefax: (574) 210 50 47 E-mail: jextension@arhuaco.udea.edu.co Pagina web: http:extensioncultural.udea.edu.co Apartado 1226, Medellin, Colombia Editorial Universidad de Antioquia ‘Teléfono: (674) 210 50 10. Telefax: (574) 263 82 82 E-mail: editorial@quimbaya.udea.edu.co- Pagina web: www.editorialudea com Apartado, 5. Medellin, Colombia El contenido de la obra corresponde al derecho de expresién del autor y no compromete ol pensamiento institucionel de la Universidad de Antioquia ni desata su responsabilidad frente a terceros, Els ume la responsabilidad par los devechos de autor y canexos contenidos en la obra, asi como por Ja eventual informacién sensible publicada en ella Mi sincero agradecimiento a la Universidad de Antioquia, por su vinculacién a la cultura del pais a través de los Premios Nacionales de Cultura Ales integrantes del jurado det H Premio Nacional de Novela, por encontrar en esta obra méritos suficientes para seleccionarla ganadora Al profesor Alvaro Pineda Bolero, por sugerirme cecribir una historia sobre hackers Ami familia, por todo Material protegido por derechas de autor Los hackers originales eran profesionales informdticos que, a mediados de los sesenta, adoptaron la palabra hack como sindnimo de trabajo informdtico ejecutade con cierta habitidad. En los setenta, emergicron los techno-hippies, que crefan que la tecnologéa era poder que debia ser puesto en las manos de Ta gente. En la segunda mitad de los ochenta, aparecié el Hamado underground, que cambié los significados: hack equivaldria a sabotear un sistema informdtico ‘Considering Hacking Constructive” Gisle Hennemyt Que es mi ordenata mi tesora que todo el mundo ha de temer. Mi ley, el ratén y el médem. Mi tinica patria, la red Adaptacién anénima de “Cancién del pirata’ de das¢ de Espronceda Material protegido por derechas de autor Nota del autor Este relato ha sido inspirado por dos hombres: el primero es Kevin Mit- nick, considerado por algunos como el hacker mas famoso de la histo- »gundo, Stanley Mark Rifkin, quien, a lo ay dos edad, llevé a cabo wna extraordinaria defraudacién: el 25 de octubre 1978, haciendo uso de técnicas de Ingenieria Social, consiguié la infor- galmente 10,2 millones de délares des- de cuentas del Security Pacific National Bank # cuentas personales. El Security Pacific National Bank fue un banco con sede en Los Angeles, California, adquirido en 1992 por el Bank of America, ria; el s treini afios de de macién necesaria y transfiri6 Material protegido por derechas de autor SAN DiEGo, CALIFORNIA. Jueves 22 de abril de 2004, 11:33 horas E] recuerdo de aquel momento seguramente no deja dormir al presidente del banco. Ni al jefe del Servicio Secreto. Tengo que admitir el problema: no tenia un plan. Sabia de compu- tadores, pero no de delinquir. Me movia como pez en el agua en el mundo de los sistemas, pero ni pensaba en Jas impli- caciones de ser un ladrén. Y no es que supusiera que nadie se daria cuenta. Era consciente de que me rastrearian. De que en cualquier momento apareceria una huella. De que, una tras otra, la pista que dejarian los Hevaria a mi para- dero. Una jauria rabiando. Como perros al acecho. Y mas que al acecho, dispuestos a brincar, a morder. Tal vez una piedra quedara en sus bolsas. Eran muchas. La pérdida de una no se notaria. Brillaban como estrellas en la oscuridad del firmamento. Las habia visto por primera vez invadido de una cierta alegria. Pero también con temor. {Qué haria con ellas? La pregunta debi habérmela hecho antes. Mucho antes. Albeiro Patifio Builes Como requisito para caleular y medir. No es posible deshacer- se de diez millones de délares en diamantes tan facilmente. Se requiere un plan. El plan que no tenia, Ahora lo sé; una cosa es ser un excelente analista de sistemas, un excelente desarrollador, y otra muy diferente moverse habilmente en el mundo de los delitos informaticos. “Diamantes”, pensé una noche. La solucién a todos mis problemas. Llegar hasta ellos implicaba un largo camino. Un camino con altibajos. A veces ancho, a veces estrecho. A veces facil, a veces dificil. La primavera estaba en su esplendor, EL sol se colgaba del cielo da majiana. Apenas si me daba cuen- ta de ello. Salia poco a la calle. Pasaba los dias y gran parte de Jas noches metido en mi cuarto. Estableciendo contactos, tra- zando lineas, escribiendo, haciendo pruebas de escritorio y de computador. En la larga lista de abogados figuraban algunos que habia escuchado mencionar. Publicos. Privados. Cuota ba Jos que eran considerados culpables, aun antes de ser conde- . Cuota alta. Defensores de los inocentes y defensores de nados. Pretendi ser el representante de una de las quinien- tas empresas en la lista de Fortune. Michael Gooding tenia su oficina en un alto edificio. Piso cuarenta. Sobre él muchos otros hombres de negocio, abogados, empresarios, tenian su sede de atencién personal. Alto, sin un solo cabello, espaldas anchas, barriga prominente, piernas largas, acaso exagera- damente. Mi director necesita una mercaderia no rastreable, Gooding de} Parecia pensar cualquier cosa; nada relacionado conmigo 0 mi. necesidad. E's importante poder negociar facilmente con otras agregué. Me seguia mirando. Razones politicas, dije finalmente. Gooding bajé la cabeza y volvié a clavar los Jed de escribir, levant6 la cabeza, me mi compaiiias, ojos en el papel en el que escribia. El tema de los diamantes aparecié para él come caido del cielo. Gooding no sabia de dia- mantes. Pero me recomendé a alguien que podia ayudarme. John Steinbeck. Es vendedor de diamantes, me dijo. Sabe todo sobre el negocio. 14 Albeiro Patifio Builes Para entonces, trabajaba para el Security Pacific National Bank. En Los A contingencia para la oficina de comunicaciones. Mane: ngeles. Mi objetivo: disefiar un sistema de jaba to- cuatro mil millones de délares en dos los dias entre dos mil 5 transferenci s de fondos para el banco. Con la implementa- cién del sistema de contingencia, la oficina podria continuar haciendo transferencias aun si el stema principal fallaba. Nada traido de los cabellos. Tampoco del otro mundo. Para poder construir el sistema alterno debia conocer cémo fun- cionaba el principal. Requeria detalles. Los detalles debian ser llevados al sistema alterno. Y tanto el sistema alterno como e] principal debian estar interconectados, comunicarse de forma transparente, en linea, con la idea de que el ban- co nunca se yiera sin sistema. Para mi, wna excelente opor- tunidad. No sélo debia saber c6mo estaban configurados el hardware y el software, sino cémo operaba el esquema de transferenc s de dinero. Durante un mes me reuni varias veces con empleados del banco: ingenieros de sistemas, inge- nieros de procesos, técnicos en infraestructur y desarrollo de ambientes de computadores, especialistas en contabili- dad, administradores. Corria sobre un sistema IpM Mainfra- me. La mas poderosa maquina de la International Bussiness Machine Corporation. Al menos en lo que a procesamiento de datos transaccionales se refiere. E] equipo estaba alojado en un datacenter fuera de las instalaciones del banco, A él se accedia mediante un canal de 4 Gbps,’ asegurado mediante una Vpn? En otras palabras, a pesar de estar a distancia del centro de cémputo del banco, estaba conectado a un segmen- to de red que era parte de la red interna. Las transferencias implicaban un riguroso proceso de seguridad: una clave de activaci6n, la autenticacin en el sistema con una cuenta de usuario que debia estar autorizada, y la digitacion de una clave privada que slo conocia una persona, y que cambia- ba cada segundo gracias a un dispositivo personal conectado aun sistema que generaba los nttmeros aleatoriamente. Y 15 Albeiro Patifio Builes mas. El acceso a la maquina estaba en una cabina de vidrio a la que sélo entraba un hombre. Libros arrumados. Hojas dispersas. Cuadros en la pared. Figuras humanas hechas con hierro forjado. Me sentia ne- gado para la escritura. No me salia una palabra. Me sentia cansado. A mi mente no Hegaban las escenas de los tiltimos momentos. Sdlo imagenes sueltas, palabras grabadas en un rincén de mi cabeza. Ponia los dedos en el teelado, pero no los movia. La pantalla cansaba mis ojos. Mas que otras veces, un ardor penetrante y cada vez mas fuerte me invitaba a des- cansar. La historia e aba casi terminada, pero nada lograria con foi yarme a plasmar lo que no queria salir de mi. Cerré el archivo, cerré el procesador de texto y apagué el computador. Apoyé los codos en el escritorio y descansé la cabeza en las palmas de las manos. Con dos dedos hice presion sobre los ojos. Con ambas manos tiré el cabello hacia atras. Me puse de pie, sali del estudio y me fui al mirador, desde donde pude ver parte de la ciudad, personas caminando, algunos vehicu- Jos estacionados en la parte baja del edificio. Hee San Diego es la ciudad mas grande de California, sun mo- derno centro metropolitan, un centro turistico durante todo el aio y un préspero puerto comer 1. Parece menos congestionado que Los Angeles. Tiene un cli- al, con una base nav: ma muy amigable. Su temperatura es agradable durante to- das las estaciones. En el invierno, los dias son templados y soleados. Y durante las noches, la brisa del océano Pacifico 1. Sentado en el mirador de mi apartamento, en el edificio modera el calor del s Mission Belmont, frente al restaurado Gaslight District, obser- vo el largo Buick negro que se estaciona a un lado de la plaza. 16 Albeiro Patifio Builes Los vidrios polarizad Imagino que, apefiu: s impiden ver el interior del vehiculo. dos en su interior, deben de estar cin- co hombres fornidos y trajeados, Bajo la cabeza y sigo mirando los viejos recortes de pe- riédico. Algunos se han manchado de amarillo. Al tomarlos, dejan en los dedos una suave coloracién y una especie de tizne. Pero aun asi, son un recuerdo. Evoco escenas que no volve- ran a repetirse. Levanto un pequeiio trozo al que se ve que no tocé el filo de un cuchillo ni de una tijera. Es un texto de Carlos Chimal, aparecido en La Jornada Semanal, Leo: Alls tres afios, Kevin Mitnick podia adivinar de ofdo la com- binacién de un nimero telefénico; a los diez leia manuales de la compaiiia de teléfonos; a los trece tenia una novia que trabajaba de operadora en la central de Hollywood, y lo dejaba entrar a monitorear conversaciones, como hacian decenas de empleados aburridos, por el puro placer de escuchar a Farrah Fawcett dar- le en la punta de la nariz a Burt Reynolds; a los quince colgaba diablitos a lo largo y ancho de las redes informaticas, A Ja gran cantidad he sumado otro. E] tltimo que he en- contrado, Free Simon, Secciones en paginas interiores de los principales diarios han mencionado el hecho. Algunos mas que otros. Es noticia. Lo he logrado. Las principales agencias de seguridad del Estado, con el apoyo de un hombre herido en su ego, invirtieron largos dias en una bisqueda que final- mente surtid efecto. Levanto la eab y la recuesto contra la pared. Sigo le- yendo: Asus treinta y nueve afios de edad, Simon Temp podra vol- Quedi ro, Este hacker, mas conocido como Hl Haleén, fue capturado el ver al mundo onli en libertad el proximo 20 de ene- 17 de febrero de 1995, Como resultado de una agitada perse- cucién, el Fst? lo puso a érdenes de la justicia, Fue acusado de invadir los sistemas informaticos de grandes empresas, entre las que se cuentan Motorola Inc., Novell Inc., Nokia Corp. y Sun 9. Su condena consistié en pasar cuarenta y seis meses en prision Micro: ems. Finalmente fue condenado en agosto de 1 17 Albeiro Patifio Builes y pagar una multa de cuatro mil délares por dafios causados En enero del 2000 se le concedié el privilegio de salir a la calle ohibid usar en libertad condicional. Sin embargo, el juez le p cualquier tipo de equipo de cémputo y comunicacién durante cinco afios, plazo que vence el préximo dia 20, Desde que esta en libertad, Temp ha aprovechado el tiempo: ha participado en conferen la Nc. Ac 1s, ha escrito un libro, e interyino en una serie para 1almente prepara su incursién en el mundo empre- sarial de la consultoria en seguridad informatica, emulando el ejemplo de otros que, como él, pretenden ayudar a empresas e instituciones a protegerse de piratas de la red. El atio pasado, El Haleén recibié autorizacién para hacer uso de un teléfono celu- lar. Durante este aio, el juez lo autorizé a usar un computador pa la condicién de que el equipo no podia estar conectado a ninguna ra pasar a formato elecirénico el manuscrito de su libro, con red, La semana pasada recibié luz verde para surfear las ondas a través de un equipo de radioaficionados, aunque debié pagar muy cara la licencia Tengo las piernas estiradas. Reposan sobre el pasamanos. Y sobre las piernas la carpeta abierta. Paso los recortes, sin afan pero con insistencia. Llego a otro que llama de nuevo mi atencién. Me ha acompafiado durante mucho tiempo. Lo he Jeido bastantes veces. Cien o mas. Puedo decir lineas de me- moria. Es una historia de José Marti. La fecha de publicacion es de 1882. El periédico es La Opinién Nactonal, de Caracas, para el cual el autor trabajaba como corresponsal en Nueva York. Lo encontré en una de las paginas de la Universidad de Virginia. Esto es lo que dice la impresién: eva York fueron de fiesta, han sido de Estos dias que para ) agitacién grande en Missouri, donde habia un bandido de frente alta, hermoso rostro y mano hecha a matar, que no robaba bol- sas sino bancos; ni casas sino pueblos; ni asaltaba balcones sino trenes. Era héroe de la selva. Su bravura era tan grande, que las gentes de su tierra se la estimaban por sobre sus crimenes. Y no nacié de padre ruin, sino de clérigo, ni parecia villano, sino aller, ni casé con mala mujer, sino con maestra de escuela. Y hay quien dice que fue cacique politico, en una de sus esta- ciones de reposo, o que vivia amparado de nombre falso, y vino 18 Albeiro Patifio Builes como cacique a elegir presidente a la tiltima convencién de los demécratas. Estan las tierr: s de Missouri y las de Kansas Ilenas radas arboledas de recio monte y de ce Jesse James y los suyos conocian los recodos de la selva, los escondrijos de los caminos, los vados de los pantanos, los arboles huecos. Su casa era arme- ria, y sucinto otra, porque llev 1a lacintura dos grandes fajas, cargadas de revélveres, Empezé a vivir cuando habia guerra, y arrancé la vida a mucho hombre barbado, cuando él atin no tenia barba. En tiempos de Alba hubiera sido capitan de tercio en Flandes. En tiempos de Pizarro, buen teniente suyo. En estos tiempos, fue soldado, y luego fue handido. No fue de aquellos sol- dados magnificos de Sheridan, que lucharon porque fuera toda esta tierra una, y el esclavo libre, y alzaron el pabellén del Norte en las tenaces fortalezas confederadas. Ni de aquellos otros sol- dados pacientes, de Grant silencioso, que acorralé a los rebeldes aterrados, como sereno cazador a jabali hambriento. Fue de los guerrilleros del Sur, para quienes era la bandera de Ia guerra escudo de rapifia. Su mano fue instrumento de matar. Dejaba en tierra al muerto, y eargado de botin, iba a hacer reparto genero- so con sus compaiieros de proezas, que eran tigres menares que lamian la mano de aquel magno tigre. Repaso y acaricio los recortes. Recuerdo épocas ya lejanas. Tan lejanas, que parecen no doler. De hecho no duelen. Marca- ron pedazos de piel, pedazos de adentro, pero no representan algo tan importante como el ahora. La familia se fue desha- ciendo, Un dia, sin que nadie pudiera evitarlo, quedé en nada. O nada fue desde siempre. O al menos desde que mi madre no pudo controlar sus gulas ptberes. Desde que mi padre se cansé de cuidar a un muchacho. Las paredes cobraron vida, se volvieron hierros largos, anchos y frios. Mi coraz6n se sintié solitario. Y mi cuerpo, sin otra opeidn, se pegé de cables y en- chufes para no desesperar y morir, Para olvidar el desprecio, creé cientos de mundos imagina- rios. Hra timido, era gordo. Pasaba los dias a mi propia sombra. Tenia pocos amigos y, con frecucncia, escuchaba la palabra gordinflén cuando pasaba cerca de otros muchachos. En un pequeno local en el centro comercial Paint Beach, tres afios atras, mi padre habia instalado siete equipos de 19 Albeiro Patifio Builes escritorio. Con esta base abrié lo que él denominé Cyberbar. Una maquina era mi vida. Pasaba maiianas y tardes gol- peando las teclas, barriendo con la mirada el cursor que iba y venia. Descubria a cada hora algo nuevo: una funcién, un programa, una clave para ingresar a otro mundo. Un mundo que fui descubriendo en silencio, en solitario, callado y quic- to, solo moviendo dedos y ojos. Clavado en la silla. Me sentia inferior, pero trataba de actuar en grande. Como si tuviera dos yo. Con el tiempo se desarrollarian. Uno muy racional y el otro no. Conseguir aquellos cachivaches era tarea fA I para mi padre. Los sacaba del basurero de una fabrica dedicada al negocio. Y con pedazos de aqui y alla construia armatostes que en general servian para poco. Papa tenia la suerte de que en el pasado habia servido al lado de su hermano en Babylon Inc. Una pequefia empresa que aspiraba a ser grande. Papa era su reciclador. Los desperdicios componian de repuestos electrénicos, tarjetas, videos, todo con una o dos resistencias malas. Luego de andar cuadras con los componentes al hom- bro, se metia en su taller, invertia el suefio de muchas noches y, finalmente, se veia recompensado con un suefo tranquilo, sabiendo que podia crecer su negocio. Al Cyberbar llegaban muchachos que se desviaban de su camino rumbo al mar. Algunos arrendaban solos. Otros, lo del gusto ajeno de quienes gastaban la mayor parte de su tiempo ando paginas de texto. Competian en juegos contra la maquina, Algunos no representaban gran complejidad, pero habia entretenimiento. s. Observaba con curic hacian en grupos de dos 0 tr vi HEE En 1979 cumpli dieciséis afios. Ese mismo afio, mi padre me regalé un computador. Su tiltimo cachivache recuperado. En nco délare un sobre una tarjeta y ¢ . Hacia afies que no pen- 20 Albeiro Patifio Builes saba en Meg, mi madre. Pero aquel dia, cuando descolgué el teléfono, ahi estaba ella, al otro lado de la linea, para felici- tarme. Tres aios atras se habia marchado con un muchacho que podia ser su hijo. Mi padre tuvo que hacerse cargo de la casa y de mi. Repartia entre su trabajo y su amiga su tiempo. Yo andaba sin Dios ni Ley, solitario como habia crecido. Aquel equipo se convirtié en mi mejor amigo. Uno que no pedia nada. Uno que no hablaba ni gastaba. Uno que era como la puerta de entrada a un mundo que yo habia apren- dido a querer en el Cyberbar. Con el tiempo, construi un for- midable s rrollé una inmensa busqueda de informacién en electyénica, sistemas electrénicos, sistemas para depurar, sistemas de pruchas y cosas por el estilo. La tecnologia me hacia sentir despierto, ansioso, motivado, valeroso, aventurero, deseoso de aceptar el reto téenico. Mi padre nunca me preguntaba nada. Ni de dénde venia menos mi ni para d6nde iba. Pasados los dias, debié de sen ausencia en su lugar de trabajo. Consiguié una recepcionista que atendiera, y é] sélo iba por las mafianas a acompanarla a abrir, y por las noches a hacer el balance diario y a recoger lo que producia el negocio. Cada vez fue mas dificil ubicarlo. Yo la muchachita que sabia que donde estuviera andaba con ells se habia conseguido cuando mama se fue con su muchachito Si segui asistiendo a Palmer School fue por inercia. No tenia a nadie que se preocupara de la hora de levantarme. Si no asistia, de seguro los profesores iban a querer hablar con. mis padres. Pero igual, no encontrarian a nadie en casa, En casa sélo estaba yo cuando habia alguien. Si la desercién no sucedid, fue porque no queria estar todo el tiempo encerrado. Y porque en la escuela tenia un par de amigos. Con ellos visitaba la playa o me tomaba las primeras cervezas de mi vida. E] tiempo libre lo pasaba frente al computador. Mi gran pasion era enfrentar realidades virtuales. Las creaba para mi. Era algo que funcionaba y me ofrecia una vida mas facil. 21 Albeiro Patifio Builes Todo empezaba con conectar el equipo a la energia eléctrica. Un dedo en el botén de encendido y la maquina arrancaba. Apenas algunos minutos y ya estaba enganchado. Literal- mente. Me rodeaban cables, latas io, electrones. Cosas que ia. Al n parecian poco, pero que eran todo lo que finalmente exi menos para mi. E] mundo encerrado en una caja. Una v que me seducia y me atrapaba. Navegar era como deslizarme sobre olas, caminar en las nubes, viajar a terrenos a los que tal vez fisicamente nunca habria de llegar. Una tarde me entregaron un examen de gramatica, No llegué nia la nota minima. La profesora me puso cero sin compasi6n. Casi con rabia. De hecho, me dijo antes de sol- tar la hoja: No mereces mas. La nota no me importaba. Pero recordaba a cada instante los ojos de la mujer, mirandome desde atras de los lentes, regafiandome sin palabras. Ella no sabia qué era lo mas importante para mi. Creia que debian ser las letras. Y yo, sin que nadie todavia lo supiera, vivia buscando el eslabon mas débil de la cadena mas fuerte. Mi destreza en ciencias era suficiente para hacerme sobresalir. Pero no fue la solucién a las angustias que me agobiaban. Esa noche no pude conciliar el suefio. Encendi el com- putador. Estaba conectado a un médem,® el médem a una linea telef6nica, y yo a Internet. Probé muchas cerraduras de puertas para averiguar si estaban cerradas. Y terminé resolviendo todos mis problemas. Al dia siguiente, consulté cuando tiraban la impr antes, me meti al in de las calificaciones. Y un dia tema. Era como jugar en un corralito para nifios. O como pelear en una zona de batalla. La verdad es que senti cierto temor de violar aquella arquitectura que podia estar rastreandome. Al principio, s6lo queria mirar. Pero finalmente, las notas frente a mi, no pude evitar ha- cer el cambio de cuantas estaban atenuadas. Hra como ser un maestro de la ilusién. Luego entendi que la ilusién en el mundo real tiene mucho valor. Cuando Hegamos a recibir las notas nos estaban espe- 22 Albeiro Patifio Builes Estos se identificaron rando el rector, la profesora y dos hombres trajeado: tltimos eran altos, vestian rigurosamente como oficiales del estado de California. Yo iba detrés de mi padre. Hasta ese momento no me refugiaba de nadie. Sélo de mi propio temor. Presentia lo peor. Y deseaba que aque- lla escena que yo podia sentir como una amenaza, no fuera mas que un suceso sin importancia. Saludos, apretones de mano, nombres. Veia y escuchaba, pero no entendia ni dige- ria nada. Al menos nada con sentido. Sélo palabras, frases sueltas, Algo de violentar, algo del colegio, algo del sistema del colegio. Mis ojos estaban concentrados en un cuello blan- co, en una corbata, en una voz seca o gangosa. Alguien me sefialé. Alguien me tom6 por el hombro. Querian hablar con- migo. Hacerme algunas preguntas. Mi padre pregunté si era sospechoso. La pregunta me result6é ambigua. él 0 yo? (0 alguien que estaba ausente? {De quién hablaban? Pero no: ni era sospechoso, ni era culpable. Por ahora ni una cosa ni Ja otra, dijo alguien. Me relajé. Decidi respirar hondo. Ma- nejar la situacién pensando sélo en lo que habia hecho el dia de mi cumpleaifios y no en lo que hice el dia que cambié las notas. Di respuestas acertadas, pero respuestas que me pa- ron locas. Los imaginé sin recursos. De todas form var algunos datos suyos. Uno de los reci dijeron, queremos conser trajeados sacé una pequeia libreta del bolsillo interior de su chaqueta, un lapicero del bolsillo de la camisa, dio avance a dos paginas y pregunt6 dirig éNombre Temp, respondi. {Lugar y fecha de nacimiento?: Eureka, Ca- lifornia, 22 de abril de 1963, dose a mi Simon Jasper, ALBERTA. Mayo de 1981 Habian transcurrido cuatro meses desde el inicio de clases. A Nicholai Morrison lo citaron a las nueve de Ja mafiana. A 23 Albeiro Patifio Builes Morris Fachio, a las diez. Cuando Morris Iegé a la oficina del director, éste no habia terminado con Nicholai. Desde el corredor, Morris podia escuchar algunas palabras. Sucedia sobre todo cuando Nicholai levantaba la voz. Hubo un mo- mento en el que no se escuchaba nada. Como si hablaran en tono muy bajo. O como si ambos se hubieran quedado en silencio. Tanto Nicholai como Morris objetaron la decision del director. Ni siquiera se habian involucrado en la diseu- sién. Apenas si habian guardado las armas con las que los dos hombres se hubieran herido realmente, Pero no valieron intentos de clarificar las cosas. Ni quejas ni reclamos de otros que nada tuvieron que ver en el asunto. Los cuatro quedaron en lacalle. La suspensién de los dos peleadores era justificada. Nicholai vy Morris sufrian una consecuencia. La acumulacién de amonestaciones resultaba insufrible para el director. No quiero malos ejemplos, les dijo en sesién a ambos. Ni que ustedes crean que pueden hacer lo que les venga en gana. El director y un oficial de la ley firmaron la carta de notifi- cacion de suspension definitiva del colegio. Nicholai y Morris se miraron, dejaron la oficina del director y salieron. Y entre risas y comentarios, empezaron a alejarse definitivamente de Palmer School. Aquel fue el inicio de un ace: tre nosotros. Nos motivaba el afan de diversién, los deseos de rcamiento en- adolescentes, reivindicar el derecho a la rebeldia. Eramos y estabamos solos. Pero nos teniamos entre si. A nadie parec: mos importarle. Si desapareciamos de la faz de la tierra tal vez alguien nos echara de menos. Tal vez alguien, tal vez nadie. Esa noche nos reunimos a conversar. Tomamos vino y hablamos de lo sucedido. A ninguno parecia importarle. Ha- biamos empezado una nueva vida sin busearla. Una vida en la que los dias se alargarian, y tendriamos que buscar qué hacer. Tal vez leer, jugar recorrer la ciudad en bus- ca de nuevas oportunidades. sofiaba con velocidad, sofaba con dinero facil de conseguir ras Nicholai sofiaba con mujet S, y una larga vida nocturna para disfrutarlo. Morris era mas 24 Albeiro Patifio Builes modesto. De hecho, hubiera sido feliz con un equipo desde el cual pudiera sentarse todo el dia a navegar por la red. Hacia un tiempo alguien habia acufiado la palabra ‘ciberespacie’, y desde que la escuché nadie se la arrebataba de la boca. Se enaba con ella, se lenaba de ella, y en ella parecia en- contrar marafias de cables, rutas que conducian a lugares Jejanos pero sofiados, gentes con las que conversaba dia y noche sobre las posibilidades de entrar en computadores de Estados Unidos. Yo queria viajar. No era mi gran sueio, lo que me Henaria el alma, pero si algo en lo que encontraria diversién, paz, relajamiento, Queria olvidar mucha s cosas. La soledad en la que me mantenian mis padres, los insultos de los muchachos, el malestar que me producia pensar en llegar a casa y encontrarla siempre vacia. Les propuse el viaje. Todos hablabamos al tiempo, pero cuando me escucharon pa- recieron despertar de un suefo. Abrieron los ojos, abrieron la boca. Decidir un sitio no fue tarea dificil. Las Rocosas de Canada nos esperaban. La excursién em- pezo casi sin planearla, sin darnos casi cuenta. Nos llevé cer- ca de diez dias, pero la travesia valid la pena. Igual, no tenia- mos afan. Teniamos suefes, teniamos ganas de divertirnos y teniamos rabia. En la tienda Edge of the World compramos tablas. cha- quetas de poliéster con cierres laterales, pantalones amplios y botas cémodos, capuchas, guantes, tobilleras, gafas . Semana y media después estabamos en Jasper, Al- berta, montados los tres en un teleférico, gritando de conten- tos mientras ibamos rumbo a Mustang Ranch, Ninguno de los tres era snowboarder profesional. Diria que ni aficionado. La idea era viajar. Pero a Nicholai se le ocurrié que fuéramos bien equipados, y nos divirtiéramos en Ja pista de novatos. Si saliamos vivos y un dia regresabamos, Jo hariamos a la de intermedios. En un afio nadie nos sacara de la de avanzados, dijo. Y seguramente tomaremos en arrien- do permanente un hospedaje entre los tres. 25 Albeiro Patifio Builes Por un momento habiamos considerado ir en uno de los carros. En casa de Nicholai habia tres, en la de Morris dos y en la mia uno. Almenos un vehiculo estaba siempre asignado a los hijos. En mi caso, ninguno. Pero ni Nicholai ni Morris estaban interesados en un viaje cémodo. Buscaban, si, poder dormir mientras el viento se colaba por una ventana, mirar Jas plantaciones a lado y lado de la via, a los animales, las montaias de hielo a medida que fuéramos acercandonos a la tierra de las nieves perpetuas. Con los morrales al hombro agarramos camino, Un camino que buscAbamos como a la algo, en el que alguien nos mirara, en el que no debiéramos nada y lo puerta de entrada a un mundo en el que valiéramos tuviéramos todo por conseguir. Por las amplias avenidas asfaltadas de cualquier ciudad norteamericana, se pueden ver rodando a toda velocidad enormes camiones que recogen a necesitados viajeros que sirven de compafia a un cansado chofer. Hay ciudades en Jas que la legislacién lo prohibe. Se castiga a los conductores que se detienen en el camino con el Animo de ofrecer aven- tones. Demasiados desaparecidos, jovenes muertos apenas a metros de la carretera, han prevenido a las autoridades. Pero siempre se consigue quien esté dispuesto a hacerlo de buena fe, o por desconocimiento de la ley. O porque la ley no ha Hegado a las tierras por las que recorren. Canada tiene un excelente servicio de transporte. Trenes atraviesan el pais de costa a costa y de norte a sur. Sélo de- biamos Iegar a Vancouver. Desde Vancouver directo a Jas- per, oa cualquier otro destino de Alberta, Pero también estan Jas lineas de buses. Son reconocidas en todo Canada. No sélo por ser econdmicas, sino también por ser muy confortables. Pero definitivamente la mejor forma de viajar es usando un vehiculo, Las empresas de alquiler de vehiculos estan en los aeropuertos, pequefias poblaciones y grandes ciudades. Te- niendo en cuenta estos servicios previmos nuestro itinerario. Nos aventuramos. Contabamos uno con los otros. Y de to- 26 Albeiro Patifio Builes das formas, llevAbamos dinero para pagar transporte en las yutas en las que fuera definitivamente posible que algui a nos Hevara. En el peor de los casos, podriamos arrendar un Chévrolet. Iriamos hasta nuestro destino y volveriamos en él. Hacer sélo una ruta sale mas costoso. Finalmente, no fue necesario. De remolque en remolque avanzamos de pueblo en pueblo. Y después de cruzar muchos en buse: empezamos a divisar los a4rboles hechos chamizos a lado y lado de la carretera, clavados en la nieve. das| Enmarcado en las Roc y trenes, per es uno de los sitios més espectaculares del mundo. , permanece la mayor parte del aio cubierto de nieve. Los visitantes de todos los hemisferios llegan con sus tablas de ribetes y colores, equipados apenas con lo necesario para una temporada de mucho ajetreo. Los snowboarder aman de este sitio las llegadas aceleradas y los giros increibles. Y que Alberta no es sélo Jasper, sino también hospedajes, lagos enormes y extensos parques para camin Desde el principio, Morris quiso atreverse en la pista de avanzados. Se sintié snowboarder profesional cuando levanté por primera vez la tabla. Para él una caida era como un salto. Diez centimetros lo hacian sentir que superaba la altura del mayor de los obstaculos. Nunca entendié las risas. Nunca ima- gindé que gritabamos para ahogar carcajadas. Y que ibamos de- tras de él porque no teniamos otra opcidn. fhamos guiados por el que tenia mayor coraje. Por aquel para quien la aventura signifi ‘aba heridas, chichones, un brazo roto, un diente menos. Surfear. FE intentar descifrar los términos con que todos se re- ferian a cualquier accion en relacién con este deporte, “Me jodi Jos pifos al pegarme contra el coping del halfpipe tras marcar- me un 720”, Frontside. Goofy. Regular. Backside. Solo pensabamos en comer una vez al dia y dormir dos o tres horas en la madrugada. El reste del tiempo se nos iba al lado de las hogueras, vestidos con chaquetas térmicas para soportar el frio. El fuego era como un refugio. Junto a é] apa- reciamos montones de jévenes cada noche. Llegabamos sin 27 Albeiro Patifio Builes hora fija, nos ibamos en cualquier momento. Algarabias que hablaban de decenas de nosotro: , arrumados para calentar- nos unos a otros, cada uno con su cerveza en la mano. Durante varias noches escuchamos todo un diccionario. Un diccionario que antes no existia para nosotros, y que quizas no volveriamos a escuchar, al menos fuera de Jasper. Mientras un moreno hablaba de deslizarse con la tabla por encima de elementos distintos a la nieve (mesas, barandillas, papeleras, bancos, troncos de arboles), un rubio decia freestyle, y asociaba el halfpipe con los saltos complicados y los trucos enrevesados; abamos doping, y alguien explicaba que es el borde de cada una de las dos paredes del halfpipe, un segundo después sabiamos que goofy pie derecho adelante y el izquierdo atras. Al dia siguiente lo sabiamos todo. O al menos creiamos saber- Jo todo. De nuevo nos atrevimos. Saltos. Contorsiones. Caidas. 180's. 270’s. 3860's, 720s, Half cab’ i i Terminamos en la pista de novatos, como era lo natural. mientras un segundo antes escuc -s llevar el ionales. Igual, en cualquiera pasébamos mas tiempo en el piso que parados sobre las tablas. Los moretones no habian tardado en aparecer. Aunque al dolor lo atenuaba la accién. Pasamos en Jasper dos semanas. Pero Jasper sin dinero no es Jasper. Y era hora de regresar. Tomamos el teleférico sAbado en la maiiana. Minutos des- pués, estabamos en la terminal de Alberta. La Van que nos llevaria por la carretera podia llegar en cualquier momento. Mientras tanto, esperabamos. Unos pensaban, 0 al menos estaban en silencio; otros conversaban: unos sentados; otros de pie, estirando las piernas. El clima era inclemente. Nos arropamos con cuanto encontramos en las bolsas de viaje. Miramos a lado y lado, a la espera. Una espera que se pro- Jongaba, que se alargaba, que parecia hacerse infinita al azo- te del viento que lanzaba rafagas, a veces, como si quisiera personas. Y con cada una, conseguir un cupo se volvia una tarea cada sacarnos del camino o meternos en é1. Llegaron otre 28 Albeiro Patifio Builes vez mas dificil. Consideramos regresar cada uno por separa- do, dependiendo de la disponibilidad de los transportes que arribaran. Nos miramos. El silencio era cémplice de pensa- mientos que queriamos pero nos negdbamos a expresar. Ni- cholai fue el primero que abrié la boca. Lo secundé. Pronto nos pusimos de acuerdo. [1 viaje era largo. Juntos habiamos llegado y juntos decidimos regresar. Pasaron las horas. Lle- gando la tarde, se detuvo un camién que llevaba nuestra ruta y que iba descargado. Todos los que esperabamos, cerca de diez, pudimos avanzar hasta la siguiente ciudad. Senta- do, la espalda encor vada, miraba a través de los vitres entre Ja cortina y la ventana el paisaje que atravesdbamos. Am- plios prados golpeados por el frio. Arboles sin hojas. Gramas quemadas. Montones de hiclo atravesados en el] camino, como si alguien los hubiera puesto o ellos se arrumaran a propésito. Dormimos. Volvimos a despertar. E] hambre era como manecillas en un reloj dando vuelta n fin. Cerca de cuatro horas mas tarde, una joven frente a mi abrié la boca en un largo bostezo. Pare accidentado sueio de muchas pesadillas. Se senté y fijé sus ojos en los mios. También yo la miré. Sonreimos sin decir nada. Hasta que ella bajé la cabeza, miré su regazo y se puso a jugar con las manos. Parecia mayor que yo algunos regresar de lo que pudo ser un anos. Calculé cinco o seis. Poseia una belleza desafiante. Nos mirabamos de tanto en vez, como si quisiéramos calcular cuantas veces estaba cada uno mirando al otro, y cuantas scubierto in fraganti. Mientras el camion atravesaba un largo sembrado que cubria cientos de metros de establos pavorosamente olorosos, los que habian conciliado el suefio era di fueron despertando, Olor a caballos. Olor a estiéreol de ca- ballo. Refugiados del invierno y esperando la hora de salir. Los que despertaban hac! ‘as, se tapaban la nariz an muet con dos dedos 0 con un panuelo. Alguno que otro conté un chiste buscando hacernos reir. Se Hamaba Wanda Lennyce. Eso lo supe una vez nos ba- 29 Albeiro Patifio Builes jamos del camién en Guio. Una pequena localidad que al- bergaba un pesebre increible. La mitad de los viajeros tomé camino hacia el este. Los demas, incluida ella, esperamos otro avent6n que nos Ilevara hacia el sur. Nicholai y Morris se acercaron a la mujer. Se presentaron a si mismos. Uno de sus arrebatos de chabacaneria. Mi seriedad los apabullé. Siguieron en silencio, serios. Tal vez cansados. Parecian anhelar que pronto se pudiera decir que habiamos Ilegado a casa. A esa casa que aunque la mayor parte del tiempo estaba sola, era la ca llegar. I sentimos que la vida tiene un sentido, y que si algo pasa, a, Hse lugar al que siempre deseamos Jn el que verdaderamente de: ansamos. En el que algo malo, es alli donde, si no se resuelve, al menos se puede pensar que asi sera. Wanda Lennyce haria nuestro mismo itinerario. Era oriunda de La Florida. Naci en Miramar, me dijo. Vivia cerca de Los Angeles con dos amig Todas esperaban ser un dia actrices en Hollywood. Mientras tanto, para ganarse la vida, bailaban cada noche en Arc’Terix, un night club en las playas ptblicas de Malibu. En el viaje de regreso tuvimos mucha mis suerte que en. el de ida. Cambiamos de transporte cinco veces. Cada con- ductor era otro joven aloeado. Conducian a gran velocidad; al ritmo de los nuevos géneros musicales que empezaban a adornar los ochenta. Nos despedimos sin afan. Nicholai y Morris se acercaron a Wanda y le hicieron un comentario en mofa. Luego se ric- ron y se retiraron. Me acerqué a ella para despedirme. Su rostro era palido y ters de que queria volver a verla. Asi se lo dije después de un sua- 0. Sus labios muy rojos. Estaba seguro ve beso en la mejilla, y antes de que ella se acereara a una pelirroja con la que con frecuencia la habia visto compartir durante el viaje. Era una de sus permanentes acompafian- tes. Las vi partir. Luego, aleancé a los muchaehos. 30 Albeiro Patifio Builes WASHINGTON. Martes 14 de febrero de 1995, 08:00 horas Downtown de Washington D.C. El centro de la capital. Don- de e] gobierno se une as bellas artes y los mas atractivos restaurantes y lugares de entretenimiento. Tam- bién se encuentran un centro deportivo, el Museo Nacional de la Construccién y el centro de convenciones. Esta localiza- do en la ruta 395, entre la avenida Massachusetts, la Consti- tution y la Casa Blanca. Y cerca de la gran mole comercial, el edificio J, Edgar Hoover, sede de las instalaciones del Fi. Ben Rowler era agente especial desde 1990. Se habia con- vertido en un experto de las telecomunicaciones y la informati- ca. Computer Sciences Engineer por la Universidad de Pardue. Doctor en Informatica por la Universidad de Paris VI. Una vez graduado se vincul6 como Project Leader para la I1so.° —Con el surgimiento de la informatica —dijo Ben Rowler al auditorio, un escuadrén élite creado para una labor es- pecial—, surgieron nuevas posibilidades para las compa usuarias de la tecnologia. Pero también nuevos y novedos retos para los amigos de lo ajeno. Este ultimo grupo revo- lucioné, a su vez, las empresas de seguridad nacionales ¢ internacionales. Estas debicron plantear alternativas para controlar los fraudes, los ataques a paginas en la red y, en general, el (errorismo cibernético. r. Alguien puede pensar en vikingos, tal vez en Olafo; otro puede pensar en Sandokan. Lo cierto es que en el contexto en el que la uti- *Seguramente la palabra ‘pirata’ nos ha lizamos hoy, denota realmente una terrible pesadilla. {Por ? Porque hay muchos en el mundo. Si, asi es. Los hay por n. Pero como dice el refran, el que ino- si6n y por omis centemente peca, inocentemente se condena. Todos sabemos que el desconocimiento de la ley no exime a nadie de su eum- plimiento. Nos guste o no, es asi, Asi es que hay que tener los ojos abiertos, ser rigurosos, con nosotros y con los otros. 31 Albeiro Patifio Builes "Una clase particular de pirata de nuestro tiempo, es el que usa ilegalmente ol software desarrollado por un tercero. Es deci el propietario tiene derecho. jo usa sin permiso, y sin reconocer el beneficio a que “La palabra pirata es hoy bastante comin, Pero quien la asocié por primera vez al uso ilegal del software fue William Gates,’ en 1976, en su “Carta abierta a los hobbistas”.* Me- diante ésta, expresé su protesta. Muchos usuarios de compu- tadores estaban usando un software desarrollado por él sin su autorizacion, En todo el mundo hay tratamientos diferentes para quie- nes piratean con el software. [stan los que sdélo lo usan, estan los que lo comercializan. En algunos paises, el uso del software ilegal esta sujeto a sanciones y penalidades. La co- mercializacion es un agravante. La pena por este delito varia desde menos de cinco afios de pri hasta c: n para usuarios finales, i diez para los comercializadores. Siguié un silencio largo. Ben Rowler daba vuelta a las hojas sobre el atril. Buscaba dar tiempo a los asistentes para expresarse, para respirar, para tomar agua. Reaccio- nes en algunos rostros que miré produjeron un positive eco en su cabeza. Como si se convenciera del efectismo de las palabras. Vio ojos fijos en los suy . como si pensaran en vio Jo ltimo que habia dicho; vio ojos clavados en papele: hombres que conversaban, hombres que parecian pensar. Después de cinco segundos se afané en seguir con su discur- so, a pesar de que algunos todavia no volvian de su tempo- ral dispersién. Ben Rowler tomé el vaso de agua, y bebié. Luego continud: —Elapelativo de “hacker”® se creé a fines del siglo pasado. Cuando Estados Unidos se convirtié en el destino preferido de los emigrantes de todos los paises del mundo, El “pais de Jas oportunidades’. Bienestar econémico y progreso. Lo que todos buscan. Lo que todos buscamos. La promesa de una vida mejor, a veces cueste lo que cueste. Los hackers eran 32 Albeiro Patifio Builes trabajadores informales. Se pasaban el dia bajando maletas y bultos de los barcos. Llegaban por cantidades a los puertos de Nueva York y San Francisco. Eran trabajadores infatiga- bles. Laboraban muchas veces sin des cansar, y hasta dor- mian y comian entre los bultos de los muelles. Hoy la palabra cuenta con varias acepciones. La mas popular, la atribuida a “una persona contratada para un trabaje rutinario”. Estos trabajos son normalmente tediosos, de entrega total. "Aplicada en la computacién, la palabra hacker se refie- re a la persona que se dedica a una tarea de inv Il fuerzos que superan los que dedica un hombre promedio a stigacion an dedicando grandes esfuerz 0 desarrollo. La rez Es- cualquier actividad. Estas personas anteponen la pasién a Jo que hacen. En otras palabras, el hacker es alguien que ama los computadores y se dedica a ellos mas alla de todo limite. Los uno ochenta de estatura de Ben Rowler se dobla- ron por la cintura. De la pequefia mesa a su derecha, a un Jado del atril, tomé el vaso con agua. Bebié varios sorbos. Se dispuso de nuevo, acomodando la blazer en su cuerpo quemado por el sol de las tltimas vacaciones. Un rapido paneo a la concurrencia le permitié enfrentar momentanea- mente la inexpresiva mirada del director del Fgi. En perso- na habia abierto la conferencia. Luego detuvo dos segundos su mirada en la de Ayato Sakura. Le disparé un complice ra que la batalla contra El Haleén la habian empezado a ganar en el momento en que se abrid, dos horas atras, el auditorio. Los demas asis- tentes eran todos miembros de distintos departamentos de gesto con los ojos. Como si le dij la agencia. Quince hombres en total, algunos sedientos de protagonismo. —Cracker es aquella persona —continud su discurso Ben Rowler— que usa sus conocimientos en computacion, obstina- damente, para luchar en contra de lo que le prohiben. Cuan- do busca la forma de bloquear protecciones, no descansa 33 Albeiro Patifio Builes hasta que lo logra. Algunos crackers usan programas propios. Otros, los que se dis ribuyen gratuitamente en Internet. El gran lio es que estos personajes son demasiado generosos en- tre ellos. Las herramientas y utilidades que desarrollan las comparten entre si. Finalmente, cualquier cracker, con una rutina desbloqueadora de claves de acceso y un generador de nwmeros en forma aleatoria, automaticamente, logra vulne- rar cualquier ingreso a un sistema. "Antes de Iegar a ser un cracker se debe ser un buen hac- ker, Asimismo. se debe mencionar que no todos los hackers se convierten en crackers. ’E 1] phreaker es, ante todo, un genio de la telefonia. Pue- de hacer alarde de sus amplios conocimientos. Y no sélo los tiene. Los usa. El phreaker es reservado, solitario —como el mismo hacker o cracker—. Pero su osadia le permite Wegar a realizar actividades no autorizadas con sus lineas. *Los phreaker han sabido explotar al mAximo el adveni- miento de la telefonia celular digital: cuentan con mayor ve- Jocidad en el manejo de voz, limitada velocidad en el manejo de datos, pero servicios auxiliares como los Sus.'° Han tenido que enfrentarse a la aparicién de los protocolos de 2G,!! que ofrecen diferentes niveles de encripcién.” Pero han sabido sacar provecho del reto: construyen equipos electrénicos ar- tesanales que pueden interceptay, y hasta ejecutar, Hamadas desde aparatos telefénicos celulares sin que el titular se per- cate de ello. En Internet se distribuyen planos con las ins- trucciones y nomenclaturas de los componentes para cons- truir diversos modelos de estos aparatos. ’Finalmente, llegamos al delincuente informatico. Pode- mos estar refiriéndonos a una persona 0 a un grupo de per- sonas. Ya sea individualmente o en forma asociada, realizan actividades ilegales haciendo uso de computadores. E] agra- vio al tercero lo realizan de manera local 0 a través de Inter- net. Una de las practicas mas conocidas es la de interceptar compras “en linea”. Se apropian de datos como el nombre del 34 Albeiro Patifio Builes titular, el nimero de la tarjeta de crédito y la fecha de expi- racién. Los datos necesari para usar el producto. Luego, haciendo uso de la informacién, realizan diversas compras. Ben Rowler movié la cabeza acercandola a cada hombro mientras decia: —La tarea de seguir y capturar a esta gente no es de aho- ra. El gobierno es consciente del enorme perjuicio. De tiempo atras se ha ocupado de crear estrategias para trabajar en dos frentes: el primero, la proteccién de Ios legales; el segundo, el seguimiento, la localizacién y captura de los ilegales. Aun- que no podemos decir que ya estemos maduros. Las leyes no son rigidas. Muchas de las capturas que hacemos terminan en libertad condicional, simples amonestaciones, alguna exi- gencia de trabajos a favor de la comunidad. Cosas que no escarmientan. Pero no podemos dejar de condenar las actua- ciones de estos hombres, porque el tiempo y la impunidad pueden hacerlos tomar fuerza. De hecho ha sucedido asi, y el gobierno lo sabe. ”Desde hace algtn tiempo, el I’31 emplea diferentes pro- ductos de software centinelas. Carnivore y Echelon son ape- nas dos de ellos. Espian a los usuarios de Internet. Reciente- mente, el Senado norteamericano nos concedi6 la facultad de utilizar estos productos sin autorizacién judicial. Fijo sus ojos en el auditorio —Aqui, en este momento, comienza nuestro trabajo. Guard6 silencio unos segundos. Luego dijo a los asisten- tes que podian salir al break. Los cité de nuevo en quince minutos. Cerré la agenda donde tenia sus apuntes, y se fue hacia donde el director del F's y Ayato Sakura se daban un apretén de manos para despedirse. Igual hizo el jefe con Ben Rowler. Finalmente se alejé. Ben Rawler y Ayato Sakura salieron al hall mientras con- versaban. 35 Albeiro Patifio Builes Eureka, CALIFORNIA. Septiembre de 1981 En los archivos de seguridad del estado de California figura- ba como un infractor de la ley. Con Nicholai Morrison y Morris Fachio, cualquier tarde decidieron entrar al sistema Unix de la companiia Cosmos de Pacific Bell. Cosmos" era una enorme base de datos. La utili- zaban la mayor parte de las compaiiias norteamericanas. [ra el mecanismo perfecto para controlar el registro de Ilamadas de los usuarios inscritos. Morris, que habia leide sobre el es- tandar de comunicacién de Arpanet,'' nop," se encargd de obtener una lista de direcciones de computadores pegados a la red. Un caudal de paquetes en el computador fuente, y el uso de un comando que permitia conocer la ruta seguida por los paquetes,'’ le permitié lograr el objetivo. Con la lista de direcciones, y luego de muchas eliminaciones, suposiciones y toda clase de conjeturas, encontraron la correspondiente al servidor Unix de Cosmos. En el procedimiento posterior participaron los tres. Cada uno a su modo. Depuraron una exten lista que qued6 reducida a un nombre. E] proceso Juego habria de servir a todos en sus futuras actividades ili- citas. Consistié en un falseamiento de la direccién 1P,"’ en el que tras investigar las relaciones de confianza de los compu- tadores de la compania, consiguicron hacerse pasar por una de las maquinas que tenian acceso a la red. El paso siguiente fue obtener un usuario y una contrasefia —Y en un sistema Unix —dijo Simon—, {qué mejor lugar s0 que un /etc/password? para conseguir una clave de ace El rostro de Nicholai era elecuente, Una expresién de du- bitativa sorpresa se dibujaba en sus ojos. Simon aclaré: un fichero que ‘ontiene los username y password, asi como otra informacién asociada. de todos aquellos a los que se les ha dado acceso al sistema. —Cada linea de fichero corresponde a un usuario —dijo Morris dirigiéndose también a Nicholai, como si entre los 36 Albeiro Patifio Builes dos amigos tacitamente hubieran decidido alfabetizarlo en el tema de la intrusién fructuosa; Morris estaba sentado frente al computador y, en cierta forma, comandaba las operaciones que realizaban—. De aqui obtendremos el nombre real, el user id, el password encriptado y el directorio en el que esta su cuenta. —jVaya! —dijo Nicholai. Los sistemas Unix siempre ha- bian representado para él una frustraci6n apabullante. —El formato puede variar un poco —agregé Morris—, pero basicamente es éste. Simon sonreia como para si mismo. —Cada campo esta separado por dos puntos del anterior y del siguiente —dijo, irguiéndose, con las manos en los holsillos—. En algunas lineas, el campo password es un aste- risco. Como tal, esta encriptado, y es invalido; es decir, no se corresponde con ningtin pas cio dos segundos, luego continué—, |. word. Por tanto —guardé silen- cuentas que tienen un asterisco en el campo password no nos dejaran entrar. Morris y Nicholai se volvieron al tiempo hacia Simon. Este le dio una palmada en el hombro a Morris, para que se pusiera de pie y le cediera el asiento frente al equipo; Morris Jo hizo a toda pri tvas trabajaba, dijo: sa; Simon se sent6, tomé el mando y, mien- -_id es cero, como el Root —mird —Los usuarios cuyo use! a cada uno de los compafieros con una picara mueca en el rostro—, son usuarios administradores para todos los efectos. Sefialé en la pantalla un nombre, resaltandolo al arras- trar el cursor, luego dijo: —Como pueden ver, USERS tiene user_id cero. Volvié a mirarlos. Simultaneamente, con la mano izquier- da golpeé a Morris y con la derecha a Nicholai. Estos se en- contraban muy pegados a la silla tras é1. Luego dijo muy len- tamente: —O sea, es administrador. Nicholai se apresuré a hablar. Intentaba no quedarse 37 Albeiro Patifio Builes atras y evidenciar su desconocimiento; salirle adelante a las expresion de sorpresa y a las palabras sin interés para sus amigos. Dijo: —Bien, ahora hay que desencriptarlo. EE] problema —interrumpié Simon—, es que el mecanis- mo de encrip' puede desencriptar. —,Entonces? —pregunté Nicholai. Un calor abochornan- te le subia a la cara. n de Unrx no es reversible. El password no se Morris no respondié, Miraba a Simon como si lo endios ra, o como si le dijera: “habla ta, que lo sabes todo”. Simon, por su parte, apreté los puiios, entrecerré los oj 16 la 3, tore! boca. Parecia que el humo invisible de un cigarrillo inexis- tente le fastidiara en la cara. Luego dijo, a modo de pregunta a si mismo, mientras escribia: mo hace el login®* para saber si el password que le has puesto es el correcto? —volvié a mirar alternativamen- te a los dos muc! thos—. Pues lo que hace es encriptarlo. Luego compara el password encriptado con lo que hay en el fichero. Si coincide... es que el password que has puesto es el del fichero, pero desencriptado. Simon guard6 silencio por cinco segundos, como si quisie- ya saber si Morris y Nicholai lo seguian en su explicaci6n. Fi- nalmente, seguro de que entendian perfectamente lo que les estaba diciendo, continué su catedra monologada, mientras escribia en el teclado: —La forma de atacar un fichero de passwords de Unix es precisamente la misma que usa el login para verificar un password: encriptar muchas palabras; tantas como se pue- dan; y comprobar cada una contra la encriptada en el fichero para ver si coinciden. Si es asi ya tenemos un password; si no, probamos otra palabra, Para hacer esto mas facil nece- sitaremos tres cosas: una lista de palabras para probar, una lista con los pa Jas pruebas. words encriptados y un programa que haga 38 Albeiro Patifio Builes La casa de Simon era un lugar de encuentro. Siempre ha- bia sido de puertas abiertas para sus contados amigos. Tam- bién eran bienvenidas sus mujeres. A veces llegaban vestidas con blusas escotadas, faldas nimias, tacones altos. Apenas si pedian permiso para entrar, y seguian al mezanine. Una especie de cuarto wtil destinado a multiples servicios. Alli se desvestian, se despeinaban, enredaban los cuerpos. Quic- nes escuchaban los gritos hacian apuestas: por la que gritara amas fuerte; por la que salieva despavorida mas rapido; por la que aguantara hasta el final y saliera sonriente y feliz. Las mujeres de Nicholai eran las mas perjudicadas. Ba- jaban apresuradas las escalas: algunas cuando apenas lo veian, otras cuando lo sentian subir piernas arriba. No fal- taba la que aguantara hasta el final. Un final que era como meterse en un suefo y salir despierto para seguir sofiando. A veces el suefio era una pesadilla. Por eso algunas volvian. Otras no. Pero tanto las que volvian como las que no, dejaban algo bien explicito: el hombre tenia una verga grande que se ponia dura como una piedra que entraba y salia cortan- do como una guadafia. Siempre alguna lo andaba buscando. Llegaban preguntando por Nicholai Morrison, como quien. pregunta por el hombre de la cosa larga y dura, y salian gri- tando “desgraciado”, como si dijeran “entonces era verdad”. Mientras Simon escribia el programa que encriptara las palabras y las comparara con los passwords encriptados, son6 el timbre de la puerta. Por los visillos de puerta y ven- tanas entré la risa de muchas mujeres. Desde adentro se les escuché salir corriendo. Cuando Morris abrio, una, la novia de Nicholai, parecié enfrentarlo. Se Ilamaba Magy. Tenia el cabello rubio, aunque en las raices se adivinaba la cantidad de tinte que se le habia caido; sus ojos eran brillantes y azu- les; en sus labios delgados un lunar negro sobresalia; era alta, rellena de senos y caderas, vy vestia de forma liberal, moderna. Tenia los brazos cruzados, como si regafara. Con Jos ojos pregunté. Morris Lamé de un grito. La voz cruzé el 39 Albeiro Patifio Builes pasillo, entré al cuarto y terminé por meterse en los oidos de Nicholai, pero Nicholai no salié. Estaba ensimismado frente al computador. Parecia meter mas que los ojos en Ja panta- lla, no ver otra cosa que instrucciones, no escuchar. La mujer se paré tras 6]. Con su aliento le golpeé la oreja. Pero aun asi, Nicholai ni se percaté de su presencia. Simon volted, miré a Nicholai y le dijo, sin siquiera preguntarle a la muchacha como estaba: —Pueden subir. Magy se quedé parada en una baldosa, pasmada, casi sin respirar. Se mordia los labios. Con sus senos duros y erectos rozaba la espalda de Nicholai. Su molestia se convirtid en ternura y su afan en curiosidad. De pronto estaba pregun- tando qué hacian. Por qué, Como. Cuando. Nicholai le fue contando algunas de las cosas que sabia. Le hablé de lo que funcionaba y de lo que faltaba por conocer. De accesos, de faltas de autoriz cién, de violacién a emas. Pronto la mu- chacha estaba empapada de ésta y de otras de sus fechorias pasadas. Cuando Nicholai terminé de hablar, ya Simon estaba eje- cutando el programa. Corrié apenas ocho minutos y treinta y tres segundos. Y sin mas, como revienta en el air ba que se pincha con un alfiler, estrell6 contra la pantalla el una bom- mensaje en fondo azul que los hizo gritar: Start Hack 0.5; Simon pre desaparecié. El prompt'® no se hizo esperar: —WELCOME TO Cosmos —dijo Nicholai. —Pacific Bell es nuestro —dijo finalmente Simon con toda B 833” 26667 ciclos por segundo. en fondo azul ioné la tecla Enter. FE] mensaj Ja arrogancia de que fue capaz. Scareface. Asi lo Hamaban sus compaiieros sin que él se die- ra cuenta. Un oficial incorruptible. Habia dedicado treinta 40 Albeiro Patifio Builes aios de su vida al servicio policivo. Su principal afan era esperar a que le llegara la carta de notificacién de retire de servicio activo. Tenia una larga cicatriz roma y roja en la mejilla izquierda. El recuerdo que le habia dejado alguien a quien mandé preso, Le habia lanzado un envién que lo atra- ve y alcanz6 a cortarle la lengua. De eso ya hacia quince anos. Pero cada que un muchacho de menos de veinte caia en sus manos, sentia deseos de vengarse en é] por todos sus afios de furia acumulada. El dia que Seareface y Luke Temp hablaron fue el ultimo en. que, al menos en Eureka, padre e hijo se miraron a los ojos. La notificacién del encarcelamiento de Simon Temp le llegé a su padre a las siete de la manana. Dos oficiales lo al- canzaron para pedirle que identificara a un hombre en una foto. Lo reconocié como su hijo. Un joven con el que poco ha- blaba, pero del que no tenia qué sentir. Uno de los oficiales le pregunté sabia dénde estaba. Hl respondid que si, que de seguro en Ci sa, durmiendo. FE] otro le pregunté cuanto hacia que no hablaba con él. Luke Temp no supo qué responder. No Jo sabia. FE] oficial le dijo que Simon Temp llevaba dos dias detenido en la estacién de policia, y que esperaba sentencia en una corte juvenil para definir su condena. Sin mas palabras, los oficiales le pidieron que los acompa- fiara. En el camino le ii n deseubriendo mas detalles de quien habia robado, con la complicidad de dos amigos, informacién valorada en doscientos mil délares de una compaiiia telefonica. Desde aquel momento, Luke Temp no escuché nada. En- simismado. No comprendia eso de que Simon estaba dete- nido por robar informaci6n. Creia haber escuchado mal. Lo imagin6 entrando armado a una tienda de licores, a una far- macia, a un supermercado en las afueras de la ciudad. Poca gente. Por aquello de que enfrentar las miradas inquisidoras de Jos amenazados fuera algo soportable. Entre las asi das victimas le parecié ver a la joven con la que vivia hacia ta- mas de cinco meses. La imaginé con el pelo mojado, largo, 4l Albeiro Patifio Builes rubio, con la piel blanca, con sus pantaletas nimias con las que sin reparos recorria la casa. Aquellos pensamientos tra- ‘a, Sintid deseos jeron a su mente la idea de un viaje a la play: de bailar y de apretarla mientras le hacia el amor bajo las aguas del mar. A la vista de todo el mundo, Sin que nadie dijera una sola palabra. De pronto se vio entrando en la suite de Melrose Hotel. Su mujer en Jos brazos. La tird en la cama como silanzara un costal de ropa sucia. Le cayé encima. Ella abrié las piernas. Subia y bajaba loca y acaloradamente. Los y las siseos palabras lujuriosas de su hembra se mezclaron con voces extrafias. Y los ojos muy abiertos de ella, desorbi- tados, mirando fijos, estaticos, se convirtieron de pronto en otros ojos; unos que no lo dejaban mientras le decian: “Seftor, gesta escuchando’ Luke Temp se sintié avergonzado. Como si hubiera sido descubierto en flagrante culpa por el oficial. Anduvo con la cabeza baja. Como escoltado por el viento que atravesé con él Ja puerta de la estaci6n de policia. Lo acompafiaron hasta la entrada de una oficina. Cruzd. Tras él se cerré la puerta de cedro que se hubiera ajustado mas a una mansién en Beverly Hills, que a la oficina de un oficial de policia. Jim Gunn —le dijo el hombre en uniforme tras el es- critorio. Le ofrecié la mano. Luke Temp no pudo evitar mi- rar la cicatriz en la mejilla. Sentia que no debia fijarse tan empecinadamente, pero no podia apartar la vista. Y aunque Jo hacia, volvia a fijarse. Abrié los dedos y apreté aquellos nudillos fuertes y morenos—. Y no se preocupe. Sé que la cicatriz es lamativa. —Luke Temp —dijo, apartando sus ojos de la cicatriz y posandolos en los labios que hablaban. Prefirié no hacer co- mentarios, —Lo sé, sefior Temp. Llevamos dias intentando localizarlo. Y la verdad es que aunque quisiera darle una tunda a su hijo, también entiendo por qué se comporta como lo hace. No 42 L relate eA a ae Roem CMe ACR eT sle RCE Le BVT) escritura literarias. Se trata, en resumen, de una modalidad ail rc olestantole ar RoC Mi mille Clo Ren nero el las computadoras y la informatica, La novela responde a un nuevo lenguaje. ¥ éste no es mas que el reflejo acerado, frio y sin alma del mundo moderno de los hombres que viven conde- nados al vértigo tecnificado de la cibernética. El papel del lenguaje en Bandidos y hackers es esencial. Y es que el mundo del crimen, en esta insdlita novela, encarna en una comuni- cacién encriptada que se transforma, poco a poco, en un enigma digno de ser interpretado. Bandidos y hackers es, por otro lado, la historia de un hacker —Simon Temp—, pero también es un recuento de los hackers mas célebres de la histo- tia y, ademas, un relato minuciosamente documentado de la informatica. En esta novela, por otra parte, desfila una gélida soledad humana. Una herida ontoldgica, y por ello mismo irreversible y sin cura, atraviesa la vida de estos hombres para quienes sdlo importan una computadora portatil, un celular y la posibilidad de hacer el mal a quienes indefectiblemente realizan un mal mil veces peor: las ubicuas redes bancarias, las gigantescas y feroces multinacionales, los totalitarios aparatos de la inteligencia estatal’ Delacta del Jurado ISBN 978-958-714- WHT <¢ I CCC ae Tne) Pan aol ST 89587140286

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