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Máquinas de lectura poética: Conversación con el escritor y docente Fernando Murat

Recientemente Revista Transas tuvo la oportunidad de conversar con el profesor,


periodista y escritor argentino Fernando Murat acerca de diversos temas literarios,
pero especialmente sobre su labor como tallerista de poesía en la Biblioteca Nacional.
El profesor Murat, quien actualmente ejerce en la carrera de Artes de la Escritura de la
Universidad Nacional de las Artes, también nos compartió varias ideas acerca de su
concepción del ejercicio poético a nivel creativo y crítico para aplicar en los talleres,
ciertas figuras literarias que han perfilado su trabajo como lector de poesía, y sobre su
propia producción publicada y próxima a salir, como el libro de crítica literaria Fábulas
morales y soluciones extraordinarias. Fernando Murat se ha desempeñado anteriormente
como profesor en la carrera de Letras de la UBA, fue secretario de redacción de la
agencia Diarios y Noticias (DyN) y a su vez editor de la mesa para América Latina de la
agencia de noticias italiana Ansa.

* * *

Revista Transas: Profesor Murat ¿usted considera que la poesía se puede enseñar?

Fernando Murat: Yo creo que uno puede transmitir mecanismos de lectura: formas,
sistemas, estrategias para abordar objetos, en este caso la poesía, dentro de lo que es el
marco más amplio que es la literatura. Si uno puede enseñar poesía, en lo que yo llevo,
lo que en verdad se puede transmitir, son formas de leer. Quien está escuchando o
quien participa en el curso, va a percibir una ingeniería de trabajo que le permita a él
mismo después abordar ese objeto que en principio, para el lector común, y para el
crítico también, es uno de los objetos que se presenta con más opacidad de la literatura.

Digo que la poesía es uno de los elementos más opacos que la literatura presenta,
porque es un objeto que tiende a silenciar al crítico, o el crítico suele tener una relación
casi mimética con el poema, y termina escribiendo un texto que cuenta en el poema de
otro modo, que es bastante común, se pega de la lengua del poema o al sentido del
poema, y no logra generar un trabajo sobre el poema, salir del poema y estructurar una
lectura; algo que dé cuenta de eso que está ahí, que es el poema o la poesía o el corpus
de texto según cual sea el objeto que uno está trabajando.

A mí me parece que uno lo que puede transmitir son estrategias de lectura, formas
de leer, sin que eso implique que uno tenga que, cuando formula la lectura, bajar el
instrumental teórico que agobia al que está escuchando. Yo soy partidario de que ese
instrumental que uno tiene de años de lectura, ese material sedimentado, esté en
funcionamiento en la lectura que uno hace, y no necesariamente explicitarlo. Que la
teoría sea un instrumental para leer ese objeto que estamos leyendo en ese momento.
Sea Rubén Darío, sea Susana Teno, cualquiera sea el texto que uno está leyendo, que el
instrumental esté trabajando en la base de lo que uno va a formular. Uno de los riesgos
de la crítica, es la crítica aplicada, la lectura aplicada. Tengo un cuerpo teórico y lo
aplico a este objeto de la literatura y de la poesía, porque me sirve, porque es más
sencillo; eso tiende a cerrar el texto, a no esperar cuál es la demanda que el objeto tiene,
sino ir con un aparato previo, para montarlo sobre el objeto. Entonces el objeto va a
responder siempre a la misma pregunta. En realidad se trata de esperar que el objeto
formule su demanda para ver cuál es el instrumental que yo tengo para eso; y
eventualmente la teoría no tiene un trabajo bien explícito en la lectura, sino que ya
tengo los instrumentales en mi cabeza funcionando, y la lectura es la lectura.

Se pueden transmitir estrategias de leer, formas de leer, formas de organizar una


lectura, formas de sistematizarla, formas incluso de “formar” un sistema. Nosotros
ahora en la UNA (Universidad Nacional de las Artes), en la parte que versaba sobre
modernismo y vanguardia, en realidad yo les propuse formar un sistema de textos que
no dependiera ni de la obra ni del autor, sino que se efectuara a partir de los textos que
adentramos en ese sistema; entonces hicimos entrar a Rubén Darío con un poema, a
Delmira Agustini con otro poema, a Vicente Huidobro, y vemos cómo ese sistema
trabaja esos poemas, y como cada poema que ingresa, unifica la estructura misma del
sistema; esto es una forma de leerlo. Y este método está dando ciertos resultados: les
cuesta un poco, pero funciona.

RT: En esta estrategia de los sistemas y de los elementos para abordar el análisis de
un poema, ¿cuáles son los teóricos con los que usted siente más afinidad?

FM: Hay dos personas con las que yo aprendí casi todo lo que se podía aprender.
Una es Ramón Alcalde, profesor mío de griego; nos hicimos amigos en la UBA
(Universidad de Buenos Aires), cuando yo era chico, y de él aprendí la rigurosidad en el
trabajo con la literatura. Incluso de él aprendí la rigurosidad de no estar muy atento a las
modas de la teoría, sino estar atento a los sistemas, esencialmente.

Y la otra persona de la cual yo tengo que decir que aprendí muchísimo y que le debo
casi todo es Josefina Ludmer, y con ella sí aprendí a formular un sistema. Ella es una
máquina de lectura y poeta en acción. También agregaría dos teóricos y críticos en los
cuales me basé en muchos. Aunque en definitiva uno va tomado elementos de todos
lados. Si tengo que nombrar a un crítico que me haya iluminado, este fue Walter
Benjamin; en su trabajo sobre Baudelaire, es algo que uno estudia y se dice a sí mismo,
todo está acá, es increíble. Auerbach, con Mímesis, David Viñas con Literatura argentina y
realidad política... distintas formas de leer, distintas estrategias, pero en definitiva,
máquinas muy severas de lectura, con distintos resultados, con distintos instrumentales
también, pero con la severidad del crítico. Yo diría que si tengo que nombrar
paradigmas que me sirvan a mí, que sean un alimento en lo cotidiano, diría que a ellos
siempre los llevo encima. Cada vez que leo, los tengo a ellos con mirada atenta,
eligiendo lo más apropiado para el caso. También mencionaría la pasión para leer de
Enrique Pezzoni. Fue un profesor que yo no conocí, pero fue un primer profesor en
serio que yo tuve en la facultad apenas entré, y fue una sorpresa comprender la
literatura en ese universo que planeaba Pezzoni, especialmente esa pasión por leer y esa
pasión por la rigurosidad; a él también le debo algo.

RT: ¿Para usted cómo funciona el trabajo en el taller de poesía, teniendo en cuenta
la heterogeneidad de las personas que conforman esos grupos?

FM: Tomando como ejemplo el taller de la biblioteca que es el que vos conocés, -
aunque esa experiencia se puede dar en otras zonas- debo decir que a mí no me gusta
mucho el taller de escritura correctivo, el de la consigna fácil para que se la lleven a la
casa y traigan un cuento o un poema. No confío mucho en esa práctica. Tampoco
confío mucho en la corrección, en corregir a los escritores, sino más bien, en
acompañar a los escritores por donde ellos estén decidiendo ir y luego uno ve qué
puede hacerse con eso. En este taller que he mencionado, lo que nosotros hacíamos es
recibir los textos antes, y formular lecturas sobre los textos. Leer esos textos de las
personas que participaban en el taller, del mismo modo que habíamos leído hasta ese
momento textos de Borges, textos de Rubén Darío, textos de Bécquer, habíamos leído
una cantidad de cosas, y viste que la práctica de lectura sobre los textos que traían, era
una práctica que desarrollábamos a su vez en la producción de los asistentes, tal y como
la formulada con los poetas de renombre.

Eso a mí me dio muy buenos resultados, porque lo que yo percibí en este taller en
particular y en otros también, es que nunca hay que apartar como un axioma
importante la siguiente idea: nunca subestimes a tu auditorio, no hagas caso a cuando te
dicen, bueno no, mirá, es muy heterogéneo, hay que llevar otra cosa, y la recepción por
ejemplo, en el taller de la biblioteca, en cuanto a la parte teórica, había sido muy
positiva, muy alta, querían más de eso. Y entonces eso también te entusiasma, porque la
gente que no está en una instancia académica en este caso, asumía el proceso de crítica
paulatinamente y de forma creciente, pues había que escuchar y trabajar sobre formas
de leer en vez de desplegar cuentitos sobre la literatura.
Entonces yo trato de generar una práctica de lectura sobre los textos que traen, para
que en esa práctica de lectura se genere alguna otra cosa en el interior del taller. Eso yo
vi que no se hace habitualmente, y a mí me ha dado muy buenos resultados. Ahí el tema
es, no, esto lo hiciste mal, o esto lo hiciste bien, porque en definitiva, quien sabe lo que
un escritor está haciendo mal o está haciendo bien. En realidad yo les decía, sería bueno
saber si vamos a tener en el futuro una literatura de los editores o una literatura de los
escritores. Qué vamos a saber del estado de la literatura actual dentro de cincuenta
años, si en realidad tenemos la literatura de los editores, o la literatura de los que se
supone que tienen algún tipo de saber especializado para corregir eso en un sistema
donde parecería misterioso; pero hay cierto consenso donde lo único que no sabe lo
que está haciendo es el que lo hace, el escritor; parecería que el escritor tiene que ir a
preguntarle que tiene qué hacer al editor, qué tiene que hacer al profesor, qué tiene que
hacer al tallerista, parecería que el escritor es el único que no sabe de eso que parece que
sí sabe. Bueno, para mí el escritor sabe. Pues uno puede ayudar, pero no corregir, no es
ese el mecanismo para mí, no con el escritor, y mucho menos con poetas.

Es más, la experiencia mía en los talleres, es que me encuentro con grandes poetas.
Uno los mira y dice, bueno, leamos cuál es tu necesidad, qué querés específicamente, y
te voy a ayudar en lo que yo pueda, en lo que vos pidas, desde mis prácticas de lectura,
pero no como un asunto de corrección. Aunque de hecho, alguna vez fui recriminado
por no hacer correcciones específicas. Hubo una experiencia con un poeta que estaba
entre nosotros, que leyó un poema en una ocasión. En la guía que yo generaba en el
curso, cada vez que aparecían los poemas que leíamos, trataba de ver cuál era la
concepción de la poesía que había de ese poema, y en este caso, deduje que de alguna
forma había una concepción casi sanitaria de la poesía. La poesía era un instrumento
que venía a compensar algún tipo de desequilibrio. La poesía aparecía ligada a la salud.
Una zona donde se podía canalizar una energía que en otros términos, iría contra el
sujeto. Ese poema tenía algunos problemas, pero era un poema interesante. Entonces
en esa ocasión hubo otro lector que salió a corregir rápidamente a este poeta. Y yo le
dije, por favor, no corrijamos, dejémoslo. Ese poeta luego me envió dos poemas más, y
uno de ellos es uno los poemas más maravillosos que yo he leído en los últimos veinte
o treinta años. Es decir, bajo qué autoridad va uno a corregir a un poeta. Yo tengo una
concepción de esa tarea que se basa en el total respeto y reconocimiento.

RT: Profesor, para finalizar ¿pudiera contarnos un poco acerca de sus publicaciones y
trabajos en preparación?

FM: Te comento brevemente. Yo tengo un libro titulado Un día de diversión en la calle


Brasil, que es de poemas, poesía ficción. Tengo un segundo libro que es Diario de viaje,
una noveleta en varios tiempos, y ahora estoy armando un libro de poesía que se llama
Dios mira como si nada, y otro libro que en realidad es un solo poema muy extenso,
llamado Tren San Martín. Y en la parte de crítica tengo un libro para salir que se llama
Fábulas morales y soluciones extraordinarias, que trata de literatura más extranjera; y además
sigo pensando en un ensayo sobre Rodolfo Walsh, ya en el pase a la literatura argentina.
Básicamente estoy en esto, y trabajando las prácticas de la poesía que van generando
paradigmas de lectura para producir posteriormente algo más orgánico.

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