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En segundo lugar, tenemos la cada vez más evidente crisis política que se da en Panamá, aunque
más que crisis, le llamaría caos. En todo el sentido de la palabra me refiero a caos político, porque
lo que verdaderamente hay es un desorden sistematizado en todos los partidos políticos y en el
gobierno. Cuando se habla de crisis política en sentido general, tenemos las crisis de
gobernabilidad que afrontan los gobiernos panameños históricamente, pues suele suceder que el
candidato a presidente que gana es de un partido político que no controla la mayoría de las
curules en la Asamblea; podrán inmediatamente pensar en el gobierno del expresidente Ricardo
Martinelli, quien concluyó su gestión con mayoría en la Asamblea; sin embargo, la de este
gobierno en específico fue una razón bastante interesante.
Esta era la crisis política en términos de gobierno; sin embargo, y para nuestro lamento, este no es
la única manifestación de crisis en nuestra política. Tenemos en Panamá la lamentable realidad
que los partidos políticos más importantes tienen problemas internos o falta de estructuración y
organización. Como todos podemos entender, el caso más sonado de crisis interna es el Partido
Revolucionario Democrático, que hoy por hoy se encuentra inmerso en el choque de estigmas y
nuevas ideas.
Ahora bien, los partidos políticos son pieza fundamental de toda democracia, tampoco podemos
irnos a extremos. Quizás parezca que no hay esperanza en Panamá, que la sociedad está destinada
a malos gobiernos pues de estos partidos políticos ya nada bueno puede salir. A razón de este
descontento generalizado y bien fundamentado; la opción del candidato independiente cada vez
se hace más viable; o al menos eso parece en la superficie. Seamos completamente sinceros, en
aspectos prácticos los mismos temores y riesgos que puede tener un político partidista, los
padecerá un político independiente.
Hay que comprender que el independiente es o puede parecer un aire fresco para nuestro sistema
democrático, pero no podemos quedarnos en premisas vacías o superficiales de verdadero
cambio; pues, el candidato independiente es un síntoma del problema político, no es la solución.
Es decir, todos los problemas que actualmente vemos a lo interno de los partidos son
esencialmente, de esos partidos, pero en cuestión práctica, son problemas que reflejan nuestra
realidad como sociedad.
No veamos al independiente como el Mesías salvador omnipotente que arreglará nuestra crisis
política, pues no es así. Ya expliqué que sufrirá los mismos problemas que un político partidista,
con la diferencia de que además tendremos la voluntad sola de un individuo representando la de
muchos; un menor control de la actividad una vez en el poder (un candidato partidista está
limitado por la ley, la moral y los estatutos del partido, el independiente solo por la ley y su
conciencia personal), una inexistente continuidad a menos de que la misma persona se perpetúe
en el puesto y una cuasi imposibilidad de optar por la gobernabilidad; además de carecer de un
verdadero y amplio grado de representatividad.
En cuestión de teoría política debemos entender que la intención primordial de un partido político
es agrupar el mayor número de personas bajo un mismo ideal o conjunto de principios e ideas.
Incluso, nuestra constitución establece en su artículo 138 que establece en su primer párrafo lo
siguiente: “Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y
manifestación de la voluntad popular y son instrumentos fundamentales para la participación
política…”