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Horizontes anti-esféricos de la política contemporánea I:

¿qué es la gubernamentalidad en sociedades/espumas multi-camerales?

Prof. Martín Fuentes (UNS)


m-fuentes@live.com

Eje 2: La inscripción espacial del futuro: espacio,


lugar y ubicación como categorías políticas.

I
Introducción.

En el presente trabajo nos encargaremos de diagramar la espacialidad que subyace a


la gubernamentalidad, entendida esta última como el marco al interior del cual se despliega la
política contemporánea. Para ello, indagaremos la topología en la que se despliega el sistema
político medieval con el objeto de percibir la mutación espacial que este padece en el pasaje a
la modernidad, donde comienza a basarse en la auto-limitación gubernamental de hecho y la
diferencia entre sistema y entorno. La “teoría de las esferas” de Peter Sloterdijk será
fundamental para emprender una lectura topológica de este proceso, así como también la
sociología de Niklas Luhmann y los desarrollos históricos del propio Foucault. De este modo,
luego de relevar el modo en que la topología política moderna resuelve su posición en un
campo social atravesado por la segmentación confesional del cristianismo, el surgimiento de
los flujos económicos capitalistas y la diferenciación funcional de la sociedad en subsistemas
irreductibles entre sí; aspiramos, finalmente, a obtener una comprensión filosófica general de
la denominada crisis del Estado-Nación.

II
Topología de un espacio ethológico continuo.
Formas volatilizadas de la intimidad cara a cara como contraseñas del todo.

El espacio topológico en el que se despliega el sistema político medieval no conoce,


al menos en el grado en que sí lo hace la modernidad, la escisión funcional de lo social en
subsistemas irreductibles. Esto significa que nada sabe de la emergencia de un límite de
hecho más allá del cual la manipulación de efectos de una cámara de procesamiento de
sentido sobre otra -por ejemplo, la política sobre la economía o el derecho- se vuelve
altamente contingente a causa de la autorreferencialidad de sus operaciones. Pareciera ser un
sistema en el que la línea divisoria entre interior y exterior, en lugar de ser compulsivamente
tematizada por necesidad histórica, es convergente con el espacio entero de lo social. Esto
hace que el Estado disponga por ello de un campo de acción relativamente homogéneo,

1
factible de ser recorrido y manipulado casi sin fisuras, y que es la sociedad misma1. Gracias a
esta yuxtaposición entre el espacio de relaciones de la política y el de la sociedad es que la
primera se instituye como la instancia central de producción del orden2.
Ahora bien, si el sistema político dispone de un campo social relativamente continuo
y altamente permeable a su accionar, esto se debe, por un lado, a la unidad del ethos cristiano.
La religión cristiana, como es sabido, proporciona, en principio, un fundamento teocrático al
poder soberano, mediante el cual éste se recubre de una fuerza vinculante de tipo metafísico.
Actúa como un medio moral homogéneo que, al modo de una envoltura simbólica, hace que
los hombres experimenten su estar-juntos como un dato natural; lo cual los predispone a
concebir que comparten, por naturaleza, una bóveda celeste de metas comunes en relación a
las cuales deben concebirse como instrumentos. De este modo, el cristianismo medieval
despliega, por medios monoteístas, una función ético-política y metafísica de síntesis:

¿cómo se pueden fusionar mil, diez mil, cien mil hordas -del formato de grandes “familias extensas” de
unos 30 a 100 miembros- de tal modo que se les puedan exigir esfuerzos a favor de una tarea común?
(...) El arte de lo posible a gran escala gira en torno a ese acto forzado que consiste en presentar lo
improbable como ineludible (...) hace valer como natural lo que es casi imposible… (Sloterdijk,
2008:37)

...Así encuentra solución el problema temprano de la alta cultura, de cómo integrar grandes espacios de
multiplicidad y no-cercanía en algo vinculante. Comienza la producción de paraguas simbólicos, que
crean sobre las cabezas de innumerables gentes un coelum nostrum, una bóveda celeste compuesta de
cosas compartidas (...) En última instancia se remite uno a la constitución del cosmos, que rige a todos,
o al misterio del mundo, que engloba a todos (Sloterdijk, 2009b:204).

Estos grandes “paraguas simbólicos” resuelven, desde que los hombres han rebasado
el umbral de lo tribal y lo familiar para formar colectivos de gran formato, los espacios
humanos de multiplicidad en unidad integrada, sintetizada: la aldea, la ciudad, el reino, el
rebaño. Posibilitan la existencia junto con aquellos a los que, a priori, no se pertenece; es
decir, con aquellos sujetos que hacen frente más allá de la esfera primaria de proximidad -
constituida por lazos sanguíneos-. Mientras la política sea capaz de resguardar y asegurar la
reproducción de este medio moral homogéneo, dispondrá de niveles relativamente estables de
cohesión social para disponer así de los hombres como instrumentos para la realización de
metas naturales y de envergadura cósmica.
No obstante, hay una razón más profunda por la cual el ethos posibilita en las
sociedades premodernas un campo de acción continuo para el Soberano. En efecto, en las
sociedades tradicionales la moral proporciona una solución de continuidad que recorre todas

1
Atendiendo a las observaciones de Foucault en Las redes del poder (1991), es conveniente aclarar que el
Soberano dispone de un campo social continuo de acción sin que esto signifique que su ejercicio del poder sea
efectivamente continuo. En efecto, el poder soberano no actúa de modo permanente, aunque sí es capaz de
intervenir directamente sobre la economía y el derecho sin tener que lidiar con mayores efectos de contra-
control por parte de estos campos aún no diferenciados, como sí sucede en la modernidad capitalista en la que
los mismos poseen mayor espesor, es decir, complejidad interna.
2
Como bien señala Leandro Paolicchi en su abordaje de la sociología de Luhmann, es importante retener esto
no solo porque “...es la característica fundamental que distingue a las sociedades modernas de las
tradicionales…” (Paolicchi, 2008:136); sino porque permite comprender, por contraste, el lugar que la teoría
luhmanniana concede a la política en la modernidad, lo cual reviste un interés fundamental para el abordaje de la
dimensión espacial subyacente a la gubernamentalidad.

2
las escalas y dimensiones de la coexistencia, proporcionando claves y patrones de
comportamiento eficaces para que cada individuo pueda insertarse exitosamente en ellas. Este
punto es destacado notablemente por la sociología sistémica de Niklas Luhmann. En Sistemas
sociales, la moral -que aquí denominamos ethos por ser un concepto más propio- es
presentada como la instancia que, en este tipo de sociedades, regula simultáneamente, la
interacción humana entre individuos y la relación de los individuos con el orden social
imperante (Cf. Luhmann, 1998:199). De este modo, las relaciones cara a cara entre
individuos y las relaciones de cada miembro con el todo de la organización social constituían
dos escalas que estaban integradas y esquematizadas por la misma moralidad3. La metafísica
cristiana lograba esto de manera exitosa por dos razones. En primer lugar, porque sellaba la
totalidad de lo real en el vínculo amoroso y tele-dirigido entre el alma individual y Dios,
integrando en el trayecto, y de manera continua, toda una serie de círculos concéntricos: la
ciudad, el reino, la humanidad y, finalmente, la comunidad cósmica llamada Creación. De
esta manera, la totalidad del ente se encuentra contenida y sellada en la comunión de lo
pequeño y lo grande, en el vínculo afectivo entre cada uno de los hijos y su Padre como
relación contenedora de lo total4. La forma de este espacio no es otra que la esfera
omnicomprensiva que todo lo contiene: todo es íntimo, todo es interior. Y acontece en el dos.
La totalidad está enhebrada, desde su extremo más lejano hacia su eje central, por un
hilo abstracto de proximidad. Al ingresar en comunicación con el centro, los puntos
excéntricos -las almas individuales- dimanan redes de solidaridad in distans5, de modo radial,
hacia los puntos colindantes -los prójimos o “hermanos” ontológicos-. De este modo, la
comunidad cósmica en su conjunto es experimentada bajo un formato familiar ampliado, en
el que las familias concretas participan a su vez de una familia abstracta de familias -la
comunidad política y, luego, la humanidad- que es conducida por un único Padre. Se trata, a
las claras, de un espacio cósmico y social de tipo doméstico, en el que los vínculos hogareños
constituyen el prototipo de intelección de lo real6.
Esto último nos lleva al motivo más importante por el cual las interacciones entre
individuos y la relación entre individuo y orden social podían ser simultáneamente
esquematizadas por el ethos cristiano y su metafísica. En efecto, la sociedad de aquel
entonces no poseía niveles de complejidad interna que obstaculicen la “...re-codificación de

3
En este sentido, la moral es una relación entre dos relaciones: una relación del individuo con otros individuos -
relación entre entidades con psiquismo- y otra de cada individuo con el conjunto total de lo social -es decir, de
cada entidad psíquica con los fenómenos emergentes del conjunto total de psiquismos interactuantes-.
4
De manera muy acertada, Peter Sloterdijk sostiene que el éxito del cristianismo se debió en parte a su
capacidad explicativa, en virtud de la cual hace del centro topológico del Ser un ente de conciencia y voluntad
individual, capaz de amor, con el que se puede interactuar de modo interpersonal: “La verdad de Jesús (...)
implicaba, a la vez, una figura macroesférica de alianza y una oferta de relación de intimidad esférica”
(Sloterdijk, 2004:599).
5
Con este concepto referimos a lo que Peter Sloterdijk denomina “transferencia” y que es la operación
topológica o topogénica mediante la cual los afectos de pertenencia y familiaridad se amplifican hacia
desconocidos adquiriendo formatos más abstractos y sutiles (Cf. Heinrichs y Sloterdijk, 2004:184-185). Por
ejemplo, los vínculos familiares serían formas concretas, inmediatas y autogeneradas de parentesco, mientras
que el sentimiento de fraternidad ciudadana, patriótica o metafísica sería un tipo de pertenencia más abstracto
que replica, en escala mayor, la estabilidad de organizaciones sociales menores. Las microesferas son las únicas
autopoiéticas, mientras que las macroesferas son siempre atmósferas contenedoras producidas por transferencia.
6
El poder pastoral, al modo en que lo ha trabajado Foucault, se inscribe sin mayores dificultades en esta
dinámica doméstica de la relación entre rebaño y pastor.

3
lo pequeño en lo grande…” (Cf. Heinrichs y Sloterdijk, 2004:185); es decir, la realización de
operaciones de transferencia destinadas a replicar la estabilidad de una organización menor,
como lo es la familia, en formatos más extensos.
Si las formas de intimidad y parentesco que caracterizan a la proximidad familiar
podían, efectivamente, ser transferidas sin mayor discontinuidad alguna desde lo doméstico
hacia lo cósmico, desde lo más concreto e inmediato hacia lo más abstracto y lejano; vale
hipotetizar que esto tal vez se debió a dos razones. En primer lugar, a que las distintas
dimensiones de la coexistencia humana -la familia, la economía, la política, el derecho, el
arte, la religión, la ciencia, etcétera- aún no estaban diferenciadas o escindidas de manera
radical. Esto hace de la producción de orden social algo relativamente más sencillo, en
comparación a un escenario que constriñe a la coordinación de regiones co-aisladas e
irreductibles de procesamiento de sentido. La segunda de las razones es que, a su vez, estas
distintas dimensiones de la coexistencia podían permanecer sin diferenciarse unas de otras
porque su funcionalidad no había alcanzado todavía niveles de especialidad o especificación
lo suficientemente desarrollados como para necesitar escindir sus operaciones sociales de las
restantes. Por estos motivos, la organización social -como así también la cósmica- gozaba de
un nivel de complejidad factible de ser esquematizado bajo el formato vincular interpersonal
de la familia: a saber, como un conjunto de personas que mantienen vínculos de proximidad y
cuyo destino depende de la capacidad de maniobra de un individuo pater conductor. Se trata,
por lo tanto, de un modelo topológico en el que los fenómenos y las circunstancias que salen
al paso son remitidos a instancias y escenarios siempre domésticos, en los que la capacidad
de agencia de los individuos es determinante.
Esta transferencia y amplificación de la unidad topológica familiar -a decir de Peter
Sloterdijk: la microesfera o burbuja-, y, por lo tanto, de su énfasis en la agencia intencional o
humana, puede rastrearse en diferentes aspectos de la sociedad medieval. Un buen ejemplo de
esto lo proporciona la “economía” que, antes del siglo XVIII y de acuerdo con su etimología
originaria7, remite a un nivel de realidad distinto al que mentamos hoy. En efecto, el trabajo
se desarrollaba en una escala doméstica (Cf. Luhmann, 1998:222), en la que el espacio
familiar -sea que esté abocado a la producción agrícola o artesanal- constituía el punto clave
de los intercambios. A su vez, las clases sociales estaban estructuradas en base al linaje
sanguíneo y la descendencia; mientras que las uniones matrimoniales eran en sí mismas toda
una institución destinada a estructurar el campo de las jerarquías sociales, políticas y
económicas. Lo próximo organiza en grado sumo.
En lo que atañe al sistema político, que reviste especial interés para nosotros, varios
elementos merecen ser mencionados. En primer lugar, la obediencia política estaba fundada,
más que en el amor a la patria, en toda una cadena vertical de lealtades juramentadas con base
en la concesión de feudos y el establecimiento de obligaciones recíprocas. Asimismo, no se
daba la vida por un colectivo nacional, sino que se moría, en todo caso, en nombre de tal o
cual familia, Señor, Rey o fe. A su vez, en lo que atañe a los suplicios analizados con detalle
por Foucault, nos encontramos también con una prevalencia de lo interindividual-cercano. En
efecto, se trata, al mismo tiempo, de un ritual jurídico y político en el que el cuerpo exhibido

7
“Economía” proviene del griego oikonomía, que significa dirección o administración del hogar. De acuerdo a
Foucault, esta definición prosigue incluso hasta el siglo XVIII, tal y como lo atestiguan textos de Rousseau.

4
del condenado actúa como el soporte público de un “...acto de justicia [que] debe llegar a ser
legible por todos...” (Foucault, 2008:53), precisamente porque

El delito, además de su víctima inmediata, ataca al soberano y lo hace personalmente, ya que la ley vale
por la voluntad del soberano y lo hace personalmente, ya que la fuerza de la ley es la fuerza del
príncipe...es una manera de procurar una venganza que es a la vez personal y pública... (Foucault,
2008:58-59).

De esta manera, todo delito es automáticamente procesado como regicidio. Es, al


mismo tiempo, personal y total. Esta exaltación de lo individual también puede verse en el
uso y la manipulación de símbolos. La puesta en circulación del rostro del Soberano, ya sea
en monedas o sellos, hace a la posibilidad de su acción a distancia. A través de “signos
mayestáticos” de sí mismo, el centro del poder es subrogado “...en un punto distante, como si
el centro de las esferas [metafísicas] poseyera la capacidad de comunicarse a través de
representantes o emisarios con cada punto de su perímetro como en presencia real”
(Sloterdijk, 2004:581). Gracias a un régimen onto-semiótico en el que los signos participan
del ser significado, lo cual hace que la medialidad del medio sígnico no sea diferenciable (Cf.
Sloterdijk, 2004:589), se posibilita la operación por la cual, “...en la facialidad de los
representantes eminentes del poder se inscribe inevitablemente la [clave de la] ampliación
esférica del espacio íntimo arcaico [e inmediatamente próximo] a un universo imperial”
(Sloterdijk, 2009a:172).
Por último, el sistema político medieval -aunque también el grecorromano- exhibe
una última y nada menor ponderación del rol de los individuos y sus capacidades de agencia
en el espacio de lo social: el tópico clásico del “Soberano virtuoso”. Si la política premoderna
era experimentada bajo el formato de espacios vinculares próximos y formas concretas o
volatilizadas de relación cara a cara, esto es algo que puede divisarse sin problemas en la
hartamente cultivada temática occidental de la aptitud moral que el Soberano requiere para
poder desempeñar su rol con efectividad. La sola idea de que la salud del cuerpo social
dependa de la sabiduría práctica de su pastor, de su prudencia y conocimiento de los
auténticos fines de las cosas, nos revela cómo el ethos cristiano era capaz de esquematizar, al
mismo tiempo, las relaciones interindividuales y las de cada individuo con el orden social
gracias a una espacialidad política protagonizada por individuos-agentes y cosas inertes
vinculandose en espacios de cercanía. Tendencia que llega, incluso, hasta El príncipe de
Maquiavelo y su re-apropiación de la virtus romana más allá de los confines de la moral y el
deber-ser8.

8
Si bien pertenecen a concepciones diferentes de gobierno, la tematización del ejercicio del poder político
llevada a cabo por 1) los antiguos griegos -que giraba primero en torno a la idea del gobernante sabio, como en
el siglo V, y luego en el cuidado o gobierno de sí como clave para el gobierno de los otros-, 2) el poder pastoral
heredado de Oriente próximo -teorizado por Foucault-, 3) la tradición medieval cristiana del Soberano virtuoso -
que, en ejercicio de la virtud y la sabiduría, debe conducir a su pueblo a la beatitud, como en Santo Tomás- y 4)
la teorización maquiaveliana del príncipe hábil en el mantenimiento del poder -a través del ejercicio de una
virtus republicana y no-moral ni deontológica-; comparten un denominador común: en todas estas
formulaciones, el sistema político basa su operatividad e inteligibilidad en la centralidad del individuo-soberano
como protagonista o punto clave. Responden, todas ellas, a una etapa en la que la complejidad interna de la
sociedad y del sistema político no es tan alta como para comenzar a prescindir de formulaciones basadas en
personas concretas y aptitudes individuales.

5
Estas claves morales, en las que la persona y sus virtudes operan como contraseñas de
estructuración del espacio compartido, dan cuenta de un mundo político cuyas condiciones de
intelección y operatividad estaban basadas en formas de sociabilidad de escala próxima -es
decir, familiares, e incluso faciales, de individuo a individuo-. Lo que todo esto exhibe es una
topología política integrada por un espacio social continuo y doméstico, ocupado de modo
exclusivo por individuos, actividades y cosas -más no por realidades mediales, subsistemas,
campos, entornos, como se verá más adelante-. En él, los lugares son pensados como puntos
en un espacio reticular, como posiciones -privilegiadas o no- de las que emanan relaciones
que mantienen cohesionada la trama total y hacen a la circulación y propagación de efectos.
El individuo tiene, en esta espacialidad política, un rol protagónico y esencial. Esto, al punto
tal de que, incluso elementos personalísimos como su carácter, su humor, sus lazos
familiares, conyugales y de amistad, constituyen factores más que decisivos para el decurso
de las operaciones fundamentales que producen el orden social9. Lo personal es político, en el
sentido más efectivo y literal del término.
Esto hace que la situación del Soberano en el espacio social, además de ser doméstica,
sea análoga a la del artesano medieval en su taller. Ambos son el eje de las operaciones que
allí se realizan, el punto central de una topología en la que todas las energías y elementos son
separados o puestos en comunicación de acuerdo a su voluntad. El soberano es, como el
artesano, el individuo técnico por antonomasia:

(...) parece que las civilizaciones no industriales se distinguen sobre todo de las nuestras por la ausencia
de individuos técnicos [es decir, máquinas]. Esto es verdadero si se entiende que estos individuos
técnicos no existen materialmente de manera estable y permanente; sin embargo, la función de
individualización técnica es asumida por individuos humanos; el aprendizaje por medio del cual un
hombre forma los hábitos, gestos, esquemas de acción que le permiten servirse de las herramientas muy
variadas que exige la totalidad de la operación [podríamos aquí hacer un paralelismo entre habilidad,
excelencia, virtud y sabiduría], impulsa a ese hombre a individualizarse técnicamente [es decir, a
adquirir una areté y forjarse un ethos, un carácter]; es él quien se transforma en medio asociado de las
diversas herramientas (...) asegura, a través de su cuerpo, la distribución interna y la autorregulación de
la tarea (Simondon, 2007:97)

Nuclea, por esto, el dinamismo del ser, su devenir para la aparición de productos y
resultados de otra forma imposibles. Es así que, en este esquema artesanal, el hombre es
depositario de la tecnicidad, siendo el trabajo humano el único modo de expresión y
despliegue de la misma. Como individuo técnico de una topología política protagonizada por
sujetos y cosas, la tónica que determina la relación del Soberano con su sociedad es análoga a
la que se da entre el trabajador y su material: el polo anímico, que concentra
mayoritariamente la capacidad agencial, dispone e introduce formas contranaturales en el
polo cósico, receptivo o pasivo. Exhibe, por ello, un esquema alotécnico:

El esquema del sujeto como amo que ejerce su poder sobre una materia servicial poseía una
plausibilidad que no se podía negar en la era de la metafísica clásica y de sus simples políticos y
técnicos bivalentes (...) De aquí resultaba una imagen de la técnica que se podía percibir en los simples

9
Algo de esto subsiste en la política moderna pero de un modo completamente diferente, porque si bien estos
elementos inciden sobre la construcción política de mayorías y la consecución de apoyos estratégicos, no hacen
ni a las condiciones de legitimidad burocrática o institucional de la autoridad ni al modo en que se producen las
interacciones entre la política y los restantes subsistemas.

6
instrumentos, las máquinas clásicas y las relaciones tradicionales de dominio entre alma y materiales:
este complejo viene determinado por los medios alotécnicos que sirven para efectuar incisiones
violentas y contranaturales en los objetos que se tercien y emplear materias para fines a ellas
indiferentes o extraños (Sloterdijk, 2011:146-147)10.

Esta forma metafísica de remitir los cambios de estado de lo real a la interacción


lineal entre entidades individuales cósicas y/o anímicas -que sobrevive hasta el declive del
mecanicismo en la física y el desarrollo de la gubernamentalidad en la política-, de la mano
de un hileformismo declarado, es la que nos permite concebir el ejercicio del poder soberano
como una alotécnica política. La diferenciación funcional de la sociedad moderna se
encargará de conducir lo implícito en ella hacia su explicitud, alterando con esto su topología
y las realidades que en ella son consideradas existentes. Será la hora de los campos y
entornos, esa tercera realidad hasta ahora excluida, invisible pero siempre presente.

III
Enrarecimiento topológico.
La capacidad medial como destino.

Por su parte, la topología del sistema político moderno dispone de un campo social
obliterado. Varios son los acontecimientos que se dan cita para el alumbramiento de esta
situación. En principio, la segmentación confesional del cristianismo desencadena una
fragmentación del ethos que trastoca las bases de la estructuración de lo social efectuada a
partir de la transferencia de formatos interpersonales y familiares de relación. En efecto, la
esfera omnicomprensiva estalla en proyectos múltiples de aglomeración íntima de lo total que
se enfrentan unos con otros en un clima de asfixiante disidencia religiosa. Esto tiene dos
grandes efectos. En primer lugar, hace del fundamento de la obediencia política una
problemática urgente, dado que, si hay divergencia religiosa, es menester resolver las
condiciones de legitimidad del Estado por fuera de la lealtad a una única fe. Conforme este
proceso se agudiza, lo común se vuelve cada vez más improbable, más ajeno y refractario a
ser envuelto en arquetipos de intimidad y domesticidad. En consecuencia, salta del trasfondo
de lo inmediato y lo dado naturalmente para ser tematizado, con lo que se convierte
explícitamente no solo en problemática ineludible, sino, también, en artificio, en producto
sintético escindido de lo cosmológico. De este modo, el lazo de pertenencia se vuelve

10
Como individuo técnico que es, el Soberano, a través de la manipulación de herramientas jurídicas, introduce
y actualiza formas potenciales que, en condiciones naturales o espontáneas, no se producirían necesariamente en
sus súbditos -sus leyes, a modo de moldes, hacen que el material de las almas adquiera formas estilizadas y
virtuosas-. Este es un procedimiento alotécnico en la medida en que es contranatural e, incluso, tiránico; pero
no en un sentido que contravenga al modelo del “gobernante virtuoso”. En El sol y la muerte, Sloterdijk
específica que “...toda técnica ha sido hasta el momento contranatural, puesto que ha aplicado principios que
uno no encuentra en la naturaleza, por ejemplo, el corte preciso de la hoja de un cuchillo, la rotación pura de la
rueda, la marcha en forma de bala de la flecha lanzada con arco, el arte de hacer nudos, etc. La técnica ha sido
durante milenios alotécnica, esto es, mecánica fabricada para realizar funciones contranaturales y
geométricamente abstractas” (Heinrichs y Sloterdijk, 2004:136). En orden a esto, un buen soberano toma al
hombre tal cual es y lo conduce a lo que puede ser: estiliza y endereza, hasta el grado más perfecto y abstracto
posible, una trayectoria existencial que es errática si se la abandona a sí misma.

7
concienzudamente un objeto de labor protésica11. En este contexto, las teorías del contrato
social se inscriben como propuestas teóricas de resolución de lo heterogéneo en unidad más
allá de la moral y la religión, soluciones de continuidad ya no disponibles. Así, por coyuntura
histórica, la política comienza a diferenciarse, en términos operativos, a ganar su propia
dimensionalidad; apoyándose, en una primera instancia, en el derecho -natural o artificial-
como elemento constitutivo del pacto. Por estas razones, la sociedad en su conjunto se
desgaja de la naturaleza y del cosmos, a la par que la política ya no es convergente con sus
márgenes. De este modo, la fuerza amplificante del modelo de proximidad
familiar/interpersonal se ve claramente entorpecida.
A esto colaboran también los flujos del capitalismo emergente, en los cuales el trabajo
se une a la economía general a través del dinero (Cf. Luhmnann, 1998:222), con lo cual es
reconducido hacia una escala “supra-doméstica” en la que participa una mayor cantidad de
individuos, como consecuencia del progresivo incremento demográfico del siglo XVIII12.
Esta ganancia en complejidad y espesor por parte de la economía -que adquiere mayor
multiplicidad y fluidez en los intercambios, lo cual la conduce a elaborar sus propios patrones
y estructuras de organización interna- hace de la soberanía, de sus herramientas restrictivo-
jurídicas y de la fiscalización de tributos, sino un obstáculo, sí, al menos, un mecanismo
regulatorio poco eficaz. Esto hace al problema del gobierno que comienza a afrontarse en
Europa desde el siglo XVI: “¿cómo hacer para que el gobernante pueda gobernar el Estado
tan bien, de una manera tan precisa y meticulosa como puede gobernarse una familia?”
(Foucault, 2011:130).
Alteradas de este modo las condiciones de producción de orden por obliteración del
espacio social, la distensión de espacios anímicos continuos a partir de formas de intimidad
interpersonal se vuelve imposible por un aumento de complejidad. Esto hace que la misma
lógica que regula las interacciones entre individuos no pueda ya esquematizar, por
transferencia, la inteligibilidad del orden social13; lo cual convierte al ethos en un elemento
residual incapacitado para garantizar la inmersión de los individuos en lo colectivo. Por este
motivo, éste último delega esta función en los subsistemas sociales emergentes y sus códigos
de procesamiento -economía, política, derecho, ciencia, arte, tecnología, etc.- (Cf. Luhmann,
1998:220). De este modo, la implosión de la esfera metafísica omnicomprensiva y la
diferenciación funcional en subsistemas sociales son correlativas. Ambos fenómenos hacen
de la sociedad una frágil y volátil espuma, un complejo multi-cameral en el que cada celda
contribuye, desde su especificidad, a la producción de orden al mismo tiempo en que se
apoya en el funcionamiento paralelo -y, a la vez, yuxtapuesto- de las restantes.

11
El romanticismo del siglo XIX representa, en este sentido, una reacción contra-ilustrada en la medida en que
insiste en el carácter natural de la comunidad patriótica y las tradiciones comunitarias.
12
Al mismo tiempo, el medio “dinero” modifica las claves que sostenían la estratificación social piramidal.
13
Ni la economía ni la política, ni ningún subsistema social, opera con códigos morales de procesamiento. Una
persona no es contratada ni vende o compra más productos por su estatura moral. Creemos que esto responde a
la exclusión o relativización del hombre como individuo técnico de los subsistemas. Para una comprensión más
detallada de la relación entre la “retirada de la moral” y el desarrollo de subsistemas sociales, véase Luhmann,
Niklas (2013), La moral de la sociedad, Madrid, Trotta.

8
De este modo, la fragmentación de la moral, su confinamiento a mero sistema de
interacción entre individuos y la diferenciación funcional de subsistemas14 explicitan la
existencia de campos, cámaras y entornos como instancias fundamentales para la orientación
y estructuración política del espacio de coexistencia humana. Esto supone la emergencia de
una topología política de espacialidades múltiples que, al poseer temporalidades y ritmos
heterogéneos, hacen de lo social un conjunto crono-topológico que constriñe a una
racionalidad y a una operatividad necesariamente dialógica e interactiva. De esta manera, la
modernidad política, en su carácter post-moral o post-metafísico15, está recorrida de punta a
punta por una crisis persistente del holismo que obliga a una pasión obsesiva por el sistema
completo del ser, por sus fases no ónticas o individuales; lo cual excita sus fuerzas hacia una
tematización compulsiva de la delimitación entre interiores y exteriores, entre sistemas y
entornos:

...el relevo del holismo clásico por una consideración-organismo-y-entorno [o, como aquí planteamos,
por una consideración sistema-entorno] acomodada a los tiempos apremiaba por ponerse en el orden
del día. Sólo con la nueva forma de pensar pudieron dejarse de lado la imposición metafísica de entrega
al todo y la disposición poética de abrazo con él... (Sloterdijk, 2009b:190) 16.

En la medida en que el medio moral se encuentra enrarecido y ya no constituye lo


primario de alrededor, lo inmediatamente benéfico (Cf. Sloterdijk, 2009b:153), reconduce la
política hacia la preocupación activa por su delimitación del entorno -de su afuera- a la busca
de mayores posibilidades de operatividad. Al interior de la problemática del gobierno, la
emergencia de estas realidades intermedias que actúan como relevos en la producción del
orden social -los otros subsistemas, aunque también sus entornos-, el arte de gobernar padece
una mutación fundamental. Tiende, progresivamente, hacia la búsqueda de una racionalidad
auto-limitada en su accionar por motivos de hecho y de manera inmanente; fijando la frontera
sistémica más allá de la cual la producción y manipulación de efectos se vuelve contingente y
menos estable. De este modo, la diferenciación de cámaras de procesamiento de sentido es
resuelta a partir del diseño de la afamada gubernamentalidad y de su talante disciplinario y
biopolítico; mediante el cual la acción por contacto se circunscribe al interior del sistema,
mientras que la actio in distans se transmuta en interacción con campos y entornos de otros
sistemas17.

14
Cabría la posibilidad de afirmar que estos tres acontecimientos que constituyen la “retirada de la moral” traen
como consecuencia la proliferación compulsiva de “éticas profesionales”, inmanentes a cada subsistema, con el
objeto de 1) regular, en cada caso y de modo local, las interacciones entre individuos y 2) salvaguardar la
funcionalidad de los distintos códigos de procesamiento -por ejemplo: no es ético que en una competencia
deportiva gane el participante más bueno, dado que esto destruiría el propio código del sistema-. Para más
información al respecto de estas cuestiones, véase Luhmann, Niklas (2013), “La honradez de los políticos y la
superior amoralidad de la política” en La moral de la sociedad, Madrid, Trotta.
15
La sociedad contemporánea es post-moral en la medida en que funciona -es decir, produce organización,
estructuras y funciones- a partir de su prescindencia de un medio moral homogéneo.
16
Si bien aquí Sloterdijk refiere puntualmente a la crisis del holismo metafísico para explicar la conversión de
la religión en sistema inmunitario-simbólico privado, consideramos que la preocupación moderna por la
compatibilización de subsistemas diferenciados funcionalmente se inscribe perfectamente en este proceso de
discriminación compulsiva de sistemas y entornos.
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Un sistema no puede incidir sobre otro, sino sobre su entorno. Esto es lo que dificulta las posibilidades de
control unidireccional. La interacción nunca es directa ni por contacto, sino por intermediación de una tercera
realidad que comunica, traduce o bloquea señales y cadenas de efectos.

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Foucault remite este proceso, primero, al surgimiento de la “Razón de Estado” que, a
través del “poder de policía”, comienza a resolver la divergencia de escalas entre los
problemas a atender -que exceden, en lo económico, el núcleo de lo familiar y lo
interpersonal- y los instrumentos disponibles para afrontarlos -el poder soberano inspirado en
el modelo de gobierno de la familia- (Cf. Foucault, 2011:131-132). De este modo, el Estado
sobrevive gubernamentalizándose; es decir, transmutando sus estrategias jurídico-restrictivas
en un ejercicio ya no represivo, sino, más bien, productivo del poder. Así, en lugar de
obstaculizar o debilitar los flujos económicos con la extracción de tributos, opta por
potenciarlos -es decir, por complementar la fiscalización- mediante el auge del poder
disciplinario -tendiente a conformar mano de obra de alta productividad- y la manipulación
de los indicadores biológicos de las poblaciones -entendidas como “capital humano”-. De
esta manera, el subsistema político desarrolla una estrategia de control indirecto e interactiva
con la economía, la cual ha conquistado un nivel de diferenciación funcional que la dota de
su propio espesor y dimensionalidad; motivo por el cual requiere enviar hacia ella señales que
le sean reconocibles. En estos términos, la “población” es una realidad supra-familiar que
resuelve la disparidad de escalas mencionada anteriormente en un nuevo sistema de interfaces
inter-sistémicas llamada biopolítica destinada a estabilizar la interacción entre la política y la
economía. La capacidad medial se vuelve, entonces, central en un campo social cuyo carácter
doméstico y condiciones de habitabilidad se ven puestas en entredicho.
En términos topológicos, este espacio relacional enrarecido y obliterado del que
participa la política moderna padece una última modificación digna de mención. A medida
que progresa la diferenciación funcional de lo social en subsistemas autorreferenciales, la
gubernamentalidad, como arte de gobierno, despliega un interesante proceso de
despersonalización. Al emerger un límite de hecho para el ejercicio del poder estatal, la
necesidad de orientar políticamente el espacio de la coexistencia a través del
aprovechamiento de instancias mediales, hace a una paulatina desaparición y retroceso del
tópico clásico del “Soberano virtuoso”. En efecto, la transformación de la sociedad en un
sistema multi-cameral constriñe al subsistema político a desarrollar prótesis destinadas a
estabilizar su interacción con los restantes. Esto redunda en un incremento de su complejidad
interna como vía para hacer frente al aumento de la complejidad de su entorno; motivo por el
que el hombre es expulsado de su posición central como eje clave o individuo técnico del
sistema. Esto es detallado por Luhmann en Observaciones de la modernidad (1997), donde
postula que a la diferenciación funcional es inherente una exclusión de lo humano que obliga
al hombre a interactuar con subsistemas que, al modo de una máquina técnica, tienen su
propia coherencia funcional, lo cual limita las posibilidades de disponer de ellos a voluntad.
De este modo, la agencia humana pierde su rol determinante horizontalizándose:

Puede haber diferencias en la capacidad de influencia, jerarquías, asimetrizaciones, pero ninguna parte
del sistema puede controlar a otro sin sucumbir él mismo ante el control. Bajo tales circunstancias es
posible, y aún muy probable, en los sistemas que tienen una orientación de sentido, llevar a cabo
cualquier control mediante la anticipación de un contracontrol (Luhmann, 1998:58).

Al poseer su propia axiomática, las “máquinas” sociales desplazan al individuo


humano como soporte de la tecnicidad. De su posición privilegiada, de pater en lo doméstico,
estos sistemas vuelven al hombre extraño a sí mismo y lo trasladan a una anti-esfera; un

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espacio descentrado y horizontalizado que nos condena a la co-operación, a la interacción
medial, a la compatibilización de lógicas inmanentes y heterogéneas a partir de una especial
atención a sus singularidades. En esta situación, resta preguntarse cómo podrán volverse
habitables estos contextos hiper-condensados.

IV
Hacia una protésica hard core.

Nunca existieron las sociedades estado-céntricas. O, mejor dicho, si es que lo


hicieron, esto fue posible a condición de disponer de una espacialidad en la que las realidades
mediales eran invisibles, demasiado próximas y disponibles a-la-mano como para ser
advertidas. De este modo, sólo individuos, voluntades y cosas se ofrecían a la vista. La
gubernamentalidad, que enmarca las posibilidades que tiene la sociedad contemporánea de
controlarse a sí misma, se inserta en una topología diferente caracterizada por la emergencia
de sistemas y entornos. Encarna la puesta en consideración de la dimensionalidad de un
espacio, ya no doméstico, sino excéntrico; y, por lo tanto, el arribo a la teorización ecológica
de medio ambientes y entornos, al ejercicio del poder entendido a partir del modelo
topológico de las interacciones mediales. Gubernamentalidad es, por esto mismo,
explicitación, salida de los medios asociados del trasfondo y de la latencia hacia el primer
plano -es decir, su pasaje de lo sabido-no-sabido hacia lo sabido-. La denominada crisis
actual del Estado-nación no es más que la explicitación hard core de esta condición medial
de la política que hace notoria, para nosotros, la tarea que nos depara el siglo XXI: asumir, de
modo concienzudamente protésico, la elaboración de interfaces y enlaces para el
establecimiento de dominios reticulares inter-sistémicos en los que poder estabilizar la
producción de efectos. Gobernar es, en este sentido, lidiar con la circunstancia primaria de
tener que generar condiciones de posibilidad -entornos, redes- que permitan hacerlo. No solo
para estabilizar la interacción con otros subsistemas, hoy de envergadura mundial; sino,
también, para sintetizar colectivos y mayorías que respalden el programa de bienestar a
desplegar.
La alotécnica siempre fue, de este modo, homeotécnica subliminal. Todo proceso de
adquisición de forma supone el aprovechamiento de las singularidades y los dinamismos
propios del material sobre el que se trabaja. Desde la fabricación de un ladrillo hasta la
realización de una modificación genética18. Implica, por esto mismo, formas operativas de
co-inteligencia, de interacción dialógica. Así, de la misma forma que las biotecnologías hacen
explícito, de manera sumamente brutal, esto que permanecía implícito en la técnica industrial
y artesanal, la gubernamentalidad hace lo propio con la soberanía. En esa fractura expuesta
entre sistema y entorno es que aspiramos a conquistar formas del “buen vivir” bajo el formato
de la compatibilidad de sistemas técnicos.

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Para Sloterdijk, la homeotécnica implica una forma no tiránica de operatividad que “...atiende a la
información realmente existente...” (Sloterdijk, 2011:148), recurriendo a estrategias cooperativas. Es el caso de
la biotecnología que, en lugar de desmarcarse del modus operandi de la naturaleza, se relaciona con ella
orientando sus propios procesos para la obtención de resultados y producciones propias (Cf. Heinrichs y
Sloterdijk, 2004:136).

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V
Referencias bibliográficas

- Foucault, Michel (2011), Seguridad, territorio, población. Curso en el College de


France (1977-1978), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
- --------------------- (1991), Las redes del poder, Buenos Aires, Almagesto.
- --------------------- (2008), Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Buenos Aires,
Siglo XXI.
- Luhmann, Niklas (2013), La moral de la sociedad, Madrid, Trotta.
- -------------------- (1998), Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría general,
Barcelona, Anthropos.
- --------------------- (1997), Observaciones de la modernidad. Racionalidad y
contingencia en la sociedad moderna, Barcelona, Paidós.
- Heinrichs, Hans-Jürgen y Sloterdijk, Peter (2004), El sol y la muerte. Investigaciones
dialógicas, Madrid, Siruela.
- Paolicchi, Leandro (2008), “Niklas Luhmann y la sociedad como conjunto de
sistemas autopoiéticos” en Miradas contemporáneas sobre la sociedad futura, Buenos
Aires, Herramienta.
- Simondon, Gilbert (2007), El modo de existencia de los objetos técnicos, Buenos
Aires, Prometeo.
- Sloterdijk, Peter (2011), Sin salvación. Tras las huellas de Heidegger, Madrid, Akal.
- ------------------- (2009a), Esferas I. Burbujas. Microesferología, Madrid, Siruela.
- ------------------- (2009b) Esferas III. Espumas. Esferología plural, Madrid, Siruela.
- ------------------- (2008), En el mismo barco. Ensayo sobre la hiperpolítica, Madrid,
Siruela.
- ------------------- (2004), Esferas II. Globos. Macroesferología, Madrid, Siruela.

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