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Para sarisfacer las expectativas de sus padres Y conseguir Su afecto, muchos nifos se ven Iiipelidos atealizar exfucraos desmesurados, Adopran entonces el papel que los desnés quieren que desempetien, pero no se perini- ten expresar sus sentimientos: han perdi- do su identidad, es decir, oda relacién con su verdadero «yo», y en coriseciencia sdlo pueden. manifestar sus sentimientos repti- midos mediante dépresiones © comporta- mientos compulsivos. Reconiocer hasta qué punto uno ha nogado'sys necesidades afec- tivas y sus sentimientos mas intensos (ira, angustia, miedo; dalos.,. es, como demues- tra la prestigiosa psiquiatra alemana Alice Miller, un primer paso para recuperar Ja identidad. Mediante ejemplos clarificado- 1s, El drama del nifio dotado, una obra que se ha convertido ya en un clésico, analiza Jas causas de la epresion aftctiva y explora los caminos que conducen a [a recupera- cién del-verdadero «yo». digo TRODEGEA ISBN 978.957-1548-97.0 tit ALICE MILLER EL DRAMA FARULA tusQuets ALICE MILER, Estudié filosofia, psicologia y sociologia en Basilea. Tras el dactatado, se forms en Zurich comto pricoanalista, profesién que ejercié duz Jani€ veinte afios. Desde 1980, Miller se ha dedicado a dar a conocer al gran puiblico los resultados de sus investigaciones sobve la in- fancia, y, entre otros galardones, ha mere: cido el Premio Janusz-Korezak 1986, Tras el impresionante éxito de El drama del nitio do- Jado (Ensayo 36, ahora también en la colec cin Fibula), sac6 a la luz mds de nieve libros, centte ellos los ensayos titeladns El saber pros orito, La lave perdida, Por in propio bien y Et ‘nerpo ntenca miente, todos ellos publicados or Tusquets Editores (coleccién Enssya 9, 15, 37 y 59). Mier, Ace trams del io colade- 14d. - Buenos Ara : Tusquet Eos, 2000, 184. 20x19 on (Fabia: 280) ‘Trak por Juan José Do Soler wenore-ge7-156470 1. Palcologin 2, Piqua. Juan Jed Dol Sola, ta Tala po 1864 Tilo onal: Das Drama gen Nid Su nab dm le Sb ie Un and Forth 194 | ecg en Supine ber de 1585. 1 edie en buen d 2008 selina en Fal: joo de 2008 © Subutap Vea, Pak am Main, 1995 Tac de un Jost el Soar Disco dela cles dept de RERRATERCAMPINSMORALES de un det igi de Peshgs Co ateacén de a cabot: Alle Miler oreo Resrido edo x deen de ot icin pat “Tague Eos, $8 -Venemel 1664-1086) Baenoe Ais Inlo@earques coe ar-worw usqueioescom ISBN: yraser4544370 Hecho el depo dey ‘Seeing de pet en res de julio de 2009 so fre Gis: Deer SA Alte Sli 2680- Avellaneda Tea de Bons ies lesen a Argentine Pine eg Qaeda iusvamert prohibia coli fora de reproduc, dati, coms casi piblcso wanton tt o parcial de ea ob sn el pei eso dee sites de os hos de explain, Indice I. El drama del nifio dotado y cémo nos hicimos psicoterapeutas Todo, salvo la verdad ........¢0se0e00s 15 El pobre nifio Fico os. 20 El mundo perdido de los sentimientos 26 En busca del verdadero Yo 33 La situaci6n del psicoterapeuta a2 El cerebro de oro 50 Tl. Depresién y grandiosidad: dos formas de la re- negacién Destinos de las necesidades infantiles ......... 55 La ilusién del amor : aes. Fases depresivas durante la terapia 8S La cércel interior .... He erent OO Un aspecto social de la depresién 38 La leyenda de Narciso . 103 Ill. El cfrculo infernal del desprecio La humillacién del nifio, el desprecio de la debi- lidad y sus consecuencias. Ejemplos de la vida cotidiana, pease etait ae 107 EI desprecio en el espejo de la terapia . 123 Epilogo 1995 . 165 AGRADECIMIENTOS, Siento el deseo y la necesidad de agradecer muy particularmente a la sefiora Heide Mers- mann, de la editorial Suhrkamp, toda la dedica- cién que ha venido prestando a mis libros, En el curso de mi dilatada labor orientada a esclarecer el problema de los malos tratos infligidos a los ni- fios he podido contar siempre con su incondicio- nal apoyo. Agradezco a la sefiora Mersmann no sélo la lectura cuidadosa, comprensiva, empatica y muy atenta del presente libro, sino, en el fondo, muchfsimo mas: desde la aparicién, hace quince afios, de El drama del nifio dotado, la editorial ha recibido las peticiones mas diversas de lectores, lectoras e instituciones de todo tipo. Y siempre fue la sefiora Mersmann quien se encargé de dar respuesta a estas lamadas y cartas con la misma amabilidad, esmero y claridad. Quisiera asimismo agradecer al personal del departamento de produccién de la editorial Suhr- kamp la esmerada y compelente preparacién de mi manuscrito en todas fas fases, pero sobre todo en la tiltima y més dificil. No siempre result facil hacer coincidir la técnica con las necesidades ob- 9 jetivas, pero tanto el sefior Rolf Staudt como el sefior Manfred Wehner hicieron todo lo posible para apoyar mis esfuerzos y asegurar la integri- dad del texto, A ellos quisiera expresarles aqui mi més sincero agradecimiento. Mi gratitud por las numerosas cartas de lec- toras y lectores se expresa ya en muchas de las paginas de este libro, aunque, de todos modos, quisiera. manifestarlo aqui de forma expresa. Muchos de ellos han «colaborado» realmente, sin saberlo, en la redaccién de este libro. Pero han de permanecer en el anonimato porque el contenido de sus cartas es confidencial. Sus his- torias, sus destinos tragicos y a menudo incon- cebibles, y, por tiltimo, sus experiencias decep- cionantes con terapeutas incompetentes y poco honestos de todas las tendencias posibles, me hicieron ver una y otra vez con qué facilidad se puede abusar de la tragedia de las personas mal- tratadas en su infancia. Siempre me ha resultado doloroso no poder responder personalmente a las numerosas cartas recibidas. Los.motivos son diversos. Hoy dis- pongo de nuevas posibilidades de abordar pre- guntas especificas de lectoras y lectores, y hago buen uso de ellas. Espero, sin embargo, que mu- chos de los remitentes reconozcan facilmente mis respuestas a sus cartas (como también mi senti- miento de profundo agradecimiento) en esta nueva versi6n revisada de mi obra, Por iiltimo, quisiera dar las gracias a mi hijo, 10 Bae Martin Miller, que con su espfritu abierto, perse- verancia y atencién me hizo ver los bloqueos que, desde hacfa tiempo, yo misma no me atrevia a ad- mitir, y que seguramente no habria visto sin sus hicidos comentarios. Agradezco también a mis dos hijos, Martin y Julika, la confianza que me han demostrado en todos estos anos, aunque no siempre me la mereciera, mientras mi conciencia seguia bloqueada. Espero que atin me queden los suficientes afios de vida para ganarme realmente la confianza que ellos han depositado en mi. M I El drama del nifio dotado y como nos hicimos psicoterapeutas Todo, salvo la verdad La experiencia nos ensefia que, en la lucha contra las enfermedades psiquicas, tinicamente disponemos, a la larga, de una sola arma: encon- trar emocionalmente la verdad de 1a historia nica y singular de nuestra infancia, , La lucha de Johanna por recuperar sus senti- micntos verdaderos salvé no s6lo el futuro de su hijo, sino también el suyo propio. La historia de Anna muestra lo que, sin esta lucha (sin terapia), 83 puede ocurrirle a una nifia que sufrié en edad temprana abusos sexuales. Anna, una mujer de cincuenta anos, me escribié unos dias antes de su muerte: «Hoy recibf la visita de mis hijos ya mayores, y por primera vez. en mi vida me di cuenta de que me querian y siempre me habfan querido, y de que, hasta hoy, yo no habja sentido nunca ese amor. A menudo he abandonado a mis hijos por irme con distintos hombres, cuando en realidad Jo que hacia era huir del amor que mis hijos me inspiraban, huir de mis verdaderos sentimientos para buscar el placer sexual con hombres que me hacfan mucho dafio sin darme nunca lo que yo en realidad necesitaba: amor, comprensién, acepta- ci6n. Ya de muy pequefia, mi padre me condi- cioné a buscar el placer asocidndolo al dolor y a la rabia, y a temer y reprimir el anhelo del ver- dadero amor, es decir, a evitar el trato con per- sonas capaces de amar. gNo era esto una perver- sién? Nunca en mi vida he podido librarme de ella. Y ahora qiie la veo, es demasiado tarde», Era demasiado tarde porque Anna podfa al fin sentir rabia e indignacién, aunque s6lo ante sus parejas. A su padre, en cambio, lo segufa «que- riendo» y respetando igual que antes, segtin me escribié. 84 Fases depresivas durante la terapia El grandioso sélo recurriré a una terapia cuando sus estados depresivos lo impulsen a ha- cerlo, Mientras funcione la defensa en la grandio- sidad, esta forma del trastorno no mostraré nin- guna presién visible del sufrimiento, salvo el hecho de que los parientes (cényuges e hijos) con depresiones y problemas psicosomaticos tendran que buscar ayuda psicoterapéutica. En el trabajo terapéutico, la grandiosidad se nos revela en su forma mixta con la depresin, La depresién, en cambio, la encontramos en casi todos nuestros Pacientes, ya sea en forma de sintomatologia ma- nifiesta, o en las distintas fases del humor depre- sivo, Estas fases pueden tener funciones diferentes. El rasgo comtin a todas ellas es el de desaparecer cuando se logran vivir y esclarecer los sentimientos recordados y las situaciones antiguas. Funcion senalizadora __ Suele ocurrir que algin paciente Megue que- Jandose de depresiones y abandone después la 85 consulta bafiado en légrimas, pero muy aliviado y sin depresi6n. Tal vez haya podido vivir un ataque de ira largo tiempo contenida, o haya manifes- tado al fin el recelo que la madre le inspirara du- rante muchos afios, o sentido por vez primera cierta tristeza ante tantos afios de vida pasada y no vivida, o bien se haya enfadado una vez més por la inminencia de unas vacaciones del tera- peuta y la consiguiente separacién. No importa de qué tipo de sentimientos se trate, lo importante es que hayan podido ser vividos, posibilitando ast el acceso a recuerdos reprimidos. La depresion habia anunciado su proximidad, pero también su. renegacién. Por algin motivo actual, se hizo po- sible la irrupcién de estos sentimientos, tras lo cual desaparecié el estado depresivo. Un estado de este tipo puede sefalizar que ciertas partes re- negadas del Yo (sentimientos, fantasias, deseos, miedos) estén consoliddndose sin haber encon- trado una descarga en la grandiosidad. «Atropellarse» Hay personas con heridas muy profundas que, siempre que se han acercado muchtsimo a sus zo- nas més internas y se han sentido a gusto y com- prendidas, organizan una fiesta o cualquier cosa gue les resulte totalmente indiferente en aquel momento, y vuelven a sentirse entonces solitarias y victimas de toda suerte de exigencias. Al cabo 86 de unos dias se quejan de autoextrafacion y va- cfo, ¢ intuyen de forma vaga que han perdido el acceso a si mismas. Inconscientemente, se han re- producido en este caso estados que, al repetirse, podfan iluminar ciertas situaciones que les tocd vivir de nifios: cuando, al jugar, se sentfan a sf mismas, cuando estaban consigo mismas, les exi- gian que rindiesen, que hicieran algo «inteli- gente», y su mundo en estado naciente era asi atropellado. Es probable que, ya de nifios, estos pacientes reaccionaran sumiéndose en un estado depresivo, pues no les estaba permitido reaccio- nar como hubiera sido normal, en este caso tal vez. con rabia. Cuando el adulto se toma tiempo para hacer suyas en el presente tales reclamac nes, a fin de elaborarlas, la rebelién puede ini- ciarse entonces, gracias a los sentimientos des- pertados, y la necesidad reprimida (petmanecer consigo mismo) resultard evidente. Como con- secuencia casi automatica, el estado depresivo remite: su funcisn defensiva ya no es necesaria. También el actuar pierde su funcién en el mo. mento en que esta permitido saber lo que de ver- dad se necesita. En este caso, quizé tiempo para sf mismo y no la distraccién en fiestas. «Estar embarazado» de afectos intensos Las fases depresivas pueden durar a veces varias semanas antes de que irrumpan emocio- 87 nes fuertes provenientes de la infancia. Es como si la depresién hubicra retenido esas emociones. Cuando son vividas, uno recupera su vitalidad hasta que una nueva fase depresiva anuncia algo nuevo. Tales estados son descritos en los siguien- tes términos: «He dejado de sentirme, ¢Cémo es posible que me haya vuelto a extraviar frente a mi mismo? No tengo relacién alguna con mi inte- rior, Todo carece de esperanza... Nunca mejo- rard. Nada tiene sentido. Anhelo recuperar mi vi- talidad». Luego puede sobrevenir un estallido de rabia con violentos reproches y quejas; si estas quejas son legitimas, se produciré un gran alivio, pero si son injustas —por estar transferidas a personas inocentes—, la depresion durara hasta que sea posible una explicacién. Enfrentamiento con los padres Hay también momentos de depresin después de que alguien empieza a resistirse a las exigen- cias de sus padres hasta entonces reprimidas en el inconsciente —por ejemplo, Ja exigencia de ren- dir—, aunque todavia no se halle realmente libre de ellas, En esos casos recae una vez més en el callején sin salida de la exigencia absurdamente excesiva que se impone a si mismo, y sobre la cual sélo le alertaré el estado depresivo en que ha vuelto a sumirse. Esto lo expresa en los siguientes yérminos, mds o menos: «Anteayer me sentfa feliz, 88 el trabajo me salfa muy fécilmente, pude hacer por mi examen més de lo que me habfa propuesto hacer en toda la semana. Entonces pensé: tienes que aprovechar esta buena disposicién, prepara un capitulo mas por la tarde, Me pasé toda la tarde trabajando, pero ya sin ganas, y al dia si- guiente la cosa no funcioné: me senti el tiltimo de los idiotas, incapaz de retener algo en la cabeza, ‘Tampoco querfa ver a nadie; era como en las an- teriores depresiones. Entonces empecé a “hojear hacia atrés” y encontré el pasado en el que habia empezado aquello, Me habja arruinado el placer al querer sobrecargarme mas y més. Y ¢por qué? Entonces recordé lo que decia mi madre: “Qué bien que has hecho esto! ;Padrfas hacer también esto otro!”... Me enfurecf y dejé los libros. De pronto tuve la seguridad de que me daria cuenta si volvian a entrarme ganas de trabajar. Y claro que me di cuenta, Sin embargo, la depresion de- saparecié mucho antes... Cuando adverti que yo mismo habfa vuelto a atropellarme, 89 La carcel interior Es probable que, por experiencia propia, cual- quier persona conozca el estado depresivo que también puede manifestarse u ocultarse en un malestar psicosomitico. Si se presta atencién, no es dificil observar que la depresi6n surge casi con regularidad y frena la vitalidad esponténea cuando se ha reprimido algdn impulso propio 0 un sentimiento intenso y no deseado. Asi, por ejemplo, cuando un adulto no puede vivir el duelo por la pérdida de un ser querido, sino que intenta olvidar su afliccién distrayéndose, o cuando por miedo a perder una amistad suprime ante si mismo la indignacién que le produce el compor- tamiento del amigo idealizado, tendré que contar probablemente con un estado depresivo (a no ser que la defensa de la grandiosidad estuviera per- manentemente a su disposicién). Pues la situa- cin actual le recuerda la dependencia anterior, que él mantiene reprimida. Cuando empiece a prestar atencion a este contexto, podra sacar pro- vecho de su depresién: ésta le permitira enterarse de una serie de provechosas verdades sobre si mismo. 90 Un nifio atin no tiene esta posibilidad. El me- canismo de la autonegacin no se deja entrever todavia en él; por otro lado, el nifio, a diferencia del adulto, estar realmente amenazado por la in- tensidad de sus sentimientos si no cuenta con un entorno de apoyo 0 empatico. Pero también el adulto podré temer sus sentimientos como un nifio mientras no sea consciente de las causas de este miedo. Esta fortisima intensidad de los sen- timientos sélo vuelve a encontrarse en la puber- tad. Sin embargo, el recuerdo de los sufrimientos de la pubertad, del no-poder-comprender-ni-cla- sificar los propios impulsos, permanece mejor grabado en nuestra memoria que los primeros traumas que a menudo se ocultan tras la imagen de una infancia idilica o tras una amnesia infantil casi total, Esto podria explicar por qué la gente adulta recuerda menos a menudo con nostalgia la época de su pubertad que la de su infancia. En la me: cla de nostalgia, expectativa y miedo a la desi lusin que en mucha gente acompatia a ciertas festividades conocidas desde la nifiez, se refleja probablemente la busqueda de la intensidad afec- tiva de la propia infancia. Pero justo por ser los sentimientos del nifio tan intensos, su represion no puede quedar sin consecuencias relevantes. ‘Cuanto mas fuerte sea el recluso, mas gruesos ha- bran de ser los muros de la prisién que dificulten, © incluso impidan, su posterior desarrollo emo- cional. OL Si hemos Iegado a experimentar varias veces que la irrupcién de sentimientos intensos de la primera infancia, impregnados por el atributo es- pecifico del no-comprender, puede hacer desapa- recer un estado depresivo prolongado, nuestro trato con los sentimientos «no deseados», sobre todo el dolor, ira modificéndose a medida que pase el tiempo. Descubriremos que no tenemos por qué seguir forzosamente el esquema inicial (de- silusién-tepresi6n del dolor-depresi6n), pues en adelante tendremos otra posibilidad de tratar con las frustraciones, vale decir: la vivencia del dolor. Sélo asf se nos abriré el acceso emocional a nues- tras vivencias tempranas, es decir, a las zonas hasta entonces ocultas de nuestro Yo y de nuestro destino. Un paciente que se hallaba en la fase nal de su terapia formulé esta situacién en los si- guientes términos «No eran los sentimientos bellos y agradables los que me transmitfan nuevos conocimicntos, sino aquellos contra los que yo mas me habfa de- fendido: sentimientos en los que me vefa como un ser mezquino, pequefio, malo, impotente, aver- gonzado, pretencioso, rencoroso o confuso. Y, so bre todo, triste y solitario. Pero precisamente des- pués de estas vivencias, tan largo tiempo evitadas, tuve la certeza de haber comprendido algo de mi vida partiendo desde dentro, algo que no hubiera podido encontrar en libro alguno». 92 Este paciente estaba describiendo, en realidad, el proceso del conocimiento emocional. Las inter- pretaciones de terapeutas que no han descubierto nunca la verdadera historia de su infancia pueden petturbar este proceso, o también alterarlo, fre- narlo, dilatarlo ¢ incluso impedirlo, o bien redu- cirlo al nivel de conocimiento intelectual. Pues el paciente estard dispuesto a renunciar muy pronto a la alegria del descubrimiento y de la propia ex- presin para adaptarse a los planes de su tera peuta... por miedo a perder la simpatia, compren- sién y empatfa que ha estado esperando a lo largo de tocia st vida. Que esto no tenga por qué ocurrir siempre es algo que 41, debido a las experiencias con los padres, no puede creer. Pero, si cede a este miedo y se adapta, el tratamiento se deslizara ha- cia el plano del falso Yo, y el verdadero permane- ceré oculto y atrofiado. De ahi que sea importan- tisimo que el terapeuta no tenga que formular, movido por su propia necesidad, contextos que el paciente esta precisamente a punto de descubrir con ayuda de sus sentimientos. De lo contrario se comportaria como un amigo que llevase buena co- mida a la celda de un prisionero en el preciso ins- tante en que éste tuviera la posibilidad de aban- donar su celda y pasar una primera noche tal vez sin proteccién y hambriento, pero en libertad. Como, de todas formas, este paso hacia lo incierto exige un gran valor, puede ooutrir que el prisione- ro pierda su oportunidad y permanezca en la cdr cel, consoléndose con su comida y la «protecciéns. 93 Pero si se respeta la necesidad de descubrir del paciente, podré revivirse conscientemente y por vez primera una situaci6n antigua y jamds re- cordada, percibida también por primera vez en toda su tragedia y por fin sometida al trabajo del duelo. Es propio de la dialéctica del traba- jo del duelo el que esas vivencias estimulen, por un lado, el encontrarse a si mismo y, por el otro, lo tengan como condicién previa. La contrapartida de la depresion dentro del trastorno es la grandiosidad. De ahi que un pa- ciente pueda verse temporalmente liberado de la depresién cuando el terapeuta, o el grupo de te- rapia, lo hacen participar de su propia grandio- sidad, es decir, cuando, como parte de ellos, le permiten sentirse en cierto modo también grande y fuerte. En ese caso el trastorno asume otro signo durante cierto tiempo, pero sigue exis- tiendo. No obstante, la liberacién de ambas for- mas del trastorno apenas serd posible sin un pro- fundo trabajo de duelo sobre la situacion de la infancta. La capacidad de vivir el duelo, es decir, de re- nunciar a la itisién de la propia infancia «feliz», y de percibir emocionalmente toda la magnitud de las heridas padecidas, devuelve al depresivo su vitalidad y creatividad, y puede liberar al gran- dioso de los esfuerzos y la dependencia de su tra- bajo de Sisifo. Si una persona puede darse cuenta, a través de un largo proceso, de que nunca fue aquerido» por haber sido el nifio gue fue, sino uti- 94 lizado por sus rendimientos, éxitos y cualidades, si puede darse cuenta de que sacrificé su infancia por este supuesto «amor», dicha constatacién le produciré hondas conmociones internas, pero un buen dia sentira el deseo de poner fin a su ma- niobra publicitaria, Descubriré en sf mismo la ne- cesidad de vivir su verdadero Yo y no tener que seguir gandndose ese amor, un amor que, en el fondo, lo deja con las manos vacfas porque su ob- jeto era ese falso Yo al que él mismo ha empe- zado a renunciar. La liberaci6n de la depresién no conduce a un estado de alegria permanente o de carencia total de sufrimientos, sino al dinamismo vital, es decir, a la libertad de poder vivir los sentimien- tos que afloren de manera espontanea, Es propio de la pluralidad de lo vivo el que estos senti- mientos no siempre sean alegres, chermosos» y «buenos», sino que pongan de manifiesto toda la escala de lo humano, es decir, también la envi- dia, los celos, la ira, la indignacién, la desespe- raci6n, la nostalgia y la aflicci6n. Pero esta aper- tura y esta libertad para dar cabida a los senti- mientos, al margen de lo que nos revelen, resultan. inalcanzables si sus rafces fueron cortadas en la infancia. Asi, a veces, el acceso a nuestro verda- dero yo sélo nos es posible si ya no hace falta te- met el mundo afectivo de nuestra infancia. Cuando éste haya sido vivido ya no nos resultaré extraflo ni amenazador. Nos sera conocido y fa- miliar, y ya no tendré que continuar oculto tras 95 los muros de la cércel de la ilusién. Sabremos en- tonces quién y qué nos «encerré», y precisamente este saber nos liberar4, también, por fin, de anti- guos dolores. Muchos de los consejos vinculados al «trato» con pacientes depresivos presentan un carécter netamente manipulador. Segiin algunos psiquia- tras, deberia demostrarse al paciente que «su de- sesperanza no es racional», o bien hacer que tome conciencia de su «hipersensibilidad. Este proce- dimiento apuntalaria, en mi opinién, el falso Yo y la adaptacién emocional, es decir, en el fondo, también la depresién. Pero si no deseamos esto, tendremos que tomar en serio todos los senti- mientos del paciente. Precisamente su hipersensibilidad, su pudor, sus autorreproches (jcudn a menudo sabe un pa- ciente depresivo que est reaccionando en forma hipersensible, y cémo se lo reprocha!) van creando el hilo conductor de Jos antiguos senti mientos y de la queja verdadera y oculta, aunque 41 no entienda todavia a qué se refieren en reali- dad. El sentimiento de desesperanza puede, de hecho, corresponderse exactamente con la situa- cién real de la infancia. Cuanto menos realistas scan estos sentimien- tos, cuanto menos «se avengan» con la realidad actual, mds claramente mostrarén que son reac- nes ante situaciones desconocidas que estén agin por descubrir. Pero si el sentimiento en cues- tidn no es vivido, sino que el terapeuta opera con 96 él un proceso «disuasive», el descubrimiento tam- bién quedaré excluido y la depresién podré cele- brar con tranquilidad sus triunfos. Tras una larga fase depresiva, acompariada de ideas de suicidio, Pia, una mujer de cuarenta aftos que habfa sido duramente maltratada en la infan- cia, pudo por fin vivir y legitimar la violenta y largo tiempo reprimida rabia contra su padre. A ello no siguié en un principio ningtn alivio visi- ble, sino una etapa Ilena de duelo y lagrimas. Al finalizar este periodo dijo: «El mundo no ha cambiado, la maldad y la crueldad me rodean por todas partes y lo advierto con mayor claridad atin que antes. No obstante.. por primera vez encuentro que la vida merece realmente ser vivida, Tal vez porque tengo la im- presion de vivir por vez primera mi propia vida. Y ésta es una aventura fascinante. Sin embargo, ahora entiendo mejor mis planes de suicidio, so- bre todo los de mi juventud: en realidad, me pa- recfa absurdo seguir viviendo porque de algin modo habfa vivido una vida extrafia, que en nin- gtin momento habia deseado y que estaba dis- puesta a echar faécilmente por la borda». o7 Un aspecto social de la depresién Podriamos plantearnos la pregunta: ¢Tiene la adaptacién que desembocar a la fuerza en la de- presién? ¢No podria ocurrir, y no hay acaso ejem- plos de ello, que las personas emocionalmente adaptables vivan muy contentas? Tal vez ha habido casos similares en el pasado. En culturas que con- tinuaban viviendo dentro de un sistema de valores aislado de otros, un hombre adaptado no era cier- tamente auténomo ni tenfa un sentimiento de identidad propio e individual que le diera apoyo, pero encontraba su apoyo en el grupo. Claro que también habia excepciones que, no satisfechas por todo esto, eran Jo suficientemente fuertes como para evadirse, Hoy, sin embargo, semejante encap- sulamiento de un grupo frente a otros con otras es- calas de valores, resulta apenas posible. Exigirfa una firme seguridad del individuo en si mismo, si no quiere convertirse en marioneta de distintos in- tereses € ideologias. Cierto es que hoy dfa existen numerosos gru- pos que se denominan terapéutices y consideran que su tarea es este fortalecimiento de sus miem- bros. Puede surgir incluso una adiccién al grupo 98 porque éste transmite una sensacién de conten- cién y apoya la ilusin de que las necesidades de amor, comprensi6n y seguridad reprimidas en la infancia pueden ser satisfechas, pese a todo, por el grupo. Pero a la larga, esta «droga» tampoco puede eliminar la depresién mientras los senti- mientos infantiles sigan reprimidos. Este apo- yarse en el propio Yo, es decir, en el acceso a los. propios sentimientos y necesidades reales, asi como la posibilidad de articularlos, siguen siendo necesarios para el individuo si quiere vivir sin de- presiones ni adicciones. También en el nifio adaptado dormitan fuer- zas que oponen resistencia a esa adaptacién. En la pubertad, muchos jévenes eligen nuevos valo- res que son diametralmente opuestos a los de sus padres; forman, pues, nuevos ideales e intentan hacerlos realidad. Pero cuando esta tentativa no se halla arraigada en la vivencia de las propias ne- cesidades y sentimientos auténticos, el joven se adaptaré a los nuevos ideales de modo parecido a como, en otros tiempos, se adaptaba a sus padres. Volveré a renegar de su verdadero Yo para ser re- conocido y amado por el grupo de jévenes de su edad 0 por su pareja. Sin embargo, nada de esto sirve en realidad contra la depresién. Pues esa persona tampoco sera ella misma cuando sea adulta, y no se conocera ni se querré; lo haré todo para ser amado por alguien, tal y como lo hubiera necesitado con urgencia en otro tiempo, siendo nifio. Y esperar4 conseguirlo al fin mediante la 99 adaptacién. Los dos ejemplos siguientes pueden ilustrar lo expuesto. 1. Paula, de veintiocho afios, quisiera libe- rarse de su familia patriarcal, en la que la madre se halla sometida al padre. Se casa entonces con un hombre sumiso, y parece haber hecho algo to- talmente distinto de lo que hiciera su madre. Bl marido consiente que ella duerma en casa de sus amigos. Ella misma se prohibe sentimientos de celos y de ternura, y quisiera poder relacionarse con muchos hombres sin atarse sentimentalmen- te a fin de sentirse auténoma como un hombre. Pero tiene tal necesidad de «progresismo» que se deja maltratar y humillar por sus amigos cuando a éstos les viene en gana hacerlo, reprimiendo a la vez todos sus sentimientos de humillacion y de rabia en Ja creencia de que asf quedaré libre de prejuicios y seré una mujer moderna, A través de estas relaciones ha salvado, pues, su docilidad in- fantil, pero también ha hecho suya inconsciente- mente la sumisién de su madre. Como sufria de depresiones agudas y era dependiente del alcohol, comenzé una_terapia reveladora que le ha per- mitido sentir los efectos que en ella habfa tenido aquella sumisién de la madre. Con el tiempo, es- tas confrontaciones directas ¢ internas con la ma- dre le permitieron no seguir incorporando, in- consciente y compulsivamente, la actitud de su madre en sus relaciones de pareja, y poder amar por fin a gente digna de su amor 2, Amar, de cuarenta afios, hijo de una famili 100 africana, crecié solo con su madre; el padre mu- rid cuando él era atin muy pequefio. La madre in- siste en la observacin de ciertos modales ¢ im- pide por todos los medios que el nifio sienta y, menos atin, exprese sus necesidades infantiles. Por otro lado, le hace con regularidad masajes en el pene hasta la pubertad, supuestamente por consejo de los médicos. Ya adulto, el hijo se se- para de la madre y de su mundo, y se casa con una europea que, ademés, pertenecia a un estrato social totalmente distinto al de su casa paterna. No hay que atribuir a un azar, sino a la historia infantil de Amar, almacenada en su cuerpo pero atin inconsciente para él, el que li jer que lo torturara, humillara y le diera insegu- ridad hasta un grado extremo, y que él no pudiera hacerle frente en modo alguno ni tampoco aban- donarla. Este torturante matrimonio es, como el ejemplo anterior, un intento por evadirse del sis- tema social de los padres con ayuda de otro sis- tema. El hombre adulto pudo liberarse sin duda de la madre de su adolescencia, pero emocional- mente quedé ligado a la imagen materna de su in- fancia, que segufa siendo inconsciente, y que su mujer sustitufa mientras él mismo no podta vivir sus sentimientos de aquellas etapas. En la terapia fue para él terriblemente doloroso darse cuenta de la medida en que habfa admirado a su madre siendo nino y, al mismo tiempo, cémo en su in- defensin se habia sentido manipulado por ella, en qué medida la habfa amado y odiado, y haba 101 adaptacién. Los dos ejemplos siguientes pueden ilustrar lo expuesto. 1. Paula, de veintiocho afios, quisiera libe- rarse de su familia patriarcal, en la que la madre se halla sometida al padre. Se casa entonces con un hombre sumiso, y parece haber hecho algo to- talmente distinto de lo que hiciera su madre, El marido consiente que clla duerma en casa de sus amigos. Ella misma se prohibe sentimientos de celos y de ternura, y quisiera poder relacionarse con muchos hombres sin atarse sentimentalmen- te a fin de sentirse aut6noma como un hombre. Pero tiene tal necesidad de «progresismo» que se deja maltratar y humillar por sus amigos cuando a éstos les viene en gana hacerlo, reprimiendo a la vez todos sus sentimientos de humillacion y de rabia en la creencia de que as{ quedaré libre de prejuicios y sera una mujer moderna. A través de estas relaciones ha salvado, pues, su docilidad in- fantil, pero también ha hecho suya inconsciente- mente la sumisién de su madre. Como sufrfa de depresiones agudas y era dependiente del alcohol, comenz6 una. terapia reveladora que le ha per- mitido sentir los efectos que en ella habia tenido aguella sumisién de la madre. Con el tiempo, es- tas confrontaciones directas ¢ internas con la ma- dre le permitieron no seguir incorporando, in- consciente y compulsivamente, la actitud de su madre en sus relaciones de pareja, y poder amar por fin a gente digna de su amor. 2. Amar, de cuarenta afios, hijo de una familia 100 africana, crecié solo con su madre; el padre mu- rié cuando él era atin muy pequefio. La madre in- siste en la observaci6n de ciertos modales e im- pide por todos los medios que el nifio sienta y, menos atin, exprese sus necesidades infantiles. Por otro lado, le hace con regularidad masajes en el pene hasta la pubertad, supuestamente por consejo de los médicos. Ya adulto, el hijo se se- para de la madre y de su mundo, y se casa con una europea que, ademés, pertenecia a un estrato social totalmente distinto al de su casa paterna No hay que atribuir a un azar, sino a la historia infantil de Amar, almacenada en su cuerpo pero avin inconsciente para él, el que eligiera una mu- jer que lo torturara, humillara y le diera insegu- lad hasta un grado extremo, y que él no pudiera hacerle frente en modo alguno ni tampoco aban- donarla, Este torturante matrimonio es, como el ejemplo anterior, un intento por evadirse del sis- tema social de los padres con ayuda de otro sis tema. El hombre adulto pudo liberarse sin duda de la madre de su adolescencia, pero emocional- mente quedé ligado a la imagen materna de su in- fancia, que segufa siendo inconsciente, y que su mujer sustitufa mientras él mismo no podfa vivir sus sentimientos de aquellas etapas. En la terapia fue para él terriblemente doloroso darse cuenta de la medida en que habia admirado a su madre siendo nifio y, al mismo tiempo, cémo en su in- defensién se habia sentido manipulado por ella, en qué medida Ia habfa amado y odiado, y habia 101 estado a merced de ella. Sin embargo, tras haber vivido estos sentimientos, no tuvo que temer mas a su esposa y, per primera vez, se atrevié a verla como de verdad era. El nifio debe adaptarse para conservar la ilusién de amor, de atencién a su persona y de bienestar. El adulto ya no necesita esta ilusién para sobrevivir. Puede renunciar a la ceguera y asi, con los ojos abiertos, decidir lo que va a hacer. Tanto el grandioso como el depresivo reniegan plenamente de la realidad de su infancia al vivir como si atin pudieran salvar la disponibilidad de sus padres: el grandioso, en la ilusién del éxito, y el depresivo, en el miedo a perder por su propia culpa la atencién hacia su persona. Pero ninguno de los dos puede dar cabida a la verdad de que en el pasado no existié amor alguno y de que ningéin esfuerzo del mundo podré cambiar nunca este hecho. 102 La leyenda de Narciso La leyenda de Narciso describe la tragedia de la pérdida del Yo, del lamado trastorno narci- sista. El Narciso que se refleja en cl agua esta enamorado de su hermoso rostro, del que su ma- dre se sentfa, sin duda, orgullosa, También la ninfa Eco responde a las lamadas del joven, de cuya belleza est4 enamorada. Las llamadas de Eco engafan a Narciso, También le engafia su imagen especular en la medida en que sélo refleja su parte perfecta y extraordinaria, mas no las otras partes, Su parte posterior y su sombra, por ejemplo, le quedan ocultas, no pertenecen a su amada imagen especular, son excluidas de ella. Este estadio de la fascinacién es comparable con la grandiosidad, asf como el siguiente, el de- seo destructor de s{ mismo, es comparable con la depresién. Narciso no querfa ser nada més que el joven hermoso, negaba su verdadero Yo, queria fusionarse con la bella imagen. Y esto lo condujo a la autoentrega, a la muerte, o bien —en la ver- sin de Ovidio— a la metamorfosis en flor. Esta muerte es una consecuencia légica de la fijacién en cl falso Yo. Pues no son sélo los sentimientos 103 abellos», «buenos» y complacientes los que nos permiten estar vivos, dan profundidad a nuestra existencia y nos proporcionan ideas decisivas, sino a menudo aquellos que nos resultan incé- modos ¢ inadecuados, precisamente aquellos que preferirfamos evitar: impotencia, vergtienza, en- vidia, celos, confusién, rabia y duelo. En el es- pacio de la terapia, estos sentimientos pueden ser vividos, comprendidos y ordenados. En este sen- tido, dicho espacio constituye un espejo del mundo interior, que resulta mucho ms rico que el «rostro hermoso». Narciso esté enamorado de su imagen idealizada, pero ni el Narciso gran- dioso ni el depresivo pueden amarse realmente. ‘Su entusiasmo por su respectivo falso Yo les im- posibilita no s6lo el amor al otro, sino también, pese a todas las apariencias, el amor por la tinica persona que les ha sido confiada por entero: ellos mismos. 104 it El circulo infernal del desprecio j La humillacin del nifio, el desprecio de la debilidad y sus consecuencias. Ejemplos de la vida cotidiana Mientras viajaba durante unas vacaciones mis ideas giraron en torno al tema «desprecio» y relef una serie de apuntes que acerca de ese mismo tema habfa hecho con anterioridad. Tal vez haya gue atribuir a esta sensibilizacion mia cl que vi- viera mucho mds intensamente que de costumbre una escena trivial y sin hechos espectaculares, una de esas escenas que, sin duda, deben de pro- ducirse con suma frecuencia. Voy a iniciar mis re- flexiones relatandola, pues con su ayuda podré ilustrar, sin riesgo de indiscrecién, una serie de ideas que he ido adquiriendo en el curso de mi trabajo, Un dia, mientras daba un paseo, vi delante de m{ a una pareja joven, ambos muy altos, a cuyo lado correteaba lloriqueando un nifiito de unos dos afios. (Estamos acostumbrados a ver este tipo de situaciones desde la perspectiva del adulto, y yo quisiera intentar aguf, a propésito, describir ésta desde el angulo del nifo que la experimenté.) Los dos acababan de comprarse un helado en un guiosco y estaban lamiéndolo con fruicién. El ni- ito también querfa un helado igual, La madre le 107 dijo en tono carifioso: «Ven, que te dejaré darle un mordisco al mfo, uno entero seria demasiado frio para ti». Pero el nifio no queria morder, sino que estiraba la mano hacia el helado que su ma- dre le sustrafa, Empezé a llorar desesperada- mente, y la misma situacién volvié a repeti el padre: «Ven, ven a morder el mio», le dijo éste con carifio. «jNo, nol», exclamé el nifio volviendo a corretear; quiso apartarse, pero regresé y lanz6 una mirada triste y envidiosa hacia donde los dos adultos saboreaban su helado, contentos y sol darios. Estos le ofrecieron varias veces un mor- disco, y cada vez que el nifio estiraba su manita hacia el helado, la mano de los adultos se alejaba con el preciado tesoro. Y cuanto mds loraba el nino, mas se divertfan sus padres. Se refan muchisimo y esperaban di- vertir también al nifio con sus risas: «Oye, pero si no es para tanto, no sigas haciendo el numerito» En una de ésas, el nifio se senté en el suelo, de espaldas a los padres, y empezé a tirar guijarritos hacia atrés, en direccién a su madre, hasta que de pronto se levamté y, angustiado, miré si sus pa- dres atin seguian allt, Cuando el padre hubo ter- minado su helado, le dio el palito al nifio y siguié caminando, Esperanzado, el pequefio intenté la- mer el trocito de madera, lo observ6, lo tir, quiso aleanzarlo de nuevo, no lo hizo, y un sollozo pro- fundo y solitario, cargado de desilusién, estre- mecié su cuerpecito. Luego eché a trotar valien- temente detrés de sus padres. 108 Me parecié evidente que el nifio no se habfa visto frustrado en su «deseo pulsional oral», pues hubiera podido mordisquear el helado varias ve- ces, pero si habfa sido humillado y frustrado todo cl tiempo. No se entendié que él deseaba tener el pelito en su mano al igual que los otros; y algo més: se rieron de ello, su necesidad fue objeto de burla y diversién, Se vio enfrentado a dos gigan- tes que, orgullosos de ser consecuentes, se apo- yaban incluso uno al otro, mientras que él per- manecia totalmente solo con su dolor, incapaz, en apariencia, de decir algo més que «no» y de ha- cerse entender por esos padres a través de sus gestos (bastante expresivos, por lo demés). No te- nia ningtin defensor. Cuan injusta es, ademas, esta situacién en la que un nifio se encuentra ante dos adultos més fuertes que él como ante una muralla; denominamos «coherencia en la educa- cidny al hecho de negarle al nifio la posibilidad de quejarse ante uno de los padres de la Conducta del otro. Podrfamos preguntarnos por qué los padres se portaron de forma tan poco empatica. ¢Por qué a ninguno de los dos se le ocurri6, por ejemplo, co- mer més rapido o incluso tirar la mitad de su he- lado para darle al nifio el palito con el resto atin comible? Por qué ambos se echaron a refr y co- mian tan lentamente, mostrandose tan indiferen- tes a la desesperacién de su hijo, que era eviden- tisima? No eran padres malos ni frios, el padre se habfa dirigido al nifio en términos muy carifiosos. 109 Y, sin embargo, ambos mostraron una carencia de empatia, al menos en aque] momento. Sélo es posible explicarse este enigma si se les mira también a ellos como a un par de nifios in- ‘seguros que encuentran por fin a un ser més débil ante el cual pueden sentirse mas fuertes. ¢Oué nifio no ha sentido alguna vez que otros se han burlado de su miedo diciéndole, por ejemplo: «No tienes por qué asustarte de una cosa asf»? El nifo se siente en esos casos humillado y despre- ciado por no haber podido calibrar el peligro, y a la primera oportunidad traspasard esos. senti- mientos a otro nifio atin mas pequefio. Estas experiencias se dan con toda clase de matices y puntualizaciones; hay un hecho comén a todas ellas: el miedo del nifio débil y desam- parado proporciona una sensacién de fortaleza al adulto, incluso la posibilidad de manipular el miedo (en el otro), cosa que él no puede hacer con su propio miedo. Es asimismo indudable que, dentro de veinte afios o incluso antes, nuestro nifio repetiré la aventura del helado con sus hijos, pero seguro que él serd entonces el poderoso, y ef otro aquel pequefio ser desamparado, envidioso e impotente al que por fin ya no tendra que seguir llevando en su interior y podré escindir y situar fuera, E| desprecio por este ser més débil y pequefio se convierte asi en la mejor proteccién contra la irrupcién de los propios sentimientos de impoten- cia: es la expresi6n de la debilidad escindida, El 110 fuerte que conoce su debilidad porque la ha vi- vido no necesita hacer demostraciones de fuerza mediante el desprecio. También los sentimientos de impotencia, celos y abandono son a veces vividos por el adulto en su propio hijo, ya que en su infancia no tuvo oportunidad de vivirlos conscientemente, Mas arriba he descrito el caso de un paciente que se veia impelido a conguistar, seducir y abandonar mujeres hasta que pudo vivir su propio y reite- rado abandono por parte de la madre. En esa etapa recordé que era ridiculizado a menudo y experimenté por primera vez los sentimientos de humillacién y envilecimiento de aquel entonces. Todo aquello habfa permanecido oculto para él en ese momento. Podemos «liberarnos» de los dolores no vivi- dos delegandolos en nuestros propios hijos. Mas © menos como en la escena del helado que aca- bamos de describir: «Mira, nosotros somos ma- yores, nos est permitido; para ti en cambio es de- masiado frio, sélo cuando seas Jo suficientemente mayor podras disfrutar con la misma tranquilidad con que Jo hacemos nosotros» Lo que humilla al nifio no es la no realizacion de la pulsién, sino el desprecio de su persona. La afecci6n se ve, en general, reforzada por el hecho de que los padres, gracias a su amenazadora con- dicién de «mayores», se vengan inconscientemen- te en el hijo de sus propias humillaciones. En los curiosos ojos del nifio reencuentran su propio pa- A sado humillante del que tienen que defenderse con el poder al que ya han accedido. Ni con la mejor buena voluntad podemos liberarnos de los modelos que tan tempranamente aprendimos de nuestros padres, pero quedaremos libres de ellos, en cuanto nos permitamos sentir y advirtamos cémo sufriamos bajo esos modelos. Sélo enton- ces estaremos en condiciones de advertir lo des- tructivos que eran, aunque hoy atin nos topemos a menudo con ellos. En muchas sociedades, las niflas pequenas son ademas discriminadas por ser niftas. Pero, como las mujeres detentan el poder sobre recién naci- dos y lactantes, las que fueron nifias transmiten este desprecio a su propio hijo a una edad muy temprana. Bl hombre adulto idealizara luego a su madre, porque todo ser humano se aferra a la idea de haber sido realmente amado, y despre- ciaré a las otras mujeres, de las que puede ven- garse en lugar de la madre, Y éstas, las mujeres adultas y humilladas, no suelen tener a su vez otra posibilidad de descargar su lastre que endil gandoselo a su propio hijo. Todo puede ocurrir entonces de modo oculto e impune; el nifio no puede contarlo en ningtin lado, salvo quizé mas tarde a través de alguna perversion o neurosis ob- sesiva, cuyo lenguaje sera, sin embargo, lo sufi- cientemente crfptico como para no delatar a la madre. El desprecio es el arma del débil y fa capa pro- tectora contra sentimientos que nos recuerden 12 nuestra propia historia, Y en la base de todo des- precio, de cualquier discriminacién, se encuentra el ejercicio del poder —mas 0 menos consciente, incontrolado, oculto y tolerado por la sociedad (excepto en casos de homicidio o malos tratos corporales serios)— del adulto sobre el nifio. Lo que el adulto haga con el alma de su hijo es asunto de su exclusiva competencia, la trata como si fuera propiedad suya, algo similar a lo que ocurre con Jos ciudadanos en un Estado totalita- rio. Pero el adulto nunca estaré sometido a éste en la misma medida en que un nifio pequefio lo esta a sus padres, que desprecian sus derechos. Mientras no nos sensibilicemos ante los padeci- mientos del ninto pequefio, este ejercicio del poder no seré atendido ni tomado en serio por nadie, y sf totalmente trivializado, pues se trata tan sélo de nifios. Pero estos niiios se convertirdn, veinte afios més tarde, en adultos que les cobraran todo esto a sus propios hijos. Puede que a nivel consciente combatan la crueldad «en el mundo», y, a la vez, se la impongan de manera inconsciente a otras personas de su entorno, porque llevan dentro de sf una idea de la crueldad a la que ya no tendran acceso, una idea que permanece oculta tras las idealizaciones de una infancia feliz y los impulsa a cometer actos destructivos. Urge que esta «transmisién hereditaria» de la destructividad de una generacién a la siguiente sea sustituida por una toma de conciencia emo- cional. Una persona que abofetea, golpea u ofen- 13 de conscientemente a otra sabe que est4 hacién- dole dafio, aunque no sepa por qué lo hace. iPero cudntas veces no se han dado cuenta nuestros padres —ni nosotros mismos frente a nuestros hi- jos— de lo profunda, dolorosa y duradera que po- dia ser la herida que infligfamos al Yo embrio- nario de nuestros hijos! Es nna gran suerte que nuestros hijos lo adviertan y puedan decimoslo, que nos den la oportunidad de ver nuestras omi- siones y nuestros fallos y de pedir disculpas. En- tonces les sera posible desechar las cadenas del poder, la discriminacién y el desprecio que vie- nen transmitiéndose de generacién en generacién. No tendran ya necesidad de defenderse de Ja im- potencia ante el poder cuando su impotencia tem- prana y su rabia se conviertan en vivencia cons- ciente. Sin embargo, en la mayorfa de los casos, el propio sufrimiento infantil permanece oculto a nivel emocional para el sujeto y constituye pre- cisamente por eso la fuente oculta de nuevas —y a veces muy sutiles— humillaciones en la gene- racién siguiente. En estos casos tenemos a nues- tra disposicién varios mecanismos de defensa, ta- les como la renegacién (del propio sufrimiento, por ejemplo), la racionalizacién («le debo una educacién a mi hijo»), el desplazamiento («no me hacia dafio mi padre, sino mi hijo»), la idealiza- cién («las palizas de mi padre me hicieron bien»), etcétera, pero sobre todo el mecanismo de con- versién del sufrimiento pasivo en conducta activa. 114 Los ejemplos siguientes ilustrardn la sorprendente similitud con que la gente se defiende de su des- tino infantil, aunque presenten notables diferen- cias en la estructura de su personalidad y en su grado de formacién. Un hijo de campesinos griegos, de unos treinta afios, duefio de un pequefio restaurante en Eu- ropa occidental, explica con orgullo que jamas bebe alcohol y que debe a su padre esta practica de la abstinencia, A los quince afos, un dia en que volvié a casa borracho, recibié una paliza tan fuerte de su padre que estuvo una semana entera sin poder moverse. Desde entonces el alcohol le resulta tan repulsivo que nunca mas ha podido Ile- varse una gota a los labios, aunque su oficio lo mantenga en constante contacto con él. Cuando of que pensaba casarse pronto, le pregunté si tam- bién les pegaria a sus hijos. «Por supuesto», fue la respuesta, «s6lo a golpes puede educarse de- bidamente a un nifio, es el mejor método para ha- cerse respetar. En presencia de mi anciano padre yo jamas fumarfa, por ejemplo, aunque él mismo fume; es una muestra de mi respeto por él.» El hombre no parecia tonto ni antipatico, pero su formacién escolar no era muy sdlida. Se podia confiar, por lo tanto, en la ilusién de que con una explicacién intelectual serfa posible contrarrestar ei proceso de destruccién psiquica. Pero, qué ocurre con esta ilusién en el ejem- plo siguiente, cuyo protagonista es un hombre culto? 15 En los afios setenta, un escritor checo con ta- lento lee pasajes de sus obras en una ciudad de la Reptiblica Federal Alemana. A continuacién tiene lugar una charla con el piblico durante la cual le hacen preguntas sobre su vida, a las que él responde con toda naturalidad. Explica que, aunque en su momento tomné partido por la pri- mavera de Praga, actualmente disfrutaba de una gran libertad y hasta podia viajar con frecuencia a Occidente, Luego pasa a describir la evolucién de su pats en los wltimos afios. Interrogado acer- ca de su nifiez, hablé con ojos brillantes de en- tusiasmo sobre su dotado y polifacético padre, que lo habja promocionado espiritualmente y habfa sido un verdadero amigo para él. Sélo al padre habia podido mostrarle sus primeros rela- tos, El padre estaba muy orgulloso de él, ¢ incluso cuando le pegaba —cosa que hacia a menudo para castigar las travesuras que la madre le con- taba—, se sentfa orgulloso si su hijo no Horaba. Como las ldgrimas suponfan golpes adicionales, el nifio aprendié a contenerlas y hasta se sentia or- gulloso de obsequiar a su admirado padre con algo tan importante como su valentia, Aquel hombre hablé de esas palizas regulares como si se tratara de lo mas normal del mundo (cosa que para él, desde luego, lo eran), y aftadié luego: «No me hicieron dafio alguno, me prepa- raron para la vida, me endurecieron y ensefiaron a ser valiente. Por eso he podido llegar tan lejos profesionalmente». ¥ de este modo, podria afia- 116 dirse, pudo adaptarse tan bien al régimen comu- nista, A diferencia del mencionado escritor checo, el director cinematogréfico Ingmar Bergman habl6 sobre su nifiez en un programa televisivo y se re- firié a ella en un tono totalmente consciente y con una comprensién mucho mayor (aunque s6lo intelectual) de los elementos relacionantes— como a una crénica de humillaciones; la humilla- cin fue « instrumento esencial de su educacién. Asi, por ejemplo, cuando se mojaba los pantalo- nes, tenfa que evar todo el dfa un vestido rojo para que los demés pudieran verlo y él tuviera que avergonzarse. Era el menor de los dos hijos de un pastor protestante. En la entrevista televi- siva relaté una escena que solfa repetirse a me- nudo durante su infancia: su hermano mayor era golpeado en la espalda por el padre, y la madre restafaba la espalda sangrante del hermano con algodén. EI asistfa a la flagelacién, sentado. Bergman relaté esta escena sin excitacién al- guna, con total frialdad. Uno se lo imaginaba allt, de nifio, observando aquello con toda tranquili- dad. Seguro que no hufa, ni cerraba los ojos, ni gritaba. Daba la impresién de que, si bien esta es- cena se habfa producido realmente, era al mismo tiempo un recuerdo encubridor de aquello que le habia sucedido a él mismo. Pues es muy dificil suponer que semejante padre le pegase sélo a su hermano. Muchas personas viven largo tiempo conven- 417 cidas de que las humillaciones sdlo iban dirigidas ‘a sus hermanos. Unicamente en el curso de Ta te- Tapia reveladora podran recordar, entre senti- mientos de odio € impotencia, pero también de ira e indignaci6n, lo humillados y abandonados que se sentian ellos mismos cuando su querido padre los vapuleaba, y podrén vivir al fin esos sentimientos ‘ No obstante, Bergman tenia otra posibilidad de trato con sus sufrimientos, ademas del despla- zarmiento y la renegacién: hacer cine y delegar ‘en los espectadores los sentimientos rechazados. Imaginemos que, como espectadores de sus peli- culas, empezamos a vivir los sentimientos que a, como hijo de semejante padre, no pudo experi- mentar abiertamente entonces y que sin embargo conservé en su interior. Sentados frente a la pan- talla, como el chiquillo que él fue en otro tiempo, nos vemos confrontados con una crucldad que aflige a «nuestro hermano» y apenas nos senti- remos capaces 0 dispuestos a acoger en nosotros toda esta brutalidad con sentimientos auténticos. La rechazaremos. Cuando Bergman refiere luego, con gran consternacién, que hasta 1945 no logré darse cuenta de lo que era el nacionalsocialismo pese a haber viajado a menudo por Alemania du- rante la era hitleriana, su constatacion me parece una consecuencia de aquella infancia. La cruel- dad era el aire familiar que habia tenido que res- pirar desde nifio. tanto al nifio después del baito que éste tenga una ereccién nada peligrosa ni amenazadora para ella. También podré masajear sin miedo el pene de su hijo hasta la pubertad de éste, a fin de «quitarle la fimosis». Bajo la pro- teccién del amor incuestionable que todo nifio brinda a su madre, ésta podré continuar sus au- ténticas y vacilantes indagaciones sexuales, que tan temprano interrumpiera Pero gqué supone para el nifio ser explotado por padres Sexualmente inhibidos? Todo nifio busca contactos tiernos y se sentiré feliz si se los dan. Pero, al mismo tiempo, se sentir inseguro si Je despiertan sentimientos que no se hubieran pre- sentado de forma espontanea en aquella fase de su desarrollo. Esta inseguridad se veré mas acentuada atin por el hecho de que sus propias actividades autoeréticas serén castigadas con palabras conde- natorias 0 miradas despreciativas de los padres. 120 Ademés de las sexuales, hay otras formas de violacién del nifio, como por ejemplo las que se rea- lizan con ayuda del adoctrinamiento, que se halla en la base tanto de la educacién «antiauto- ritaria» como de la «buena». En ambas formas de educacién, las verdaderas necesidades del nifio en las distintas fases de su desarrollo no pueden ser percibidas, En cuanto el nifo es sentido como un objeto de propiedad con el cual se persiguen una serie de objetivos, en cuanto se apoderan de él, su crecimiento vital se ve violentamente interrum- pido. Uno de los dogmas evidentes de nuestra edu- cacién consiste en cortar desde un principio las raices vivas y tratar luego de sustituir su funcién natural recurriendo a métodos artificiales. Ast, por ejemplo, se limita la curiosidad del nifio («hay preguntas que no se hacen»), y, més tarde, cuando ya carece del impulso natural para apren- der, se le ofrecen clases de recuperacién no bien tiene dificultades en la escuela, Hallamos un ejemplo similar en el comportamiento del ma- niaco, caso éste en que la relacién objetal ya ha sido interiorizada. Las personas que, de nifios, tu- vieron que reprimir com éxito sus sentimientos de- masiado intensos, tratan de recuperar a menudo, con ayuda de la droga o del alcohol, y al menos por breve tiempo, la propia intensidad vivencial perdida [cf. Alice Miller, Por tu propio bien, Tus- quets editores (Ensayo 37), Barcelona, 1997]. Para que podamos evitar la violaci6n y discri- 121 | : minacién inconscientes del nifio, éstas tendrén que convertirse ante todo en vivencias conscientes para nosotros mismos. Sdlo una sensibilizacion a las formas refinadas y sutiles de humillar a un nifio podria ayudarnos a desarrollar ese respeto que el nifio necesita desde su primer dia de vida para poder crecer psiquicamente. Hay distintas vias para alcanzar esta sensibilizacion, por ejem- plo, la observacién de situaciones con nifios aje- nos en las que se intente una compenetracién con el nifo y, sobre todo, el desarrollo de una empatia para con nuestro propio destino. 122 El desprecio en el espejo de la terapia {Puede representarse una historia que no se conoce? Por imposible que esto parezca, ocurre permanentemente, a menudo como un actuar ciego, y no tiene repercusiones. Para que fa his- toria pueda ser comprendida y elaborada, nece- sitamos el instrumental adecuado. Luego iremos encontrando poco a poco nuestra historia en la vi- vencia de nuestros propios sentimientos y nece- sidades, si podemos aceptarlos, respetarlos y con- siderarlos legitimos, Esto vale también para cl terapeuta. En algu- nos seminarios controles individuales se me ha preguntado a veces cémo habria que proceder con los sentimientos «indeseados», por ejemplo, la indignacién que el paciente sucle despertar de ver en cuando en el terapeuta. Un terapeuta sen- sible experimentaré naturalmente esta indigna- cin. La pregunta es: ¢deberja reprimirla para no desairar al paciente? Pero, en este caso, el paciente sentirfa la indignacién reprimida y se confundiria. ¢Deberfa ponerla de manifiesto el terapeuta? Esta maniobra podria angustiar al paciente. La pregunta acerca de cémo proceder con la 123 indignacién y otros sentimientos indeseados ya no vuelve a plantearse si se parte del supuesto de que todos los sentimientos que el paciente des- pierta en la persona del terapeuta forman parte del intento inconsciente por contarle su historia y, al mismo tiempo, ocultarsela, es decir, protegerse. El paciente no tendra otra posibilidad de contar su historia que haciéndolo exactamente en la forma inconsciente en que lo hace. En este sen- tido, todos los sentimientos que vayan surgiendo en ef terapeuta pertenecen a esa historia criptica y no pueden ser rechazades por él. El terapeuta deberd ser capaz de dar cabida a sus sentimientos y de explicarselos a si mismo. Sélo entonces po- drA experimentar hasta qué punto los sentimien- tos que en él hace surgir la persona que busca su ayuda le recuerdan su propia historia reprimida, requiriéndole que elabore esa parte en si mismo. Esto se aplica también a asistentes que trabajen con drogodependientes y otras victimas de abusos sexuales y fisicos en la infancia, Por lo general, s6lo dejan paso a un asomo de su propio miedo, y lo tapan herméticamente ante sf mismos con teorias abstractas, ideologias, trivializaciones o comportamientos autoritarios. La articulacion quebrantada del Yo en la compulsion a la repeticion La capacidad adquirida de abrirse a ciertos 124 sentimientos libera en el paciente una serie de ne- cesidades y deseos antiguos, largo tiempo repri- midos, que, sin embargo, no pueden ser satisfe- chos sin autocastigo 0 no pueden satisfacerse ya porque guardan relacién con situaciones pasadas. Este ultimo caso queda ilustrado por el ejernplo del deseo inaplazable y apremiante de tener hijos, deseo que expresa, entre otras cosas, el de tener una madre disponible, Pero hay también una seric de necesidades que pueden y deben ser satisfechas sin falta en el presente y que surgen regularmente en la terapia. Entre ellas figura, por ejemplo, la necesidad esen- cial a todo ser humano de articularse con liber- tad, es decir, de poder presentarse en piblico tal cual es en su lenguaje, en sus gestos, en su con- ducta, en el arte y en toda expresién auténtica que se inicie con fos berridos del lactante. Las perso- Mas que, de nifios, tuvieron que ocultar su ver- dadero Yo ante si mismas y ante los demés se sienten fuertemente impulsadas a derribar las antiguas barreras, aunque este primer paso hacia fuera vaya unido a un gran miedo. EI primer paso no conduce siempre a la libe- racién, sino a la repeticién de los miedos de la constelacién infantil, es decir, a vivir una serie de sentimientos torturantemente vergonzosos y de una dolorosa desnudez, que acompafian la ope- racién de «mostrarse». Estos miedos a desnu- darse recuerdan a los antiguos. Cuando son vivie dos, comprendidos y explicados en relaci6n con la 125 antigua situacién, se pone de manifiesto hasta qué punto eran fundados en aquel entonces. Pero cuando no se realiza este trabajo interior, eb pa- ciente seguira buscando, con seguridad de sondmn- bulo, personas que, al igual que sus padres (aun- que por otros motives), no tengan la posibilidad de comprenderto. ¥ se esforzar4 precisamente por que esas personas to entiendan, es decir, por ha- cer posible fo imposible. En una determinada fase de su terapia, Linda, cnarenta y dos afios, se enamord de un hombre mayor, sensible e inteligente que, sin embargo, fuera de) erotismo, rechazaba todo cuanto no pu- diese comprender intelectualmente y sentia la ne- cesidad de defenderse contra ello, Precisamente a este hombre le enviaba ella largas cartas, en las que intentaba expiicarle los caminos que hasta entonces habia seguido en fa terapia, Consiguié hacer caso omiso de todas las sefiales de extra- feza de su cortesponsal y redoblé sus esfuerzos, hasta que se dio cuenta de que habia vuelto a en contrac un sustituto del padre y, por consiguiente, no podia perder la esperanza de ser finalmente comprendida, El despertar trajo al principio sen- timientos de vergtienza céusticos y dolorasos, que duraron un buen tiempo. Hasta que un dia dijo: «Me veo a mf misma tan ridicula como si hubiera estado hablando con una pared y esperase que me respondiera; como una nifia tonta». Yo le pre- gunté: «Se reirfa usted si viera a una nifia que debe confiatle sus penas a una pared porque a su 126 alrededor no hay nadie més?». Los sollozos de- sesperados que siguieron a mi pregunta abrieron a la paciente el acceso a una parte de sv realidad temprana, que habfa consistido en una soledad infinita, Y af mismo tiempo Ia libers por fin de los dolorosos y destructivos sentimientos de ver- gilenza, Solo mucho mis tarde pudo Linda darse el lujo de comprender la experiencia de la «pared» en su contexte biogrifico. Esta mujer, gue por lo general sabia expresarse con gran claridad, cm- pez a contar todo en forma tan extrafamente confusa y precipitada que, durante cierto tiempo, Ya no tuve oportunidad de comprenderla en de- talle, probablemente como en su momento les ocurri6 a sus padres. Vivié momentos de odio y rabia repentinos, y me reproché mi indiferencia y falta de comprensién. Casi no me reconocia aunque yo seguia siendo la misma. Asi, en el con- tacto actual conmigo, tropezs con el distancias miento que Ie inspiraba su madre, que haba pa sado su primer ao de vida en una casa cuna y no hab{a podido ofrecer calor alguno a su hija. La hija lo sabia hacia tiempo, pero para ella seguia siendo s6lo un saber de orden intelectual, Ademés, 1a compasién que le inspiraba su madre le impedia percibir y sentir su propia carencia. La imagen de ia «pobre madre» habfa bloqueado sus Propios sentimientos. Séfo con fos reptoches que nos dirigié primero a mf y luego a su madre se puso de manifiesto la infinita desesperacién que 127 le habia dejado su nunca satisfecho anhelo de con- tacto, Los recuerdos reprimidos de su madre lejana y nada proclive al contacto habian mantenido en la hija la sensacion de la «pared» que tan doloro- samente la separaba de las demés personas. Con los violentos reproches acabé liberandose también. de la compulsién a la repetici6n que consistia en entregarse siempre a un interlocutor incapaz. de comprenderla y sentir que dependia de él sin es- peranzas. El desprecio en la perversion y en la neurosis obsesiva Si partimos del supuesto de que toda la evo- lucién emocional de un ser humano (y el equi brio que se constituye sobre ella) depende de cémo, ya en los primeros dias y semanas, vivieron sus padres las manifestaciones de sus incipientes necesidades y sensaciones, ¥ de cémo respondie- ron a ellas, tendremos que admitir que, ya enton- ces, se habfan echado las primeras bases de una tragedia posterior. Si la madre no puede cumplir con su funcién especular ni alegrarse de la exis- tencia del nifio, sino que depende de su manera de ser determinada, se produciré entonces la pri- mera seleccién: Jo «bueno» sera separado de lo malo», lo «feo» de lo «bello», y lo «corrector de lo «falso», y esta selecci6n ser interiorizada por el nifio, Sobre este telén de fondo tendré lugar 128 una serie de interiorizaciones de actitudes valo- rativas de los padres, Un nifio pequefio de estas caracteristicas tendra que sentir que hay algo en él que su madre no puede «utilizar», Asf, por ejemplo, se suele esperar que el nino sepa dominar sus funciones corporales lo antes posible: supuestamente para no chocar contra los demas, pero en realidad tan sdlo para no trastornar la represin de los padres que, de nitfios, debieron también sentir miedo a «chocar», aunque mantuvieran reprimida esta experiencia. Marie Hesse, la madre del escritor Hermann Hesse, relata en sus Diarios como su voluntad se vio quebrantada cuando tenia cuatro afios. Cuando su hijo cumple cuatro afios, ella declara sufrir muy particularmente con la terquedad del nifio, que combate con diversa fortuna. A los quince afios, Hermann Hesse es enviado a Stetten, a un hospital para enfermos mentales y epilépticos, a fin de que «su espiritu terco y contradictorio fuera domesti cado al fino. En una carta airada y conmovedora escribe Hesse a sus padres desde Stetten: «Si fuera Pictista, y no un ser humano, tal vez. podria confiar en vuestra comprensin», Sin embargo, sélo tras una «enmiendas se le abria la posibilidad de salir del hospital, de modo que el joven «se enmend6». En un poema posterior, dedicado a sus padres, se restituyen la renegacién y la idealizacién: Hesse se acusa de haberles complicado la vida a sus progenitores con «su manera de ser», Muchas personas conservan durante toda su 129 vida este sentimiento de culpa, esta sensacién opresiva de no haber satisfecho las expectativas de sus padres. Fs mds fuerte que cualquier in- tento por explicar, desde una perspectiva intelec- tual, que la tarea de un nifio no puede consistir en satisfacer las necesidades de sus padres. No hay argumento capaz de contrarrestar estos sen- timientos de culpa, pues tuvieron su origen en una etapa muy temprana y de ella recaban su in- yensidad y su confumacia, Sélo en una terapia re- veladora podran ir disolviéndose lentamente. La mayor de las heridas —no haber sido amado por lo que uno era— no puede curarse sin el trabajo del duelo. Puede ser negada con més 0 menos éxito (como por ejemplo en Ia grandiosi- dad y la depresin), o reabierta constantemente en la compulsién a la xepeticién. Encontramos esta tiltima posibilidad en la neurosis obsesiva y en la perversin, Las reacciones de desprecio de los padres ante el comportamiento del nifio per- manecen registradas en él y almacenadas en su cuerpo como recuerdos inconscientes. Bl espanto y la extrafeza, la repugnancia y el asco, la inri- iacién y la indignaci6n, el miedo y el pénica fue- ron muchas veces suscitados en Ja madre por los impulsos més naturales del nifio, tales como las actividades autoerdticas, la busqueda y descubri- miento del propio cuerpo, la miccién, la defeca~ cién, la curiosidad o la rabia ante la desilusién y el fracaso. Mas tarde, todas estas experiencias quedardn unidas a los ojos espantados de Ia ma- 130 dre, aunque transferidas a otras personas. Incitan al nifio de entonces a cometer acciones compul- sivas y perversiones en las que pueden reprodu- cirse las situaciones traumaticas tempranas, pero gue seguiran siendo desconocidas para el afec- tado. El paciente pasaré un mal rato cuando tenga gue comunicar al terapeuta sus satisfacciones f sexuales @ autoerticas mantenidas hasta entonces en secreto. Claro que también podra hacerlo sin | experimentar ningtin tipo de emociones, limitan- dose a dar una informacién pura y simple, como | si estuviera hablando de una persona extrafia Pero una informacién de este tipo no le ayudard | romper su soledad ni lo conducird a la realidad de su infancia. Sdlo cuando esté preparado para admitir y vivir los sentimicntos de vergtienza 0 de miedo, se dara realmente cuenta de cémo fue su infancia, Se sentir vil, sucio 0 aniquilado del todo por el més inocente de sus actos, Y él mismo se sorprendera al constatar cudnto tiempo ha sub- sistido aquel sentimiento de vergiienza reprimido, aurdnto tiempo ha tenido cabida junto a sus opi- niones tolerantes y progresistas sobre la sexuali- dad. Solo estas vivencias harén ver al paciente que su adaptacién temprana mediante la escision no fue una muestra de cobardia, sino realmente su Gnica oportunidad de supervivencia, su tinica posibilidad de escapar de ese miedo a la aniqui- lacién.

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