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Platillos Volantes en La Antigüedad - Eugenio Danyans
Platillos Volantes en La Antigüedad - Eugenio Danyans
amigo: Leer este libro audaz es como trasponer los umbrales de una dimensión
hasta ahora desconocida. Antiguos y modernos prejuicios caerán desmenuzados a la luz de
la hipótesis insólita que aquí se plantea. Puertas ignoradas se abrirán hacia una nueva
concepción del Universo. Porque examinando el pasado misterioso se descubre un futuro
pretérito, un mañana que pertenece a un ayer lejano. ¿Contradictorio? ¿Desconcertante?
¿Fantástico? El apasionante problema de los llamados «Platillos Volantes», analizado por
primera vez desde una perspectiva prehistórica, continúa ofreciendo una incógnita sugestiva,
pues el gran enigma del espacio, lejos de haberse despejado, sigue siendo el reto más
fabuloso y alucinante con que se ha enfrentado la humanidad desde los tiempos más
remotos. ¿Desaparecieron civilizaciones estelares en épocas inmemoriales? Si el Universo
tiene una antigüedad calculada en unos 300.000 billones de años y un diámetro estimado en
miles de millones de años luz de distancia, y si sólo en nuestra galaxia —existen un millón—
hay no menos de 100.000 millones de soles que concentran otros tantos sistemas planetarios,
resulta disparatado pensar que sólo en nuestro planeta existe vida racional. Dios habría sido
un mal Arquitecto si hubiese construido un Universo de tales dimensiones para sólo crear vida
en una minúscula isla como es la Tierra. Es evidente que nadie podrá leer la primera parte de
este libro sin sentirse arrastrado y sobrecogido por su contenido. Pero la segunda parte,
dedicada a la Teología Cósmica, suscitará comentarios vivos, acaloradas discusiones y
apasionadas controversias. Pues no se puede negar que el autor, con singular maestría,
aporta y desarrolla ideas y concepciones sumamente atrevidas. Sin embargo, en ambas
partes hallará el lector completísimos textos documentales que le permitirán seguir las huellas
de los misteriosos «Platillos Volantes» desde la más remota Antigüedad. Al parecer el hombre
nunca ha estado solo en el Cosmos, sino que, desde los primeros balbuceos de su más
arcaica historia, otras razas estelares lo han acompañado en su peregrinaje por el sistema
solar y con sus poderosas astronaves surcaron el espacio hasta el hombre primitivo. En
suma: se trata de una obra que no defraudará al lector ávido de nuevos conocimientos y que
con amenidad profundiza en uno de los más inquietantes misterios del pasado humano.
Eugenio
Danyans
PLATILLOS VOLANTES
EN LA
ANTIGÜEDAD
EDICIONES POMAIRE
SANTIAGO DE CHILE / BUENOS AIRES / MÉXICO
MADRID / BARCELONA
© 1967 BY EDITORIAL POMAIRE, S. A.
INFANTA CARLOTA, 157
BARCELONA
Printed in Spain
EMEGE. ENRIQUE GRANADOS, 91 y
LONDRES, 98 BARCELONA
DEP. LEGAL: B. 27.951 - 1967
Para mi Bibi
PRÓLOGO A UN ESTUDIO APASIONANTE
Creo que fue el ilustre Flammarion quien dijo que las leyendas, aun las
más remotas, contienen siempre un germen de verdad. Pero ocurre que este
germen se halla muchas veces oculto tras una enmarañada trama. Tenemos,
por ejemplo, el caso de Platón en sus célebres diálogos atlantídeos, “Timeo” y
“Critias”. ¿Qué parte corresponde a una siempre posible verdad, y qué otra a
la leyenda, al forzado esoterismo que empleaban los sabios de la Antigüedad
—se nos asegura— para preservar sus conocimientos? Eruditos como R.
Thévenin creen que Platón trataba simplemente de moralizar, tomando el
apocalíptico fin de la Isla Atlántida como paradigma; otros autores con más
imaginación —entre ellos el oceanógrafo francés Le Danois— encuentran, en
cambio, curiosas coincidencias entre los datos de la ciencia actual y la
“leyenda” platónica.
Pues bien, si el pasado nos depara tantas incógnitas, si arqueólogos como
nuestro Emilio Ribas o Benjamín Farrington, para concretarme a sólo dos
autores, hablan de sorprendentes enigmas y hasta se refieren a la avanzada
ciencia de los antiguos, ¿por qué no buscar posibles señales del paso de
hombres del espacio por nuestra Tierra y en edades muy remotas?
El hombre se calcula que tiene dos millones de años, es decir, que apareció
hace dos millones de años en este planeta. Y sorprenden en grado sumo estos
dos hechos: primero, que nuestra historia culta sólo se remonte a unos pocos
milenios de años atrás. Y segundo, que existan auténticos vacíos en nuestro
conocimiento del pasado, vacíos que se extienden a menudo a través de
muchos miles de años en cada caso. ¿No habrían florecido civilizaciones
terrestres extraordinarias, de las cuales no tenemos ni la más remota idea?
Sabemos que el “homo sapiens” se remonta, por lo menos, a 100.000 años
atrás. Pero no tenemos constancia de otras culturas históricas más antiguas
que las de Tiahuanaco (en los Andes), Egipto, la India, China y algunos
puntos más de este planeta. El pasado, tan extenso, se nos ofrece con tanto o
más misterio que el vasto Universo estelar que hasta casi nuestros mismos
días no hemos comenzado a sondear con verdadero conocimiento de causa, es
decir, con método científico.
De ahí que sea lícita la exploración del pasado, fundándose en toda clase
de documentación, desde las leyendas a los datos arqueológicos, y de éstos a
las hipótesis más atrevidas que nos sugieren la posible presencia de seres de
otros mundos en nuestro mismo planeta. Tarea de tanta dificultad como
necesaria erudición, es la que ha emprendido con gran entusiasmo e
indiscutibles méritos, nuestro infatigable compañero de estudios Eugenio
Danyans. Investigador nato, el señor Danyans ha reunido pacientemente
multitud de referencias históricas y datos científicos que, al borde mismo de
lo desconocido, hábil y pacienzudamente clasificadas, nos deparan
sorprendentes posibilidades, sobre todo cuando en nuestros días ya resulta
prácticamente imposible sostener que el hombre es el único ser inteligente
que existe en el inmenso Cosmos.
El caso, por ejemplo, del gigante sahariano pintado en el Tassili miles de
años atrás por un desconocido artista, ¿nos enfrenta tal vez ante la imagen de
un cosmonauta extraterrestre? ¿Quién construyó el extraño calendario de
Kalassassava? ¿Quiénes cartografiaron la Tierra miles de años atrás, según se
desprende de los extraordinarios mapas de Piri Reis? ¿Por qué en los textos
sagrados, tanto cristianos como indios, tibetanos y hasta quitchés, se habla del
espacio en términos que nos mueven a meditación? ¿Y qué decir de las
leyendas mayas y guanches, estos últimos aborígenes de las Islas Canarias?
Nuestro pasado es tan misterioso como el Universo de las estrellas, y si
Benjamín Farrington puede hablar de la paloma mecánica de Tales de Mileto,
o el padre Poidebard de una ecuación de octavo grado encontrada por él
excavando cerca de las ruinas de Sussa, ¿cómo podemos explicar tanta
ciencia, luego olvidada? ¿Era ciencia de los terrestres, de nuestros
antepasados, o acaso —como sugieren tantas leyendas, incluso la de Izuma,
en los orígenes mitológicos del Japón— se trataba de enseñanzas recibidas
directa o indirectamente de otros seres más evolucionados, que no eran
terrestres?
Tenemos el caso de los Objetos No Identificados, ya observados —y
Danyans lo demuestra— en tiempos de Tutmosis III o en época de los
romanos. Hoy nadie se asusta de esta clase de estudios, porque el progreso de
las ciencias no se manifiesta en una sola dirección, pues mientras exploramos
el espacio, y hasta el mismo pasado, gracias a técnicas como el carbono
radiactivo y otras, nos adentramos poco a poco en nuestro conocimiento,
antes muy parcial, del remoto ayer. De ahí el enorme interés de este libro, en
el que Eugenio Danyans, investigador en la línea del ruso Alexandre
Kazantsev, reúne abundante material para proponer al hombre contemporáneo
un profundo repaso de la historia pasada, y bajo la pícara mirada de las
estrellas. Una mirada que tal vez nos oculta los máximos secretos de nuestra
historia, como sugiere, acaso, aquella inscripción maya que dice: “Soy hijo
del barro, pero también del cielo estrellado”.
Nos movemos, naturalmente, en el dominio de las hipótesis. Pero ya Henri
Poincaré demostró en su día que toda la marcha de la ciencia ha necesitado de
estos andadores. Ahora bien, cuando una hipótesis tiene visos de
probabilidad, cuando la información reunida y la realidad de unos hechos
parecen tener muchos puntos de coincidencia, entonces científicamente
hablando conviene tenerla muy presente. Y éste es el caso de los estudios
realizados por Eugenio Danyans. De ahí el mérito y la originalidad de esta
obra, que sin duda es una contribución inesperada, si no al esclarecimiento
definitivo del gran problema de nuestro pasado, sí al planteo bajo una nueva
luz de la realidad del Cosmos. De un Cosmos que se nos aparece virtualmente
animado y que adquiere categoría de realidad fantástica.
Danyans sabe que el realismo fantástico sólo es una expresión humana y
que la realidad, por fantástica que pudiera parecernos no pasa de ser eso: una
simple y apasionante realidad. ¿Por qué no pudieron existir otras astronáuticas
antes que la nuestra? Sería absurdo negar esa posibilidad ante el cúmulo de
datos aportados por nuestro entrañable y estudioso amigo. Tan absurdo —me
permito añadir— como negar en pleno 1967 la existencia de otros seres
inteligentes, allá en la noche infinita.
En mi calidad de pionero de la astronáutica de nuestro país, me complazco
en felicitar a Eugenio Danyans por el atrevimiento, la originalidad y la
documentación que figuran en la base de su laudable esfuerzo por
esclarecernos nuestro pasado colectivo: el nuestro y el de “ellos” —de los
desconocidos seres del espacio—. Se trata, en suma, de una obra que viene a
llenar, tal vez, el único vacío que quedaba en la ya abundante literatura de
tema espacial.
MÀRIUS LLEGET
INTRODUCCIÓN
INICIACIÓN AL PROBLEMA
Esta obra, aunque modesta en sus pretensiones, tan sólo aspira a ser
considerada un ensayo del problema que plantea. Y de ahí que como tal quizá
aparezca salpicada de deficiencias, pues ha sido escrita muy precipitadamente
a fin de que pudiera ver la luz lo más pronto posible. Con ella me propongo
hacer conocer al lector una recopilación informativa de una serie de datos
concernientes a la hipótesis más alucinante de nuestro siglo. En la actualidad,
los hombres de ciencia están desconcertados por la irrupción en nuestro cielo
de unos extraños fenómenos que tienen toda la apariencia de ser ingenios
espaciales construidos por seres inteligentes ajenos a la Tierra. Me refiero a
los mal llamados en su vulgar definición, “platillos volantes”. Los hechos han
llegado a un punto en que ya es imposible pasarlos por alto y están siendo
sometidos a un riguroso análisis por parte de los especialistas en esta
investigación. Recientemente la aeronáutica americana ha transferido todos
sus documentos secretos relativos a los platillos volantes a una comisión
científica, no militar, de la gran Universidad de Colorado, con la asignación
de un presupuesto de dieciocho millones de pesetas, que podrá aumentarse si
así lo aconseja el desarrollo de este nuevo programa investigador, para el cual
trabajarán unos cien investigadores elegidos en todas las universidades
americanas. Con tan bien preparada organización, la ciencia oficial se
propone dar una respuesta definitiva al problema de los misteriosos platillos
volantes.
Pero al parecer éste es el primer libro editado que presenta un estudio de
tan candente cuestión partiendo de la más remota antigüedad, es decir,
arrancando desde antes de los sucesivos ciclos prehistóricos que se han
desarrollado sobre nuestro planeta. Cuando nosotros nos hallamos
enfrascados en la ardua tarea de inaugurar nuestras rutas espaciales que nos
permitirán lanzarnos a las profundidades insondables del Cosmos para entrar
en posesión de las llaves que pueden abrirnos los secretos del Universo, nos
hemos encontrado con que estas sendas están ya trazadas en el estrellado cielo
desde los albores de la más lejana prehistoria. Naturalmente, me expreso
siempre por vía de hipótesis. Y de acuerdo con esta teoría experimental, se
supone que hace siglos y milenios extrañas astronaves, procedentes de
inmensas lejanías, están llegando a la Tierra. Estudiando presuntas leyendas y
mitologías antiguas, se pretende descubrir que en un pasado remoto, y quizá
antes de la creación de Adán, el orbe terrestre recibió la visita de criaturas
oriundas del espacio exterior y que, según los defensores de la pluralidad de
mundos habitados, pueblan el inconmensurable ámbito cósmico que nos
circunda.
Desde luego debo confesar que el tema resulta tan espinoso que hay que
andar de puntillas. Y el camino a recorrer es largo, plagado de baches. El
autor solamente ha hurgado en la superficie del problema. Ello permite
justificar hasta cierto punto las aparentes discrepancias que pudieran existir en
esta mi labor. Por tanto, este ensayo no se propone dar la palabra final tocante
a posibles civilizaciones estelares que en la antigüedad tal vez colonizaran
nuestro planeta y aportaron su cultura superior. Confío en que otros más
competentes abrirán nuevos surcos en la trayectoria trazada por este libro,
ampliarán y complementarán mis datos informativos, y contribuirán así a
corregir las deficiencias que el autor pudiere haber sembrado
involuntariamente. Porque sé que este trabajo de recopilación será criticado
por algunos y aplaudido por otros. Y quizá muchos se escandalizarán y
rasgarán sus vestiduras.
Muchas de las ideas expresadas en esta obra, no son mías originalmente;
las he recopilado por doquier a través de mis investigaciones. En un sentido,
“PLATILLOS VOLANTES EN LA ANTIGÜEDAD” me ha tomado años en su
preparación, porque la tarea de compilar y archivar no es trabajo fácil. Pero
por otra parte, ha sido redactado en un mes. Si al hacer una cita no he hecho
constar la referencia de donde fue tomada o he omitido mencionar a su autor,
es porque la fuente se me ha escapado de la memoria. Son numerosas las
notas que sobre el asunto tengo tomadas y cribadas en mi archivo. Pienso que
tendría material suficiente para poder escribir otro libro. La mesa de mi
despacho está siempre materialmente sepultada bajo un alud de papeles. En
algunas de estas anotaciones no figura ninguna indicación acerca de dónde
fueron originalmente extraídas, ya que me fueron facilitadas por informadores
y colegas de investigación. El autor pide, pues, disculpas por la omisión de
tales referencias.
Estoy profundamente agradecido a Antonio Ribera y Mario Lleget, quienes
con sus palabras de estímulo y el apoyo de su sincera amistad, de la que en
todo momento me han ofrecido amplias evidencias, han contribuido a
fomentar en mí el incentivo que ha hecho posible la cristalización de este
ensayo. A ellos debo el haber podido aportar mi modesta colaboración en el
estudio del problema de los platillos volantes. Especialmente, sin la iniciativa
de Antonio Ribera difícilmente este libro habría salido a la luz.
Por último, también deseo expresar mi gratitud a los Editores por el interés
con que han acogido esta obra y porque, en un audaz golpe editorial, se han
atrevido a lanzar a la calle “PLATILLOS VOLANTES EN LA ANTIGÜEDAD”.
Probablemente el libro levantará polvareda desde el punto de vista científico.
Pero las consecuencias y repercusiones, las segaremos después.
EUGENIO DANYANS DE LA CINNA
PRIMERA PARTE
EL OCÉANO ANDINO
UN CALENDARIO MISTERIOSO
LA EDAD DE LA TIERRA
ISIS Y OSIRIS
LA NAVE DE OSIRIS
¿Y qué decir del origen de la creencia en los barcos de los muertos para el
viaje celeste de las almas? Primitivamente los egipcios no eran enterrados,
sino que sus cuerpos, como los de los reyes muertos, eran abandonados en las
dunas del desierto con objeto de que el aire caldeado y las ardientes arenas
ejercieran sobre los cadáveres, así expuestos al sol y al frío de la noche, un
proceso de preservación de la corruptibilidad y produciendo en ellos una
momificación natural. La leyenda egipcia cuenta que un día descendió del
cielo un barco volador y se llevó a uno de los cuerpos de aquella necrópolis
expuesta a la intemperie. Así se forjó el mito de la nave de Osiris.
CAPÍTULO V
EXTRAÑOS FENÓMENOS CELESTES EN EGIPTO
EL DISCO DE AKHENATÓN
En los primeros siglos del Nuevo Imperio, a mediados del XIV a. de J.C.,
surge la figura más extraordinaria de la historia egipcia; la familia real dio una
de las figuras religiosas más notables, con una personalidad totalmente
diferente: Akhenatón, descendiente de reyes atléticos y guerreros, tataranieto
de Thutmosis, filósofo de ideas revolucionarias. Akhenatón vino al mundo en
1396 a. de J. C. y aunque hoy se le conoce por este nombre, al nacer se le
puso el dinástico de Amenhotep o Amenofis IV. Era un soñador, un esteta, un
iconoclasta y un genio intelectual. Poseía, además, un valor a toda prueba y
una fuerza de voluntad adamantina. Él solo causó una revolución religiosa y
política que echó por tierra todo el complejo andamiaje del Estado egipcio y
precipitó una crisis que por poco acaba con el Nuevo Imperio. Joven todavía,
se casó con su hermana Nefertiti, mujer tan brillante como hermosa, y durante
varios años fue corregente con su ya viejo y voluptuoso padre, cuyos sedentes
colosos sin cara aún están a orillas del Nilo. Muerto el rey, en 1361 a. de J.C.,
Akhenatón ascendió al trono como único soberano del Nuevo Imperio.
Pero tuvo lugar un acontecimiento tan singular y extraordinario que motivó
el que Akhenatón se rebelase contra el politeísmo establecido de antiguo,
iniciando una gran reforma religiosa con la que trató de convertir a Egipto al
monoteísmo, proclamando que un sólo dios, el dios verdadero reinaba sobre
todos los hombres en todas partes. ¿Cómo y por qué llegó a concebir la idea
de un solo dios? ¿Qué es lo que sucedió para que tal concepto de la deidad,
elaborado de una manera tan súbita, produjera en su alma mística un impacto
y una conmoción tan formidable?
En el Cantar IV de Akhenatón al dios Atón, leemos: “… y así sucedió que
estando el faraón de caza del león, y siendo en pleno día, sus ojos se posaron
en un disco refulgente, posado sobre una roca, y éste latía como el corazón
del faraón, y su brillo era como el oro y la púrpura. El faraón se postró de
rodillas delante del disco…” Y en su III Himno, el joven monarca salmea:
“¡Oh, disco solar, que con tu brillo refulgente palpitas como un corazón, y mi
voluntad parece la tuya! ¡Oh, disco de fuego, que me alumbras, y tu brillo y tu
sabiduría son superiores al Sol!”.*
No es de extrañar, pues, que ante una experiencia tan alucinante,
Akhenatón adquiriera el coraje necesario para desafiar la tradición secular,
sosteniendo frente a las arraigadas castas sacerdotales y en particular los
apóstoles de Amón, el dios imperial de Tebas, que sólo había un dios y que se
llamaba Atón. Renunciando a toda deidad que no fuera Atón, el joven faraón
cambió su nombre de Amenhotep (“Amón está satisfecho”) por Akhenatón
(“El que sirve a Atón”). No contento con haber proclamado a Atón único y
verdadero dios, Akhenatón mandó borrar el nombre de Amón de todas las
inscripciones aun tratándose de nombres como el de su padre. Por si fuera
poco, decretó la disolución de las castas sacerdotales y liquidó los bienes de
los templos. Y para romper del todo con el pasado, dejó Tebas, sede de Amón,
y fundó una nueva capital, a la que llamó Akhetatón (“Lugar de la gloria
efectiva de Atón”), 480 kilómetros más al norte. Allí mandó erigir un gran
templo y multitud de santuarios menores, abiertos a los rayos del sol. No
había en ellos ninguna estatua. A Atón se le personificaba en las artes, cuando
más, mostrando sus rayos como brazos divergentes, cuyas manos extendidas
sostenían el jeroglífico correspondiente a la idea de “vida”.
EL PAPIRO DE THUTMOSIS II
Pero tal vez una de las más antiguas alusiones a los platillos volantes
procede de otro singular y no menos interesantísimo documento que data de
unos 3.500 años. Nos referimos a un papiro, original de la XVIII dinastía
egipcia, en el siglo XV a. de J.C., que forma parte de los Anales Reales de la
época de Thutmosis III el Grande (años 1501-1447 a. de J.C.). Este
manuscrito del Reino Nuevo, de cuya autenticidad histórica no puede caber
ninguna duda y que, desgraciadamente, se conserva en mal estado y contiene
muchas lagunas en su relato, describe unos objetos celestes que hicieron su
primera aparición un mediodía, entre el 18 de febrero y el 20 de marzo del
año 1478 a. de J.C., es decir, hace treinta y cuatro siglos y medio. El informe
procede de Boris Rachewiltz, quien a su vez los halló en el Museo Vaticano
cuando examinaba los documentos dejados por el difunto profesor Alberto
Tulli. Rachewiltz publicó su trabajo en la revista “Doubt”. Un extracto del
mismo fue luego reproducido, bajo el título “Platillos volantes en la
antigüedad”, en el Boletín núm. 87 de la Sociedad Astronómica de España y
América, en setiembre de 1957. Y de esta solvente publicación me complace
reproducir la versión que aquí transcribo del citado documento:
“En el año 22, tercer mes del invierno, a la sexta hora del día, los escribas
de la Casa de la Vida notaron la llegada de un círculo de fuego en el cielo. Su
cuerpo tenía una vara de largo y un quinto de ancho (5 por 1 metros,
aproximadamente). Aunque no tenía cabeza, su boca despedía un aliento de
olor fétido. No tenía voz… Sus corazones quedaron turbados y echaron a
correr. Después fueron a comunicarlo al Rey. Su Majestad meditó acerca de lo
ocurrido. Su Majestad dio la orden… ha sido examinado… como todo cuanto
se ha escrito en los rollos de papiros de la Casa de la Vida… Ahora, cuando
ya han transcurrido muchos días después de estos acontecimientos… ¡Oh!
Son numerosos como todo. Brillan más que el Sol en los cuatro puntos
cardinales del cielo. Los círculos de fuego ocupaban una fuerte posición, y el
ejército del Rey los vio, estando su Majestad en medio de él. Esto tuvo lugar
después de la cena. Allí arriba, ellos (los círculos de fuego) se elevaron en
dirección sur. Cayeron del cielo peces y aves… una maravilla jamás vista
desde que este país existe. Su Majestad hizo traer incienso para apaciguar…
en el libro de la Casa de la Vida lo que había sucedido para que sea recordado
toda la eternidad”.
Hasta aquí el texto del papiro. Aclararemos que la Casa de la Vida era una
misteriosa institución en la que se representaban ritos mágicos y tenía
agregado un grupo de escribas, quienes observaron la aparición del fenómeno
descrito y anotaron el insólito hecho en este importante documento
perteneciente a los Anales Reales de aquella época.
Pero lo más desconcertante es que también las antiguas crónicas indias nos
hablan de proyectiles dirigidos y de explosivos nucleares usados por ejércitos
terribles en conflictos bélicos que tuvieron lugar en un pasado remoto. A este
propósito, algunos manuscritos sánscritos nos describen las bombas
“sikharastra”, que esparcían un infierno de fuego como las modernas de
“napalm”; el “avydiastra”, capaz de romper los nervios de los combatientes;
el “agniratha”, proyectil de reacción, y la “saura”, que parece una verdadera y
auténtica bomba atómica.
El Mahabarata menciona el “arma de Brahma”, describiéndola como una
fuerza de fantástico poder y magnitud que provocaba un humo tan brillante
como la luz de diez mil soles, y que era lanzada sobre las ciudades desde un
vimana. He aquí el texto: “Lanzada por la mano encolerizada, esta arma
terrible, que siembra el espanto en los tres mundos, no dejaría subsistir ser
alguno… Es inevitable para todos los seres este bastón de Kala que yo he
creado y que produce la muerte universal”.
En el “Drona Parva” se hace referencia a este mismo instrumento bélico
tan mortífero, y allí leemos: “El hijo de Drona lanzó el arma y soplaron
fuertes vientos. El arma se echó en remolino contra la tierra. Truenos
fortísimos ensordecían a los soldados. La tierra temblaba, se levantaban las
aguas, se hendían las montañas…”
En otro lugar, el “Drona Parva” es más explícito y detalla: “Se lanzó un
proyectil gigantesco que desprendía fuego sin humo y una oscuridad profunda
descendió sobre los soldados y las cosas. Se levantó un viento terrible y nubes
color sangre bajaron hasta la Tierra; la naturaleza enloqueció y el Sol giró
sobre sí mismo. Los enemigos caían como briznas de hierba destruidas por la
llama, hervían las aguas de los ríos, y los que se lanzaron en busca de
salvación murieron miserablemente. Ardían los bosques; elefantes y caballos
lanzaban gritos de espanto en su loca carrera entre las llamas. Cuando el
viento disipó el humo de los incendios, vimos millares de cuerpos reducidos a
cenizas por la terrible arma”.
En el Mausola Purva encontramos esta singular descripción, harto curiosa
por demás: “Es un arma desconocida un rayo de hierro, gigantesco mensajero
de la muerte, que redujo a cenizas a todos los miembros de la raza de los
Vrishnis y de los Andhakas. Los cadáveres quemados no eran reconocidos
siquiera. A las personas se les caían los cabellos y las uñas. Los objetos de
barro se rompían sin causa aparente. Las aves se volvían blancas y sus patas
se enrojecían y se deformaban. Al cabo de algunas horas, se estropearon todos
los alimentos. El rayo se redujo a un fino polvo. Poseía aún una terrible
potencia maléfica, por lo que Canra ordenó a sus hombres que arrojasen este
polvo al mar. Los soldados se despojaron de sus vestiduras, se bañaron y
lavaron sus armas… Cukra, volando a bordo de un vimana de gran potencia,
lanzó sobre la ciudad un proyectil único cargado con la fuerza del Universo.
Una humareda incandescente, parecida a diez mil soles, se elevó
esplendorosamente… Cuando el vimana hubo aterrizado, apareció como un
espléndido bloque de antimonio posado en el suelo”.
En otro antiguo texto hindú se dice lo siguiente: “Desde barcos aéreos
lanzaban sobre los ejércitos enemigos antorchas que estallaban tan pronto
alcanzaban su objetivo y provocaban un terrible pánico”.
CAPÍTULO VII
LOS EDUCADORES VENIDOS DEL CIELO
Los hindúes creen que el trigo fue introducido en la Tierra por visitantes
celestes, mensajeros de otros mundos portadores de nuevas técnicas. Es así
que en las Estancias de Dzyan se dice: “Frutos y granos, desconocidos sobre
la Tierra hasta entonces, fueron traídos desde otros Lokas (esferas o planetas)
por los Señores de la Sabiduría, en el propio interés de los que éstos regían”.
En efecto, lo cierto es que el trigo es una gramínea que, como otros cereales
bienhechores son de localización geográfica muy restringida en su origen.*
El explorador francés Guy Piazzini dice que los dogones, pueblo del África
Occidental Francesa, creen que el primer herrero terrestre llegó del espacio.
Veamos el texto: “En la región de los dogones, el herrero es el homo faber, el
que posee una influencia mágica sobre los demás hombres, pues tiene
vinculaciones con el fuego recibidas de manera sobrenatural por el rayo en los
días de tormenta. Es el único hombre que no teme a las manifestaciones de la
naturaleza con la que se comunica para conocer sus secretos. El herrero
recuerda que en las épocas míticas posteriores a la creación de la Tierra, el
dios Amma recurrió a él. Amma hizo descender en el extremo de una cuerda
de fibra a un herrero que habitaba en el cielo. Lo hizo deslizar entre las
franjas del arco iris y, cuando el herrero se posó en la Tierra, Amma retiró la
cuerda. Cuando el herrero entró en contacto con los hombres les enseñó a
hacer brotar la chispa mágica entre las piedras que había llevado consigo y
conservado durante todo su gran viaje”.
Encontramos en las tradiciones seculares de muchos pueblos el recuerdo
de educadores y bienhechores del género humano que, bajo distintos nombres
y apariencias, encontramos en la historia mítica del pasado surgidos
misteriosamente de nadie sabe dónde y portadores de una cultura y unas
enseñanzas superiores. Ante tal cúmulo de coincidencias es posible que esas
leyendas se refieran a personajes que tuvieron existencia real y que en épocas
ancestrales entraron en contacto con los hombres para proporcionarles los
grandes beneficios que se derivaron de la agricultura, instruirles y educarles.
Pero no podemos eludir una pregunta lógica que acude a nuestra mente: ¿Por
qué se interrumpieron esos contactos? Y debemos volver a las Estancias de
Dzyan. Allí aparece una respuesta. Se nos dice que los Señores del Rostro
Resplandeciente abandonaron la Tierra, retirando sus conocimientos a los
hombres impuros y borrando por desintegración las huellas de su paso. Que se
marcharon en carros voladores, movidos por la luz, para regresar a su país “de
hierro y de metal”.
Osiris, entre otras cosas, enseñó a los habitantes del Valle del Nilo a vivir
en ciudades, les dio a conocer la agricultura enseñándoles a cultivar, entre
otras plantas útiles, el trigo, la cebada y la vid. Puede considerársele, pues,
como el inventor del pan, del vino y la cerveza. A este respecto diremos que
la patria del trigo parece situarse en el Oriente Medio, donde aún se le
encuentra en estado silvestre. Otros bienhechores del género humano no
menos nebulosos, los Ben Elohim que menciona la Biblia o Hijos de los
Dioses (de quienes nos ocuparemos después), parecen ser los introductores
del trigo en la antigua Palestina. No sólo enseñó Osiris a su pueblo a cultivar
las tierras, sino que viajó por diversas partes del mundo, propagando sus
conocimientos entre la Humanidad. Fue, dice M. Gompertz en “La Panera de
Egipto”, “el primero que recolectó frutos de los árboles, hizo trepar la vid por
una estaca y pisó los racimos… Impaciente por comunicar estos benéficos
descubrimientos, confió el gobierno total de Egipto a su esposa-hermana Isis,
y viajó por el mundo difundiendo las ventajas de la civilización y beneficios
de la agricultura, por todas partes donde pasó”.
En el Himno a Osiris, que figura en la estela de mediados de la dinastía
XVIII (o sea, anterior a la reforma religiosa de Akhenatón) y que actualmente
se conserva en el Louvre, se hallan varios pasajes en verdad misteriosos:
“… El cielo y los astros le obedecen y las grandes puertas del cielo se
abren para él, Señor de las aclamaciones en el cielo del sur; adorado en el
cielo del norte. Las estrellas indestructibles están bajo su autoridad y sus
residencias son los planetas infatigables. La ofrenda sube a él, por orden de
Geb; la Enéada divina le adora, los habitantes del mundo inferior olfatean la
tierra ante él… el Señor del que se acuerdan en el cielo y en la tierra… para
quien las Dos-Tierras celebran regocijos unánimemente…”
A esto debemos añadir aquí que Menes y sus sucesores, los faraones del
Imperio antiguo, recibieron el título tan “marciano” de “protectores del
canal”.
Otros educadores no menos curiosos son Deméter y Triptolemo en Grecia,
y entre los pueblos americanos precolombinos, el misterioso Quetzalcoatl y el
no menos misterioso Viracocha, ambos hombres blancos venidos de allende
los océanos, según las más antiguas tradiciones aztecas e incas. Pero aún hay
más: en Yucatán tenemos a Zamma; en el Brasil y Paraguay a Zume; entre la
tribu de los tupi, el dios Tupan, y por último, el interesantísimo Bochica en
Colombia. Todos estos curiosos personajes se presentan en las antiguas
crónicas como apóstoles blancos y de luengas barbas que llegaron
procedentes del Este. Todos los mitos coinciden en afirmar que aquellos
bienhechores regresaron a su remota patria después de un tiempo de actividad
docente y misional.
EL MISTERIO DE LA ATLÁNTIDA
El gran filósofo Platón nos habla de la Atlántida, el fabuloso continente
desaparecido, en sus dos célebres diálogos “Timeo” y “Critias”. “Más allá de
las que todavía hoy se llaman Columnas de Hércules, se encontraba un gran
continente denominado Poseidón o Atlántida, que medía tres estadios de
ancho y dos mil de largo, más grande que Asia y que Libia juntas, y de este
continente se podía ir a otras islas, y de estas islas todavía a la tierra firme que
circunda al mar, en verdad así llamado…”. Y hablando de los atlantes,
escribe: “Empleaban también las dos fuentes, la caliente y la fría, que
manaban en gran abundancia y ofrecían un agua gustosa que servía para todos
los usos. Pusieron en torno a ellas palacios y plantaciones adecuadas y
construyeron baños…”*.
Siguiendo literalmente la descripción de Platón en cuanto al lugar donde él
fija la situación geográfica del continente perdido, el profesor Paul Le Cour es
quien tal vez se acerca bastante más que nadie a la realidad cuando,
basándose en el examen de los relieves submarinos, sitúa la Atlántida entre
las dos Américas al Oeste, con Europa y África al Este.
El geólogo O. H. Muck, afirma: “El día 5 de junio del año 8496 a. de J.C.,
un planetoide con una masa de doscientos mil millones de toneladas, salido
fuera de su órbita por una rarísima conjunción Tierra-Luna-Venus, cayó sobre
nuestro globo, provocando una explosión similar a la de quince mil bombas
de hidrógeno lanzadas al mismo tiempo”. El tremendo maremoto originado
por la caída del cuerpo celeste debió de provocar en todas partes catástrofes
enormes y como consecuencia la Atlántida se sumergió en los abismos
oceánicos. Las crónicas asiáticas dicen que “el imperio del mar de Occidente
fue engullido por las olas a consecuencia de terribles cataclismos que agitaron
la Tierra”.
Ahora bien: escuchemos lo que afirma el científico británico W. Scott
Elliot, ya fallecido, que publicó en 1895 “The Story of Atlantis”: “Los
atlantes tenían profundos conocimientos matemáticos, físicos, químicos y
astronómicos. Sus maestros vinieron del espacio y esto les impulsó a dedicar
a los planetas templos que eran, al mismo tiempo, grandiosos observatorios,
tradición continuada por los caldeos y por los antiguos americanos”. Scott
hace alusión también a los vimanas y según él eran “al parecer de una sola
pieza y perfectamente lisos y bruñidos, y brillaban en la oscuridad como si
estuviesen revestidos de una pintura fosforescente”.
Pero si consultamos nuevamente el Mahabarata veremos que narra también
la historia de “siete grandes islas del mar de Occidente, cuyo imperio tenía
por capital la ciudad de las Tres Montañas, destruida por el ejército de
Brahma”. ¿Acaso la Atlántida se sumergió, pues, a consecuencia de un
cataclismo provocado por un conflicto bélico que desencadenó una fisión
nuclear?
CAPÍTULO VIII
¿UNA GRAN CIVILIZACIÓN ESTELAR EN ASIA?
Si pasamos ahora al Tíbet, hallaremos entre los lamas una aceptación casi
total de la existencia de esos extraños artefactos voladores que venimos
estudiando. Las antiguas crónicas tibetanas nos pintan vehículos que “suben a
lo alto, hasta las estrellas”. Y los lamas refieren que dibujos de extrañas
máquinas voladoras se encuentran en los pasadizos subterráneos del Potala o
residencia del Dalai Lama. Según el profesor Ossendowski, en el interior del
gran continente asiático existen misteriosos túneles, en los que encontraron
refugio numerosas tribus mongólicas perseguidas por las hordas de Gengis
Khan. Y los tibetanos aseguran que se trata de fortalezas subterráneas,
algunas de las cuales siguen albergando todavía a los últimos representantes
de un pueblo desconocido que logró escapar a un terrible cataclismo. En una
cueva del Himalaya se descubrieron varias momias gigantescas, restos de una
antigua civilización. Y junto a ellas, había inscripciones y grabados que
hablaban de carros voladores. Asimismo, en el Sancta Sanctórum del palacio
del Dalai Lama, existe un extraño mausoleo que contiene los cadáveres
cubiertos de planchas de oro de tres seres gigantescos, dos hombres y una
mujer, “venidos de las estrellas”.
Las leyendas del Asia Central hacen, frecuentemente, referencia al desierto
de Gobi, donde, en una época remotísima (y esto lo confirma incluso la
geología), existió un dilatado mar. Según los sabios chinos y tibetanos, en este
mar existía una gran isla, habitada por “hombres blancos de ojos azules y
cabellos rubios”, que habían “venido del cielo” para difundir allí su
civilización. Evidentemente se refieren a la Isla Blanca donde Sanat Kumara,
el “Señor de la Llama”, y sus acompañantes, llegados de Venus, debieron
establecer una de sus bases espaciales.
Se cuenta que durante las fiestas solemnes del antiguo budismo, en Siam y
en la India, el “Rey del Mundo” apareció cinco veces. Iba sobre un carro
magnífico, tirado por elefantes blancos, ornado de oro y de piedras preciosas.
Vestía un manto blanco y llevaba sobre la cabeza una tira roja de la que
pendían hilos de diamantes que le caían sobre el rostro. Bendijo al pueblo con
una bola de oro que coronaba un anillo. Los ciegos recobraban la vista, los
sordos oían, los enfermos andaban y los muertos se levantaban de sus tumbas
en todos aquellos lugares en que se posaban los ojos del “Rey del Mundo”.
El profesor Ossendowski, intentando saber más sobre tan enigmático
personaje, interrogó a un alto lama y éste le dijo: “En el reino de Aghardi,
cuando Brahytma, el “Rey del Mundo”, quiere hablar con Dios, entra en la
caverna del gran templo y ruega en soledad. Allí reposa el cuerpo
embalsamado de su predecesor en un ataúd de piedra negra. Esta caverna está
siempre a oscuras, pero cuando baja el “Rey del Mundo” y penetra en ella, los
muros lanzan rayos de fuego y del féretro suben llamas. Brahytma habla
durante un largo tiempo, después se acerca al ataúd y extiende las manos. Las
llamas brillan con más luminosidad, las rayas de las paredes se extinguen y
reaparecen, se entrecruzan formando signos misteriosos del alfabeto
vatannan. Del féretro empiezan a salir banderolas transparentes, apenas
visibles. Son los pensamientos del predecesor del “Rey del Mundo”. Pronto
Brahytma es rodeado por una aureola de esa luz y las letras de fuego escriben,
escriben sin cesar sobre las paredes los deseos y las órdenes de Dios. En estos
momentos el “Rey del Mundo” está en comunicación con los pensamientos de
todos aquellos que dirigen el destino de la humanidad. Él conoce sus
intenciones e ideas… Dios le dio todos los poderes sobre las fuerzas que
gobiernan el mundo visible… Y sus dos ayudantes, Mahytma, que conoce los
acontecimientos futuros, y Mahynga, que dirige las causas de esos
acontecimientos, le secundan en su misión… Tras su conversación con su
predecesor, el “Rey del Mundo” reúne al Gran Consejo de Dios, juzga las
acciones y los pensamientos de los grandes hombres, les ayuda o les abate.
Mahytma y Mahynga encuentran el lugar de sus acciones y de sus
pensamientos entre las causas que gobiernan el mundo. En seguida Brahytma
entra en el gran templo e invoca la presencia de Dios. El fuego aparece sobre
el altar, extendiéndose poco a poco a todos los altares próximos, y por entre
las llamas aparece, lentamente, el rostro de Dios. El “Rey del Mundo”
anuncia respetuosamente a Dios las decisiones del Consejo y recibe, a
cambio, las órdenes divinas del Todopoderoso. Cuando sale del templo,
Brahytma despide luz divina”.
CAPÍTULO IX
LOS TITANES ¿FUERON EMIGRANTES CÓSMICOS?
¿No es curioso el hecho de que casi todo nuestro planeta esté surcado por
una enorme red de galerías ciclópeas? Los estudiosos que de esto se han
ocupado se muestran de acuerdo al afirmar que estos pasajes subterráneos
representan un apasionante misterio arqueológico. Hay hombres de ciencia
que, sin rodeos y con seriedad, han formulado la idea de que este intrincado
laberinto de túneles, que al parecer se extienden hasta puntos lejanísimos del
subsuelo de nuestro planeta, fue excavado por una desconocida estirpe de
gigantes. Quien ha intentado profundizar en la cuestión hablando con
cualquier docto lama, ha obtenido la siguiente respuesta: “Las galerías existen
desde que los gigantes que las excavaron nos lo enseñaron, cuando el mundo
todavía era joven. Por otra parte, sólo la mente de un dios podría
esclarecerlo”.
Existe una famosa red de galerías que enlaza Lima con Cuzco, la antigua
capital del Perú, para continuar después en dirección sureste, hasta los
confines de Bolivia. Esas enormes y milenarias arterias subterráneas las
encontramos, además de en América Meridional, en California, en las islas
Hawai (en las que parece formaban parte de un sistema de comunicaciones
destinado a unir entre sí las distintas islas de un archipiélago desaparecido),
en Oceanía, en Asia (como ya se ha hecho referencia) e incluso en Europa.
Una galería enorme, explorada en unos cincuenta kilómetros, enlaza la
península Ibérica con Marruecos. En Malta se abren numerosísimos túneles
con habitaciones subterráneas excavadas en tres niveles diferentes y con
pozos que se pierden en las entrañas de la tierra. Pero además está atravesada
por raíles de unos diez a quince centímetros de largo que desembocan en el
mar o terminan en el borde de los precipicios abiertos, evidentemente, por una
catástrofe natural. Todas estas galerías son antiquísimas, dado que algunas
cruzan bajo tumbas del período fenicio y sedimentos más antiguos todavía.
No olvidemos que también los primitivos americanos incluían entre sus
míticos antepasados a una raza de gigantes, y, por otra parte, en la isla de
Pascua que merece especial mención, aparecen reproducidos, en proporciones
menores, algunos de los dibujos de animales desconocidos trazados sobre la
arena del desierto peruano. Pero además isla de Pascua nos ofrece también
vestigios impresionantes de galerías ciclópeas muy anteriores al período
incaico. Hay quien aventura la hipótesis de que la isla de Pascua ha estado de
algún modo ligada al recuerdo de la Atlántida. Las gigantescas cabezas de
piedra, que constituyen monumentos que figuran entre los más extraños e
imponentes que existen en la Tierra, son allí abundantes. Fueron extraídas de
rocas volcánicas; en el interior de un cráter se esculpieron hasta trescientas
figuras. Algunos de estos colosos pesan treinta toneladas, y su altura oscila
entre los tres metros y medio y los veinte. Incluso hay uno, sin terminar, que
mide cincuenta metros de altura. Recientes excavaciones efectuadas en la isla
de Pascua han revelado que muchas de las cabezas de piedra tienen también
un cuerpo gigantesco. La arena y la tierra acumuladas durante siglos habían
cubierto los cuerpos, dejando a la vista sólo la cabeza.
Pero, ¿cómo pudieron los nativos transportar a largas distancias y levantar
en vilo aquellas pesadas estatuas con los medios rudimentarios de que
entonces disponían? Es un misterio. ¿Y cómo pudieron esculpirlas? Otro
enigma. Recordemos aquí la afirmación del arqueólogo americano Hyatt
Verrill: según él, los grandes trabajos de los antiguos no fueron realizados con
útiles de tallar piedra, sino con una pasta radiactiva que roía el granito. Verrill
pretendía haber visto en manos de los últimos hechiceros indios americanos
esta pasta radiactiva, legada por civilizaciones más antiguas. Asimismo,
Lenormand, en su libro “Magia Caldea”, refiriéndose a una leyenda, escribe:
“En los tiempos antiguos, los sacerdotes de On, valiéndose de los sonidos,
provocaban tempestades y levantaban en el aire, para construir sus templos,
piedras que mil hombres no hubieran podido trasladar”. Y Walter Owen dice:
“Las vibraciones sonoras son fuerzas… La creación cósmica está sostenida
por vibraciones que podrían igualmente suspenderla”.
Extraños y titánicos monumentos, efigies de los “grandes antepasados”, en
cuyo honor los antiguos celebraron ritos mágicos y consumaron sacrificios
humanos, se hallan diseminados por todo el mundo y constituyen una
incógnita impresionante que apasiona a los arqueólogos. Tales monumentos y
construcciones ciclópeas aparecen en Bretaña, en Gales, en Irlanda y Escocia
Oriental, en Islandia, en Cerdeña, en el Estado de Paralba, en Brasil Oriental,
en Colombia, en Alemania, en el norte de Suecia, en Córcega, en Puglia, en
España, en África, en la India, en Turquestán, en Mongolia, en Rusia
meridional, en Siberia y en China, hacia el confín tibetano.
Apolonio Rodio, el escritor que vivió hacia el año 250 a. de J.C., al
detenerse a hablar de los gigantescos bloques de piedra observados en Grecia,
dice, entre otras cosas: “Son piedras animadas, susceptibles de ser
transportadas por la fuerza mental”. Y recuerdo haber leído en alguna otra
parte acerca de una tradición en la cual se afirma que los antiguos poseían un
rayo misterioso que tenía la propiedad de anular el peso gravitatorio de los
cuerpos, fenómeno que les permitía poder trasladar moles pétreas enormes
con la mano.
Ahora bien: esas millares y millares de construcciones y monumentos, así
como las enigmáticas galerías a que nos hemos referido, ¿no serán una prueba
en favor de la hipótesis que afirma que en los tiempos antiguos la Tierra
estaba poblada por gigantes? Ya hemos visto cómo en todos los pueblos del
globo aparecen vestigios de titanes o cíclopes, cuyas fantásticas proezas han
quedado registradas en las mitologías de la antigüedad. Recordemos que en
noviembre de 1959, en Turia, en el Asam, en sus confines con el Pakistán
Occidental, fue descubierto un esqueleto humano de tres metros treinta y
cinco centímetros de alto, mientras que en Ceilán abundaron los restos de
hombres de alrededor de cuatro metros de altura. Incluso en la Biblia se hace
mención de los gigantes: “Había gigantes en la tierra en aquellos días, y
también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres,
y les engendraron hijos. Éstos fueron los valientes que desde la antigüedad
fueron varones de renombre” (Génesis 6:4).
Como hemos visto, pues, tenemos pruebas efectivas de la existencia de
esos colosos; todo parece como si quisiera decirnos que los primeros
dominadores de nuestra Tierra fueron verdaderos cíclopes. A la luz de tales
evidencias, las guerras de los Titanes no serían otra cosa que leyendas
procedentes de una guerra civil que se desarrolló en nuestro mundo; serían los
restos de la historia de la terrible lucha entablada entre los Hijos de la Luz y
los Hijos de las Tinieblas.
Pero en cuanto al origen de esos seres gigantescos, hay quien nos propone
una teoría diferente y muy acreditada, que lo explicaría todo del modo más
sencillo: se trata de la hipótesis que sostiene que los legendarios titanes
llegaron del espacio, porque ellos habitaron un planeta con una fuerza de
gravedad inferior a la de la Tierra. Partiendo de este supuesto, la raza de
cíclopes procedió de una emigración cósmica ocasionada por las condiciones
de vida intolerables en un orbe moribundo. Pero, ¿qué planeta era la patria de
los titanes? Hay quien se atreve a aventurar la posibilidad de que fuera el
globo que un tiempo gravitaba entre Marte y Júpiter, en lo que es ahora
superficie de los asteroides, originados precisamente por la explosión de un
cuerpo celeste. De allí emigraron hacia la Tierra joven.
Una de las piedras que cayó del cielo, más exactamente venida de Venus,
todavía sigue siendo venerada ahora en La Meca, el lugar santo de los
musulmanes: la piedra negra de la Kaaba. En la actualidad su superficie está
negra por haber sido tan manoseada y besada innumerables veces; pero bajo
su capa de mugre conserva su color rojizo original. Es el objeto más sagrado
en La Meca, empotrado en el muro del templo de la Kaaba, y los peregrinos
viajan miles de kilómetros para besarlo.
La Kaaba es más vieja que el islamismo. Mahoma, en los principios de su
carrera, adoraba a Venus (al-Uzza) y a otros dioses planetarios, que aún hoy
en día gozan de gran veneración entre los mahometanos como las “hijas de
dios”. La piedra negra de la Kaaba, de acuerdo con la tradición muslímica,
cayó del planeta Venus; pero otras leyendas indican que fue traída de lo alto
por el arcángel Gabriel.
PILAS ELÉCTRICAS DE HACE 4.500 AÑOS
PARARRAYOS EN LA ANTIGÜEDAD
EL AUTOR SE JUSTIFICA
Sin embargo, antes de abordar esta delicada faceta de este tema tan audaz,
considero que por mi parte, en mi calidad de autor y como creyente cristiano,
merece una aclaración o intento de justificación para que de la lectura de los
capítulos que van a ser ahora introducidos no se deriven conceptos erróneos, y
para que nadie se escandalice y rasgue sus vestiduras pensando que me he
perdido en elucubraciones heterodoxas o en especulaciones fantásticas. He
consultado mis inquietudes a teólogos eruditos y exégetas más documentados
y responsables, tanto del cristianismo católico como del protestante, quienes
muy amablemente me han orientado y asesorado en mi labor de investigación.
No me he lanzado, pues, a una particular interpretación de las Sagradas
Escrituras, ni ha sido mi propósito dogmatizar o sentar cátedra sobre un
terreno tan resbaladizo por lo espinoso de la cuestión. Simplemente me he
limitado a tratar el asunto con objetividad y me permitiré esbozar los perfiles
de nuevos aspectos teológicos que ya empiezan a siluetearse entre los
doctores de la fe católica y evangélica, para demostrar así que el hecho es
perfectamente compatible con las doctrinas cristianas sustentadas por la
Iglesia. En último término, a los señores teólogos corresponde, pues, emitir el
veredicto final y a ellos remito al lector inteligente, ávido de calmar sus
inquietudes.
Desde el punto de vista de una Teología Cósmica —hacia la cual
marchamos— creo que podemos aventurarnos a afirmar que la pluralidad de
mundos habitados en modo alguno afecta los genuinos principios religiosos
de la fe cristiana sino que, por el contrario, la visión del Ser de Dios es
magnificada, y la perspectiva de la hermandad humana en una escala cósmica,
nunca antes concebida tan claramente como ahora, nos elevará por encima de
las luchas mezquinas y nos acercará más al Creador del Universo. Ante la
realidad de los objetos volantes no identificados, ya hemos dicho que
autoridades religiosas contemporáneas y teólogos modernos están aportando
sus opiniones a este tema tan sugestivo que a todos apasiona y que en los
actuales momentos de la Historia reviste caracteres de auténtica inquietud.
Por otra parte, los astrónomos están bombardeando el espacio cósmico con
sondeos radioeléctricos de gran profundidad para intentar establecer contacto
con habitantes de otros mundos. Ello ha dado motivo a comentarios y
precisiones por parte de los teólogos, quienes han sido invitados a expresar
sus opiniones sobre la posición que debería adoptar la Iglesia en relación con
seres pensantes y razonantes que vivan en otros cuerpos celestes del
Universo.
Así, pues, lector amigo, en cada Navidad, cantemos a Dios, con los
ángeles, el cántico de nuestra gratitud, unámonos a estos hermanos
desconocidos para entonar este mismo cántico con lengua más vibrante y
corazón más inflamado. Porque a la religión cristiana no le repugna admitir
que hay allá arriba, en los mundos habitados, seres inteligentes y libres que tal
vez han permanecido fieles a Dios, que no han tenido necesidad de redención,
que quizá son las noventa y nueve ovejas fieles al Buen Pastor, quien sólo
habría tenido que venir a la Tierra en busca de la oveja descarriada. Bernardo
de Fontanelle, en su libro “La Pluralité des Mondes”, escribió: “Pensar que
puede haber más de un mundo no es contrario a la razón ni a las Escrituras. Si
Dios se glorificó haciendo un mundo, cuantos más mundos haya hecho, tanto
mayor debe ser su gloria”.
CAPÍTULO XIV
TRAS LAS HUELLAS DE UNA RAZA PREADÁNICA
EL MUNDO ORIGINAL
ÁNGELES ANTROPOMÓRFICOS
Los dos mensajeros que por designio de Dios fueron enviados a la Tierra
para destruir Sodoma y Gomorra, parecen pertenecer a ese género sospechoso
de “ángeles” especiales que antes he mencionado. En efecto: por su manera
de actuar se asemejan más a seres de otros mundos, emisarios extraterrestres,
que a criaturas angélicas. Según el relato sagrado, esos misteriosos personajes
que aparecen en el capítulo 19 del Génesis, son descritos por el autor de la
narración como teniendo más bien una apariencia masculina, pues son
llamados “varones”, expresión que parece determinar su sexo (cuando es
sabido que los ángeles espirituales, debido a su constitución inmaterial,
carecen de órganos de reproducción). Además, se lavan los pies, cumpliendo
así la costumbre oriental de la época; les vemos comer, ingiriendo alimentos
sólidos, y después son invitados a acostarse para descansar y dormir. Por si
fuera poco, la belleza de sus facciones físicas parece ser tan deslumbrante,
que los sodomitas se sienten atraídos y despiertan en ellos pasiones carnales
que degeneran en deseos bestiales. Al mismo tiempo, ante el tumulto hostil de
aquella horda de hombres degradados que cercan la casa donde los enviados
de Dios han sido hospedados por Lot, ellos reaccionan como dotados de una
naturaleza humana, no celestial, y, al parecer, disponen de una especie de
arma que dispara rayos cegadores. Pero acudamos al texto bíblico:
“Llegaron, pues, los dos ángeles a Sodoma a la caída de la tarde y Lot
estaba sentado a la puerta de Sodoma. Y viéndoles Lot, se levantó a recibirlos,
y se inclinó hacia el suelo, y dijo: —Ahora, mis señores, os ruego que vengáis
a casa de vuestro siervo y os hospedéis, y lavaréis vuestros pies; y por la
mañana os levantaréis, y seguiréis vuestro camino—. Y ellos respondieron: —
No, que en la calle nos quedaremos esta noche—. Mas él porfió con ellos
mucho, y fueron con él, y entraron en su casa; y les hizo banquete, y coció
panes sin levadura, y comieron. Pero antes de que se acostasen, rodearon la
casa los hombres de la ciudad, los varones de Sodoma, todo el pueblo junto,
desde el más joven hasta el más viejo. Y llamaron a Lot, y le dijeron:
—¿Dónde están los varones que vinieron a ti esta noche? Sácalos, para que
los conozcamos. —Entonces Lot salió a ellos a la puerta, y cerró la puerta tras
sí, y dijo—: Os ruego, hermanos míos, que no hagáis tal maldad…”.
“… Y ellos respondieron: —¡Quita allá!—; y añadieron: —Vino este
extraño para habitar entre nosotros, ¿y habrá que erigirse en juez? Ahora te
haremos más mal que a ellos—. Y hacían gran violencia al varón, a Lot, y se
acercaron para romper la puerta. Entonces los varones alargaron la mano, y
metieron a Lot en casa con ellos, y cerraron la puerta. Y a los hombres que
estaban en la puerta de la casa hirieron con ceguera desde el menor hasta el
mayor, de manera que se fatigaban buscando la puerta. Y dijeron los varones
a Lot: ¿Tienes aquí alguno más? Yernos, y tus hijos, y tus hijas, y todo lo que
tienes en la ciudad, sácalo de este lugar; porque vamos a destruir este lugar,
por cuanto el clamor contra ellos ha subido de punto delante de Jehová; por
tanto, Jehová nos ha enviado para destruirlo”.
“Entonces salió Lot y habló a sus yernos, los que habían de tomar a sus
hijas, y les dijo: —Levantaos, salid de este lugar; porque Jehová va a destruir
esta ciudad—. Mas pareció a sus yernos como que se burlaba. Y al rayar el
alba, los ángeles daban prisa a Lot, diciendo: —¡Levántate, toma tu mujer, y
tus dos hijas que se hallan aquí, para que no perezcas en el castigo de la
ciudad!—. Y deteniéndose él, los varones asieron de su mano, y de la mano
de su mujer y de las manos de sus dos hijas, según la misericordia de Jehová
para con él; y lo sacaron y lo pusieron fuera de la ciudad. Y cuando los
hubieron llevado fuera, dijeron: —¡Escapa por tu vida, no mires tras de ti; ni
pares en toda esta llanura; escapa al monte, no sea que perezcas!—. Pero Lot
les dijo: —No, yo os ruego, señores míos. He aquí ahora ha hallado vuestro
siervo gracia en vuestros ojos, y habéis engrandecido vuestra misericordia que
habéis hecho conmigo dándome la vida; mas yo no podré escapar al monte,
no sea que me alcance el mal, y muera. He aquí ahora esta ciudad está cerca
para huir allá, la cual es pequeña; dejadme escapar ahora allá (¿no es ella
pequeña?), y salvaré mi vida—. Y le respondió: —He aquí he recibido
también tu súplica sobre esto, y no destruiré la ciudad de que has hablado.
Date prisa, escápate allá; porque nada podré hacer hasta que hayas llegado allí
—. Por eso fue llamado el nombre de la ciudad, Zoar (“Pequeña”)”.
“El sol salía sobre la tierra, cuando Lot llegó a Zoar. Entonces Jehová hizo
llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Jehová
desde los cielos; y destruyó las ciudades, y toda aquella llanura, con todos los
moradores de aquellas ciudades, y el fruto de la tierra. Entonces la mujer de
Lot miró atrás (la idea del original hebreo indica que se volvió atrás), a
espaldas de él, y se volvió estatua (o pilar) de sal. Y subió Abraham por la
mañana al lugar donde había estado delante de Jehová. Y miró hacia Sodoma
y Gomorra, y hacia toda la tierra de aquella llanura miró; y he aquí que el
humo subía de la tierra como el humo de un horno. Así, cuando destruyó Dios
las ciudades de la llanura, Dios se acordó de Abraham, y envió fuera a Lot de
en medio de la destrucción, al asolar las ciudades donde Lot estaba. Pero Lot
subió de Zoar y moró en el monte, y sus dos hijas con él; porque tuvo miedo
de quedarse en Zoar, y habitó en una cueva él y sus dos hijas”.
El Antiguo Testamento nos refiere que el profeta Elías, allá por el año 880
a. de J. C., fue arrebatado al espacio en un “carro de fuego” en forma de
“torbellino”, o bien absorbido hacia el cielo por una poderosa fuerza de
succión quizá emanada de un cuerpo sólido desprendido de la carroza
flamígera y que parecía un torbellino, expresión hiperbólica (como tantas se
usan en los hebraísmos bíblicos) que, evidentemente, parece indicar un
movimiento giratorio vertiginoso.
“Aconteció que cuando quiso Jehová alzar a Elías en un torbellino al cielo,
Elías venía con Eliseo de Gilgal… Y saliendo a Eliseo los hijos de los
profetas que estaban en Bet-el, le dijeron: —¿Sabes que Jehová te quitará hoy
a tu señor de sobre ti?—. Y él dijo: —Sí, ya lo sé; callad—… Elías dijo a
Eliseo: —Pide lo que quieras que haga por ti, antes de que yo sea quitado de
ti—. Y dijo Eliseo: —Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre
mí—. Él le dijo: —Cosa difícil has pedido. Si me vieres cuando fuese quitado
de ti, te será hecho así; mas si no, no—. Y aconteció que yendo ellos y
hablando, he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y
Elías subió al cielo en un torbellino. Viéndolo Eliseo, clamaba: —¡Padre mío,
padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo!—. Y nunca más le vio”.*
Elías el profeta del fuego, es una de las figuras más extraordinarias del
Antiguo Testamento. Fue un instrumento de Dios. Dios le usó y manifestó su
poder a través de él. Su origen es oscuro, desconocemos quiénes fueron sus
padres, no se nos menciona su genealogía. Repentinamente irrumpe en el
escenario de la Historia, se nos introduce en Tisbe, una aldea insignificante
situada en el mismo distrito posteriormente conocido como Galilea. Todo es
sobrenatural y misterioso en Elías, desde su insólita aparición en la historia de
su pueblo, a la extraña desaparición arrebatado por una carroza de fuego al
cielo. Diríase que irrumpe en escena como caído del cielo y al cielo vuelve.
Una atrevida versión del milagroso hecho supone que Elías, que no había
muerto, fuera llevado en cuerpo y alma a otro planeta mediante un vehículo
espacial desconocido, al cual Eliseo dio el nombre de carro de fuego, del
mismo modo que los indios llamaron caballos de hierro a las locomotoras.
Aunque en realidad Dios no necesitaba vehículo alguno para efectuar la
traslación de su profeta, si lo hubiera querido podía haber utilizado
perfectamente el concurso de un ingenio espacial tripulado por seres
extraterrestres, pues los recursos y los procedimientos del Omnipotente son
infinitos. Evidentemente existen ciertos problemas técnicos no insolubles (y
menos creyendo, como personalmente creo, en una intervención divina) para
explicarnos la sobrevivencia de hombres mortales como Elías o Enoc, fuera
del planeta Tierra. Sin embargo, el libro de Apocalipsis parece probar que dos
profetas han de volver a la Tierra en los últimos tiempos para testificar de la
verdad de Dios a los hombres y pagar su tributo a la muerte. Y uno de ellos
parece ser Elías. (El otro suponen algunos que será Enoc, profeta que fue
también arrebatado en vida, sin pasar por la experiencia de la muerte.) Ahora
bien: si ambos profetas deben regresar a la Tierra, morir y luego ser
resucitados, esto significa que actualmente aún no han sido sometidos sus
cuerpos al proceso de la glorificación física. Por tanto, si todavía gozan en
alguna parte vida natural, sin haber experimentado físicamente la
inmortalidad, ¿cómo es posible que aún puedan estar vivos después de haber
transcurrido tantos años?
LA EXPERIENCIA DE ENOC
LA «SHEKINAH» DE DIOS
Pasemos ahora al libro del Éxodo. Allí se nos describe por boca de Moisés,
el gran caudillo de Israel, las esplendentes apariciones de la misteriosa
“shekinah” de Dios, en forma de “columna de nube” durante el día y de
“columna de fuego” durante la noche, guiando constantemente al pueblo
elegido en su peregrinación a través del desierto. “Y partieron de Sucot y
acamparon en Etam, a la entrada del desierto. Y Jehová iba delante de ellos de
día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una
columna de fuego para alumbrarles, a fin de que anduviesen de día y de
noche. Nunca se apartó de delante del pueblo la columna de nube de día, ni de
noche la columna de fuego”.*
Ahora bien: ¿qué fenómeno puede explicar una nube luminosa? Ninguna
nube, por sí misma, es ígnea. Una nube no es nunca de luz; una nube es
siempre un obstáculo para los rayos lumínicos, forma una masa opaca que nos
priva de la luz, es algo que se interpone entre ella y nosotros. ¿Entonces?
Además, la “shekinah” de nube y fuego realizaba, en sus evoluciones y
movimientos protectores aéreos, perfectas maniobras militares, pues cuando
las circunstancias lo requerían dejaba de avanzar delante de los israelitas para
cambiar estratégicamente de posición y entonces se colocaba detrás de ellos.
Y desde la misteriosa columna de nube, que con tanta frecuencia aparecía en
el curso de la historia de la nación hebrea, el Señor fulminaba a los enemigos
de su pueblo bombardeándolos con descargas de rayos mortíferos.
“Y Moisés dijo al pueblo: —No temáis; estad firmes, y ved la salvación
que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto,
nunca más para siempre los veréis. Jehová peleará por vosotros, y vosotros
estaréis tranquilos—… Y el ángel de Dios que iba delante del campamento de
Israel, se apartó e iba en pos de ellos y se puso a sus espaldas, e iba entre el
campamento de los egipcios y el campamento de Israel; y en toda aquella
noche nunca se acercaron los unos a los otros… Aconteció a la vigilia de la
mañana, que Jehová miró el campamento de los egipcios desde la columna de
fuego y nube, y trastornó el campamento de los egipcios, y quitó las ruedas de
sus carros, de manera que los dirigían con suma dificultad. Entonces los
egipcios dijeron: —¡Huyamos de delante de Israel, porque Jehová pelea por
ellos contra los egipcios!”
En el salmo 18 hallamos una referencia a este mismo conflicto, alusión que
viene a complementar el bélico episodio con detalles no menos sugestivos.
“Tronó en los cielos Jehová, y el Altísimo dio su voz; granizos y carbones
ardientes. Envió sus saetas, y los dispersó; lanzó relámpagos, y los destruyó”.
Y en el Salmo 144 leemos: “¡Oh Jehová, inclina tus cielos y desciende, toca
los montes, y humeen! ¡Despide relámpagos y disípalos, envía tus saetas y
túrbalos!”.
Otro hecho sorprendente es que, al parecer, la nube de Dios fue el
instrumento utilizado por el Omnipotente para producir un fuerte viento
artificial que separó y congeló las aguas del Mar Rojo, formando así un muro
sólido a ambos lados de los hebreos, pues la presencia y el poder del Señor se
manifiesta a través de la “shekinah”. “Y extendió Moisés su mano sobre el
mar, e hizo Jehová que el mar se retirase por recio viento oriental toda aquella
noche; y volvió el mar en seco y las aguas quedaron divididas. Entonces los
hijos de Israel entraron en medio del mar, en seco, teniendo las aguas como
muro a su derecha y a su izquierda… —Jehová es varón de guerra… Echó en
el mar los carros del Faraón y su ejército; y sus capitanes escogidos fueron
hundidos en el Mar Rojo… Tu diestra, oh Jehová ha sido magnificada en
poder; tu diestra, oh Jehová, ha quebrantado al enemigo… Al soplo de tu
aliento se amontonaron las aguas; se juntaron las corrientes como en un
montón; los abismos se cuajaron en medio del mar”.
En otra ocasión, y también mediante la intervención de la extraña nube
flamígera, Dios descargó su juicio de muerte para castigar una rebelión de su
pueblo. “El día siguiente, toda la congregación de los hijos de Israel murmuró
contra Moisés y Aarón, diciendo: —Vosotros habéis dado muerte al pueblo de
Jehová—. Y aconteció que cuando se juntó la congregación contra Moisés y
Aarón, miraron hacia el tabernáculo de reunión, y he aquí la nube lo había
cubierto, y apareció la gloria de Jehová. Y vinieron Moisés y Aarón, delante
del tabernáculo de reunión. Y Jehová habló a Moisés, diciendo: —Apartaos
de en medio de esta congregación, y los consumiré en un momento—. Y ellos
se postraron sobre sus rostros. Y dijo Moisés a Aarón: —Toma el incensario,
y pon en él fuego del altar, y sobre él pon incienso, y ve pronto a la
congregación, y haz expiación por ellos, porque el furor ha salido de la
presencia de Jehová; la mortandad ha comenzado—. Entonces tomó Aarón el
incensario, como Moisés dijo, y corrió en medio de la congregación; y he aquí
que la mortandad había comenzado en el pueblo; y él puso incienso, e hizo
expiación por el pueblo, y se puso entre los muertos y los vivos; y cesó la
mortandad. Y los que murieron en aquella mortandad fueron catorce mil
setecientos, sin los muertos por la rebelión de Coré. Después volvió Aarón a
Moisés a la puerta del tabernáculo de reunión, cuando la mortandad había
cesado”.
La Biblia nos describe con claridad de detalles el “aterrizaje” de la
“shekinah”, y nos dice que la nube del Señor, descendiendo del espacio azul,
se posó sobre la cumbre del monte Sinaí, y —¡dato sorprendente!— al
acercarse Moisés a ella nos refiere… ¡que tenia la apariencia de un
embaldosado metálico! Curiosa descripción, ¿verdad?
“Entonces Jehová dijo a Moisés: —He aquí, yo vengo a ti en una nube
espesa, para que el pueblo oiga mientras Yo hablo contigo, y también para
que te crean para siempre—… Aconteció que al tercer día, cuando vino la
mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y
sonido de bocina muy fuerte… Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová
había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un
horno, y todo el monte se estremecía en gran manera… Todo el pueblo
observaba el estruendo y los relámpagos, y el sonido de la bocina, y el monte
que humeaba… Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los
ancianos de Israel; y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como
un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno”.
Ahora bien: Moisés estuvo dentro de la “shekinah” durante cuarenta días, y
allí, por mediación de mensajeros celestes enviados por Dios recibió el
Decálogo, las Tablas de la Ley.
“Entonces Moisés subió al monte, y una nube cubrió el monte. Y la gloria
de Jehová reposó sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió por seis días; y al
séptimo día llamó a Moisés de en medio de la nube. Y la apariencia de la
gloria de Jehová era como un fuego abrasador en la cumbre del monte, a los
ojos de los hijos de Israel… Y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo:
—¡Estoy espantado y temblando!—… Y entró Moisés en medió de la nube, y
subió al monte; y estuvo Moisés en el monte cuarenta días y cuarenta
noches… Éste es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto
con el ángel que le hablaba en el Monte Sinaí, y con nuestros padres, y que
recibió palabras de vida que darnos… Vosotros que recibisteis la Ley por
disposición de ángeles, y no la guardasteis”:
El Departamento de Investigaciones Nucleares de la República Árabe
Unida, comunicó al profesor soviético M. Agrest, de la Academia de Ciencias
de Moscú, el hallazgo de radiactividad en cantidades anormales en las
regiones de Rachi, de Dariat y en la península del Sinaí. Esta radiactividad
podría ser debida a explosiones atómicas o a la actividad de partículas
nucleares cuyas radiaciones todavía impregnan el suelo de la desértica región,
quizá procedentes de los reactores de una nave cósmica.*
He aquí otro enigma fascinante que hoy aún persiste frente a las hipótesis
formuladas por los astrónomos. Desde hace cientos de años, el relato del
evangelista San Mateo relativo al misterioso luminar que apareció entre los
orbes celestes para anunciar a los Magos de Oriente el nacimiento del Mesías
prometido, ha absorbido a los escrutadores del firmamento en una ardua
investigación, esforzándose con sus medios científicos en comprobar la
identidad de la famosa estrella de Belén. Sin embargo, este singular y extraño
fenómeno sideral que tanto ha ocupado a los astrónomos, y cuya
manifestación ha sido atribuida a cuantos astros cruzan la bóveda celeste,
sigue constituyendo un problema que dista mucho de ser resuelto
satisfactoriamente por los investigadores del cielo, pues, desde el punto de
vista de la ciencia astronómica, seguimos sin saber cuál pudo ser la estrella
que condujo a los Magos hasta el humilde hogar de Belén donde moraba el
Salvador, que por aquel entonces debía tener ya casi dos años de edad.
Probablemente jamás sabremos —por lo menos mientras estemos en este
mundo— qué fue este insólito luminar, pues es lógico pensar que, dadas sus
especiales características, se trató de una aparición sidérea de clase muy
extraordinaria y, por tanto, sobrenatural. Los hombres de ciencia pueden
establecer cuantas teorías ofrezcan alguna posibilidad de explicación para
desentrañar el misterio; pero el hecho cierto es que la identidad del astro que
Dios puso en órbita para anunciar su venida al mundo, sigue siendo todavía
un profundo enigma que creo será siempre indescifrable para nosotros, y ante
el cual sólo cabe aceptar la narración evangélica con fe, humildad y sagrada
reverencia.
Orígenes, que vivió hacia el año 200 de nuestra Era, en Alejandría,
escribió: “Soy de la opinión que la estrella que se apareció a los Magos en las
tierras de Oriente, fue una estrella nueva que no tenía nada que ver con las
que se nos muestran en la bóveda celeste o en las capas inferiores de la
atmósfera. Seguramente pertenece a la clase de los astros que, de tiempo en
tiempo, acostumbran aparecer en el aire y que los griegos, que suelen
diferenciarlos dándoles nombres que hacen referencia a su configuración, les
designan unas veces con el nombre de cometas, viguetas ígneas, estrellas con
cola, toneles, o con otros muchos nombres”.
Los escrutadores del cielo de la antigüedad y de la Edad Media, creyeron
identificar a la brillante Sirio —la más hermosa de nuestras estrellas boreales
— con el misterioso cuerpo celeste descrito por el evangelista en su relato
sagrado. Sirio es un Sol triple, es decir, un sistema triple de soles cuyo
componente central puede ser unas 8.000 veces mayor en volumen que
nuestro Sol y alrededor de los cuales nadie puede descartar la posibilidad de
que giren planetas habitables o habitados.
Los astrónomos supusieron también que la estrella de Navidad podía haber
sido un cometa, y se pensó en el famoso cometa de Halley, cuyo paso por el
firmamento los sabios chinos ya observaron muchos siglos antes de nuestra
Era. Pero los cálculos astronómicos demostraron que este cometa no podía
coincidir con el nacimiento del Hijo de Dios, porque ya había pasado por su
perihelio —regiones vecinas de la Tierra— en el año 12 antes de nuestra Era
y en el año 88 a. de J.C., y no volvió a visitarnos hasta bien entrada la Era
Cristiana, o sea, hasta el año de gracia 64. Además, por otra parte, en los
anales del cielo tampoco existe constancia del paso de algún cometa de los
llamados parabólicos en aquella memorable fecha. (Los cometas parabólicos
nos visitan sólo una vez y después se pierden en las profundidades del
espacio.)
Asimismo, se creyó que el luminar de la narración evangélica podía haber
sido un meteoro de colosales dimensiones, pues ya es sabido que a veces
cruzan nuestra atmósfera pedruscos siderales de desusadas proporciones. Sin
embargo, también se sabe que esos bólidos cósmicos están impulsados por
velocidades de muchos kilómetros por segundo, es decir, que su aparición
presupone su casi inmediata desaparición dejando tan sólo un rastro luminoso
en el cielo, con o sin estampido, por lo cual no pueden mostrarse al
observador como un punto de referencia, tal como consta en la descripción
que nos hace el relato bíblico.
El ilustre matemático imperial y astrónomo de la Corte, Juan Kepler,
descubridor de las tres leyes planetarias que llevan su nombre, se ocupó
también de este problema, descubriendo por medio de hábiles cálculos que en
el siglo I de nuestra Era (el año 7 a. de J.C.), tuvo lugar una notable
conjunción planetaria, esto es, una aproximación aparente de tres planetas,
que según demostró Kepler, resultaron ser Marte, Júpiter y Saturno, en la
constelación de los Peces, y precisamente el fenómeno astronómico ocurrió
tres veces consecutivas aquel mismo año. Kepler creía que una aproximación
aparente de varios planetas, concretamente los tres mencionados, habría
podido dar la impresión óptica de ser una sola gran estrella,
extraordinariamente luminosa.
Sin embargo, un astrónomo inglés declaró que los Magos de la narración
evangélica, que eran astrólogos por añadidura, habrían podido distinguir con
suma facilidad las tres estrellas, muy juntas, sí, pero no unidas. Por otra parte,
la palabra original que se usa en la versión griega de nuestro Evangelio, es
“aster”, estrella, y no “astron”, que se aplica a un grupo de estrellas. Además,
que no podía tratarse este fenómeno de una conjunción lo prueba el hecho de
que esos tres planetas, Marte, Júpiter y Saturno, no podrían haber “parecido
una sola estrella”, pues este astrónomo británico ha demostrado que nunca
han estado más cerca la una a la otra que un grado, que es como el doble del
diámetro aparente de la Luna.
En el siglo II a. de J.C., el astrónomo griego Hiparco observó la primera
estrella “nova” o pulsante, de que tenemos noticia. En 1572, en la noche de
San Bartolomé, el famoso danés Tycho Brahe observó otra estrella de este
tipo. Y en 1604, Johann Brunowcki, discípulo de Kepler, ante el mismo
fenómeno lanzó la hipótesis —hoy muy en boga— de que la estrella de
Oriente podría haberse tratado de la brusca aparición de lo que llamamos una
estrella pulsante o “nova”, si la designamos con su nomenclatura latina. Esas
estrellas se caracterizan por su repentina aparición en un punto del cielo
donde antes solamente se distinguía una débil estrella o el vacío interestelar, y
parece que son astros pulsátiles, es decir, capaces de experimentar un gran
aumento de energía —acaso un estallido— que las hace súbitamente visibles
a gran distancia.
No obstante, tampoco esta teoría resulta satisfactoria, pues hoy sabemos
que esa supuesta estrella pulsante no pudo experimentar ningún signo de
actividad en el siglo I de nuestra Era, ya que las dos “novae” más próximas al
nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo quedan registradas, respectivamente,
en el año 134 a. de J.C. (en la constelación de Escorpión y en el año 123 d. de
J.C. (en la constelación de Ofiuco).
Y el misterio vuelve a cernerse sobre la identidad de la estrella de Belén.
De ahí que, ante la intrigante incógnita que se nos plantea, una hipótesis
insólita ha sido propuesta por el Rvdo. Hellmut Wipprecht, pastor canadiense,
quien supone que podía también tratarse de una astronave de origen
extraterrestre, tripulada por emisarios del Señor, los cuales habrían sido
comisionados por revelación divina para señalar a los Magos de Oriente la
ruta que les conduciría hasta el Redentor del género humano.
Analicemos lo que nos dice San Mateo en su Evangelio: “Y he aquí la
estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando,
se detuvo sobre donde estaba el niño. Y al ver la estrella, se regocijaron con
muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y
postrándose, le adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro,
incienso y mirra”.
Los términos del relato sagrado, “su estrella”, en el versículo 2 del capítulo
segundo del Evangelio según San Mateo, y sobre todo el versículo 9 del
mismo capítulo, prueban con evidencia que el escritor piensa, no en un astro
celeste ordinario, no en el resultado de observaciones astrológicas, sino en la
aparición de un luminar especial, que ocasiona la partida de los Magos en su
país, reaparece después sobre el camino de Belén y viene a detenerse
finalmente sobre el lugar donde estaba el Niño. Literalmente, la estrella iba
delante de ellos, o les precedía. ¿No sería esto sino una ilusión de óptica,
como lo creen los que admiten la idea de un astro ordinario o de una
constelación? ¿Cómo explicar el que ese astro se detenga sobre el lugar donde
estaba el Niño? Si, como se pretende, esto significa que el astro se halla en su
cenit, ¿habría sido eso una indicación para los viajeros? No; cada término de
este relato muestra claramente que el autor ha querido hablar de una luz
extraordinaria, conducida por la mano de Dios, que se reveló con esta
manifestación a tan piadosos extranjeros.
Por otra parte, si profundizamos la descripción, descubriremos que la
distinción ya aludida entre las dos palabras griegas “aster” (estrella) y
“astron” (grupo de estrellas), es uniformemente observada, por lo que la
expresión “estrella” no debe tomarse aquí en un sentido general denotando un
grupo.
Ahora bien: si un cuerpo celeste se considera como avanzando delante de
los viajeros desde Jerusalén, estaría igualmente delante cuando llegaran a
Belén, y en ningún modo hubiera dado la sensación de estar parado sobre
aquel lugar. Pero, literalmente, “les conducía adelante”, y el griego tiene el
imperfecto, lo que sugiere, naturalmente, que al paso que ellos iban
avanzando, la estrella se movía también y les precedía. Además, notemos que
les indicó, no meramente la población, sino concretamente el barrio de la
población y hasta la misma casa donde vivían Jesús y sus padres, al posarse y
detenerse con exactitud sobre ella, lo cual, una estrella ordinaria, debido a su
gran altura en el firmamento, no lo hubiera podido hacer.
EL FIN DE JERUSALÉN
La lista que a continuación se detalla sólo es un resumen de las referencias empleadas en este libro.
Algunas transcripciones o adaptaciones han sido extraídas de estas obras que se citan. Otros datos han
sido tomados de artículos e informes científicos que sobre el mismo tema se han publicado en
periódicos y revistas tanto nacionales como del extranjero.
OBJETOS DESCONOCIDOS EN EL CIELO. ANTONIO RIBERA. Librería-
Editorial Argos. Barcelona.
LA LEYENDA DE LOS DIOSES BLANCOS. Ediciones Destino.
Barcelona.
LA ATLÁNTIDA. DENIS SAURAT. Editorial Mateu. Barcelona.
EL MUNDO PERDIDO DE LOS MAYAS. Editorial Juventud. Barcelona.
LES SOUCOUPES VOLANTES VIENNENT D’UN AUTRE MONDE.
JIMMY GUIEU. Editions Fleuve Noir. París.
EN BUSCA DE LA CIUDAD PERDIDA. Editorial Noguer. Barcelona.
BUILT BEFORE THE FLOOD - THE PROBLEM OF TIAHUANACO.
H. S. BELLAMY.
MUNDOS EN COLISIÓN. IMMANUEL VELIKOVSKY. Editorial Diana, S. A.
México, D. F.
SI LOS ASTROS ESTUVIESEN HABITADOS. FOMENTO DE CULTURA,
Ediciones Valencia.
EL RETORNO DE LOS BRUJOS. LOUIS PAUWELS Y JACQUES BERGIER.
Plaza Janés, S. A. Barcelona.
LA ATLÁNTIDA SUMERGIDA. MARIO LLEGET. Plaza Janés, S. A.
Barcelona.
DIEZ ENIGMAS DE MUNDOS HABITADOS. CAMILO FLAMMARION.
Casa Editorial Maucci. Barcelona.
EL MISTERIO DE LOS PLATILLOS VOLADORES. CRISTIAN VOGT.
Editorial “La Mandrágora”. Buenos Aires.
EL LIBRO DE LOS MUERTOS. JUAN B. BERGUA. Ediciones Ibéricas.
Madrid.
OTROS MUNDOS, ¿OTROS HOMBRES? ERNESTO SALCEDO. Fascículo
de “Las Dos Astronáuticas”, perteneciente al Primer Cursillo de Iniciación a
la Era Espacial. Barcelona.
SAGRADA BIBLIA
VISITANTES DEL ESPACIO. DR. ENRIQUE MIRANDA. Librería Perlado,
Editores. Buenos Aires.
THE STORY OF ATLANTIS. W. SCOTT ELLIOT.
COMENTARIOS REALES. El inca GARCILASO DE LA VEGA. Espasa-
Calpe. Argentina, S. A. Buenos Aires.
MAGIA CALDEA. LENORMAND.
BIBLICAL HISTORY IN THE LIGHT OF ARCHEOLOGICAL
DISCOVERY SINCE A. D. 1900. DR. D. E. HART-DAVIES. “The Victoria
Institute”. Londres.
FANTASTIC UNIVERSE: “NEW MEET THE NONTERRESTRIAL”.
IVAN. T. SANDERSON.
BESTIAS, HOMBRES Y DIOSES. OSSONDOWSKI.
THE KING OF THE HEARTH. ERICH SANER.
LOS DOCUMENTOS DEL MAR MUERTO. PABLO HERRERO. Editorial
Mateu. Barcelona.
HISTOIRE INCONNUE DES HOMMES. ROBERT CHARROUX. Robert
Laffont. París.
EL DESTINO HUMANO. LECOMTE DU NOUY. Santiago Rueda, Editor.
Buenos Aires.
EL LIBRO DE LOS MISTERIOS. GUSTAV BUSCHER. Editorial Mateu.
Barcelona.
LOS MISTERIOSOS PLATILLOS VOLANTES. AIMÉ MICHEL. Editorial
Pomaire. Barcelona.
EL LIBRO DE LAS MARAVILLAS. GUSTAV BUSCHER. Editorial Mateu.
Barcelona.
FLYING SAUCERS ON THE ATTACK. HAROLD T. WILKINS. Citadel
Press. Nueva York.
LÁMINAS
El relieve de la gran losa sepulcral de piedra que cubría el sarcófago maya en el interior de la
pirámide de Palenque en Méjico. El hallazgo tuvo lugar en 1952 y fue realizado por el profesor Alberto
Ruiz Lhuillier.
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El calendario «venusiano» de la «Puerta del Sol», en la ribera del lago Titicaca, cerca del templo de
Kalassassava, en Tiahuanaco.
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Orejona, la mujer venida de Venus, según refieren las tradiciones andinas de América del Sur.
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Uno de los extraños personajes alados esculpidos en el misterioso calendario de la Puerta del Sol, en
Tiahuanaco.
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Fotografía del relieve de la gran losa sepulcral de piedra que cubría el sarcófago maya descubierto en
el interior de la pirámide de Palenque en Méjico.
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He aquí una versión curiosa de la aeronave de Palenque. Se trata de una concepción moderna de la
misma, adaptada a nuestra época actual. La semejanza del grabado maya con un navío cósmico no
puede ser más sorprendente.
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Las misteriosas líneas y figuras de Nazca. La línea punteada es la actual carretera panamericana. La
línea de trazo seguido es la antigua carretera incaica.
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El «cosmonauta» del Sahara o «gran dios marciano» del Tassili-n-Ajjer, al noroeste de Hoggar,
descubierto por el arquólogo francés Henri Lhote, en un lugar llamado «Jabbaren» (Los Gigantes).
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De izquierda a derecha: 1. Una de las estatuillas japonesas «Dogu», descubiertas en Tokomai, al norte
de la isla de Hondo. 2. Otra de las estatuas japonesas halladas en Kamegaoka. 3. Reproducción de un
traje espacial, realizado por un escultor japonés, tomando como modelo la imagen de Tokomai.
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Otra antigua pintura rupestre descubierta en una cueva de Kimberleys, en Australia Occidental. ¿Se
trata de un visitante extraterrestre con la cabeza cubierta por una escafandra espacial?
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He aquí el bajorrelieve hindú que nos muestra una especie de galera, sin velas ni remos, la cual unos
arqueólogos rusos creyeron poder interpretar como una astronave. El dibujante ha realizado una
representación moderna de este antiguo grabado.
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La pintura rupestre hallada en unas cuevas próximas a Ferghana, en el Uzbekistán soviético, bautizada
como «el hombre de Marte» debido a las actuales escafandras de los astronautas.
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Panorámica del gran atrio del Templo de Baalbeck, cuyas terrazas, según la hipótesis del científico
soviético Agrest, eran utilizadas como plataforma de aterrizaje por los ingenios espaciales
prehistóricos.
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Los seres misteriosos llamados «kappas», según descripciones que datan del siglo IX, que hace mil años
llegaron al Japón procedentes del espacio.
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Los templos de Devi Jagadambi y Khandariya Mahadeva, en Khadjurao, India Central, con sus cúpulas
en forma de «vimana» o «platillo volante». La semejanza resuelta sorprendente.
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En esta reproducción del templo de Salomón, en Jerusalén, el dibujante ha representado sobre el
edificio los 24 pararrayos que lo preservaban de los juicios divinos que llovían del cielo en forma de
fuego.
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He aquí una reproducción del llamado «Avión de Gusmao» (1709). Esta extraña máquina volante,
provista de un radar y de tobera fue avistada en su vuelo por millares de personas cuando cruzaba el
cielo de Portugal.
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He aquí un desolado paraje de la taiga siberiana, en Tunguska, y corte transversal de la copa de uno de
los árboles que crecieron lejos del epicentro de la explosión, cuyas capas anuales forman un calendario
que muestra su rejuvenecimiento por radiactividad.
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El sumo sacerdote hebreo, con el misterioso Urim y Tummim, el cual le permitía establecer contacto
directo con la Deidad y recibir sus oráculos.
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Una representación bíblica del famoso pasaje del libro de Ezequiel. El dibujante ha tratado de
reconstruir la escena de la máquina volante descrita por el profeta, y de la destrucción de Jerusalén
por parte de seis hombres que salieron de la nave, disparando sus armas sobre la ciudad.
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Índice
Prólogo a un estudio apasionante
Introducción
Nota preliminar del autor
Iniciación al problema
Primera Parte
Los visitantes del cosmos
Capítulo I - Misterios del pasado
Una incógnita alucinante
El océano andino
Una civilización de hace 300.000 años
Un calendario misterioso
El secreto de la «Puerta de Venus»
Una coincidencia inquietante
Los hijos de las estrellas
Capítulo II - Excavando en la tumba del tiempo
El enigma de las civilizaciones perdidas
¡Una astronave de hace 10.000 años!
¿La momia de un cosmonauta?
Vuelta a las civilizaciones desaparecidas
La edad de la Tierra
Capítulo III - Dioses y mundos de la antigüedad
El gran «dios marciano» del Sahara
Las estatuillas celestes de Hondo
Un «hombre de Marte» en Ferghana
Algunas preguntas insólitas
¿Destrucción de Sodoma y Gomorra por una astronave?
El misterio de las tectitas
La conclusión del profesor Agrest
Capítulo IV - Moderno examen de antiguas leyendas
¿Quiénes fueron los “Hav-Musuvs”?
Más enigmas sin resolver
Los misteriosos «Kappas»
Isis y Osiris
Escudriñando el origen de los egipcios
La nave de Osiris
Capítulo V - Extraños fenómenos celestes en Egipto
El disco de Akhenatón
El papiro de Thutmosis II
Concordancia con el Éxodo bíblico
La arqueología aporta sus pruebas
Capítulo VI - Astronaves en la India fabulosa
Los vehículos de los dioses
El poderoso «Señor de la Llama»
Otros ingenios espaciales
Apocalipsis atómico en el pasado
Capítulo VII - Los educadores venidos del cielo
¿Quién importo el trigo en la Tierra?
El primer herrero llegó del espacio
¿Colonizaron la Tierra seres de otros mundos?
La gran obra misional de los antiguos
El misterio de la Atlántida
Capítulo VIII - ¿Una gran civilización estelar en Asia?
El gigante llegado de las estrellas
El misterioso imperio de Aghardi
¿Quién es el “Rey del Mundo”?
Capítulo IX - Los Titanes ¿fueron emigrantes cósmicos?
Los “extraterrestres” del Potala
Capítulo X - Otros misterios sorprendentes
Apariciones sobre el mundo grecorromano
La piedra negra de Venus
Pilas eléctricas de hace 4.500 años
Pararrayos en la antigüedad
La columna inoxidable de Koubt Minar
El testimonio de los Vedas
Capítulo XI - Los mapas de Piri Reis
Capítulo XII - El bólido fantasma de Tunguska
Segunda Parte
Los platillos volantes y la Biblia
Capítulo XIII - Hacia una teología cósmica
El autor se justifica
Los teólogos emiten sus opiniones
Habla el Rvdo. P. Mateo Febrer, O.P.
Capítulo XIV - Tras las huellas de una raza preadánica
El mundo original
Capítulo XV - La Biblia habla
Ángeles antropomórficos
La gran visión de Ezequiel
Los vengadores de Dios
Los viajes aéreos del Profeta
Elías viajero espacial
Los milagros científicos de Dios
La experiencia de Enoc
Los gigantes de la Biblia
La «Shekinah» de Dios
Los cielos están habitados
En torno a la estrella de Belén
El fin de Jerusalén
¿Qué era el “Urim y Tummim” del Sumo Sacerdote?
Epílogo
Bibliografía
Láminas
(*) Hans Dietrich Dissehorff, en su libro “Historia de las civilizaciones precolombianas”, ha
ensayado una explicación de la Puerta del Sol: “El motivo central representa a una divinidad de pie
sobre un zócalo escalonado; lleva en sus manos dos bastones o cetros terminados en cabezas de cóndor.
De su cara con expresión hierática, parten rayos que terminan en cabezas de animales. Dicho personaje
representa al Sol o al dios de la Creación. A un lado y otro del motivo central, repartidos en tres frisos
superpuestos, unos genios alados se acercan al dios: unos tienen cara humana; los otros una máscara en
forma de cabeza de pájaro; en un cuarto friso, debajo de los anteriores, se ven réplicas de la cara de la
divinidad central en tamaño menor y con las cabezas rodeadas de radiaciones. Se han formulado
diversas hipótesis para probar que se trataba de la representación plástica de un sistema cosmogónico;
sin embargo, ninguna de dichas hipótesis resulta plenamente convincente. No obstante, es evidente que
la Puerta del Sol es la representación simbólica de fenómenos cósmicos desconocidos, y de los cuales
seguramente jamás llegaremos a conocer su verdadera naturaleza.”
(*) En una caverna prehistórica descubierta en Kimberley, Australia Occidental, apareció otra
antigua pintura rupestre no menos extraña. Representa a un personaje ataviado con una especie de
túnica sacerdotal y lleva la cabeza herméticamente encerrada dentro de un casco que se asemeja a una
escafandra de cosmonauta.
(*) La palabra hebrea usada en el original del Antiguo Testamento, “netziv”, que se traduce estatua,
monumento, en otras partes de la Biblia es empleada para describir una cosa fija e inmóvil, como poste,
pilar, y no necesariamente una escultura. Algunas de las víctimas atomizadas en Hiroshima aparecieron
de pie, como figuras petrificadas, las cuales se desmoronaron convertidas en ceniza al ser palpadas.
(*) En el Koyiki o Crónicas de las Cosas Antiguas, escritas en el año 712, y en el Nihongi o
Recuerdos de las Antiguas Crónicas, escritos en el año 720, se relatan los orígenes del mundo nipón y se
dice que en el país de Takamaga-hara (los “Altos Planos del Cielo”), sin saber cómo ni cuándo,
aparecieron varias generaciones de deidades, y que a la séptima generación nacieron dos hermanos:
Yzanagi (el varón que invita) e Yzanami (la mujer que invita), los cuales recibieron la orden de
abandonar el cielo, descendiendo de las “altas esferas” por medio del “Puente Flotante” (Ukibasi), y
venir a informar y dar vida a la materia cenagosa e informe que había de ser después el globo terrestre
que habitamos.
(*) Himno al Sol poniente: “La victoriosa señora Mut-Hétep te canta himnos de alabanza diciendo…
Salve, Thoth, que hiciste a Osiris victorioso de sus enemigos: haz que Mut-Hétep, vencedora, domine a
los suyos ante los grandes, los divinos jefes supremos que viven con el Señor de vida, Osiris. Avanza el
dios espléndido que mora en su Disco, es decir, Horus, el vengador de su padre, Unnefer-Ra” (De “El
Libro de los Muertos”.)
(*) El profesor Zakharia Ghoneim, arqueólogo de El Cairo, resumiendo los resultados de las
investigaciones realizadas por un nutrido grupo de científicos, declaró: “Se ha comprobado que la pez
con que se conservaban los cadáveres, mediante la momificación, procede de las orillas del Mar Rojo y
de algunas regiones del Asia Menor, y contiene sustancias fuertemente radiactivas. Asimismo, las
vendas empleadas para fajar a las momias, contienen radiactividad. Y probablemente todas las cámaras
mortuorias estaban llenas de polvo radiactivo”. El célebre físico químico italiano Biaggi, cuyos trabajos
sobre la energía nuclear son universalmente conocidos, sustenta el criterio de que los sacerdotes
egipcios conocían los secretos atómicos cinco mil años antes de que los sabios modernos los
descubriesen. Todo hace pensar que ellos habían inventado un misterioso polvo radiactivo al cual
recurrían, no sólo para conservar los cadáveres, sino también para proteger a las momias de los faraones
y castigar a los violadores de tumbas. Sin duda fue la absorción de esta extraña sustancia lo que
determinó el envenenamiento de la sangre de tantos arqueólogos y egiptólogos que profanaron las
cámaras mortuorias. Tal vez los sacerdotes egipcios veían en la radiactividad una manifestación de Ra,
el dios del Sol. Según Ghoneim, numerosos pasajes oscuros de antiguos documentos sostenían esta
hipótesis.
(*) El 12 de agosto de 1950, en la pequeña villa montañosa de Campello, cerca del collado de San-
Gothard, en Suiza, numerosas personas, entre las cuales se hallaba un profesor de física, vieron cruzar el
cielo un enjambre de ochenta a cien platillos volantes. “Al pasar producían como un sonido de órgano”,
manifestó el profesor. Otros testigos de tan extraordinaria observación dijeron que parecía un sonido
como de un inmenso coro musical: una especie de “sinfonía celestial”. El 22 de mayo de 1947, un grupo
de platillos volantes atravesó el espacio, sobre Dinamarca, y al pasar por encima de los árboles
produjeron un sonido profundo y musical. “como un enjambre de abejas o aspiradores”, explicó un
testigo que era mecánico, un tal M. Dane.
(*) En un museo de Leningrado se conservan unos escudos etruscos que datan de varios milenios. En
ellos aparecen grabados unos personajes con un realismo impresionante. Se diría que son seres vestidos
con trajes espaciales, cubierta la cabeza por un casquete o escafandra. En otro escudo es posible ver un
bajorrelieve hindú que representa los contornos de una antigua nave, sin duda familiar al artista: una
especie de galera, pero sin velas ni remos. Sin embargo, su parte posterior muestra unos rayos, como
una propulsión a chorro. Unos arqueólogos rusos creyeron poder interpretar este grabado como un navío
cósmico que, en tiempos remotísimos, visitó la Tierra.
En Khadjurao, India Central, existen dos templos denominados, respectivamente, Devi Jagadambi y
Khandariya Mahadeva, cuyas cúspides están coronadas por unas curiosas torres llamadas, precisamente,
“vimanas”, y rematadas con un adorno arquitectónico semejante a un disco, con una especie de cúpula
en su parte superior, que por su forma recuerda asombrosamente a un “platillo volante”. El lector podrá
comprobar la analogía observando el grabado correspondiente. (Informe gentilmente facilitado por
Antonio Ribera, descubridor de esta similitud tan extraordinaria.)
(*) En Grecia nos encontramos con la leyenda de Deméter y Triptolemo. Deméter, conocida entre los
romanos por el nombre de Ceres, era la diosa de la agricultura y de la civilización. Triptolemo, favorito
de Deméter e inventor del arado, fue el primero en sembrar en Eleusis el trigo candeal y la cebada. Mas
la tradición cuenta que Triptolemo no se limitó a favorecer con sus dones a los moradores del Ática.
Deméter le regaló un carro alado, con el que recorrió el mundo entero para distribuir entre los humanos
los cereales. Triptolemo y su carro alado es un motivo muy frecuente en los vasos y la escultura griega.
(*) Platón registró la historia escuchada dos generaciones antes en boca de Solón, el sabio
gobernante de Atenas, quien en su visita a Egipto interrogó a los sacerdotes, versados en las tradiciones
de la antigüedad, sobre la historia primitiva, y escuchó de labios del culto Sonchis de Sais: “El océano
(Atlántico) era entonces navegable…; y era posible para los viajeros de aquellos tiempos cruzar de allí a
otras islas, y de ellas al enorme continente más allá que rodea al verdadero océano… Por aquel rumbo
hay un verdadero océano, y la tierra que lo limita debe con mayor razón llamarse un continente, en el
sentido más amplio y verdadero de la palabra. Ahora bien, en esa isla de la Atlántida, los reyes habían
organizado una maravillosa y gran potencia que extendía por completo sus dominios por muchas otras
islas y hasta ciertas partes del continente… Su pueblo había alcanzado además una elevada
civilización.”
“Los más sabios de los sacerdotes del templo de la diosa Neith —así cuenta Critias— iniciaron a
Solón en las más antiguas tradiciones de la historia de la humanidad y especialmente en la historia de
Sais. Solón empezó a barruntar que ni él ni sus paisanos griegos tenían la menor idea de las más
antiguas épocas de la historia. Los sacerdotes le aclararon este desconocimiento aduciendo el hecho de
que el recuerdo del pasado había quedado destruido a consecuencia de varias catástrofes, como
inundaciones y terremotos”. “Sin embargo, añadieron los sacerdotes, con frecuencia se producen
catástrofes mucho más horrendas, por ejemplo cuando el fuego celestial entra en acción. Así se
comprende que sea cierta la historia de Faetón, que condujo el carro del sol de su padre Febo y por
impericia abrasó la mitad de la Tierra, aunque suene a improbable. De vez en cuando tenían lugar
desórdenes en el movimiento de los cuerpos celestes, a consecuencia de los cuales quedaban aniquiladas
millones de vidas. Después de tales catástrofes la humanidad vuelve a sus épocas de barbarie y olvida el
arte de escribir. Por ejemplo los atenienses no recuerdan más que un diluvio, a pesar de que ha habido
varios de ellos. No conocéis siquiera vuestro propio origen y no sabéis que sois un débil brote de una
raza grande y gloriosa”. “Más adelante los sacerdotes informaron a Solón que sus conocimientos de la
historia de Sais abarcaban un período de más de ocho mil años. Estos manuscritos contienen la
descripción de una guerra que tuvo lugar entre los atenienses y una antigua nación que habitaba en una
gran isla del océano Atlántico. En las proximidades de aquella isla había otras, y detrás de éstas, al
borde del océano, existía un continente más grande. Esa isla, que llevaba el nombre de Poseidonis o
Atlántida, era gobernada por reyes a quienes también pertenecían las islas vecinas. Además eran los
señores de Libia y de las tierras bañadas por el mar Tirreno. Cuando Europa se vio atacada por un
ejército atlántico, fue el poderío de la ciudad de Atenas, que encabezaba la coalición griega, lo que salvó
a Grecia del yugo atlántico. A estos acontecimientos siguió poco después una catástrofe horrorosa: un
terremoto espantoso hendió la Tierra, que se vio inundada por tremendos y continuos aguaceros.
Perecieron las huestes del ejército griego y la isla Atlántida desapareció en las aguas del océano”.
(*) En la región de Baian-Kara-Oula, entre la frontera del Tíbet y la China, fueron descubiertas en el
año 1965 unas cavernas, en cuyo interior aparecieron una serie de extraños discos de piedra —en total
se hallaron 716—, cubiertos de signos enigmáticos y jeroglíficos. Presentan un orificio en su parte
central, y partiendo de dicho agujero, de dentro hacia fuera, se inician los misteriosos signos gráficos en
forma de espiral, extendiéndose así alrededor del disco hasta cubrir su superficie. En su constitución
pétrea abunda el cobalto. Tienen unas vibraciones especiales, como si en otro tiempo hubieran formado
parte de un circuito eléctrico y hubiesen estado cargados de electricidad.
Según las leyendas que por allí todavía circulan, la tribu de los Ham refiere que la misteriosa raza de
los Dropa descendió de las nubes por medio de barcos volantes. Asimismo, se han exhumado tumbas
que datan de hace 12.000 años, que contienen los restos de unos extraños personajes de pequeña talla,
pero con cabeza grande.
(*) En muchos lugares de la Biblia se nos habla de los “carros volantes” de Dios: 2º. Reyes 6:15 al
18; Salmo 68:17; 83:13 al 15; Isaías 13:4-5; 66:15; etc. etc.
(*) En el Monasterio de Decani, en Yugoeslavia, existen dos cuadros, que datan de mediados del
siglo XIV, representando, respectivamente, la escena de la Crucifixión y la de la Sepultura de Jesús.
Pero lo más curioso y desconcertante es que los ángeles que allí aparecen han sido imaginados muy
singular y originalmente por parte del artista. Ellos se ven desplazándose por el cielo…, ¡dando la
impresión de estar encerrados dentro de una cápsula o nave espacial, impulsada por llamaradas de
fuego!
(*) Esta “shekinah” o “habitación” de Dios, teniendo siempre apariencia de nube refulgente,
presentaba características muy peculiares. Véase por ejemplo, en Génesis 3:24, y en el libro de Números
9:15 al 23; 10:11, 12, 13 y 33-34; 11:24-25; 12:1 al 10; 14:11 al 14; etc. etc.
(*) Aimé Michel, en su obra “Los Misteriosos Platillos Volantes”, nos refiere dos curiosas
observaciones que tuvieron lugar en la pequeña aldea de Vernon y en el departamento de la Vendée
(Francia). Los testigos presenciales describieron “una especie de nube luminosa de un azul violeta cuyas
formas regulares evocaban una cigarro o una zanahoria. Ese fenómeno había literalmente emergido de
la capa de nubes en posición horizontal, ligeramente inclinado hacia el suelo en el extremo delantero
(como un submarino en el momento de sumergirse)”. Se desplazaba y maniobraba con lentitud. De
súbito, adoptó la posición vertical, y de su parte inferior se desprendieron unos objetos discoidales
metálicos, que brillaban como espejos y reflejaban la luz de la misteriosa nube, a la vez que
evolucionaban con movimiento basculante y en sentido horizontal. Después de haber recuperado su
posición primitiva, con la proa hacia delante, la nube luminosa en forma de cigarro aceleró su velocidad
y acompañada de los discos desapareció a lo lejos en las nubes. Evidentemente se trataba de una nave
portadora con sus correspondientes unidades de reconocimiento. ¿No nos sugiere ese fenómeno la
extraña “columna de nube y fuego” avistada por los israelitas del Antiguo Testamento?