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La promesa de castigo.
Cruces entre represión, sexualidades y asimilacionismos
contemporáneos
A pesar de una crítica radical sostenida durante décadas al sistema carcelario, ese
bastión institucional del poder punitivo sigue funcionando como una promesa –garantía
renovada del pacto carcelario (Davis, 2003) para toda la sociedad– que tiene la
particularidad de convivir con las fuertes tendencias tanáticas del no future, sin que esto
altere su demencial sistematicidad. Luego del desarme del paradigma de la
rehabilitación y del paso a lógicas más expulsivas del encierro, la polimorfía capitalista
se ha abocado a la rentable y diferencial (re)producción de deshechos humanos cautivos
como una usina de signos que atraviesan y moldean la vida del “afuera”. Actualmente,
transitamos momentos que podríamos inscribir en una nueva instancia del giro punitivo
(Garland, 2001), que supone (entre otros elementos) una reestructuración selectiva del
encierro como posibilidad y como dispositivo político que regula las abyecciones de la
legalidad y de la legitimidad de las vidas soportables/vivibles. En este contexto nos
interesa pensar cómo la promesa punitiva se ensambla con “el sexo inscripto en el
porvenir” (Foucault, 1976) en algunos casos penales contemporáneos vinculados a las
disidencias sexuales y a los feminismos, y de qué formas estrategias asimilacionistas
(tanto sobre la sexualidad como sobre la represión estatal) permean las resistencias, co-
ayudando a que los discursos neoliberales sobre la seguridad tengan un campo de
certezas sobre las que mover convenientemente los “enemigos internos” y las
“discriminaciones positivas”.
1 Carácter simbólico que parece estar remarcado por una sentencia anunciada en el 50 aniversario de los
enfrentamientos de Stonewall.
molestaba. No sabemos qué opina Rojo sobre el amor, pero sí sabemos que le dice a
Rocío que la cosa no es con ella, a quien sí trata en femenino. De modo que quisiéramos
iniciar señalando la importancia de desvincular tanto la represión como la resistencia de
los discursos románticos: en primer lugar por el desatino político de ese diagnóstico
para poder pensar en cómo decodifican y trabajan los dispositivos de punición; en
segundo lugar para dejar de invisibilizar otras formas de relacionarse alternativas de la
disidencia sexo-afectiva, que quedan doblemente expuestas cada vez que usamos el
asunto de la legitimidad romántica y jurídica como modo de reparo2.
La ola de defensas de la diversidad tras la escandalosa condena aleccionadora
recayó muchas veces en el licuado hashtag #loveislove que no es sólo parte de la
bonhomía gayfriendly de una empatía que aún no se articula políticamente como
resistencia sino que, por sobre todo, es el síntoma de una comprensión amorosa
normada que cree que puede desconocer los sistemas de valor y disvalor de las clases
sociales, las taxonomías de las disidencias sexuales, los colores de piel, los lenguajes, el
capacitismo, etc. El hacer “como si” no vuelve real la igualación, sólo encubre su
silenciamiento. En palabras del colectivo activista cordobés, Asentamiento Fernesh,
“¿qué pedimos cuando decimos “mismo amor mismos derechos”? ¿amamos parecido a
quién? ¿y si amamos sin desear o deseamos sin amar?”.
Las notas en torno al caso Gómez-Rojo, remarcan de forma sistemática que esta
puede ir presa “por besar a su esposa”, y bajo este enunciado que busca claramente
conectar la mayor cantidad de indignadxs subrayando la legitimidad legal del vínculo,
quedan invisibilizados: la sexuación de ese gesto, las características masculinas de
Mariana (que en otro momento serían reivindicadas pero que aquí aparecen como
insulto) y, principalmente, el acto de resistencia. No fue un arresto pasivo, fue un arresto
ilegítimo que encontró resistencia e irreverencia ante esa ilegitimidad, pero esto lejos de
remarcarse se licúa entre los relatos mediáticos victimizantes de la novia que se hace pis
ante el terror a la violencia, ella que se desvanece y sin querer le arranca un mechón
cuando cae a la policía, y la historia compartida de años de abuso sexual por parte de
familiares que debieron cuidarlas (de hecho ellas se conocen en un set de televisión
contando esas atroces historias personales). Es necesario ser cautelosxs con la
2 Un caso ejemplar de esta invisibilización fue el del año pasado en la expulsión, por parte de un mozo,
de una pizzería porteña a una pareja gay. Acto que culminó con la organización de besazos en la puerta
del local. Podemos recordar cómo ante las cámaras atónitas de TN uno de los jóvenes explicaba que en
ese momento él estaba con UNA de sus parejas, la cara y las preguntas del entrevistador denotaban la
frustración por no poder vender esta historia ahora como parte de las cruzadas del amor romántico frente
a la homofobia.
reivindicación política de estas versiones de la actitud dócil, arrasada, como argumentos
necesarios de la inocencia. Obviamente esta cautela no se le pude/debe solicitar a
alguien que está siendo injustamente procesada y enjuiciada pero sí a quienes vemos y
consumimos partes seleccionadas de esa historia para armar un relato de resistencia
¿pasiva? Es preciso comprender que la distancia entre la defensa y el ataque no está en
los fotogramas de las filmaciones borrosas de las cámaras de seguridad y de celulares,
es un concepto, un borde, político (Dorlin, 2018) y hay que disputarle al Estado, a los
medios y a la militancia su definición.
Si nos preguntamos qué es lo que lleva a las fuerzas de seguridad a actuar ante
ese beso, encontramos más que la incomodidad frente a la cotidianeidad de un derecho
adquirido producto del matrimonio igualitario, tal y como lo describe María Moreno3.
Es mucho más preciso, en este punto, el análisis de Marta Dillon4, que señala la
irrupción sexuada de ciertas prácticas y corporalidades, que dice “compañera” antes que
“esposa”, “lesbiana” antes que “mujer” y señala las continuidades del Estado en una
escalada represiva: “Nuestros besos son políticos, dijimos en la calle, pero no son sólo
nuestros besos, son nuestros cuerpos otros, nuestras otras formas de hacer redes, de
reconocernos y de defendernos”. No es que el tener que reconocer nuevas formas de la
cotidianeidad gay y lésbicas cubiertas en derechos matri/patrimoniales no sea muy
molesto para los agentes policiales, obviamente que lo es. Pero lo que señalamos es que
esas formas no son un seguro, tienen terribles correlatos diarios que no pueden ser
desconocidos, y están sobreimpresas y determinadas por otros cruces, donde la
sexuación y la clase son imperantes y que tienen sus propias líneas violentas de
legalidad, legitimidad y reconocimiento.
De hecho, como alega en juicio la propia acusada, el discurso de los derechos es
utilizado por el agente policial para remarcar una supuesta igualdad de acción: “Ustedes
tienen derechos, nosotros también tenemos derechos” le dice el uniformado; podríamos
preguntaros entre quiénes se arma ese nosotros/ustedes ¿entre civiles y fuerzas, entre
heterosexuales y lesbianas, entre hombres y mujeres? Posiblemente entre todos estos
3 “El beso de Mariana Gómez a Rocío Girat irrita más a la derecha que el nacido del deseo fiestero que se
caga en el público: es su conyugalidad lo irritante, su condición de sello cotidiano feliz en la repetición
luego del reconocimiento de un derecho. Es eso lo que castigó con su fallo la Dra. Yungano. (…) como si
el status quo reaccionario necesitara de un ritual de cohesión y dando un tiro por elevación a un derecho
adquirido: el del matrimonio igualitario. María Moreno, “El beso”
https://www.pagina12.com.ar/204853-el-
beso?fbclid=IwAR2nURWSoYOe0Ytxlh3iRJ_MJCxCcQcQQ47b-036IeMm-WnGs7a_gEPK4Nk
4 Marta Dillon, “Lesbianas”, Página 12, 29/06/19, https://www.pagina12.com.ar/203189-
lesbianas?fbclid=IwAR39himQDrTk2uPKJ-dQJh1OLZe8DQDTPOc-De8iYjqfc_6KmMQEzMsJ9RI
binomios a la vez, pero cuando el oficial la inscribe en ese supuesto derecho diferente,
por primera vez la trata en femenino para recordarle su lugar en un mundo que él
percibe trastornado: “¿Por qué sos mujer podés hacer lo que quieras?”. En el mismo
tono, pero de manera espejada, la fiscal alegará que “el arrancamiento de mechón de
pelo [a la policía] es más grave porque fue a una mujer”. Claramente nunca se pone en
discusión qué sería ese “ser mujer” que oscila entre la victimaria impune y una víctima
agravada por su género, lo que está todo el tiempo por debajo operando es la mala
consciencia y los usos sexistas de un feminismo de bagatela.
“¿Será que ese mismo movimiento LGBT enfocado en una militancia por
derechos civiles que nos igualen a la heterosexualidad no puede pensar en los
límites de su estrategia? ¿Qué pensarán cuando en un país como Argentina se
logró el matrimonio igualitario pero hoy una lesbiana casada fue condenada por
besar a su esposa en un espacio público? El reconocimiento legal de ese
matrimonio no impidió que la lesbofobia de nuestras fuerzas de represión
estatales le armen una causa por expresar lo inexpresable ante los ojos de la
sociedad.”5
Tras la enorme masivización de los feminismos en Argentina desde el 2015, el
Estado intentó absorber algunas de sus demandas (las que le generasen más beneficios
que problemas) y para ello incluyó la “cuestión de género” como parte de sus
argumentos tutelares en varias de sus reformas. Así “la mujer”, como identidad estable
y transparente a sí misma, fue dividida entre víctimas (buenas y malas) y victimarias:
chongas que se defienden de violaciones correctivas como Higui, asesinas como Nair
Galaza, mujeres que hieren la virilidad como Brenda Barattini y trabajadoras sexuales.
Nos interesa detenernos en este último caso de las “malas víctimas” que pueblan las
cárceles de mujeres, al calor de la revisión del Código Contravencional de Mendoza
sancionado en 2018 que repasa bajo los cuerpos a tutelar y controlar a: trabajadoras
sexuales, menores y mendigxs. Si este análisis se encarga de pensar las alarmas que
como movimiento debemos tener presentes respecto a qué pedimos que nos reconozca
el Estado en materia de protección y cómo evitar que esto se transforme en parte de un
nuevo castigo, y cuáles son los discursos de visibilización que utilizamos para que el
sistema nos cuente, el nuevo código mendocino en su fundamentación es brutalmente
gráfico:
Bibliografía
Spade, D. (2018) Sus leyes nunca nos harán más segur*s. En Cuello y Morgan Disalvo
(Comp.) Criticas sexuales a la razón punitiva. Argentina: Ediciones Precarias.