Franz es un nifio tan normal como’ ti. Lo malo es que a veces lo
confunden con una nifia, pero Franz sabe hacer valer sus derechos,
EI Dia de la Madre se acerca y Franz le prepara a su mamé un regalo
muy, muy especial
La austriaca CHRISTINE NOSTLINGER fue galardonada en 1984 con el
‘premio Hans Christian Andersen. De esta autora, Ediciones SM ha pu-
blicado Querida Susi, querido Paul y Querida abuela... tu Susi en la
ccolecciéin EI Barco de Vapor.
A partir de 7 afios
Christine
Nostlinger
Historias |Franz sale del atolladeroFRANZ tiene seis aiios, pero como
es bajito mucha gente piensa que es
mas pequefio. Que tendra cuatro
afios. Tampoco hay mucha gente que
crea que Franz es un chico.
Franz va a comprar una manzana
y la frutera exclama:
—jBuenos dias, mocita!
Franz va a comprar el periédico y
el hombre del quiosco le dice:
—iToma las vueltas, sefiorita!
Todo porque Franz tiene el pelo
Ileno de rizos rubios, los ojos como la
flor del tigo, la boquita de cereza y
las mejillas muy sonrosadas. Por eso
7la mayoria de la gente le ve como a
una nena y cree que es una nena.
El pap4 de Franz también parecia
una nena cuando era nifio. En cam-
bio, ahora es un sefior alto y gordo y
a nadie se le ocurre confundirle con
una sefiora.
Muchas veces papa y Franz se po-
c
-U0G—
nen a: ver fotos viejisimas y papa le
dice:
—Mira, mira. Ese que parece una
nena, ése soy yo. Y esta foto, ésta es
de dos aiios ms tarde y nadie me to-
maba ya por una nena. jA ti te pa-
saré igual!
Oyéndole, Franz se siente un poco
méjor. Pero le sigue dando rabia eso
de parecer una nena porque muchos
chicos no quieren jugar con él.
Cuando va al parque a jugar al
fiitbol y quiere ser portero, los chicos
gritan:
—jFuera! jNo queremos nenas en
el equipo! .
Franz dice que no es una nena,
pero nadie le cree y todos se rien
de él.
—jNo mientas! jSe te nota en la
voz! jEsa vocecita de flauta es de
nena!
Y no es que Franz tenga voz de
9flauta. Se le pone de flauta cuando se
excita. Y se excita muchisimo si los
demas le toman por una nena y no le
dejan jugar.
Un domingo, Franz miraba por la
ventana de la cocina, y en éstas vio a
un chico andando por el patio. Uno
al que nunca habia visto por alli. Un
extraio.
El chico daba vueltas por el patio y
silbaba, Y daba patadas a una lata.
La lata rebotaba en diagonal y el mu-
chacho iba tras ella y seguia dandole
patadas.
—Mamié, gquién es ese chico que
esté abajo? —pregunté Franz a su
mama.
Mami se acercé a la ventana de la
cocina y miré al patio.
—Eise debe de ser el sobrino de la
sefiora Berger —dijo—. Habra venido
de visita con su madre y estara abu-
rrido de estar en casa.
10
Franz lo entendié perfectamente. El
también se aburria mucho cuando iba
de visita a casa de su tia.
Franz se metié en los bolsillos del
pantalén cuatro canicas, tres chicles,
dos ranitas de metal y un pafiuelo de
papel y le dijo a mam;
—Oye, jque voy al patio!
A mami le parecié una idea estu-
penda.
—iPero pértate bien! jLa parentela
de la sefiora Berger es de lo mas ti-
quismiquis! —le dijo.
Franz no tenia ni idea de lo que
era una parentela, ni tampoco sabia
qué significaba «tiquismiquis». Pero
como andaba con prisas, no se detuvo
a pedir aclaraciones sobre aquellas
palabras desconocidas.
Antes de salir al patio, Franz fue al
sétano para buscar su bicicleta. Era
una bicicleta casi nueva. Estaba pin-
tada de rojo y tenia una gran bocina
11de goma en el manillar. Franz estaba
orgullosisimo de su bicicleta y pensé:
«Ese chaval se va a quedar con la
boca abierta. Nunca habré visto una
bici igual!».
Franz salié al patio empujando la
bici, se monté en ella y se puso a dar
vueltas alrededor del chico. Franz
daba las vueltas cada vez més ce-
ki ES
f LQG
rradas y al mismo tiempo tocaba la
bocina.
El chico paré de silbar y le lamé:
—Eh, ta! ¢Cémo te Hamas?
Franz frend y bajé de la bici.
—Me llamo Franz —dijo.
E] chico se rié.
—jUna nena no se puede llamar
Franz! —dijo.
—Claro que no —dijo Franz—,
pero es que yo no soy una nena.
Se le habia aflautado un poco la
voz. Quien acostumbra a meterse en
lfos los huele a distancia.
El chico le miraba incrédulo.
—Soy un chico. Palabra de honor.
De verdad de la buena —dijo Franz.
—Pues no te creo —contesté el
otro, negando con la cabeza.
En ese momento se abrié la puerta
y salié Gabi con un cubo de basura.
Fue al vertedero y lo vacié. Gabi es
amiga de Franz. Vive en la casa de al
13lado. Generalmente le quiere mucho,
pero aquel dia ni le miré siquiera.
Porque Franz habja reftido con ella el
dia anterior. Le habia pisado las
puntas de los pies y hasta le habia es-
cupido. Sélo porque Gabi le habia
ganado cinco veces seguidas jugando
a «un, dos, tres, Carabas».
El chico le hizo una sefia.
—Oye tii! ;Ven aqui! Ie grité.
Gabi dejé en el suelo el cubo vacio
y fue hacia ellos.
— Qué quieres? —le pregunté. A
Franz ni le miré.
EI chico sefialé a Franz.
—Este dice que es un chico. ;Es
verdad?
Gabi miré a Franz. Al principio,
enfadadisima; pero luego sonrié, aun-
que sin dar confianzas. Y dij
—iQué va! Es Francisca. Est4 loca.
Siempre va diciendo por ahi que es
un chico.
14
oem
\
|
Gabi se dio media vuelta, recogié
el cubo y se fue a su casa muerta de
risa.
—jGamberra! —le grité Franz—.
jMentirosa! jMala! —la voz se le ha-
bia puesto aflautadisima de puro ner-
viosismo.
—jHuy! —exclamé el chico—. ;No
debes decir esas cosas! ;Y menos a
una chica!
—jHa mentido! —pié Franz—. jDe
verdad! jHa mentido porque ha-
biamos refido! jDe rabia!
El chico negé con la cabeza y se
lev6 el dedo indice a la frente.
—jiCréeme! —pié Franz.
El chico metié las manos en los
bolsillos, suspiré y se dio media
vuelta.
—jEres un poco tonta para mi
fi6 los pufios. Parecfa un
boxeador. Le miré con ira salvaje.
15—iSi no me crees, te hago pedazos!
—pid.
El chico dijo sin volver la cabeza:
—iYo no voy por ahi pegéndome
con nifias pequefias!
Franz dejé caer los pufios de deses-
peracién. Le entraron ganas de Ilorar.
Se le Henaron los
ojos de lagrimas y dos
de ellas rodaron por
sus sonrosadas meji-
llas.
El chico se dio la
vuelta.
—jPero bueno! ;Por
qué las nifias tenéis
que estar siempre Ilo-
rando?
Entonces a Franz no
se le ocurrié nada me-
jor que desabrocharse
los pantalones y de-
jarlos caer.
Después se bajé los calzoncillos
hasta las rodillas.
—iEh, ti, mira! —chillé6 con una
voz que, habia dejado de ser aflau-
tada—. Me crees ahora?
El chico miré con asombro la parte
del cuerpo que Franz habia dejado al
descubierto. Fue a decir algo pero no
pudo.
La sefiora Ber-
ger aparecié en
el patio a todo
correr y cayé so-
bre Franz como
un rayo.
Chillaba:
—iCerdo! Es
que no te da ver-
giienza?
La sefiora Ber-
ger le subié los .~
calzoncillos y los
pantalones, leagarré por el cuello de la camisa, le
condujo dentro de la casa y lo arras-
tr6 escaleras arriba hasta tocar el
timbre de la puerta del piso de Franz.
Cuando mama abrié, la sefiora
Berger troné:
—jNo le vuelva a dejar bajar al pa-
tio! Es un cerdo que va por ahi co-
rrompiendo a los nifos decentes!
Entonces la sefiora Berger solté el
cuello de la camisa de Franz; Franz
se vio catapultado al recibidor y acto
seguido la mujer se marché con paso
marcial.
Desde entonces la sefiora Berger no
le ha vuelto a mirar a la cara. Y aun-
que Franz la salude cortésmente, no
le devuelve el saludo.
Franz se quejé a su madre y ella le
contest6: .
—jPues claro, Franz! Ya te dije
que la parentela de la sefiora Berger
era muy tiquismiquis.
18
Franz empieza a intuir algo tras las
desconocidas palabras: seguramente
las parentelas tiquismiquis no son
partidarias de que las verdades sal-
gana la luz.
192
Franz se pierdeiis
FRANZ tiene un hermano: José.
José le dobla la edad. Es grande y
fuerte. Tiene el pelo como la estopa,
las orejas como las asas de un jarrén,
calza un cuarenta y sus manos son
dos paletas de ping-pong. A José na-
die le ha tomado nunca por una
nena. Franz le quiere mucho. Muchi-
simo.
A veces, cuando le preguntan: «A
quién quieres mas en el mundo?»,
Franz contesta: «jA José. Y sélo al
cabo de un rato afiade: «Y a mam, a
papa y a la abuela, también».
23Cuando José habla de la gente que
quiere, no menciona nunca a Franz
ni tampoco le llama por su nombre.
Le llama enano, memo o tontorrén. Y
eso, a Franz, le da mucha tristeza.
Un dia Franz se puso malo. Le do-
lia la tripa y le temblaban las rodi-
llas. No podia ir a la guarderia, asi
que mamé pidié permiso en la oficina
y se quedé en casa para cuidarle.
Mama le hacia papillas y le con-
taba cuentos. Y le Ilevaba al servicio
lo menos diez veces al dia, porque
Franz casi no podfa andar con aque-
llas rodillas temblequeantes.
Al cabo de una semana Franz se
curé. Sin embargo, atin le temblaban
las rodillas.
—Franz, mafiana tengo que volver
a la oficina —dijo mama—. No me
dan mas dias libres.
—Entonces volveré a la guarderia
—dijo Franz.
24
—Todavia no, estés demasiado dé-
bil —contesté mama.
—jPues solo no me quedo! —dijo
Franz.
—Majfiana José no tiene colegio
—dijo mama—. EI te cuidaré.
Franz se alegré con todo su cora-
z6n.
José estaba de un humor insoporta-
ble por tener que cuidar de Franz en
su dia libre. Le grité:
—jTontorrén! jPor tu culpa no voy
a poder ir a patinar sobre hielo!
Tampoco fue capaz de calentarle
la papilla, ni de darle una sola taza
de té.
Lo nico que hizo fue decirle:
—jMétete en la cama, enano!
Franz grité:
—jHa dicho mamé que no hace
falta que me meta en la cama!
—jPues haz lo que. quieras, pero
déjame en paz! j{Memo! —dijo José.
25—jPues mama ha dicho que no te
deje en paz!
Entonces José se metié en su cuarto
y cerré la puerta de un portazo. Franz
ANT eos
la volvié a abrir. Un zapato pasé sil-
bando junto a su cabeza. Franz, muy
triste, regres6 a su cuarto. Cogié las
piezas de sus construcciones, se puso
a hacer una casa de cuatro habita-
ciones y Horé un poquito.
Cuando estaba terminando la casa,
llamaron al timbre. Franz corrié a la
puerta. Era Otto, un amigo de José.
Llevaba los patines colgados del hom-
bro y dijo:
—Me voy a patinar con José.
—Pues José me tiene que cuidar
—dijo Franz.
Otto fue al cuarto de José. José es-
taba tumbado en la cama mirando al
techo.
—;De verdad que no puedes venir?
—pregunté Otto.
José sefialé a Franz.
—jPor su culpa! ;Por culpa del ton-
torrén! No puede quedarse solo. Es
un miedica el enano ese.
27—iPues Ilévale a casa de alguna ve-
cina! —dijo Otto.
José dijo que todas las vecinas tra-
bajaban fuera de casa.
an
ir 9
3
Cae
a
4
ie
28
—Bueno, pues nos lo Ievamos a
patinar —dijo Otto.
José reflexioné unos momentos y
luego le hizo un gesto a Franz.
—iVale! Pero vistete! ;Y con ropa
de abrigo!
Franz se puso contentisimo. José
nunca le habia levado a patinar. En
realidad, José nunca le habia llevado
a ninguna parte.
Franz se puso dos jerséis y un plu-
mifero, se encasqueté un gorro de
lana rojo en la cabeza y se eché las
botas de patinar al hombro.
Franz siguié a José y a Otto hasta
la parada.
Sudaba. No hacia tanto frio como
para llevar dos jerséis.
No esperaron mucho. El tranvia
llegé enseguida.
Habia cantidad de gente que em-
pujaba a Franz lejos de José. Alguien
le metié una maleta por la tripa y
29Franz se puso medio malo. Le entre-
chocaban las rodillas otra vez. Y no
perdié el equilibrio porque no habia
sitio.
El tranvia se paré en una parada.
Alrededor de Franz la gente decia:
—Dejen libre la salida! jDejen ba-
jar!
La gente se arremolinaba junto a la
puerta y arrastraba a Franz. Se le
resbalé el gorro y se agaché para re-
cogerlo. Alguien le empujé. violenta-
mente por detras y Franz tropezé.
Tropez6 en la puerta de salida, bajé
los peldafios y se encontré en la calle.
La puerta se cerré tras él y el tranvia
reemprendié su marcha. Una sefiora
le agarré por el brazo y le sacé de las
vias. .
—jAtencién, chiquilla, que te van a
atropellar! —dijo, y se marché a toda
velocidad.
Franz se apoy6 en el poste de la
30
oN
sy ON
Z
lyr
¥7iN
{parada. Pensé: José ya se dara cuenta
de que esta manada de burros me ha
empujado fuera del tranvia. Cuando
Iegue a la proxima parada, bajaré
por mi.
Franz estuvo largo rato en la pa-
ada. Sudaba bajo los dos jerséis y el
plumifero y, sin embargo, sin el gorro
tenia frio en las orejas. Entonces
pensé:
—Iré a buscar a José. No tengo
més que seguir las vias.
Franz llegé enseguida a una pa-
rada. Como José no estaba, pensé:
—Bueno, a lo peor no ha notado
todavia mi falta. Habra seguido hasta
la préxima parada.
Franz siguié otra vez las vias hasta
legar a un cruce. Cuando el seméforo
se puso en verde, pasé la calle. Pero co-
mo iba muy deprisa, no se dio cuen-
ta de que en medio del cruce habia
una bifurcacién y las vias del tranvia
32se separaban en
diferentes direcciones.
Las vias que Franz siguié no
eran las que le hubieran Ilevado en la
direccién adecuada. Franz siguié las
vias equivocadas, que eran las de la
otra linea del tranvia.
Franz siguié andando por las vias
hasta que se acabaron. Habia una
placita con un quiosco de esos donde
se compran perritos calientes y coca-
cola, En el quiosco habia un sefior.
Franz se le acercé.
34
—¢Por qué acaban aqui las vias?
—pregunté.
—Porque ésta es la ultima parada
—dijo el sefior.
—4Y dénde queda la pista de
hielo? —pregunto Franz.
—Aqui no hay pistas de hielo.
Entonces Franz se eché a llorar.
Sollozaba con tanto im-
petu que no podia
articular ni una
palabra.
~ ee
‘|
|
eA
J \Ni con voz normal, ni con voz de
pito. El sefior del quiosco sacé la ca-
beza por la ventanilla.
—Pero bueno, chaval —dijo—, no
llores! Dime qué es lo que te pasa,
porque si no no podré ayudarte, cha-
val.
Franz paré de lorar. Aan estaba
aturdido, pero el sefior del quiosco le
habia Mamado «chaval» y un sefor
que no le tomara por una nena era
digno de toda su confianza. Asi que
le explicé lo que le habja pasado.
—Por lo menos sabrds dénde vives,
gno? —pregunté el sefior del quiosco.
—jNo soy un bebé —respondié
Franz—, claro que lo sé! Calle Hasen
nimero cuatro, segundo piso, puerta
doce. Ahi vivo. -
—jAh, qué coincidencia! —dijo el
sefior del quiosco—. Yo vivo en el
mercado. Justo en la esquina de tu
calle —y luego el sefior afiadié que el
36
tiempo era una porqueria, que ni un
alma compraba perritos calientes ni
coca-colas y que un dia asi no tenia
nada de divertido.
—jBasta por hoy! —dijo—. Cierro
y me voy a casa. Y te llevo a la tuya.
Me viene de paso.
A Franz se le quité un peso de en-
cima.
El sefior metié las botellas de coca-
cola y las salchichas en la nevera,
apagé la calefaccién, se puso el
abrigo y colocé la reja en la ventani-
Ila del quiosco.
—Para que nadie me robe las sal-
chichas —dijo.
En el mismo instante en que iba a
cerrar, lleg6 una sefiora.
—Necesito ocho cervezas y dieciséis
salchichas —dijo la sefiora.
—jLa tienda est4 cerrada! —con-
test6 el sefior del quiosco,
—Es que tengo la casa Ilena de al-
37bafiiles —gimi6 la sefiora— y el su-
permercado cierra a las cuatro. Y los
albafiiles necesitan recuperar sus fuer-
zas. {Si no, no trabajan!
—Bueno, en ese casi
fior del quiosco.
Volvié a entrar y sacé las salchi-
chas y las cervezas; y después empez6
a charlar con la mujer sobre alba-
files. Que era una suerte encontrar
albaniles, decia. ¢Y cuanto les pa-
gaba? La sefiora le conté eso y mucho
més. La cosa duré lo suyo. Cuando,
por fin, la mujer se fue, llegé un se-
fior que no queria ni salchichas ni
nada; Io que queria era conversacién.
Franz tenia frio, sobre todo en las
orejas. Para cuando el hombre dijo
que bueno, que hasta luego, y se
marché, Franz tenia las orejas colo-
radas y heladas de frio.
—jNunca es tarde si la dicha es
buena! —dijo el sefior del quiosco.
..1 dijo el se-
38
Cerré la puerta y condujo a Franz
a una furgoneta, Subieron. El hombre
delante y Franz detrds. Pero la furgo-
neta no arrancaba. Asi que el sefior
del quiosco volvié a bajar, abrié el
capé y durante una buena media
hora Franz no vio otra cosa que el
gordo trasero del hombre.
39Una vez que hubo cerrado el capé,
el sefior del quiosco dijo que tenfa las
manos la mar de sucias.
—Un momento, chaval —excla-
m6—. Voy rapidamente a lavarme las
manos —y cruzé la plaza para entrar
en un bar.
La aguja grande del reloj de la fur-
goneta corrié del dos al siete. Por fin,
el hombre volvié. Traia las manos
limpias y olfa a cerveza.
40
—iNunca es tarde si la dicha es
buena! —dijo, y puso en marcha la
furgoneta. Esta vez el motor se encen-
dié. Pasaron por muchas calles que
Franz no conocia. Después recorrie-
ron otras que Franz conocia un po-
quito. Y por fin legaron a una que
Franz conocia de sobra.
—iYa Iegamos a mi casa! —dijo el
sefior del quiosco—. Pero antes tengo
que hacer un paradita. Necesito mos-
taza.
EI sefior del quiosco aparcé en una
esquina donde estaba prohibido apar-
car, porque todo lo demis estaba leno
de coches.
Franz bajé de la furgoneta con él.
Le daba miedo quedarse, no fuera
que Ilegara un guardia y le rifiera por
aparcar en lugar prohibido.
El sefior del quiosco y Franz entra-
ron en una tienda. Compraron mos-
taza dulce y mostaza picante, paneci-
41los salados, pepinillos en vinagre, ce-
bollas y palomitas de maiz, En un ca-
rrito Ievaron las compras a la furgo-
neta,
Junto a la furgoneta estaba parado
un guardia y les estaba poniendo una
multa, que en ese momento colocaba
bajo el limpiaparabrisas. El sefior del
quiosco se enfadé muchisimo y le em-
pez6 a chillar:
—Si quiero comprar mostaza, ten-
dré que aparcar, ino? ¢Sabe usted de
alguna tienda en la que vendan mos-
taza que no quede justo delante de
un sitio prohibido para aparcar? —el
sefior del quiosco discutié largo rato
con el guardia, pero al final pagé la
multa.
Cuando Franz y el hombre volvie-
ron a subir a la furgoneta, habia os-
curecido. Sin embargo, se detuvieron
una vez mas frente a una cerveceria.
Compraron ocho cajas de cerveza y
42
ocho de coca-cola. Para cuando ter-
minaron de cargar las cajas en la fur-
goneta, era ya noche cerrada y los fa-
roles iluminaban las calles.
Después dieron tres vueltas a una
esquina y por fin Franz se vio frente
a su casa.
—Gracias —dijo Franz, y se baj
—No hay por qué darlas —dijo el
hombre del quiosco, y continué su ca-
mino.
Franz corrié al portal y subié co-
rriendo las escaleras.
La puerta de su casa estaba abierta.
La mamé de Franz estaba en el corre-
dor junto a la puerta de la sefiora Ber-
ger. No le vio. Franz le oy6 decir:
«Ojala vuelva sano y salvo!»
A Franz le hubiera gustado saltar
en brazos de mami, pero no lo hizo
porque estaba con la sefiora Berger y
Franz no la podia ni ver. Asi que se
colé furtivamente en su casa. Pensé
43que papa habria Ilegado ya y que él
irfa a buscar a mama.
Franz iba a llamar a papa, pero en
ese momento vio en el cuarto de estar
algo que le corté la respiracién del
asombro: José sollozaba sentado en la
alfombra. Lloraba a todo trapo. Te-
nia los ojos y la nariz colorados. Y
entre hipos decia:
—gDénde estaré mi querido her-
manito? jLe he buscado por todas
partes!