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EI poder de los imaginarios sociales: Una reflexion filoséfico-sociolégica en torno a la legiti- macion de la dominacién en las sociedades posmodernas Angel Enrique Carretero Pasin* _Subjetividad y objetividad no solamen- te estan superpuestas, sino que renacen constantemente una de la otra, ronda in- cesante de subjetividad objetivante, de objetividad subjetivante. Lo real esta ba- fiado, rodeado, llevado por lo irreal. Lo irreal esta amoldado, determinado, ra- cionalizado, interiorizado por lo real. Epcar Morin El cine o el hombre imaginario This article attempts the following: a. To clarity the notion of social representation to that end. it finds recourse in the phenomenological tradition, conceiving of reality as fraught with significance for the experiencing subject. At the same time, it sheds light on the role assigned the social representation as a determinate of that wich is accepted as real. 6. To inscribe the notion of social representation in the context of media culture. wich is the determinate of the most relevant social experience for individuals in our societies. c. To attain an approximation of the political role of social representations as legitimizers of domination. En este articulo se pretende: a. Clarificar la nocién de imaginario social. Se recurre, para ello, a la tradicién fenomenolégica que concibe la realidad como algo impregnado de significacion * Licenciado en filosofia (usc); doctor en sociologia (usc); profesor de bachi- Ilerato. Miembro de! cceis (Grupo Compostela de Estudios sobre Imagina~ tios Sociales); usc. Comunicacion y Sociedad (oecs. Universidad de Guadalajara), nim, 39, enero- junio 2001, pp. 45-61. 46 Comunicacion y Sociedad para el sujeto que la experimenta. Al mismo tiempo, se esclarece el papel asig- nado al imaginario social en tanto configurador de aquello aceptado como real. 4. Inseribir la nocién de imaginario social en el contexto de la cultura mediatica, que es la determinante de la experiencia social mas relevante de los individuos en nuestras sociedades. c. Lograr un avercamiento al papel politico de los imaginarios sociales en tanto legitimadores de la dominacién. Imaginarios sociales: la pregunta por la naturaleza de la realidad social Se sabe que la realidad no es para tados los individuos lo mismo y, por tanto, existe una pluralidad de espacios sociales con una varia- da significacion del mundo. Aquello que asumimos como real nun- ca es algo estrictamente objetivo, existente como una entidad en si misma e independiente del sujeto que la interpreta. El sujeto no se ubica nunca en una supuesta posicidn distante respecto al mundo; por el contrario, se encuentra implicado, comprometido, en forma inexorable, con su mundo. Entre la realidad fenoménica y el sujeto, se introduce, fenomenologicamente, una significacion que ajfiade, entonces, la subjetividad como determinante en nuestra asuncién de la realidad. Esta breve incursion por el terreno de la ontologia es, a modo de presupuesto, condici6n indispensable para comprender la ulterior eficacia y funcionalidad social de los imaginarios. La sociologia de corte fenomenoldgico ha buscado introdu-- cir al sujeto en un marco tedrico alternativo al rigido objetivismo positivista en el cual la realidad existia como mero dato exterior al sujeto. De este modo, siguiendo la estela husserleana, buscaba des- cifrar la riqueza de la realidad social a partir de la significacién que ésta poseia para los individuos que la vivenciaban y experi- mentaban. A principios de siglo, Edmund Husserl (2000: 355) ha- bia diagnosticado la crisis de la cultura europea con base en un racionalismo extraviado resultante de la hegemonia de una ratio unidimensional. A partir de ella, se consolidaba un monopolio epistemoldgico de un modelo objetivista y explicativo-causal que pretendia extrapolarse y colonizar todos los dominios del conoci- miento. Cuando este paradigma epistemoldgico, pensaba Husserl, Carretero, El poder de los imaginarios sociales 47 se intenta adentrar en la explicacién del mundo de la vida, revela su esterilidad, y ello, porque este Ambito acoge una necesaria sub- Jjetividad que no tenia cabida en aquel modelo teorico. Alfred Schiitz (1993: 104-115), desde una perspectiva fenomenoldgica, va a in- sistir en que la experiencia social se configura a raiz de un sentido subjetivo que viene dado en funcion de plurales contextos de sig- nificacin e interpretacion del mundo. Lo que caracterizaria al ser humano, en su dimension social, es arraigarse en reservorios solidificados de significacion que constituyen un mundo predado que no admite una actitud problematizadora. Pero es, fundamen- talmente, la emblematica obra de Peter Berger y Thomas Luckmann (1986: 120-163) la que nos muestra que la realidad cotidiana, ins- pirandose en Husserl y Schiitz, se construye socialmente. La plau- sibilidad del mundo descansaria en determinados universos simbdlicos encargados de legitimar la realidad e institucionalizar una objetivizacidn del mundo. A juicio de Berger y Luckmann, los universos simbélicos serian cuerpos de tradicién teérica en los que se apoya la interpretacion global y significativa de la realidad. Estas matrices de significacion Ultima justifican que el mundo circun- dante esta poseido de un sentido integrado para los coparticipantes en un wniverso, haciendo frente, asi, a la amenaza del desorden, el caos, que constantemente se cierne sobre una siempre fragil signi- ficacion institucionalizada del mundo. Los wniversos simbélicos, entonces, definen y estructuran la asuncién de eso que admitimos como realidad, clausurando, de esta forma, la posibilidad de otras definiciones imaginarias 0 posibles. En lo que concierne a nuestro propdsito, y como enlace con la propuesta anterior de Berger y Luckmann, conviene recalcar que aquello admitido como connatural, evidente e incuestionable por una determinada sociedad obedece, en ultima instancia, a la mate- rializacion © realizacién de un conjunto de significaciones imagi- narias que dotan de un sentido estructurado y diferenciado a la realidad en la que coparticipan los integrantes de esa sociedad. Por eso, establecer una fisura en la significacién del mundo circundan- te, proponer una problematizacién o cuestionamiento del sentido socialmente construido y aceptado implica, de esta forma, enfren- tarse a una suerte de divinidad que otorga plausibilidad y firme cre- 48 Comunicacion y Sociedad dibilidad al mundo. Y esto, porque el mundo ha de mostrarse ante la vivencia cotidiana como un suelo firme y perfectamente solidifi- cado. Cornelius Castoriadis (1983, I: 276)ha puesto de manifiesto, con lucidez, como el proyecto de la modernidad Ilevaba implicita una racionalizacion burocratizadora de todas las esferas de la vida social que ademas generaba, como consecuencia, una alienadora cosificacién de los sujetos, convertidos ahora en meros objetos instrumentales desprovistos de singularidad. Esta problematica, por otra parte, no nos es novedosa, puesto que habia sido ya abordada en su momento por Karl Marx en sus escritos de juventud; en con- creto, en sus Manuscritos econdémico-filoséficos, asimismo por Georg Lukacs en su emblematica Historia y conciencia de clase, para recorrer todo el itinerario intelectual de los integrantes de la Escuela de Francfort .' En todos ellos esta latente una obsesiva pre- ocupacién por la despersonalizacién resultante del proceso histéri- co desencadenado a raiz de la logica cultural tecnoproductiva impuesta por la modernidad. Pero Castoriadis, a mayores, tiene la Las postrimerias del siglo xix y comienzos del xx acogen un conjunto de pensadores preocupados por los efectos desencadenados por el programa tenoproductivo instaurado por la modemidad sobre el émbito de la subjetividad 0, para decirlo de otro modo. una variedad de pensadores que perciben una conciencia trdgica en ta modemidad. La afir- macion de Karl Marx en los Manuscritos econémico-filoséficos, segiin la cual “la desva- lorizacion del mundo humano crece en razon directa de Ja valorizacion del mundo de las cosas” (Marx, 1981: 105) condensa fielmente esta preocupacién. Jiirgen Habermas (1992, 1: 439-493) seftala que la linea de pensamiento marxista que continia con Georg Lukacs y que culmina con Theodor Adorno y Max Horkheimer en Dialéctica de la Ilustracién, al reapropiarse de {a concepcién weberiana de la historia conduce inexorablemente a un radical pesimismo en torno a la modernidad. Pero, ademas, habria que incluir en este conjunto de pensadores a figuras tan dispares como Martin Heidegger (1996: 75-109: 241-289), Walter Benjamin (1989: 343-344; 1998: 85-120), Hannah Arendt (1998: 277- 370) y, especialmente por su vigencia, Georg Simmel (1988: 204-231; 1998: 248-261), Este autorreconocimiento critico, lucido y pesimista en torno a la modernidad, que es un denominador comita a todos ellos mas alla de sus notorias divergencias ideol6gicas, va a ser, posteriormente, objeto de una reconstruccién teorica y sistematica por parte de Habermas. A su juicio, el problema de fa modernidad y las patologias que conlleva radi- caria en una colonizacion de ta logica econémica y administrativa sobre el mundo de la vida (1988, I1: 469-475). A partir de la obra de Habermas, la Escuela de Francfort aban- dona aquella conciencia pesimista, tragica y licida en torno a la modernidad que carac- terizara a sus predecesores, especialmente en su emblematica Dialéctica de la Ilustracién, a cambio de una formulacion tedrica menos fragmentaria, pero mas sistematica y cons- tructiva de las sociedades tardomodernas. Carretero, El poder de los imaginarios sociales 49 virtud de mostrarnos que el fundamento de esta desubjetivizacion descansa en un magma de significaciones imaginarias que se en- carnan, se figuran, en lo real. Por eso, la identificacién de los suje- tos con meros objetos, es decir, la cosificacion, no seria posible sin la apoyatura o afiadidura de un régimen de significaciones imagi- narias encargadas de generar y consolidar esa realidad en el plano de la representacion que de su mundo se hacen cotidianamente los individuos. Algo de esto, piensa Castoriadis (1989, II: 309), habia sido ya intuido por Marx en el conocido apartado que dedica al del fetichismo de la mercancia en el Libro | de E/ Capital, en el cual buscaba descifrar el sorprendente misticismo de la mex- cancia a los ojos de los hombres, la atribucién de una significacion transfigurada a la mercancia que supera su simple valor de uso y, en funcion de ello, la transformacion de las relaciones sociales en rela- ciones dominadas por una constrictora objetivizacién mercanti]. De modo que, retomando el papel social asignado a los imaginarios sociales, aquellos que asumen en forma inquebrantable este mag- ma de significaciones imaginarias, aceptarian la realidad en la que viven como la tnica realidad posible. Al mostrarse el mundo como algo totalmente homogéneo y connaturalizado para los individuos, se clausura la posibilidad de una versi6n alternativa a la realidad institucionalizada por medio de estas significaciones imaginarias y, en consecuencia, erigida en la dominante. Todo ello viene a mostrar, en suma, que aquello definido como realidad es una construcci6n social que, mediante determinados imaginarios sociales, estructuran nuestra interpretacion y asuncion de lo real. En efecto, los imaginarios son inmateriales, pero de ello no debemos inferir que, al modo de un idealismo simplificador, tengan una existencia ideal e independiente de lo material. Las re- presentaciones que los sujetos se hacen de su mundo, bajo forma de mitos, leyendas, memorias colectivas, no pertenecen a una esfera dicotomizada respecto de lo material. Maurice Godelier (1989: 153- 198), ha puesto de manifiesto la irrelevancia de la distincion ideal/ material a la hora de comprender Ia naturaleza de la vida social. En su estudio, en el que polemiza con el marxismo estructuralista, des- taca cémo las formas de autorrepresentacién del mundo contribu- yen a estructurar y configurar de modo diferenciado la realidad 50 Comunicacién y Sociedad social y las relaciones infraestructurales que en ella se albergan. De ahi que —esto conviene resaltarlo— la vitalidad de los imaginarios dependa de su materializacion concreta e historica. Para decirlo con claridad, y como afirma Raymond Ledrut (1987: 50), hay una dia- léctica constante y nunca acabada entre lo real y lo imaginario. Rea- lidad e imaginario se entremezclan en una amalgama 0 simbios que finalmente constituye lo que aceptamos como realidad social. Edgar Morin (1981: 103) habla de un doble movimiento entre lo real y lo imaginario que, a modo de entrejuego, anima lo social. El mundo imaginario vivifica y dota de vida, asignandole al mismo tiempo una significacion, al mundo historico-material 0, para de- cirlo en terminologia marxista, la superestructura es tan real como la infraestructura.’ En suma, que los imaginarios sociales indagan en aquella linea de pensamiento abierta por Emil Durkheim (1982: 394) en Las formas elementales de la vida religiosa, donde recalca- ba que una sociedad no esta compuesta exclusivamente por sus con- diciones materiales de existencia. También, y esto es lo interesante a la hora de recuperar una lectura antipositivista de este autor, el modo de autorrepresentacion de una sociedad, que apelaria a la con- ciencia de si misma y de su mundo circundante, forma parte consti- tutiva y fundamental de su realidad. Mass-media e imaginarios sociales Es ya bastante sabido que la actual es una cultura caracterizada por la hegemonia de la imagen > Los medios de comunicacién de ma- En nuestra tesis de doctorado, intentamos mostrar cémo en el pensamiento marxista, y desde presupuestos ontolégicos tanto materialistas como dualistas, se condenaba a lo imaginario a una limitadora identificacién con lo ideologico (Carretero: 2001: 251-277). De alguna manera, en el marxismo de Ernst Bloch estaba anunciada la vitalidad ontolégico-politica del imaginario, como también estaba prefigurada una concepcién mas abierta de lo ideologico en Antonio Gramsci, No obstante, una ontologia materialis- ta asociada en ocasiones a una epistemologia estrictamente realista, obstaculizan el reco- nocimiento de la trascendental relevancia de lo imaginario en la vida social y, en consecuencia, de los procesos de legitimacién del poder. Al ubicarse nuestro trabajo en ese espacio tedrico en el que confluyen fitosofia y socio- logia, merecen ser citados los analisis de Jean Baudrillard sobre su concepcidn del si- mulacro (1993; 1996) y los de Guy Debord (1999). Este ultimo, integrado en los aiios sesenta en el seno del movimiento situacionista, lleva a cabo una diseccion critica de la Carretero, El poder de los imaginarios sociales 51 sas disefian y producen una constelacién de imagenes que son cons- tantemente interiorizadas por los individuos para formar parte in- cluso del acervo de su subjetividad. La mediatizacion generalizada de la cultura implica que los medios de comunicacién de masas se convierten en constructores y configuradores de realidad. De este modo, la percepcion y asuncion de lo real vienen ahora dadas por unas nuevas deidades sustitutorias del antafio papel asignado a la religion. Aquello aceptado como real y que impregna la cotidianidad no obedece mas que a una construcci6n social vehiculizada inten- cionadamente a través de los mass-media. Georges Balandier (1987: 17) cataloga de duplicacion de la realidad al efecto generado por la imagen en la percepcidn de la realidad en la cultura contempora- nea. De modo que lo real se transfigura en su mero efecto aparente y exclusivo de mostrarse (1994b: 127). A juicio de Balandier (1994a: 151-152), la crisis de los metarrelatos e ideologias que abas- tecian de sentido global e integrado al conjunto de la sociedad, ge- nera un vacio que busca ser suplido por la fuerza seductora y persuasiva de la imagen mediatica. Ahora, la servidumbre volunta- ria se alcanzaria por medio de una manipulada produccién de ima- genes disefiada por los mass-media (1994a:18). En otro tiempo, la consistencia de lo real venia garantizada por las religiones (Berger y Luckmann, 1997: 59-77). Ellas garanti- zaban un estatuto sélido a la realidad 0, mejor, a la interpretacion de la realidad. Sin embargo, el proceso de racionalizacion y seculari- zacion del mundo occidental, con todas las filosofias de la sospe- cha incluidas, problematizé el sentido de realidad impuesto por la religién. Es entonces cuando lo real puede estar abierto a un abani- co plural de interpretaciones, de significaciones variadas 0 contra- cultura del espectdculo que, desprovista de cierto andamiaje tedrico reapropiado en su momento del marxismo clisico, bien puede considerarse profética, por cuanto diagnos- tica con anticipacion un petrificado tipo de cultura que el paso del tiempo desplego con mas intensidad. Por otra parte, el ensayo acerca de La industria cultural de Theodor Adorno y Max Horkheimer (1994: 165-212) sigue siendo uno de los andlisis mas fe- cundos en torno al papel de la cultura de masas como nuevo instrumento de alienacion social. En este ensayo ya se auguran las directrices fundamentales en las que se alinea- ran, posteriormente, los posicionamientos tedricos de Baudrillard y Debord. También merece ser destacada la obra de J. B. Thompson (1990; 1998) por su énfasis en reformular la teoria de la ideologia clasica desde una perspectiva en consonancia con el desarrollo de la cultura meditica. 52 Comunicacién y Sociedad puestas. La realidad deja de poseer una significacién unitaria, un universo simbélico (nico y central, y se abre a una pluralidad y multiplicidad de lecturas diversas. Esto entronca perfectamente con la funcién sociologica actual de los medios de comunicacién de masas puesto que, como en otro tiempo la religion, generan una interesada y especifica definicion de realidad. Se convierten en es- quemas de accion institucionalizados (Berger y Luckmann, 1997: 81) que orientan las pautas de la conducta cotidiana y evitan la titanica tarea de reinventar constantemente el mundo y reorientarse en él. Asi, por ejemplo, la unilateral reduccion de la vida a trabajo y consumo atestigua una mas que empobrecedora realidad que impi- de que afloren y sean percibidas otras formas de vida alternativas. Bloquean, asi, la posibilidad de visualizacién social de otras defini- ciones de realidad también plausibles, pero, no obstante, ajenas al intencionado espectro de focalizacién de los medios. Entre la imagen y lo imaginario existe una estrecha relacion. Mientras la imagen corresponde al ambito de lo material, lo con- creto, lo imaginario se localiza en el terreno de lo inmaterial, de la noosfera utilizando una terminologia de Edgar Morin (1998: 111). Lo imaginario no se ve, pero se expresa y toma cuerpo por medio de la imagen. Toda imagen lleva implicita un imaginario subyacen- te que socializa y configura nuestra subjetividad. Podemos hablar de correlacién entre imagen e imaginario, puesto que todo imagina- rio se encarna en figuras concretas revestidas de significacién sim- bélica y, al mismo tiempo, la concrecién material de la imagen remite a un imaginario que la trasciende y dota de sentido. A este respecto, Michel Maffesoli (1993: 157) concibe la imagen como el soporte material en el que descansa un ideal o representacion del mundo compartido que forma, al modo de Emil Durkheim, la cohe- sion y la coexistencia social. La cultura posmoderna vendria caracterizada por una frag- mentaria multiplicidad de imaginarios sociales sectoriales que cons- truyen los diferentes plexos de nuestra cotidianidad. Es una cultura carente de un centro simbdlico tnico desde el que se irradie un sentido global e integrador, en la que ha desaparecido una matriz de significacién holistica ultima y fundante. Por el contrario, debe ser concebida desde una pluralidad o policentrismo simbdélico Carretero, El poder de los imaginarios sociales 53 (Beriain, 2000: 9-22) irreductible a la unidad 0, dicho de otro modo, son sociedades en Jas que se ha desplegado con plenitud el poli- teismo de los valores que resaltaba Max Weber. En este contexto, y como antes apuntabamos, los imaginarios sociales configuran aquello aceptado cotidianamente como real. Y lo hacen al modo de religiones secularizadas e invisibles, retomando el papel asignado por Peter Berger (1981: 80) a la religion, es decir, como instru- mentos que otorgan una firme credibilidad a la realidad y una se- guridad ontoldgica sdlida. Desde esta perspectiva, podemos llegar acomprender el reciente florecimiento de ciertos imaginarios so- ciales disefiados por la sociedad de consumo. Asi, por ejemplo, la modalidad emergente de ocio turistico, la estigmatizacion de un nuevo rol femenino, o la incitante propuesta del trabajo como enri- quecimiento personal creativo, entre otros, nos presentarian dife- rentes aspectos de la vida cotidiana enmarcados en una pluralidad contextual de imaginarios con una notable capacidad de seduc- cién. Finalmente, estos imaginarios, difuminados por todo el en- tramado social, generan, mediante la fecundidad retdorica y persuasiva de la imagen, unos patrones de conducta que acaban por modelar las subjetividades sociales. Su capacidad de actua- cién tendria que ver con lo que Roland Barthes (1999: 199-257) denominaba mitologias, a saber, mitos fragmentarios sin una con- sistencia Ultima y trascendente, pero que alientan practicas socia- les directamente ligadas a aquello que escapa a lo racional, es decir, a lo propiamente vivencial, emocional... Ignacio Gomez de Liafio (1994: 104-122), en esta linea, subraya como el mito esta dotado, de modo privilegiado, para otorgar sentido a la experiencia social, estimular las energias sociales y provocar efectos destacados de identificacién/proyeccién social.’ Por eso, estos imaginarios so- + Lo que, no obstante, no quiere decir que afirmemos que ef mito deba ser considerado, intrinsecamente, como un habla despolitizada que deshistoriza ideologicamente la reali- dad para encubrir sus contradicciones. y esto mediante una ilusoria inversion de lo real (Barthes, 1999: 237-241), Por el contrario, afirmamos que el mito es parte constitutiva fundamental de la vida social. Siguiendo a Edgar Morin (1998: 146), la cultura contem- pordnea manifiesta una verdadera reacci6n, si se quiere venganza, de 1o mitico frente al desencantamiento del mundo gestado a raiz de la modemidad. Los mitos, igual que los dioses y, en general, lo arcaico, perviven clandestinamente en una modernidad aséptica e hiperracional, retornando zon vigor, al modo de un retorno de lo reprimido freudiano, en distintos contextos y practicas sociales. El mito, como en general fo imaginario, piensa 54 Comunicacién y Sociedad ciales estan caracterizados por una especial capacidad de seduc- cién, pues apelarian a aquello que Ortega (1993: 23-29) denomi- naba como creencias, es decir, a lo que afecta al suelo firme y aproblematizado de nuestra vida, y no a las ideas que, en Ultima instancia, no son mas que distantes y abstractas teorizaciones a posteriori en torno a ella. La politica, la dominacion y los imaginarios sociales Si quisiéramos caracterizar de modo sucinto la posmodernidad, podriamos decir que consiste en la pérdida de un referente de futu- ro. La modernidad introdujo la categoria de progreso, de felos his- torico, como particular metamorfosis secularizada de la tradicional teleologia judeo-cristiana (Marramao, 1989: 82). Se trataba de cons- truir un futuro en el cual se alcanzaria una supuesta reconcil: final, y ahora terrenal, de la existencia. Las ideologias, en sus dis- tintas vertientes, racionalizaron y vehiculizaron esta conquista de futuro politicamente, pero en ellas pervive, no obstante, un compo- nente mesianico asociado a la futurizacion de la historia. Asi, lo propio de los movimientos sociales nacidos en el siglo xix es el logro de un modelo ideal y pleno de sociedad en donde se disolvie- sen finalmente las contradicciones sociales; tenian, en este sentido, ansia de futuro. El x1x es el siglo de lo politico, puesto que las ener- gias que dinamizaban la vida social se canalizaban por medio de diferentes movimientos e instituciones sociales que, bajo princi- pios doctrinales, pretendian conquistar un modelo de sociedad mas igualitaria, libre. La panoramica propia de finales del siglo xx, confrontada con la realidad social actual, parece testimoniar una defuncién de lo politico, avalada por una desconfianza generalizada en torno a las Morin, “es una estructura antagonista pero al mismo tiempo complementaria de lo real” (Morin, 1981: 91), puesto que sin ella lo real careceria de sentido. Y es que, ademas, ‘como bien ha sefialado Matfesoli, toda revuelta revolucionaria necesita, ineludiblemente, estar arraigada en un mito dinamizador que moviliza la energia social (Maffesoli, 1982 90). Este es el aspecto, que en ocasiones pasa inadvertido, utdpico y transformador del mito, por lo que. en lugar de evaluarlo en términos de verdad/ilusidn, es decir desde parametros ilustrades, deberiamos hacerlo en términos de su funcionalidad practica, a saber: fijacién‘transgresion de! orden social Carretero, El poder de los imaginarios sociales 55 instituciones y bajos indices de participacion politica. Por eso afir- mabamos que la posmodernidad bien podia ser entendida como un descrédito de todo proyecto o programa de futuro. Como resultado, el tiempo parece replegarse sobre si mismo, de manera que el dina- mismo y la creatividad social parecen querer expresarse bajo cau- ces deslindados de lo exclusivamente politico. La verdadera vida social tiende a tomar cuerpo en lo que Michel Maffesoli (1996: 17) denomina una ldgica de la identificacién, es decir, en una multipli- cidad y heterogeneidad de grupos unidos por lazos de comunién societarios apegados a lo proxémico, a fugaces micromitologias que implican un sentimiento colectivo de estar y sentirse juntos, pero, sin entrar en evaluaciones morales, desvinculadas de lo ideo- logico, de lo politico. Este es el tribalismo actual que, a juicio de Maffesoli (1990: 133-183), caracterizaria a la cultura posmoderna, que tiene una clara imbricacién con la proliferacién de una frag- mentada pluralidad de identidades sociales que ya no son proyectivas, Sino que parecen vivenciar el presente con parecida intensidad al lema que proponia Nietzsche como plenitud vital. En suma, la cultura posmoderna parece dar crédito de una saturacién de lo ideolégico, de lo doctrinal, de las instituciones y movimientos sociales nacidos en el siglo x1x. En consecuencia, los deseos y las formas de expresién novedosos buscan adoptar una traduccion sociopolitica alternativa a la tradicional. En este complejo contexto cultural, la imagen y los imaginarios pasan a ocupar un papel rele- vante. E\ surgimiento y desarrollo del capitalismo discurre paralela- mente a una legitimacion del orden social que garantice la aquies- cencia generalizada de los individuos para lograr, de esta manera, lo que Le Boétie denominaba como servidumbre voluntaria. Aqui, en este punto, habria que localizar el papel alienante atribuido por Marx, en su momento, a la religion, en tanto fantasmagorica inver- sién del mundo en la que se soslayan sus contradicciones socio- historicas. De hecho, una preocupacién central en todo el pensamiento marxista fue el estudio de los mecanismos por medio de los cuales se justifican, connaturalizandose, estas contradiccio- nes sociales en la conciencia de los dominados. La nocién de ideo- logia iria en esa direccion. Louis Althusser (1977), quien buscé 56 Comunicacion y Sociedad tematizar con precision este problema, atribuia a los conocidos Apa- ratos ideolégicos del Estado \a interesada facultad de conservar el orden social, de manera que, fundamentalmente, la escuela y la fa- milia contribuian a fijar a los dominados a una determinada posi- cion en la estructura social. El entrelazado ejercicio del sistema educativo y la institucion familiar implicaban un proceso de disciplinamiento superyoico encargado de una socializacién cuyo objetivo final radicaba en consolidar en la conciencia del individuo la resignacion y sumisién necesarias para aceptar una localizacién en el seno de la estructura social. O, lo que es lo mismo, para no aventurarse al problematizador cuestionamiento de su condicién de dominado. Familia y escuela serian, pues, instituciones propiamen- te coactivas y coercitivas encargadas de ubicar al individuo en el orden social dominante. Pero el desarrollo de Ja cultura mediatica modifica de manera sustancial los meca mos de legitimaci6n tradicionalmente utili- smo. Ni la escuela reprime ya de manera rigida, puesto que se ha convertido en espacio ltidico-festivo, ni la familia, por otra parte, dicta ya normas de acatamiento imperioso. Ello tes- timonia que la antigua represion al servicio de un superyo fuerte y capaz de disciplinar la subjetividad de la futura fuerza de trabajo ha al sistema. En suma, los antafio funcionales apa- ratos ideoldgicos althusserianos han dejado de ser funcionales.* Aqui es donde pensamos que adquiere una especial relevan- cia el papel atribuido a los imaginarios sociales. La cultura mediatica produce interesados imaginarios sociales cuyo destino es ser con- sumidos por los dominados, e interiorizados como una seductora representaci6n de la realidad. En el contexto del pensamiento mar-, xista, ha sido Henri Lefebvre quien mejor ha sabido diagnosticar la trascendental funcionalidad de las representaciones sociales en el orden de la legitimacion del poder. Asi, este autor es capaz de supe- rar el estrecho marco de la ontologia social materialista, definitoria del marxismo clasico, para ahondar en la fuerza de los aspectos simbélico-representativos en la conservacién de la estructura social De hecho, como expuso Gilles Lipovetsky (1996: 35-78), en la cultura posmoderna la indiferencia anomica ante los valores establecidos es perfectamente compatible con la reproductora fijacion de los individuos a su posicion en la estructura social. Carretero, El poder de los imaginarios sociales 57 o, dicho de otro modo, introduce la representacién en la teoria de la ideologia (1983: 26-30; 80-96). Lefebvre, especialmente sensible al papel de la publicidad y del consumo cultural en la vida social a partir de los aiios setenta, explica como el sistema capitalista alien- tauna interesada identificacién de los individuos a pautados estilos de vida perfectamente funcionales a la Idgica del sistema. En el Ultimo libro de su Critique de la vie quotidienne, explica el modo por medio del cual el consumo apela, a través de la imagen, a un imaginario que, ubicado en el terreno de [a representacién, incita a la identificacién con un ilusorio modo de vida (1981, III: 73). De esta manera podria hablarse, segun Lefebvre, de una generalizada fetichizacion de la vida social, llevada a cabo por medio del orden de la representacion simbélica y capilarizada por todos los intersti- cios de lo cotidiano (1981, III: 59-68). En una realidad social carac- terizada por la cosificacion y la unidimensionalidad, piensa Lefebvre, se promueven quiméricos estilos de vida que, a modo de evasivas ficciones, permiten transgredir y exorcizar de modo fugaz la realidad cotidiana pero que, en ultima instancia, contribuyen a fijar a los sujetos al orden social (1981, III: 84). Asi, lo cotidiano es, para Lefebvre, intrinsecamente ideoldgico. En esta direccion, los imaginarios sociales proponen incitan- tes estilos de vida amparados en una sugerente micromitologia que pueda ser consumida eficazmente. A través de ellos se conseguiria la identificacion y asuncion de los sujetos con patrones y pautas de conducta ahora funcionales para el sistema, lo que entraiia una efer- vescencia de lo reprimido, necesaria para la proyeccion y libre cur- so sublimado del deseo, y no, como antafio, un disciplinamiento represivo y coactivo de las subjetividades. De ahi la apelacién al ensuefio, a la fantasia, capaz de seducir y transportar al individuo a una falsa realidad alternativa a la de su cotidianidad. En esto con- siste, basicamente, el papel politico de los imaginarios sociales. En cualquier caso, este proceso de dominacion con simbolos encuentra sus resistencias. La escéptica sabiduria popular, la me- moria historica, 0 el tradicional legado de la clase obrera, se con- vierten en obstaculos que es preciso eliminar en aras de lo novedoso, lo moderno, el estar al dia... En suma, el desmantelamiento de los imaginarios populares y tradicionales (condicion necesaria para la 58 Comunicacién y Sociedad consolidacién de estilos de vida prefabricados y subjetividades so- ciales demandadas por un cambiante capitalismo) se nos presenta socialmente como un signo de progreso y modernidad. Sin embar- go, como bien ha sefialado Michel de Certeau (1990: 50-73), toda representacion del mundo impuesta por grupos dominantes encuen- tra una resistencia en los dominados, puesto que éstos metamorfosean y desvian el sentido verticalmente impuesto.° Ello permite albergar esperanzas fundadas en que unos sujetos, que sean algo mas que meros receptores pasivos de imaginarios sociales di- sefiados por la sociedad de consumo, puedan llegar a descifrar criticamente los imaginarios dominantes como tnicos posibles y crear, entonces, formas de vida enriquecedoras, alternativas y plu- rales. En cualquier caso, también la resistencia a los imaginarios dominantes pasa por la necesidad de apego a una mitologia y a sus simbolos, por la apelacién a un alternativo monde imaginale. Pero ése ya es otro tema. Santiago de Compostela, marzo, 2001 Tanto en Michel de Certeau (1990) como en Michel Maffesoli (1998) se contempla lo cotidiano como resistencia ante el poder, como verdadera reapropiacién de la existencia alternativa al discurso dominante. Sugerente tesis que concibe la cotidianidad, mas que como un receptéculo de alienacién social, dotada de una subterranea y clandestina aunque sorda— capacidad de subversién a una ideologia pretendidamente hegeménica. Lo cotidiano, en ambos casos, es actividad y no mera teceptividad ideol6- gica. Diferentes sécricas que, utilizando la astucia (en ambos autores se repite la palabra francesa ruse) y apegadas a lo popular. actaan como verdaderos contrapoderes enfren- tados, sutilmente, a las representaciones del mundo impuestas por los detentadores del poder. Un denominador comin a ambos es, pues, una dignificacion del hombre ordina- rio, que, en ocasiones, pasara inadvertida desde un marco tedrico marxista. En una entrevista que nos concedié, Maffesoli reconocia una importante proximidad intelec- tual entre ambos, recordindonos que, curiosamente, La invencién de lo cotidiano y La conquista del presente fuetan publicados en francés el mismo ao (1979). La virtud de De Certeau y de Maffesoli es resaltar una perspectiva de lo cotidiano en la que lo trivial, Io ordinario y lo proxémico adquieren el estatuto sociolégico que merecen Carretero, El poder de los imaginarios sociales 59 BIBLIOGRAFIA Aporno, Theodor y Max Horkheimer (1994) Dialéctica de la Hus- tracion. Madrid: Trotta. AttHusser, Louis (1977) “Ideologia y aparatos ideolégicos del Esta- do”, en Posiciones. Barcelona: Anagrama. Arenpt, Hannah (1998) La condicién humana. Barcelona: Paidés, BALANDIER, Georges (1987) “Images, images, images”, en Cahiers internationaux de sociologie, nim. 82. —— (1994a) El poder en escenas. De la representacion del poder al poder de la representaci6n. 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