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El baile como ritual contemporáneo y generador de sentido en un

contexto urbano
The dance as contemporary ritual and generated of meaning in an
urban context

Daniel Ramos García1

A Rosario, con amor.


¿Sabes bailar? No, pero sí sé sentir.

Resumen
El siguiente texto es un apartado conceptual para entender el baile asociado a la
música en un contexto contemporáneo urbano. Se analiza el espacio como un lugar
socialmente construido donde las personas utilizan y significan las prácticas
bailables. Se observa al baile como una respuesta ante los malestares provocados por
la posmodernidad, en este sentido, se acude conceptualmente al ritual para explorar
las posibilidades que hay para entender desde la experiencia de lo sagrado el
movimiento corporal y el ambiente que se genera en los espacio de baile para borrar,
al menos por un momento, las llamadas crisis de sentido. Estos espacios y estas
prácticas son creados colectivamente en donde las personas acuden a las
denominadas comunidades de sentido para retomar fuerzas y enfrentar,
nuevamente, el día a día. Con lo anterior se intenta resaltar las posibilidades del
ritual en un contexto urbano y la funcionalidad que ejerce para determinado grupo
social.

Palabras clave: baile, ritual, música, espacio, contexto urbano.

Abstrac
The following text is a conceptual section to understand the dance associated with
the music in an urban contemporary context. Space is analyzed as a place socially

1
Maestro en antropología social y profesor del Colegio de Antropología Social de la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla, Dirección: Av. San Claudio y 24 sur, Edificio F-1, Ciudad Universitaria, Col. San Manuel.
Teléfono (222) 2-29-55-00 extensión 5490. Correo electrónico: danblues4@gmail.com
constructed where people use and mean dance practices. It is observed the dance as
a response to the discomforts caused by postmodernism, in this sense, this
conceptually uses to the ritual to explore possibilities out there to understand from
the sacred experience of body movement and the atmosphere generated in dance
space to erase, at least for a moment, the so-called crisis of meaning. These spaces
and practices are collectively created where people go to so-called communities of
meaning to regain strength and face the day to day again. With the above attempts
to highlight the possibilities of ritual in an urban context and functionality exercised
for particular social group.

Key words: dance, ritual, music, space, urban context.

Introducción
Esta investigación es parte de un proyecto de investigación y se centra en el baile
asociado a la música como parte de un ritual contemporáneo que genera sentido en
la vida de las personas. Para abordar el objeto se tomarán en cuenta diferentes
subdisciplinas de la antropología social. Una de ellas es la antropología urbana que
maneja conceptos como el espacio o el lugar que son pertinentes para observar los
espacios de baile y música. Otra disciplina que nos parece indispensable es la
antropología del ritual, desde diferentes conceptos asume explicar lo que sucede y
cómo opera el ritual (de la danza2 en específico) y las significaciones y normas que
de él se obtienen, así como los estado de éxtasis que se alcanzan al participar en ellos.

Licona Valencia (2003) afirma que la ciudad es un escenario en donde se dan


diversos rituales tanto religiosos como seculares, algunos invocan a deidades, otros
a personajes históricos patrióticos. Afirmamos que estas prácticas tienen esencia
sagrada ya que operan en el sujeto como un esquema de actuación, convocan a un
colectivo, además de que ponen en práctica el cuerpo (movimientos, sudores,
gestos…) en un ambiente donde se crea una atmósfera (musical, de relaciones

2
Por el momento, se utilizará indistintamente los términos de danza y baile, aunque algunos investigadores
manejan el concepto de danza para referirse a los movimientos folclóricos, étnicos y religiosos; otros utilizan
este miso término para mencionar las coreografías armadas (danza moderna, clásica, escénica…). En menor
medida es usado baile, este más bien es aplicado a entornos seculares y cotidianos.
sociales, luces, pantallas…), de tal manera que ocurran estados alterados de
conciencia, logrando dotar de sentido y significado a las personas que participan. Las
prácticas mencionadas se entienden desde el ritual, Daniel Solís y Gustavo Aviña
(2009) nos dicen que es un hecho social que forma parte de la vida diaria de cada
persona y de las sociedades, puede aparecer en diferentes escenarios que van desde
los cotidianos hasta los simbólicos. Visto de esta forma, el ritual se concibe como una
comunidad de sentido que logra dotar a las personas de herramientas para organizar
su vida y afrontar diversos problemas físicos y existenciales.

El baile es entendido como un movimiento corporal cargado de significados


y sensaciones motivadas, entre otros factores, por el sonido musical. En vista de ello,
el baile se convierte en una fuente de conocimiento no solo del danzante, sino que
habla de la sociedad de la que el bailarín procede (Sten, 1990).

La crisis de la posmodernidad en la vida cotidiana


Diversos teóricos, desde la sociología, mencionan que desde hace varios años hay
una crisis en la sociedad y que repercute a nivel individual, esta es provocada por
distintas razones, pero una de las principales es el desapego a las instituciones que
tenían el control monopólico para dotar esquemas de actuación a la sociedad y que
ahora se muestran frágiles.

Berger y Luckmann (1997), en el libro La modernidad y crisis de sentido,


establecen un panorama sobre la forma en que las personas están viviendo distintas
crisis de sentido, explican sus causas y también la forma en que se solucionan.
Mencionan que el sentido se constituye en la conciencia, en el cuerpo vivo y
socializado, es decir, en la vivencia del sí con los otros a través de la experiencia, el
sentido es un proceso que tiene un inicio y un desarrollo, y es precisamente que el
sentido se logra incluso en el proceso. El sentido objetivado es parte de un
acumulado que permanece en depósitos (comunidades de vida, el matrimonio, por
ejemplo) y que son administrados por las instituciones sociales, de esta forma se
acuden a ellas para solucionar problemas, son esquemas de actuación y acción que
son referentes para la vida cotidiana.

Al no tener un centro o una referencia, la persona cae en una especie de crisis,


una desorientación que, según los autores, es dada por el pluralismo de opciones que
ofrece la vida moderna, por lo tanto acude a buscar orientación en diversos espacios.
Otras de las causas de crisis es el proceso de secularización, las ideas alejadas de un
contexto religioso dan lugar a una descentralización de los servicios que ofrece el
sistema religioso. Antes la institución religiosa era una de las principales
generadoras de sentido, sin embargo el alejamiento de parte de la sociedad por las
ideas religiosas ha llevado a una desorganización de ideas existenciales, ahora los
dioses pueden ser escogidos dentro de una gama variada de posibilidades. Este par
de autores afirma que las instituciones se han establecido para liberar a los
individuos de la necesidad de reinventar el mundo y reorientarse diariamente en él.
Al respecto dicen sobre las instituciones:

Proporcionan modelos probados a los que la gente puede acudir para orientar su
conducta. Al poner en práctica estos modelos de comportamiento “preescritos”, el
individuo aprende a cumplir con las expectativas asociadas a ciertos roles: por ejemplo
los de esposo, padre, empleado, contribuyente, conductor de automóvil, consumidor. Si
las instituciones están funcionando en forma razonable normal, entonces los individuos
cumplen los roles que les son asignados por la sociedad en forma de esquemas de acción
institucionalizados y viven su vida de acuerdo con currículos asegurados
institucionalmente, moldeados socialmente y que gozan de una aceptación generalizada
e incondicional (81).

Sin embargo, un número restringido de instituciones tenía el control de ofrecer los


esquemas de actuación y, por lo tanto, de generación de sentido. Cuando las
personas comienzan a considerar otros esquemas de interpretación, roles
institucionales, valores y cosmovisiones, las instituciones peligran en su integridad.
Ahora se tiene que definir el sentido de la existencia constantemente, retomamos la
siguiente cita:

Ninguna interpretación, ninguna gama de posibilidades acciones puede ser aceptada


como única, verdadera e incuestionable adecuada. Por lo tanto a los individuos les salta
a menudo la duda de si acaso no deberían haber vivido su vida de una manera
absolutamente distinta a como lo han hecho hasta ahora. Este fenómeno se experimenta,
por un lado, como una gran liberación, como la apertura de nuevos horizontes y
posibilidades de vida que nos conducen a traspasar los límites del modo de existencia
antiguo, incuestionado. Por otro lado, el mismo proceso suele ser experimentado
(generalmente por las mismas personas) como algo opresivo: como una presión sobre
los individuos para que una y otra vez busquen un sentido a los aspectos nuevos y
desconocidos de sus realidades. Hay quienes soportan esta presión; hay otros que
incluso parecen disfrutarla, son los que podríamos llamar virtuosos del pluralismo. Pero
la mayoría de la gente se siente insegura y perdida en un mundo confuso, llenos de
posibilidades de interpretación, algunas de las cuales están vinculadas con modos de
vida alternativos (80).

Berger y Luckmann afirman que hay nuevas instituciones para la producción y


transmisión de sentido, el pluralismo moderno termina con el monopolio de las
instituciones religiosas. Aseguran que en la vida moderna la misma sociedad ha
creado nuevas instituciones intermedias como generadoras de sentido, que si algo
tienen en particular es que son más pequeñas y son de funciones limitadas por lo
específico de sus funciones. Pueden optar por tomar elementos de sentido pasado y
de otras culturas, es decir, son sincréticas. Además, a diferencia de otros tiempos,
estas instituciones ya no se encuentran en el centro de la vida de las personas.
José María Mardones (1989), por otro lado, afirma que se vive en la actualidad
en una crisis que afecta distintas partes de la vida cotidiana. Una posibilidad que las
personas han encontrado para solucionarla es el consumismo, la diversión o los
viajes: “una forma de huir de la realidad”. Este autor dice que se vive en el aquí y en
el ahora: se tiene la experiencia de un mundo duro que no se acepta, pero que no se
tiene esperanza de cambiar. Por eso no se sueña en la utopía del mañana distinto,
sino que solo se busca acomodo en el hoy. Se vive una especie de desencanto de
diversas instituciones, no se confía en los políticos ni en los medios de comunicación,
hay dudas sobre el amor, la diversión y el consumo. La tristeza y la melancolía
aparecen como signos de esta época.
Fotografía de Daniel Ramos, (2015). Espacio público en la zona denominada Los Fuertes en la ciudad
de Puebla. Un grupo de jóvenes católicos carismáticos se apropian de la explanada la Victoria para
bailar al ritmo de la salsa.

Un desencanto de la sociedad es la duda y el fracaso de los grandes relatos:


“esas narraciones que cuentan en todas culturas y que tienen la finalidad de dar una
visión integrada, coherente, donde tengan explicación los diversos aspectos, a
menudo contradictorios, de la realidad” (Ibid.: 11). Ahora estos relatos se han
convertido en muchos relatos pequeños que confieren sentido a la vida de las
personas acerca de cómo comportarse y vivir para ser felices.

Nuevas posibilidades surgen donde lo racional no sea lo central y único, donde


se privilegie la heterogeneidad de la vida; donde la persona, en el ámbito individual,
determine su historia y su vida. Así se ofrece una serie de opciones que son creadas
desde la sociedad para satisfacer y, en buena medida, aliviar el malestar social que
por sus características son inmediatas y rompen la rutina cotidiana, aparecen como
destellos y que funcionan para “tomar fuerzas” y permiten al individuo regresar a
sumergirse en el día a día para posteriormente regresar a romper lo cotidiano.
Sin embargo hay posiciones que tratan de ver más allá del desencantamiento
y ponen atención en un reencantamiento fijado en las efervescencias colectivas. Dice
Daniel Gutiérrez y Michel Maffesoli (2012) refiriéndose en particular a América
Latina, siempre nos arreglamos para resolver el problema en el momento mismo y
con las herramientas que aquí se encuentran en la constante interacción. Mencionan
a una sociedad construida en la pasión, en la capacidad de sentir emociones y de
compartirlas. El historiador rumano Mircea Eliade (2008), afirma que el individuo
está en una búsqueda constante para aliviar las tensiones, una posibilidad son las
experiencias intensas con lo sagrado, pero para ello busca opciones en contextos
seculares. Una búsqueda al interior de las estructuras e instituciones de la sociedad
para lograr ese reencantamiento y reencuentro a partir de lo que menciona Michel
Maffesoli (2007), una sinergia con el pasado y el presente.

El ritual contemporáneo como generador de sentido


El ritual es una forma de contrarrestar la pérdida del sentido, la confusión y el
aparente caos, Berger y Luckmann (1997) afirman que los rituales funcionan como
reguladores a las crisis de sentido. Desde esta idea nos parece pertinente desarrollar
el concepto de ritual, además de caracterizarlo, se propone abordarlo desde la
contemporaneidad.

Martine Segalen (2005) menciona que los actos rituales no son propios de un
tipo de sociedades, sino que se encuentran prácticamente en todo tipo de
organizaciones sociales, incluso, advierte que más allá de que en sociedades
modernas se viva un desapego al ritual, se vive un desplazamiento del ritual a otros
espacios. Afirma que el ritual es efectivo en este tipo sociedades porque permite
expresar valores y emociones que no tienen cabida en un mundo laboral y cotidiano:
son momentos de desahogo colectivo y son funcionales para la sociedad. Es
importante retomar la definición de ritual, según esta antropóloga francesa,
establece que:

El rito o ritual es un conjunto de actos formalizados, expresivos, portadores de una


dimensión simbólica. El rito se caracteriza por una configuración espacio-temporal
específico, por el recurso a una serie de objetos, por unos sistemas de comportamiento y
de lenguaje específicos, y por unos signos emblemáticos, cuyo sentido codificado
constituye uno de los bienes comunes de un grupo (30).

A la definición añade que los ritos deben de considerarse como un conjunto de


conductas individuales o colectivas relativamente codificadas, con un soporte
corporal (verbal, gestual, de postura), además de tener una carga simbólica, el ritual
debe de ser repetitivo. Segalen pone atención en los rituales contemporáneos que
tienen una dimensión y eficacia simbólica en la medida que actúan sobre la realidad
social, considerando que el ritual es fruto de un aprendizaje, implica la continuidad
de las generaciones de edad o de grupos sociales, retomando a Berger y Luckmann
esto es importante ya que conserva y produce sentido.

Habría que anotar que el ritual se presenta como una comunidad de sentido,
siguiendo a Martine Segalen, tiene cierta eficacia social al ordenar el desorden, da
sentido a lo incomprensible, a los actores sociales les dota de herramientas para
dominar el mal, el tiempo, las relaciones sociales. El ritual, al actuar sobre un campo
específico, marca rupturas y discontinuidades, momentos críticos a nivel social e
individual. En este tenor, el ritual dice la antropóloga francesa, es fuente de sentido
para los que lo comparten.

Para que exista el rito se debe de cumplir un cierto número de operaciones,


de gestos y de palabras además de objetos convencionales, convocar a un colectivo
con el objetivo de trascender a través de la experiencia intensa y de las prácticas. Se
puede considerar que el ritual tiene cierta esencia sagrada, ya que mantiene unidos
a los actores que participan, además de conferir un estado sobrenatural a ciertas
prácticas u objetos y salvaguarda aspectos religiosos como las emociones,
colectividad, uso del cuerpo, carácter festivo. Ya Durkheim (2008) se encargó de
explicar cómo un objeto o un hecho social pueden convertirse en profano o sagrado,
al conectarse, son partes del mismo género, dice que, la santidad de una cosa reside
en el sentimiento colectivo del que es objeto, el cual se manifiesta especialmente en
el rito a través de la efervescencia colectiva. Los ritos, dice Durkheim, son reglas de
conducta que proporcionan guías sobre cómo debe de comportarse el hombre frente
a lo sagrado.

Fotografía de Daniel Ramos, (2005). El zócalo de la ciudad de Puebla fue usado como una
gran pista de baile, el grupo Cañaveral se presentó convocando a diversos usuarios que bailaron por
espacio de dos horas. En la fotografía se observan dos jóvenes provenientes del barrio de Xonaca,
cerecano al Centro Histórico.

Un sociólogo que expone de manera muy clara este proceso es Jean


Duvignaud al decir que hay elementos rituales que sirven para entrar en trance y este
último posibilita la destrucción del “yo” rutinario, es decir, las personas al provocar
hechos rituales y al participar en ellos se despojan de una rutina, del personaje
cotidiano para entrar a una libre espontaneidad existencial que la vida social no
permite, explica: “se entra en trance para descubrir una región imprecisa y vaga del
ser en que existimos, sin ser nada” (1977, 25). A lo anterior podemos afirmar que las
sociedades necesitan de momentos extáticos donde el ritual opere, donde se
alcancen estados alterados de conciencia y, como dice este autor, se llegue a la
pérdida del uno mismo. De esta forma, el ritual hace que desaparezcan los papeles
impuestos por la cultura y la sociedad.

Desde estas ideas generales se asume que el ritual es un acto colectivo donde
tiene lugar la efervescencia. La sociedad y el individuo tienen la oportunidad de
romper el tiempo y espacio cotidiano para volverlo extraordinario, por ello hay un
manejo de signos que operan en la mente del sujeto y además se interiorizan para
significar el espacio y las prácticas. Ahí, a pesar de ser un ritual contemporáneo y
secular, mantiene cierta esencia sagrada3 porque se relaciona con los conceptos de
ser, sentido y verdad (Eliade, 2008), sin oponerse a lo profano. Al ofrecer aspectos
relacionados con lo religioso, la sacralidad reside en el sentimiento colectivo del que
es objeto y que se manifiesta en el rito, rupturas con lo cotidiano, sentimientos,
manejo del cuerpo y estados alterados de conciencia, esta esencia, le permite al
individuo orientarse y explicar su cotidianidad: asumirla. Todo lo anterior generan
sentido, el ritual produce sentido social.

El espacio socialmente construido para la puesta en escena de las prácticas rituales


Los bailes urbanos son interesantes observarlos desde un filtro teórico que
proporcione elementos capaces de exponer el uso del espacio a partir de las prácticas.
Las ciudades se pueden explicar a partir del uso y de las relaciones sociales que
suceden en los espacios que las conforman. La antropología urbana ofrece un marco
teórico y metodológico, que si bien está en ciernes, es una posibilidad para detenerse
a observar qué es lo que sucede en el espacio, una vez construido, y de qué elementos
o características se vale para que resulte atractivo de forma antropológica. Para ello,
dicen Bazan y Estrada (1999) es necesario concebir al espacio como social y esto
quiere decir que hay que enfatizar las relaciones que se establecen entre los grupos

3
El historiador Mircea Eliade (2008) menciona que el ser humano jamás se encuentra en un estado totalmente
desacralizado. “La secularización ha sido llevada a cabo con éxito en el nivel de la vida consciente: las viejas
ideas teológicas, los antiguos dogmas, creencias, rituales e instituciones han sido progresivamente vaciados
de sentido. Pero ningún ser humano normal que esté vivo puede ser reducido exclusivamente a su actividad
consciente y racional, ya que el hombre moderno todavía sueña, se enamora, escucha música, va al teatro, ve
películas, lee libros; en resumen, vive no solo en un mundo histórico y natural, sino también en un mundo
existencial y privado y al mismo tiempo en un Universo imaginario” (p. 11).
que lo construyen y el propio espacio, es decir, cómo lo construyen, lo usan, se lo
apropian y le asignan significados. Ramírez y Aguilar (2006) advierten que en el
espacio (ritual) aparece la afectividad colectiva, se elaboran sentidos y significados
sobre el mundo social.

Ernesto Licona (2007) plantea que la ciudad está estructurada por distintos
espacios que contienen lugares donde se realizan prácticas sociales y de manera
paralela se producen significaciones. Dice que en el espacio se sintetizan relaciones
sociales, las formas de significación y apropiación de los habitantes de dichos
lugares. Esta misma idea la encontramos en Vicente Guzmán (2001) al plantear que
en el espacio “se pueden cristalizar la expresión de los sentimientos de grupos
locales, haciendo del lugar un hito, un punto de encuentro, que se inscribe en lo
cotidiano, pues permite reconocerse por uno mismo y a partir de los demás” (68).

Entender el espacio, desde una posición antropológica, es observar las


prácticas y las significaciones. Varios autores han puesto atención en las diferentes
ramificaciones de este concepto –espacio público, espacio privado, espacio semi
público… Mariana Portal (2007) hace una diferencia de espacios públicos y espacios
públicos de uso privado. Sobre los primeros ejemplifica con plazas, calles, Centros
Históricos, etcétera, pero también dice que hay espacios privados de uso público, es
decir, que su acceso está condicionado por reglas precisas, por ejemplo calles
cerradas, parques enrejados, espacios como salones de fiesta, etcétera
Una forma de ver al espacio es a partir de las significaciones que se producen
a partir de las prácticas. Mariana Portal y José Carlos Aguado (1991) apuntan que el
espacio también es una creación simbólica con significado para quienes ejercen sus
prácticas: “… es el marco donde se realizan las prácticas sociales, pero es también lo
que significan esas prácticas ordenadas de determinada manera, más adelante dicen,
como espacio entendemos la red de vínculos de significación que se establecen al
interior de los grupos con las personas y las cosas” (37). En otro artículo, Mariana
Portal (2006), establece que el espacio no solo se limita a la dimensión física, sino
que también se refiere al contenido simbólico y prácticas que en él se asignan y
desarrollan por parte de los grupos sociales. El lugar llega a ser un espacio colmado
de significaciones, entenderlo así y analizarlo a partir de las singularidades socio-
culturales se puede atender a los elementos identitarios. La autora recomienda
considerar el factor tiempo para observar las transformaciones que ocurren, pues los
espacios no son estáticos y, finalmente, ubicar al espacio en contextos más amplios.

Otras definiciones ven en el espacio cualidades para configurar y estructurar


las relaciones y actuaciones. Abilio Vergara (2006) concibe el espacio como una red
que configuramos, pero que también nos configura, por lo que afirma que, el espacio
nos dice lo que está permitido y lo que no. En esta definición observamos que el
espacio tiene la capacidad de estructurar, pero también valdría la pena observar
cómo tiene la capacidad para desestructurar. Manuel Castell (1974) hace énfasis en
las prácticas que suceden en el espacio ya que ahí se localizan los procesos que llevan
a la estructuración o a la desestructuación de los grupos sociales, además de la
construcción espacial de forma histórica a partir de las experiencias.
Licona Valencia (2014) sintetiza otras propuestas y hace un recuento donde
reflexiona sobre los usos del espacio. Retoma a Lefebvre sobre el espacio vivido, el
concepto de Manuel Castell sobre espacio construido, el espacio relacional de
Bourdieu, espacio practicado de De Certeau y espacio estructura de Milton Santos.
Concluye diciendo, a partir de estos autores, que el espacio es parte de una estructura
amplia, se define por la relación con otras estructuras, también expone que el espacio
es una construcción histórica donde se presenta rupturas y continuidades. Una
característica que anota es que el espacio se estudia a partir de las prácticas sociales
en un tiempo determinado, dice que, la multiplicidad de actores permanentemente
activan, desactivan, reactualizan o crean. En este sentido apunta que “el espacio es
relacional por lo que los actores sociales hacen, por los vínculos que establecen con
otros autores y por lo que piensan en el espacio” (2014: 23). Finalmente menciona
que a partir de las relaciones el espacio se simboliza, es decir, las prácticas se
significan y las personas construyen una visión del mundo.

Desde estas miradas teóricas, observamos que el espacio socialmente


construido se forma a partir las prácticas, las relaciones y las significaciones que
hacen los usuarios, la forma simbólica del espacio es capaz de desestructurar lo
estructurado y volverlo a estructurar para regresarlo a la cotidianidad. Las
características y funciones que le asignan al espacio, por parte de las personas, los
lleva a buscar y encontrar el sentido a sus vidas, así el espacio es cargado de
significaciones y de experiencias que se convertirán en puntos de referencia, es decir,
de ubicación.

Un aspecto importante que resalta Mircea Eliade sobre el espacio es la noción


de lo sagrado, menciona que la sacralidad espacial marca una referencia ante el
mundo. Las personas necesitan orientarse ante la homogeneidad espacial y caótica.
Por lo tanto, los espacios, por medio de las prácticas, se convierten en
extraordinarios. Afirma:

Subsisten lugares privilegiados, cualitativamente diferentes de los otros: el paisaje natal,


el paraje de los primeros amores, una calle o un rincón de la primera ciudad extranjera
visitada en la juventud. Todos esos lugares conservan, incluso para el hombre más
declaradamente no religioso, una cualidad excepcional, “única”, son lugares santos de su
universo privado, tal como si este ser no religioso hubiera tenido la revelación de otra
realidad distinta de la que participa en su existencia cotidiana (2012, 23).

Son espacios para satisfacer necesidades físicas y emocionales y para ello se


tiene que producir lugares de disfrute (Sevilla, 2000). Los espacios de baile tienen
un carácter ritual porque congregan y reúnen a sujetos con un mismo objetivo,
además de que ofrecen, a partir de las prácticas y atmósferas, un espacio construido
cargado de significaciones. Por lo tanto, asumimos que el espacio es sagrado para los
que participan en él y hay varios factores que intervienen, algunos de ellos son la
música, el baile y otras formas de utilizar el cuerpo, todo eso genera el ambiente y un
espacio para que el ritual contemporáneo se desarrolle. Gustavo Blázquez observó
en un espacio de baile cómo se conjugaban varios aspectos como los sonidos, las
coreografías, imágenes, palabras, todo en un mismo espacio donde la repetición y la
generación de sentido eran los objetivos. Ahí se elaboraba una “dimensión subjetiva
característica del ritual porque hay un dispositivo lúdico de normalización, que
organiza el tiempo y el espacio, los gestos, las miradas, los desplazamientos posibles,
los pasos de baile adecuados (…) estos elementos producen estados de conciencia
diferentes a los de la vida cotidiana” (2013, p. 305).
El baile y la música como parte de los rituales contemporáneos
La música y el baile aparecen de manera permanente en la vida de las personas, a lo
largo de la historia, de diferentes formas y responde a distintas necesidades. La
música puede incitar a los sentimientos o a la memoria, además de provocar el
cuerpo en distintas dimensiones. La música y el baile son productos de una cultura
determinada y que se entienden de forma contextual como parte de un sistema de
prácticas y producto sociales que funcionan para aliviar ciertas necesidades
humanas resultado de lo que Berger y Luckmann llaman crisis de sentido. Por otro
lado, abordar la danza o el baile nos permite ver el uso creativo del cuerpo, donde es
puesto en movimiento en el tiempo y en el espacio, dentro de sistemas culturalmente
específicos de estructura y significado (Sabrina, 2010). Música y baile son dos
conceptos que pueden ofrecernos la posibilidad para acceder al ritual y, sobre todo,
observar las prácticas sociales, musicales y dancísticas en un espacio ex profeso.

Líneas arriba se mencionó que la música ligada al baile genera un ambiente a


modo para la práctica corporal, además de que provoca a los sentidos. El análisis de
la música, dice Quintero Rivera (1999), es esencial para comprender lo social
pasando por las coordenadas de tiempo y espacio, la música se vincula al cuerpo y se
manifiesta a través del baile. Por eso es interesante observar cómo el sonido musical
se interioriza en la memoria, sonoriza los recuerdos y desencadena emociones que
une en el imaginario al colectivo (Hormigos, 2012). Siguiendo esta idea la música no
se puede desligar de la sociedad que la ha producido, ya que:

La música se ha dotado desde un principio de una carga inherente de sociabilidad, es


expresión de la vida interior, expresión de los sentimientos, pero a su vez exige por parte
de quienes lo escuchan receptividad y conocimiento de estilo de que se trate, además de
conocimiento de la sociedad en la que se crea, ya que cada obra musical es un conjunto
de signos, inventados durante la ejecución y dictados por las necesidades del contexto
social (76).

Ana Lidia Domínguez denomina lo anterior como la sonoridad de la cultura y se


refiere a ella como: “las manifestaciones sonoras de una colectividad, a partir de las
cuales se revelan sus costumbres y tradiciones, su orden y visión del mundo, sus
códigos de interacción, sus múltiples modos de socialización, sus símbolos grupales
y su memoria colectiva…”(2007, p. 16) por lo que la música se entiende como parte
de una sociedad que responde a solicitudes del propio colectivo, además de funcionar
como generadora de sentimientos, emociones y evocar a la memoria, a través del
recuerdo y de la asociación de eventos en la vida de la comunidad o individuos.
Carolina Spataro (2012) retoma a la socióloga Denora para decir que la música tiene
dimensiones de sensaciones, percepciones que operan en la conciencia que aplican
en la vida cotidiana, ya que ahí las personas interactúan y se apropian de la música,
y se constituye la práctica reflexiva de subjetivisarse a sí mismos y a los otros como
agentes emocionales. De esta manera, la música se mueve en el nivel sensorial que
atrapa a la persona para envolverla en un halo donde el mero atractivo sonoro de la
música reproduce un estado de ánimo. Las personas, dice Copland (1955), entran en
un mundo ideal en el que uno no tiene que pensar en las realidades de la vida
cotidiana.

Desde la religión la música ha sido estudiada en menor medida, nos obstante


las investigaciones han puesto énfasis en la capacidad que tiene la música para que
se interiorice y funcione en el ámbito ritual y en el plano cotidiano. En un contexto
religioso (Ramos, 2015) observó que dentro de iglesias evangélicas la música y el
baile resultan ser atractivas y una parte fundamental en la vida de los creyentes y no
creyentes. El antropólogo Carlos Garma (2000) expuso cómo la música en el ámbito
evangélico cristiano ofrece diferentes alternativas para el creyente en donde una de
las principales es crear un atmósfera que le permita soportar y aceptar su condición,
además de que la música puede ser un medio para soportar momentos de tedio o
tareas difíciles. También la música ofrece una vía para llegar a la posesión del
Espíritu Santo, establece que el uso de la música permite llegar a estados corporales
muy emotivos a partir de los cuales la disociación corporal es más factible. La
antropóloga brasileña Pinheiro (2008) afirma que la música pone el ambiente festivo
en los rituales de culto, al integrar distintos instrumentos musicales y que además
son tocados en vivo. Asimismo, afirma que en el discurso de los cantos se abordan
diferentes temas donde los creyentes se sienten identificados.
El danzón es un baile asociado, en la mayoría de las veces, a personas adultas. Los bailadores
se preparan para esta práctica: seleccionan la vestimenta, llegan puntuales y suben al escenario para
mostrarse públicamente a través del movimiento corporal. Los pasos de baile son indicadores que
hablan de las habilidades de quienes las ejecutan. Fotografía de Daniel Ramos, 2015.

Ahora bien, si tratamos de ver cómo la música provoca al cuerpo a través del
movimiento, tenemos que poner atención en este concepto. Adriana Guzmán (2014)
define a la danza como un acto performativo paradigmático del cuerpo en
movimiento, que bien puede ser lúdico, artístico o ritual –o todo a la vez-, se
compone de tres cronotopos. El primero se refiere al espacio donde se realiza, El
segundo tiene que ver con la duración y las cualidades del baile, en este caso
definidas por los ritmos musicales y las formas de baile. Y un tercero que considera
a los bailarines. La danza, dice Guzmán, es ritmo que irrumpe en el día a día, expresa
un mundo y construye una atmósfera.
Silvia Citro (2012), una antropóloga argentina, apunta a lo sensorial y retoma
a Laban para decir que el baile no se reduce a su aspecto utilitario o visible, sino que
hay que poner atención en las sensaciones, de la misma forma que hay que oír los
sonidos. Citro define a las danzas:

Como prácticas sociales complejas que emerger de diversas y variadas influencias


socioculturales (tanto en lo que atañe sus estilos de movimientos, sensaciones,
emociones y significaciones asociadas como a sus modos de estructurarse, ser enseñadas
y practicadas) y que poseen diferentes incidencias sobre la vida de los performers, sus
posiciones identitarias y relaciones sociales (60).

En las definiciones de Guzmán y de Citro observamos que se pone atención en el


plano performativo y sensorial, aristas que servirán para llegar a lo que Amparo
Sevilla (2003) encontró en los efectos que produce el baile ya que se convierte en un
elemento terapéutico. En una investigación que realizó en salones de baile en la
Ciudad de México menciona que los salones ofrecían un espacio para la práctica de
expresiones corporales, “ahí los cuerpos al moverse se conmueven y se transportan
a otra dimensión espacial y temporal” (p. 13). La antropóloga mexicana observó
cómo es que los clientes de estos espacios acudían para aliviar momentos de crisis y
utilizaban el baile como una estrategia para enfrentar la adversidad.

Amparo Sevilla afirma (2003) que para entrar en el espacio de baile hay que
pasar una frontera bien delimitada, una especie de umbral donde lo cotidiano
desaparece y las personas entran en un espacio extraordinario. Las personas acuden
socialmente a experimentar una efervescencia colectiva y festiva. El colectivo
comparte objetivos en común, uno de ellos es salir de la vida cotidiana y adentrarse
en el espacio y las prácticas para que suceda lo extraordinario. Lo anterior nos lleva
a plantear que el baile y la música se pueden explicar a partir del concepto del ritual,
ya que estos irrumpen la cotidianidad, ordenan el universo caótico, se ubican en el
plano de las sensaciones, además ofrecen otras características que ya se
mencionaron párrafos arriba. El baile considerado como cuerpo en movimiento
motivado por la música se experimenta y se relaciona con otros cuerpos en
movimiento para generar sentido.

A modo de cierre
Sin reducir el discurso teórico se exploraron, de forma general, algunas nociones
para entender el baile asociado a la música.

El baile en un contexto urbano, y dentro de un espacio socialmente construido


es una expresión que tiene lugar en la contemporaneidad, responde a lo que algunos
autores llaman crisis de sentido. Se propone ver al baile dentro del ritual
contemporáneo, por ello, afirmamos que el ritual contemporáneo, por sus cualidades
y características, ofrece la posibilidad de aliviar las crisis de sentido provocadas por
la modernidad y posmodernidad.

De manera específica, asumimos como practicas rituales el baile asociado con


la música, y nos parece fundamental observar y explicar estos hechos sociales, ya que
involucran el cuerpo (movimientos, sudores, contacto con otros y lenguaje corporal);
códigos (mensajes y convenciones sociales) y sentimientos (alegrías, tristezas,
euforia…) contextualizados por un espacio socialmente construido, cargado de
significados a partir de estas prácticas y, sobre todo, porque se realiza a nivel
colectivo, propiciando un desahogo grupal.

Por otro lado, se asume hipotéticamente que la música y el baile, en contextos


paganos tienen ciertos elementos de tipo religioso, principalmente los asociados al
entorno sagrado. Las personas como parte de una sociedad necesitan experimentar
situaciones sagradas, pero para ello las buscan y las crean en contextos seculares y
paganos. Una vez lograda la participación en los rituales, las personas regresan a su
cotidianidad cargadas de fuerza simbólica para enfrentar el día a día, pero con la
convicción de regresar frecuentemente para experimentar una y otra vez los estados
alterados de conciencia propiciados por la música y el baile.
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