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“Halo origi: Montagne ™ Esta obra ha sido publicada en inglés por Onord Univerity Pres “Traductor: Vidal Pei © Peter Burke, 1981 © Ed. cast: Alianza Editorial, S.A., Madeid, 1985 Calle Milén, 38; © 200 0045 ISBN: 84206-01179 Depésito legal: M. 23.237-1985 Papel fabricado. por Sniace, S.A. Fotocomposicién: fea Tmpreso en Lavel, Los Llanos, nave 6, Humanes (Madsid) Printed in Spain ate Capitulo 1 Montaigne en su época ‘Como Shakespeare, Méntaigne es, en cierto sentido, con- tempordneo nuestro. Pocos escritores del siglo dieciséis son més féciles de leer hoy, ni nos hablan tan directa ¢ inmédiatamente como él. Es dificil no apreciar a Mon- taigne, y casi igual de dificil no tratarlo como a uno de nosotros. Antes de la Ilustracién, fue un critico de la au- toridad intelectual; antes del psicoandlisis, un frio obser- vador de la sexualidad humana; y antes del nacimiento de la antropologia social, un estudioso desapasionado de otras culturas. Resulta fécil verlo como un modemo na- cido fuera de su época, 5 Con todo, Montaigne no es tan moderno como pare- ce. Su interés por los detalles autobiogrificos puede re- cordar aparentemente a los roménticos, pero acometié sus autoanilisis por razones diferentes. Aunque era un es- céptico, no fue un agnéstico en sentido moderno. Lla- ‘matlo «liberal» o «conservador», en el sentido en que hoy uusamos esos términos, también significa entender mal su postura. Montaigne compartié intereses, actitudes, valo- raciones y presupuestos —en otros términos, toda una 7 dan 4 lgeutcs dade noght bunguste, : PaserBurke mentalidad— con sus contempordneos, y en particular con quienes pertenecian a sus mismos grupo social y ge- cin. Otros franceses de la época, ademas de Mon- taigne, dudaron del poder dels raven humana en fa cone SeeusiOn de i verdad condenstor a ambur paw os bs guertas civiles, y publicaron breves discursos acerca de asuntos variados, En realidad, algunas de las materias so- bre las que eligié escribir eran lugares comunes del mo- mento; lo quele dstingue de sus contemportneos ex Io que hizo con ellas. Sino tipico, si fue un verdadero hom- bre del siglo diecistis. Ello no significa que no tenga nada, gue decimos, Lanza un reto a nuestras opiniones, como Ip hizo con las de su propia generacion. Montigne no fus un penador sistemitico. De hecho, fica, En consecuencia, le aguardan serios peligros a quien intente dar una explicacién sistematica de su pensamie to. Tal explicacién adopta normalmente la forma de ci- ts, con un comentario aclaratorio. Dichas citas han de tomarse al margen de su contexto original. Tratar de este modo la obra de Montaigne es especalmente peligroso, ya que el contexco cuenta para él hasta extremos no ha bituales. Le gustaba ser ambiguo ¢ irdnico. Le gustaba ci- tar a otros escritores, pero también enfrentar a las citas con su nuevo contexto para darles otro significado. Uno de los placeres al leer a Montaigne es el de que se encuen- tran constantemente posibles significados nuevos en sus eseritos; lo difcl es decide si un determinad spre. do era 0 no el propuesto. No hay ningiin modo infalible de lograrlo, y toda afirmacién fija acerca de las creencias de Montaigne deberia mirarse con escepticismo. Como quiera que sea, no tendremos la menor oportunidad de entenderlo sino lo reinstalamoé en su medio ambiente so- cial y cultural Michel Eyquem de Montaigne nacié en 1533. Pertene- ctialo que podrisllanane sgeneRcON ae ToFTSSO™, Las eneraciones no puéden calcularse con exactitud; son de- Finbles en términos sociale y culureles tanto como por Montaigne ° fechas de nacimiento, consideradas conjuntamente en vir~ tud de un sentimiento de comunidad que deriva de una experiencia comtin, La generacién de los 1530, en Fran- cia, fue el primer grupo sin recuerdo del mundo anterior oh Reforina, Dicho grupo incluye al abogado-historia- dor Etienne Pasquier (nacido en 1529), conocido de Mon- taigne y gran admirador de los Ensayos; al mejor amigo de Montaigne, Etienne de La Boétie (1530); a Jean Bodin (hacia 1530), el més destacado intelectual de Ta Francia de finales del dieciséis y hombre a quien Montaigne profe- saba gran estima, aunque rechazara sus opiniones acerca de la brujeria; al eruditosimpresor Henri Etienne (1531) y_al soldado-caballero Frangois de La Noue (1531), cal- vinistas ambos (Calvino, nacido en 1509, pertenecfa a una generaci6n anterior). Quiza sea vlido extender tal no- cidn de «generacién de los 1530» hasta el punto de in- cluir, por uno de sus limites, a Pierre Charron (1540), dis— cipulo intelectual de Montaigne, y, por el otro, a Pierre Ronsard (1524) y Mare-Antoine Muret (1526), uno de los maestros de Montaigne. Ya se inclinasen por el catolicismo, el calvinismo, 0 por algo mas insdlito (se cree que Bodin se hizo judio), esta generacin no tuvo més remedio que habérelas con una lvisin de opinién, sin precedentes, acerca de cuestio- nes generalmente consideradas como 4bsolutamente fun- damentales. La experiencia de Montaigne acerca de las di visiones religiosas dentro de su familia (su hermana Jean- ne se hizo calvinista, como también, durante un tiempo, su hermano Thomas, mientras que su padre siguié sien- do un catélico firme) distaba mucho de ser atipica. La. reocupacién por el problema de la diversidad religiosa “taccatacteristies de le epoca, aunque la sctud de Mon” ‘igne fuese muy peso “Sir inpOrn como el conocimiento de su genera cién, para entender las ideas de Montaigne, es el del gru- po social al que pertenecia. Era el hijo mayor y heredero eur eabalers-patcon, Pirre-Eyquem. Pero Su madre, ‘Rinoinewe de Laapes tie de Sree GpaTOLy PRODAOTE, 0 Peter Burke mente judio (aunque su familia llevase viviendo en Fran- cia durante siglos), y la nobleza de su padre era de cepa ivamente nueva, ~Cepae esa palabra apropade- pet habja comerciantes de vino en el pasado reciente de su fa- milia, esidentes y propietarios de tierras no lejos de Bur- deos. Podria decirse que el Chateau d”Yquem corria por Jas venas de Montaigne, pero habria que aiadir que él no estaba orgulloso de sus origenes. Noble de la cuarta ge- neraci6n, fue el primero de su linaje que renuncié al ape- llido «Eyquem», autodenominandose segin el nombre de Ja propiedad heredada, Montaigne. Deseribié a su fami- lia, no del todo exactamente, como famosa por su «bra- vura» (preud’homie, la vireud caracteristica del caballero medieval). Gustaba de referirse a si mismo como solda- do, papel bésico de la nobleza tradicional, aunque, de he- cho, su principal ocupacién —tras la universidad y anes de su temprano retiro— fue la de magistrado (conseiller) en el tribunal (parlement) de Burdeos, puesto que deten- 6 de 1557 a 1570. En la préctica, estaba mas cerca de la nueva nobleza juridica (noblesse de robe), en cuyo seno “gona gmarimone, que je Ta Vieja nobleza militar (no- “Tas nobles militares, tradicionalmente, no eran amane tes de la instrucci6n, y las frecuentes protestas de Mon- taigne en el sentido de no ser hombre de estudios no ha- brfan de entenderse en términos de modestia personal, auténtica o falsa, sino como lugares comunes con los que contaba el grupo social con el que él se identificaba. Sus reflexiones acerca de la educacién de los niiios (1.26) es- tin expresamente relacionadas con la ensefianza de un ca- ballero, y hacen hincapié en la necesidad de evitar lo que 4 llama pedanteria. Su ideal es el del aficionado, el dile- tante. Siguiendo una corriente similar, a Montaigne le gustabe dar la impresin de que no estuiabs, sino que jojeaba de vez en cuando sus libros «sin orden, sin mé- todo»; de que no trabsjaba sus escritos, sino que ponia cen ellos lo que se le pasaba por la cabeza; y de que su propésito a escribir, como declaré en el profacio Helos Montaigne u Ensayos, era puramente edoméstico y privado», en interés Gesu agli amigos 7 no del piblico an pee ES fala Unica manera de escribir de a que un caballeo fran. “cée-de la época no tenfa por qué avergonzarse. “Sin embargo, el aleance de Ie coincidencia de Montai- ‘gne con lasopiniones contemporaneasque eran de espe- rar en un miembro de la nobleza francesa no deberia ser exagerado. Si hubiera sido tipico, no lo recordariamos en absoluto. A fin de apreciar un poco mas de cerca de-la mezcla de lo que habia de disttvo y de convencional fen sus actitudes, puede ser ui ts el retiro. En 1570, vendig cisiones principales de su vid fu puesto de jagistrado —la venta de tales cargos era omtalenla Spacey sereur a propiedad que habis ‘Tereiado-a Ia Mahe de Su padre, dos aos antes, Se c= aluyo en su biblioteca, en al wrcer piso de una torre re- fonda, estancia que decord con inscripeTones en prea fata Ally cute tho sue losoresepasabe los mie de ‘Gus dias, y las mis de las horas del di es G3). SEpor pre aror Ce etpTbicidn mis obviaes la po- litica. Mas tarde, Montaigne describis su propiedad como «mi refugio, para librarme de las guerras» (2.15). En 1570, al furor de fas guerrascivles duraba desde hacia ocho afios. Michel de L’Hépital, canciller de Francia, que ha- bia intentado en vano impedir que catolicos y protestan- tes se matasen unos a otros, habia abandonado la lucha en 1568, retirindose a sus posesiones de Vignay. En cual- guier caso, Montaigne tenia treintay siete afios en 1570, Pocos afios después, se autodescribiria como «en plena senda de la vejez, habiendo eruzado hace tiempo el um- bral de los cuarenta» (2.17). Parece haber pensado en su retiro mas 0 menos como un hombre actual de sesenta a¥ios. Semejante idea no era una enfermiza peculiaridad suya. En el siglo diecistis, era perfectamente normal que Ja gente se considerase’vieja alos cuarenta. Lo que noso- tros percibimos como crisis de mitad de la vida, condu- cente a la conciencia de que el futuro esté limitado y a lo que algin psiquiatra llama «resignacién constructiva», se ijarnos en una de las de- 2 Peter Burke percibia en el siglo dieciséis como crisis de final de vida, ya menudo con raz6n. Aunque a Montaigne, en reali” dad, le quedaban por delante veintidés afios en 1570, su gan amigo Etienne de La Boétie habia muerto en 1563 a la edad de treinta y dos, y el poeta Joachim du Bellay en, 1560, a los treinta y siete. Que Montaigne se retirase a fin de prepararse para la muerte nos lo sugiere el hecho de que uno de los principales temas de sus ensayos es lo gue los contemporéneos llamaban «el arte de bien morir». ‘Montaigne pens6 en su retiro como en el principio del fin, aunque acabé por ser nada mas que el fin de su prin- ipio. Aun dejaria su torre para visitar Alemania, Suiza e Tralia en 1580-1, y para desempenar dos mandatos como ‘Healde de Burdcos.a su vuelta (1581-3). Fn 1588 parte ‘ips en Tas negociaciones entre cl rey, Enrique Til, y el epic rotesante Enrique de Navarra (mas tarde Ennige 1V). En_Jos intervals entre esas actividades, escribié los Ensayos 627, ee po, que puede parecer extrafia en un hombre a quien dis- ustaba el cultivo de la tierra —y no digamos la caza 0 fe Sdministracion de sus posesioner, ef también cone vencional. Para las éites de la Europa renacentista, como para las de la antigua Roma, la zona rural iba asociada al cio cultivado (oti), asi como la ciudad se asociaba al negocio, en el sentido de ocupacién politica (negotiu). ‘Una inscripcién en la biblioteca de Montaigne, con fecha, de 1571, la consagea a la libertad, tranguilidad y ocio, y describe a su propietario como «harto fatigado del servi- cio a la conte y el piiblico ofici6». De este modo, Mon- taigne se stuaba asf mismo dentro de una ge dis “Binguida wadicion de cechazo de la vida piblica y cnpars “Teular dela vide'en coves de Tor prneipstoseelaes ‘expresido por muchos eserores anteuor y modems, tales como Horacio (uno de sus autores favorites), el bIspO espatfol Antonio d ntGnig de Guevara, ciyo” Menotpreto He corey danza de aldee (839) eora poate ES ince anal aS Tos Placeres de Montagne B 6n Guy du Fur de Pibrac (1529-84), a quien admiraba are eee len ae Sur retre de Montzigie ofa una evasion de la sociedad, ero se trataba de un modo de evadirse estructurado por Er sociedad, y que refleaba el ideal contempordneo del ocio estudioso. El ex-canciller Michel de L'Hépital pas6 su retiro componiendo versos latinos, como su equiva- lente moderno se instalaria para escribir sus memorias.. L’Hopital se ajustaba al ideal del humanista del Renaci- miento. Flay buenos argumentos en favor de la conside- racién de Montaigne, asimismo, como un humanista: Capitulo 3 El escepticismo de Montaigne = Werth bushé aiso 2 Que sais-ie? :Qué es lo que sé, ¢s la frase que la poste- Ee art ne a Monttgne, con raz6n? fue lteralmente su motto, que aparecia grabado en tna de ls caras dela medalla que habia heeho acufar —el verdadero estilo del Renacimiento— hacia la mitad de los 1570. En la otra cara figuraban los platillos de una balanza, en suspensién y equilibrados. Sobre las vigas de su gabinete, Montaigne habia inscrito: «lo que se sabe de tiefto es que nada es certon, esuspendo- jucion Eta Sis Tee rs une Ue BS SENG Ce tOaSESODTE TO mis- ‘mo, tomadas del fil6sofo clasico var escepticismo, incroduccion al tema que sobrevivio cuan- Go se perdieron los eseritos de los filgsofos en que se bs- subs (Gales como Fern de Els, por quien ‘mo s¢ llama a veces «pirronismos). Su definicién del prin- ipio sien del escegrcismo es cla oposiciOn, a toda pro Soutiane de ours propositon quele compensary i us- Beason del Juice chee ls doe, undads on que uo sabe- mos ni podemos saber cual es la correcta. Sexto defiende 2B 2m Peter Burke el escepticismo basindose en unos cuantos argumentos. Uno de ellos es Ja inseguridad de nuestros sentidos. «Los | mismos objets a presacen sf las mismas impresiones», ya | a ciertas frutast porque son rarer es, yno domésticas (131)! espués de leer pasajes como é&e, nos sentimos tentax dos a describir a Montaigne como un antropélogo, o al ‘menos como un «precursor» de la moderna antropologia social. El peligro est si procedemos asi, en discriminar mal entre el contexto cultural en el que fue fundada la an- twopologia social, a Hinales del siglo diecinueve, y el de la gpoca de Montagne, Este escribia coma moral To “aniropologos tioderhos, em general Ho To hacen aa, Por dicha razén sustituiremos én este capitulo la palabra «antropélogo» por el término mas vago de «etndgrafo». Una de las mas sorprendentes caracteristicas de Montaig- La etnografia, en el sentido de curiosidad por las c re Gal menos para nosotros lecrores de finales del siglo tumbres ex6ticas, era sin duda floreciente en Hei ‘Montaigne. Esa curiosidad no habia sido infrecuente a fi- lade bE Palo vein) e5 In extensién y profundidad de su interés por z k diac atos de, Ip otras culturas, su independencia por respecto al etnocen- trismo, combinada con una aguda conciencia del etno- acerca nos recuerdan, 0 los viaies ie centrismo de los demas. Su ensayo sobre la costumbrere-_villez, que cios pero que fueron tomados como gistra una sociedad tras otra donde lo que los europeos __Yeales,y, al parecer, ampliamente ledos. En al siglo dle. Eonsideran extravagante, cOmico 0 vergonzoso es visto _—_ciséis el intares por lo exor Sea a como normal: «donde las virgenes muestran sus partes como atesiigus la popularidadde la obra Costonbres de rivadas abieramente- donde hay-prostiacon nace. as dna nacone, complet: por Johann Boe Fa doade ln majo hacen piers donde as ine fonde Tas imi ni leita geen, compiles Ulm: MMs Tina... donde Tas mujeres hacen Ta Bene jets rina de pie, y Tos hombres agachados», y conclu- -Hazones obvi para ex, inlingsi, La pri) isc ros Hombres agAcNs one x -obyias fe qiie «las Teyes de Ta conciencia, que decimos derivan ‘mera eé el resurgimiento de Ja antigiedad clisica. Los—~ ee nauualeca. devivan de Te costombre™ To que eg Aregos datigios arahyaiosradD tn gra interés por ls ‘Taeredel circalede bh Gugmibe se pense GueTeT aera, demas culturas. Sdcrate, como nos reeuerda Moneaigne, eee ; moo everds Man Ee cua de les ene “Toe nen OP te Ute valency que cltec: uma descpelén Seale de ign yeh tg ui fa sty nos de los ir lios de Brasil, recién descubiertos: su ali- Pero el inglés us la mista palabra (wild) para ambos cases, logue per. | mentacién, viviendas, canciones y danzas. Montaigne ob- smite frases como ésta enraa en castellano (N. del 7) o Beurak Yrralorna Wishno iad Nb Yh wtisio tf a HalSamedo Peer Burke consideraba el mundo entero como su ciudad natal, y los estoicos tenfan ideales cosmopolitas semnejantes. Herddo- to, que fue muy estudiado en el siglo dieciséis, tenia un ojo perspicaz para el detalle etnografico; él fue quien re- gistr6 el hecho de que en Egipto, a diferencia de Grecia, ES mujeres levaban cargas sobre la cabeza y orinaban de pie. Ademas de pormenores acerca de costumb: as Tos lisoos oftecieron esquemas_conce ‘nepal Tos ibres del siglo dices talezss, 0s jatrodaccion de la propiedad 1s indios.con_djos clasic “El interés por las" costumbres extrafias fue también alentado, naturalmente, por él desc io de” Amé- Bias Los libros acerca del descubrimient meno eaptlos al modo de vida A los indos, ya fuse la actitud del autor de simpatia, hostilidad, o neutralidad. “Wa ciemplo bien conocido es la Historia general de las Indias (1552), del clérigo espaiol Francisco Lopez. de G6. ra Te Galictoris de le obra al emperator Carlos V ‘compendia la actitud de Gémara. Antes de que los espa- ioles llegaran —dice— los indios eran id6latras, caniba- Ies y sodomitas, Inerpreta la conguista del Nuevo Mun- do, ast como la conversién de sus habitantes al Cristia- nismo y al modo de vida espafiol, como obra divina. Ha- bria que afiadir que el autor estaba al servicio de Hernin Cortés, el conquistador de Méjico. = (Gémara era un apologista de la conquista espafiola en general, y de la de Cortés en particular. Un relato muy distinto de las costumbres indias resulta de la obra His- toria del Nuevo Mundo (1565), de Girolamo Benzoni. ‘Milanés, y por ello sujeto él mismo al gobierno espariol, Benzoni; que habia pasado catorce aos en el Nuevo Mundo, ‘condena la crueldad de los espaioles y ofrece tuna descripcién detallada y hecha con simpatia del modo de vida de los indios. Los «brasilenios» de Montaigne habfan sido estudiados Montaigne 6 detalladamente a lo largo de ‘los veinte aiios, més 0 me- nos, antes de que él escribiera. Un aleman, Hans Staden, bia sido capturado por los Tupinamba, y aprendio su peptaie on nto espersba ser derorados pore Consiga ae eae tar aon Ue TOS DTURTOTES CO Seana Uiganciada 1957. MomTaghe TO parece a Gerconoeide Is bfx de Staden, pero st conocia relatos acerca del Brasil de dos viajeros franceses, André Thevet y Jean de Léry. Thever era franciscano; sus Ciieiida de la Francia Antdrtica (1558) mostraban considerable in- ‘teres en el modo de vida (maniére de vivre) de los habi- tantes del Brasil. Pensé que vivian «como bestias» (bru- talement). De todas formas, la comparacién entre el Bra- sil y «nuestra Europa» —como Thevet la llama— no nos es totalmente favorable. Idélatras como son, los brasile- hos son, con todo, mejores que los adetestables ateos de fuuestra Spocas. Usa observacion semejante fue hecha por ea, Ug obseratn emcees por “prowesante francés Jean de Léey, en su Historia de un viaje a Brasil Ce fy tonsiderd a los brasilefios como bérbaros, que ejemplificaban la corrupcién de la aturaleza humana despues de la Caida, Pero al mismo fempo subrayaba lo que él llamaba su «humanidad», de- larando que su vida pacifica, armonia y caridad eran como para avergonzar a los cristianos, en una época en que gentes inocentes estaban siendo objeto de una carni- ceria en Francia. ‘En su Germania, el gran historiador romano Ticito (si- elo primero d-de © habia desert el valor y la sencilla eds vin de los barbares petites come vaoroGhe con Evdus afeminados contempordness. De manera similar, Lazy uillsaba-s ls BNTSROE BaP, condenar a Matan de San Barvloméy ara aocidades dels gueras giosas francesas. Bodciamos.Jlamar.a esta técnica el ecard ‘Ronsard, quien declataba su deseo de abandonar Francia y ‘trastornos par ara irse i las regiones aneareicas, «don ven. ‘siguen felizmente la ley de la nature Ieganiy tambien en La Bodtie, que eseribio un poema la- VolasQrauro brirrutina wf of Grantee oo Gere! os Peter Burke ino lamentindose de las guerras civiles, y expresando su Ulesco de comensar una nueva vida en el Nuevo Mundo. "Ahora debemos volver & Montaigne, a quien estaba di rigido ef poema de La Boétie, y preguntar en qué diferfa Tens contemporincos, Montaigne ley6 a Gomara, Ben- zoni, Theyet y Léry. Dé Gémara tomo informacion, no ‘ea Menas que Gomara habia celebrad econ spatiola de America, Montaigne, en su Sasayo sees de ‘oe creas deine “Taal se fasca Tos ci ciomes.exterminadas, tantos Re eae leneriae por ia espada, yi Herr ae ea teria astomnads on prover IeTeDierenO de petlaey pment ruines victorias» (3.6). & Ser Roun encod "encionado & veces el Canibalismo de los indios como justificacién para someterlos a escla- tieud. La apologia de fos cantbales, de Montaigne, es en parte una erities de la politica espatiola, Ests mas cerca Re sus compatriots Thevet y Léry que de Gémara. Como,Léry, da muestras del «sindrome de Germania» y Tutliza a los brasilerios como una maza para golpear a $u_ ropia sociedad, tanco como. a Espans. Trata el caniba- ian desde al panko de visti de Ta Wibta en el ojo ajrios No me duele que notemos la horrenda Barbarie de esos c1os, pero me duele que, mientras juzgamos rectamente Sus faltas, podamos ser tan ciegos a las propias, Creo que hay ms barbarie en comer un hombre vivo que en ha- Montaigne ‘6 Suiza e Italia, poco después de la publicacién de los li- bros primero y segundo de los Ensayos. Es interesante ver cémo practicd lo que predicaba. Su diario patentiza las molestias que se tomaba para investigar, por dondequie- ra que iba, las costumbres y creencias locales. En Alema- “~~ nia, interrog6 a los luteranos acerca de su teologia; en Sui- & za, a los zwinglianos y calvinistas. En Verona, visité una G sinagoga y habl6 con los judios acerca de sus itos. Asis.’ 1i6 rambién allf a fa misa mayor de la catedral y observd > —por una vez con sorpresa— como las italianos charla- ban de espaldas al altar y con los sombreros puestos du.“ rante la ceremonia. En Toscana, dialogé con una mujer . del campo que tenia reputacién como poeta, y le pidid sg que le compusiera unos versos?En Roma, asistié 2 una circuncisiba, un exorcismo y una procesién de flagelan- tes, haciendo notar —en razén del calzado que llevaban~~ que los flagelantes eran gentes pobres que probablem te se azotaban por dinero, Su mirada etnogrfica sedi 6 asimismo sobre la gente corriente. «Pasear por [a ca He, comears, «es una de las mis covrentes aeavidles de los romanos». En Francia, habia conversado una vez con un brasilefio (a través de un intérprete) y, en otra oca- sidn, con una docena de brujas; pero fue en Tealia donde Montaigne tuvo sus mejores oportunidades para el tra- bajo de campo. En tales investigaciones podemos ver al escéptico prictico, que_quiere_averiguarlo. rodo, por..st mismo, més bien que al escéptico metafisico, que duda SG dydo % 8 Lito ius) (fa hunohee cerlo cuando ha muerto». Como Lény, Montaigne pasa ve { shnvor comentarios scored dee Criltad de fs guess SS] Gevetigion Trancesas (131). A SoBe EEDA como moralist, no como cientifi- 6 sodil. Procutaba influ en Ta conducta de sus lecto- oes de us Ter Tes y usuba las naciones como sus ezempla. Recomenda~ \D) Baviajar como uno de los mejores métodos de éducacion ©) Tac tdaesaon Hora) Tancat hase ets, io, Opiniones, Jeyes y-costumbres, nos adiestean a ju 4 de nuestras narices s de miesira razon (1.26) aprendio tn Viaje, a Alemania, aet'Evidencia de sus sentidos ‘Montaigne no observaba meramente, sino que partici- paba, alimentandose a la manera de los lugares donde iba, «para experimentar por completo la diversidad de usos y costumer (pour esayer tout a fait le divert de ‘moeurs et facons). Emplea el término essayer en el mis- ‘mo sentido que en sus Ensayos, Otros visieras dela epuca restaron atencidn a las costumbres locales, debido al cre- Gente interes porte Siotce Pes To gue deemeuls & Montaigne era el caricter reflexive de su etnografia. Ri- diculiz6 Ia estrecher de minis de Ta Jeni que toinaba ‘prender las limitacione: “EL propid Montaigne empre rs Peter Burke como universales leyes que no eran sino «municipales» (2.12). Emmprendia ¢ estudio de todas las costumbres del ‘mismo modo, ya fueran brasileitas, romanas 0 gasconas, «Cada cual llama birbaro a lo que no es conforme a su costumbre» (Chacun appelle barbarie ce qui n'est pas de son usage) (1.32), Peto etadacostumbre iene su funcién» (chague usage « sa reizan) (3.9). Aqut Montaigne no suc- eet de un sordlogo 0 amopdlogo lencionalsta moderno, En realidad, esto no es sorprendente, pues, de manera consciente 0 inconsciente, tanto él camo éstos s¢ inspiran en una tradicién aristotélica. Toda cosa, segin, ‘Aristbteles, procura su propia conservacién, y toda cosa ‘posee una funcién o «causa final», Esta creencia de Mon- taigne subyace a su oposicién al cambio de las leyes. Pen~ 36 que era mejor confiar en la costumbre que en la fali- ble razén humana. En este sentido era Montaigne un relativista, Donde ee eT usm fe en su «Apologia de Raimundo Sabunde. En ella sefialé que no, existen Cénones universales de belleza humana, «Los ir, Ee arm fa piensan negra, con gruesos labios y nariz. chata... En Peri, las orejas mayores son las mas hermosas, y s€ las estiran cuanto puedens. Similares observaciones acer= ca de la religién: «somos cristianos en virtud del mismo titulo por ef que somos perigordinos o germanos», aun- que pretendemos alegremente que las opiniones que sos: tenemos como resultado de dicho accidente han de ser las inicas eorrectas (2.12). En otro lugar de sus ensayos, Montaigne not6 cosas semejantes a propésito de la posi- Gin de las mujeres. Como hemos visto, sabia bien que existian sociedades donde los hombres se prosticufan y Tas mujeres iban a, la guerra. Consufa que Macho y hembras estén fundidos en el misma molde: hay poca di- ferencia entre ellos, excepto en virtud de la educacién‘o la costumbre>. La autoridad de los hombres sobre las mu: cusurpacion> jeres ao deciva deta natiralera sind de “Casi igualmente audaces fueron sus dispersas observa- Montaigne o ciones acerca del vulgo, Para un noble francés de su épo- «a, tenia una capacidad poco habitual de admiracién ha- cia el vulgo, asf como de simpatfa hacia sus suftimientos, en aquel tiempo de procesos de brujas y guerras civiles, El vulgo (le oulgaire) era, segin él pensaba, ignorante y ficilmente dispuesto a engafarse con las apariencias, pero era también espontineo, proximo @ la naturaleza, ofre- ad por ello, en ocasiones, muy buenos ejemplos de aciencia, constancia y prudencia, sin servirse pata eso de Aristoteles 0 Cicerdn. sHle visto centenares de agtesanos campesinos mis prudentes y mas felices que los recto~ Ui y came ae eee Soe OT Tov ts pve, por atines ware fom 05 tales pOsetan, por instinto, una actitud ‘certada por respecto a la mugrte. «Nunca he visto a nin- iin aldeado vecino mio angustiado por como transcurri- ria su lima hors. La natursleza Je ensera 2 no pens en fa muerte hasta que ésta llega» (3.12). La etnografia de Montaigne empezaba en su propia terra Montaigne fue mas lejos atin, al criticar ef emocentris- mo de la raza humana en su conjunto, «El hombre crea gu imagen de la divinidad segdin Je celation de Cll Con Ee Guin elation tap) tho Sea puede ima- Bihar segiin su capacidad». Puso en duda la presuntuosa afirmacion de la superioridad humana por respecto a los animales. «Cuando juego con mi gata, ;quién sabe sino x fo, esta afismacion ha de ‘Ser ‘tomada en su contexto, Como ya hemos visto mas arriba (p. 13), Montaigne habia usado los escritos de Plu tarco acerca de Ja sabiduria de los animales como un ‘modo de atacar las autocomplacientes alirmaciones acer- ca de la dignidad y Ja racionalidad del hombre. Sin em- bargo, esta forma de ver a los animales como un grupo que tiene tanto derecho a juzgarnos como nosotros 2 jur- garlos a ellos se desprende de sus opiniones relativistes Benerales. Podria decirse que considera a los animales come oud cultury, isu sUiitzeon por eoeao TORS Bante de su admuracidn por lenaaetees 1 Qouk roridde all “oasts” da deal sre jumitio 9 tolued. a La fayette y, fod! 8 Peter Burke ‘Ya hemos sefialado que Montaigne no fue la primera persona en datse cuenta de la variedad de costumbres, reencias y normas humanas. Ni tampoco el primero que fextrajo de esa observacin conclusiones relativistas. El fi- lésofo presocracico Jendfanes, que tuvo su momento cul- rminante hacia el 530 a. de C., apuntaba que «los etfopes tienen doses con narices chatas y pelo negro, y ls t3- cios tienen dioses con ojos grises y cabello rojo», con- cluyendo (en un pasaje citado por Montaigne) que «si fos bbueyes y los caballos supiesea pintar, los caballos pinta- rian 2 sus dioses como caballos, y los bueyes como bue- yes». Sexto Empirico oponia una costumbre a otra, lo Taismo que oponia unos enunciados a otros, y suspendia €l juicio, Boceaccio contaba la historia de los tres anillos, ue simbolizaban Tas tres Teyes dadas por Dios a fos ju petra rennin corm am, fos cristianos y tos alusilmanes, creyendo cada ano de e505 pueblos que la suya era Iz verdadera, «pero la ‘Suestion sigue siendoTa de cual de ellos tiene razon~ (De- See ee iiance de e-veganda gied dl die, Gis, Is gueras idols aletaban el elaivismo, as como la admitacién por otras culruras mds felices, ‘Montaigne reaccion6 de dos maneras distintas en dis- tintas ocasiones, pues no era un relativista completo. A ‘veces escribia desde el punto de vista de su propia cultu- ra, al declarar, por ejemplo, que «la habilidad y ocupa~ ‘lén mis dtl y honrosa para una mujeres el culdado del hogar», como si nada supiera de las diferencias en la di- vision sexual del trabajo (3.9). A. veces intentaba erigirse como juez entre culvuras distintas, como cuando sugiere rue los italianos daban una libertad excesivamente redu- Gida a sus mujeres, mientras que los franceses les daban demasiada (3.5). En otros momentos, considerd igual- mente buenas a culturas diferentes. En otras ocasiones, titi la cultura misma, desde el punto de vista de la na turaleza, arguyendo que los indios eran mejores que los europeos porque «nosotros hemos abandonado Ja natu: fasee y Hod widen coteanoe rae G1) Sra aconereneis sean prcocupanee: si Montaigne Montaigne 5 pretendiera ser un filésofo sistemitico. Pero no era asi Como su admirado Socrates, su funcion habia de ser la de un tibane, ys de sembrar dudas donde habia segu- Tidades srsfechat-Podopes Tose Se as ae trechamente atado a su propia culeura que la mayor de sus contempordneos —y que lz mayoria de nosorros—, y de sus ref lexiones sobre la variedad humana sacaba con- secuencias de més amplio alcance que la mayoria. Con sus notables dotes para apreciar el punto de vista de los demas —incluso el de los gatos—, se tomé la molestia de registrar la impresion que la cultura frances habia pro ducido en tres brasilefos, lz sorpresa de éstos ante ef he- cho de que hombres armados «estuvieran sometidos a la obediencia de un nifio» (Carlos IX), o que los pobres, mendigasen a las puertas de los ticos «y no les agarrasen por el cuello, o prendieran fuego a sus casase (1-31). Mon taigne extraia las consecuencias subversivas de compren- de que los braslesos encontraban los francees tan ex trahas ai menos como los franceses a ellos. En una época en que muchos artistas creian en una belleza ideal qu po- dia calcularse mateméticamente, «hacia notar que dicho ideal era puramence local, y estaba dispuesto @ observar o mismo a propésito del cristianisero. En un tiempo en que los europeos se felicitaban por su descubrimiento de Jz imprenta y la pélvora, les recordaba que «otros homs bres, en el otro confin del mundo, en China, habian dis- frutado de ellas mil afios antes» (3.6). A falta del acos- tumbrado etnocentrismo, la actitud de Montaigne hacia le historia tena que se, asimisno, muy poco convencio~

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