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Dimensién histérica de la Doctrina Social de Ia iglesia ~ Pbro. Carlos Accaputo ~ Agosto 2019 Creyentes en la vida publica, iniciacion a la doctrina social de la Iglesia, Idelfonso Camacho on eee Guia de Lectura éCudles son las causas del renacer de la DSI? Sefiale las perspectivas 0 actitudes inadecuadas ante la DS! éHay que iniciar 0 ensefiar? éPor qué? Sefiale las tres actitudes basicas ante la DSI. éPor qué? éCudl es el punto de partida y la meta de la DSI? éPor qué educar en la participacién y la solidaridad promoviendo comunidades cristianas abiertas? onso Camacho eee haen bis ‘ oA NTES Caen eee ee ene en aC ss Pa EN TA wAimYi\ pei) (orn Iniciaci6n a la eletendeiatmrolet-1| de la Iglesia c ALGUNOS PRESUPUESTOS: yCOMO ACERCARSE A LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA HOY? IL HOY DIA renace el interés por la DSI. Juan Pablo II ha tenido, mucho que ver en ello, No s6lo por la abu s y la novedad de muchas de sus tomas de postura, sino sobre todo por su insistencia en el lugar central que ella ocupa en la misién evangelizadora cereemos que en este resurgir hay un fenémeno Responde a cambios profundos en la socie~ dad ya 9s no menos profundos en la Iglesia. Y, sobre todo, responde a una maduracién en la conciencia de los creyentes en cuanto a las relaciones entre la Iglesia y la lad. Este es un tema decisivo de la Iglesia moderna: no ito durante siglos y s6lo abordado en toda su radicalidad Es curioso, sin embargo, que el Concilio pusiera a la DSI honda crisis. No extrafiaré tanto que eso ocurra si se por su origen hit la DSI esté ada de leno con los momentos de mayor incompren- sia y la sociedad moderna. La crisis que le in del Vaticano TI resulta entonces més jada con esperanza, porque (G0 de dictembre de €L ‘saqueyodunt soivadse ap asmprajo £ euasaugodwa so ‘orsa e els1onpa ‘seus z24 Bun 5K ‘opo $2 ou oso o1aq “wded jap 0 SodsiqO oI ap soainzaxp oy vyp9 uo ‘ouamaquapiag “eulstur ey ap reromed ugisiA eun £ owstuoroonpas un v ugiqui™ aanpuod (aruaka19 o[gand [> ed enbseiof e| ap sepeuewio sao4sisa21p) aruapuaosap avout vind opruss ua [$d e] Japuatua onb oysoy un so ‘seaN}IO seiso ua operafexa ap saqey epand anb oj ap uatiew [y esaua8 ua saiwagox9 soy op & (seistpexow so] 2p opo1 2390s) so01991 soy BP EANLIOLUE v| ‘reurwy> ou opueno ‘ousureonspp s1onpas opIs ey eIMbsezoL P| ap BALsTO9p UE} UOIOUDAIOIUF BIS9 ap BroUONIasUOD | sono uo opep wJqBy 28 ou anb jwou oHDISIeW [ep UOIZEMOE 2p euuo) wun g19tuT as apuop odures a1so ua oluowEsizod ony wigs opueceaqns “erst8inp ap opEyse) vy BI ag “sean}I0 Sey nui 9p o19/qo opis ey [eI90$ wULNDOP e| ‘Js epIpUaIUg ‘saqeuosiad sapeptiiqisod sns 9p eprpaw b] ua vonspid By w seprenay] sod 9sse730]89 ‘oquoWEAMIeU ‘A ‘ugistuins ap mijsjdsa woo sepseidooe & sejnqioes aqap oun “su jo “Brouanoasuod ug ‘ouaKax peprunuiod e| ¥ peproIne e] ap saoingatp ap ‘oer od “wes og woyspISaI29 vib csviaf n] ap sorwaumnsop ap ovun{uod un oWOD a1uELLE}|!9UIS “so0aa seno ‘epesopisuda $9 SC ef ‘seBa] opunas wa (Z ‘euistut @] 9p sope19 -tuasa soj9odse resou8! sourazonb ow 1s eanoadsiod e180 3211 -njosqe sowapod ou oad “«eurnsop» sa w1sa18] e| 9p [81908 ‘euisi2op B] anb a1uapiaa sq "sono sod sopipuasde ueas sopra ‘aiuoo sns anb euNIO} 9p ‘opnmuisuen 95 vied ode “syurape 89 [eulnoop odiano [e) owWoD “Tesi9A1uN Zapr{eA eu! wun ‘9p opriop wiapisuod a] 2s oyunfuos je anb jue ac ‘pEPHTTOEISS X prouaisisuos euoio wun r99sod ¥ andait feutsO0p odsano ‘asa anb opinosuos vy as [end fap spAeN v “eISo/3] el op owarstfeu ja 10d opeznuese8 & aj v 10d opestdsur “uorxaysoz ‘ap oouigisty osasoid un ap oIndy so uorseZNEUIOISIS |, ‘aquazaqoo & eonpuraisis eui0y ap sopeziue8i0 ‘sootdojoa1 K safesow! ‘502 zu -np sordiound ap odsona un somapuarua euizs0p 30d '0129}9 ug ‘opesesuco ey osn jo anb ugisoidxa eusstur vy 10d epuod ns ‘eprpuatxo nw eanisod wun sq “oursiep owoo anaurTe -uourepuny 1c] { uopuiativa sauainb ap [9 s9 oso 13 CT vonyso X ststgue 8 sojopughowos sezuawos sowaranb osa sod suowesioa1d ‘usaidlos ap 498 9[ans ug!99e91 B “euoNsend soy oun opuENs IX 98 OU ‘JeqUa# O| Jog “U!OeNUTUCD & SOW! 2080p onb sanbojus osjwNd So] 9p ouns|e opeNtiosUd sow -24 wlouandady UOD {«81593] E] 2p [e190s vULTDOp» uyrsard -x2 | 20 opuens sued x stusuNougrUOdsa suard onb ug? sepengapeuy sapnynoe 0 seansadsizq “1 Isa e[ 2 oy uod osxewrxorde exed 949) auotAUOD sapmatioe gn & soysondnsaid gnb Jauodxa vied upiseoo paep sou oisg “ond soqsesou3u2 ap Lugiotpuoo v ‘sopiya opuais ueysinas sorenuew sors “UoTs -ryip wijdwe 9p ‘ByUass soue So ap SIsuD ew] op samuE “Uor e708 anb sajenuout sojjanbe uo wesn8xy onb soy e essipeur pond anb soaanu seuiay sounsye opeiodioour wey sowaur snoop soyu9i901 spur so] anb ejantuipe as ‘OSROR 1g “SPL! 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Esta con- viccidn provoca entre los creyentes una cierta indiferencia ante este género de problemas, una indiferencia tefiida de hhumildad a veces, pero falta de interés a fin de cuentas. La DSI deja de ser entonces mi ra la mayoria de los cristianos, quedando reducida al 4) La Gitima actitud que queremos resefiar ti arecidas a la anterior, porque tiende también a gran parte de los creyentes de esta mate~ hora para relacionarla exclusivamente con las vo- caciones especiales. La DSI seria —segin esta manera de ver las cosas— para los que se dedican a la pastoral social 0 a la pastoral obrera, o, mas recientemente, para los que adop- tan una postura comprometida en el tercer mundo o se ins- criben en algiin voluntariado social. Responde, por consi guiente, a una tarea orientada a circulos muy restringidos, el resto no est Hamado a ese tipo de compromiso y se conten- ta.con saber que eso existe, No es raro que estas llamadas «vocaciones especiales» sean tema de conversacién en ambientes eclesiales, unas ve~ ces para admirarlas y otras para criticarlas, pero siempre con el tono de quien parece estar hablando de algo que le es ajeno, Estamos convencidos de que estas cuatro actitudes res- ponden a otras tantas formas incorrectas de entender la DST. Enseguida veremos por qué, pero antes insistiremos una vez més en la importancia de caer en la cuenta de ellas. Si es cierto que hoy renace el interés por la doctrina social no es frecuente que esto ocurra desde presupuestos erréneos, del lo de los mencionados. Plantearse entonces cémo en: jiar hoy docirina social o cémo iniciar a la gente en la let 14 ra de Jos documentos, sin examinar estos presupuestos pre~ vios, puede llevar a resultados no deseados. 2. ¢Ensefiar o iniciar? - Est pregunta no es banal ni superflua. En ambientes ecle- siales es frecuente que surja esta cuestiOn: ,c6mo ensefiar hoy la doctrina social de la Iglesia? La gente se vuelve a interesar por el tema, pero los documentos son dificiles y poco asequibles, y los libros escasos. Tampoco se dispone de mucho tiempo para ambientar el estudio con un conoci- miento somero del contexto histérico de cada documento. {Como resolver estas dificultades? Quizas antes de estas cuestiones précticas conviene abor- dar otra mas de fondo: {cual es el objetivo propuesto? ¢En- sefiar? Porque ensefiar equivale, al menos en el lenguaje corriente, a transmitir conocimientos. Y aqui no se tratarfa sélo de eso, por excelente que fuera la sistematizacién de conceptos que pudiéramos ofrecer. Hay unas actitudes pre- vias, sin las cuales los conocimientos adquiridos caen en saco roto 0 incluso producen efectos contraproducentes. Por 50 hemos comenzado estas paginas hablando de actitudes insuficientes 0 perspectivas inadecuadas. ,Cuéles son, en- tonces, esas actitudes que habria que potenciar? x Por eso nos parece preferible «iniciary a «ensefiar». Por- que «iniciar» supone suscitar estas actitudes que van a con- dicionar luego todos los conocimientos adquiridos. En otras palabras, poner las bases para que los documentos sean de- bidamente interpretados y aplicados.~ Desde el punto de vista pastoral, estas observaciones son elementales. No se debe eludir estas cuestiones previas, por grandes que sean las urgencias o por mucha que sea la nece- sidad de reducir el tiempo de iniciacién. No es més, por otra parte, que un criterio de sana pedagogfa: situarse en la 6pti- ca del interlocutor y preguntarse si 1o que queremos comu- nicarle responde a sus expectativas. ante la doctrina social de la Iglesia No basta con afirmar la importancia de estas actitudes. Es preciso el esfuerzo por concretarlas, por ello las vamos a reducir a tres. Mas atin, con objeto de que aparezca su raz6n de ser, las derivaremos de lo que, a nuestro parecer, son caracterfsticas de la DSI. Cada uno de estos rasgos nos dard pie para proponer una actitud desde la que acercarnos a ella, 3.1. Dimensi6n histérica de la doctrina social de la Iglesia Estamos demasiado acostumbrados a entender la DSI como adoctrina», Es més, no es raro que los manuales adopten este enfoque: seleccionan una serie de temas que ordenan sisteméticamente con vistas a presentar un cuerpo de princi- pios coherentes que puedan ser aplicados para iluminar los complejos problemas de la vida social. Tal enfoque es, en principio, perfectamente correcto. Y existen muy buenos ma- rnuales que estén concebidos y elaborados con esos criterios, in embargo, presenta algunas dificultades, inmediata- res del momento hist6rico en que se redacté. El doc to pretende, ante todo, dar una respuesta a esos problemas, mas que ofrecer una doctrina de valor atemporal. Es cierto que se echa mano de principios doctrinales, pero s6lo en la medida en que iluminan una situaci la misma formulacién de la doctrina se observa el peso de es y las corrientes de pensamiento de cada Este esfuerzo por acercarse a una realidad, siempre cam- biante y siempre problemética, y por iluminarla desde la fe y desde el evangelio, es lo més valioso de cada documento, Por el contrario, cuando esta perspectiva se pierde, entonces * mente el contexto histérico en que cada texto se eseribis. 16 Sélo entonces se percibe todo su alcance, Lo que ha de buscarse en ellos no es tanto la aplicacién inmediata al mo- ‘mento actual jempre conseguido por igual) de responder a los desafios histéricos desde 1a expe- riencia de la fe iluminada por la presencia del Espiritu, Es cierto que este enfoque puede ser tachado de histo- ista. Es el peligro que muchos las afirmaciones de cada enciclica s6lo tienen ven en él. S validez plena en relacién con unos problemas muy determi- nados, {qué garantfa nos merecen? ;No es eso abandonarse ‘a la pura improvisacién, por mucho que se cuente con la asistencia del Espiritu? ;Qué queda del patrimonio doctrin de la Iglesia, que se ha ido configurando, también en el campo de las cuestiones sociales, a lo largo de siglos? No quisigramos q\ esa fuera la conclusién que se sacara en el carfcter hist6rico de la DSI Cuando se lee la serie de documentos que se han ido suce- diendo a lo largo de més de un siglo, se descubre la fntima relacién que los une a todos. Hay como una especie de hilo conductor. Lo que se dice en cada enciclica no se puede entender sin tener presente lo que afirmaron las anteriores, aunque ninguna se limite a repetir sin més formulaciones més antiguas, Sin duda hay un avance progresivo de una a otra. Pero este no puede interpretarse como un repetir los mismos principios ante situaciones diversas; tampoco como ‘una ampliacién temitica, como un mero afiadir nuevos pun tos que se yuxtaponen'a los ya conocidos, sin llegar a modificarlos. Cuando se estudian en conjunto todos los do- ‘cumentos se tiene la impresién de algo que esté en un per- manente proceso de remodelacién. Dicho de otra manera, cada documento supone repensar el conjunto, volver 3 matizar los conceptos y reformular muchos aspectos. nguiendo en- re principios y aplicaciones: los primeros ten idez universal, mientras que las a de la Congregacién para la educacién catélica también ha distinguido entre «principios siempre validos» y «juicios con- tingentes», sujetos estos tltimos a «las circunstancias cam- biantes de la historia» y orientados «esencialmente a la ac cién o praxis cristianay* Estas distinciones son muy iit ble proyeccién hist6rica y prac 108, sin lo cual estos teri reducidos a t6pi 's para subrayar 1a i de los grandes princi fan por gastarse y que lado de los documentos nos rece descubrir algo que no llega a expresarse del todo con las distinciones mencionadas, Porque no son sélo las aplica- 's las que van cambiando, Es también la forma de pre- €, por ejemplo, el énfasis que ponen las primeras enefclicas en la prop eda constituida como el fundamento de todo el ord ima en a Rerum novarum), y cémo posteriormente es o el que pasa a ocupar el primer lugar (ya desde Mater et magistra). Y cambia también el alcance de las mismas form: doctrinales. Siguiendo con el ejemplo de la doctrina sobre la ar el contraste entre Ta ins cién de las diferentes modalidades de propii Pi la Gaudium et spes, Por eso creemos que la innegable dis- tincién entre principios y aplicaciones puede ser comple- mentada con esta idea de una remodelacién continua de la doctrina, donde lo que evoluciona no son sélo las conse- cuencias précticas 0 aplicaciones Cudl es el fondo 0 Ia esencia misma de toda esta histo- ria? Lo que uno percibe en ella es fa vida misma de la Igle- sia, empé de reflexion urgencia apostdlica de responder a los asunt pan en cada momento a la humanidad o a una parte de ella, NA, El desaflo de ta paz. La pr 983. ACI PARA LA EDUEACION CATELICA, 0.6, 3 1a de Dios y nuestra respuesta, PPC. Se trata de un proceso siempre abierto, porque nunca se puede decir definitivamente concluido algo que esté en fin- Gin de Ia evolucién misma de la sociedad, que tan espec~ tacularmente se ha acelerado en estas ditimas décadas. Desde el punto de vista pedagégico este enfogue es cl ue nos parece mas iluminador, Otros enfoques son acepta- bles. Pero cuando se hace el esfuerzo de meterse dentro de ese proceso y acompafarlo, uno llega a impregnarse de esa capacidad de reflexién y de permanente confrontacién entre la realidad social y los imperativos de la fe <” Por eso Ia primera actitud a inculcar para acercarse adecuadamente a la DSI es asumir esa historia como nues- tra propia historia, situarse dentro de ella, Ocurre como en ¢l caso de la familia. La historia de una familia forma parte de Ia identidad personal de cada uno de sus miembros, y no es posible desprenderse de ella. Eso no significa que seamos, ciegos a sus defectos y limitaciones. Pero algo que consti- tuye nuestra identidad colectiva no podemos ignorarlo como sino nos concerniera Cuando se critica la DSI ocurre a veces que se acierta en el contenido de la critica, pero se yerra en la actitud, porque se hace como quien habla de una realidad que no le incum- be, como de algo totalmente ajeno. El amor a la Iglesia no exeluye la conciencia Nicida de sus defectos, pero matiza la actitud con que se hace la de- nuncia y se proponen soluciones, A eso nos referimos cuan- do hablamos de asumir esta historia de la confrontacién de Ia Iglesia con Ta realidad social (que es lo que subyace @ la doctrina social), como algo nuestro en cuanto miembros de * Sobre la importancia de ct A. Mansa, ICADE 23 (189) ar naa social de la Iglesia 3.2. La doctrina social como tarea de toda la Iglesia Antes hemos cuestionado @ aquellos que ent como un conjunto de reflexiones y directrices emanadas de la jerarqufa, sin participacién alguna de la co- munidad creyenie. A lo mas se admite que los papas, 0 en su caso los obispos, hayan podido recabar la ayuda de ex pertos competentes en distintos ambitos de la actividad so- cial Es cierto que los documentos de 1a autoridad eclesial oct pan un lugar insustituible en la DSI, cosa que casi no habia ‘ocurrido en este campo de la moral antes de Leon XII, y que apenas ocurre atin hoy en otros Ambitos de la misma. Pero esto en modo alguno justifica que nos refiramos a ellos como el nico punto de referencia de dicha doctrina, Muy al contrario, es preciso preguntarse qué lugar ocupa en esa re- flexién del magisterio la praxis de los cristianos, su vida y su experiencia de fe en confrontacién con las realidades so- ciales. Basta conocer un poco la vida de Ia Iglesia en los mo- mentos en que fueron apareciendo los textos para compren- der cémo toda ella queda de algdn modo reflejada en las viginas que salen de la pluma del magisterio. No s6lo la realidad exterioi rre-en el seno mismo de los textos. Se ercibe en ellos cémo los creyentes (cada uno desde su nentalidad y desde su percepcién de la realidad) intentan dar respuesta a los problemas de medida en que unas veces convergen entre sf por responder a cosmovisiones as posturas de tradicionalistas, liberales, 0 cat6- icos. so wergentes en las cltimas d siglo XIX, se adivinan tras las afirmaciones de la Rerum novarum y los restantes documentos de Leén Se ve cémo este papa pretende terciar entre opiniones diferentes, al- ‘gunas (Jas menos) completa Ja mayorfa representadas por diferentes sectores eclesiales, y ottas s diferentes, 20 afirmar, a la vista de este hecho, que la vida va ite de los textos. Estos no hubieran sido posibles sin aquella, En realidad, cada enciclica viene a ser como un alto en el camino, una parada para hacer balance. Pero este balance no puede sino apoyarse en la percepcién de la teali- dad mediada por la experiencia plural de los cristianos: la DSI es ante todo un proceso de reflexién que se apoya (p0- demos afiadir ahora) en la vida de toda la Iglesia Dicho proceso nunca puede considerarse cerrado, al me- nos mientras existan creyentes dispuestos a vivir responsa- Dlemente desde la fe su insercién en el mundo y a poner toda la fuerza de su esperanza en el esfuerzo transformador de la realidad social y estructural. Ninguna enciclica debe ser tenida como la altima palabra doctrinal, como una toma de posicién que cierre todas las puertas para ulteriores re- flexiones y experiencias. Como balance provisional es mas bien una llamada a avanzar y descubrir nuevos horizontes. justificada la actitud de quienes se ‘@ que la jerarquia hable para indicar qué debemos pensar sobre determinados fen6menos histéricos y cémo de- a no es la debida obediencia a la jerarqu id asi, gno es més bien el reflejo de una psicolo- insegura que prefiere actuar siempre descargando la jad en otros? El creyente esté llamado a ser més y creativo, He aquf, por tanto, la segunda actitud ante la doctrina social que queriamos inculcar: sentimnos prota- gonistas de ella, y no s6lo destinatarios de directrices ema- nadas de arriba, En este complejo proceso de reflexidn esta icada la Iglesia toda, cada uno desde el lugar que ocupa en la sociedad y desde la funcién que le corresponde en la ‘comunidad, Esta conciencia de la responsabilidad que a todos incum- be en la Iglesia ido ganando fuerza a partir sobre todo eclesiologia que a partir de él se desarro- lé*, Sobre este punto insistiremos en el capitulo siguiente. Permitasenos ahora citar un pasaje de la Octogesima adve- rniens de Pablo VI que recoge este enfoque de la DSI como ccitacién de los presupuestos de esa eclesiolo, donde radica lo mas sin la que no hubiera sido posible ese nuevo despertar a que nos hemos referido: & «Frente asi na palabra tnica, como también proponer una soluci6n con valor universal. No’es este nuestro prop6si sign, Incumbe a Jas comunidades de reflexién, normas de juicio y directrices de accién segin las Sociales de ia Iglesia tal como han sido elaboradas de la historia... A estas comunidades ci discernir, con la ayuda del Es obispos responsables, cristianos y con todos los hombres de buena volunt ciones y los compromisos que conviene asumir para re: las transformaciones sociales, politicas y econdmicas que se consideren de urgente necesidad en cada caso» (OA 4). + Pablo VI comienza reconociendo que, ante la compleji- dad de los problemas y la pluralidad de las situacion sulta imposible ofrecer soluciones de alcance universal partir de esa constatacién propone lo que habrian de hacer las comunidades cristianas: entrar en un proceso de andi de Ia realidad, juicio desde la fe y opciones para actuar Dicho proceso no se queda en lo doctrinal, ni siquiera en cl juicio ético de las situaciones, sino que termina en el ceso en el que esti empefiada Ia Iglesia entera comunidades locales: todos deben participar en el con la acci los tres momentos sucesivos que des- embocan en un discernimiento sobre opciones pra Los expertos aportardn su ciencia, la gente que en los distintos ambientes oftecerd su contacto directo con jorme, a la jerarquia le corresponder4, ante todo, la animacién de ese proceso eclesial. Insistimos en . n0 S610 22 este tltimo aspecto porque contribuye a enriquecer y clarifi-~ car e] papel de la jerarqui Normalmente se le asigna la funcién magisterial, que se tarfa en el segundo momento del proceso. Y es indiscuti- ble que a los pastores les queda reservada una palabra de siva en el aspecto doctrinal de los problemas. Pero este pa- saje le atribuye otra funcién, anterior y mas englobante, que « cabrfa designar como pastoral: impulsar, estimular y animar ‘a comunidad creyente para que afronte este proceso, isis de la realidad, juicio ético y discernimiento préc- tico. Por desgracia, no siempre se insiste debidamente en la importancia de este quehacer pastoral. 3.3, La doctrina social como elemento constitutivo de la misidn de la Iglesia ‘Toca ahora analizar la postura de quienes creen que la DSI es para unos pocos: para gente altamente especializada 0 para aquellos que han sentido una vocacién especial con vistas al compromiso social. Frente a quienes asi piensan hay que dejar bien sentado que la doctrina social es para todos, porque es un elemento constitutive de la vivencia de la fe. ‘~También aqui hay que invocar al concilio Vaticano IT y su eclesiologia. Los documentos conciliares dejan muy claro dos puntos, Primero, que la Iglesia s6lo se entiende desde su misién, que consiste en ser testigo de Dios ante el mundo y comunicar a este el mensaje de salvacién de parte de Dios. fa en esta direcci6n aflos mas tarde cuando cidn propia de la Iglesi existe para evangelizar» (Evangelit nuntiandi 14). Pero, en segundo lugar, el mismo Concilio subray6 que esta misién evangelizadora deriva directamente de la voca- cién cristiana, y no de ningén mandato posterior. Por tanto, es responsabilidad no de unos pocos, sino de todos en la Iglesia’ “La Avcién Cal ida por Plo XI y tan florecieme en las déca 23 ido a la fe: pertenece a su fencia auténtica de la fe que aquella que, de una anera ode otra, asume la dimensién evangelizadora, 1a wea de ser testigo de Dios entre los hombres Frente a quienes ponen la esencia de la fe en una viven: intimista o en una relacién profunda pero exclusi Dios, el Vaticano II ha recuperado la mejor tradicién e poner en el centro mismo de la comprensién de la Igle- sia su proyeceién hacia fuera La reflexin posterior ha profundizado en el alcance de este compromiso, sacindolo de los estrechos ' relacién interpersonal para abrirlo a unas dimensiones so- ales mas amplias. La vivencia de la fe tiene que asumir todas las dimensiones de lo real, y esta no se agota en la relaci6n directa de persona a persona, sino que abarca tam- personal, pero al mismo tiempo lo condiciona La Iglesia capt6 la importancia de esta dimen fe a través de la experiencia creciente de las injust uestro tiempo, donde el papel de ades nas del tercer mundo ha sido decisivo, En efecto, es en esos pueblos donde esta experiencia es mas inmediata y sangrante. Posteriormente esta conciencia se ha ido difundiendo por n resistencias, violentas a veces. proceso eclesial puede considerarse el documento del Sinodo de los obispos de 1971 (La justicia en el mundo), en el que se afirma: «La acci6n en favor de la justicia y la participacién en la transformacién del mundo se la predicacién del evange Iglesia para Ia redencién del género humano y la liberacién de toda situacién opresivay’. Todavia unos afios después, Pablo VI en la Evangelit ndi volvi6 sobre este asunto para matizar la relacién de la promocién humana con la evangelizacién. Aun recono- ciendo el peligro de reducir la salvacién en Cristo que la Iglesia anuncia a la promocién humana en este mundo, st- bray cémo entre ambas existen profundos vinculos, de for- ma que no es posible comunicar el anuncio salvifico sin implicarse de alguna manera en la promocién humana. ¥ Desde aqui nace la tercera actitud que suscitar en rela- cidn con la DSI: ef compromiso social es esencial a la fe ida. No se trata s6lo de una cuestién opcional (otra cosa son sus formas concretas), ni siquiera de una obligacién mo- ral derivada de la exigencia de vivir en coherencia con los propios principios o con las propias convicciones. No es algo posterior a la respuesta de la fe, un posible camino para vivir esta, sino que esté ya en el micleo mismo de la respuesta del sujeto humano a ia llamada de Dios. En un momento ulterior habré que coneretar cémo vivir este compromiso. Pero siempre se partiré del supuesto de que Ia vida y la actividad de todo sujeto humano tienen una icidencia sobre las estructuras sociales, y que el creyente yne que plantearse expresamente c6mo esa incidencia suya va a convertirse en mediaciOn para desempefiar su misién de creyente en la sociedad El pluralismo moderno como marco de la doctrina social de la Iglesia Ante todo una pregunta: {qué entendemos por pluralismo? Conviene distinguir al menos dos aspectos de este pluralis- mo, que tan a fondo marca a todas las sociedades contempo- réneas. Cabe hablar, en primer lugar, de pluralismo de intereses. Siempre ha existido. La heterogeneidad social es intrinseca 4 toda sociedad, por minimamente compleja que sea. Pero la sociedad moderna, sobre todo a partir de la industrializaci6n y el desarrollo econémico, ha exacerbado este pluralismo, que se convierte asi en foco permanente de confl 25 1s esfuerzos ‘Tan inevitable es esta dimensién que todos la sociedad se orientan, mas que a eliminarlo, @ contro- lo. Es decir, a procurar que no derive en una lucha abierta de intereses, donde siempre se imponga la ley del més fuer- te, La estructura politica no tiene, en el fondo, otra preten- sién que la de establecer unas reglas del juego que permitan ‘garantizar una convivencia donde los derechos sean respeta- dos, Pero existe otro aspecto del pluralismo, que es el que aqui nos interesa mas: el pluralismo ideoldgico. Consiste en ‘el hecho de que en Ia sociedad moderna coexisten diversas cosmovisiones 0 concepciones del hombre y de la sociedad. Cada una de ellas busca una coherencia enire sus diferentes elementos, pero no puede ocultar que lo que le da su sentido filtimo son un conjunto de valores estructurados segin una determinada jerarquia, Queremos decir con ello que, sin ne- gar la coherencia interna a cada sistema cosmovisional, hay tuna componente no racional que remite a una opci de las personas. Existe, ademés, una conexién innegable entre ambas for- mas de pluralismo. En efecto, muchas veces una cosmi sién ideolégica sirve como instrumento de legi determinados intereses de grupo. Aun asf, el fenémeno del pluralismo ideol6gico es determinante para organizar la con- wuamente asistimos a una confronta- ciGn entre distintas cosmovisiones, enriquecedora sin duda para el conjunto de la sociedad, pero no exenta de peligros. Una sociedad caracterizada por esta forma de pluralismo, como es la nuestra, tiene sus reglas de juego propias. Es reacia a admitir el principio de autoridad. Por eso cuando tiene que buscar respuesta a los interrogantes que surgen cada dia, aun a los mas profundos, no acepta una instancia autoritativa cuyo veredicto sea acogido sin discusién. Eso ocurria en la sociedad antigua, que basaba su consistencia en una estricta jerarquizacién de poderes y autoridades. En Ia sociedad moderna las cosas son de otra manera: existe tuna mayor exigencia de racionalidad, que no esté refiida con la libertad del sujeto para incorporar la dosis de opcionalidad ya aludida. 26 En todo caso, las regles del juego de la sociedad moder- na implican una confrontacién permanente de posturas y al- ternativas, que pretenden afirmarse sobre 1a base de los ar- gumentos que las avalan. Los medios de comunicacién social y cualquier otra plataforma donde estas alternativas ‘ideoldgicas 0 cosmovisionales se confronten son esenciales para comprender los mecanismos a través de los cuales se Forman los diferentes estados de opinién. En una palabra, el pluralismo actual significa, entre otras cosas, que el principio de autoridad ha sido sustituide por una mezcla de racionalidad interhumana y de libre opcién personal. Qué consecuencias tiene esta nueva situacién fa social de la Iglesia? Muchas e importantes. De nos gustaria destacar al menos dos. 1) Podria formularse asf: 1a DSI no puede prescindir de esta exigencia de racionalidad (si quiere estar presente cn los procesos de opinién piblica), pero no puede reducirse a es0 (olvidando su especificidad evangélica). Si la Iglesia, desde la jerarquia y desde cada uno de sus miembros, pretende contribuir en los procesos de transfor- macién de la sociedad, y hacerlo junto con otros que parten de presupuestos cosmovisionales diferentes, no tiene més remedio que aceptar las reglas del juego vigentes cn esta sociedad. Es decir, tiene que hacerse presente en un debate pablico, donde sus propuestas recibirén el apoyo que se de- rive de’ los argumentos que las apoyen y de la autoridad moral (no presupuesta, sino conquistada) de que goce. Sin embargo, no podrd reducirse a eso. Tendré que preguntarse ademés como puede explicitar el mensaje que quiere comunicar (de acuerdo con su misién), cémo mostrar su aleance a partir de los problemas concretos de cada dia, Ja mayoria de los cuales no tienen relacién expresa con la salvacién cristiana. Dificil tarea, ya que el discurso y la accién deben buscar un equilibrio entre racionalidad humana y dimensién cristia- na. Es un equilibrio imposible de establecer de una vez por todas, que exige una sensibilidad especial para incorporat la dosis de anuncio cristiano que cada situacién tolere. El peli- 27 (0 esté en ambos extremos: vivir la fe en un permanente silencio (que ti olvidar la propia id caer en un cierto profetismo «fervorosom (que se empefia en explicitar siempre la fe sin comprobar si se dan las condicio- nes para que el mensaje pueda ser escuchado y entend 2) Pero existe una segunda consecuencia di social: la DSI tiene que contar también con el pluralismo dentro de la Iglesia y plantearse cudles son los limites del pluralismo legitimo dentro de ella Este tema espinoso, sin duda, Pero ineludible. Por- que una Iglesia que vive inmersa en el seno de una sociedad pluralista no puede evitar que el pluralismo la inunde a ella también. Pensar lo contrario seria negar que los creyentes son hijos de su época. Y en el terreno de la doctrina social este pluralismo no es sino cl reflejo de la multitud de cosmovisiones que coexisten en nuestro mundo. Este pluralismo intraeclesial s6lo se podrfa excluir si en la tradicién y en Ia doctrina de la Iglesia se encontrasen respuestas concretas a des orientaciones. Ahi mos (0 debemos coincidir) Ahora bien, las situaciones singulares piden un mayor {que nos suminis- tran las ciencias sociales y los proyectos de sociedad vigen- tes hoy. En la opcién concreta de un creyente interviene la ervienen también otros factores, les les a la fe: el am- biente, la educacién, 1a posicién social, la percepcién de la realidad, etc. La conciencia de esta complejidad debe con- ducir a un respeto profundo a otras opciones dentro de la y al convencimiento de que no es licito rei ficativo de cristiano para ninguna opcién particular’ A ese propési divespentes.0r nadie le ests pern sn ests 28 este pluralismo intraeclesial tiene sus venta- es. Sin duda enriquece, impulsa a la busqueda personal y permite a los cristianos hacerse presen- tes en espacios sociales muy diversos (ocupados por quienes propugnan proyectos muy variados). Pero plantea el proble- ma de sus limites: ;todo proyecto social es compatible con la vision cristiana de y La tendencia a ampliar las posibilidades del compromiso creyente tiene también sus peligros. El pluralismo lleva a veces a una cierta pérdida de la identidad comin de los creyentes que parecen no tener, en la préctica, nada que les haga sentirse unidos. ‘tras veces este pluralismo es tan amplio que llega a bloquear toda iniciativa de diglogo y confrontacién intraecle- sial por Ja distancia que separa a sus miembros unos de otros. Ocurre entonces que estas cuestiones se convierten en verdaderos tabiies que nunea pueden ser abordados en el contexto de la fe comunitaria y eclesial. iacién a la doctrina soci de la Iglesia: punto de partida y meta Es necesario no encerrarnos en una visi6n doctrinal y esencia ista de la DSI. Debemos situar el momento de reflexién doctrinal, cuya importancia nadie discute, en sus verdaderas coordenadas. Dichas coordenadas estin inequivocamente for- muladas ya en el pérrafo de la Octogesima adveniens ante- te citado: la reflexién debe apoyarse en la realidad , conocida y analizada (punto de partida), y debe estar abierta y orientada a la accién y al compromiso cre- yente (meta). 5.1. Apoyarse en la realidad como punto de partida te contacto con la realidad debe entenderse como dialéctica entre cercania y lejania. el contacto directo con lo concreto. Ese con- acto sensibiliza a la persona y le suscita cuestiones. En ese sustituible. Muchas veces la principal dificul- ad para que la gente se interese por la doctrina social es el desconocimiento vital de los problemas. Es frecuente que determinados grupos eclesiales vivan tan encerrados en sus ambientes que leguen a absolutizar su propia experiencia y sean incapaces de pensar que existen otros mundos dife rentes. Sin salir del propio mundo, sin entrar en contacto con otros y compartir sus problemas desde dentro, es muy dificil interesarse por la DSI. Sin sensibilizacién no hay motiva- cién profunda; y si esta falta no hay discurso capaz de con- vencer a nadie de de la doctrina social. El contacto directo con la realidad es, pues, insustituible. Ahora bien, esta cercanfa debe ser compatible también con una cierta toma de distancia, Porque el contacto inme- diato hace perder la visién de conjunto donde la situacién singular se inserta. Cuanto més draméticos son los prot mas y més directamente se perciben, més dificil resulta objetivarlos y analizarlos. Desde dentro, se pierde 1a perspec- tiva. Por tanto, es necesario de vez en cuando salir, no para guedarse fuera, sino para ampliar el campo de nuestra vi- Para este distanciamiento que permita un s mas objetivo y global, la aportacién de las ciencias sociales es imprescindible, No es raro que el discurso ético eclesial pe- que de una excesiva insistencia en los grandes principios morales. Las ciencias sociales aportan realismo a la reflexién moral. En este sentido son el mejor antidoto contra el voluntaris- mo, que tantos estragos ha causado entre militantes cris nos dotados de una voluntad encomiable. Una cosa son los andes ideales y el deseo de que las cosas cambien de raiz, 30 y otra cosa son las posibilidades reales de que esas transfor- maciones se leven a cabo. El discurso moral, si cierra los ofdos a los andlisis de las ciencias sociales, termina reduci- do a afirmaciones grandilocuentes desprovistas de toda operatividad. No es extrafio que acaben por despertar un profundo sentimiento de decepcién en quienes se entregaron generosamente a ellas. Pero el recurso a las ciencias sociales no esté exento de dificultades. Hay que comprenderlo precisamente ahora, cuando el recurso a ellas es general, después de una época en que se buscaba mAs el apoyo de la filosoffa. La primera 4ificultad con que se tropieza es su complejidad, que echa para atras a muchos. La segunda, el peligro de manipulacién ideolégica, que tiende a presentar como anélisis riguroso 10 que son intereses de grupo camuflados?, Pero todas estas dificultades no son bice para insistir en la necesidad de acercarnos a la realidad también con el apo- yo de las ciencias sociales, que nos ayudarén a comprender los problemas y a percatarnos de los margenes reales de acciGn sobre esa realidad Complemento insustituible de las ciencias sociales son las ciencias histéricas. No existe problema social sobre el que la historia no arroje su luz. A veces la historia se des- precia porque se la considera tarea de arquedlogos, casi un Iujo insostenible cuando abruma la urgencia de muchas si tuaciones dramaticas. Pero también aqui hay que hacer una Hamada de atencién contra la tentacién de inmediatismo. in negar que hay problemas cuya respuesta no admite dila- in, es conveniente afiadir que las soluciones més estructu- rales son las que de verdad perduran; y estas no pueden basarse en la improvisaci6n, sino que tienen que estar fundamentadas en un estudio detenido de las circunstancias ‘miento, con usa oportuna mee 0 de someterias a la influencia de determinadar ideologis contcarias 4 js datos mismos de la expe creto de personas part jetiva es de enorme ut En consecuencia, contar con personas competentes que asesoren a la comunidad creyente en el momento de discer- nir sus opciones (0 a la jerarqufa cuando elabora un docu- mento) es una medida de prudencia. Mas aun, es la aporta- cién especifica del creyente, especializado en alguna rama del saber, al proceso de reflexién en que se implica toda la Igles’ De hecho, entre los creyentes, unos vivirin méi contacto directo y otros mas en el mundo de la y el estudio. Pues bien, en esta dialéctica cercani ecesario que la vivencia de la fe compartida fa otros a encontrarse en un proceso comin donde cada uno lo en que més directamente est implicado. Es conveniente por fin —y esta es una recomen que va, una vez més, en la linea de Jas actitudes— que lad 10 hagamos con un ‘actitud empética y carifiosa, Porque, desgraciadamente, en estaciones de personas creyentes se da una vi totalmente negativa de la realidad. Todo en la sociedad rece malo; todo es crisis, corrup. cerior de la Tglesia, a una especie de reaccién frente a aque fa esperanzada y opti sociedad que caracteriz6 los afios del Concilio y del (0. Por eso, predomina en los aml va, pe’ nostalgic tento de acercamiento y de hace casi imp didlogo, dicalmente como el ti ‘cada por el pecado y la corrup- a ni es el mejor camino para ser recibida por nuestros contempordneos. 32 5.2. La accidn y el compromiso creyente como meta Ante todo hay que subrayar que se trata de un compromiso personal, no eclesial. {Qué quiere decir esto? Quiere decir que quien se implica én él es una persona particular, no la comunidad eclesial entera. En este sentido, dicho compro- miso llegar mas lejos, en cuanto a concrecién, de Io que pueda llegar la misma Iglesia. No debe entenderse esto como una justificacién para que la Iglesia oficial se mantenga siempre en posturas ambiguas, y descomprometidas. Pero es evidente que el creyente se va a encontrar abocado a alternativas muy concreias, y para s tiene que echar mano de factores que van de lo que el evangelio y la tradicién eclesial le pueden ofrecer Si es cierto que la Igh ia no tiene soluciones concretas, cierto es que el cristiano sf tiene que llegar a optar por ina de esas alternativas. En este sentido, hay que mante- ner que el compromiso personal ha de llegar més lejos que el de la iglesia como comunidad. Tres son los Ambitos mas importantes en que puede desarrollarse este compromiso: el profesional, el social y el politico. Ninguno de ellos debe quedar excluido. El compromiso profesional es el mAs directo e inmediato: se refiere a la actividad que ocupa la mayor parte del tiempo de casi todos, El compromiso social apunta a un émbito més amp! de los planteamientos globales del grupo 0 los grupos en que cada uno se encuentra inserto. Se forman asi asociacio- nes, mi Ja defensa y 1a promocién de unos i icato, grupo religioso o cultural, etc.) en el mar sociedad pluralista y diversificada, donde se mu tereses y puntos de vista diferentes y hasta enfrentados, El compromiso politico, que merece una palabra aparte. la actividad politica. Ni dentro de la Iglesia, ni en la socie~ dad en general. Y, sin embargo, dicha actividad es necesaria para poner orden y mantener unas reglas de juego en esa 33 sociedad tan plural y potencialmente tan ci tanto mas necesaria cuanto mayor es su des el desinterés y el absentismo crecientes sélo sirven para in- crementar los niveles de descontrol y de corrupcién, ‘Mas aiin, es conocida Ia especial teticencia que los cre- yentes han manifestado frente al compromiso cepto cuando este se desarrollaba en unas condiciones muy particulares (estado confesional, partidos confesionales...) Durante mucho tiempo el compromiso social fue, en la Tgle sia, el lugar alternativo de presencia de los cristianos en la ntfas que offecia el terreno po bases para un cambio radi- cal de esta orientacién. Pablo VI detallé en la Octogesima ns las consecuencias de ese nuevo rumbo para el compromiso politico. Sin embargo, estos nuevos horizontes an mucho de haber sido incorporados a la experiencia de los creyentes. De esta forma, la reflexién sobre el compromiso politico de los cristianos y sobre sus alternat vas es una de las tareas mas urgentes que tiene pendientes 1a Iglesia Para terminar este apartado s6lo nos queda una breve referencia al voluntariado social. Cabrfa decir que es una forma organizada de compromiso social. En realidad, siem- pre han existido, en la Iglesia y fuera de ella, vol Pero la relevancia que esté alcanzando hoy esta institucién es una buena muestra de la necesidad de sitar el compro- miso social en condiciones adecuadas. No solamente es un compromiso concreto, efectivo, controlado; es ademas un compromiso preparado, apoyado en un andlisis riguroso de la realidad y de las posibilidades de Por estas. razones es justo dejar constancia aqui de esta iniciativa, en la que se encuentran enrolados tantos creyentes™ 6. Los documentos de la doctrina social y su uso La DSI no puede reducirse a un conjunto de textos escritos, aunque es preciso reconocer el papel insustituible de estos. Constituyen la columna vertebral de ese proceso hist6rico a lo largo del cual Ia Iglesia ha ido enfrenténdose con | acontecimientos més sobresalientes y probleméticos de cada momento. Por eso es conveniente centrar ahora nuestra aten- cién en los documentos mismos, para offecer algunas re- flexiones sobre su contenido y uso. 6.1, La dificultad de su lectura: algunas explicaciones En una primera constatacién, su lectura encierra algunas dificultades: -son textos largos, de una notable extensién, complicados en su estructura y a veces ambiguos en sus formulaciones. Por eso pocas personas se atreven a lecrlos, y menos ain llegan a concluir su lectura A veces se oyen voces que deploran su falta de sentido pastoral y su inacce- sibilidad para el cristiano medio. Efectivamente los documentos son complejos. Pero lo son porque también es compleja la realidad a la que pretenden acercarse. En este sentido habria que alegrarse de esa ‘complejidad de los textos, Si estos simplificaran la realidad para resultar mAs asequibles al piblico, harfan un flaco ser- vicio a la Iglesia y a la sociedad, No es raro que la Iglesia y los creyentes sean acusados de simplismo ingenuo en su andlisis de los problemas sociales. Y hay que reconocer, con humildad, que ciertas manifestaciones eclesiales, brotadas sin duda de una buena voluntad irreprochable, en realidad derivan en un verdadero maniquefsmo. Es cierto que las enciclicas papales tienen como destinata- rio directo a la comunidad eclesial, y de forma prioritaria a Jos que tienen una funcién jerrquica en ella. Pero las indicaciones y juicios que en ellas se hacen pretenden encon- jentes, puesto que abordan proble- trar eco en todos los ai mas que afectan a todos' La Iglesia, a través de sus canales oficiales, aspira a ha- cerse presente en todos los foros de opinién piblica de nues~ tra sociedad. ¥ eso tiene que hacerlo al precio de estar a la altura del nj. La competencia y el rigor analitico son condiciones necesarias, si quiere que su palabra sea minimamente tenida en cuenta, aunque sea para someterla a debate" Todo esto nos lleva a concluir que los documentos de doctrina social no estén pensados en primer término para ponerlos en manos de toda la gente. Es posible que tal afir- macién sorprenda. En todo caso ob! campo para salir al paso de sus consecuencias. Algunos gan a proponer, en este sentido, que se oftezca una versién més breve y popularizada, aunque también oficial, con los aspectos nucleares del texto. Sin ocultar las dificultades que esta propuesta encierra, podrfa ser una experiencia intere- sante de preocupacién pastoral ‘Ahora bien, es justo afiadir que esa exig basta para ex \cia de rigor no 105 textos. Hay que reconocer jos mas que en otros) falta de sistematicidad, repeticiones, pasajes oscuros, incl so traducciones defectuosas. La complejidad del proceso de elaboracién de los documentos, en el que se suceden varios textos e intervienen personas diferentes, puede explicar gunas de estas deficiencias. En algunos pasajes se adivinan incisos que, al ser incorporados, rompen la estructura inicial jel discurso y truncan la légica del mismo. La premura de tiempo para tener a punto las versiones oficiales explica las ncias del estilo e incluso las inexactitudes de traduc- centce sus desi ‘document aun siendo el Esta segunda fuente de dificultades para leer los docu- mentos refleja, como se ve, deficiencias que no son del todo justificables. Hemos intentado explicarlas, pero habria que afiadir que la mayoria de ellas serian subsanables si se pres- tara una mayor atencién al texto y a las traducciones oficia- les. En esta linea estamos convencidos de que es mucho lo ‘que se podria atin avanzar, en beneficio de todos 6.2. La difusién de los documentos algunas propuestas Todo Io que precede no resta valor a los documentos de la DSI. Estos cumplen una funcién esencial en las relaciones de la Iglesia con la sociedad contempordnea. Ahora bien, su eco ¢ influencia en la Iglesia y en la sociedad no pueden medirse s6lo por el niimero de personas que se enfrenta direc- tamente con el texto, Tanto por su cardcter de documentos oficiales como por la riqueza de experiencias que reflejan, se incorporan al patrimonio de la Iglesia y van penetrando en su vida y en la conciencia de sus miembros por los cau- ces més variados Sus ideas se difunden a través de circulos de estudios, actividades pastorales, medios de comunicacién y llegan mu: cho més alli que los textos mismos. Es mas, muchas veces se difunden dichas ideas sin que se sepa cual es su exacta procedencia. Pero esto exige una llamada a la responsabilidad de los que los difunden de una forma mas explicita, de aquellos que estén en condiciones de leerlos y estudiarlos, y luego se encargan de exponer su contenido a través de las clases, la predicaciGn, la catequesis, las revistas 0 publicaciones. idad en la transmisi6n de los contenidos, que de- no es siempre apropiado para entender el contenido, por las ciones de extn lengu, ya muerta, para expresarcuestiones propias de Caritas espatola 37 beria ser un criterio elemental, tropieza no pocas veces con ar los documentos pontificios como apo- yo a posturas personales. Y asi es facil encontrar interpre~ iaciones tan divergentes de algunos textos que parece impo- sible que se esté hablando del mismo document La DSI deja un margen muy amplio para las opciones personales: ;qué necesidad tenemos entonces de hacer decit ‘4 un documento lo que no dice? No serfa preferible que presentéramos lo que son posturas personales desde nuestra propia capacidad de apoyarla en argumentos s6lidos? 6.3. La elaboracién de los documentos: algunas experiencias Normalmente Ios textos son preparados por la jerarqufa responsable de ellos, ayudada por algunos expertos. Todos Jos trabajos se llevan a cabo en estricto secreto. Sélo cuando el texto esti listo se da a conocer. Recientemente, sin embargo, se han ensayado formulas nuevas, buscando una mayor participacién del pueblo de Dios y un mayor eco de los textos mismos. La experiencia de la Conferencia episcopal norteamericana con sus documentos sobre la paz (1983) y la justicia internacional (1986) son dos muestras de ello: los obispos publicuron los sucesivos borradores pidiendo a los cristianos y a toda la sociedad que reaccionaran ante las conclusiones provisionales a que bian legado en sus reflexiones, acompatiados por grupos de expertos. En el caso del primero de los documentos citados ofrecieron hasta tres borradores, a través de los cuales fue- ron perfeccionando sus andlisis y matizando sus conclus Un caso semejante encontramos en la Iglesia latinoame- ricana con motivo de la preparacién de las conferencias de y Santo Domingo. En un determinado momento del fido, por ejemplo, al exponer Ia posta de Juan Pablo tl tudo vot socials como en la Centesimus proceso también se pidi6 a las comunidades eclesiales que estudiaran los documentos de trabajo ¢ hicieran sugerencias sobre ellos. Muchos han cuestionado estas iniciativas por temor a que debiliten la autoridad de los obispos. La experiencia parece mostrar lo contrario: gquién se atreveria a sostener que el episcopado estadounidense o el Latinoamericano han perdido autoridad por esta razén? Por el contrario, su autoridad ha quedado reforzada, como lo muestra el hecho de que han sido capaces de poner a sus Iglesias en actitud de reflexién y discernimiento: no era eso lo que pedia Pablo VI en la Octogesima adveniens?"* Pero ademas se ha logrado con ello al menos otros dos resultados valiosos, En primer lugar, los documentos han penetrado mejor en todos los ambientes, eclesiales 0 no, {Cudntas veces se oyen quejas de que esos grandes docu- mentos pasan casi desapercibidos’? En los casos citados ha ocurrido todo lo contrario, porque desde el comienzo todos se han sentido implicados en un proceso en que se les pedia uuna participacién directa. Pero, en segundo lugar, con esta forma de proceder la Iglesia, y en conereto la jerarquia empleado las reglas del juego vigentes en una sociedad pluralista y democratica a la hora de crear estados de opi- nin, Dentro de la Iglesia, y probablemente mas todavia de ella, estas iniciativas siempre seran acogidas con agrado. 7. Dos recomendaciones finales No queremos termina sugerencias, siempre en la Iinea de facilitar lai DSI. Vienen a ser como presupuestos previos 0 condiciones necesarias para que la iniciacién, en el sentido tantas veces indicado, sea viable. Sobre lay eeservas manifest yl justifies ign del métoda empleada por los obispos americanos, véanse las reflexio nes de I. Macon, presidente dela Conferencia episcopal norteamericana, en Educar en la participacién yen la solidaridad pacién y solidaridad son dos valores centrales en la n mucho de menos en la de nuestro tiempo. La participacién c con la tendencia, tan viva hoy, a retraerse y recluirse en el mundo particular de los intere- ses de cada uno, En la actualidad se habla de crisis de la que ha sido casi ahogada por el desarrollo en del Estado y por el creciente bien- estar de muchos pafses. Educar en la participacién significa contribuir a revitalizar y rearticular la sociedad civi jad fue definida bellamente por Juan Pablo II como ula virtud que nos hace sent todos responsables de todos» (SRS 42). Es el complemento de la participacién, Jo que le da su més hondo sentido y la preserva del peligro de orientarse s6lo a la defensa de los intereses propios. Solo cuando esta doble actitud esté arraigada en el cora~ z6n del creyente, la DSI serd algo més que una doctrina fifa y alejada de su mundo de preocupaciones. 7.2. Promover comunidades cristianas abiertas ‘Toda Ia presentacién de la doctrina social que precede est presuponiendo que la comunidad eclesial es una realidad viva y operante. Pero sabemos que la res de eso, De ahi que al final tengamos que con: futuro de 1a DSI depende en gran parte del futuro de las comunidades cristianas. Ese es uno de los mayores desat s con que se encuentra 2 io. Porque no bastan onglomerados de files que acuden en ciertas ocasiones a un lugar comtin: se necesitan comunidades auténticas, que celebren, compartan y disciernan desde la fe. Sin ellas el compromiso cristiano de transformar la realidad seré u tarea individual y, por consiguiente, empobrecida, Tales comunidades ci han de ser, ademés, abier- 40 tas. No estamos, hoy, exentos de la tentacién de recurrir al gueto eclesial, acaso como consecuencia de sentirnos, en un mundo tan secular como el nuestro, demasiado desasistidos y como a la intemperie. Una comunidad cristiana abierta es aquella que no en- cuentra toda su razén de ser dentro de sf, que no vive per- anentemente ocupada en sus problemas (0 en sus conflic- tos) internos; es una comunidad consciente de que el lugar por excelencia del cristiano es el mundo, y su misién esen- cial la de testigo; es una comunidad donde encuentran eco los gozos y las alegrias, las inquietudes y los interrogantes de todos los hombres". Si no existen en la Iglesia comunidades con ese estilo faltard e] motor esencial para que el creyente sea lanzado en medio del mundo; faltaré también Ja plataforma que le dé respaldo en este quehacer. Recuérdese el texto con el que comienzs la Ga espe 41

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