Dimensién histérica de la Doctrina Social de Ia iglesia ~ Pbro. Carlos Accaputo ~ Agosto 2019
Creyentes en la vida publica, iniciacion a la doctrina social de la Iglesia, Idelfonso Camacho
on eee
Guia de Lectura
éCudles son las causas del renacer de la DSI?
Sefiale las perspectivas 0 actitudes inadecuadas ante la DS!
éHay que iniciar 0 ensefiar? éPor qué?
Sefiale las tres actitudes basicas ante la DSI. éPor qué?
éCudl es el punto de partida y la meta de la DSI?
éPor qué educar en la participacién y la solidaridad promoviendo comunidades
cristianas abiertas?onso Camacho
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Caen eee ee ene en aC
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wAimYi\ pei) (orn
Iniciaci6n a la
eletendeiatmrolet-1|
de la Iglesiac
ALGUNOS PRESUPUESTOS:
yCOMO ACERCARSE A LA DOCTRINA
SOCIAL DE LA IGLESIA HOY?
IL
HOY DIA renace el interés por la DSI. Juan Pablo II ha
tenido, mucho que ver en ello, No s6lo por la
abu s y la novedad de muchas de
sus tomas de postura, sino sobre todo por su insistencia en
el lugar central que ella ocupa en la misién evangelizadora
cereemos que en este resurgir hay un fenémeno
Responde a cambios profundos en la socie~
dad ya 9s no menos profundos en la Iglesia. Y, sobre
todo, responde a una maduracién en la conciencia de los
creyentes en cuanto a las relaciones entre la Iglesia y la
lad. Este es un tema decisivo de la Iglesia moderna: no
ito durante siglos y s6lo abordado en toda su radicalidad
Es curioso, sin embargo, que el Concilio pusiera a la DSI
honda crisis. No extrafiaré tanto que eso ocurra si se
por su origen hit la DSI esté
ada de leno con los momentos de mayor incompren-
sia y la sociedad moderna. La crisis que le
in del Vaticano TI resulta entonces més
jada con esperanza, porque
(G0 de dictembre de€L
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“soanafgo sojedroutad'sns anua ‘auan o1qi asa “epelotjousq
gues anb vy ap sistu9 wun sa ‘our 404 “sazeij!oU09 sonbosua3) Una tercera actitud suele darse ante la DSI, la que
pone de relieve sobre todo su complejidad, En sus documen:
tos se tocan problemas tan complejos —se dice— que des-
bordan por completo al creyente medio. Los problemas eco-
némicos, sociales 0 pol tan complicados que ¢s
necesario dejar a los obispos que hablen, convenientemente
asesorados por técnicos y personas competentes. Esta con-
viccidn provoca entre los creyentes una cierta indiferencia
ante este género de problemas, una indiferencia tefiida de
hhumildad a veces, pero falta de interés a fin de cuentas. La
DSI deja de ser entonces mi ra la mayoria de los
cristianos, quedando reducida al
4) La Gitima actitud que queremos resefiar ti
arecidas a la anterior, porque tiende también a
gran parte de los creyentes de esta mate~
hora para relacionarla exclusivamente con las vo-
caciones especiales. La DSI seria —segin esta manera de
ver las cosas— para los que se dedican a la pastoral social 0
a la pastoral obrera, o, mas recientemente, para los que adop-
tan una postura comprometida en el tercer mundo o se ins-
criben en algiin voluntariado social. Responde, por consi
guiente, a una tarea orientada a circulos muy restringidos, el
resto no est Hamado a ese tipo de compromiso y se conten-
ta.con saber que eso existe,
No es raro que estas llamadas «vocaciones especiales»
sean tema de conversacién en ambientes eclesiales, unas ve~
ces para admirarlas y otras para criticarlas, pero siempre
con el tono de quien parece estar hablando de algo que le es
ajeno,
Estamos convencidos de que estas cuatro actitudes res-
ponden a otras tantas formas incorrectas de entender la DST.
Enseguida veremos por qué, pero antes insistiremos una vez
més en la importancia de caer en la cuenta de ellas. Si es
cierto que hoy renace el interés por la doctrina social no es
frecuente que esto ocurra desde presupuestos erréneos, del
lo de los mencionados. Plantearse entonces cémo en:
jiar hoy docirina social o cémo iniciar a la gente en la let
14
ra de Jos documentos, sin examinar estos presupuestos pre~
vios, puede llevar a resultados no deseados.
2. ¢Ensefiar o iniciar?
- Est
pregunta no es banal ni superflua. En ambientes ecle-
siales es frecuente que surja esta cuestiOn: ,c6mo ensefiar
hoy la doctrina social de la Iglesia? La gente se vuelve a
interesar por el tema, pero los documentos son dificiles y
poco asequibles, y los libros escasos. Tampoco se dispone
de mucho tiempo para ambientar el estudio con un conoci-
miento somero del contexto histérico de cada documento.
{Como resolver estas dificultades?
Quizas antes de estas cuestiones précticas conviene abor-
dar otra mas de fondo: {cual es el objetivo propuesto? ¢En-
sefiar? Porque ensefiar equivale, al menos en el lenguaje
corriente, a transmitir conocimientos. Y aqui no se tratarfa
sélo de eso, por excelente que fuera la sistematizacién de
conceptos que pudiéramos ofrecer. Hay unas actitudes pre-
vias, sin las cuales los conocimientos adquiridos caen en
saco roto 0 incluso producen efectos contraproducentes. Por
50 hemos comenzado estas paginas hablando de actitudes
insuficientes 0 perspectivas inadecuadas. ,Cuéles son, en-
tonces, esas actitudes que habria que potenciar?
x Por eso nos parece preferible «iniciary a «ensefiar». Por-
que «iniciar» supone suscitar estas actitudes que van a con-
dicionar luego todos los conocimientos adquiridos. En otras
palabras, poner las bases para que los documentos sean de-
bidamente interpretados y aplicados.~
Desde el punto de vista pastoral, estas observaciones son
elementales. No se debe eludir estas cuestiones previas, por
grandes que sean las urgencias o por mucha que sea la nece-
sidad de reducir el tiempo de iniciacién. No es més, por otra
parte, que un criterio de sana pedagogfa: situarse en la 6pti-
ca del interlocutor y preguntarse si 1o que queremos comu-
nicarle responde a sus expectativas.ante la doctrina social de la Iglesia
No basta con afirmar la importancia de estas actitudes. Es
preciso el esfuerzo por concretarlas, por ello las vamos a
reducir a tres. Mas atin, con objeto de que aparezca su raz6n
de ser, las derivaremos de lo que, a nuestro parecer, son
caracterfsticas de la DSI. Cada uno de estos rasgos nos dard
pie para proponer una actitud desde la que acercarnos a ella,
3.1. Dimensi6n histérica
de la doctrina social de la Iglesia
Estamos demasiado acostumbrados a entender la DSI como
adoctrina», Es més, no es raro que los manuales adopten
este enfoque: seleccionan una serie de temas que ordenan
sisteméticamente con vistas a presentar un cuerpo de princi-
pios coherentes que puedan ser aplicados para iluminar los
complejos problemas de la vida social. Tal enfoque es, en
principio, perfectamente correcto. Y existen muy buenos ma-
rnuales que estén concebidos y elaborados con esos criterios,
in embargo, presenta algunas dificultades,
inmediata-
res del momento hist6rico en que se redacté. El doc
to pretende, ante todo, dar una respuesta a esos problemas,
mas que ofrecer una doctrina de valor atemporal. Es cierto
que se echa mano de principios doctrinales, pero s6lo en la
medida en que iluminan una situaci
la misma formulacién de la doctrina se observa el peso de
es y las corrientes de pensamiento de cada
Este esfuerzo por acercarse a una realidad, siempre cam-
biante y siempre problemética, y por iluminarla desde la fe
y desde el evangelio, es lo més valioso de cada documento,
Por el contrario, cuando esta perspectiva se pierde, entonces
* mente el contexto histérico en que cada texto se eseribis.
16
Sélo entonces se percibe todo su alcance, Lo que ha de
buscarse en ellos no es tanto la aplicacién inmediata al mo-
‘mento actual jempre conseguido por
igual) de responder a los desafios histéricos desde 1a expe-
riencia de la fe iluminada por la presencia del Espiritu,
Es cierto que este enfoque puede ser tachado de histo-
ista. Es el peligro que muchos
las afirmaciones de cada enciclica s6lo tienen
ven en él. S
validez plena en relacién con unos problemas muy determi-
nados, {qué garantfa nos merecen? ;No es eso abandonarse
‘a la pura improvisacién, por mucho que se cuente con la
asistencia del Espiritu? ;Qué queda del patrimonio doctrin
de la Iglesia, que se ha ido configurando, también en el
campo de las cuestiones sociales, a lo largo de siglos?
No quisigramos q\
esa fuera la conclusién que se sacara
en el carfcter hist6rico de la DSI
Cuando se lee la serie de documentos que se han ido suce-
diendo a lo largo de més de un siglo, se descubre la fntima
relacién que los une a todos. Hay como una especie de hilo
conductor. Lo que se dice en cada enciclica no se puede
entender sin tener presente lo que afirmaron las anteriores,
aunque ninguna se limite a repetir sin més formulaciones
més antiguas, Sin duda hay un avance progresivo de una a
otra. Pero este no puede interpretarse como un repetir los
mismos principios ante situaciones diversas; tampoco como
‘una ampliacién temitica, como un mero afiadir nuevos pun
tos que se yuxtaponen'a los ya conocidos, sin llegar a
modificarlos. Cuando se estudian en conjunto todos los do-
‘cumentos se tiene la impresién de algo que esté en un per-
manente proceso de remodelacién. Dicho de otra manera,
cada documento supone repensar el conjunto, volver 3
matizar los conceptos y reformular muchos aspectos.
nguiendo en-
re principios y aplicaciones: los primeros ten
idez universal, mientras que las ade la Congregacién para la educacién catélica también ha
distinguido entre «principios siempre validos» y «juicios con-
tingentes», sujetos estos tltimos a «las circunstancias cam-
biantes de la historia» y orientados «esencialmente a la ac
cién o praxis cristianay*
Estas distinciones son muy iit
ble proyeccién hist6rica y prac
108, sin lo cual estos teri
reducidos a t6pi
's para subrayar 1a i
de los grandes princi
fan por gastarse y que
lado de los documentos nos
rece descubrir algo que no llega a expresarse del todo con
las distinciones mencionadas, Porque no son sélo las aplica-
's las que van cambiando, Es también la forma de pre-
€, por ejemplo, el énfasis que ponen las
primeras enefclicas en la prop eda constituida
como el fundamento de todo el ord
ima en a Rerum novarum), y cémo posteriormente es
o el que pasa a ocupar el primer lugar (ya desde
Mater et magistra).
Y cambia también el alcance de las mismas form:
doctrinales. Siguiendo con el ejemplo de la doctrina sobre la
ar el contraste entre Ta ins
cién de las diferentes modalidades de propii Pi
la Gaudium et spes, Por eso creemos que la innegable dis-
tincién entre principios y aplicaciones puede ser comple-
mentada con esta idea de una remodelacién continua de la
doctrina, donde lo que evoluciona no son sélo las conse-
cuencias précticas 0 aplicaciones
Cudl es el fondo 0 Ia esencia misma de toda esta histo-
ria? Lo que uno percibe en ella es fa vida misma de la Igle-
sia, empé de reflexion
urgencia apostdlica de responder a los asunt
pan en cada momento a la humanidad o a una parte de ella,
NA, El desaflo de ta paz. La pr
983.
ACI PARA LA EDUEACION CATELICA, 0.6, 3
1a de Dios y nuestra respuesta, PPC.
Se trata de un proceso siempre abierto, porque nunca se
puede decir definitivamente concluido algo que esté en fin-
Gin de Ia evolucién misma de la sociedad, que tan espec~
tacularmente se ha acelerado en estas ditimas décadas.
Desde el punto de vista pedagégico este enfogue es cl
ue nos parece mas iluminador, Otros enfoques son acepta-
bles. Pero cuando se hace el esfuerzo de meterse dentro de
ese proceso y acompafarlo, uno llega a impregnarse de esa
capacidad de reflexién y de permanente confrontacién entre
la realidad social y los imperativos de la fe
<” Por eso Ia primera actitud a inculcar para acercarse
adecuadamente a la DSI es asumir esa historia como nues-
tra propia historia, situarse dentro de ella, Ocurre como en
¢l caso de la familia. La historia de una familia forma parte
de Ia identidad personal de cada uno de sus miembros, y no
es posible desprenderse de ella. Eso no significa que seamos,
ciegos a sus defectos y limitaciones. Pero algo que consti-
tuye nuestra identidad colectiva no podemos ignorarlo como
sino nos concerniera
Cuando se critica la DSI ocurre a veces que se acierta en
el contenido de la critica, pero se yerra en la actitud, porque
se hace como quien habla de una realidad que no le incum-
be, como de algo totalmente ajeno.
El amor a la Iglesia no exeluye la conciencia Nicida de
sus defectos, pero matiza la actitud con que se hace la de-
nuncia y se proponen soluciones, A eso nos referimos cuan-
do hablamos de asumir esta historia de la confrontacién de
Ia Iglesia con Ta realidad social (que es lo que subyace @ la
doctrina social), como algo nuestro en cuanto miembros de
* Sobre la importancia de
ct A. Mansa,
ICADE 23 (189)
ar
naa social de la Iglesia3.2. La doctrina social
como tarea de toda la Iglesia
Antes hemos cuestionado @ aquellos que ent
como un conjunto de reflexiones y directrices
emanadas de la jerarqufa, sin participacién alguna de la co-
munidad creyenie. A lo mas se admite que los papas, 0 en
su caso los obispos, hayan podido recabar la ayuda de ex
pertos competentes en distintos ambitos de la actividad so-
cial
Es cierto que los documentos de 1a autoridad eclesial oct
pan un lugar insustituible en la DSI, cosa que casi no habia
‘ocurrido en este campo de la moral antes de Leon XII, y
que apenas ocurre atin hoy en otros Ambitos de la misma.
Pero esto en modo alguno justifica que nos refiramos a ellos
como el nico punto de referencia de dicha doctrina, Muy al
contrario, es preciso preguntarse qué lugar ocupa en esa re-
flexién del magisterio la praxis de los cristianos, su vida y
su experiencia de fe en confrontacién con las realidades so-
ciales.
Basta conocer un poco la vida de Ia Iglesia en los mo-
mentos en que fueron apareciendo los textos para compren-
der cémo toda ella queda de algdn modo reflejada en las
viginas que salen de la pluma del magisterio. No s6lo la
realidad exterioi rre-en el
seno mismo de los textos. Se
ercibe en ellos cémo los creyentes (cada uno desde su
nentalidad y desde su percepcién de la realidad) intentan
dar respuesta a los problemas de
medida en que unas veces convergen
entre sf por responder a cosmovisiones
as posturas de tradicionalistas, liberales, 0 cat6-
icos. so wergentes en las cltimas d
siglo XIX, se adivinan tras las afirmaciones de la Rerum
novarum y los restantes documentos de Leén Se ve
cémo este papa pretende terciar entre opiniones diferentes, al-
‘gunas (Jas menos) completa
Ja mayorfa representadas por diferentes sectores eclesiales,
y ottas s
diferentes,
20
afirmar, a la vista de este hecho, que la vida va
ite de los textos. Estos no hubieran sido posibles
sin aquella, En realidad, cada enciclica viene a ser como un
alto en el camino, una parada para hacer balance. Pero este
balance no puede sino apoyarse en la percepcién de la teali-
dad mediada por la experiencia plural de los cristianos: la
DSI es ante todo un proceso de reflexién que se apoya (p0-
demos afiadir ahora) en la vida de toda la Iglesia
Dicho proceso nunca puede considerarse cerrado, al me-
nos mientras existan creyentes dispuestos a vivir responsa-
Dlemente desde la fe su insercién en el mundo y a poner
toda la fuerza de su esperanza en el esfuerzo transformador
de la realidad social y estructural. Ninguna enciclica debe
ser tenida como la altima palabra doctrinal, como una toma
de posicién que cierre todas las puertas para ulteriores re-
flexiones y experiencias. Como balance provisional es mas
bien una llamada a avanzar y descubrir nuevos horizontes.
justificada la actitud de quienes se
‘@ que la jerarquia hable para indicar qué debemos
pensar sobre determinados fen6menos histéricos y cémo de-
a no es la debida obediencia a la jerarqu
id asi, gno es més bien el reflejo de una psicolo-
insegura que prefiere actuar siempre descargando la
jad en otros? El creyente esté llamado a ser més
y creativo, He aquf, por tanto, la segunda actitud ante
la doctrina social que queriamos inculcar: sentimnos prota-
gonistas de ella, y no s6lo destinatarios de directrices ema-
nadas de arriba, En este complejo proceso de reflexidn esta
icada la Iglesia toda, cada uno desde el lugar que ocupa
en la sociedad y desde la funcién que le corresponde en la
‘comunidad,
Esta conciencia de la responsabilidad que a todos incum-
be en la Iglesia
ido ganando fuerza a partir sobre todo
eclesiologia que a partir de él se desarro-
lé*, Sobre este punto insistiremos en el capitulo siguiente.
Permitasenos ahora citar un pasaje de la Octogesima adve-rniens de Pablo VI que recoge este enfoque de la DSI como
ccitacién de los presupuestos de esa eclesiolo,
donde radica lo mas
sin la que no hubiera sido posible ese nuevo despertar a que
nos hemos referido:
& «Frente asi na
palabra tnica, como también proponer una soluci6n con valor
universal. No’es este nuestro prop6si
sign, Incumbe a Jas comunidades
de reflexién, normas de juicio y directrices de accién segin las
Sociales de ia Iglesia tal como han sido elaboradas
de la historia... A estas comunidades ci
discernir, con la ayuda del Es
obispos responsables,
cristianos y con todos los hombres de buena volunt
ciones y los compromisos que conviene asumir para re:
las transformaciones sociales, politicas y econdmicas que se
consideren de urgente necesidad en cada caso» (OA 4).
+ Pablo VI comienza reconociendo que, ante la compleji-
dad de los problemas y la pluralidad de las situacion
sulta imposible ofrecer soluciones de alcance universal
partir de esa constatacién propone lo que habrian de hacer
las comunidades cristianas: entrar en un proceso de andi
de Ia realidad, juicio desde la fe y
opciones para actuar
Dicho proceso no se queda en lo doctrinal, ni siquiera en
cl juicio ético de las situaciones, sino que termina en el
ceso en el que esti empefiada Ia Iglesia entera
comunidades locales: todos deben participar en el
con la acci los tres momentos sucesivos que des-
embocan en un discernimiento sobre opciones pra
Los expertos aportardn su ciencia, la gente que
en los distintos ambientes oftecerd su contacto directo con
jorme, a la jerarquia le corresponder4, ante
todo, la animacién de ese proceso eclesial. Insistimos en
. n0 S610
22
este tltimo aspecto porque contribuye a enriquecer y clarifi-~
car e] papel de la jerarqui
Normalmente se le asigna la funcién magisterial, que se
tarfa en el segundo momento del proceso. Y es indiscuti-
ble que a los pastores les queda reservada una palabra de
siva en el aspecto doctrinal de los problemas. Pero este pa-
saje le atribuye otra funcién, anterior y mas englobante, que
« cabrfa designar como pastoral: impulsar, estimular y animar
‘a comunidad creyente para que afronte este proceso,
isis de la realidad, juicio ético y discernimiento préc-
tico. Por desgracia, no siempre se insiste debidamente en la
importancia de este quehacer pastoral.
3.3, La doctrina social como elemento
constitutivo de la misidn de la Iglesia
‘Toca ahora analizar la postura de quienes creen que la DSI
es para unos pocos: para gente altamente especializada 0
para aquellos que han sentido una vocacién especial con
vistas al compromiso social. Frente a quienes asi piensan
hay que dejar bien sentado que la doctrina social es para
todos, porque es un elemento constitutive de la vivencia de
la fe.
‘~También aqui hay que invocar al concilio Vaticano IT y
su eclesiologia. Los documentos conciliares dejan muy claro
dos puntos, Primero, que la Iglesia s6lo se entiende desde su
misién, que consiste en ser testigo de Dios ante el mundo y
comunicar a este el mensaje de salvacién de parte de Dios.
fa en esta direcci6n aflos mas tarde cuando
cidn propia de la Iglesi
existe para evangelizar» (Evangelit nuntiandi 14).
Pero, en segundo lugar, el mismo Concilio subray6 que
esta misién evangelizadora deriva directamente de la voca-
cién cristiana, y no de ningén mandato posterior. Por tanto,
es responsabilidad no de unos pocos, sino de todos en la
Iglesia’
“La Avcién Cal ida por Plo XI y tan florecieme en las déca
23ido a la fe: pertenece a su
fencia auténtica de la fe que aquella que, de una
anera ode otra, asume la dimensién evangelizadora, 1a
wea de ser testigo de Dios entre los hombres
Frente a quienes ponen la esencia de la fe en una viven:
intimista o en una relacién profunda pero exclusi
Dios, el Vaticano II ha recuperado la mejor tradicién e
poner en el centro mismo de la comprensién de la Igle-
sia su proyeceién hacia fuera
La reflexin posterior ha profundizado en el alcance de
este compromiso, sacindolo de los estrechos '
relacién interpersonal para abrirlo a unas dimensiones so-
ales mas amplias. La vivencia de la fe tiene que asumir
todas las dimensiones de lo real, y esta no se agota en la
relaci6n directa de persona a persona, sino que abarca tam-
personal, pero al mismo tiempo lo condiciona
La Iglesia capt6 la importancia de esta dimen
fe a través de la experiencia creciente de las injust
uestro tiempo, donde el papel de ades
nas del tercer mundo ha sido decisivo, En efecto, es en esos
pueblos donde esta experiencia es mas inmediata y sangrante.
Posteriormente esta conciencia se ha ido difundiendo por
n resistencias, violentas a veces.
proceso eclesial puede considerarse el
documento del Sinodo de los obispos de 1971 (La justicia
en el mundo), en el que se afirma: «La acci6n en favor de la
justicia y la participacién en la transformacién del mundo se
la predicacién del evange
Iglesia para Ia redencién del género humano y la liberacién
de toda situacién opresivay’.
Todavia unos afios después, Pablo VI en la Evangelit
ndi volvi6 sobre este asunto para matizar la relacién
de la promocién humana con la evangelizacién. Aun recono-
ciendo el peligro de reducir la salvacién en Cristo que la
Iglesia anuncia a la promocién humana en este mundo, st-
bray cémo entre ambas existen profundos vinculos, de for-
ma que no es posible comunicar el anuncio salvifico sin
implicarse de alguna manera en la promocién humana.
¥ Desde aqui nace la tercera actitud que suscitar en rela-
cidn con la DSI: ef compromiso social es esencial a la fe
ida. No se trata s6lo de una cuestién opcional (otra cosa
son sus formas concretas), ni siquiera de una obligacién mo-
ral derivada de la exigencia de vivir en coherencia con los
propios principios o con las propias convicciones. No es
algo posterior a la respuesta de la fe, un posible camino
para vivir esta, sino que esté ya en el micleo mismo de la
respuesta del sujeto humano a ia llamada de Dios.
En un momento ulterior habré que coneretar cémo vivir
este compromiso. Pero siempre se partiré del supuesto de
que Ia vida y la actividad de todo sujeto humano tienen una
icidencia sobre las estructuras sociales, y que el creyente
yne que plantearse expresamente c6mo esa incidencia suya
va a convertirse en mediaciOn para desempefiar su misién de
creyente en la sociedad
El pluralismo moderno como marco
de la doctrina social de la Iglesia
Ante todo una pregunta: {qué entendemos por pluralismo?
Conviene distinguir al menos dos aspectos de este pluralis-
mo, que tan a fondo marca a todas las sociedades contempo-
réneas.
Cabe hablar, en primer lugar, de pluralismo de intereses.
Siempre ha existido. La heterogeneidad social es intrinseca
4 toda sociedad, por minimamente compleja que sea. Pero la
sociedad moderna, sobre todo a partir de la industrializaci6n
y el desarrollo econémico, ha exacerbado este pluralismo,
que se convierte asi en foco permanente de confl
251s esfuerzos
‘Tan inevitable es esta dimensién que todos
la sociedad se orientan, mas que a eliminarlo, @ contro-
lo. Es decir, a procurar que no derive en una lucha abierta
de intereses, donde siempre se imponga la ley del més fuer-
te, La estructura politica no tiene, en el fondo, otra preten-
sién que la de establecer unas reglas del juego que permitan
‘garantizar una convivencia donde los derechos sean respeta-
dos,
Pero existe otro aspecto del pluralismo, que es el que
aqui nos interesa mas: el pluralismo ideoldgico. Consiste en
‘el hecho de que en Ia sociedad moderna coexisten diversas
cosmovisiones 0 concepciones del hombre y de la sociedad.
Cada una de ellas busca una coherencia enire sus diferentes
elementos, pero no puede ocultar que lo que le da su sentido
filtimo son un conjunto de valores estructurados segin una
determinada jerarquia, Queremos decir con ello que, sin ne-
gar la coherencia interna a cada sistema cosmovisional, hay
tuna componente no racional que remite a una opci
de las personas.
Existe, ademés, una conexién innegable entre ambas for-
mas de pluralismo. En efecto, muchas veces una cosmi
sién ideolégica sirve como instrumento de legi
determinados intereses de grupo. Aun asf, el fenémeno del
pluralismo ideol6gico es determinante para organizar la con-
wuamente asistimos a una confronta-
ciGn entre distintas cosmovisiones, enriquecedora sin duda
para el conjunto de la sociedad, pero no exenta de peligros.
Una sociedad caracterizada por esta forma de pluralismo,
como es la nuestra, tiene sus reglas de juego propias. Es
reacia a admitir el principio de autoridad. Por eso cuando
tiene que buscar respuesta a los interrogantes que surgen
cada dia, aun a los mas profundos, no acepta una instancia
autoritativa cuyo veredicto sea acogido sin discusién. Eso
ocurria en la sociedad antigua, que basaba su consistencia
en una estricta jerarquizacién de poderes y autoridades. En
Ia sociedad moderna las cosas son de otra manera: existe
tuna mayor exigencia de racionalidad, que no esté refiida con
la libertad del sujeto para incorporar la dosis de opcionalidad
ya aludida.
26
En todo caso, las regles del juego de la sociedad moder-
na implican una confrontacién permanente de posturas y al-
ternativas, que pretenden afirmarse sobre 1a base de los ar-
gumentos que las avalan. Los medios de comunicacién
social y cualquier otra plataforma donde estas alternativas
‘ideoldgicas 0 cosmovisionales se confronten son esenciales
para comprender los mecanismos a través de los cuales se
Forman los diferentes estados de opinién.
En una palabra, el pluralismo actual significa, entre otras
cosas, que el principio de autoridad ha sido sustituide por
una mezcla de racionalidad interhumana y de libre opcién
personal. Qué consecuencias tiene esta nueva situacién
fa social de la Iglesia? Muchas e importantes. De
nos gustaria destacar al menos dos.
1) Podria formularse asf: 1a DSI no puede prescindir de
esta exigencia de racionalidad (si quiere estar presente cn
los procesos de opinién piblica), pero no puede reducirse a
es0 (olvidando su especificidad evangélica).
Si la Iglesia, desde la jerarquia y desde cada uno de sus
miembros, pretende contribuir en los procesos de transfor-
macién de la sociedad, y hacerlo junto con otros que parten
de presupuestos cosmovisionales diferentes, no tiene més
remedio que aceptar las reglas del juego vigentes cn esta
sociedad. Es decir, tiene que hacerse presente en un debate
pablico, donde sus propuestas recibirén el apoyo que se de-
rive de’ los argumentos que las apoyen y de la autoridad
moral (no presupuesta, sino conquistada) de que goce.
Sin embargo, no podrd reducirse a eso. Tendré que
preguntarse ademés como puede explicitar el mensaje que
quiere comunicar (de acuerdo con su misién), cémo mostrar
su aleance a partir de los problemas concretos de cada dia,
Ja mayoria de los cuales no tienen relacién expresa con la
salvacién cristiana.
Dificil tarea, ya que el discurso y la accién deben buscar
un equilibrio entre racionalidad humana y dimensién cristia-
na. Es un equilibrio imposible de establecer de una vez por
todas, que exige una sensibilidad especial para incorporat la
dosis de anuncio cristiano que cada situacién tolere. El peli-
27(0 esté en ambos extremos: vivir la fe en un permanente
silencio (que ti olvidar la propia id
caer en un cierto profetismo «fervorosom (que se empefia en
explicitar siempre la fe sin comprobar si se dan las condicio-
nes para que el mensaje pueda ser escuchado y entend
2) Pero existe una segunda consecuencia di
social: la DSI tiene que contar también con el pluralismo
dentro de la Iglesia y plantearse cudles son los limites del
pluralismo legitimo dentro de ella
Este tema espinoso, sin duda, Pero ineludible. Por-
que una Iglesia que vive inmersa en el seno de una sociedad
pluralista no puede evitar que el pluralismo la inunde a ella
también. Pensar lo contrario seria negar que los creyentes
son hijos de su época. Y en el terreno de la doctrina social
este pluralismo no es sino cl reflejo de la multitud de
cosmovisiones que coexisten en nuestro mundo.
Este pluralismo intraeclesial s6lo se podrfa excluir si en
la tradicién y en Ia doctrina de la Iglesia se encontrasen
respuestas concretas a
des orientaciones. Ahi
mos (0 debemos coincidir)
Ahora bien, las situaciones singulares piden un mayor
{que nos suminis-
tran las ciencias sociales y los proyectos de sociedad vigen-
tes hoy. En la opcién concreta de un creyente interviene la
ervienen también otros factores, les
les a la fe: el am-
biente, la educacién, 1a posicién social, la percepcién de la
realidad, etc. La conciencia de esta complejidad debe con-
ducir a un respeto profundo a otras opciones dentro de la
y al convencimiento de que no es licito rei
ficativo de cristiano para ninguna opcién
particular’
A ese propési
divespentes.0r nadie le ests pern
sn ests
28
este pluralismo intraeclesial tiene sus venta-
es. Sin duda enriquece, impulsa a la
busqueda personal y permite a los cristianos hacerse presen-
tes en espacios sociales muy diversos (ocupados por quienes
propugnan proyectos muy variados). Pero plantea el proble-
ma de sus limites: ;todo proyecto social es compatible con
la vision cristiana de y
La tendencia a ampliar las posibilidades del compromiso
creyente tiene también sus peligros. El pluralismo lleva a
veces a una cierta pérdida de la identidad comin de los
creyentes que parecen no tener, en la préctica, nada que les
haga sentirse unidos.
‘tras veces este pluralismo es tan amplio que llega a
bloquear toda iniciativa de diglogo y confrontacién intraecle-
sial por Ja distancia que separa a sus miembros unos de
otros. Ocurre entonces que estas cuestiones se convierten en
verdaderos tabiies que nunea pueden ser abordados en el
contexto de la fe comunitaria y eclesial.
iacién a la doctrina soci
de la Iglesia: punto de partida y meta
Es necesario no encerrarnos en una visi6n doctrinal y esencia
ista de la DSI. Debemos situar el momento de reflexién
doctrinal, cuya importancia nadie discute, en sus verdaderas
coordenadas. Dichas coordenadas estin inequivocamente for-
muladas ya en el pérrafo de la Octogesima adveniens ante-
te citado: la reflexién debe apoyarse en la realidad
, conocida y analizada (punto de partida), y debe
estar abierta y orientada a la accién y al compromiso cre-
yente (meta).5.1. Apoyarse en la realidad
como punto de partida
te contacto con la realidad debe entenderse como
dialéctica entre cercania y lejania.
el contacto directo con lo concreto. Ese con-
acto sensibiliza a la persona y le suscita cuestiones. En ese
sustituible. Muchas veces la principal dificul-
ad para que la gente se interese por la doctrina social es el
desconocimiento vital de los problemas. Es frecuente que
determinados grupos eclesiales vivan tan encerrados en sus
ambientes que leguen a absolutizar su propia experiencia y
sean incapaces de pensar que existen otros mundos dife
rentes.
Sin salir del propio mundo, sin entrar en contacto con
otros y compartir sus problemas desde dentro, es muy dificil
interesarse por la DSI. Sin sensibilizacién no hay motiva-
cién profunda; y si esta falta no hay discurso capaz de con-
vencer a nadie de de la doctrina social. El
contacto directo con la realidad es, pues, insustituible.
Ahora bien, esta cercanfa debe ser compatible también
con una cierta toma de distancia, Porque el contacto inme-
diato hace perder la visién de conjunto donde la situacién
singular se inserta. Cuanto més draméticos son los prot
mas y més directamente se perciben, més dificil resulta
objetivarlos y analizarlos. Desde dentro, se pierde 1a perspec-
tiva. Por tanto, es necesario de vez en cuando salir, no para
guedarse fuera, sino para ampliar el campo de nuestra vi-
Para este distanciamiento que permita un s mas
objetivo y global, la aportacién de las ciencias sociales es
imprescindible, No es raro que el discurso ético eclesial pe-
que de una excesiva insistencia en los grandes principios
morales. Las ciencias sociales aportan realismo a la reflexién
moral.
En este sentido son el mejor antidoto contra el voluntaris-
mo, que tantos estragos ha causado entre militantes cris
nos dotados de una voluntad encomiable. Una cosa son los
andes ideales y el deseo de que las cosas cambien de raiz,
30
y otra cosa son las posibilidades reales de que esas transfor-
maciones se leven a cabo. El discurso moral, si cierra los
ofdos a los andlisis de las ciencias sociales, termina reduci-
do a afirmaciones grandilocuentes desprovistas de toda
operatividad. No es extrafio que acaben por despertar un
profundo sentimiento de decepcién en quienes se entregaron
generosamente a ellas.
Pero el recurso a las ciencias sociales no esté exento de
dificultades. Hay que comprenderlo precisamente ahora,
cuando el recurso a ellas es general, después de una época
en que se buscaba mAs el apoyo de la filosoffa. La primera
4ificultad con que se tropieza es su complejidad, que echa
para atras a muchos. La segunda, el peligro de manipulacién
ideolégica, que tiende a presentar como anélisis riguroso 10
que son intereses de grupo camuflados?,
Pero todas estas dificultades no son bice para insistir en
la necesidad de acercarnos a la realidad también con el apo-
yo de las ciencias sociales, que nos ayudarén a comprender
los problemas y a percatarnos de los margenes reales de
acciGn sobre esa realidad
Complemento insustituible de las ciencias sociales son
las ciencias histéricas. No existe problema social sobre el
que la historia no arroje su luz. A veces la historia se des-
precia porque se la considera tarea de arquedlogos, casi un
Iujo insostenible cuando abruma la urgencia de muchas si
tuaciones dramaticas. Pero también aqui hay que hacer una
Hamada de atencién contra la tentacién de inmediatismo.
in negar que hay problemas cuya respuesta no admite dila-
in, es conveniente afiadir que las soluciones més estructu-
rales son las que de verdad perduran; y estas no pueden
basarse en la improvisaci6n, sino que tienen que estar
fundamentadas en un estudio detenido de las circunstancias
‘miento, con usa oportuna mee
0 de someterias a la influencia de determinadar ideologis contcarias 4
js datos mismos de la expecreto de personas part
jetiva es de enorme ut
En consecuencia, contar con personas competentes que
asesoren a la comunidad creyente en el momento de discer-
nir sus opciones (0 a la jerarqufa cuando elabora un docu-
mento) es una medida de prudencia. Mas aun, es la aporta-
cién especifica del creyente, especializado en alguna rama
del saber, al proceso de reflexién en que se implica toda la
Igles’
De hecho, entre los creyentes, unos vivirin méi
contacto directo y otros mas en el mundo de la
y el estudio. Pues bien, en esta dialéctica cercani
ecesario que la vivencia de la fe compartida
fa otros a encontrarse en un proceso comin donde cada uno
lo en que més directamente est implicado.
Es conveniente por fin —y esta es una recomen
que va, una vez més, en la linea de Jas actitudes— que
lad 10 hagamos con un
‘actitud empética y carifiosa, Porque, desgraciadamente, en
estaciones de personas creyentes se da una vi
totalmente negativa de la realidad. Todo en la sociedad
rece malo; todo es crisis, corrup.
cerior de la Tglesia, a una especie
de reaccién frente a aque fa esperanzada y opti
sociedad que caracteriz6 los afios del Concilio y del
(0. Por eso, predomina en los aml
va, pe’ nostalgic
tento de acercamiento y de
hace casi imp
didlogo,
dicalmente como el ti
‘cada por el pecado y la corrup-
a ni es el mejor camino para
ser recibida por nuestros
contempordneos.
32
5.2. La accidn y el compromiso creyente como meta
Ante todo hay que subrayar que se trata de un compromiso
personal, no eclesial. {Qué quiere decir esto? Quiere decir
que quien se implica én él es una persona particular, no la
comunidad eclesial entera. En este sentido, dicho compro-
miso llegar mas lejos, en cuanto a concrecién, de Io que
pueda llegar la misma Iglesia.
No debe entenderse esto como una justificacién para que
la Iglesia oficial se mantenga siempre en posturas ambiguas,
y descomprometidas. Pero es evidente que el creyente se va
a encontrar abocado a alternativas muy concreias, y para
s tiene que echar mano de factores que van
de lo que el evangelio y la tradicién eclesial le
pueden ofrecer
Si es cierto que la Igh
ia no tiene soluciones concretas,
cierto es que el cristiano sf tiene que llegar a optar por
ina de esas alternativas. En este sentido, hay que mante-
ner que el compromiso personal ha de llegar més lejos que
el de la iglesia como comunidad.
Tres son los Ambitos mas importantes en que puede
desarrollarse este compromiso: el profesional, el social y el
politico. Ninguno de ellos debe quedar excluido.
El compromiso profesional es el mAs directo e inmediato:
se refiere a la actividad que ocupa la mayor parte del tiempo
de casi todos,
El compromiso social apunta a un émbito més amp!
de los planteamientos globales del grupo 0 los grupos en
que cada uno se encuentra inserto. Se forman asi asociacio-
nes, mi
Ja defensa y 1a promocién de unos i
icato, grupo religioso o cultural, etc.) en el mar
sociedad pluralista y diversificada, donde se mu
tereses y puntos de vista diferentes y hasta enfrentados,
El compromiso politico, que merece una palabra aparte.
la actividad politica. Ni dentro de la Iglesia, ni en la socie~
dad en general. Y, sin embargo, dicha actividad es necesaria
para poner orden y mantener unas reglas de juego en esa
33sociedad tan plural y potencialmente tan ci
tanto mas necesaria cuanto mayor es su des
el desinterés y el absentismo crecientes sélo sirven para in-
crementar los niveles de descontrol y de corrupcién,
‘Mas aiin, es conocida Ia especial teticencia que los cre-
yentes han manifestado frente al compromiso
cepto cuando este se desarrollaba en unas condiciones muy
particulares (estado confesional, partidos confesionales...)
Durante mucho tiempo el compromiso social fue, en la Tgle
sia, el lugar alternativo de presencia de los cristianos en la
ntfas que offecia el terreno
po bases para un cambio radi-
cal de esta orientacién. Pablo VI detallé en la Octogesima
ns las consecuencias de ese nuevo rumbo para el
compromiso politico. Sin embargo, estos nuevos horizontes
an mucho de haber sido incorporados a la experiencia
de los creyentes. De esta forma, la reflexién sobre el
compromiso politico de los cristianos y sobre sus alternat
vas es una de las tareas mas urgentes que tiene pendientes 1a
Iglesia
Para terminar este apartado s6lo nos queda una breve
referencia al voluntariado social. Cabrfa decir que es una
forma organizada de compromiso social. En realidad, siem-
pre han existido, en la Iglesia y fuera de ella, vol
Pero la relevancia que esté alcanzando hoy esta institucién
es una buena muestra de la necesidad de sitar el compro-
miso social en condiciones adecuadas. No solamente es un
compromiso concreto, efectivo, controlado; es ademas un
compromiso preparado, apoyado en un andlisis riguroso de
la realidad y de las posibilidades de Por estas.
razones es justo dejar constancia aqui de esta iniciativa, en
la que se encuentran enrolados tantos creyentes™
6. Los documentos de la doctrina social y su uso
La DSI no puede reducirse a un conjunto de textos escritos,
aunque es preciso reconocer el papel insustituible de estos.
Constituyen la columna vertebral de ese proceso hist6rico a
lo largo del cual Ia Iglesia ha ido enfrenténdose con |
acontecimientos més sobresalientes y probleméticos de cada
momento. Por eso es conveniente centrar ahora nuestra aten-
cién en los documentos mismos, para offecer algunas re-
flexiones sobre su contenido y uso.
6.1, La dificultad de su lectura: algunas explicaciones
En una primera constatacién, su lectura encierra algunas
dificultades: -son textos largos, de una notable extensién,
complicados en su estructura y a veces ambiguos en sus
formulaciones. Por eso pocas personas se atreven a lecrlos,
y menos ain llegan a concluir su lectura A veces se oyen
voces que deploran su falta de sentido pastoral y su inacce-
sibilidad para el cristiano medio.
Efectivamente los documentos son complejos. Pero lo son
porque también es compleja la realidad a la que pretenden
acercarse. En este sentido habria que alegrarse de esa
‘complejidad de los textos, Si estos simplificaran la realidad
para resultar mAs asequibles al piblico, harfan un flaco ser-
vicio a la Iglesia y a la sociedad, No es raro que la Iglesia y
los creyentes sean acusados de simplismo ingenuo en su
andlisis de los problemas sociales. Y hay que reconocer, con
humildad, que ciertas manifestaciones eclesiales, brotadas
sin duda de una buena voluntad irreprochable, en realidad
derivan en un verdadero maniquefsmo.
Es cierto que las enciclicas papales tienen como destinata-
rio directo a la comunidad eclesial, y de forma prioritaria a
Jos que tienen una funcién jerrquica en ella. Pero las
indicaciones y juicios que en ellas se hacen pretenden encon-
jentes, puesto que abordan proble-
trar eco en todos los ai
mas que afectan a todos'La Iglesia, a través de sus canales oficiales, aspira a ha-
cerse presente en todos los foros de opinién piblica de nues~
tra sociedad. ¥ eso tiene que hacerlo al precio de estar a la
altura del nj. La competencia y
el rigor analitico son condiciones necesarias, si quiere que
su palabra sea minimamente tenida en cuenta, aunque sea
para someterla a debate"
Todo esto nos lleva a concluir que los documentos de
doctrina social no estén pensados en primer término para
ponerlos en manos de toda la gente. Es posible que tal afir-
macién sorprenda. En todo caso ob!
campo para salir al paso de sus consecuencias. Algunos
gan a proponer, en este sentido, que se oftezca una versién
més breve y popularizada, aunque también oficial, con los
aspectos nucleares del texto. Sin ocultar las dificultades que
esta propuesta encierra, podrfa ser una experiencia intere-
sante de preocupacién pastoral
‘Ahora bien, es justo afiadir que esa exig
basta para ex
\cia de rigor no
105 textos. Hay
que reconocer jos mas que en otros)
falta de sistematicidad, repeticiones, pasajes oscuros, incl
so traducciones defectuosas. La complejidad del proceso de
elaboracién de los documentos, en el que se suceden varios
textos e intervienen personas diferentes, puede explicar
gunas de estas deficiencias. En algunos pasajes se adivinan
incisos que, al ser incorporados, rompen la estructura inicial
jel discurso y truncan la légica del mismo. La premura de
tiempo para tener a punto las versiones oficiales explica las
ncias del estilo e incluso las inexactitudes de traduc-
centce sus desi
‘document aun siendo el
Esta segunda fuente de dificultades para leer los docu-
mentos refleja, como se ve, deficiencias que no son del todo
justificables. Hemos intentado explicarlas, pero habria que
afiadir que la mayoria de ellas serian subsanables si se pres-
tara una mayor atencién al texto y a las traducciones oficia-
les. En esta linea estamos convencidos de que es mucho lo
‘que se podria atin avanzar, en beneficio de todos
6.2. La difusién de los documentos
algunas propuestas
Todo Io que precede no resta valor a los documentos de la
DSI. Estos cumplen una funcién esencial en las relaciones
de la Iglesia con la sociedad contempordnea. Ahora bien, su
eco ¢ influencia en la Iglesia y en la sociedad no pueden
medirse s6lo por el niimero de personas que se enfrenta direc-
tamente con el texto, Tanto por su cardcter de documentos
oficiales como por la riqueza de experiencias que reflejan,
se incorporan al patrimonio de la Iglesia y van penetrando
en su vida y en la conciencia de sus miembros por los cau-
ces més variados
Sus ideas se difunden a través de circulos de estudios,
actividades pastorales, medios de comunicacién y llegan mu:
cho més alli que los textos mismos. Es mas, muchas veces
se difunden dichas ideas sin que se sepa cual es su exacta
procedencia.
Pero esto exige una llamada a la responsabilidad de los
que los difunden de una forma mas explicita, de aquellos
que estén en condiciones de leerlos y estudiarlos, y luego se
encargan de exponer su contenido a través de las clases, la
predicaciGn, la catequesis, las revistas 0 publicaciones.
idad en la transmisi6n de los contenidos, que de-
no es siempre apropiado para entender el contenido, por las
ciones de extn lengu, ya muerta, para expresarcuestiones propias de
Caritas espatola
37beria ser un criterio elemental, tropieza no pocas veces con
ar los documentos pontificios como apo-
yo a posturas personales. Y asi es facil encontrar interpre~
iaciones tan divergentes de algunos textos que parece impo-
sible que se esté hablando del mismo document
La DSI deja un margen muy amplio para las opciones
personales: ;qué necesidad tenemos entonces de hacer decit
‘4 un documento lo que no dice? No serfa preferible que
presentéramos lo que son posturas personales desde nuestra
propia capacidad de apoyarla en argumentos s6lidos?
6.3. La elaboracién de los documentos:
algunas experiencias
Normalmente Ios textos son preparados por la jerarqufa
responsable de ellos, ayudada por algunos expertos. Todos
Jos trabajos se llevan a cabo en estricto secreto. Sélo cuando
el texto esti listo se da a conocer.
Recientemente, sin embargo, se han ensayado formulas
nuevas, buscando una mayor participacién del pueblo de Dios
y un mayor eco de los textos mismos. La experiencia de la
Conferencia episcopal norteamericana con sus documentos
sobre la paz (1983) y la justicia internacional (1986) son
dos muestras de ello: los obispos publicuron los sucesivos
borradores pidiendo a los cristianos y a toda la sociedad que
reaccionaran ante las conclusiones provisionales a que
bian legado en sus reflexiones, acompatiados por grupos de
expertos. En el caso del primero de los documentos citados
ofrecieron hasta tres borradores, a través de los cuales fue-
ron perfeccionando sus andlisis y matizando sus conclus
Un caso semejante encontramos en la Iglesia latinoame-
ricana con motivo de la preparacién de las conferencias de
y Santo Domingo. En un determinado momento del
fido, por ejemplo, al exponer Ia posta de Juan Pablo tl
tudo vot socials como en la Centesimus
proceso también se pidi6 a las comunidades eclesiales que
estudiaran los documentos de trabajo ¢ hicieran sugerencias
sobre ellos.
Muchos han cuestionado estas iniciativas por temor a que
debiliten la autoridad de los obispos. La experiencia parece
mostrar lo contrario: gquién se atreveria a sostener que el
episcopado estadounidense o el Latinoamericano han perdido
autoridad por esta razén? Por el contrario, su autoridad ha
quedado reforzada, como lo muestra el hecho de que han
sido capaces de poner a sus Iglesias en actitud de reflexién
y discernimiento: no era eso lo que pedia Pablo VI en la
Octogesima adveniens?"*
Pero ademas se ha logrado con ello al menos otros dos
resultados valiosos, En primer lugar, los documentos han
penetrado mejor en todos los ambientes, eclesiales 0 no,
{Cudntas veces se oyen quejas de que esos grandes docu-
mentos pasan casi desapercibidos’? En los casos citados ha
ocurrido todo lo contrario, porque desde el comienzo todos
se han sentido implicados en un proceso en que se les pedia
uuna participacién directa. Pero, en segundo lugar, con esta
forma de proceder la Iglesia, y en conereto la jerarquia
empleado las reglas del juego vigentes en una sociedad
pluralista y democratica a la hora de crear estados de opi-
nin, Dentro de la Iglesia, y probablemente mas todavia
de ella, estas iniciativas siempre seran acogidas con agrado.
7. Dos recomendaciones finales
No queremos termina
sugerencias, siempre en la Iinea de facilitar lai
DSI. Vienen a ser como presupuestos previos 0 condiciones
necesarias para que la iniciacién, en el sentido tantas veces
indicado, sea viable.
Sobre lay eeservas manifest yl justifies
ign del métoda empleada por los obispos americanos, véanse las reflexio
nes de I. Macon, presidente dela Conferencia episcopal norteamericana, enEducar en la participacién
yen la solidaridad
pacién y solidaridad son dos valores centrales en la
n mucho de menos en la
de nuestro tiempo.
La participacién c con la tendencia, tan viva hoy,
a retraerse y recluirse en el mundo particular de los intere-
ses de cada uno, En la actualidad se habla de crisis de la
que ha sido casi ahogada por el desarrollo en
del Estado y por el creciente bien-
estar de muchos pafses. Educar en la participacién significa
contribuir a revitalizar y rearticular la sociedad civi
jad fue definida bellamente por Juan Pablo II
como ula virtud que nos hace sent todos responsables
de todos» (SRS 42). Es el complemento de la participacién,
Jo que le da su més hondo sentido y la preserva del peligro
de orientarse s6lo a la defensa de los intereses propios.
Solo cuando esta doble actitud esté arraigada en el cora~
z6n del creyente, la DSI serd algo més que una doctrina fifa
y alejada de su mundo de preocupaciones.
7.2. Promover comunidades cristianas abiertas
‘Toda Ia presentacién de la doctrina social que precede est
presuponiendo que la comunidad eclesial es una realidad
viva y operante. Pero sabemos que la res
de eso, De ahi que al final tengamos que con:
futuro de 1a DSI depende en gran parte del futuro de las
comunidades cristianas.
Ese es uno de los mayores desat
s con que se encuentra
2 io. Porque no bastan
onglomerados de files que acuden en ciertas ocasiones a
un lugar comtin: se necesitan comunidades auténticas, que
celebren, compartan y disciernan desde la fe. Sin ellas el
compromiso cristiano de transformar la realidad seré u
tarea individual y, por consiguiente, empobrecida,
Tales comunidades ci han de ser, ademés, abier-
40
tas. No estamos, hoy, exentos de la tentacién de recurrir al
gueto eclesial, acaso como consecuencia de sentirnos, en un
mundo tan secular como el nuestro, demasiado desasistidos
y como a la intemperie.
Una comunidad cristiana abierta es aquella que no en-
cuentra toda su razén de ser dentro de sf, que no vive per-
anentemente ocupada en sus problemas (0 en sus conflic-
tos) internos; es una comunidad consciente de que el lugar
por excelencia del cristiano es el mundo, y su misién esen-
cial la de testigo; es una comunidad donde encuentran eco
los gozos y las alegrias, las inquietudes y los interrogantes
de todos los hombres".
Si no existen en la Iglesia comunidades con ese estilo
faltard e] motor esencial para que el creyente sea lanzado en
medio del mundo; faltaré también Ja plataforma que le dé
respaldo en este quehacer.
Recuérdese el texto con el que comienzs la Ga
espe
41