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ENCAJANDO PIEZAS:
Me desperté tarde la mañana del domingo, gracias a que Mario, tan dulce y
solícito como siempre, me trajo el desayuno a la cama, que si no, yo hubiera
seguido gustosa durmiendo a pierna suelta, pues seguía muy cansada por el
intenso sábado que había vivido.
Cuando acabé de desayunar, Mario recogió los platos y se los llevó a la cocina.
Yo, un poco a regañadientes, me levanté por fin y arreglé el dormitorio,
cambiando las sábanas, bastante revueltas después de haber follado con Mario
la noche anterior. Más tarde, los dos nos dedicamos a adecentar un poco el piso,
aunque no hizo falta esmerarse demasiado, pues yo ya había estado limpiando
la mañana anterior, mientras Jesús iba a charlar con mi vecino, el voyeur
pajillero.
Después me duché y me vestí con un chándal y una camiseta para estar cómoda,
pero, eso sí, llevando un tanguita negro como ropa interior, pues Jesús se había
deshecho de todas mis bragas. Sostén no me puse… total, para estar por casa…
Mario me preguntó que si íbamos a salir a comer fuera, pero yo le dije que no,
pues tenía que corregir todos los exámenes de recuperación, pues iba muy
retrasada, así que él, amable como siempre, se ofreció a preparar el almuerzo.
Tardé un buen rato en ordenar todos los papeles de examen, pues días atrás los
metí sin ton ni son dentro del maletín, alterada por haber recibido la llamada de
mi Amo.
La mañana se me fue corrigiendo exámenes y tratando de digerir los disparates
que algunos de los chicos cometían al resolver los problemas. Me sentí, como
supongo les pasa a todos los maestros en estas ocasiones, un poco frustrada al
ver que mis clases y explicaciones no servían de mucho, pues había alumnos que
no comprendían absolutamente nada de la asignatura.
Me quedé de piedra. Sabía que era inteligente, así que no me remordía mucho la
conciencia por tener la intención de aprobarle por la cara. Sin embargo, pronto
descubrí que mi ayuda era completamente innecesaria, pues el chico había
clavado el examen hasta la última letra. Un sobresaliente perfecto.
Y encima, lo había logrado en menos tiempo que los demás, pues buena parte
del tiempo de examen lo había dedicado a que su profesora le hiciera una paja y
se tragara su corrida. Menuda guarra era esa tía.
Sobre las dos, Mario llamó a la puerta para indicarme que el almuerzo estaba
listo. Comimos juntos entre risas, pues la comida se le había quemado un poco,
por lo que no paré de burlarme (cariñosamente) de él.
- Yo soy Gloria.
Resignada, pues sabía que Mario no iba a negarle la entrada a una cara bonita,
regresé al interior del despacho para buscar el examen de Gloria. No me apetecía
nada hacerlo, conociéndola, era capaz de echarse a llorar allí mismo por el
suspenso, pero no se me ocurría cómo negarme a decirle la nota, pues no había
nada malo en ello. Justo cuando lo encontré, llamaron a la puerta del despacho.
- ¿Edurne? – dijo Mario desde el otro lado de la puerta – Han venido a verte
unos alumnos tuyos.
Mario les hizo pasar, un poco sorprendido por la expresión atónita que había en
mi rostro.
¿Su novia? Yo aún me quedé sin habla unos segundos, pero Mario, creyendo que
me lo estaba pensando, intercedió a favor de los chicos.
- Vamos, cariño, no seas tan estricta. No pasa nada porque les digas a estos
chicos la nota. Estoy seguro de que no se lo dirán a nadie y, aunque lo hicieran,
no creo que nadie considerara que es un trato de favor el simple hecho de
decírselo.
Fue justo en ese instante cuando me di cuenta de que Mario no le quitaba ojo de
encima a mi encantadora alumna. Y no era para menos, pues la muy zorrita iba
vestida de forma bastante provocativa. Llevaba una minifalda a cuadros que
dejaba ver perfectamente una buena porción de sus juveniles muslos, combinada
con unos calcetines largos que le llegaban por encima de la rodilla. El torso lo
cubría con una camisa blanca con varios botones desabrochados y encima de
todo una rebeca de color azul. Era justo el look de Britney Spears en su primer
videoclip.
Una semana atrás me hubiese molestado mucho que mi novio se comiera con los
ojos a una zorrilla como aquella, pero, en aquel instante, nada estaba más lejos
de mi mente que los celos porque Mario mirara a otra.
- Está bien, está bien – asentí – Supongo que no pasa nada si os adelanto
los resultados.
Diciendo esto, se llevó a mis alumnos del despacho, dejándome tiempo para
recuperar el aliento y buscar también el examen de Jesús.
En el salón me encontré con los chicos sentados a la mesa que usábamos para
almorzar, mientras conversaban animadamente, con Mario sonriendo como un
bobo a la guarrilla de Gloria.
Aún con los nervios a flor de piel, me acerqué al grupo y tomé asiento junto a
Jesús, que no me quitaba los ojos de encima. Miré a Mario un segundo, asustada
por lo que podía pasar, pero él malinterpretó esa mirada, pues pensó que era
debida a que no me gustaba cómo miraba a Gloria. Un poco turbado, se disculpó
y nos dejó solos, yendo a sentarse en el sofá, donde se puso a ver la tele.
Mientras decía esto, Jesús me dirigió una mirada muy significativa. Temerosa de
no haberle entendido, guardé silencio, pero Gloria, muy entusiasmada cogió su
examen con el suspenso bien visible en tinta roja y dio un gritito de alegría:
En ese preciso instante, la mano de Jesús apretó con fuerza mi muñeca. Me puse
tensa bajo su contacto, sabiendo lo que venía a continuación. Con firmeza, Jesús
tiró de mi mano, arrastrándola debajo de la mesa, aprovechando que el cuerpo
de Gloria nos tapaba de la vista de Mario, aunque éste estaba enfrascado en la
tele.
Yo, más tranquila, apenas prestaba atención a las maniobras de seducción que
Gloria estaba utilizando con Mario, pero he de reconocer que debían ser muy
eficaces pues mi novio ni siquiera sospechó que, a menos de dos metros de donde
se sentaba, su modosita novia le estaba pelando la polla a un chaval.
A pesar de que Mario se había puesto de pié y nos miraba, mantuve la sangre
fría y no solté mi presa ni un momento. Jesús, impertérrito, contestó a Mario que
lo tomaba solo, con una cucharada de azúcar.
Yo no pude contestarle con la boca tapada, pero estoy segura de que los líquidos
que chorreaban entre mis muslos eran respuesta suficiente.
Con fuerza y firmeza, como a mí me gustaba, Jesús empezó a follarme el coño
sin compasión. Yo literalmente aullaba de placer contra su mano, con la mente
en blanco, sin importarme un carajo que volviera Mario y nos pillara.
Cuando por fin se corrió, sentí cómo su fuego se desparramaba por mis entrañas,
llenándome por completo, estremeciendo hasta la última fibra de mi ser. Con
pena noté cómo la polla de mi Amo se retiraba satisfecha de mi interior,
dejándome medio desmayada sobre la mesa.
- Mañana por la mañana, Gloria pasará a recogerte para que vayáis juntas
al instituto. Quiero que pases todo el día con ella y que obedezcas todas sus
instrucciones.
- Sí, Amo.
Y se marcharon.
Fue una buena sesión de sexo. Pero con Jesús era mejor.
………………………..
Queriendo evitar que el timbre despertase a Mario y tener así que enfrentarme a
sus preguntas, me apresuré en acudir a abrir la puerta, encontrándome, como
ya esperaba, con Gloria y con su sonrisilla sarcástica.
- ¿Ves? Por eso te llaman así. Ya estás maquinando para atrapar al alumno
y castigarle.
- ¡Ah, no! Mis labios están sellados. Además, no debemos abusar. Nadie de
la clase iba a creerse que he sacado un sobresaliente. ¡Pensarían que estábamos
liadas!
- Bueno, no sé si eso sería tan malo – respondió ella con una curiosa mirada
en los ojos - ¡Por lo poco que he visto, la “Dama” es bastante ardiente!
- ¡Coño, claro! Yo sabía que Jesús iba a hacer algo contigo ese día. Y cuando
vi que se sentaba atrás, no a mi lado como siempre y que tú también te ibas
para allá y empezabas a gritarnos que no nos moviéramos, ya no tuve dudas.
Así que os espié con disimulo… ¡y no veas si me pusisteis cachonda! A lo mejor
hubiera aprobado la recuperación yo solita si no me hubierais dado el
espectáculo. ¡Tuve que hacerme una paja en el baño al salir del examen y todo!
- Dentro del grupo. Jesús mantiene una jerarquía entre sus mujeres.
Cuando una ingresa en el grupo, empieza por abajo y después, con su
comportamiento, puede subir o bajar de rango.
- Parece el ejército.
- Parecido, sólo que no hay rangos iguales. No hay chicas de igual rango,
todas tenemos que obedecer a las que tenemos por encima y podemos ordenar
lo que sea a las que tenemos por debajo.
- ¿Rencillas?
- Sí, peleas. Chica, es obvio, todas las que estamos en el grupo estamos
enamoradas de Jesús…
- Sí, enamoradas. O al menos sentimos algo muy intenso por él. ¿Acaso no
te sucede a ti?
- Sí, es cierto. Pero piensa que Jesús hace muy frecuentes cambios en los
rangos y que, si un día puteas a alguna, a lo mejor al día siguiente ella puede
putearte a ti, así que procuramos no jodernos mucho las unas a las otras. Ya te
digo… funciona.
- Dime.
- ¿Estás segura?
Nos callamos un par de minutos, pues había un poco de tráfico y tuve que
concentrarme en la conducción. Aproveché para digerir todo lo que Gloria
acababa de contarme, lo que no me costó mucho, pues no había nada que me
costara asimilar. Mi único deseo era seguir junto a Jesús y no me importaba si
para ello tenía que obedecer las órdenes de unas cuantas chicas.
- Bueno – dije más tranquila – Supongo que ésta es una de las cosas que
debías explicarme hoy, ¿verdad?
- Exacto.
- ¿Te molesta?
- ¡Oh, no! ¡Para nada! Prefiero con mucho conversar con una mujer que
escuchar las tonterías de una niñata sin cerebro.
- ¡Si no me ofendo! Más bien es un halago. Quiere decir que tengo dotes
de actriz.
- ¿De actriz?
- Jesús vino a casa y me dijo que era necesario distraer un poco a tu novio.
Así que adopté ese personaje. Todavía no conozco a ningún tío hetero que sea
capaz de no despistarse cuando la colegiala guarrilla está cerca.
- ¿Estás celosa?
- Casi.
- ¿Casi? – la interrogué.
- Hay una chica que siempre está por debajo de los demás. Ella es la última
de todas.
- ¿Por qué?
- Luego te lo cuento.
- Vale.
- Y además, no es cierto que podamos hacer lo que queramos con las que
están por debajo. Si alguna se pasa, Jesús puede bajarte el rango rápidamente,
con lo que podrías pasarlo bastante mal.
- En efecto.
- ¿No lo sabes?
- Si lo supiera, no te preguntaría.
- Pues claro.
Sin hacer preguntas, la seguí al interior del edificio. Gloria llevaba en las manos
su carpeta con los apuntes de clase y una bolsa de plástico. En vez de dirigirnos
a la zona de las aulas, fuimos a la parte trasera, donde estaba el gimnasio.
Cuando llegamos al fondo del edificio, Gloria, tras mirar a los lados para
asegurarse de que no había nadie por allí cerca, sacó una llave del bolsillo y abrió
la puerta de un pequeño cuartillo, que yo sabía se usaba como almacén de
material de limpieza.
Efectivamente, tras entrar en el cuartucho (muy pequeño, de un par de metros
de ancho por dos de largo, más o menos), pude verificar que así era. Era un sucio
cuchitril, con estanterías metálicas en las paredes, llenas de botes de productos
de limpieza, rollos de papel, trapos y cosas por el estilo.
- Ahora lo verás – respondió Gloria mientras hacía una llamada por el móvil
y colgaba antes de permitir que su interlocutor contestara.
- Pues bien, te he traído para que veas cómo desempeño una de mis
obligaciones – me dijo mientras dejaba su carpeta y la bolsa en uno de los
estantes.
- ¿Y cuál es?
- Tranquilo, Mariano – le dijo – Ella está sólo para mirar. Cosas de Jesús.
Yo aún no sabía lo que estábamos haciendo allí los tres en ese cuartillo, pero
empezaba a tenerlo claro.
- Sí, sí, lo que tú digas – dijo Mariano un tanto cohibido – Pero ya sabes
que aquí detrás no viene nunca nadie….
Mientras hablaba, Mariano había comenzado a forcejear con su cinturón y en
menos que canta un gallo, se había bajado los pantalones y los calzoncillos hasta
los tobillos, enarbolando una erección bastante respetable. No estaba nada mal
dotado el Mariano.
- ¿Ves? – dijo Gloria mirándome – Esta es una de mis tareas. Los lunes
vengo temprano y le doy a Mariano una enjabonadita rápida, ya sabes, para que
empiece la semana con energía. ¿Verdad Mariano?
Ahora entendía las misteriosas desapariciones del conserje cada vez que Jesús
me pillaba en el instituto. Las piezas empezaban a encajar.
- Alguna de las tareas que tengo que hacer no son muy agradables, pero
esta no está nada mal, pues Mariano es muuuuuuy amable y su pichita es
bastante respetable – dijo la zorrilla dándole un cariñoso apretón al endurecido
nabo.
- Ji, ji, ji – se reía Gloria sin dejar de meneársela - ¿A que mi Mariano tiene
una buena polla, Edurne?
La muy guarra me miraba sonriente mientras decía esto. Mariano, por su parte,
al oír mi nombre, había abierto sus ojos y me miraba con lujuria.
Mariano, encantado con la idea, clavó sus suplicantes ojos en mí, lo que me hizo
gracia. Pensé en acceder, pero, al no estar Jesús presente, algunas de mis
inhibiciones volvían a aflorar, así que atiné a negarme.
- No, no, no te preocupes. Estoy bien así – respondí como una imbécil.
- No, no…
Me gustó.
A regañadientes, solté la dura polla del viejo. El pene daba pequeños saltitos
espasmódicos, señal inequívoca de que iba a disparar su carga de un momento
a otro.
- No seas idiota. Sabes que no quiero tu dinero. Haremos una cosa. Habla
con Manolo, el del bar y que nos invite a las dos a desayunar en el recreo.
Con la mano izquierda, pues la derecha seguía ocupada, Gloria se subió el jersey
hasta el cuello, dejando al aire sus turgentes senos enfundados en un precioso
sostén de encaje blanco. Con habilidad, soltó el broche de la parte delantera, de
forma que el sujetador se abrió de golpe, descubriendo sus juveniles pechos. En
ese momento, vi que de uno de sus pezones colgaba el corazoncito que la
marcaba como esclava de nuestro Amo. Mariano, sin perder un segundo, disparó
su mano hasta posarla en las tetas que tan gustosamente se le ofrecían y las
acarició y sobó con delicadeza.
Y, claro, se corrió.
Mientras Mariano bufaba y resoplaba como un tren diesel subiendo una cuesta
(eso sí, sin soltar las tetas ni un segundo), Gloria, con la habilidad que da la
experiencia, apuntó la rezumante polla hacia abajo, con lo que los espesos
goterones de semen cayeron directamente al suelo.
Cuando se recuperó, Mariano volvió a vestirse con aire avergonzado, como si una
vez culminada la tarea, se diese cuenta de lo que había estado haciendo.
Gloria, una vez aseada y con la ropa arreglada, cogió la bolsa de plástico que
había traído consigo y se la alargó a Mariano, que la agarró con presteza. Con
los ojos brillantes, el vejete abrió la bolsa y sacó su contenido: un puñado de
bragas usadas.
- Un momento, ese tanga es mío – protesté al reconocer la braguita que
Jesús me había pedido el sábado cuando me marché de su casa.
Todavía un poco aturdida, dejé que Gloria me sacara de aquel armario. Antes de
salir, la chica se aseguró de que no hubiera moros en la costa y, tras recordarle
a Mariano que nos debía un desayuno, se despidió de él hasta el lunes siguiente.
Tardé un par de minutos en recuperarme lo bastante del shock como para volver
a dirigirme a Gloria.
- Comprendo.
- Sí. Pero es que no empezó a hacerlo hasta que cumplí los quince –
respondió Gloria entre carcajadas.
Como yo tenía que ir a la sala de profesores y Gloria a sus clases, nos despedimos
hasta la hora del desayuno, que tomaríamos en el bar del instituto, cortesía del
pervertido de Mariano.
Las clases de la mañana fueron bien e incluso la hora que tenía libre antes del
recreo pasó muy deprisa, pues la dediqué a actualizar las actas de notas con los
alumnos que habían aprobado los exámenes de recuperación.
Cuando terminé, era casi la hora del recreo, así que le llevé las actas al jefe de
estudios. Me quedé parada al ver que estaba charlando con el director, pero hice
de tripas corazón y me acerqué a los dos hombres, entregando los papeles.
Gloria ya me esperaba allí y había logrado guardarme sitio en una de las mesas.
Para disimular, me había llevado una copia de su examen de recuperación,
aunque Gloria me dijo que no era necesario, pues había comentado con algunos
compañeros que su padre vivía en mi mismo bloque y que fuera del trabajo yo
era muy enrollada, por lo que estábamos empezando a hacernos amigas.
- ¡No te quejes! ¡que lo estoy haciendo por ti! ¡Poco a poco, lograré que
pierdas la fama de “Dama de Hielo”!
Charlamos un rato sobre nosotras, conociéndonos un poco más. Ya sabía que sus
padres estaban divorciados, por lo que Gloria orbitaba entre los pisos de ambos.
Últimamente pasaba más tiempo en casa de su padre (en mi edificio) pues, al
parecer, su madre se había echado un novio nuevo y a Gloria no le gustaban las
miraditas que el tipo le echaba.
Yo, por mi parte, le hablé un poco de mi relación con Mario, de mis estudios y de
mi familia. Pronto estuvimos las dos contándonos cosas personales, pero, cuando
la conversación iba a empezar a derivar hacia Jesús, sonó el timbre del fin del
recreo y tuvimos que marcharnos a clase.
Como me tocaba precisamente con la clase de Jesús y Gloria, fuimos juntas hacia
el aula y fue entonces cuando Gloria me dio mis siguientes instrucciones.
- Sí, los lunes, a última hora, no tengo clase, así que suelo marcharme a
casa.
- Exacto.
Jesús, tras intercambiar unas palabras con Gloria, me miró sonriente y me guiñó
un ojo, lo que hizo que me ruborizara como una colegiala.
La clase pasó volando y, cuando acabó, todos los chicos recogieron sus cosas
para ir al patio a clase de gimnasia. En la algarabía que se organizó, nadie se dio
cuenta de que Gloria y yo nos marchábamos juntas camino del aparcamiento, sin
olvidarnos eso sí, de despedirnos subrepticiamente de nuestro Amo Jesús.
- Sí, alguna vez he escuchado por la tele que en Japón esas cosas son muy
normales.
- Digo. ¿Y no has visto los vídeos con las cosas que hacen?
- Alguno.
- Una vez Jesús me enseñó uno alucinante en el que habían puesto una
caja enorme en mitad de la calle. Por fuera era como de espejos, pero desde
dentro se veía la calle perfectamente. ¿Entiendes lo que digo?
- Sí, desde dentro se veía a la gente, pero desde fuera no se podía ver el
interior de la caja.
- Sí ya sé.
- Pues eso. Dentro de la caja, había una pareja de chinos…
- Japoneses – la interrumpí.
- Bueno, lo que sea… - dijo ella agitando una mano – Pues eso… En la caja
había un agujero grande por el que la chica sacaba la cabeza a la calle y charlaba
con los transeúntes. Mientras, el chino se la follaba a lo bestia dentro de la caja
y la tía aguantaba el tirón poniendo unas caras de gusto que te cagabas, mientras
la gente, que se imaginaba lo que estaba pasando dentro, le daba palique a la
tía como si nada.
- Madre mía, espero que a Jesús no se le ocurra hacer algo como eso.
Entramos en el establecimiento y pude ver que era una elegante tienda de ropa
femenina. A primera vista tenían de todo, elegantes trajes de noche, ropa más
juvenil, vestidos de temporada… y una amplia sección de lencería.
Nada más entrar, una bonita joven vestida con sobriedad se acercó para
atendernos, pero, al fijarse en Gloria, se detuvo y, tras saludarla, dijo que iba a
avisar a su jefa.
- Dime.
- Sí que lo es.
- Pues eso, cariño, yo no gano mucho y…
Natalia ignoró mi mano por completo y acercándose a mí, me estampó dos ligeros
besitos en las mejillas, mientras yo notaba cómo sus formidables aldabas se
estrujaban contra mis pechos, de los que yo me había sentido tan orgullosa hasta
hacía dos minutos.
A esas alturas, Natalia sabía perfectamente mi talla, así que se marchó a por la
lencería. Aprovechando que la mujer salía de la zona de los probadores, decidí
insistirle a Gloria sobre el tema del dinero.
- Gloria, ¿cómo voy a pagar esto? ¡Para poder pagarme este vestido tendría
que estar sin comer un mes!
En ese momento, se abrió la cortina del probador y entró Natalia, cargada con
un montón de cajas que Gloria le ayudó a depositar en el asiento que había en
el probador.
Lo único distinto en aquellos adornos era que llevaban un pequeño aro en la parte
inferior, colgando de la base del corazón. No sabía por qué y no me atreví a
preguntar.
Yo, aún estupefacta, le devolví el saludo sin quitarle ojo de encima a sus senos,
lo que hizo que las dos mujeres se carcajearan a mi costa.
- Oye, seguro que ésta es hetero, ¿no? – dijo Natalia – Como no me quita
ojo de las tetas…
Estuvimos cerca de una hora allí metidas, hasta que finalmente juntaron un
considerable montón de lencería fina, incluyendo un par de bodies de color negro
que resaltaban especialmente mis senos.
- A Jesús le va a encantar todo esto – me dijo Gloria guiñándome un ojo.
Por fin, salieron juntas, dejándome sola para que me vistiera, una vez finalizado
el espectáculo. Eran más de las tres y mis tripas rugían de hambre.
Cuando salí, me encontré con que ambas me esperaban charlando junto a la caja
registradora. Gloria iba cargada con un montón de bolsas, de las que me entregó
la mitad, para repartir el peso.
- Estupendo. Oye, ¿por qué no coméis conmigo y con Yoli? Debe estar al
llegar.
- Claro, Nati, sin problemas. Nos vemos – dijo la chica volviendo a besar a
la tetona en las mejillas.
- Adiós.
Cuando salimos del parking conduciendo (nos salió gratis, pues Natalia nos había
sellado el ticket), no aguanté más y comencé el interrogatorio:
- Es obvio.
- Pero, esto es pasarse ¿no? ¿Has visto el montón de ropa que llevamos?
¡El vestido de noche vale cerca de 1500€!
- Pero…
- Pero nada – me cortó Gloria – Ella es una más de las esclavas de Jesús.
Su tarea es proveernos a todas de ropa, especialmente de lencería. Cuando seas
iniciada tendrás una cuenta abierta en esta tienda de 3000€ mensuales.
- Madre mía.
- Jesús piensa que incluso es muy probable que el marido de Nati use la
boutique para blanquear dinero, pues dice que es bastante corrupto, así que
imagínate.
- Joder…
- Pues eso, Natalia es sin duda la más amable de todas las chicas del grupo
y no le importa que vengamos a llevarnos ropa si es para hacer feliz a nuestro
Amo.
Tardé un par de minutos en digerir todo aquello, hasta que Gloria rompió el
silencio.
Mi cerebro, un poco menos embotado, fue capaz esta vez de procesar mejor la
información.
- ¡Premio!
- ¿En serio?
- No. Tú serás la seis. Hay una chica que es siempre la última. Luego la
conocerás.
- ¿Y por qué?
- ¡No chilles, coño! – exclamó Gloria algo molesta – Sí, su hija, ya me has
oído.
- ¿De veras?
- Lo vas pillando.
Entramos al local, que me impresionó por lo exquisitamente decorado que
estaba. Tenía el aspecto de un restaurante tradicional japonés, nada de los
locales chillones y funcionales en que había estado otras veces.
El centro lo ocupaba una enorme barra cuadrada con una plancha rodeándola,
para que el cocinero pudiera preparar la comida delante de los clientes. Las
paredes estaban decoradas con láminas clásicas japonesas, pero nada de geishas
y samurais con katanas, sino con motivos florales y escenas de la naturaleza.
Todo muy zen.
Al fondo había varios reservados, con puertas hechas con papel de arroz, para
reuniones de grupos más numerosos. La atmósfera que desprendía el local era
de tranquilidad absoluta y de paz.
Un chico asiático muy joven nos saludó al entrar y, como había pasado en la
boutique, tras reconocer a Gloria se marchó en busca de la tal Kimiko. Cuando la
chica apareció, pude confirmar una vez más que, a Jesús, desde luego no le
gustan feas (aunque esté mal que yo lo diga).
Tras las presentaciones de rigor, durante las que Kimiko no paró de hacerme
reverencias que yo devolví con torpeza, nos condujo hasta uno de los reservados
del fondo. Nos dejó solas unos segundos, en los que supongo encargó la comida
y enseguida volvió a reunirse con nosotras.
- Sí, así es. Este humilde local pertenece a mi familia y yo soy la encargada
de dirigirlo.
- ¿Y bien?
Me quedé helada. Tenía razón. Me había relajado pasando un día de compras con
Gloria, pensando que nos estábamos haciendo amigas, pero, en realidad, lo único
que nos unía era la devoción por nuestro Amo.
- Bueno, no pasa nada. Sigamos comiendo, que es cierto que está muy rico.
- Muy bien.
- Estupendo. ¿Ves? Cuando haces las cosas bien no me enfado contigo. Has
hecho un buen trabajo.
- Que no sé el qué.
- Cuéntaselo, Kimiko.
- ¿En serio?
- Un coche.
- Claro, tía – intervino Gloria – Yo no puedo poner tanta pasta como por
ejemplo Natalia, que está forrada, así que pon lo que puedas y punto.
- Así es. El Amo ha tenido a bien llamarme esta mañana por teléfono.
- Sí – respondí.
- ¿Y no le duele?
- ¿No te lo crees? ¡Tócale el coño y verás que está empapada! ¡Y mira esos
pezones como rocas!
- Pero…
- ¡Que se lo toques!
Una vez satisfechas las ganas de humillar a la pobre Kimiko, Gloria permitió que
se vistiera. Kimiko se veía avergonzada, por lo que mi simpatía por ella aumentó
notablemente, no sé si por pena o por qué.
Una vez arreglada y a una señal de Gloria, Kimiko avisó a sus empleados para
que despejaran la mesa. Nos ofreció tomar una copa de licor pero Gloria contestó
que no podíamos, pues eran las cinco pasadas y teníamos una cita a las seis.
Nos despedimos y Kimiko me entregó una tarjeta del restaurante y un papel con
un número de cuenta. Subrepticiamente, deslizó en mi mano otra tarjeta, esta
vez con su número personal, procurando que Gloria no lo viera.
Y salimos.
Fuimos hacia el coche sin mediar palabra, pues yo iba bastante molesta con
Gloria por su forma de comportarse con Kimiko y ella, a su vez, iba sumida en
sus propios pensamientos.
- No me digas que…
- Sí. Allí trabaja Rocío. Ella es la eterna última de la lista. Vamos a ponernos
guapas y a que nos den un buen masaje.
- Entonces, ¿cómo?
- Luego le damos tus datos para que te hagan socia del centro de estética.
Cuando te vayan a pasar el cobro, Rocío se encarga de anularlo. De todas formas
de vez en cuando, para disimular, te cobrarán algo, pero poca cosa.
- ¿Y no la pueden pillar?
- Órdenes de Jesús.
- Pero él me dijo que no era normal que nos obligara a acostarnos con otros
hombres, que quería a sus chicas para él – insistí preocupada.
- ¿Por qué?
- Ya te lo contaré.
- Pues entonces te diré que creo que te has pasado un montón con ella. No
había necesidad de humillarla de esa forma. No somos precisamente nosotras las
más adecuadas para juzgar a nadie por tener unas preferencias sexuales
“especiales”…
- Es cierto.
Gloria guardó silencio durante unos minutos, meditando mis palabras, hasta que
decidió cómo continuar.
- Ya te dije antes que las relaciones entre las chicas eran complicadas a
veces.
- Ya veo – asentí.
- ¿El qué? ¿Te quejas por la polla de Armando? ¡Cuando veas la de Yoshi
ya me contarás!
Tras unos segundos de violento silencio, decidí bromear un poco para aliviar la
tensión.
- ¿Tan grande era el pene del tal Yoshi? Tenía entendido que los asiáticos
la tenían pequeña.
- Eso es un mito.
- ¿En serio? ¿Y cómo la tenía?
Por toda respuesta, Gloria separó las manos dejando un buen espacio entre
ambas, tanto que pensé que exageraba.
Nos miramos a los ojos y nos echamos a reír. Estaba contenta de haber
solucionado el mal rollo con Gloria, pero en mi interior, seguía pensando que se
había pasado humillando a Kimiko delante de una extraña, con lo que mi simpatía
hacia la japonesa no disminuyó.
Nos dirigimos a la recepción, donde una bellísima chica nos saludó con una
sonrisa, preguntándonos si teníamos cita. Gloria le dijo que sí, dándole nuestros
nombres y la chica confirmó nuestra reserva, con Rocío y con una tal Romina.
- Dispara.
- ¡Oh!
Nos levantamos y saludamos a las dos chicas que venían. Ambas eran muy
guapas, vestidas con el uniforme del centro de estética, pantalón y camisa de
enfermera blancos. Me sorprendió enterarme de que Rocío era la más joven de
las dos, más o menos de la misma edad que Gloria. Romina, por su parte, era
una mujer muy alta, rumana creo a juzgar por el acento, que tomaba nota
profesionalmente, mientras Gloria le explicaba lo que habíamos venido a
hacernos.
Una vez concretados los tratamientos a recibir, Gloria me indicó que me marchara
con Rocío, mientras que de ella se encargaría Romina.
Con un educado gesto, Rocío me indicó que la siguiera, lo que hice obediente.
Me condujo a través de unos sobrios pasillos con puertas a los lados, que supongo
que llevarían a las diferentes salas de tratamiento.
Por fin, Rocío abrió una de las puertas y se apartó para que yo pasara primero.
Me encontré en una sala pintada de blanco, con una camilla de masajes en el
centro. A un lado había un enorme espejo y un sillón. En la otra pared, unos
estantes estaban a rebosar de toallas blancas y junto a la camilla, una mesita
con ruedas estaba llena de botes y potingues.
Una vez desnuda, me contemplé en el espejo, constatando que las marcas de las
sesiones con Jesús estaban comenzando a desaparecer. Tras acariciarme
distraídamente un pecho como suelo hacer, me tumbé boca abajo en la camilla,
cubriendo mi trasero con una toalla.
Ella entró cerrando la puerta tras de sí. Muy profesional, ordenó los botes que
había encima del carrito y cogió uno que tenía un expendedor como los del jabón
líquido y se lo guardó en un bolsillo que tenía en la cadera; de esta forma, le
bastaba con bajar la mano y presionar el botón para echarse un chorro de crema
en la mano.
Era bastante buena y pronto empecé a sentir cómo la tensión que últimamente
acumulaba en los músculos se desvanecía. Sus manos se deslizaban con
habilidad por mi espalda, deshaciendo nudos y refrescando músculos. De vez en
cuando, sus manos resbalaban por mis costados, rozando levemente mis senos
apretados contra la camilla, lo que me provocaba unas cosquillitas deliciosas.
Rocío descubrió mi culo, dejando caer la toalla al suelo. Sus manos se posaron
en mis nalgas, que pasó a amasar con intensidad. Notaba perfectamente cómo
la chica separaba mis nalgas al masajearlas, con lo que imaginé que estaría
obteniendo un panorama perfecto de mi ano y de mi coñito, pero me daba igual,
al fin y al cabo ella era como yo.
Giré la cabeza para mirar nuestro reflejo en el espejo y pude ver cómo la preciosa
chica me amasaba una y otra vez el culo, deslizando sus manos entre mis muslos
hasta casi rozar mis labios vaginales.
- Sí, sí, por supuesto – respondí sin pensar – Pero no hace falta que me
llames Ama. Puedes llamarme Edurne.
Mientras decía esto, una de sus manos completó el viaje hacia el norte entre mis
muslos, frotando directamente sobre mi vulva. Sorprendida, di un respingo
levantando la pelvis de la camilla, lo que ella aprovechó para meter la mano bien
adentro entre mis muslos. Su otra mano, mientras, presionaba sobre mi culo
para impedir que me levantara.
Rocío, con dulzura, tiró de mi cuerpo para hacerme quedar a cuatro patas sobre
la camilla, para tener mejor acceso a mi coño. Yo, sin dudar, le hice caso, aunque
mantuve el torso abajo, con la cara apretada contra la almohadilla para ahogar
mis gritos y jadeos.
Entonces, aprovechando que estaba abierta de piernas para sentirla mejor, Rocío
aprovechó para deslizar suavemente un dedo de la otra mano en el interior de
mi culo. Me tensé como la cuerda de un arco al sentir la súbita intromisión, pero
me relajé enseguida al darme cuenta de que no me dolía en absoluto, sino que
sentía sólo placer.
Pero me di cuenta de que seguía cachonda. Cada vez que sus manos se
deslizaban por mis pechos y rozaban mis durísimos pezones, sentía un
estremecimiento que me llegaba hasta el alma. Necesitaba más.
- Rocío – le dije.
- ¿Y estás incluso por debajo de mí, aunque yo todavía no sea miembro del
grupo?
- Sí, Ama. Yo debo obedecer incluso a las aprendices del Amo Jesús.
- Sí.
Con habilidad, Rocío hundió su cara entre mis muslos, chupándome el coño con
pasión sin importarle que estuviera empapado de aceite y de flujos. Me hizo ver
las estrellas cuando un par de sus deditos se clavaron en mi vagina, mientras mi
clítoris era lamido y chupeteado con habilidad.
Volvió a llevarme por los pasillos, hasta que llegamos a la zona de las piscinas.
Me condujo hasta una habitación en la que había un jacuzzi, en el que me
esperaba, totalmente desnuda, la pequeña Gloria.
Total, ya me había visto desnuda aquel día cuanto había querido en los
probadores.
- ¡Ah, vale!
Durante un rato, sólo hablé yo, describiéndole con todo lujo de detalles la sesión
de masaje.
- Verás, una cosa que le gusta mucho a Jesús es que le contemos las
situaciones eróticas o sexuales en las que nos veamos mezcladas. Se pone muy
caliente. Es bueno que se te dé bien hacerlo, pues te lo pedirá muy a menudo.
- Me defiendo.
Autor: TALIBOS