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El Misterio de La Caada Parte 3 Duplexpdf PDF
El Misterio de La Caada Parte 3 Duplexpdf PDF
ja oprarqnosap ueIqey ojoueyy 4 zaypuyg asoeum sand ‘uwqe3se ou anb sodian> soun vo) sep ap opevyen Topaparye ns v Om> -so opea ye sepeyeund eqeisase ‘oyano wer un ap oprmurarg requosua eyrenb oyuey anb 0] eqey1n20 2] exoye ‘operre zofour ns erany $1 -ue anb ‘seiqusos ap oyurtagey [q “THU! owoD opezadsasap wey uyse un w0D sesaid sms &cuchillo que habia escapado de su mano, lo cogid del cuello, tratando de ahorcarlo. Y la oscuridad huys de stibito cuando Jos quince soldados al mando del capitan Sarr ta Barbara irrumpieron en la escena, llevando faroles algunos y, los demas, apuntando sus fusiles a los dos hombres que luchaban. __;En nombre del rey, rendios, bella co! —grit6 el capitén, también apuntando su arma. Yen un chispazo de lucidez genial, Mon- dragén solt6 al escocés y, dando tin paso atrés, grits: apitén, acabe con él, acabe con él! jEstd loco! ;Quiso matarnos a todos! Por un segundo, el tiempo se detuvo y Manolo imaginé al escocés cayenco acribilla- do por los soldados y abrié la boca para int pedirlo, pero el estallido del disparo ahogé su voz. Cuando la nube de humo se disipaba, el doctor Mondragan se desplomé con Ja frente abierta por la certera bala de Santa Barbara, gue se adelanté unos pasos, como para com probar su punterfa, 156 —iVive Dios! jNo soy esttipido! —le oye- ron decir, con wna sonrisa despectiva en los labios. aa Mucho tiempo después, cuando el natu- ralista Macklembaum y su leal Isoldino ya ha- bian partido a Espaiia a escribir el libro fru- to de sus investigaciones; cuando el capitan Santa Barbara, ascendido a coronel, asumia el mando de un regimiento de infanteria en Lima; cuando maese Sénchez rechazaba, por segunda vez, la invitacién que la Corona le habia hecho para viajar a Espafia y comple- tar sus estudios alld con todos los gastos pa- gados, provocando la molestia de su excelen- cia, el gobernador, que lo habia recomendado; cuando todo eso hubo pasado, Manolo y José Miguel, sentados a la sombra de un arbol cer- ca del Huelén, capeaban el calor con que el ve- rano se dejaba sentir. —Segiin el padre Severino —dijo Mano- lo—, todo lo que nos pasa en la vida nos deja una ensefianza. —Y desde cuando tan interesado en lo que nos dice el padre Severino? —se burlé 187BSt “opuayruos ugiqurey ‘yaad pe equoraoe as onb odurayy ye ‘o8jure ns 8 [9 Oltp— **oyUOg BUN gs9,?— -yjspneg rod opronpuos aypoo fa apssp op AuaTaOg BRIA QUIET] OF— jjanueyy!— uedrp aur anb vpsuea aut anG— snyr— “o8[e ypuarde js empuaae eno ap o19g “—asopuait o1sajt0o— eap! Sta} oN— goo jeunes ‘asa woo vinpuac” Ty ap aystpuarde anb A? ‘ug s—o8ar8e ‘oles spur ‘oSant o1ad ‘janSy 9sof