gar", pensaba mientras cruzaba la entrada
sigilosamente.
Al ver que su amo se dirigéa al terrible
jardin, Martin comenz6 a ladrar como ad.
virtiéndole del peligro que corria. Pero,
como Miguelito parecia no escucharlo, ef
Petro se qued6 haciendo guardia, junto a
la puerta, decidido a no poner ni una pata
€n aquella mansién del terror.
Después de cruzar la entrada, Miguelito
avanz6 lentamente por el jardin, que mas
Parecia una pequefia selva. Los arboles se
clevaban altos y las enredaderas amenaza.
ban con ahogar sus gruesos troncos. Ha.
Géndoles el quite a los inmensos pantanos
lenos dle sapos resbalosos que saltaban de
un lado a otro, Miguelito logré llegar a la
gran puerta de madera que, extranamente,
también se encontraba abierta. El ambiente
interior era similar al de afuera: las tablas
del piso casi no existian, los muebles se de,
rumbaban en Ia penumbra, las paredes
‘musgosas eran tan altas como el cielo y por
las aberturas y grietas del techo penetraban
Jas ramas de los drboles ¢ invadian la gran
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casa como apropiindose de ella. No habia
ros del hombre fantasma. i
ee Miguelto avanzaba con cuidado, evitan-
do pisar los restos de tablas que erujian con
cada movimiento. Contenia la respiracion
Porque el eco magnificaba hasta el mas dé-
bil sonido. Sentia que su coraz6n latia con
fuerza y las rodillas no dejaban de temblar-
le. Cruz6 la gran sala de Ia entrada y entré
a una habitacién que en otra época debio
haber sido un majestuoso comedor. Comen-
26 a sentitse més relajado al notar que no
habia nadie en el misterioso lugar, y cuan-
do se preparaba a sentarse en una de las gi-
gantescas sillas, vio que una figura cruzaba
"a pared del fondo, como un espiniu,llevan-
do algo parecido a un libro en algo pareci-
do a una mano. Miguelito lanzé un grito que
se repitié hasta el infinito y de un salto se
meti6 debajo de la mesa, Muy quieto, en cu-
clillas y con el coraz6n en la boca, vio que
Ia figura se materializaba y unos Apalos Se
acercaban resueltamente a su escondite.
LV
an