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seres tan extrafios son ustedes! Pero ven, sibete sobre mi espalda, te llevaré para que leguemos... —exclam6 Polarin, riendo nue- vamente. Y asi, se deslizaron por los intermina- bles mares congelados. Miguelito sentia como si el aire helado se incrustara en su cara y lleg6 a pensar que se le caerfa como iscara. Tal vez la perderia, y volve- isa como el niffo sin rostro... :Lo in sus padres? Y Martin? AY sus queridas vaca: Después de mucho Hlegaron aun lugar donde terminaba la superficie de hielo y co- menzaba un camino, Mas que un camino, era casi un tine! muy estrecho, A ambos la- dos se elevaban dos inmensas murallas de nieve que apenas dejaban ver un trozo del cielo gris sobre sus cabezas, Polarin puso 4 Miguelito en el suelo, pero se hundié casi hasta la cintura en aquella nieve tan blan- da, de manera que el oso debis cargarlo nuevamente. Caminaron y caminaron por el angosto laberinto. Este subfa, bajaba, daba vueltas a un lado y al otro; parecia no te- ner fin, De pronto, el interminable laberinto se transformé en un pequefio bosque. Migue- lito se sinti6 feliz porque habia pensado que en ese reino no existian mas que el hielo, Ja nieve y ese cielo de color tan triste. Ch ro que los Arboles tampoco parecian muy felices, No tenfan una sola hoja; eran tron- cos y ramas completamente cubiertos de escarcha. Solo por su forma, Miguelito com- prendié que eran Arboles, pues eran tan gri- ses como todo lo que habia visto en aquel a

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