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C0974 on E Teabato Soetel Bea bes Ry MULTICULTURALISMO Monica UTRILLA DE NEIRA Y “LA POLITICA DEL RECONOCIMIENTO” Ensayo de CHARLES TAYLOR Comentarios de ‘AMy GUTMANN SrevEN C, ROCKEFELLER MICHAEL WALZER Susan WoL BIBLIOTECA SAN JOAQUIN Snes uaM oa e POPULAR FONDO DE CULTURA ECONOMICA MEXICO BYES 7S LA POLITICA DEL RECONOCIMIENTO CHARLES TAYLOR I Cuero néimero de corrientes de la politica contempo- rdnea gira sobre la necesidad, y a veces la exigencia, de reconocimiento, Puede argitirse que dicha necesidad es una de las fuerzas que impelen a los movimientos na- cionalistas en politica. Yla exigencia aparece en primer plano, de muchas maneras, en la politica actual, for- mulada en nombre de los grupos minoritarios 0 “sub- alternos”, en algunas formas de feminismo y en lo que hoy se denomina la politica del “multiculturalismo”. En estos tiltimos casos, la exigencia de reconocimien- to se vuelve apremiante debido a los supuestos nexos entre el reconocimiento ya identidad, donde este til a identidad, donde este Git fe mo término designa.alga cqnivalente a la interpretacion que hace una persona de quién es y de sus caracieristi- cas definitorias fundamen tales. coii0-Sex_bumano. La is es que nuestra identidad se moldea en parte por ‘el reconocimiento 0 por la falta de. éste; a menudo, también, por el falso reconocimiento de otros, y asi, un individuo o un grupo de personas puede sufrir un ver- dadero dafio, una auténtica deformacién si la gente o la sociedad que lo rodean le muestran, como reflejo, un cuadro limitativo, o degradante o despreciable de si 43 mismo. El falso reconocimiento o la falta de reconoci- tpienio_puede-causar-daio, puede ser una fornia de oprésién que aprisione a alguien en un modo de ser falsordéformado y reducido: {+ Por ello, algunas feminisias han sostenido que las mujeres en las sociedades patriarcales fueron induci- das a adoptar una imagen despectiva de sf mismas. In- ternalizaron una imagen de su propia inferioridad, de modo que aun cuando se supriman los obstaculos ob- jetivos a su avance, pueden ser incapaces de aprovechar las nuevas oportunidades. Y, por si fuera poco, ellas.es- tn condenadas a sufrir el dolor de una pobre autoesti- ma, Se estableci6 ya un punto andlogo en relacién con Jos negros: que la sociedad blanca les proyecté durante generaciones una imagen deprimente de si mismos, imagen que algunos de ellos no pudieron dejar de adop- tar. Segiin esta idea, su propia autodepreciacion se transforma en uno de los instrumentos mas poderosos de su propia opresién. Su primera tarea deber4 consis- tir en liberarse de esta identidad impuesta y destruct va. Hace poco tiempo se elaboré un argumento similar en relacién con los indios y con los pueblos coloniza- dos en general. Se-sostiene que a partir de 1492 los eu- ropeos proyectaron una imagen de tales pueblos como inferiores, “incivilizados” y mediante la fuerza de Ia conquista lograron imponer esta imagen a los conquis- tados. La figura de Calibén fue evocada para ejempli- ficar este aplastante retrato del desprecio a los abori- genes del Nuevo Mundo. & LDentro de esta perspectiva, el falso reconocimiento no solo muestra una falta del respeto debido. Puede infligir una herida dolorosa, que causa a sus victimas 44 un mutilador odio a si mismas. El reconocimiento de- Para el examen de algunas de las cuestiones que aqui han surgido me gustaria retroceder un poco, tomar cierta perspectiva y empezar por ver cémo este discui ¢l_reconocimiento y de la identidad lego a pare cernos familiar 0 por lo menos facil de comprender. Pues no siempre fue asf, nuestros antepasados de Race més de dos siglos nos habrian mirado sin comprender si hubiésemos empleado estos términos en su sentido actual. ¢Cémo empezamos con todo esto? A la mente nos viene el nombre de Hegel, con su cé- lebre dialéctica del amo y del esclavo. Esta es una etapa importante, pero tendremos que remontarnos un poco més alld para ver cémo este pasaje lleg6 a adquirir su sentido actual. Qué fue lo que cambié para que este modo de hablar tenga sentido para nosotros? Podemos distinguir dos cambios que, en conjunto, hicieron inevitable la moderna preocupacién_por la identidad y el reconocimiento. El primero fue el des- plome de las jerarquias sociales, que solfan ser la base del honor. Empleo el términoffonarjen el sentido del antiguo régimen, en que estaba intrinsecamente rela- cionado con la desigualdad. Para que algunos tuvieran honor en este sentido, era esencial que no todos lo tu- vieran. Este es el sentido en que Montesquieu Io utiliza en su descripcién de la monarquia. El honor es, intrin- secamente, cuestién de préférences.! También es ése el sentido en que empleamos el término cuando habla- 1 “La nature de Phonneur est de demander des préférences et des distinctions...", Montesquieu, De lesprit des lois, libro mt, cap. 7. 45 do no sélo es una cortesia que debemasetostiemas: es mos de honrar a alguien otorgindole algan recono miento pablico, por ejemplo, la Orden de Canada. Sin duda, este premio no valdria nada si mafiana decidié- ramos darselo a todo canadiense adulto. Contra este concepto del honor tenemos el moderno concepto de dignidad, que hoy se emplea en un sen- tido universalista e igualitario cuando hablamos de la inherente “dignidad de los seres humanos" o de la dig- nidad del ciudadano. La premisa subyacente es que todos la comparten.2 Es obvio que este concepto de la dignidad es el Gni- co compatible con una sociedad democratica, y que era inevitable que el antiguo concepto del honor caye- ra en desuso. Pero esto también significa que las for- mas del reconocimiento igualitario han sido esenciales para la cultura democratica. Por ejemplo, que a todos se les llame “seior”, “sefiora” o “sefiorita” y no que a algunas personas se les lame Lord o Lady y a los demas simplemente por sus apellidos —o, lo que aan es mas humillante, por sus nombres de pila— se ha considera do como algo esencial en algunas sociedades democra- ticas, como Estados Unidos. Mas recientemente y por razones si democracia_desembocé ‘en _una, politica.de, iniento”iguali ie adopts varias formas. con el _ paso de los afios, y que ahora,retorna.en Ja forma de” sxigencia de igualdad de status para las culturas y para esa Pee " SEXOS. 2 Peter Berger analiza en forma interesante la significacién del paso del “honor” a la “dignidad” en su “On the Obsolescence of the Concept of Honour”, en Revisions: Changing Perspectives in Moral Phi lesophy, Stanley Hauerwas y Alasdair Macintyre, eds. (Notre Dame, Ind.: University of Notre Dame Press, 1983), pp. 172-181, 46 | res, Mrs. y Miss se han reducido a Ms\La_ cong Pero la importancia del reconacimiento se modificé ¢ intensificé a partir de la nueva interpretacion de la identidad individual que surgié a finales del siglo xvim, Podemos hablar de una identidad individuatizada, que ¢s particularmente mia, y que yo descubro en mi mis- mo. Este concepto surge junto con el ideal de ser fiel a mi mismo y a mi particular modo de ser. Dado que sigo a Lionel Trilling en el empleo que hace de este concep- to en su brillante estudio, hablaré de la identidad como el ideal de la “autenticidad”.3 Ello ayudar a deseribir en qué consiste y cémo surgié. Una manera de caracterizar su desarrollo consiste en localizar su punto de partida en el concepto —del siglo xvit— de que los seres humanos fueron dotados de un sentido moral, un sentido intuitivo de lo que es bueno y lo que es malo. El punto original de esta doc- trina era combatir una opinion rival, a saber: que el co- nocimiento del bien y del mal era cuestién de calcular Jas consecuencias, en particular las tocantes al castigo y la recompensa divinos. La idea era que interpretar el bien y el mal no era cuestin de frio.cdlculo sino que estaba arraigado en nuestro sentimiento.t En cierto modo, la moral tiene una voz interior. El-concepto de autenticidad se desarrolla a de un_desplazamiento del acento moral segiin esta idea. En la opinion original, la voz Interior era importante porque nos decfa qué era lo correcto que debiamos ha- Lionel Trilling, Sinai and Authentic (Nueva York: Norton, 1969) 4 He analizado mas extensamente cl desarrollo de esta docirina, primero en la obra de Francis Hutcheson, basindome en los escritos ficl conde de Shaftesbury, y su relacién opuesta ala teoria de Locke en Sources of the Self (Cambridge, Mass: Harvard University Press, 1989), cap. 5. a7 cer. Estar en contacto, aqui, con nuestros sentimientos morales importa como medio para alcanzar el fin de actuar con rectitud. Lo que he llamado el desplazamien- to del acento moral surge cuando estar en contacto con_ nuestros sentimientos adopta una significacion. moral independiente y decisiva. Llega a ser algo que tenemos que alcanzar si queremos ser fiel y plenamente seres humanos. Para ver lo que hay de nuevo en esto, tenemos que establecer la analogia con las anteriores opiniones mo- rales, para las que estar en contacto con alguna fuente —por ejemplo, Dios o Ia Idea de Dios— era considera- do esencial para ser con plenitud. Pero ahora la fuente con la que debemos entrar en contacto se encuentra en lo mas profundo de nosotros. Este hecho forma par- te del enorme giro subjetivo caracteristico de la cultura moderna, es una nueva forma de interioridad en que legamos a pensar en nosotros como seres con profun- didad interna. Por principio, esta idea de que la fuente es interna no excluye nuestra relacién con Dios 0 con las Ideas; puede inclusive considerarse como nuestra propia manera de relacionarnos con ellos. En cierto sentido, puede considerarse como una continuaci6n € intensificacién del desarrollo que inicié san Agustin, para quien el camino hacia Dios pasaba por nuestra autoconciencia. Las primeras variantes de esta nueva idea fueron teistas, o al menos panteistas. El escritor de ideas filoséficas ms importante que ayudé a producir este cambio fue Jean Jacques Rous- seau: Creo que Rousseau es importante na porque ini- ciara el cambio; antes bien, yo diria que su gran popu- Jaridad se debe en parte a que articulé algo que en 48 cierto sentido ya estaba ocurriendo en la cultura, Rous- ‘se3u1 presenta, frecuentemente, la cuestién de la moral como la atencion que Je prestamos a una voz de la na- turaleza que hay dentro de nosotros. A menudo, esta voz es ahogada por las pasiones que induce nuestra depen- dencia de los demas, siendo la principal el amour propre uorgullo. Nuestra salvacién moral depender4 de la recupe- racién de un auténtico contacto moral con nosotros mismos. Rousseau hasta llega a dar un nombre a este contacto intimo consigo mismo, més fundamental que ninguna opinién moral, y que es fuente de tanta ale- gria y contento: le sentiment de VexistenceS E] ideal de autenticidad adquicre una importancia crucial debido a un avance que tuvo lugar después de Rousseau, y que yo relaciono con el nombre de Her- der: una vez mas, se trata de su principal articulador, y no de su autor original.[Herder planteé la idea de que cada uno de nosotros tiene un modo original de ser humano: cada persona tiene su propia “medida”. Esta 5 “Le sentiment de l'existence dépouillé de toute autre affection, ‘est par luiméme un sentiment précieux de contentement et de paix qui sulfiroit seul pour rendre cette existence chére et douce & qui sauroit carter de soi toutes les impressions sensuelles et terrestres qui viennent sans cesse nous en distraire et en troubler ici bas la dou- eur, Mais la pluspart des hommes agités de passions continuclles connoissent peu cet état et ne ayant gouté qu’imparfaitement du- rat peu dinstans nen conservent qu'une idée obscure et confuse qui ne Jeur en fait pas sentir Je charme,” Jean Jacques Rousseau, Las Fev promos slr “Cinque Promenade’ on Octet lites (Paris: Gallimard, 1959), 1:1047. ‘ 6 "Jeder Mensch hat cin eigenes Mass, gleichsam eine cigne Sim mung aller seiner sinnlichen Gefiihle zu cinander.” Johann Gotdob Herder, Ideen, cap. 7, ec. 1 en Herders Samtliche Werke, cd. Bernard Su- phan (Berlin: Weidsnann, 1877-1913), 13:291. 49 * idea penetré muy profundamente en la conciencia mo- derna, Es una idea nueva. Antes de finales del siglo xvi, nadie pensaba que las diferencias entre los seres huma- nos tuviesen este tipo de significacién moral. Hay cierto modo de ser humano que es mi modo. He sido llamado a vivir mi vida de esta manera, y no para imitar la vida de ningin otro. Pero esta idea atribuye una importan- cia nueva a la fidelidad que me debo a mi mismo. Sino me soy fiel, estoy desviandome de mi vida, estoy per- diendo de vista lo que es para mi el ser humano§ Este es el poderoso ideal moral que ha Ilegado hasta nosotros. En él se atribuye importancia moral a un tipo de contacto conmigo mismo, con mi propia naturaleza interna, a Ja que ve en peligro de perderse debido en parte a las presiones en favor de la conformidad exter- na, pero también porque al adoptar una actitud instru- mental hacia mi mismo es posible que haya perdido la capacidad de escuchar esta voz internaJLa importancia de este contacto propio aumenta considerablemente cuando se introduce el principio de originalidad: cada una de nuestras voces tiene algo tinico que decir. No s6lo no debo moldear mi vida segiin los requerimien- tos de la conformidad externa; ni siquiera puedo en- contrar el modelo de acuerdo ai cual vivir fuera de mi mismo. Sélo puedo encontrarlo adentro.7 4 7 John Stuart Mill sufti6 Ja influencia de esta fuente del pensa- micnto roméntico cuando hizo que algo como el ideal de autentici- dad fuera la base de uno de sus més poderosos argumentos en On Liber, Vease especialmente el capitulo 3, donde arguye que necesitx ‘mos algo mas que una capacidad de “imitacién simiesca": “Decimos due tiene cardcter una persona cuyos deseos e impulsos son los suyos Propios, son la expresién de su propia naturaleza como ha sido desa- rrollada y modificada por su propia cultura.” “Si una persona posee 50 \\Ser fiel a mi mismo significa ser fiel a mi propia ori- ginalidad, que es algo que sélo yo puedo articular y descubrir. Yal articularla, también estoy definiéndome a mi mismo, Estoy realizando una potencialidad que es mi propiedad. Esta es la interpretacion de fondo del moderno ideal de autenticidad, y de los objetivos de autorrealizacién y autoplenitud en que este ideal suele presentarse. Debo hacer aqui la observaci6n de que Herder aplicé su concepcién de la originalidad en dos niveles, no s6lo a la persona individual entre otras per- sonas, sino también a los pueblos que transmiten su cultura entre otros pueblos. Ylo mismo que las perso- nas, un Volk debe ser fiel a si mismo, es decir a su pro- pia culturaJLos alemanes no deben tratar de ser fran? ceses derivativos ¢ (inevitablemente) de segunda clase, tal como el patrocinio de Federico el Grande parecia alentarlos a ser. Los pueblos eslavos deben encontrar su propio camino. Yel colonialismo europeo debe anu- larse para dar a los pueblos de Jo que hoy llamamos el Tercer Mundo su oportunidad de ser ellos mismos, sin obsticulos. Podemos reconocer aqui la idea seminal del nacionalismo moderno, tanto en su forma benigna como en su forma maligna. Este nuevo ideal de autenticidad, como la idea de dignidad, también era en parte un derivado de la deca- dencia de la sociedad jerarquica. En aquellas socieda- des que nos precedieron, lo que hoy Ilamamos identi- dad dependia en gran parte de la propia posici6n social. tuna cantidad tolerable de sentido comin y de experiencia, su pro- pio modo de llevar su existencia es el mejor, no porque sea el mejor ‘en si mismo, sino porque es el suyo propio.” John Stuart Mill, Three Essays (Oxford: Oxford University Press, 1975), pp. 73, 74. 85, 51 es Es decir, el trasfondo que explicaba lo que las personas reconocian como importante para ellas estaba deter- minado en gran parte por el lugar que ocupaban en la sociedad y por cualesquiera papeles o actividades que fuesen inseparables de esa posicién. El nacimiento de una sociedad democratica no anula por sf mismo este fenémeno, pues las personas atin pueden definirse por el papel social que desempeiian. En cambio, lo que si socava decisivamente esta identificacion derivada de la sociedad es el propio ideal de autenticidad. Al surgir éste, por ejemplo, con Herder, me pide que descubra mi propio y original modo de ser. Por definici6n, este modo de ser no puede derivarse de la sociedad sino que debe generarse internamente. Pero, para la naturaleza del caso, no existe nada que pueda Hamarse generaci6n interna, interpretada mo- nol6gicamente. i queremos comprender la intima co- nexi6n que existe entre la identidad y el reconocimien- to tendremos que tomar en cuenta un rasgo decisivo de la condicién humana que se ha vuelto casi invisible por la tendencia abrumadoramente monolégica de la corriente principal de la filosofia moderna. Este rasgo decisivo de la vida humana es su caracter fandamentalmente dialigico, Nos transformamos en agen- tes humanos plenos, capaces de comprendernos a nos- otros mismos y por tanto de definir nuestra identidad por medio de nuestra adquisicién de enriquecedores lenguajes humanos para expresarnos \Para mis propé- sitos sobre este punto, deseo valerme del término len- guaje en su sentido mas flexible, que no s6lo abarca las palabras que pronunciamos sino también otros modos de expresién con los cuales nos definimos, y entre los 52 que se incluyen los “lenguajes” del arte, del gesto, del amor y similares. Pero aprendemos estos mods de ex- presién mediante nuestro intercambio con los demas. Las personas, por si mismas, no adquieren los lengua- jes necesarios para su autodefinicién. Antes bien, entra- mos en contacto con ellos por la interaccién con otros que son importantes para nosotros: lo que George Herbert Mead Ilamé los “otros significantes”.8/La géne- sis de la mente humana no es, en este sentido, mono- logica (no es algo que cada quien logra por si mismo), sino dialégica.} Ademés, éste no sélo es un hecho acerca de la génesis que después podamos olvidar. No aprendemos simple- mente los lenguajes en didlogo y luego seguimos usan- dolos para nuestros propios fines. Pesde luego, se es- pera de nosotros que desarrollemnos nuestra propia opinién, perspectiva y actitud hacia las cosas, en grado considerable, por medio de la reflexién solitaria. Pero no es asf como ocurren las cosas en las cuestiones im- portantes, como es la definicion de nuestra identidad. Siempre definimos nuestra identidad en didlogo con as cosa qué nuestros otros significantes desean ver en nosotros, y a veces en lucha con ellas. Y atin después de que hemos dejado atrds a algunos de estos otros —por ejemplo, nuestros padres— y desaparecen de nuestras vidas, la conversaci6n con ellos continuaré en nuestro interior mientras nosotros vivamos. 4 § George Herbert Mead, Mind, Self, and Society (Chicago: Universi- ‘y of Chicago Press, 1934). ® Esta dialogicidad interna ha sido explorada por M. M. Bajtin y por quienes se basan en su obra. Véase, de Bajtin, especial lems of Dostoycusky’s Poetics, trad, Caryl Emerson (Minneapoli sity of Minnesota Press, 1984). [Hay traduecién al espaitol del rce: Los 53 De esta manera, la contribucién de los otros signifi- cantes, aun cuando aparece al principio de nuestras vi- das, contintia indefinidamente. Algunas personas atin querran aferrarse a alguna modalidad del ideal mono- légico. Es verdad que nunca podemos liberarnos por completo de aquellos cuyo amor y cuidado nos dieron forma al principio de nuestra vida; pero debemos es- forzarno’ por definirnos a nosotros mismos por nos- otros mismos en la mayor medida posible, para llegar a comprender lo mejor que podamos y, asi, a dominar la influencia de nuestros padres con objeto de evitar caer {en otra de esas relaciones de dependencia. Necesitamos las relaciones para realizarnos, no asi para definirnos. El ideal monolégico subestima gravemente el lugar que ocupa lo dialégico en la vida humana. Quiere con- finarlo todo lo que sea posible a la génesis{ Olvida como nuestra concepci6n de las cosas buenas de la vida pue- de transformarse por gozarlas en comin con las perso- nas que amamos; cémo algunos bienes sélo quedaron a nuestro alcance por medio de ese goce en comin. Y por esto, se necesitaria un enorme esfuerzo y probable- mente muchas rupturas desgarradoras para impedir que nuestra identidad estuviese formada por las personas que amamos. Considérese lo que entendemos por iden- tidad: es quiénes somos, “de dénde venimos”. Gomo tal, es el trasfondo contra el cual nuestros gustos y deseos, opiniones y aspiraciones adquieren sentido. Si algunas de las cosas que yo aprecio mas me son accesibles s6lo problemas de la poitica de Dostoievshy.] Véase también Michael Holquist y Katerina Clark, Mikhail Bakhtin (Cambridge, Mass.; Harvard Uni- versity Press, 1984); y James Wertsch, Voices of the Mind (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1991). 54 en relacién con Ia persona que amo, entonces ella se vuelve parte de mi identidad. ‘A algunos esto puede parecerles una limitacién de la que debemos tratar de liberarnos. Este es un modo de interpretar el impulso que hay en la vida del ermitaiio o, para tomar un caso més familiar de nuestra propia cultura, el del artista solitario. Pero desde otra perspec- tiva, también podemos considerar que estas vidas aspi- ran aun cierto tipo de dialogicidad. En el caso del er- mitafo, su interlocutor es Dios. En el caso del artista solitario, su obra misma esta dirigida a un piiblico fu- turo, que quiz4 todavia esté por ser creado por la obra. La forma misma de una obra de arte muestra su carac- ter de algo dirigido.!0 Pero, sintamos lo que sintamos al respecto, la hechura y el sustento de nuestra identidad, a falta de un esfuerzo heroico para romper con la exis- tencia ordinaria, siguen siendo dialégicos a lo largo de nuestra vida. De este modo, el que yo descubra mi propia identi- dad no significa que yo la haya elaborado en el aisla- egociade por medio del didlo- 5 itermo, con. Jos demas. Por ello, el desarrollo de un ideal de identidad que se genera internamente atribuye una nueva importancia al reconocimiento. Mi propia identidad depende, ensy. forma crucial, de mis relaciones dialégicas con los de- mas. | 20 Véase Bajtin, “The Problem of the Text in Linguistics, Philology and the Human Sciences”, en Speech Genres and Other Late Essays, ed. Cary! Emerson and Michael Holquist (Austin: University of Tes Press, 1986), p. 126, para este concepto de un “superdestinatario” ‘ms alla de nuestros interlocutores existentes. 55 SA Desde luego, la idea no es que esta dependencia de los demas surgiera a la par con la época de la autentici dad. Siempre existié alguna forma de dependencia. La identidad sociaimente derivada dependia, por su natu- raleza misma, de la sociedad, Pero en épocas anterio- res el reconocimiento nunca representé un problema, dado que el reconocimiento general estaba integrado en la identidad socialmente derivada, por virtud del he- cho mismo de que se basaba en unas categorias socia- les que todos daban por sentadas. Pero la identidad original, personal, ¢ internamente derivada no goza de este reconocimiento a priori. Debera ganarse por me- dio de un intercambio, y el intento puede fracasar. Lo que surgié con la época moderna no es la necesidad de reconocimiento sino la ponderacién de las condi- ciones en que el intento de ser reconocido puede fra- casar. Por ello, hoy se admite por primera vez esa nece- sidad. En los tiempos premodernos la gente no hablaba de “identidad” y de “reconocimiento”: no porque las personas carecieran de identidad (Io que asi llamamos), © porque ésta no dependiera del reconocimiento, sino porque estas nociones, entonces, eran demasiado faci- les de comprender para explayarse sobre ellas temati- camente. No es de sorprender que podamos encontrar algu- nas de las ideas seminales acerca de la dignidad del ciudadano y del reconocimiento universal, si bien no en estos términos especificos, en Rousseau, al que yo he tratado de identificar como uno de los puntos de origen del moderno discurso sobre la autenticidad. Rousseau critica acremente al honor jerérquico o de 56 préférences. En un revelador pasaje del Discurso sobre la desigualdad determina el momento decisivo cuando la sociedad da un giro hacia la corrupcién y la injusticia, cuando la gente empieza a desear una estima prefe- rencial.!! Por contraste, en la sociedad republicana, donde todos pucden compartir la igualdad a la luz de la atencién pablica, ve la fuente de la salud.12 Pero el tema del reconocimiento es tratado por primera vez por Hegel de una manera que ha ejercido gran i fluencia.!3 Laimportar mente. reconocida en una.u otra forma. En un plano intimo, todos estamos conscientes de cémo Ia identi- dad puede ser bien o mal formada en el curso de nues- tras relaciones con los otros significantes. En el plano social, contamos con una politica ininterrumpida de a28 11 Rousseau describe las primeras asambleas: “Chacun commenca a regarder les autres et A vouloir étre regardé soi-méme et I'estime publique eut un prix. Celui qui chantait ou dansait Je micux; le plus ‘beau, le plus fort, Je plus adroit ou le plus Eloquent devint le plus con- sidéré, ct ce fut fa le premier pas vers I'inégalité, et vers le vice en méme temps.” Discours sur Uorigine et les fondements de Vinagalité parm les hommes (Paris: Garnier-Flammarion, 1971), p. 210. 38 Véase, por ejemplo, el pasaje de las Considerations sur le gouverne- sent de Pologne en que describe el antiguo festival publico, en que to- ‘maba parte todo el pueblo, en Du contrat social (Paris: Garnier, 1962) p. 345; y también el pasaje paralelo, en Lettre 4 D'Alembert sur ls spec- tacles, en Du contrat socal, pp. 224-225. El principio decisivo es que no debiera haber division entre actores y espectadores, pero que todo debia ser visto por todos. “Mais quels seront enfin les objets de ces spectacles? Qu’y montrera-ton? Rien, si 'on veut... Donnez les spec tateurs en spectacles; rendezles acteurs eux-mémes; faites que cha- ‘cun se vole et s'aime dans les autres, que tous en soient mieux unis.” 18 Véase Hegel, The Phenomenology of Spiri, trad. A. V. Miller (Ox- ford: Oxford University Press, 1977), eap. 4. [Hay traducci6n al esp fiol del roe: Fenomenologia del espiritu.] 57 cl reconocimiento es hoy universal-. reconocimiento igualitario. Ambos planos se formaron a partir del creciente ideal de autenticidad, y el reco- nocimiento desemperia un papel esencial en ia cultura que surgié en torno a este ideal. En el nivel intimo, podemos apreciar hasta qué pun- to una identidad original necesita ser y de hecho es vul- nerable al reconocimiento que le otorgan, o no, los otros significantes. No es de sorprender que en la cultura de la autenticidad Jas relaciones se consideren como los puntos clave del autodescubrimiento y la autoafirma- cidn, Las relaciones amorosas no slo son importantes debido al acento general que Ia cultura moderna otor- ga a la satisfaccin de las necesidades ordinarias; tam- bién son cruciales porque son los crisoles de una iden- tidad que se genera internamente. En el plano social, fa interpretacin de que Ja identi- dad se constituye en el didlogo abierto, no que se for- ma por un “guién” social predefinido, ha hecho. que la politica del reconocimiento igualitario ocupe un lugar jnas-importanite y'de mayor _péso. En realidad, lo qué std en juego ha aumentado considerablementé El re- conocimiento igualitario no sélo es el modo pertinen- te a. una sociedad democratica sana. Su rechazo puede causar daiios a aquellos a quienes se les niega, segiin una idea moderna muy difundida, como Io indiqué des- de el principio. La proyeccién sobre otro de una ima- gen inferior o humillante puede en realidad deformar y oprimir hasta el grado en que esa imagen sea inter- nalizada. No sélo el feminismo contempordneo sino también las relaciones raciales y las discusiones del mul- ticulturalismo se orientan por la premisa de que no dar este reconocimiento puede constituir una, forma de 58 opresién.\Podemos discutir si este factor ha sido exage- rado, pero es claro que la interpretacin de la identi- dad y de la autenticidad introdujo una nueva dimension en la politica del reconocimiento igualitario, que hoy actiia con algo parecido a su propio concepto de auten- ticidad, al menos en lo tocante a la denuncia de las de- formaciones que causan los demas. Bt Es asf como el discurso del reconocimiento se-ha uel. to familiar para nosotros en dos niveles: primero, en la esfera intima, donde comprendemos que la formacién de la identidad y del yo tiene lugar en un didlogo sos- tenido y en pugna con [os otros significantes. Y luego en la esfera publica, donde la politica del reconocimien- to igualitario ha llegado a desempeiiar un papel cada vez mayor, Ciertas teorias feministas han tratado de mos- trar los vinculos existentes entre ambas esferas.14 Deseo concentrarme aqui en la esfera piiblica y trax tar de ver lo que la politica del reconocimiento iguali- tario ha significado y puede significar. En realidad ha legado a significar dos cosas bastante distintas, relacionadas, respectivamente, con los dos cam- 4 Hay cierto méimero de corrientes que han relacionado estos dos niveles, pero tal vez en afios recientes se haya dado cierta prominen- cia especial a un feminismo de orientacién psicoanalitica, que arrai- ga las desigualdades sociales en la crianza temprana de hombres y mujeres. Véase, por ejemplo, Nancy Chodorow, Feminism and Psycho- ‘analytic Theory (New Haven: Yale University Press, 1989); y Jessica Bene Jamin, Bonds of Love: Prckoanalysis, Feminism and the Problem of Domi- nation (Nueva York: Pantheon, 1988). 59 bios principales que he descrito. Con el transito del ho- nor a la dignidad sobrevino la politica del universalismo que subraya la dignidad igual de todos los ciudadanos, y el contenido de esta politica fue la igualacién de los derechos y de los titulos. En ella, lo que hay que evitar a toda costa es Ja existencia de ciudadanos de “priméra clase” y de ciudadanos de “segunda clase”, 'Naturalmen- te, las medidas efectivas y detalladas que ese principio justifica han variado mucho, y a menudo han resultado discutibles. Segiin algunos, la igualacién s6lo afecté los derechos civiles y los derechos al voto; segtin otros, se extendié a la esfera socioeconémica, Las personas a quienes la pobreza ha impedido sistematicamente apro- vechar de leno sus derechos de ciudadania han sido relegadas, segiin esta opinién, a la categoria de segun- da clase, lo que exige un remedio por medio de la igua- laci6n. Pero, pasando por todas las diferencias de in- terpretacién, el principio de ciudadania igualitaria lego a ser universalmente aceptado. Toda postura, por reac- cionaria que sea, se defiende hoy enarbolando la ban- dera de este principio. Su victoria mayor y mas reciente Ja obtuvo en el movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos durante la década de los 60. Vale la pena observar que hasta los adversarios de extender el dere- cho al voto a los negros en los estados surefios encon- traron algan pretexto congruente con el universalismo, como las “pruebas” a las que habria que someter a los potenciales votantes en el momento de registrarse. Por contraste, el segundo cambio, el desarrollo del cepto moderiio de identidad, hiz r de Ja diferencia, Desde luego, tam! base universalista, que causa un traslape y una confu- 60 | sién entre ambas.\Cada quien debe ser reconocido por 3 su identidad tnica, Pero aqui, el recénocimiento tam- bién significa otra cosa. Con la politica de la dignidad igualitaria lo que se establece pretende ser universal mente lo mismo, una “canasta” idéntica de derechos e inmunidades; con la politica de la diferencia, lo que pedimos que sea reconocido es la identidad tinica dé ‘Sté individuo o de este griipo, el hecho de-que es dis- tints de Tilos Tos demas: La idéA es que, precisamente, esta condici6n de’ set distinto es la que se ha pasado por alto, ha sido objeto de glosas y asimilada por una identidad dominante o mayoritaria. Y esta asimilacién ¢s el pecado cardinal contra el ideal de autenticidad. 18 Ahora bien, a esta exigencia subyace él principio dé igualdad universal. La politica de la diferencia esta He- na de denuncias de discriminacion y de rechazos a la ciudadania de segunda clase, lo que otorga al princi- pio de la igualdad universal un punto de enclave en la politica de la dignidad. Pero una vez dentro, por deci lo asf, resulta muy dificil incorporar sus demandas a esa politica; pues exige que demos reconocimiento y status a algo que no es universalmente compartido. O, dicho de otra manera, s6lo concedemos el debido reconoci- miento a lo que esta universalmente presente —cada quien tiene una identidad— mediante cl reconocimien- 48 Un primer ejemplo de esta acusacién desde una perspectiva fe- ‘minista cs la critica de Carol Gilligan a la teoria de Lawrence Kohlberg, del desarrollo moral por presentar una visién del desarrollo humano que favorece sélo una faceta del razonamiento moral, precisamente Ja que tiende a predominar en los nifios y no en las nifias. Véase Gik ligan, In a Different Voice (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1982). {Hay traduccién al espafiol: La moral y la teoria. Psicologia del desarrollo femenino, €CE, 1985.) 61 “to de io que es peculiar de cada uno. ‘La demanda uni- versal impele a un reconocimiento dé la especificidad, } La politica de la diferencia brota orgdnicamente de la politica de la dignidad universal por medio de uno de 30s giros con los que desde tiempo atras estamos fami- iarizados, y en ellos una nueva interpretaci6n de la con- dicién social humana imprime un significado radical mente nuevo a un principio viejo. Asi como la opinion de que los seres humanos estin condicionados por su sitacién socioeconémica modificé la interpretacion de la ciudadanfa de segunda clase, de modo que esta categoria lleg6 a incluir, por ejemplo, a las personas que se encontraban encadenadas al cepo hereditario de la pobreza, asi también, aqui, la interpretacién de la identidad como algo que se forma en un intercambio (y posiblemente se malforma) introduce una nueva for- ma de status de segunda clase en nuestra esfera. Como en el caso presente, la redefinicién socioeconémica jus- tificé unos programas sociales que fueron sumamente controvertidos. A quienes no estaban de acuerdo con esta redefinicion del status igualitario, los diversos pro- gramas redistributivos y Jas oportunidades especiales que se ofrecieron a ciertas poblaciones les parecieron una forma de favoritismo indebido. Hoy surgen conflictos similares en torno de la politi ca de la diferencia. Mientras que la politica de la dig nidad universal luchaba por unas formas de no discri- minacién que eran enteramente “cicgas” a los modos en que difieren los ciudadanos, en cambio Ia politica de la diferencia a menudo redefine la no’ discrimina- cién_exigiendo qué Hagamos de estas distintionés la base del tratamiento diferencial. De este modo los miem- 62 bros de los grupos aborigenes recibirén ciertos dere- chos y facultades de que no gozan otros canadienses si finalmente aceptamos la exigencia de un autogobier- no aborigen, y ciertas minorfas recibiran el derecho de excluir a otras para conservar su integridad cultural, y asi sucesivamente. A los partidarios de la politica original de la digni- dad esto puede parecerles una inversién, una traicién, una simple negacién de su caro principio. Por tanto, se hacen intentos por mediar, por mostrar cémo algunas de estas medidas que pretendfan dar acomodo a Jas minorfas pueden justificarse, después de todo, sobre la base original de la dignidad. Estos argumentos s6lo re- sultan convincentes hasta cierto punto. Por ejemplo, al- gunas de las desviaciones (al parecer) mas flagrantes de la “ceguera a la diferencia” son las medidas de discri- minaci6n a la inversa, que permiten a las personas de los grupos antes desfavorecidos obtener una ventaja com- petitiva por los empleos o lugares en las universidades. Esta practica se ha justificado aduciendo que Ia discri- minaci6n hist6rica cre6 una pauta conforme a la cual los menos favorecidos luchan en posicién de desventaja. La discriminaci6n a Ja inversa es defendida como una medida temporal que gradualmente nivelaré el campo de juego y permitira que las viejas reglas “ciegas” retor- nen con todo su vigor, en tal forma que no discriminen a nadie. Este argumento parece bastante convincente ahi donde su base fictica es s6lida; sin embargo, no jus- lificaré algunas de las medidas que hoy'se piden en nom- bre de la diferencia, y cuyo objetivo no es el dé Hiacer- nos retroceder, a la larga, a un espacio social “ciego a la diferencia” sino, por el contrario, conservar y aten- 63 der a las distinciones, no sélo hoy, sino siempre. Al fin y al eabo, sia identidad es Jo que nos preocupa, enton- ces, qué es més legitimo que nuestra aspiraci6n a nun- ca perderla?!6 si aun cuando una politica brota de la ova por obra de uno de esos giros que ticnen lugar en la definicién de los términos claves, y con los que ya estamos familiari- zados, las dos divergen seriamente entre si. El funda- mento de su divergencia se manifiesta atin mas clara- mente cuando vemos mas alla de lo que cada una de elas requiere que reconozcamos —ciertos derechos uni- versales en un caso, la identidad particular, en el otro— y contemplemos las intuiciones de valor subyacentes. 16 Wil Kymlicka, en su muy interesante y bien pensado libro, Libe ralum, Conmunity ood Care (Onto: Clarendon Press, 1980, ata de defender cierto tipo de politica de la diferencia, especialmente cen relacion con los derechos de los aborigenes en Canada, pero des- de una base que se encuentra firmemente ubicada dentro de la teo- ria de la neutralidad liberal. Desea discutir sobre la base de ciertas necesidades culturales: minimamente, la necesidad de un lenguaje cultural integro ¢ ileso con el que podamos definir y proseguir su propia concepcién de la vida buena. En ciertas circunstancias, para tas poblaciones en denventaja, a integriad dela cultura puede re- Como se mostré en Ja reaccién que suscitaron los hax llazgos, por ejemplo, de Amnistia Internacional, o en los intentos de la UNESCO por formar un nuevo orden informativo mundial— constituye una prueba de Ia i Portancia del reconocit iento interno, ~ Pero todo esto atin es an sich [en si], no fitrsich (para si], segin Ia terminologia hegeliana. A menudo los pro- ios. protag istas son los primeros en negar que sean tales consideraciones Jas qu. impelen, y aducen $08 motivos radican.en otros factores como la desigu dad, la explotacion y la injusticia. Por ejemplo, muy po cos independentistas quebequenses aceptarian que la falta de reconocimiento por parte del Canada inglés ex {o que principalmente les est arrebatando la victoria, Wor consiguiente, fo nuevo es que la demanda de re conocimiento hoy es explicita. ¥ se ha explicitado, en la forma que indiqué antes, debido a la difusién de la idea de que somos formados por el reconocimiento.} Podemos decir que, gracias a esta idea, el falso recono- cimiento ha alcanzado el grado de un daiio que se pue- de enumerar friamente entre otros que se menciona- ron en el parrafo anterior. Uno de los. autores mas importantes en esta transi- cidn fue sin duda el hoy difunto Frantz Fanon, cuyo in- “# fluyente libro Les Damnés de la Terre 37* sostiene quefia principal arma de los colonizadores es la imposicion de su imagen de los colonizados sobre el pueblo subyu- gado. Este iltimo, para liberarse, ha de purgarse ante todo de-esia iiiitoimagen, despectiva| Fanon recomen- daba la violencia como el camino a seguir hacia esta li- beracién, violencia paralela a la original de la imposi- cidn extranjera. No todos los que se basan en Fanon lo > han seguido en esto, pero fl concepto de.que hay una lucha por modificar la autoimagen.que_gcurre a la vez dentro-del grupo dé 16s subyugados y. contra Tos domi- nadores, ha encontrado rouy vasta aplicacion; La idea se ha vuelto crucial para ciertas corrientes del feminis- mo, y también es un elemento muy importante del ac- tual debate en torno al multiculturalism. La principal esfera de este debate es e] mundo de la educacién en un sentido lato. Un foco importante de! mismo son las facultades de humanidades universita- rias, donde se formulan demandas de alterar, ampliar 0 eliminar el “canon” de los autores acreditados, por el motivo de que los que en la actualidad gozan de prefe- rencia son, casi exclusivamente, “varones blancos muer- 7 (Paris, Maspero, 1961), * (Hay traducei6n al espaol del pce: Los condenades dela Tierra.) 96 tos”, Debe darse may nas de razas‘y cultui € el de las escuel; se intenta desarrol! Palmente para los La raz6n de est Yor lugar a las mujeres ya las perso- ras no curopeas. Un segundo foco las secundarias donde, por ejemplo, lar un programa afrocéntrico princh alumnos de las escuelas negras, nes. Los programas ¢ ayudar en este proceso revisionista _ Aunque no se dice 0 lidad estaban corrompidos por la estrechez de criterio 6 Ja insensibilidad o, atin peor, por el deseo de hurmillar alos excluidos. La implicacién parece ser que, si omiti- mos estos factores deformantes, los verdaderos juicios de valor acerca de las diversas obras colocarian a todas tas culturas mas 0 menos en pie de igualdad. Desde lue- go, el alaque podria provenir de un punto de vista mis radical, neonietzscheano, que cuestionara la validez mis- ma de los juicios de valor como tales pero, sino se llega a este paso extremo (de cuya coherencia dudo), la pre- suposicién parece ser Ia igualdad de valor. ; Deseo sostener aqui que esta suposicién posee cierta valide; no obstante, lejos esté de no ser problematica, y ademas exige algo parecido a un acto de fe. En cali- “& dad de hipétesis, Ja afirmacion es que todas las cultaras [que han animado~a sociedades enteras durante algan ‘S| periodo considerable tienen algo importante qué decir | a todos los seres humanog| De propésito me ha expre- J sado asi para excluir el medio cultural parcial dentro de una sociedad, asi como las fases breves de una cul- tura importante. Por ejemplo, no hay razén para creer que las diferentes formas de arte de una cultura en particular tengan que ser de iguat valor, o siquiera de 2. valor considerable; por lo demés, toda cultura puede conocer fases de decadenciat_ oe Guando digo que esto es una “suposicién” quiero de- cir que se trata de una hipétesis inicial que nos permi- tira aproximarnos al estudio de cualquier otra cultura. La validez de 1a afirmacién se tendra que demostrar Géacretamente en cl estudio auténtico de una cultura. Enrrealidad; para una cultiira que difiere notablemente de la nuestra, s6lo podemos tener la idea mas nebulosa 98 e ante de-aquello en lo que quizé radique el valor de su contribucién. Porque, para una cultura bastante dis. tinta, el entendimiento mismo de lo que pueda tener valor nos resultara extrafio y ajeno. Acercarnos, por ejemplo, a una raga armados con la suposicion de valor implicita en El cave bien temperado seria perder de vista, definitivamente, el punto principal. Lo que ene que ocurrir es fo que Gadamer denomina la “fusién de ho- rizontes”.38 Por medio de ésta aprendemos a desplazarnos en un horizonte mas vasto, dentro del cual lo que antes di- mos por sentado como base para una evaluacién pue- de situarse como una posibilidad al lado del trasfondo diferente de ta cultura que hasta entonces nos era exurana. La “fusién_de horizontes” actiia mediante el desarrollo de nuevos vocabularios de“ comiparaéion, por-cuyo medio. es posible expresar-estos contrasts, De modo que en caso de encontrar un apoyo sustanti- ¥o a nuestra suposicién inicial, ser sobre la base del entendimiento de lo que constituye un valor, entendi miento del que careciamos al principio. Si hemos lo- grado formular juicio, ello se deberd en parte a la trans. formacién de nuestras normas. Pretendemos argiiir que a todas las culturas les de- bemos una presuposicién de esta indole. Mas adelante explicaré aquello en que, creo yo, puede basarse esta afirmacin. Desde este punto de vista, escatimar esta su. $f Watttet und Methode (Cubinga: Mob, 1975), pp. 289.290, Ss He analizado mis extensamente lo que aqui se discute en "Com Parison, History, Truth”, en Myth and Philosophy, Frank Reynolds Pavid Tracy, eds. (Albany: State University of New York Press, 1990), ¥ en “Understanding and Ethnocentricity” en Philowphy and the Hg man Sciences (Cambridge: Cambridge University Press, 1985), 99 posicién puede parecer el fruto corriente del prejuicio © la mala voluntad, ¢ incluso una negativa de igualdad de status. Es posible encontrar algo similar tras las acu- saciones que lanzan Jos partidarios del multiculturalis- mo contra los defensores del canon tradicional. $i su- ponemos que la renuencia de estos tiltimos a ampliar el canon se debe a una mezcla de prejuicios y de mala vohuntad, los multiculturalistas Jos acusan de la arro- gancia de suponer su propia superioridad sobre los pue- blos antes sometidos. ; ; ; Esta presuncion ayudaria a explicar por qué las exi- gencias que formula el multiculturalismo aprovechan {os principios, ya establecidos, de Ia politica del respeto igualitario. Si sostener esta presuncién equivale a negar Ja igualdad, y si de la ausencia de reconocimiento se de- rivan consecuencias importantes para la identidad de tun pueblo, entonces es posible establecer todo un argue mento para insistir en que se. universalice esa presun- cién como una extensién logica de la politica de la dig 4 nidad,|¥ ast como todos deben tener derechos civiles iguales ¢ igual derecho al voto, cualesquiera aque sean su raza y su cultura, asi también todos deben disfrutar de la suposicién de que su cultura tradicional tiene un valor \¥ esta extensién, por mas que parezca fluir logi- caménte de Jas normas aceptadas de la dignidad iguali- taria, en realidad no embona facilmente en ellas, como lo hemos descrito en la Seccién I, porque desafia la “ceguera ala diferencia” que ocupaba en ellas un lugar central, Ysin embargo parece que sf fluye de ellas, aun- que con dificultad. oo No estoy seguro de que sea licito exigir esta presun- cién como un derecho. Pero podemos dejar esto de la- 100 do, porque Is demanda que se formula parece ser mu. cho mas fuerte. Esta demanda establece, al parecer, que el respeto debido a la igualdad exige mas que le mera presuposicién de que mayor estudio nos hard ver Jas cosas de este modo;llo que se requiere son auténti-) 0s juicios de valor igualitario que se apliquen a las coy” cambres y las creaciones de estas culturas diferentes) Segiin parece, estos juicios se encuentran implicitos en la exigencia de incluir ciertas obras en el canon, ast como en la suposicién de que estas obras no se incluye- ron antes debido solamente al prejuicio 0 mala volun. lad 0 al deseo de dominio. (Desde luego, la exigencia dc inclusion de ciertas obras es ligicamente separable de 1a pretensién de que posean igual valor. En este caso la exigencia podria formularse asi: deseamos incluir éetos Porque son nuestros, aunque bien pueden ser inferio. jes: Sin embargo, no es asi como razona la gente que hace la demanda.) Hay, empero, algo muy equivocado en la exigencia ue asi se formula. Tiene sentido exigir, como cuestion de derecho, que enfoquemos el estudio de ciertas cul. igs con una presuposicién de su valor, come ya se describié. Pero carece de sentido exigir coma de derecho qué formulemos el juicio concluyente de duc su valor es grande o igual al de las demas, Es decin, Si el juicio de valor ha de registrar algo independiente de nuestra propia voluntad y deseo, no podra dictarlo! un principio de ética. Una vez examinada, encontrare. mos algo de gran valor en a cultura C, 0 no lo encon, traremos; pero exigir que lo hagamos no tiene mas sen, tido que exigir que declaremos que la Tierra es redonds © plana, o que la temperatura del aire es caliente o fria. 101 esto en forma bastante clara, cuando mmo on Chand Jo sabe hay una vigorosa contro- corte por ka “objetividad” de los juicios en este campo Te a sibilidad de una “verdad de la cuestién”, y sobre s rece haberla en el area de las ciencias natu- are realidad, sobre si aun en este campo la “ob- jawiagd es un espejismo. No tengo espacio aqui que ee dicar a este asunto, pero, lo he analizado en. pueda oe 40 No me simpatizan mucho estas formas de. ConcGviamo, que me parecen prefiadas de confusion,, Paeexecial cuando se invocan en este cntexto, El im: a aly politico que alienta en la queja se reficre Lavegin * Mustficadas de una condicién inferior, y 2 tos yan hecho supuestamente sobre las culturas no eee onicas Si estos juicios son a la postre cuestion aoa cmyoluntad bumana, entonces desaparece la cues ae nan justificacion. Para hablar con Propiedad, no} juicios que pueden ser erréneos o acertados: san 8 en rae exPrehazamos una cultura. Pero entonces la queja se Sn airigit contra la negativa al apoyo, y la validez 0 act ie los juicios no tiene nada que ver con ello, imealides bargo, entonces, el acto de declarar que las e nes de otra cultura tienen valor y el acto de po- cree de su lado, aun si sus creaciones no son impre- Gonantes, se vuelven indistinguibles, Ladiferencia solo testé en la envoltura. Sin embargo, el primer acto se in: terpreta normalmente como expresion auténtica de res- seientras que el segundo, a menudo, se interpreta oom jnsufrible condescendencia. Los supuestos bene- c 40 Véase fa primera parte de Sources of the Sef. 102 ficiarios dela politica del reconocimiento, es decir, los pueblos que en realidad pueden beneficiarse de este reconocimiento, establecen una distincién crucial en- tre ambos actos. {Elos saben que desean Tespeto, nok condescendencia. ¥ toda teoria qué omita esta distin. cién parecer, al menos prima facie, que distorsiona las facetas cruciales de la realidad con la que supuesta- mente trata, me ‘DéTiccho, las teorias neoniewscheanas subjetivistas y trasnochadas se invocan a menudo en este debate, De- rivan con frecuencia de Foucault o de Derrida, y afirman| que todos Ios juicios de valor se basan en normas que! en Ultima instancia fueron impuestas por las estructu- ras de poder que, ademas, las confirmaron. Debe que- dar en claro por qué proliferan aqut estas teorias La exigencia de un juicio favorable no tiene sentido, a me. nos que alguna de tales teorias sea valida. Ademis, ha- cer semejante juicio en respuesta a una exigencia es un acto de pasmosa condescendencia. Nadie puede consi- derarlo realmente como una auténtica respuesta, Antes bien, participa de la. naturaleza. de un acto de respeto simulado que se hace a peticion del supuesto beneficia. rio. Objetivamente, tal acto contiene un gesto de des. Precio a la inteligencia de quien lo recibe; ser objeto de semejante acto de respeto es denigrante. Los partida. tios de las teorfas neonietzscheanas abrigan la esperanza de escapar de toda esta marafia de hipocresia reducien. do todo el asunto a una cuestion de poder y contrapo- der. Entonces, de lo que se trata ya no es de respeto, sino de tomar Partido, de solidaridad. Pero esto no re- sulta una solucién muy satisfactoria, porque al tomar Partido pierden la fuerza impulsora de este tipo de po- 103 Iitica, que es precisamente Ia biisqueda del reconoci- miento y del respeto. 7 ; ‘Mas atin —si pudiéramos exigirselos—, lo lt en esta etapa deseatiamos de los intelectuales eurocen: trados son juicios positives sobre el valor de Jas culturas que no han estudiado a fondo, ya_que.to ! juicios de valor presuponen Ia fusion de horiz r ‘mativos, como hemos visto; presuponen que hemos sido transformados por el estudio del “otro”, de modo que no s6lo juzgamos de acuerdo con nuestras normas fa- mmiliares originales. Un juicio favorable, pero prematuro, no solo seria condescendiente, sino emoréntsce elo giarfa al “otro”... por ser como nosotros! ; Este es otro grave problema de gran parte de la poli- tica del multiculturalismo. La perentoria demanda de_ juicios de valor favorables resulta, paradéjicamente (al ‘yeu seria mejor decir tragicamente), homogeneizante, pues implica que ya contamos con las normas_para_ha- ver tales juicios. Sin embargo, las normas que tenemos perteneceii ata civilizaci6n del Atléntico norte, de modo {que e505 juicios, implicita e inconscientemente, insta, duairan a los otros cn nuestras categorias. Por ejemplo, / pensaremos 6 as “artistas” que crean “obras”, las cuales ocentonces podremos incluir en nuestro canon, Perolgl in- ; vocar implicitamente nucstras normas para juzgar to- | Gas las civilizaciones y culturas, la politica de la eek ‘cia puede terminar haciendo que todo sea lo mismo, «Las mismas suposieones homogeneizantessubyacen on la rea cannes ke muchas personas enen pretersones ala Supe- en aspect deinido ca nombre dea clzacion cc or en i com respecto las cienias naturales, Pexo es Sen er een principio, sobre tales afrmaciones. Si todas las 104 De esta-manera, resulta inaceptable la exigencia del reconocimiento igualitario. Pero la historia no termina simplemente aqui. Los enemigos del multiculturalismo en la academia estadunidense se percataron de esta fla- queza, y la emplearon como excusa para dar la espalda al problema. Sin embargo, esto no funcionara. Una res- puesta como la de Bellow, ya citada, en el sentido de que leeremos con mucho gusto a un Tolstoi zula cuan- do éste aparezca, muestra cuan profundamente esta arraigado el etnocentrismo. Primero, ahi yace la suposi- cién implicita de que la excelencia tiene que.adoptar formas familiares.a las nuestras: los zulties deben pro- ducir un Tolstoi. Segundo, suponemos que su contribu- cién cultural atin esté por hacerse (cuando los zulies produzcan un Tolstoi...). Es obvio que estas dos suposi- ciones van de la mano. Si los zuliies tienen que produ- cir nuestro tipo de excelencia, entonces, como resulta evidente, su nica esperanza esta en el futuro. Roger Kimball lo dice ms crudamente: “A pesar de los multi- culturalistas, la opcién a la que hoy nos enfrentamos no es entre una cultura occidental ‘represiva’ y un pa- raiso multicultural, sino entre cultura y barbarie. La ci vilizacién no es un don, es un logro: un logro fragil que necesita ser constantemente expurgado y defendi- do de sus atacantes de dentro y de fuera.”42 culturas han hecho una aportacién valiosa, no puede ser que éstas sean idénticas o que siquiera encamnen el mismo tipo de valor. Espe- rar esto seria subestimar en gran medida las diferencias. A la postre, Ja presuposicién de valor imagina un universo en que diferentes cu turas se complementan unas a otras con tipos totalmente distintos de contribucién. Este cuadro no sélo es compatible con la superior dad en cierto respecto, sino que también exige juicios de ella. 42 “Tenured Radicals”, New Criterion, enero de 1991, p. 13. 105 ) Debe haber algo a medio camino entre la exigencia, | inauténtica y homogeneizadora, de reconocimiento de | igual valor, por una parte, y el amurallamiento dentro ‘ghde las normas etnocéntricas, por la otra Existen otras culturas, y tenemos que convivir, cada vez més tanto en la escala mundial como en cada sociedad individual. Lo que ya esta aqui es la presuposicién de igual valor antes descrita, y que consiste en la actitud que adopta- mos al emprender el estudio de los otros. Tal vez no es necesario preguntarnos si hay algo que los otros pue- dan exigirnos como un derecho propio. Simplemente bastaria con preguntar si ésta es la manera como debe- mos enfocar a los otros, Bueno, lo es? Como se puede fundamentar esta su- posicién? Un fundamento que se ha aducido es de ca- racter religioso. Herder, por ejemplo, tenia una concep- cién de Ja providencia divina segiin la cual esta variedad. cultural no es un simple accidente sino que tiene la fi- nalidad de producir una mayor armonia. No puedo des- ys. cartar esta suposicién.fPero, para matenernos en el sim- ple nivel humano, podemos argiiir que es razonable suponer que las culturas que han aportado un horizon- te de significado para gran cantidad de seres humanos, de diversos caracteres y temperamentos, durante un laigo periodo —en otras palabras, que han articulado su sentido del bien, de lo sagrado, de lo admirable— casi ciertamente deben tener algo que merece nuestra admiracién y nuestro respeto, aun si éste se acompa- ta de lo mucho que debemos aborrecer y rechazar. Tal vez podamos decirlo de otra manera: se necesitaria una arrogancia suprema para descartar @ priori esta posibilidad. 106 JH En iiltima instancia, tal vez en todo esto esté involu- crada una cuestién, moral, Para aceptar esta suposicion sdlo es necesario que asumamos el sentido de nuestra propia limitada participacién en fa historia humana Unicamente la arrogancia, 9 alguna. deficiencia moral andloga, podria impedir que asi lo hiciéramos, Pero lo que esa suposicion exige de nosotros no son juicios pe- Tentorios ¢ inauténticos de valor igualitario, sino la dis. Posicién para abrirnos al género de estudio cultural comparativo que desplazara nuestros horizontes hasta 'a fusi6n resultante, Ante todo, lo que dicha suposicin exige es que admitamos que atin nos encontramos mut lejos de ese horizonte Gitimo desde el cual el valor rele, vo de las diversas culturas podra evidenciarse. Esto sig. nificarfa romper con una : muchos “multiculturalistas”, nados adversarios.43 #8 Hay una critica mu me he basado en esta: ternationalism’ . ¥y interesente de ambos extremos, en Ja cual Parte, en Benjamin Lee, “Towards a Critical In- 107

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