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UN ARCO IRIS EN LA TAREA DIARIA1

El arte del "Arco iris en la tarea diaria'" exige un poco más de tiempo, un mayor esfuerzo,
pero una vez dominado, la vida jamás vuelve a ser la misma.

Alberto es un infatigable limpiabotas cuyo rítmico arte con betún y cepillo deja los zapatos
como espejos.
- ¿No te cansas? -le pregunté una vez
- No -repuso-, pero me cansaría si me limitara a lustrar zapatos de cualquier manera.
El muchacho tiene algo en común con cierto campesino llamado Andrés. Hace poco,
unos amigos míos a quienes habíamos ido a visitar, le pidieron que les vendiera leña. Andrés
no se contentó con descargar su camioncito de cualquier manera; hizo primero una pequeña
plataforma con piedras y sobre ella fue apilando los troncos con todo cuidado y en declive
de modo que el agua lluvia no se estancara en ella. Cuando terminó, contempló su obra y dijo
con sencillez: ¡Qué bonita es la madera! ¿Verdad? En el árbol vivo, cortada o ardiendo.
Alberto y Andrés han descubierto, cada uno a su manera, el secreto de que todo lo que hagan
les proporcione íntima satisfacción.
El famoso violoncelista Pablo Casáis lo expresó muy bien cierta vez que daba una
clase a una joven alumna. La muchacha tocaba las notas exactamente como estaban escritas;
el maestro tocaba las mismas notas, pero les infundía calor, un alma. Pidió a la joven que
repitiera varias veces el pasaje y en cada ocasión él le mostraba cuál era la calidad especial
que debía dar a la música. "Rodéela usted de un arco iris". Le dijo: "Que nunca falte el
arco iris". Al fin la alumna acertó y entonces se iluminó el rostro de felicidad.
"El arco iris" es el íntimo calor que irradia del decidido empeño puesto en cumplir
una tarea, cualquier tarea, tan bien como sea posible ejecutarla; ello exige un poco más de
tiempo, un mayor esfuerzo, pero una vez experimentado la mezcla de gozo, orgullo y alivio
que provienen de crear tal arco iris la vida jamás vuelve a parecer igual a lo que antes era. Se
puede entonces decir con plena sinceridad: "Esto es bueno; he puesto en ello parte de mí
mismo" y así todo trabajo que antes parecía aburrido y rutinario, se convierte en algo
significativo y placentero.
Me voy a permitir recomendar algunas sencillas reglas para llevar el arco iris a la vida
diaria y nuestras diarias labores.

Empeñémonos totalmente. El Dr. Laurence Morchose del Laboratorio de Comportamiento


Humano de la Universidad de California dice: "Quien posee todas las aptitudes no por ello
es necesariamente campeón; en cambio, lo es invariablemente quien las empeña por entero.
El campeón está dispuesto a comprometerse totalmente con todo cuanto acomete. El que se
queda corto, aunque dueño quizá de una potencialidad igual o incluso superior, lo debe a que
suele reservarse algo de esa potencialidad. Con frecuencia es el temor al fracaso lo que nos
impide empeñarnos totalmente. Es como si estuviésemos curando en salud para poder decir
después: "En realidad no puse mayor empeño". Paradójicamente abstraerse en la labor que
se tiene entre manos es la única manera de satisfacerse. Cuanto más esfuerzo pongamos, de
más dispondremos para seguirlo haciendo y así iremos creando cada vez un nuevo arco iris.

1
John Kord Lagemann, Condensado del "Christian Herald".
Probemos una vez más. Buscando material para un libro titulado Cómo estudiar mejor el
profesor Eugene Ehrlich se entrevistó con centenares de estudiantes algunos de los cuales
sacaban calificaciones apenas suficientes para aprobar los cursos; otros, término medio y
otros obtenían las más altas calificaciones.

"No había entre ellos mucha diferencia en cuanto a inteligencia natural -me dijo-. Lo que
distinguía a cuantos obtenía las mejores calificaciones era el hábito de hacer un poco más de
lo corriente. La mayor parte de los estudiantes después de estudiar los textos lo mejor que les
era posible, se decían: "Bueno, con esto es bastante" pero los sobresalientes se decían:
"Repasémoslo una vez más para estar bien seguros".

Es muy difícil insistir en cualquier empresa después de haber sufrido repetidos fracasos, pero
a veces resulta aún más difícil persistir después de haber obtenido un pequeño éxito; entonces
tiene uno la tentación de decirse: "Así está bien"; sin embargo, Gustavo Flaubert volvió a
escribir no menos de tres veces su obra maestra Madame Bovary y todavía estaba tan
descontento con ella que pensó quemar el manuscrito, pero ensayó otra vez y el resultado fue
una obra que se ha hecho clásica.

Tomemos la tarea como cosa propia. El mago de la electricidad Charles Steinmetz tenía la
costumbre de quedarse trabajando en su laboratorio horas después de que todos los demás se
habían ido; un colega le pregunto cierto día:
- ¿Para qué trabaja tanto? No tiene que demostrarle nada a nadie. No le van a pagar
mejor sueldo.
- Amigo -le repuso Steinmetz levantando la vista del banco de trabajo-; no se trata de
cuánto gane uno ni quién le pague el sueldo; siempre está un trabajando para sí mismo.

Acometamos las pequeñas tareas como si fueran importantes. Algunas personas


consideran que el trabajo que desempeñan no merece su máximo esfuerzo. Están siempre
reservando sus energías para alguna gran oportunidad... que jamás les llega. No se dan cuenta
de que las tareas de importancia se componen de muchas tareas pequeñitas que hay qué hacer
bien. Algunas de esas tareas menudas podrían parecer ingratas, pero si invariablemente se
ejecutan a conciencia, "es indudable", como dijo Emerson "que el secreto no podrá quedar
oculto. Si un hombre tiene buen maíz o madera o tablas o cerdos qué vender o si sabe hacer
asientos, cuchillos o crisoles u órganos mejores que los hechos por cualquier otra persona
veremos que la gente abrirá un ancho sendero hasta su casa, aunque esta se halle escondida
en los bosques y que el sendero esté ya muy transitado.

Una obra digna de nuestra firma. Cuando tememos un trabajo preguntémonos: "¿Lo
firmaría yo"? Contraté al dueño de una retroexcavadora para que abriera el hueco para un
pequeño estanque en mi jardín. Roberto, que así se llamaba, manejaba su máquina con la
misma habilidad con la que un tallador maneja sus cuchillas. Se mostraba halagado por mis
comentarios de estímulo, pero él era más exigente consigo mismo; de tiempo en tiempo
descendía de la cabina, se alejaba un tanto y examinaba lo que llevaba hecho
- Podríamos darle una curva entre estos árboles -decía. O bien:
- ¿Por qué no utilizamos un poco de esta tierra que sale de la excavación para rellenar
aquella parte que está muy baja?
Después, cuando el hueco se llenó de agua, parecía como si la Naturaleza misma lo hubiera
formado. Días más tarde, Roberto volvió para observar su obra... y darle el toque final; cuatro
hermosos patos blancos le arrancaron este comentario: "Le hacía falta algo que nadara en él"

Forjemos un estilo propio. El estilo quizás sea la forma más verdadera de expresión.
François Fenelon, escritor del siglo XVII afirmó: "El estilo es parte del individuo, tanto como
su rostro, su figura o el ritmo de su pulso"

Conozco a un artesano que continúa creando hermosas joyas mientras que los demás
competidores se han conformado con hacer artículos de materiales ordinarios y sin gracia
para los compradores habituales. Un día le pregunté por qué gastaba tanto tiempo en aquellas
delicadas obras de arte cuando con tanta facilidad podría ganar dinero fabricando chucherías

- Ya he probado diseñar baratijas -me contestó- per era como falsificar monedas; engañaba
a los demás, pero no a mí mismo. Sólo una o dos veces al mes se me ocurre mirar cuánto
dinero tengo, pero con mi conciencia tengo que vivir todos los días.

Al hacer algo que pueda considerar suyo propio satisface una profunda necesidad del hombre.
El mundo material en que vivimos es obstinado y caótico. Todos sentimos el afán de imponer
nuestro particular orden en alguna parte pequeña de él: así descubrimos lo que somos; así es
como creamos nuestro propio arco iris.

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