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Jesús encarnando la misericordia en los evangelios


Jorge Andrés Grajales Gallego
Pbro. Mario de Jesús Martínez Duque
Seminario Conciliar Inmaculada Concepción de María Santísima

Nota de autor;

Jorge Andrés Grajales Gallego, primero filosofía, Seminario Conciliar Inmaculada Concepción
de María santísima; Pbro. Mario de Jesús Martínez Duque, Dosquebradas.
Este escrito corresponde al área de Misterio de Cristo.
La correspondencia en relación con este artículo debe dirigirse a Jorge Andrés Grajales, Primero

Filosofía, Seminario Conciliar Inmaculada Concepción de María Santísima, Dosquebradas, La

Badea. Dirección electrónica: jorgeandresgrajalesgallego@gmail.com


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Jesús encarnando la misericordia en los evangelios

La misericordia de Dios ha sido uno de los temas y quizás problemas de los que se han ocupado

muchos autores cristianos, y de los cuales se han hecho grandes exégesis e interpretaciones para

saber si realmente es Jesús quien realiza prodigios por su pueblo, quien actúa con misericordia, o

es simplemente una manifestación sentimentalista de aquellos a los que se les ha tocado y han

sido intervenidos. Veremos en este pequeño trabajo qué es la misericordia, ejemplos de

misericordia en los Evangelios, Jesús misericordioso, y una exhortación a imitar la misericordia

como el padre.

Por misericordia entendemos en primer lugar un “término que reúne en sí el sentimiento

de compasión (Mt 9,36, Mc 9,22) y, ocasionalmente, de fidelidad al Pacto”. (Vidal,1995, p.267)

Debe considerarse pues, a un Dios misericordioso y compasivo que manifiesta sus sentimientos y

dichas a todos sus hijos, a su pueblo; por tanto, aquella característica básica para distinguir a un

discípulo de Jesús deberá ser ordinariamente la misericordia. Es de este modo, como se empieza

a tener razón de qué es aquel fenómeno presente en todos los acontecimientos bíblicos como en

las parábolas y los pasajes en los que brota y renace una fuente entrañable de justicia, bondad y

compasión.

Así, compasión, piedad, amor, clemencia, bondad y merced pueden ser unos de los

muchos sinónimos o apelativos con los que podríamos referirnos a la misericordia; ante ello,

sucede algo supremamente interesante y es que solo se le llama ‘misericordioso’ a Dios. En

consecuencia, no ha habido al parecer alguien tan misericordioso –más que Jesús- para ganarse

tan sublime título.


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Definimos misericordia para el Antiguo Testamento como “la paciencia amorosa de Dios

con su pueblo de Israel, su benignidad y prontitud para perdonar”, y para el Nuevo Testamento

“la piedad llena de amor hacia los que están en necesidad” y a Dios, como un padre plenamente

misericordioso (Paulinas, 1993, p.223). Además, tenemos que la misericordia es aquella

“característica que se predica de Dios y de los seres humanos; acompañada frecuentemente por

‘justicia, fidelidad, verdad, compasión’ y otras cualidades divinas” como también una “virtud

que inclina a ayudar y socorrer a los necesitados” (Ropero, 2013, p.1705)

Siendo así, podemos analizar algunos pasajes bíblicos importantes, pero más enfocados

en los evangelios como fuente escrita de la misericordia del Padre. En un primer momento nos

encontramos ante una perícopa interesante como la es la del sermón de la montaña, allí es donde

el Señor decreta y expone un poco su posición de Padre justo y bueno, y presenta una serie de

acontecimientos por los que será marcada la vida del cristiano.

El pasaje de las bienaventuranzas, como es de saberse, está manifestando un momento

cumbre de la enseñanza de Jesús para con su pueblo, dichos que proclaman la felicidad de

aquellos que cumplen su palabra. Así, nos encontramos ahora con un grupo de dos

bienaventuranzas “con actitudes cristianas, con una ética cristiana, que se basan, no obstante, en

la exigencia más fundamental del Evangelio” (Hendrickx,1986, p.39) y en palabras de Dupont

“son las bienaventuranzas del amor al prójimo” (1978, p.48) estas son, las de los misericordiosos

y los pacíficos. Nos ocuparemos de la de los misericordiosos.

“Felices los misericordiosos, porque serán tratados con misericordia” (Cf. Mt 5,7)

cantan las Sagradas Escrituras queriendo exhortar hacia un obrar de una manera extraordinaria,

especial y sereno. Sin duda es el momento en que Dios llama a su pueblo a prestar atención ante

el proverbio dicho antes: “Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes” (Cf.
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Lc 6, 32)”; “ser misericordioso es mostrar misericordia, es amar al prójimo, perdonar al otro,

ayudar al que camina entre el apuro, es en palabras de los judíos cumplir con las obras de

misericordia. (Dupont,1978, p.49)

En consecuencia, aparece un Dios encarnado en Jesús, un Dios que restablece y

transforma todos los confines de la historia y todos los momentos cumbres de aquel devenir del

hombre. Hablar de misericordia supone además hablar de una parte de la personalidad de Jesús y

de su formación. Estamos hablando así de una formación cultural, religiosa (de origen judío) y

de una experiencia de Dios para con su pueblo; no es gratuito, ni es tampoco casualidad que

aquel Rey soberano se haya encarnado en Jesús, si no es para obrar y misericordear.

La vida de Jesús estuvo marcada siempre por momentos de intervención, lucha, alcance,

oración, sufrimiento, persecución y luego, por una gran crucifixión ante la cual no se quedó

quieto, sino que resucitó, dando fe de lo que el padre ha realizado en Él y determinando así su

misión. Ahora bien, como hablamos de Evangelio y misericordia, podemos hacer un simple

recuento de algunas perícopas en las que aparece Jesús encarnando la misericordia del padre, y

en los que, sin importar nada, actúa y se muestra apasionado sobre sus hijos.

“Un hombre tenía dos hijos. El menor le dijo al padre: Padre, dame la parte de la

fortuna que me corresponde. Él les repartió los bienes […] Enseguida, traigan el mejor vestido y

vístanlo; póngale un anillo en el dedo y sandalias en los pies…” (Cf. Lc 15, 11-31), así

reconocemos la máxima parábola de la misericordia, la obra maestra de Jesús en la que

encontramos “un tema tan característico de Lucas como el perdón que Dios otorga al pecador

perdido, saliendo él, en persona, a su encuentro” (Fitzmyer, 1897, p.671). Es Jesús

misericordioso quien le permite llegar de nuevo a su hogar, no le importa cómo y en qué

condiciones llega este hijo; es Él quien le recibe con los brazos abiertos y tiene un gran sentido
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de compasión, fidelidad y celo. Sólo Jesús le permite calzarse, vestirse, y comprometerse de

nuevo mediante el signo propio del anillo, es así, como se muestra la alegría y el amor entrañable

del padre que adora y se ve en sus hijos, del padre que ama incondicionalmente aun sin

importarle los extravíos de sus hijos, la frialdad y el ‘engaño’ por el cual ha pasado, pues, “nada

podrá apartarle de su misión y, mucho menos la actitud de los que prefieren encastillarse en su

concepción personal de la justicia y la fidelidad, en vez de sumarse, con corazón alegre y abierto

a la celebración del amor.” (Fitzmyer, 1897, p.675).

Sucedió también que “un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientas monedas

y otro cincuenta. Como no podían pagar, les perdonó a los dos la deuda. ¿Quién de los dos lo

amará más? Contestó Simón: Supongo que aquél a quien más le perdonó. Le replicó: Haz

juzgado correctamente” (Cf. Lc 7,41-43) donde se evidencia que hay una posición de

agradecimiento y una de desagradecimiento para la cual Jesús confirma que vale más el

agradecimiento que cualquier otro parecido a la fidelidad que profesaba Simón. Sólo los que

saben qué es una deuda se pueden dar cuenta de qué es la bondad y qué es el auxilio del Señor.

Otro de los pasajes significativos para el reconocimiento de la misericordia del Señor, fue

precisamente el pasaje del buen samaritano. “¿y quién es mi prójimo? Jesús le contestó: un

hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Tropezó con unos asaltantes que lo desnudaron, lo

hirieron y se fueron […] ¿Quién de los tres te parece que se portó como prójimo del que cayó

en manos de los asaltantes? Contestó: El que lo trató con misericordia” (Cf. Lc 10,30-37),

quiere decir que “es mi prójimo el que me acoge con misericordia y bondad” y “soy prójimo

cuando acojo con misericordia y benignidad”. El miedo a quedar contaminados, contristados, sin

saber qué hacer, fue aquello que no les permitió a estos personajes obrar bien frente a aquel

hombre herido, sucio y mal oliente que se encontraba en el bordo del camino. Es clara la
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respuesta de Jesús queriendo decir que el prójimo es el que se encuentra en el camino, pero en

sentido estricto, es prójimo el que muestra ‘benevolencia’ y ‘cordialidad’ con respecto a otros.

(Fitzmyer, 1897, p.279) Obrar con misericordia en este sentido, es contagiarse del otro, tocar la

carne humana y descubrir en él la presencia divina; en consecuencia, aquel que no evade el mal y

la necesidad del otro también está siendo misericordioso como el padre.

El carácter que imprime la misericordia en los seguidores de Jesús es tan sublime como

lo dice el apóstol san Lucas en su Evangelio: “Sean compasivos como es compasivo el Padre de

ustedes” (cf. Lc 6, 36), y es que ese ser compasivos, o como lo dice otra traducción “sean

misericordiosos” es configurar la vida con el estilo de Jesús, haciendo lo que a Él le agrada, lo

perfecto.

La orden de ser misericordiosos se tiene presente desde el Antiguo Testamento. “En el

Levítico se repite la orden de imitar la santidad de Dios: “Sean santos, porque yo, el Señor su

Dios, soy santo” (Cf. Lv 19, 2). El Deuteronomio ordena imitar las acciones misericordiosas de

Dios con los más débiles de la sociedad…” (Rivas, 2015, p.61) También en la línea sapiencial se

habla de esta virtud o cualidad de Dios practicar ciertamente la misericordia y de ser un Padre

providente, proveedor. Las enseñanzas de Jesús manifestadas en los evangelios permiten ver el

“progreso que se ha dado en la pedagogía de Dios, porque se colocan en las antípodas de la

visión restrictiva de aquel autor del Antiguo Testamento.” (Rivas, 2015, p.63) es de esta manera

como se puede reconsiderar que el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo, y el Antiguo

está patente en el Nuevo Testamento, pues, las enseñanzas nuevas del Reino y el discurso

misericordioso del Padre, beben de la fuente primera, de los primeros libros y experiencias.

Finalmente, son muchos los momentos en que se muestra a Jesús en presencia de la

multitud que no tiene qué comer, frente a los enfermos, los que van como oveja sin pastor, con
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los ciegos, los leprosos, las viudas, los niños, los marginados y exhaustos, las comidas de Jesús

con los diferentes personajes y muchos más acontecimientos. Todos ellos muestran que la

misericordia del Señor se hace presente en la vida cotidiana, en el perdón, en el amor desmedido,

en una forma de vida original y austera, en pocas palabras, en el ponerse en el lugar del otro.

El Evangelio es fuente de enseñanza y palabra fiel del Padre, enseñanza que deja datos

precisos para que un seguidor de Cristo imite a profundidad un poco más sus virtudes, su excelsa

virtud de ser misericordioso como el Padre. Quizás queden en palabras los acontecimientos

narrados y las explicaciones de interpretación que a estos se le han dado, pero de lo que sí hay

que estar seguros es de la petición hecha por Jesús, de su deseo: “…misericordia quiero y no

sacrificios” (Cf. Mt 9, 13). Siendo así, se podrá ser uno de los personajes que viven el Evangelio

y lo llevan al contacto directo con los hombres.

Por todo ello, se puede decir que el Evangelio debe ser traído al momento cumbre de la

historia, está bien decir que Dios hace historia con los hombres, pero se necesita una verdadera

apropiación para saber que existió y existe un Padre inalcanzable en misericordia, tanto que

nunca tuvo importancia para Él ‘x’ condición de la vida humana, de aquel que imploraba a voz

en grito socorro y auxilio.

Jesús llama a todos los hombres, a imitarle, a seguirle y tocar la carne del hermano, pero

se hace necesario saber que “los hombres no pueden conseguir la misericordia de Dios con su

propia práctica de misericordia. La misericordia de Dios es siempre un don, y la misericordia de

los hombres ha de ser una respuesta espontánea a la misericordia divina.” (Hendrickx,1986, p.41

Quedan muchas cosas por manifestar, pero algo seguramente importante es dejar claro

que el Jesús evangélico es el mismo Dios de misericordia que ha actuado desde siempre y por
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siempre, un Dios que derrama su gracia y su benignidad sin límites, pues “su misericordia con

sus fieles se extiende de generación en generación” (Cf. Lc 1, 50)

Referencias

Dupont J. (1978) El mensaje de las bienaventuranzas. Navarra: Editorial Verbo Divino.

Fitzmyer, J. (1987) El Evangelio según san Lucas, Tomo III. Madrid: Ediciones Cristiandad.

Paulinas, E. Diccionario bíblico abreviado. España: Editorial Verbo Divino.

Rivas, H.L (2015) La misericordia en las Sagradas Escrituras. Bogotá: Editorial Paulinas.

Ropero B. A (2013) Gran diccionario enciclopédico de la biblia. USA: Editorial Clie.

Schokel, L.A (2010) La biblia de nuestro pueblo. Bilbao- España: Editorial San Pablo.

Vidal M.C (1995) Diccionario de Jesús y los evangelios. Navarra (España): Editorial Verbo

Divino.

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