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3. hon nmnditta: la prygurta por ba idertidad 3.1 Un extrario en el espejo i bien es cierto que la problematica que estamos considerando es muy variada y que, en realiciad, de- beriamos decir que hay tantas adolescencias como adolescentes, podemos senialar a grandes rasgos algunos mo- tivos de preocupacion o interés que se repiten en el discurso de los jévenes de ambos sexos. Una de las cucstiones més releyantes, como hemos visto en el capitulo anterior, es el desasosiego suscitado + por el propio cuerpo en tanto cuerpo erdgeno. El sujeto se enfrenta con la necesidad de dar cuenta de los cambios puberales: su propio cuerpo se le presenta ahora como al- go desconocido, sospechoso, fuente de inquietud, en la medida en que remite a la sexualidad, a la sexuacion, ala historia libidinal intersubjetiva fraguada en la infancia y a Ja posibilidad del encuentro amoroso. Dentro de esta te- ‘a me gustaria subrayar tres aspectos. En primer lugar, la intensificacién del interés y la an-- gustia ante el propio cuerpo en tanto este se convierte, por Ja velocidad y calidad de las metamorfosis que experimen- ta, en un desconocido que interpela y cuestiona al sujeto. capitulo 3 Por ello no nos sorprende que los adolescentes pasen tan- to tiempo frente al espejo: la imagen que este les devuelve no corresponde a la que han ido elaborando durante los amios de la ninez, cuando su cuerpo, si bien es cierto que iba creciendo, sufria pocos cambios cualitativos. Asi, por ejemplo, un chico de 16 afios refiere que se afeita todos los dias porque le molesta que le «aparezcan pelos negros en Ja cara», lo que constituye una prueba de su desarrollo cor- poral y sexual, puesto que la barba es uno de los caracteres sexuales secundarios mas notorios. En muchos casos, sobre todo entre las niiias, observa- mos el intento —cada vez mas frecuente en el mundo occi- dental— de controlar o detener la transformacion corporal mediante la elaboracion de verdaderos rituales en tomo a la ingesta de alimentos. La idea de estar demasiado «gorda» corresponde generalmente a la angustia provocada por el desarrollo «desparejo», especialmente de pechos y caderas, significantes de la feminidad. En los casos de anorexia, a la que me referiré mas extensamente en el capitulo 5, obser- vamos un control riguroso sobre lo que se come, cuanto y cuando se come, una vigilancia obsesiva del propio peso y la preparacién ceremonial de las «comiditas» que se van a ingerir. En la bulimia alternan las «orgias» en las que se consumen alimentos de manera descontrolada y desmedi- da con ceremoniales de «limpieza» mediante los vémitos provocados o la ingesta de laxantes. En el primer caso los rituales se centran en la restriccidn y en el segundo en la pur- gacién, pero la problematica subyacente es muy similar. - _ Unsegundoaspecto es el retraimiento narcisista que re- sulta de la preocupacion por el propio cuerpo y sus trans- formaciones: ahora también el sujeto, su yo —y no sélo su cuerpo— pasa a serel objeto mas interesante para si mismo; el joven se encuentra fascinado por sus bisquedas y descu- brimientos «interiores» que pueden cristalizar en la propia imagen. Esto lo protege de la angustia y Ja crisis narcisista que experimenta, es decir, la dificultad para reconocersea si mismo, Ia pregunta por la propia identidad, que ya no es tan obvia como en Ia infancia, y la toma de consciencia del decurso del tiempo, que lo sitii2 frente a un futuro opaco. El tercer aspecto es la dimensi6n de duelo de esta crisis en la medida en que, como ya he indicado, ha sido gene- rada por las metamorfosis de la pubertad, que suponen una serie de pérdidas. La primera pérdida, imaginaria por cierto, que el ado-- lescente experimenta, se refiere al cuerpo infantil y su ima- gen, elaborada a lo largo de los afios de la nifiez: el espejo, y también la mirada de los otros, le devuelve una figura que le resulta extrafia. Una segunda pérdida corresponde a la ima- gen del nifio ideal que ha sido alguna vez, © ha creido ser, tanto para si como para sus padres, en tanto ya han comen- zado los enfrentamientos generacionales y los padres tam- poco reconocen a «su nino o nina» en este ser que parece es- caparseles. Finalmente, el adolescen también privado de los padres 1 porte del ideal del yo infantil. Ese ideal, aonte Ja infancia, ¢s una especie de profongacién de los ideales de los padres, pero a partir de la pubertad, en la inmensa mayoria de los casos (y es deseable que asi sca) los padres ya no se pereiben como omnipotentes, sabios e infalibles y pasan a ser cue: tionados, lo que se traduce en un distanciamiento del hijo que suele materializarse espacialmente mediante el encie- rro en su cuartoo la ausencia prolongada del hogar familiar. Esta situacion de duelo por lo quese ha perdidoes la cau- sade los sentimientos de tristeza y desasosiego que suelen do- minar el panorama afectivo en esta etapa. Carson McCullers ha descrito con extraordinaria agudeza el proceso adolescen- te femenino a través del personaje de Frankie, al que ya me he referido. No se le ha escapado, como veremos, esa tonalidad la pregunta por la identidad capitulo 3 depresiva sin causa aparente: «Las cosas empezaron a cam- biar y Frankie no comprendia el cambio. (...) Las palidas vis- tarias florecian por todo el pueblo, y calladamente se fueron abriendo todas las demas flores. Pero en el verde de los arbo- les y en las flores de abril habia algo que entristecia a Frankie No sabia por qué estaba triste, pero a causa de esa tristeza em- pez6 a darse cuenta de que debia marcharse del pueblo.» 3.2 De la pérdida de si mismo al encuentro con el otro L: necesidad de apartarse de sus objetos origina- rios, en un primer momento, conduce al desinte- res por el mundo exterior y a una especie de em- briaguez con el aislamiento: la libido se centra en el yoy se intentan compensar las pérdidas y heridas narcisistas me- diante el engrandecimiento de su propia imagen. El ado- lescente se siente incomprendido, diferente, excepcional, y se promete desquitarse en el porvenir de la mediocridad de la vida presente, dela que se evade mediante sus suefios. Como ya hemos visto a través de los escritos de adoles- centes que hemos estudiado, resurge el interés y la curiosidad de los afios infantiles por el otro sexo, lo que permitiré a nirias y nifos salir gradualmente de la matriz. narcisista: es el en- 4 cuentro con el otra, precisamente, lo que hard posible la reso—_ lucién de la crisis narcisista. Para ello, es necesario que se reco- nozcaa ese ot70 en un plano simbélico, & decir, como objeto del deseo (por lo tanto, como algo que no se tiene) y no como parte de si mismo o soporte imaginario del propio yo. Esto su- pone renunciar ala posesién del objeto, aceptar que no s6lo no se lo tiene sino que es imposible tener a otro ser humano, para acceder al encuentro del mismo. Esta renuncia, entonces, se funda en la aceptaci6n y la tolerancia de la alteridad, es decir, de que la otra persona es radicalmente distinta de uno mismo. La crisis narcisista: la pregunta por Ia identidad No obstante, este_pasaje no se da de un momento al otro sino que implica un verdadero proceso. Debemos reco- nocer que incluso en la adultez habremos de transitarlo mas de una vez, con el consiguiente sufrimiento narcisista, puesto que el narcisismo, aunque se ve limitado por los «du- ros golpes dela vida» que nos obligan a tener en cuenta ala realidad, como decia Freud, no se pierde nunca definitiva- mente. Tampoco seria deseable perderlo, ya que sin amor a nosotros mismos no habria siquiera posibilidad de supervi- vencia. En consecuencia, las primeras elecciones de objeto amoroso del adolescente estaran todavia marcadas por el nafcisismo: al comienzo, el otro no es mas que un desdo- blamiento de uno mismo, una proyeccién de la propia ima- gen ideal a la que se ha de renunciar. Observamos, en este sentido, una trayectoria que sue- le tener como punto de partida el diario. intimo —que equivale al otro yo del sujeto-, a quien el adolescente habla como si se tratara de otro personaje diferente, pero este personaje no es otro que él mismo. Un segundo momento corresponde a la eleccion homosexual, ya sea consumada a través de juegos erdti- cos que 0 son sintoma de una homosexualidad defini- tiva sino de una fase puberal de confusién, o bien su- blimada (es decir, transformada o desplazada en un vinculo sin fines eréticos) en la relacién con los amigos intimos. Estos son tipicos de esta edad y se los suele per- cibir como almas gemelas que casi forman parte de uno mismo y no tienen, para el sujeto, una existencia total- mente independiente. Un tercer momento se caracteriza por el enamora- jiento 0 apasionamiento por alguna figura publica idea- lizada, como es el caso de las estrellas del cine, la cancion © el football. En esta situacion ya se manifiesta una mayor distancia con respecto al otro. capitulo 3 Finalmente legamos al primer enamoramiento h rosexual aquel, aunque, de todos modos, de alguna per na de su entorno se caracteriza habitualmente por ser una experiencia emocional absarbente y entrafia todavia una exagerada idealizacién de la pareja que remite una vez mas al yo ideal perdido. No es extrafio que esta idealiza- cién vuelva a presentarse en los ulteriores enamoramien- tos, en distintos momentos de la vida. Las personas de quienes se enamora el adolescente vie- nen a ocupar el lugar de los primeros objetos de amor de la infancia, lo que las configura, a pesar de su duraci6n limita- da, como relaciones apasionadas y exclusivas, independien- temente de que se realicen 0 permanezcan en el plano ima- ginario. Este tipo de enamoramiento intenta compensar al Sujeto por algo que ha perdido, ademas del cuerpo, la propia imagen, los padres y el yo ideal de la infangja: se trata de la fantasia de bisexualidad a la que ninos y ninas no suelen te- nunciar hasta llegar a la pubertad, cuando el caracter mono- sexuado de su cuerpo se hace dificil de ignorar. En efecto, en Ja adolescencia—y en ocasiones mas alla de ella—el otro es Jo que completa imaginariamente al sujeto encubriendo la” falta de plenitud o insuficiencia que supone la sexuaci6n. ‘Todo lo que hemos sefialado hasta ahora: los cambios corporales y el renacimiento de la sexualidad por un lado, Ja pérdida del mundo de la infancia y de la telacién de de- pendencia con los padres por otro, operan como otros tantos significantes de que nuestro ser deviene en el curso de una temporalidad que tiene unos limites. E] adolescen- te se ve obligado a enfrentarse, al mismo tiempo, como ya he reiterado, con las das.coordenadas fundamentales que definen y acotan nuestra existencia: sexuacion_y mortali- dad, que suponen sendas heridas narcisistas en tanto atentan contra Ja auto-representacion inconsciente fun- dada en el anhelo de plenitude infinitud. La cris Pero no sélo los adolescentes han de enfrentarse con es- tas cuestiones sino que también deben hacerlo los padres cuando sus hijos acceden a esta cncrucijada existencial; en la medida en que el alejamiento del hijo anuncia la futura diso- lucion de la unidad familiar es también para ellos una prueba del transcurso del tiempoy un recordatorio de su propia mor- talidad. Por eso propongo considerar a la adolescencia como una problematica intersubjetiva —es decir, no individual si- no relacional-, en tanto compromete no sélo al joven sino también a sus padres y a las instituciones en las que participa, como establecimientos educativos, culturales 0 deportivos. En todos estos ambitos los adolescentes se presentan como un revulsivo que impone un cuestionamiento permanente de normas, valores, formas de relacion, al menos cuando se Jos escucha; en caso contrario, es facil apreciar el rechazo y la angustia que se desenicadenan en Jos adultos cuando no con- siguen controlar alos rebeldes supuestamentee sin causa. Recapitulemos lay transformaciones que se producen en la adolescencia: tegran una unidad autosuficiente: para el hijo, la madre tiene la potencialidad de satisfacer —o no— todos sus deseos; para Ja madre, el hijo o hija ocupa el lugar del objeto amado y de- seado, del nino ideal que ha venido a «llenar su vida»; esel es- pejo en el que recupera la ilusion de la plenitud. El tabi del in- esto que ha de instaurarse con su mayor rigor en la pubertad. prohibe la prosecucion de ese vinculo idealizado, tenido cada vez mas, a medida que los hijos crecen, de connotaciones in- cestuosas reprimidas en el momento de la disolucion —siem- pre parcial— del complejo de Edipo infantil (entre los tres y los cinco anos) y actualizadas al despertar la genitalidad. En el caso de la nina, la imposibilidad de lograr una union, un mutuo completamiento —imaginario, por narcisista: la pregunta por la identidad capitulo 3 Ga] cierto— determinada por la pertenencia al mismo sexo que la madre, ya habia conducido a una decepci6n que la condujoa buscar en el padre aquello que faltaba en su pri- met objeto de amor. Ahora ha de renunciar también al pa- dre, sobre el que habia desplazado sus anhelos, en funcién de la prohibicién social del incesto. ; 2. Transformacién del yo corporal: hemos visto que la imagen en el espejo ya no coincide con la auto-representa- cién y la experiencia; tanto su cuerpo como su imagen se convierten en unos desconocidos, en significantes de la alte- ridad instaurada en el seno del sujeto. 3. Renuncia ala bisexualidad imaginaria infantil, a la ilu- sion de poder determinar el propio sexo, refutada por la reali- dad biologica y significada no s6lo como castraci6n sino tam- bién como una verdadera particidn : el sujeto siente que debe resignarse a perder algo que vivencia como su «otra mitad>. Frankie, una vez mas, ejemplifica estos cambios: siente rencor hacia su padre, que la expulsa de su cama cuando aprecia su desarrollo; intenta sustituir esta relacién por su in- clusién en la pareja formada por el hermano y su novia, dela que también sera excluida; se percibe en el espejo como un. «fenémeno», y sufte porque no puede participar en la guerra: «Hubiera querido ser un chico ¢ ira la guerra en la infanteria de marina. Pensaba en volar en avién yen ganar medallas de oro por su valentia; pero no podiaalistarse, y eso la haciaa ve- ces sentirse inquieta y melancdlica.» Es decir, se encuentra li- mitada por su edad y por su sexo; de ahi la sensacion de estar encarcelada, que he mencionado anteriormente. 3.3 El fenémeno del doble hora bien, podemos afirmar que todo aquello que se pierde en la crisis narcisista de 1a adoles- cencia se elabora, antes de acceder a la relacion pregunta po: con el otro reconocido como tal, como independiente y di- ferente de uno mismo, a través del «fenomeno del doble», que representa un momento de transicion en la aproxima. cién al otro como objeta de amor. Podrfamos definir al. do-y ble como Ta propia imagen en el espejo, pero solo en la me- dida en que aquélla se presenta como algo extrano: se produce entonces un desdoblamiento de la relacién narci- sista con la propia imagen, por cuanto la auto-representa- Gi6n quese tiene no coincide con la realidad corporal (tal co- mo la refleja el espejo) ni con lo que un observador externo podria apreciar. E! resultado de este desdoblamiento, que se ha desencadenado como consecuencia del miiltiple proceso de desestabilizacion que he intentado describir, es la div sion del sujetoen un yoy ayo. Generalmenteeste «otra yo» se proyecta —es decir, se atribuye imaginariamente— en otra persona que, a pesar de tener una existencia propia, es experimentada por el sujeto como una parte de si mismo: to- Gavia no se reconoce ni se acepta su «alteridad». La figura del doble permite recuperar imaginariamen-' te lo que se ha perdido, fundamentalmente, la auto-repre- sentacién valorizada, atemporal e inmutable de la infan- ja. En tanto encarna al pasado y representa al yo inmortal, el doble sirve para negar la idea de la muerte e interviene como una gafantia frente a la angustia que aquella suscita. Se presenta como aquello que pose la per- fecci6n que le falta al yo para aleanzar el ideal; es una ima- gen de si mismo pero idealizada y engrandecida, por lo que permite restamiar el narcisismo herido, Los objetos que pueden desempeiiar el papel de doble del adolescente son muy variados e incluyen toda la grada- cin —ya mencionada— entre el investimiento libidinal (amor) del propio yo hasta la elecci6n del objeto reconocido en sualteridad y en su valor simbélico, ya sea en relaciones de pareja, amistad o trabajo. EI diario intimo —Io mas cercano e identidad capitulo 3 (a8) indiferenciado del propio yo-; el amigo intimo —otra perso- na que, sin embargo, funciona como espejo en que el joven se refleja— diversas figuras idealizadas que sustituyen a los padres de la infancia; los fdolos —estrellas del cine, la misica, el deporte, etc — que constituyen modelos de identificacion. A través de la admiracién o amor hacia estos personajes se avanza hacia la constitucién de un nuevo ideal del yo. Como se resuelve el fendmeno del doble? Ningén su- jeto puede mantenerse establemente en una posicién se- mejante, excepto en las psicosis, en la medida en que su- pone una indiferenciacion o fusion entre el yo y el otro, y ‘una escisién del propio yo. Si bien el doble representa ini. cialmente una proteccion frente a la angustia desencade- nada por las transformaciones propias de la adolescencia, en tanto encarna el amor narcisista hacia uno mismo lle- varia al individuo a permanecer encerrado en si mismo y aislado de los otros, utilizando a los objetos —ya sean ma- terlales 0 humanos— como meros soportes de su identi- dad, de la unidad y cqherencia imaginarias de su yo. Lasalida de esta ppsicion mortifera supone laaceptacion * de la sexuaci6n, precondicién para acceder al deseo del otro, como ya hemos visto. El otto polo de este reconocimiento y hallazgo del objeto de amor, de encuentro, de intercambio, es la constitucién del ideal del yo. En la adolescencia culmina la diferenciacién entre elyo real, con sus posibilidades y limitaciones que se ponen a prueba en la experiencia vital, y el yo infantil que s completo, omnipotente, inmortal. Al renunc tasma de plenitud el adolescente trataré de sustituirlo me- diante la asuncién de nuevos ideales 0 modelos. Si en un momento estos ideales han estado encarnados por persona- _ jes existentes en el mundo socio-cultural, el paso siguiente sera Cuestionar y desconstruir estas identificaciones. De es- te modo, la identidad no resulta de una mera sintesis 0 La crisis narcisista: la pregunta por la identidad integraci6n de las identificaciones infantiles, es decir, dela asimilacion de rasgos pertenecientes tanto a personajes de la familia como ajenos a ella. La integracién se acompana de destruccién y negacién de esas identificaciones, para re- crearse a si mismo y diferenciarse de la matriz inicial decon- fusién con los padres a través del conflicto. La bisqueda de uno mismo se establece basicamente so- bre la separacion y la pérdida, a partir de las cuales se habra de iniciar un proceso inacabable de construccién de la iden- tidad, tanto mas valido cuanto menos cristalice en un mo- delo dado, cuanto mas permita un permanente devenir: de- jar de ser lo que creiamos ser para llegar a ser lo que no fuimos. La adolescencia es un momento crucial en este pro-y ceso, es el momento en que el joven ha de asumirse como sujeto deseante, ha de crear algo nuevo a partir de las deter- minaciones que lo han constituido y hacerse consciente de los alcances y limitaciones propios de la condicion humana. Otto Rank, uno de los primeros discipulos de Freud, ha observado que tanto en la mitologia como en la literatura se revela una profunda vinculaci6n entre los temas del doble, el narcisismo y la muerte. Asi, por ejemplo, en El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde caracteriza directamente a su per sonaje como Narciso, en tanto ama a su propia imagen: «En una ocasién, en juvenil remedo de Narciso, bes6...e505 la~ bios pintados que ahora le sonreian con tanta crueldad. Una y otra mariana permanecié sentado ante el retrato, asombrado de su belleza, casi enamorado de él.» El senti- miento de la propia belleza surge en él, en efecto, como una revelacién, «ante la primera vision de su retrato, cuando se hallaba contemplando la sombra de su propio encanto» Pero si su propio rostro es bello y amable, el retrato pasa a ocupar el lugar de un doble, que asume todo lo que Dorian rechaza en si mismo; «A menudo... él mismo se escurria es- caleras arriba, hasta la habitacion cerrada... y permanecia en capitulo 3 pie, con un espejo, delante del retrato... contemplando, ora el rostro maligno y envejecido del lienzo, ora el bello rostto juvenil que le devolvia una sonrisa desde el vidrio pulido...» La novela revela que la imposibilidad de renunciar al narci- sismo lleva al protagonistaa aferrarse a la promesa de la eter- na juventud y belleza pero, para ello, necesita despojarse de algo que forma parte de su existencia corporal: el envejeci- miento, asociado con la idea de la muerte. Por eso nuestro héroe afirma: «Cuando descubra que envejezco, me mata- 1é» Asi, Dorian puede amar su propio yo en la medida en que descarga la consciencia de sus limites a través del odiado y temido doble. Este doble personifica, en ocasiones, los deseos que el sujeto considera inaceptables, de manera que se libera del posible sentimiento de culpabilidad en la medida en que no asume la responsabilidad de sus pensamientos, actos 0 palabras, sino que delega esa responsabilidad en el otro. Al mismo tiempo, la duplicacién del sujeto (yo y otro yo 0 doble) le permite negar la posibilidad de la muerte; la ima gen refleja es una forma de asegurarse la existencia y rea- firmar la creencia en la inmortalidad. En los adolescentes, es frecuente que esta duplicacién asuma la forma de una disociacién entre el cuerpo y_la mente y una identificacion del yo con uno de aquellos tér- minos. Por ejemplo, es posible centrarse en la actividad in- telectual como forma de controlar al cuerpo, que ha de cargar con las inhibiciones y miedos del individuo, o bien lanzarse a la acci6n irreflexivamente, haciendo actuar al cuerpo en detrimento de la capacidad simbélica. U. La comcrencia dela mortalided catorce a diecisiete afios, sobre el tema de «La muerte», pueden agruparse en dos conjuntos que presentan otras tantas formas basicamente diferentes de enfocar el problema. Estas dos modalidades podrian definirse en funcién de la afirmaci6n freudiana de que los seres humanos tenemos dos actitudes opuestas ante la muerte, que en ocasiones chocan entre si y entran en con- flicto: una de ellas reconoce a la muerte como aniquila- miento de la vida; la otra la niega como si se tratara de al- go irreal. Es decir, a pesar de que sabemos de su existencia y su inexorabilidad, tendemos a ignorarla, manteniendo parcialmente, en la medida de lo posible, la creencia om- nipotente en nuestra propia inmortalidad, que es uno de Jos aspectos centrales de nuestro sistema narcisista. En realidad, una lectura cuidadosa nos permitiria de- tectar esta contradiccién en cada una de las redacciones estudiadas, del mismo modo en que podemos rastrearla en cada persona, pero en terminos generales se puede apreciar en ellas el predominio de una u otra de las dos ac- titudes mencionadas. Me ocuparé en primer término del I os textos escritos por mujeres adolescentes, de

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