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Chucho, el oso que abrió un debate sobre los animales en cautiverio

El oso Chucho nació en semicautiverio a mediados de los noventa en la reserva natural La Planada,
en Nariño, que abarca tres mil hectáreas de bosque y niebla, de musgo y orquídeas. Cuatro años
después, a Chucho y a su hermana Clarita los donaron a la reserva del Río Blanco, en
Manizales, para iniciar en esa zona del país un programa de repoblamiento del oso andino o de
anteojos, su especie.

Pero el plan no resultó porque los oseznos eran hermanos y, por razones genéticas, no pudieron
reproducirlos. En esa zona montañosa Clarita murió de un cáncer de útero hace unos 11 años, y
Chucho, al quedar solo, entró en depresión. Se volvió sedentario, pasivo y, según dijeron los
veterinarios, empezó a sufrir sobrepeso.

Aunque la reserva era su hábitat natural, allí también estaba cautivo. La misma Corporación
Ambiental de Caldas reconoció que pasaba sus días en un área de media cuadra, encerrado por una
malla, un alambre de púas y una cerca eléctrica.

Por eso, en el 2017 Corpocaldas decidió donarlo al zoológico de Barranquilla donde había una osa
andina que recientemente había perdido a su pareja. Desde entonces, Chucho vive en la Fundación
Zoológica y Botánica de Barranquilla, en cautiverio, al igual que miles de animales en el país y en
el mundo

Pero Chucho no es un animal cualquiera. En el 2001 se creó un plan para proteger a los osos como
él que habitan la cordillera de los Andes. Y en el 2007, la Unión Internacional de la Naturaleza
incluyó al oso andino en la categoría de ‘vulnerable a la extinción’ por los riesgos que afronta
debido a la caza, la destrucción de su hábitat y la expansión de la frontera agrícola. Y en el 2012, lo
pusieron en la moneda de 50 pesos como una de las especies representativas de la biodiversidad
colombiana.

Pero sobre todo, Chucho no es como los demás porque se convirtió en el primer animal de
Colombia al que un magistrado le concedió un hábeas corpus, acción judicial que se creó para
ordenar la libertad de los seres humanos, pero que terminó protegiendo los derechos de un oso.

La inédita decisión fue tomada, el 26 de julio del 2017, por el magistrado Luis Armando Tolosa, de
la Sala Civil de la Corte Suprema de Justicia, quien consideró que los animales “son seres no
humanos, titulares de derechos”, pues a su juicio se debe superar la visión antropocéntrica que
considera que sólo el hombre tiene esas garantías y está por encima del medioambiente.

Tolosa ordenó trasladar a Chucho a una condición de semicautiverio porque, según dijo en el
trámite judicial, nunca se demostró por qué el oso iba a estar mejor confinado en un zoológico que
en una reserva natural. El magistrado le reconoció derechos más allá de los humanos, como los
tiene el río Atrato –por orden de la Corte Constitucional, desde el 2016–, o la Amazonía –por
decisión de la Corte Suprema, en el 2018–.
También recordó que los animales no son cosas, como decía la vieja legislación civil, pues como
sienten tienen el derecho a “la libertad, así sea a vivir una vida natural, con menor sufrimiento y
calidad de vida”.

Pero el zoológico de Barranquilla interpuso una tutela afirmando que ese fallo vulneró su debido
proceso y que no se tuvo en cuenta que el oso estaba mejor en sus instalaciones que en Manizales.
Por ejemplo, el zoológico aseguró que a pesar de que su dieta natural son los vegetales y el
consumo ocasional de proteína animal, a Chucho se lo alimentaba generalmente en la reserva con
un concentrado de perro.

Así, la Sala Laboral aceptó sus argumentos y tumbó el hábeas corpus considerando que no
era la vía adecuada para pedir su libertad porque, dijo, este instrumento que se creó en
Colombia a partir de la Constitución del 91, debe utilizarse para defender los derechos de
las personas, de los humanos.

Desde entonces, Chucho abrió un debate que se trasladó a la Corte Constitucional, que
eligió la tutela para revisión, y evaluará este jueves en una audiencia pública si los animales
tienen derechos, cuáles son y sus implicaciones. También, si pueden verse beneficiados de
hábeas corpus y tutelas, lo que no sólo afectaría a ‘Chucho’, sino a los animales que viven
en los más de 18 zoológicos que tiene el país.

Si tienen derechos, qué va a pasar con 'Chucho', quien siendo un cachorro vivió en Nariño,
quien luego fue trasladado por 18 años a una reserva, con un espacio limitado en
Manizales, y quien ahora vive en el zoológico de Barranquilla. Si Chucho tiene derechos,
¿cuál será la mejor decisión para garantizarlos?

Y si hay un derecho a la libertad de los animales, como primero dijo el magistrado


Tolosa, ¿habría que evaluar las condiciones de vida de todas las especies cautivas en los
zoológicos? ¿Qué va a pasar, por ejemplo, con los 1.300 animales que viven en el
zoológico de Cali, los 774 que habitan el de Barranquilla, o los 823 del parque zoológico
Santa Fe?

No se trata entonces sólo del hábeas corpus y la tutela del oso Chucho. ¡El debate es más
grande y muy serio!
La discusión

En el 2017, Luis Domingo Gómez, un abogado experto en derechos humanos y derecho


constitucional, estaba en su casa viendo noticias. Así se enteró de que en Manizales había
indignación porque la Corporación Autónoma Regional de Caldas había decidido donar a
Chucho a Barranquilla.

Gómez no conoce al oso, pero pensó que lo mejor que podía hacer por él era interponer un
hábeas corpus, pues las acciones que hoy permite la legislación –como una acción popular–
, pueden tardar mucho tiempo. Recordó entonces la experiencia de Brasil y Argentina, en
donde a través de esa vía judicial se ha logrado ordenar el traslado de simios y orangutanes
a reservas especiales.

Sucedió en Argentina, en Mendoza, en el 2016. Pablo Buompadre, presidente de la


Asociación de Funcionarios y Abogados por los Derechos de los Animales, elevó un hábeas
corpus para liberar a Cecilia, una chimpancé de 30 años que vivía en una jaula de cemento
en el zoológico de la ciudad. El Tercer juzgado de garantías le dio la razón en que los
grandes simios, entre ellos el chimpancé, son seres sintientes, sujetos de derechos, por lo
que “no son cosas, no pueden ser un objeto del cual se dispone como se puede disponer de
un automóvil o un mueble”, dijo el juez.

Y sucedió en Buenos Aires, en el 2014, cuando un juez ordenó sacar a la orangutana Sandra
del zoológico en el que había vivido 20 años en cautiverio, para enviarla a una reserva
natural en Sao Paulo (Brasil). Un juez aceptó el hábeas corpus que interpuso una ONG,
afirmando que Sandra era un “sujeto no humano” que tenía derecho a la vida y a la libertad.

Por eso, la lucha por la liberación de los animales, o por lo menos de llevarlos a que vivan
en condiciones con un menor encerramiento, no es nueva. Lo novedoso de ‘Chucho’ es que
no es un simio. Es un oso andino que vivió 18 años de su existencia en la reserva de Río
Blanco en Manizales, en semicatuvierio, y ahora está en un zoológico.

Con los antecedentes en Latinoamérica, Gómez asegura que no tiene ninguna duda de que
los animales sí tienen derechos y están consagrados en la ley 1774 del 2016, conocida como
la ley contra el maltrato animal. Esa norma, dice Gómez, creó cinco principios que se
pueden interpretar como derechos, pues establecen que los animales no deben sufrir hambre
ni sed, malestar físico o dolor injustificado, enfermedades por negligencia, ser sometidos a
estrés ni miedo, y deben poder manifestar su comportamiento natural. Quien incumpla esos
principios puede ser condenado por un juez.

Gómez afirma que lo que hay detrás de Chucho es "una verdadera historia de abandono por
parte de sus tenedores, en Manizales". También asegura que nunca ha pedido liberarlo por
completo porque esa decisión sería irresponsable, ya que este oso de anteojos nació bajo el
cuidado humano. “Tiene que ir a una zona de semicautiverio donde pueda desplegar la
mayoría de sus comportamientos naturales”, dice.

Tiene que ir a una zona de semicautiverio donde pueda desplegar la mayoría de sus

comportamientos naturales

Pero Gómez va más allá. Considera que hay que desmontar los zoológicos tal y como hoy
están concebidos, y gradualmente dejarlos sólo para preservar a algunas especies. Gómez
asegura que muchos animales viven en zoológicos en condiciones indignas, y por eso "la
política pública debería plantear en qué casos, en qué especies, es aceptable tener cautivo a
un animal. Una posible medida que se podría crear con una política pública, es la de
establecer que los hijos que nacen de padres en cautiverio, sean liberados”, asegura.
En la otra orilla está Farah Ajami, quien no sólo es la directora del zoológico de
Barranquilla, sino que también dirige la Asociación Colombiana de Parques Zoológicos y
Acuarios. Ajami le dijo a este diario que el hábeas corpus de Chucho era ambiguo, porque
ordenó enviarlo a semicautiverio a pesar de que “hoy en Colombia no existe tal condición
para muchas especies, incluida el oso andino”. También porque no tuvo en cuenta que si se
lo trasladó a Barranquilla es porque su zoológico tiene una tradición en el cuidado del oso
Andino, y en esas instalaciones iba a estar mejor que en la reserva de Manizales.

Farah dijo que los animales que viven en cautiverio, como ‘Chucho’, no pueden ser
liberados y regresados a la vida natural porque no tienen “habilidades y destrezas de un
animal silvestre. Están acostumbrados a que se les dé techo, comida, no tienen las
habilidades de la caza, el cortejo y la defensa”.

No tienen habilidades y destrezas de un animal silvestre. Están acostumbrados a que se les

dé techo, comida, no tienen las habilidades de la caza, el cortejo y la defensa

Aunque afirma que los zoológico son los primeros en defender los derechos de los
animales, cree que estos seres no son sujetos de derechos porque para tener derechos hay
que tener obligaciones, algo que los animales no poseen. Además, dice, tampoco tienen
cómo reclamarlos.

“Lo que dice la Asociación Mundial de Zoológicos es que los animales no son sujetos de
derechos, sino objetos de derechos, y somos los humanos quienes tenemos que
garantizarlos”, afirma Ajami. Por eso no cree que el hábeas corpus se pueda usar para pedir
la libertad de un animal, y considera que esa es una vía peligrosa porque podría tener
implicaciones no sólo económicas, sino también socioculturales como en las corridas de
toros y la producción de alimentos. “Si se le garantizan derechos a un oso, qué pasa con lo
que reclaman los veganos que dicen que los cerdos y vacas también los tienen”, asegura.

Ajami finalmente afirma que los animales que son llevados a los zoológicos nacen en otros
zoológicos, son reubicados o son víctimas de tráfico. “No recibimos animales directamente
del medio silvestre porque eso es ilegal. Sólo se hace en los casos en los que están
enfermos, se pueden rehabilitar y luego se liberan”.

Para Andrea Padilla, vocera en Colombia de Animanaturalis, los animales no humanos hoy
son sujetos de mecanismos de protección especial, y aunque tienen derechos naturales aún
no se les han reconocido constitucionalmente, lo que constituye una deuda del derecho
jurídico. El gran desafío de reconocerles derechos, dice, es crear los mecanismos para
garantizarlos, pues la institucionalidad colombiana sigue siendo débil en materia ambiental.

Padilla cree que la decisión que tome la Corte, aunque reconociera legalmente sus
derechos, no llevará a abrir las puertas de todos los zoológicos para liberar a los
animales. Esto porque considera, más bien, que será un fallo que tomará medidas en el caso
concreto de Chucho, aunque sí creará doctrina sobre los derechos de estos seres, lo que
permitirá evaluaciones futuras.

Agrega que en Colombia se reconoció que los animales son seres sintientes, y ahora lo que
la Corte va a debatir es si esa condición es el atributo para reconocerles derechos, o si
deberían tener más atributos como las capacidades cognitivas. Así, dice, en el caso de
Argentina se les reconoció el hábeas corpus a los dos primates teniendo en cuenta que hay
abundante investigación que dice que tienen consciencia, proyección al futuro y memoria.

Más que reconocer derechos, se necesita una institucionalidad para garantizarlos

Y Laura Santacoloma, investigadora y doctora en derecho, asegura que los animales susceptibles de
sentir dolor ya tienen derechos y considera que lo importante es que si la Corte se los reconoce
legalmente, establezca a qué tipo de animales no humanos se les está dando esa garantía para ir
borrando las incertidumbres. Así, dijo que se necesita de la Corte que dé reglas sobre, por ejemplo,
cuándo se podría hablar de un derecho de los animales a su libertad, y si esto aplica para animales
domésticos (como los perros), o los silvestres, los de zonas rurales, o algunos de ellos, porque todos
no pueden incluirse en la misma lista.

Pero Santacoloma dice que más que reconocer derechos, se necesita una institucionalidad para
garantizarlos, y mucho dinero, porque todo esto cuesta. En todo caso, asegura, el derecho sigue
siendo antropocéntrico, pues es un sistema diseñado para regular la conducta del ser humano.

La abogada no cree que el hábeas corpus pueda aplicarse a un animal y señaló que más que la
libertad total de los animales cautivos, como Chucho', lo que se debe buscar es "su bienestar", para
no ser irresponsables con las especies que están no solo en zoológicos, sino también en centros de
rescate.

Sobre la posibilidad de que un reconocimiento de derechos traiga implicaciones para otras


actividades, Santacoloma asegura que “la Corte ya ha establecido unos límites frente a la protección
de los animales en donde no se tipifica como maltrato animal lo que el alto tribunal ha marcado
como cultural (las corridas de toros), la alimentación, investigación científica, control de plagas y
salubridad pública”.

Aunque hay diferentes puntos de vista, algo en lo que coinciden los abogados, animalistas,
directores de zoológicos y expertos consultados es que el debate sobre los derechos de los animales
es una vía con luces y sombras, con implicaciones sobre nuestra forma de vida, e incertidumbres.
De cualquier forma, que estas discusiones se estén dando y que lleguen a las altas cortes es bueno
para los animales. Un debate tan profundo le recuerda al ser humano que no es el amo y señor del
mundo, que no está solo en el planeta.

MILENA SARRALDE DUQUE


Periodista de Justicia
EL TIEMPO

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