You are on page 1of 64
pron eects Pee sa I IOM LUST UINNG) le i on DEL CABALLERO DE LA ee eee) cet ARMADURA OXIDADA esa expe Caballero nunca volvers a ser el mis: oe fice cela OBELISCO Peers ca) eer eet EDICIONES OBELISCO Robert FisHER ELREGRESO DEL CABALLERO DELA ARMADURA OxIDADA EDICIONES OBELISCO Siete libro Jha iteresado y desea gue le mantengamosinformado nesta publicscions, ccibansindicandonos qu ema son des ines (too, Autoayada, Ciencias Ota, Aes Matis Neus, pirtalidad, Tdi.) y guonaments le complacremes Puede consular nue catloga en wnweticoneabeiac com Coleceiin Narativa EL nsorso net Canattino of ta Ansununa OxtoA0n, Robes Fber 1 ein: bil de 2010 “Tel ovina: The Kaige Ry Armor - Pare I ‘Traduccin: tna Deledo Maguetaci: Mariana Mine Orie Covrecin: M+ Angeles Olena Disc de cubis: Enrique rt (© 2010, Ror Fser (Reser todos lot derechos) (© 2010, Ediciones Obelico, SL (Reservas los dvechos par la presente ein) Pere IV, 78 (Ea Peo IV) 3 plana, 5 pcre (08005 Bareiona- Espa TA, 93309 8525 - Fix 93309 85 25, E-mall:inogedionasobelacocom Parcs, 59 C1Q7SAFA Buenos Aires - Argentina Ti. (541-16) 30506 33 Fae (541-14) 308 7820, ISBN: 978-84-9777-637-0 Depésit Legal: M9.826-2010 Printed in Spin Imprs en Brosmas SL Pol. Ind 1 calle C31 - 28938 Méstls, Maid Resrvados todos los derechos: Ninguna pate de ea pubiacié,inlid el dive dela cubiera, puede se reproducidaalmacenada, aramid wad en manera aeuna por ningtin medio, ya sea ecco, quimic, meni, Spin de grabscin ‘ deceogeico, sin previo comentimien oreo dl elitr Diss a CEDRO (Centro El de Derechos Repogriicos wc.) 6 aes ‘2 forocopar oexcanea agin fragmento de cs obra Prélogo E GUSTARIA DAR LAS GRACIAS a los miles de lectores que han mostrado su reconeci- jento a mi primer libro, El caballero de la armadura oxidada. Asimismo, agradezco las innu- merables cartas que he recibido, tanto de hombres, como de mujeres y nifios, en las que me explicaban detenidamente el impacto que Blcaballero habia te- nido en sus vidas. La obra, sin duda alguna, ha tenido un gran im- pacto también en mi vida. Escribir este libro ha constituido una experiencia, 0, para ser més pre- ciso, una aventura. Gracias a él he podido conocer a gente maravillosa tanto por carta, como por telé- fono o en persona, lo cual nunca hubiera sido posi- ble de otro modo. Algunas de esas experiencias las comparto contigo, lector: Un psicélogo de Los Angeles me comunicé que Elcaballero habia evitado que uno de sus pacientes més ancianos se suicidara. Recibf cartas de diversos directores de clinicas psiquiatricas de Estados Unidos en las que me in- formaban de que El caballero formaba parte de su programa asistencial para que los pacientes recu- peraran la salud fisica, mental y emocional. ‘Muchas de las cartas mas gratificantes pertene- cen a nifios a partir de los nueve afios que me escri- ben para comentarme lo que ha significado el libro para ellos y cémo les ha cambiado la vida. Una nifia de diez afios de Ontario me escribié para decirme que antes de leer el libro crefa que en su vida todo le iba a ir de maravilla, pero que ahora sabfa que qui- zs no iba a ser asf, aunque lo iba a aceptar de igual grado. También comentaba que Blcaballero le habia. hecho darse cuenta de que sélo gracias al silencio podria descubrir quién era. La carta me llené de alegria, y fantaseé pensan- do que me hubiera gustado leer el libro cuando te- nia diez. afios. Mi ascensién a la montafia hubiera resultado mucho més facil. También me gratificé enormemente saber que catedraticos, psicdlogos y terapeutas han utilizado Elcaballero de la armadura oxidada como herramien- ta principal en sus talleres y terapias. ‘Muchos lectores me han preguntado por qué no Ie habja dado un nombre al Caballero. La raz6n es que todos nosotros, tanto hombres como mujeres, somos Caballeros que vamos en busca de la ale- grfa, el amor, la felicidad y la libertad. Como recordaréis si habéis lefdo el libro, el Ca- ballero se permitié caer en un interminable abismo, superar el miedoy el terror, aprender a perdonarse as{ mismo y a los demés, y todo ello le condujo a la cima de la montafia donde se desprendié de lo que quedaba de su armadura. ‘Tras experimentar esta primera renuncia, cref que lo habfa logrado. Ahora Dios y yo fbamos a ser uno solo. Pasarfa el rato con El, nos conocerfamos y nos tutearfamos. Esperaba que mi vida fuera un camino largo y sencillo, de completa felicidad. Pero en su lugar descubri que, aunque pudiera acariciar la alegria y la felicidad con més frecuencia y més profundidad que nunca, no podfa mantener ninguna de las dos cosas. Y, por mucho que mi vida fuera més facil, no era por completo sencilla. La sensacién de haberlo conseguido se vio reforzada a través de los cientos de lectores que reconocfan amablemente el impacto que mi libro habfa tenido en sus vidas. Las ovacio- nes que recibfa cuando hablaba en puiblico (lo hacia donde habia mds de dos personas reunidas) hicieron que me sintiera todavia mds seguro de haber logra- do la maestria en la vida. Disfruté de esta radiante gloria lo suficiente como para adquirir un broncea- do césmico. Tardé un tiempo en darme cuenta de que me estaba convirtiendo en la imagen de lo que la gente crefa que debia ser: un Caballero bueno, generoso y amoroso que habfa escrito un libro muy itil. Pero tardé més tiempo avin en darme cuenta de que ya no estaba oyendo la voz que me habfa dicta- do el libro. Tardé incluso mucho més en descubrir que la raz6n por la cual no ofa la voz era porque no escuchaba. En pocas palabras, yo mismo me habia proporcionado una sobredosis de arrogancia espi- ritual. No estaba manteniendo la paz, la dicha, el amor y la felicidad durante largos perfodos de tiem- po. Si el camino resultaba muy duro, me retiraba una vez més a la armadura de mi ego para sobrevi- vir. En realidad, me irrité darme cuenta de que la vida no era més facil, sino tan sélo més sutil. Sabfa que tenfa por delante otra biisqueda, de modo que ahora te invito, lector, a que te unas a mf all{ donde dejé mi tltimo libro: EL PRINCIPIO EI principio NA VEZ, HACE MUCHOS ANos, en un lugar l muy lejano, vivia un Caballero. Se con- sideraba un Caballero bueno, generoso xy amoroso; ademés, como ya habia ascendido a la cima de la Montafia de la Verdad, se sentia todavia més amoroso, més generoso y mds bueno. Regresaba a lomos de su caballo porque querfa encontrarse con su esposa, Julieta, y su hijo, Cris- tobal, quienes estaban aguardandole. Sin embar- go, de repente, y tras sentirse invadido por un pen- samiento alarmante, tiré de las riendas para que se detuviera el caballo. —{Merlin! -Ilamé en voz alta. ‘Tras él, el mago aparecié sentado, a la grupa del caballo. Como de costumbre, el mago ley samientos. sus pen- Os preocupa que Julieta no os esté esperando. El caballero asinti —Cuando inicié mi busqueda para liberarme de mi armadura, estaba tan triste y deprimido que no tuve la entereza suficiente para enfrentarme a ella. ‘Me fui sin decir ni una palabra. ~{Y entonces? —pregunté Merlin. Merlin, he estado fuera doce afios. {Qué le puede decir uno a su esposa cuando se ha marcha- do de casa a hurtadillas y no ha regresado en doce afios? —Deecidle que la fiesta ha durado més de lo que crefais. -Entonces, los ojos de Merlin brillaron. EI Caballero fulminé a Merlin con la mirada. —Vos siempre me aconsejdis bien. Estoy ha- blando de mi matrimonio. ;No hay nada sagrado para vos? Merlin sonrié. Aunque no hay nada sagrado para mf, yo ve- nero todas las cosas. Una de las cosas de Merlin que sacaban de qui- cio al Caballero era que cada vez que tenia una crisis, el mago se pusiera filoséfico. Leyéndole el pensamiento, Merlin volvié a exas- perarlo: Una crisis sdlo existe cuando uno permite que exista. ‘Tras sus palabras, Merlin desaparecié, precisa- mente porque, aunque el Caballero era muy cari- 10 fioso, quizés hubiera intentado dar un cachete a Merlin. El Caballero espoles a su caballo y partié al galope. El dltimo comentario de Merlin le habia animado. «Merlin debe estar en lo cierto, debo es- tar creando una crisis donde no la hay», pensé el Caballero. Tan apenas se habfa librado de una crisis ima- ginaria cuando, de repente, un caballero de negra armadura, montado en un caballo negro, salié de una curva del camino y le bloques el paso. ~ {Quién sois? “le increpé el caballero de la ne- gra armadura. ~Soy un Caballero de dia y un Caballero de noche. En pocas palabras, soy un Caballero —le respondic el Caballero, que ya habia recuperado el buen humor que le caracterizaba. —Habéis entrado en mis tierras, preparaos para luchar -le dijo el caballero oscuro, que no tenia ningiin sentido del humor. =Yo ya no hucho ~contesté el Caballero. Elamor que el Caballero habfa aprendido a sen- tir tanto por él mismo como por los demés irradia- ba de su persona. Ese poder resplandecta en sus ojos como dos rayos azules. Entonces, el caballero oscuro se quedé petrificado, incapaz de blandir la espada. Después de esa experiencia, nunca volvié a ser el mismo. Vencido por el amor, le era dificil recuperar su mfsero y natural sentimiento de odio. ul Alo largo de los afios, iba a reflexionar sobre cémo el Caballero bueno, generoso y amoroso le habia estropeado la vida. Mientras nuestro Caballero continuaba cabal- gando se dio cuenta de que Merlin tenfa razén. Cuando uno ama no tiene por qué participar en la lucha cotidiana. De repente, oyé una voz femenina que pedia ayuda y, de inmediato, hizo que su caba- llo se detuviera. Entre los érboles pudo ver a una hermosa doncella en la torre de un castillo. El Caba- llero galopé con rapidez hasta el foso y le pregunté: ~ {Pediais ayuda? ~Si -grité la rubia damisela-. Un perverso mago me tiene prisionera. El Caballero sintié que la sangre le hervfa en las venas. Se encontraba ante uno de sus viejos princi- pios: salvar a damas en peligro. Tiempo atrés, cuan- do el negocio de la caballeria no estaba demasiado boyante, solfa rescatar a damiselas en apuros. Sus pensamientos retrocedieron al momento en que rescaté a su esposa Julieta de una situacién parecida, Julieta era una princesa y su padre, el Rey, habia decretado que concederfa la mano de su hija a quien la rescatara del malvado ogro. El Caballero rescaté a Julieta, pero le dijo al Rey que preferia seguir soltero. Sin embargo, el Rey insis- tis y el Caballero y Julieta se casaron. El Caballe- ro pensé que eso era pagar un alto precio por una buena hazaiia, 12 El grito de la damisela le sacé de sus pensamientos: —{No 0s quedéis ahi parado, rescatadme! ~Ya no me dedico a eso -dijo el Caballero, sa- cudiendo la cabeza. — {Qué clase de Caballero sois, que no rescatdis doncellas? —Cuando subfala Montaiia dela Verdad descu- bri que eso de rescatar a gente no es muy amoroso. Como vos os creasteis esa prisién, serfa mejor que vos misma la destruyerais, de modo que no quiero quitaros ese poder. Ahora, si me perdondis, tengo iCreo! una esposa que me estd esperando en casa. le contesté el caballero. Y se fue galopando. ré a la Asociacién de Caballe- ros! —la princesa le grité furiasa. =jOs denuni Al Caballero no le intimidé la amenaza. En rea- lidad, se sentfa bastante contento de sf mismo. Ha- bia roto otro patrén. Ya no era adicto a rescatar a damiselas en peligro. Tras reflexionar un poco, se dio cuenta de que los Caballeros habian estado rescatando a las don- cellas de sus dragones y de sus ogros, y ofrecién- doles proteccién, cosa que las doncellas interpreta- ban como prueba de su amor, y los caballeros, por su parte, pensaban que eso era lo que ellos, como hombres, tenfan que hacer para ganarse el amor. El Caballero se pregunté si hombres y mujeres se amarfan alguna vez por ser quienes eran y no por lo que hicieran. ‘Mientras cabalgaba, pensaba que Julieta se alegra- ria mucho cuando le dijera que ya no iba a volver a rescatar a més damiselas. Las ayudarfa a que se res- cataran ellas mismas. Rescatar damas era algo de la caballerfa que siempre sacaba a Julieta de sus cabales. Ya cerca del castillo vio a su suegro, el Rey, que galopaba hacia él a lomos de su hermoso corcel blanco y negro. ~iEh, Rey! -le llams. Al Rey le costé cierto tiempo reconocer al Caba- lero, aunque cuando lo hizo, su rostro se iluminé de placer. Ordené a su caballo que se detuviera y saludé al Caballero. —No os habfa reconocido. Ya no llevdis vuestra armadura. —Tard6 doce afios en oxidarse y caerse —co- menté el Caballero. El rey le miré con gran respeto: —Eso significa que llegasteis a la Cima de la Verdad. El caballero asintié. —Yo nunca fui més allé del Castillo del Silen- ,Cémo lo conseguisteis? —Si hubiera seguido levando mi armadura, habrfa muerto ~contesté el Caballero. El Rey asintié: —No tenfais eleccién. cio. ~Correcto! -dijo el Caballero-. Cuando no exis- ten alternativas, las decisiones son ficiles de tomar. 4 El Rey miré detenidamente al Caballero: —No sélo tenéis un aspecto diferente, sino que también hablais de un modo distinto. No soy el que era ~admitié el Caballero. Eso ya es, definitivamente, una mejora ~co- ments el Rey. —Espero que Julieta piense lo mismo. Cuando me fui, nuestra relacién no iba demasiado bien. EI Rey dijo: —Hijo, no sedis tan duro con vos mismo. jJu- lieta y vos levdis casados quince afios! ~sentencié el Rey. —Quizds se deba a que he estado fuera doce de 508 afios -apunté el Caballero. —No hay nada como la distancia para que una relacién funcione. De tudus modes, me siento or- gulloso de vos, y en honor a vuestra ascensién a la Cima de la Verdad, os voy a pedir que me llaméis por mi nombre de pila. Ya nunca més tendréis que llamarme Rey ~asintié el Rey con la cabeza de un modo comprensivo. El Caballero estaba sorprendido. Gracias, sefior. ;Cuél es su nombre? —Rey -respondié. El Caballero miré al Rey estupefacto: — {Su nombre de pila es el mismo que el de su cargo? Mis padres no tenfan imaginacién —contest6 el Rey. El Caballero se rascé la cabeza cavilando: —No cambia nada si os llamo Rey. —Ciertamente que sf —replicé el Rey-. Ahora podéis Ilamarme Rey sin faltarme al respeto. El Caballero se dio cuenta de que habia cambia- do, Hubo un tiempo en el que habria considerado esttipida esta conversacién. =Os agradezco mucho el honor, pero ahora ten- go que ver a Julieta —dijo el Caballero al Rey. Pero el rostro del Rey le impidié espolear al caballo. —No vais a encontrar las cosas exactamente como las dejasteis ~comenté el Rey, vacilante. — {No tendré otro Caballero, verdad? ~pregun- 16 el Caballero, temeroso. —jNo, no! -se apresuré a decir el Rey-. No es tan inteligente como para hacer eso. -Se aclaré la garganta un tanto incémodo-. Quiero decir... siendo como erais, hubiera sido inteligente por su parte haberlo hecho, pero tal como sois ahora, tie- ne suerte de no haberlo hecho. —Seré mejor que vuelva a llamaros Rey por respeto... antes de que lo pierda ~dijo el Caballero un poco enojado. —Sélo intento advertiros de que Julieta es dife- rente ~comenté el Rey en un tono un poco severo. EI Caballero estaba perplejo. Si Julieta se en- contraba en casa, en su castillo, donde él la habia dejado, entonces, ,qué podfa ser tan malo? ;Qué habia querido decirle el Rey? 16 Sus miedos se desvanecieron al entrar a caba- Ilo en el patio del castillo y ver a Julieta, sentada en su jardin, leyendo un libro. Cuando ésta oyé al caballo levanté la vista. El paso del tiempo no ha- bia alterado su dulce belleza. Al advertir que era el Caballero, la sorpresa, el placer y cierta incerti- dumbre aparecieron en su semblante. EI Caballero le sonrié: —Puedo percibir en vos sorpresa, placer y cier- ta incertidumbre. Julieta le miré asombrada: —Nunca antes habfais mostrado sentimiento alguno, especialmente en lo que respecta a mi per- sona. El Caballero descendié del caballo y se aproxi- ‘m6 a Julieta: —Eso era antes. Ahora es asi. Se quedaron miréndose el uno al otro, tfmidos, incémodos. Habfa pasado mucho tiempo desde que se separaron. ~Y ya no llevais la armadura -coments ella to- cdndole suavemente el torso con la punta de los dedos. El Caballero la miré fijamente, tomé su cara en- tre las manos y la besé. Cuando los labios se unie~ ron, las lgrimas brotaron de sus ojos. Las dos semanas siguientes fueron como sus primeros dias de recién casados. Se amaron, rie- ron y jugaron. Bailaron con la miisica del laiid de 7 Bolsalegre, el bufén de la corte. Por todo el reino, corrié la noticia de que el Caballero habia ascendi- do ala Cima de la Verdad y que se convertiria en un héroe nacional tan pronto como tuvieran una nacién. Bolsalegre compuso una cancién de éxito sobre élyy la titulé «Dias frios y caballeros célidos». EI Rey ofrecié un baile en honor del Caballero y la gente acudié de todas partes para conocerlo. El Caballero crefa que en el baile no habia nadie més bello que Julieta, y ésta consideraba que no habfa nadie que fuera tan guapo y encantador como el Caballero. Se habfan vuelto a enamorar, pero de un modo diferente. El deseaba fervientemente transmitirle sus sentimientos. Queria compartir con ella sus aventuras en el ascenso a la Montafia de la Verdad... Los conocimientos que Merlin le habia ensefiado, los secretos de la naturaleza que los ani- males le habfan revelado, y cémo, finalmente, consi- guié llegar a la cima sélo después de haberse permi- tido el riesgo de caer en el abismo de los recuerdos, y perdonarse a sf mismo y pedir perdén al resto. EI tinico momento delicado fue cuando su hijo Cristbal, ahora un bello y espléndido adolescente, se fue a competir a un torneo juvenil. El joven mird con recelo a su padre y le dijo: —No esperéis volver al punto en que lo deja- mos, pues ya me he hecho mayor. Julieta, impresionada, contenta el aliento pre- guntandose cémo reaccionarfa el Caballero. 18 —~Quizds podemos seguir creciendo juntos le contesté el Caballero, tras mirar carifiosamente a su hijo. Los ojos del muchacho se humedecieron. Ely su padre se fundieron en un abrazo. De vez en cuando, el Caballero se pregunta- ba qué habia querido decir el Rey con que Julieta era diferente. Atin era la misma. Hasta la mafiana del decimoquinto da no percibié el primer atisbo de diferencia. Julieta se levanté temprano y se vistié con una ropa que no era nada femenina... Parecia un lefiador. Finalmente, le dijo al Caballero: —Que tengas un buen dia, carifio, me voy al trabajo. — j Trabajo? —repitié el Caballero sin entender absolutamente nada. —Si-contesté Julieta. Cuando os fuisteis em- pecé a tejer tapices y a beber vino para dejar pasar las horas. A los tres aos bebfa més de lo que tejfa. Finalmente tuve que buscar algo en lo que ocupar mi tiempo. El Caballero se senté en la cama y le pregunté curioso: ~ {Qué hacéis? —Rehabilito castillos. {Que qué? Julieta repiti —Rehabilito castillos. Estén muy mal disefia- dos. Las habitaciones son demasiado grandes, los 19 pasillos ti muros de piedra son excesivamente frios. ~{Os pagan por hacer eo? —quiso saber el Ca- ballero. 1en demasiadas corrientes de aire y los lad: —Muy bien. Estoy haciendo que sus hogares re- sulten més célidos y acogedores. Me he hecho un nombre creando castillos intimos. Le miré inquisitivamente: Julieta sonrié con gran fel —{No os importa que trabaje, verdad? ~iOh, no, creo que es genial! -contesté el Ca- ballero vacilante. La siguié hasta el patio y la ayu- 6 a montar a caballo. —Puede que hoy no venga a cenar a casa, pero en la cocina hay mucha comida. Estoy segura de que Cristobal y tu os prepararéis una buena cena. EI Caballero la miré perplejo mientras se ale- jaba cabalgando. Eso s{ que era realmente un cambio. Durante afios, Julieta le habfa visto mar- charse para combatir. Ahora, él vefa cémo ella se ibaa trabajar, El Caballero permanecié inmévil en el patio, dominado por sentimientos encontrados. Lo tinico equiparable a la felicidad que sentfa de que Julieta hubiera encontrado algo que le permitiera indepen- dizarse de él era su infelicidad por haberlo conse- guido. Y, hablando de trabajo, ;qué iba a hacer él aho- ra? Ya no formaba parte del mundo caballeresco: 20 luchar, guerrear, combatir. Ahora estaba metido en las cosas del amor. Pero, ,cémo convertirfa el amor en monedas de oro para mantener su castillo, su familia y sus criados? Sus pensamientos se interrumpieron con la Ile- gada de Cristébal, que conducfa el caballo a los es- tablos del patio. Llevaba puesta la armadura. Al Caballero se le iluminé la cara. En qué joven tan hermoso se habfa convertido Cristébal. Le animé la idea de pasar el dia con su hijo. El Caballero le llamé. jEspera, tomaré mi caballo e iré a montar con- tigo! —Lo siento, papa, no puedo -le contest Crist6- bal-. Tengo entrenamiento. — {Qué entrenamiento? ~pregunté el Caballero. ~ Sir Percival nos esté entrenando a un grupo para llegar a ser caballeros, y tenemos torneos ju- veniles ~contesté Cristébal. El Caballero sintié de pronto cierto recelo. — ;Por qué haces eso? —pregunté. Cristébal le miré sorprendido: —Para poder ser como ti, pap. —Pero ni siquiera yo quiero ser como yo... es decir, como el yo que solia ser ~dijo el Caballero. —Pero en todas partes se te conoce como el Ca- ballero bueno, generoso y amoroso que ascendié ala Montafia de la Verdad. Yo quiero hacer algo iciste. grande, como ti lo au El Caballero le miré con tristeza. — ,Cémo piensas hacerlo? —le pregunts. —Lachando contra otros caballeros, ganando y siendo el mejor ~contesté Cristébal. —Hijo, la vida no es competir, ganar y ser me- jor que los demés. La vida es amor y dar lo mejor de ti mismo -le dijo dulcemente el Caballero. — {La vida es eso? ~pregunté Cristébal con re- servas. El Caballero asinti. —jEl amor no te haré ganar cruzadas! —le re~ plicé Cristébal, y se fue galopando. EI Caballero se quedé miréndole fijamente y después grité: —jMerlin, aytidame! El Mago aparecié al instante. Iba desnudo, con una toalla rodeéndole la cintura. Tenfa los cabellos y me —Preferiria que no os asaltaran las crisis mien- tras me estoy bafiando —refunfufié Merlin. —Entonces admits que esto es una crisis ~dijo el Caballero. Merlin asintié con la cabeza: cuerpo hiimedos. ~El quiere teneros como modelo. —Como el modelo que yo era ~protesté el Ca- ballero. ~Y vos queréis que él tenga como modelo a aquel que vos creéis ser ahora -sentencié Merlin. —Es0 es ~dijo el Caballero. 22 —Cuando estabais en la Cima de la Verdad, encontrasteis en vuestro interior el centro del amor. Os habéis ido apartando més y més de él Respirad profundamente al menos tres veces € intentad volver a centraros —le coment amable- mente Merlin. El Caballero asf lo hizo. Ahora decidme qué sentis verdaderamente con respecto a Cristébal ~quiso saber Merlin. Que debo dejarle crecer atendiendo a su pro- pia imagen y ser lo que necesita ser —dijo lenta- ‘mente y de mala gana el Caballero. ‘Merlin sonrié y asinti6. Pero yo le podrfa evitar el sufrimiento, la lu- cha, el dolor y la tristeza a los que va a tener que enfrentarse. Nuestra experiencia es lo vinico que no pode- mos ofrecer a los demas. Cada uno tiene que pasar por su propio dolor y pesar para poder encontrar la alegrfay la felicidad que hay al otro lado —le dijo Merlin con dulzura. El Caballero miré a su hijo, que ya era un punto en el horizonte. — Por qué tiene que ser asi? —La intencién no era que hombres y mujeres sufrieran. Pero se les concedié libre albedrfo y, la- mentablemente, lo utilizaron sin tener en cuenta la armonia con el universo —le contesté Merlin. El Caballero le miré con tristeza: 23 —Cuando en la Cima de la Verdad me cayé el tiltimo trozo de armadura, cref que mi vida seria més facil. La luz de la compasién inundé los ojos de Merlin: —Mis facil, no, querido, sélo mas sutil. —Lo que aprendf en la Cima, lo estoy viviendo ahora, gverdad? Merlin asintié. —Os aconsejo que cada vez que os sintéis fuera de vuestro centro de amor, respiréis profundamente. Dicho esto, el mago desaparecié. En los meses que siguieron junto a Julieta, el Caballero se descubrié suspirando una y otra vez. Si bien el Caballero era en realidad més carifio- so, amable y sensible que nunca antes, tenfa unas ideas perfectamente definidas accrca de cémo Ju- lieta deberfa comportarse como esposa. Y Julieta tenfa sus propias ideas sobre cémo vivir su vida, y no eran ni remotamente parecidas a las del Ca- ballero. —EI problema —decfa Julieta es que habéis vuelto a casa esperando encontrarme aqui senta- da, tejiendo tapices, bebiendo vino y esperandoos. Pues bien, las cosas han cambiado. —Me alegra que no estéis atin tejiendo y be- biendo -dijo el Caballero-, sobre todo bebiendo. Pero me gustaria que os dierais cuenta de que Ae euelto a casa. Julieta siguié: ~Y esperabais que os siguiera necesitando igual que antes, ser vos el cabeza de familia y que yo cum- pliera todos vuestros deseos. —Me alegro de que no me necesitéis del mismo modo, y no espero que hagdis todo lo que yo desee, pero me gustaria que me dedicarais tanto tiempo como a vuestro trabajito de arreglar castillos. Julieta estaba conmovida: —Me gustarfa que realmente fuera asf, pero me pillais en medio de un trabajo tremendo, y estoy gando horas extras a los yeseros que traje de Sajo- nia y Glastonbury. El caballero empezaba a estar confundido. —No me necesitdis en absoluto dijo airada- mente. Julieta lo rodeé con los brazas y lo hesé en la boca con firmeza, aunque para ser francos también con dulzura, y después corrié al patio del castillo para montar en su caballo. El Caballero la siguis. —No estarfais tan triste si todavia tuvierais el ne- gocio de la Caballerfa, pero estais retirado y con mu- chisimo tiempo libre entre las manos —dijo Julieta. Salté sobre el caballo y salié galopando. El Ca- ballero permanecié alli, observandola. Las semanas posteriores no fueron mucho mejo- res para el Caballero. Si no era con los yeseros de Sajonia, Julieta estaba ocupada con los picapedreros de la Toscana, y ese cambio de papeles en el hogar le fastidiaba muchisimo. Hubiera deseado regresar a 25 casa con sus nuevos conocimientos y gobernar a su hijo y a su esposa con la verdad, con amor y con bon- dad. Pero al cabo de seis meses, esas tres cualidades se fueron a tomar viento fresco. Ahora se sentfa solo y con una baja autoestima, ya que era un Caballero en paro. Estaba irritadisimo. Las cosas no fueron mejor cuando Julieta le ofrecié convertirse en su socio en la empresa de rehabilitacion. A él no le apetecta en absoluto ser socio de ningtin negocio que regentara ella. Un dia, mientras estaba en una cacerfa, se quejé ante el Rey de sus desdichas matrimoniales. El Rey se quedé un tanto sorprendido. —Yo crefa que desde vuestro ascenso ala Monta- fia de la Verdad vuestro matrimonio iba atin mejor. —Me he dado cuenta de una cosa, Rey ~dijo cl Caballero-. Vivir con la verdad es una cosa, y vivir con una mujer es otra. El Rey se eché a refr. —Julieta es clavadita a su madre. Annabelle era una mujer bella, fuerte y con determinacién ~sus- piré con nostalgia~. Querfa algo més que un matri- monio, querfa ser mi compafiera. El caballero suspiré: —Debe de ser una debilidad congénita en las mujeres. —Recuerdo el dia en que me tenfa que marchar para participaren una cruzada-dijoel Rey-.Labus- qué por el castillo para despedirme de ella, pero no 26 la encontré por ninguna parte. Me fui al patio para montar en mi caballoy alli, montada en el suyo, ami lado y vistiendo una armadura, estaba Annabelle. El caballero se quedé aténito. Una mujer con armadura! El rey asintié: —Le dije: «Annabelle, debéis estar bromeando, podrian mataros». Ella me contest6: «Prefiero mo- rir avuestro lado que fallecer poco a poco mientras 1s espero en casa». EI Rey desvié la vista del Caballero, sus ojos es- taban hiimedos: —La guerra santa duré més de lo previsto. Vol- via casa a decirle a Annabelle que ésa habfa sido mi tltima cruzada. —Eeo la debié hacer muy feliz dijo el Caballero. EI Rey se aclaré de nuevo la garganta: —Se lo dije postrado ante su tumba. La historia del Rey caus6 en.el Caballero un gran impacto. Al dia siguiente acepté la oferta de Julieta de participar como socio en la empresa de rehabilitacién, y en los meses que siguieron traba- jaron juntos, codo con codo. Por desgracia, esto no hizo que la situacién entre ellos mejorara. Por un lado, el Caballero no estaba por la labor de reha- bilitar castillos, y por otro, segufa precisando que Julieta le necesitara a él como antes... que le viera como el cabeza de familia, y que al menos de vez en cuando aceptara sus consejos. Julieta, al inten- 7 tar recuperar su poder, se oponta al Caballero en précticamente cualquier cosa. Julieta era compasiva con el serio cambio que ha- bia implantado en su relacién y, de vez en cuando, si habfa un banquete, ella personalmente preparaba los platos para el Caballero. Sabfa que él necesita- ba ese tipo de cuidados; sin embargo, no se sentia con ganas de volver a ser ama de casa. Le molestaba enormemente fingir un papel que ya no sentia suyo. Todo estallé una noche a la hora de la cena mien- tras le servia su plato favorito, un asado de ciervo. Pequefias cosas como el hecho de que Julieta dejase caer bruscamente la bandeja encima de la mesa y arrojara el cuchillo de trinchar la carne sobre la mesa de al lado indicaron al Caballero que el plato de carne vendria acompafiado de tina diseusidn El Caballero suspiré: ~Y bien, Julieta, ;qué ocurre? ~Os diré lo que ocurre ~dijo con brusquedad-. Se supone que sois iluminado, carifioso y sabio, y ‘yo todavia estoy virviéndoos. ~Casi le tiré el plato de ciervo encima. El Caballero detuvo el plato justo a tiempo para evitar que se le derramara en el regazo. —Pero la idea de hacer la cena y servirla fue vuestra, y 0s sentiais contenta por ello -le dijo el Caballero, desconcertado. —Ahora que estoy cansada por haber prepara- do la cena, me siento fatal -replicé ella. — {Qué hay de malo en servirme la cena? Sois mi esposa. Julieta se senté en una silla junto a él. —El hecho de que digdis precisamente eso de- muestra lo mal que va todo. Esperdis que haga co- sas para vos sélo por el hecho de ser vos el hombre y yo la mujer. {Qué hay de nuestra sociedad? Somos socios ~protesté el Caballero-. Yo cacé este ciervo, y vos lo cocinasteis. —Pero eso es porque yo nunca aprendi a cazar un ciervo y vos nunca habéis aprendido a cocinarlo. —Vamos a comer —dijo el Caballero-. Estoy cansado de sentenciar sobre el ciervo. —Cref que las cosas serian diferentes cuando volvierais de la biisqueda ~comenté Julieta-, pero seguimos pelendonos. —Sélo cuando estamos despiertos ~dijo el Ca- ballero intentando que dejara el tema. A Julieta no le sirvié de ayuda, pero sonrié. —Sois mucho mas sensato, y mas sensible ~ad- mitié-, pero seguis sin entenderme. —Soy inteligente -intervino el Caballero-, no comprensivo. Julieta lo volvié a mirar enfadada. —Si sois tan inteligente, no entiendo por qué no me entendéis. —Porque entenderos es un trabajo de jornada completa -le contesté el Cabellero. Julieta tiré la comida sobre la mesa. 29 —{Cémo queréis que sea feliz con un hombre que no me entiende? —{Cémo esperdis que sea feliz con una mujer que no entiende que no pueda entenderla? La cara de Julieta parecia la de una leona enjau- lada. Se reprimis y, finalmente, dijo: —Me gustaria hablar con Merlin de este asunto. Una voz familiar dij —Por supuesto, querida. Julieta lanzé un grito de asombro. Merlin habia aparecido sentado a la mesa, justo a su lado. El Ca- ballero no se sorprendié, pues estaba acostumbrado aque Merlin apareciera siempre que se mencionaba su nombre, especialmente a la hora de cenar. —jQué contenta estoy de que estéis aqui! —dijo Julieta, que apreciaba al viejo mago. —Yo también. Estdis sirviendo mi cena favorita -contesté Merlin y miré al Caballero: ;Me pa- sarfais el ciervo, por favor?’ Julieta, querida, sois una cocinera maravillosa. El Caballero observé a Merlfn con recelo. Le parecié que iba a hacer un chiste malo. La cara del mago no confirmaba las sospechas del Caballero. Se sirvié inocentemente una buena * En el original en inglés, se utiliza la expresién tp th back, que significa «pasar la responsabilidad a alguien; algo asf como nues- tra expresiGn castellana de «pasar la patata caliente». (N. del Z) * En realidad, tanto Merlin como el Caballero son vegetarianos, pero no queria dejar pasar la broma de pasar el ciervo, (N. dd.) racién de carne. Se llevé a la boca un trozo y lo masticé con complacencia. Julieta no dio sefiales de agradecer su compla- cencia. Eso ya no significa para mi un cumplido. Los hombres son propensos a vernos a las mujeres como cocineras, pero aprecian muy poco nuestra mente, nuestra alma y nuestro espiritu. Es la manera que tienen de evitar que una mujer sea més de lo que es. ‘Merlin le sonrié: —De aquf a unos cuantos siglos, ese comentario 0s convertirfa en una defensora de los derechos de la mujer. — {Qué es una defensora de los derechos de la mujer? —Una mujer que quiere ser tratada como una persona -le respondié Merlin. La cara de Julieta se iluminé, Eso es lo que soy yo ~dijo con juibilo-. {Soy una persona! Se volvié al Caballero y le espeté con virulencia: —jSoy una persona! {Qué contestéis a eso? Me pasariais la salsa? —{Muy bien, refos de que sea una persona! —le grité tirdndole la salsa encima del plato y también encima de él. Todo esto es ridiculo -dijo irritado el Caballero, empapado de salsa~. Cuando nos casamos, el obispo nos declaré marido y mujer, no marido y persona. 31 ‘Merlin levanté la mano para detener la discu- sién, que iba a més. —Por favor, comiendo, no. No es bueno para la digestién, -Y se sirvié una cantidad generosa de sal- sa. Suspiré-. Los dos estais teniendo unos problemas que los casados hace siglos que tienen y que tendran en los siglos venideros. El matrimonio se ha converti- do en un estado de impale sacramental. ‘Miré al Caballero y dijo: —=No importa lo iluminado que uno Ilegue a estar ~puntualiz6-. Vos, como hombre que sois, no penséis ni sentfs como una mujer. -Y a Julieta le dijo-: Y vos no vais a pensar ni a sentir como un hombre. ~Sonrié carifiosamente al Caballero-. Llegasteis muy lejos en vuestra bisqueda, y habéis, regresado més cabio y también més comprensivo. Ahora estdis realmente en el inicio. -Se dirigié a Julieta-: Y ya que vos también estdis en el inicio, tenéis que aprender mucho de lo que el Caballero aprendié. Ademés, tenéis que aprender a tener una relacién amorosa completa. Estaria bien que os lle- vara conmigo a hacer una biisqueda conjunta. Julieta parecia entusiasmada. —;Estarfais dispuesto a salir pasado mafiana? =pregunté a Merlin. —Estoy dispuesto a salir pasado este momento —contesté Merlin sonriendo. —Cristdbal volver del torneo pasado mafiana -aclaré el Caballero. —No podemos irnos sin despedirnos de él -dijo Julieta. Ademés, necesito tiempo para hacer el equipaje. Se encaminé hacia la puerta y después se dirigié a Merlin-: {Qué se pone uno para em- prender la busqueda? Merlin se eché a refr. —Nunca antes me habjan preguntado eso. —Porque hasta ahora nunca habjais llevado a una mujer a realizar una busqueda —dijo el Caba- llero. —Sencillamente deseo estar adecuadamente vestida para cada ocasién ~sentencié Julieta, muy digna. El Caballero se eché a reir: —Eso es ser una mujer, segtin vos. Julicta le puso mala cara y salié airada de la ha- bitacién. Merlin sonrié. Os sugiero que nunca le digéis eso a Julieta. Ast sélo provocaréis més enfrentamientos. Es cierto —acepté el Caballero. —A los hombres les desconcierta lo diferente que actian las mujeres con respecto a ellos, y, por ese motivo, llaman a las mujeres el sexo opuesto, pero en tanto penséis en Julieta como alguien del sexo opuesto, haréis de ella vuestra adversaria, en vez de vuestro amor ~prosiguié Merlin. —Entonces, {qué hago? ~pregunté el Caballe- ro, indefenso. Como toda respuesta, Merlin sacé 33 un laid de debajo de la tiinica y empez6 a tocar y a cantar. No intentéis entenderla ‘nunca, nunca, someterla, tan sélo quererla. Yui su manera de pensar cs hace parpadear, tan sélo: amadla. —Hay muchos més versos -aclaré Merlin mien- tras volvfa a guardarse el latid bajo la tuinica-, pero creo que ya os habéis hecho una idea. —Pues no, en absoluto —dijo el Caballero—. Si no intento entender a Julieta, je6mo puedo apren- der a amarla? —Porque se trata justo de lo contrario —respon- di Merkin con dulzura-. No podréis entender a Ju- lita de verdad hasta que no aprenddis antes a amar- la incondicionalmente. -El Caballero abrié la boca para expresar su confusién, pero Merlin le detuvo con una mano levantada y una dulce sonrisa. Prosi- gui6— si intentéis amar a Julieta comprendiéndola antes, buscaréis motives racionales para explicaros por qué piensa como piensa y por qué acttia como actta, e incluso por qué siente como siente. En otras palabras, siempre que sedis capaz de encontrar una razén que podais entender, podréis aceptar su com- portamiento. ‘A medida que el Caballero iba entendiendo lo de la comprensién, fue asintiendo con la cabeza. —Sin embargo, habré momentos en los que no encontraré una raz6n que os satisfaga, y entonces no sélo no la amareis, sino que estaréis tremen- damente molesto con ella -prosiguié Merlin. El Caballero asintié de nuevo. Habfa experimenta- do muchos de esos momentos-. Por consiguiente -dijo Merlin-, vuestro amor por Julieta depende de que sus actos, sus ideas y sus sentimientos sa- tisfagan las razones que vuestra mente os exige. Cuando amas a alguien con la razén, el amor no puede ser constante. Cuando amas a alguien con el coraz6n, el amor siempre esté ahf, como lo esté la comprensién. El Caballero se sentfa abrumado: —{Cudnto tiempo me llevara hacer es gunté. Merlin se eché a reir: — {No disponéis del resto de vuestra vida? —Si, pero pienso que intentar amar a Julieta a cada momento me la acortaré —contesté el Caba- llero. Merlin volvié a reir. —Daos cuenta de que habéis dicho «pienso». Cuando no penséis, cuando tan sélo améis, ya no volveréis a «intentar» comprender o amar; simple- mente lo haréis. Desde ese momento, ya no pensa- réis ms en vos mismo como una persona inteligen- 35 te o buena, generosa y amorosa. Sencillamente... lo seréis. Las palabras de Merlin conmovieron profun- damente al Caballero. Su voz parecfa apenas un susurro: — jCreéis que me sucederd eso? —La biisqueda os proporcionaré la respuesta -dijo Merlin mientras miraba con profundo cariiio al Caballero. 36 Empieza la busqueda N EL PATIO DEL CASTILLO, Julieta observa FE: cémo el Caballero luchaba por levan- ar dos arcones llenos con la ropa de la biisqueda y los ataba a lomos de un mal dispuesto asno, Después, el Caballero se secs la frente y res piré profundamente. Recordé que Merlin le habia ensefiado que la energfa que reunfa cuando respi- raba profundamente era amor. Y en ese momento necesitaba todo el amor que pudiera reunir para suavizar al maximo la voz. — {Qué diantre llevais en vuestro equipaje? —De todo -contesté Julieta alegremente-. Como no sabfa qué hay que ponerse para una biisqueda, la in mas prictica era llevar de todo. soluci El Caballero volvié a respirar profundamente. Sen- ‘fa que el amor por Julieta le ensanchaba el corazén. —Querida, aunque la biisqueda durara cincuenta afios, no llegariais a poneros la ropa de dos arcones. 7 —Sélo uno de ellos tiene ropa —contesté-. He engordado, pero intento perder peso, asf que ne- cesitaré ropa para gordas y ropa para delgadas. El otro arcén esta lleno de zapatos. El Caballero la miraba fijamente. —Una persona no puede tener nunca demasia- dos zapatos. Se gastan, y desde que he engordado parecen gastarse més. El Caballero no sabfa si podria respirar suficien- te amor para enfrentarse a esa situacién. Proba- blemente hubiese perdido los papeles si Merlin no hubiese surgido del establo tirando de tres hermo- sos caballos. —Lo mejor es salir antes de que nos quedemos sin luz del dfa ~dijo Merlin. —No podemos irnus hasta que Cristébal vuelva a casa ~aclaré Julieta—. Debia haber llegado ayer —dijo con preocupacién. ‘Merlin sonrié y sefialé un cerro que quedaba a la derecha. —Mirad hacia alli -le ordené-, aparecera en cualquier momento. Fiel a las palabras del mago, Cristébal aparecié repentinamente sobre la loma. Tiré de las riendas y el caballo se irguié sobre sus patas. Constitufa una bella estampa con su armadura y su plumacho rojo en la visera del casco. Montaba el caballo como si fuera una parte de él mismo. Saludé a sus padres y se lanzé monte abajo de modo temerario. 38 El Caballero sintié la misma oleada de calor que sentfasiempre que mirabaasuhijo. «Cémose parece am{-pens6- y, por fortuna, qué distinto es de mi.» Los afios en los que habia estado sin su hijo le habsan conducido a un lugar donde ya no le necesi- taba, y, tal como le habfa ensefiado Merlin, cuando ya no precisamos a una persona es sélo entonces cuando podemos amarla de verdad. El Caballero agradecia a Julieta que hubiera educado al chico en los principios de la sensibilidad, el amor y la afectividad de su parte femenina sin que eso diez mara en modo alguno su masculinidad. Observé cémo Cristébal descabalgaba dgilmen- te, Es decir, con toda la agilidad con la que se pue- de desmontar un caballo llevando una armadura de 45 kilos. Cristébal tiré cl casco, besé y estreché en tre sus brazos a su madre, y abraz6 a su padre. —Estaba deseando que regresaras hoy del tor- neo, Cristébal dijo el Caballero. En otra época, el Caballero le hubiera formulado una pregunta trascendente: «;Venciste?», pero aho- ra, era capaz de hacer la tinica y auténtica pregunta: — Te divertiste, hijo? Como sabfa lo que le gustaban las rimas, Crist6- bal le contesté: Peleé y jugué noche y dia. No hice nada mal, todo fue bonhomta. Padre e hijo se echaron a reir. El Caballero miré agradecido a Merlin, y le dijo: 39 —Le ensefiasteis muy bien en mi ausencia, Merlin. —Fue una dicha constante ~contesté Merlin Desde Arturo no habia tenido a un estudiante tan gil ‘Miré al muchacho con gran carifioy respeto. Los ojos de Cristébal reflejaban los mismos sentimientos. De repente, Cristobal vio el asno y los tres caba- Ilos ensillados. Julieta se dio cuenta. Merlin quiere que tu padre y yo misma reali- cemos una biisqueda le explics. Cristébal la miré asombrado, y dirigiéndose a Merlin, dijo: — ,Cudntos afios tendré yo cuando vuelvan? Merlin se rid: —Los dos parecen estar bastante dispuestos, y el tiempo se mide por la disposicién. Estoy convencida de que no estaremos mucho tiempo fuera, querido. Mientras, quizs te gustaria que- darte con tu abuelo —Julieta se apresuré a contestar. Los ojos azules de Cristébal brillaron: — {Por qué no? No hay mucha gente que tenga un abuelo rey. El Caballero se eché a refr: —Bromea con él, Cristébal. Cuando rie se olvi- da de ser quien cree ser. ‘Todos se rieron. ‘Merlin miré hacia la salida del sol: —No podemos retrasarnos mas. Se despidieron todos y Julieta, aguantindose las lagrimas, abraz6 a Cristébal. 40 —Pértate bien -susurré. —Me siento bien porque sé que estdis haciendo algo que es bueno para vosotros -susurré también Cristébal. Julieta subié al caballo con la ayuda del Caba- llero. Todos saludaron con la mano a Cristébal, éste miré cémo desaparecfa el trio por la colina ys de repente, se sintié muy solo, Hubo una épo- ‘ca en la que Cristébal se habria sentido hundido, habria saltado a su caballo y galopado en busca de su abuelo; sin embargo, Merlin le haba ensefiado ano huir de los sentimientos, sino a vivir con ellos. Cristébal, a regafiadientes, se quedé con su sole- dad, y, para su propia sorpresa, empez6 a llorar. ‘Mientras se limpiaba las lagrimas, cayé en que lo que le hacfa llorar no era tan sélo la soledad y la tris- teza, sino también la rabia y el resentimiento que sen- tfa hacia sus padres por dejarle solo. No habia podido verles demasiado, y ahora estarfan fuera durante me- ses, quizés aiios. La rabia y el resentimiento aumen- taron. Se desahogé fisicamente tomando un hacha y cortando un montén de lefia. Finalmente, rabia y sudor brotaron de su interior. Se sent6 sobre un tron- co para descansar y se sintié algo mejor... Ademés, supo que existia otra manera de ver el abandono de sus padres. De repente, sintié una sensacién de liber- tad... no se responsabilizaria de las acciones de ellos, serfa responsable de s{ mismo. Se levanté y sintié que una nueva actitud le invadia por completo. Habia 41 dado otro paso para llegar a ser él mismo, y sonrié al sentir la fuerza de haber dado otro paso més hacia la madurez. Sacudié la cabeza y suspiré pensando en lo que habia pasado en las tiltimas horas. ‘Merlin, Merlin, por qué es tan dificil crecer? —murmuré. La voz de Merlin le susurré la respuesta: Las flores crecen con gotas de lwvia Los bumanos erecen con lagrimas de penuria No creas que todo es en vano, sé caminas con amor, hermano. Julieta, el Caballero y Merlin legaron enseguida al bosque de este tiltimo. Salieron a recibirles todos los animales de los que el Caballero haba hablado a Julieta. El Caballero estaba rebosante de alegrfa. ‘Abraz6 a Ardilla, al zorro, al ciervo, a Rebeca, a la paloma y al gran oso negro. —Nunca cref que os verfa a todos de nuevo ~dijo el Caballero. —Nosotros sf sabfamos que volverfamos a verte ~contesté Ardilla. —Tienes mucho que aprender ~asintié el zorro con la cabeza. Merlin presenté a Julieta. Los animales y Julie- ta se enamoraron de inmediato. El Caballero estaba sorprendido de lo facil que habia sido para Julieta aceptar el hecho de que los, animales hablaran entre sf. Merlin vio su sorpresa. 42 —Las mujeres -explicé al Caballero tienen el don de saber recibir. Por ello reciben nuevos pen- samientos, nuevos sentimientos y nuevas ideas con mis rapidez que los hombres. —7Y cio la hace mejor que y‘ parecfa nervioso. —Sélo diferente. Merlin se rié y después afia- dié—: es mejor no comparar a una persona con otra, -E| Caballero un sexo con otro, si no uno siempre nos parecerfa mejor que el otro. Julieta oyé esto viltimo y mir6 al mago con cari- i6n: fio y admiré — ,Cémo llegasteis a ser tan sabio? —Admitiendo que no sé nada ~contest6 Merlin. —No lo entiendo -dijo el Caballero. —Cuando creemos que lo sabemos todo, no nos queda lugar para aprender nada més. Pero si sabe- mos que no sabemos nada, tenemos espacio para aprenderlo todo -le explicé Merlin. —Me gustaria vivir eternamente con vos y con los animales del bosque -suspiré Julieta, invadida por la belleza de ese pensamiento. —A mf también me gustaria que pudierais ha- cerlo ~dijo el ciervo, acariciando la mejilla de Ju- lieta con el hocico. —Eres un ciervo encantador —comenté Julieta mientras abrazaba al carifioso animal. Todos se echaron a refr. Julieta Ilevé aparte al Caballero: 43 —No te atrevas a volver a llevar a casa un cier~ vo para que lo guise. Podriamos comernos a uno de sus parientes. —Volveré a ser vegetariano ~prometié el Caballero. —Bueno, tendrfamos que dormir un poco -senten- cié Merlin, pues mafiana empezaremos muy pronto. — Nos acompafiardn los animales, como hicieron en la bisqueda del Caballero? ~pregunté Julieta. Merlin la interrumpié: —Esta vez sélo hay sitio para dos animales pe- quefios. —Pues entonces yo me quedo fuera —dijo el oso. —Iré yo “intervino Ardilla. ~Yo también —repuso Rebeca. —Vosotros podéis venir después -aclaré Merlin alos demas. ‘Asf pues, a la mafiana siguiente, a la salida del sol, Julieta se puso sus mejores galas de brisqueda y se reunié con Merlin para recibir instrucciones. Ante la sorpresa de todos, Merlin movié la mano y formé una exquisita burbuja violeta alrededor de ellos. La burbuja se elevé en el cielo y les llevé flo- tando hacia el horizonte. Aterrizaron en la playa de un vasto océano. La burbuja estallé y todos miraron a su alrededor. pregunté el Caballero. —Este es el océano que ti y Julieta tenéis que — {Dénde estamos? atravesar ~aclaré Merlin-. Se llama mar del Ma- trimonio. 4 Junto al hermoso mar Uf HAY MUCHISIMA AGUA —observé Ardi- A“ —Ni siquiera creo que pueda cruzarlo volando -dijo Rebeca. —{Cémo vamos a cruzar este mar? -pregunté Julieta, —Aiin no he aprendido a andar sobre el agua —comenté secamente el Caballero. Julieta aplaudié emocionada. —{Nos vais a ensefiar a andar sobre el agua? =pregunté al mago. —Conozco una manera més fécil —se rié Merlin. Movié la mano izquierda y aparecié una hermo- sa barca pequefia. Tenia forma de corazén. — {Qué barca més bonital —Si, esté tallada en el amor de coraz6n —sonrié Merlin. 45 —Sélo espero que flote... no nado muy bueno ~comenté Ardilla, que era muy préctica, tras exa- minar la barca. —Muy bien -le corrigié Merlin. —No estoy de humor para recibir lecciones gra- maticales —dijo Ardilla-, No estoy tan segura de querer ir. —La barca se mantendré a flote siempre que Julieta y el Caballero no se peleen -aclaré Merlin. —Ahora ya sé que no quiero ir —dijo Ardilla. Yo tampoco quiero -se unié Rebeca-. Si em- piezan a pelearse a 10 millas de la costa, nunca conseguiré regresar hasta la orilla. =No se trata de no discutir o de no estar en desacuerdo uno con otro, lo que haré que esta bar- ca se hunda serd seguir enfadado o no querer ver el punto de vista del otro -comenté Merlin. ie parece que yo tampoco sé si quiero ir ~dijo el Caballero. Julieta miré la embarcacién y luego el vasto ‘océano, y pregunté un tanto temerosa: — ,Cémo ha llegado a ser tan grande el mar del Matrimonio? =A lo largo de los siglos, millones y millones de hombres y mujeres que se han amado y han su- frido desavenencias, traiciones y abandonos han Ienado el mar del Matrimonio con légrimas de autocompasién —contesté Merlin. Julieta contempls el mar con tristeza: —Ahf deben estar algunas de mis légrimas. ~Y también de las mias ~dijo el Caballero. —Si sois capaces de atravesar este océano de autocompasién, pesar y dolor, al otro lado del mis- mo encontraréis alegria eterna, felicidad y éxtasis, ~explicé Merlin. Julieta respiré profundamente, se irguié sobre su metro cincuenta y ocho y dijo con una vocecita apenas perceptible: —Estoy dispuesta a intentarlo. El Caballero miré al mar durante un buen rato, xy luego a los ojos de Julieta y finalmente anuncié: —~Yo también. Y asf fue como el Caballero, Julieta, Ardilla y la paloma subieron a la barquita con forma de cora- z6n. Con un gesto, Merlin puso la barea en el mar. El Caballero se dirigié a proa y tomé el timén. Julieta le siguic — {Por qué vais a dirigir vos la embarcacién? —Desearfa llegar a salvo al otro lado ~contest6 el Caballero. — {Conocéis el rumbo? —le pregunté Julieta. El Caballero negé con la cabeza. —Repito, zpor qué vais a dirigir vos esta em- barcacién? -volvié a preguntar Julieta. El Caballero se encogié de hombros y dijo sim- plemente: —Porque soy el hombre. Mi deber es levaros y protegeros. —Pues hasta ahora —dijo Julieta con un tono mordaz~ nos habéis llevado eficazmente a quince dad. Hasta ese momento, la mar habia estado en cal- afios de infeli ma, pero tras esas palabras empez6 a picarse. Una vez regres6 de la biisqueda, comprensivo y sabio, muy pocas cosas habia que pudieran irritar al Ca- ballero, pero Julieta le sacaba de quicio a cada ins- tante. No sabéis mucho ms que yo acerca de cémo navegar a través de este océano —concluyé. —Lo que yo no sé no me hard dafio. Le que vos no sabéis, puede hacérmelo —dijo el Caballero con brusquedad. La mar estaba més agitada y amenazadora. Re- beca se posé cn un lado de la barca, dispuesta a emprender el vuelo a tierra. Ardilla iba dando ban- dazos de un lado a otro y su aspecto era como si fuera a perder todas las avellanas que tenfa para el desayuno. Rebeca sefialé a popa con una de sus alas y grité: —{Caramba, mirad! Todos se volvieron y se encontraron frente a una ola de seis metros que, sin ninguna duda, les harfa volcar. ~jCielo santo! {Por qué no tomais el timén en- tre los dos? ~grité Ardilla. —Por mi, de acuerdo ~dijo Julieta, tras dudarlo un momento. 48 El Caballero habria dudado un poco més, pero un vistazo a la ola le convencié para hacerlo. —Por mf, también esté bien —dijo, y ambos aga- rraron el timén. La ola desaparecié de pronto y el mar quedé de nuevo en calma. La ardilla y Rebeca dejaron escapar un suspiro de alivio. Julieta sonrié, Con la mano sobre el timén, sintié por vez primera la alegria de navegar en la direccién donde iba a vivir con el Caballero. Empez6 a cantar: Esto ea lo que yo entiendo por un socio. El Caballero miré a Julieta con una nueva con- sideracién. Ella habfa deseado seguir su propio camino, pero no habfa querido acabar con ambos por conseguirlo. Empezaba a admirar su fuerza de voluntad cuando, de repente, vio que daba un gol- pe de timén a la izquierda. El Caballero enderez6 inmediatamente el timén. — jPor qué habéis hecho eso? ~pregunté Julieta. —Pues porque nos estabais desviando de rum- bo, claro esta le contesté el Caballero. ~{Cémo lo sabéis? —quiso saber Julieta. —Porque estoy siguiendo la estrella polar —le replicé el Caballero. — ,Cémo podéis decir dénde esté la estrella po- lar, sies de dia? —Porque me acuerdo ~dijo el Caballero. 49 H i i i H —Ademés, 4cémo sabéis que tenemos que ir rumbo norte? —le pregunté. — z¥ avos qué os hace pensar que tenemos que ir rumbo sur? -repuso el Caballero con voz tensa. —Lo intuyo ~contesté con acritud. A Ardilla no le gustaba en absoluto el rumbo que estaba tomando la conversacién, y estaba en lo cierto. El mar, una vez més, se empez6 a picar. —Yo también tengo una intuicién. Y mi intui- cién me dice que vayamos hacia el norte para cru- zar el mar —dijo el Caballero. Julieta puso més énfasis en su respuest —No creo que tengéis ninguna intuicién, creo que estdis fingiendo. —Durante ajios os habéis estado quejando de que pienso y no siento, y ahora, que siento ¢ intu- ‘yo, me decfs, cuando mis sentimientos difieren de los vuestros, que estoy fingiendo -replicé el Caba- llero cada vez mas enojado. El mar reflejaba el enojo del Caballero y hervia de espuma. — {Por qué no vamos la mitad del camino hacia el norte y la otra mitad, hacia el sur? -repuso Re- beca, nerviosa, en un intento por poner paz. —El rumbo no es el problema —dijo Julieta mi- rando fijamente al Caballero. —Vos queréis controlar el rumbo de la misma manera que me habéis controlado a mf durante es- tos afios de matrimonio. 50 ~Si yo dejara el control -comenté el Caballe- ro-, vos perderiais vuestro pasatiempo favorito. = {Cuél? —le pregunté ella. —Echarme la culpa cuando las cosas van mal. Mientras, una ola de nueve metros se dirigia derecha a la embarcacién. Ardilla grité sefalando la ola: —{Calmaos, por favor! Pero Julieta y el Caballero estaban tan enfras- cados en la disputa que habfan soltado el timén y la barquita con forma de corazén daba vueltas y vuel- tas sobre s{ misma peligrosamente. iY cuando no me echdis la culpa, intentéis cambiarme! —Lo tinico que quiero es que sedis mejor para que nuestra vida sea mejor -grité Julieta. — 4Cémo sabéis lo que es mejor? —chillé el Ca- ballero-. Estdis demasiado resentida para saber lo que es mejor! Estas palabras fueron las uiltimas que se oyeron. EI Caballero iba a afiadir algo, pero sus palabras quedaron debajo del agua. La ola los envolvié por completo e hizo volcar la barca en medio del mar. 61 Salvados por la burbuja OOS SE HABRIAN AHOGADO de no haber | aparecido Merlin con su burbuja de color azul lavanda para sacarles de allt. Mientras flotaba en direccién al bosque de Merlin, Julieta lloraba y el Caballero estaba muy abatido. —Hemos fracasado -gimié Julieta. Merlin les sonrié con gran ternura. —No ~contesté-. Esto no es un fracaso, sélo es una experiencia. Si no hubiera sido por vos, Merlin, esta ex- periencia hubiera acabado en el fondo del océano dijo el Caballero. Merlin los consol6. Les dijo que hasta el mo- mento, que él supiera, nunca ninguna pareja habia cruzado el mar del Matrimonio en un viaje relm- Pago. —Elesfuerzo que cada uno tiene que hacer es permanente, constante; es un aprendizaje conti- nuo de cémo respetar los pensamientos y senti- mientos del otro, en vez de insistir cada uno en te~ ner la razén. Cuando se intenta una ver, se puede salir a navegar de nuevo y tener una experiencia mucho més dichosa. —Si navegan de nuevo, ser sin mi —dijo Ardi- lla, disgustada, mientras se escurrfa el agua de la cola. —Soy demasiado sensible para hacer este tipo de viajes -coincidié Rebeca de modo vehemente. — ;Por qué el Caballero y yo acabamos siempre peleéndonos? -pregunté Julieta. —Para mf es mucho més fécil pelear con otros caballeros dijo el Caballero-, y, desde luego, ten- go més oportunidades de ganar. Merlin sonrit —La diferencia con la pareja es que, aun ga- nando, se pierde. —Yo no creo estar intentando ganar —aclaré Julieta-. Sélo intento sobrevivir. ‘Merlin asintié con la cabez —Ambos intentdis sobrevivir, lo cual contes- ta tu pregunta, Julieta, de por qué los dos estais, siempre discutiendo. {Os disteis cuenta de que lo primero que hicisteis al saltar a la barca fue aga- rrar el timén? Julieta y el Caballero asintieron. —Desedis lo que desean todos los hombres y to- das la mujeres en una relacién: el control. Yo pienso con més claridad que Julieta ~se defendié el Caballero. Julieta lo miré irritada: —Creéis que pensdis con mas claridad, pero ha- béis hecho muchas tonterias —Ciertamente, alguna vez también me he equi- vocado -irrumpié el Caballero. —Pero no os habriais equivocado de haber es- cuchado mis opiniones —dijo Julieta en un tono desesperado. Ardilla miré con ansiedad las escarpadas y leja- nas montafias, y dirigiéndose a Merlin, di —Sisiguen discutiendo, zestallaré esta burbuja? Merlin se rié y contest Yo dirfa que sf. Y, dirigiéndose a Julieta y al Caballero, les dijo: ~Si no queréis formar parte del paisaje, lo me- jor es que dejéis de discutir. Se calmaron un tanto avergonzados. Merlin tuvo compasién de ellos: Muchas parejas se han hundido en el mar del Matrimonio, y muchos amantes que han sofiado con relaciones felices han visto cémo su burbuja estallaba. Julieta se volvié hacia el Caballero con lagrimas en los ojos y le dijo: —Carifio, yo no quiero que nos suceda eso. 55 ~Yo tampoco -aclaré el Caballero. La rodes con sus brazos y la apreté fuertemente contra él. Sus ropas mojadas provocaron que, al besarse, chorrearan agua. La burbuja aterrizé en un claro del bosque. Sa- lieron de ella y el oso, el zorroy el ciervo les dieron la bienvenida. —Se hundié la barca, gverdad? —dijo el zorro mirando a la empapada pareja. Mientras acariciaba la cabeza del zorro, Merlin susurré: por favor. El zorro, al ser un animal tan astuto, contesté: —No estaba juzgando, Merlin, s6lo observando. El os0 quiso intervenir en la conversacién: —Sin juicios, ~Te conozco, zorro, siempre dictas sentencias. De no haberte detenido Merlin, habrias dicho a Julieta y al Caballero lo tontos que son. El os0 se detuvo y se llevé la zarpa a la boca al darse cuenta de que acababa de emitir un juicio. Julieta se rid y dij Tienes razén, oso, casi nos ahogamos noso- tros solos. —Es importante tener en cuenta los juicios, porque en esta biisqueda no debéis veros a voso- tros mismos con parcialidad, ni prejuicios ni critica —sentencié Merlin. —Esto va a ser duro ~dijo Julieta. —Sélo hay que tener en cuenta la experiencia. Hace falta que los dos admitais vuestros errores, pues si cada uno le echa la culpa al otro, los juicios bloquean las acciones y ninguno de los dos puede cambiar. —,Queréis decir que una persona no puede cambiar si se juzga a sf misma o a los demés? gunté el Caballero. Merlin asintié: —Exactamente. Si juzga a otro, uno no se per- mite a sf mismo ver el cambio que experimenta. Julieta estornudé de improviso. —Voy a hacer un cambio ahora mismo. Voy a cambiarme la ropa que llevo puesta por otra ropa de busqueda que esté seca —dijo. Merlin hizo un gesto con la mano y bajo un abe- to aparecié un maravilloso fuego. El Caballero, Ardilla y Rebeca se sentaron también para secarse. Julieta, seca y dichosa, se senté junto a ellos. El Caballero pensé que uno de sus juicios con- tra Julieta era que siempre cargaba con demasia- da ropa en los viajes. Inmediatamente, el juicio desaparecid, sobre todo porque deseaba que hu- biera llevado algo de ropa seca para él. Enseguida se dio cuenta de que juzgar a alguien evita que uno haga lo que tiene que hacer. —Estdis en lo cierto -observé Merlin. El Caballero miré hacia arriba perplejo. Le desesperaba que Merlin le leyera el pensamiento. Julieta miré a Merlin intimidada: 87 ~Sabjais lo que el Caballero estaba pensando. —Siempre sabe lo que piensa todo el mun- do ~aclaré el Caballero, entre la admiracién y la desesperacién. — jSabéis lo que pensaba mientras me cambiaba de ropa? ~pregunté Julieta, que parecia incémoda. Merlin sonrié con picardfa: —Estoy engordando. Julieta se ruborizé. Todos se echaron a refr. Ju- lieta volvié a sonrojarse. ~Si sabéis lo que pienso, no tengo privacidad. —Nadie tiene pensamientos realmente privados ycreemos que al no haberlos expresado en voz alta nadie los conoce ~contest6 Merlin. —No sé muy bien qué queréis decir. ‘Merlin arrancé una hoja de un drbol. Abrié la bella manita de Julieta e introdujo la hoja en ella: —Digamos que esta hoja es vuestro pensamiento. Julieta estaba encantada con la idea de que la hoja fuera su pensamiento. Pregunté: ~7Y ahora, qué? —{Soplad! Julieta asf lo hizo y la hoja abandoné la mano, una brisa la recogié y luego desaparecié de la vista. —Vuestro pensamiento —dijo Merlin-, al igual que la hoja, esta ahora en el universo. Los pensa- mientos crean accién. Para que suceda algo, antes hay que pensarlo. Los millones de personas que tienen pensamientos positivos llenan el mundo de 58. belleza. Los pensamientos negativos crean accio- nes negativas. — Aunque no se digan? -pregunté Julieta. Merlin asintié: —La propia energfa de los pensamientos negati- vos crea tensién y desasosiego. La gente que siente rabia y violencia crea las cruzadas y las guerras. A nivel personal, los pensamientos negativos entre parejas casadas conducen a la accién del divorcio. Por un momento, todos permanecieron calla- dos, impactados por las palabras de Merlin. El ciervo rompié el silencio: —Estoy contento de haber nacido animal. Lo tinico que deseo es dormir, comer y sobre todo es- capar de cualquiera que quiera comerme. El Caballero se dio por aludido y dijo: —Juro que a partir de este mismo momento ningun ciervo iré a parar a mi boca. Nia la mfa -completé Julieta. —Eso esté muy bien dijo el zorro-, pero, ;no es de zorro el cuello que llevas en la chaqueta? Julieta se tocé la chaqueta, avergonzada. —Podrfa ser mi tio. —Perdié a su tfo el afio pasado, en una caceria ~apunté Ardilla. Con cierto remordimiento, Julieta se agaché y abrazé al zorro, diciendo: —Lo siento, lo siento mucho. El zorro no acepté la compasi6n: 59 —La cara que toca piel de zorro nunca toca mi piel -dijo indignado. Entonces vio que Merlin le estaba mirando. El zorro transigié, y con una vo- cecita dijo-: Me perdono a mf mismo. —Pero yo quiero que me perdones a mé~aclaré Julieta. —No es necesario, se perdona a sf mismo por haberte puesto en el dilema de tener que pedirle perdén ~aclaré Rebeca. Julieta sacudié la cabeza confusa: =No lo entiendo. —Lamayorfa de las personas no entiende el per- dén. Siempre se piden perdén unas a otras, cuando Jo que cada una de ellas necesita es perdonarse a si misma por haber creado una situacién en la que es necesario el perdén ~arguyé Merlin. ~Creo entenderlo dijo el Caballero-. Si escu- chamos a nuestro ego en vez de a nuestro corazén, siempre necesitaremos que nos perdonen para po- der sentirnos mejor. Merlin asintié: —En gran parte es asf. Me atrevo a aventurar que antes de que termine esta biisqueda ya lo ha- bréis entendido todo. —{Cuél es el siguiente paso que tenemos que dar? ~pregunté el Caballero. Merlin hizo de nuevo un gesto con la mano y la bella burbuja de color lavanda volvié a aparecer. In- dicé a Julieta y al Caballero que entraran en ella. 60 Julieta se detuvo y dijo a los animales: — {Va venir alguno con nosotros? —La tinica condicién para que yo venga es que esta parte de la buisqueda sea en terreno seco ~con- testé Ardilla. Merlin se eché a reir: —Te aseguro que asf sera. —Yo burbuja -dijo el oso. —La burbuja puede soportar muchas veces tu peso le contesté Merlin. ~Yo no quiero quedarme atrds ~afiadié Rebeca. El zorroy el ciervo decidieron que ellos también ia si no fuera demasi lo pesado para esa irfan. Mientras flotaban en el aire, el Caballero dijo a los animales que estaba muy contento de que hu- bieran decidido acompafiarles, pues eso le daba mas seguridad para completar el viaje. —Nunca habria tenido éxito en mi primera biis- queda de no haber sido por ellos -explicé el Caba- llero a Julieta. La burbuja ascendié en la altura, y después, fi- nalmente, tomaron tierra en otra parte del bosque, que estaba cubierta de una espesa bruma. 6 El Bosque de las Ilusiones ‘ULIETA CONTEMPLO EL BOSQUE se estremecié. —Da miedo -dijo. —Hay quien lo describe como siniestro. Se llama el Bosque de las Iusiones —contest6 Merlin. pregunt6 el Caballero, —Porque la ilusién es como una bruma. Oculta = gPor qué se llama a la realidad —repuso Merlin. Al aproximarse al bosque, el Caballero y Julie- ta titubearon, No tenfa un aspecto que invitara a adentrarse en él. Julieta volvié a estremecerse. —Parte de esta bruma es tan espesa como la niebla. ;No te asusta? ~pregunté al oso. El oso negé con la cabeza. —Yo no veo ninguna bruma ni ninguna niebla. =Ni yo ~dijo el ciervo. 63 Julieta y el Caballero se dieron cuenta, con cier- ta estupefaccién, de que ninguno de los animales vefa la bruma. —Se debe a que los animales no viven con ilu- sién, No tienen falsas creencias sobre cémo son las cosas. Ven todo tal cual es ~explicé Merlin. El Caballero respir6 aliviado: —Estoy muy contento de que vengais con no- sotro: —El objeto de esta biisqueda -aclaré Merlin a Julieta y al Caballero- es traspasar la bruma de vuestras ilusiones hasta el otro extremo del bos- que, asf podréis llegar a entender vosotros mismos quiénes sois y quiénes sois para el otro. Y volvigndose a los animales dijo: —Ninguno de vosotros guiaréis a Julieta o al Caballero a través de la bruma. Ellos son los que tie~ nen que encontrar su propio camino a través de sus ilusiones o esta brisqueda no tendrfa raz6n de ser. —Pero, iy si nos perdemos? -protesté Julieta. —Estoy seguro de que lo haréis ~dijo Merlin-. Cuando suceda, llamadme con toda libertad y, al instante, apareceré. Julieta miré asombrada la espesa bruma. Y con no demasiado entusiasmo comenté: —Supongo que lo mejor es que empecemos nuestra btisqueda. El Caballero le pasé un reconfortante brazo por encima del hombro: 64 —No te preocupes, querida -exclamé-, yo te protegeré. —No ~aclaré Merlin-. Ya la habéis protegido demasiado impidiendo que descubriera quién es ella realmente. En esta parte de la biisqueda cada uno debe ir solo. No te preocupes -dijo el oso a Julieta, yo te protegeré. ~Yo también iré contigo ~afiadié el ciervo. Rebeca se posé en el hombro de Julieta. ~Y yo -dijo Rebeca, beséndola en la mejilla. Julieta se sintié muy reconfortada con el amor de los animales. El zorro se dirigié al Caballero: ~Segtin parece, Ardilla y yo nos quedamos con- tigo. ‘Merlin hizo un gesto y la bruma se levanté lige- ramente al final del bosque. Julieta y el Caballero pudieron ver dos sefiales: en una de ellas, una fle- cha que sefialaba un sendero brumoso a la izquier- da, decta «mujeres». A la derecha, otra sefial con una flecha roja ponia . — {Qué querré decir esto? -se pregunté Julieta estupefacta. — {Qué significa agresividad? —quiso saber el ciervo, que nunca habfa ido a la escuela. Se refiere a la manera de comportarse de la gente prepotente —contesté Julieta. —Agresivo yo no soy. —Es una caracteristica masculina que no admi- -observé el ciervo. ro en absoluto —sentencié Julicta. —Pero también es una de las caracteristicas de tu parte masculina -le recordé Rebeca. Julieta estaba un tanto enfadada. No le gustaba considerarse agresiva, ya que eso significaba apro- piarte de cosas, tanto si te pertenecen como si no; tenfa que ver con la accién violenta o la domina- cién... En fin, todas las cualidades que no le gusta- ban en los hombres. No ~dijo en voz alta-. No tengo intencién de ser agresiva. =Y, sino eres agresivo, jc6mo consigues lo que quieres? ~pregunt6 el oso, rascéndose la cabe- za pensativo. 74 —Tengo al Caballero para que me dé las cosas que quiero —le contesté Julieta. ~2¥ qué pasa si él no quiere darte las cosas que ti quieres? ~intervino el ciervo. —Iré tras él hasta que lo haga -respondié Julieta. — {Eso es avasallar! -exclamé Rebeca. —No importa, un marido espera que le avasa- len -replicé Julieta. ~Y jqué ocurrirfa si él no quisiera darte lo que 6 quieres, aunque le avasalles? ~dijo el ciervo. —Entonces, le engafiarfa —contest6 Julieta in- mediatamente. Entonces Julieta se callé, pues no le gustaba el derrotero que estaban tomando las cosas. —Merlin llama a eso manipulacién dijo Rebeca. Julieta se puso a la defensiva: —Fsa es la tinica forma en que las mujeres pue- den conseguir lo que desean lo por medio de los hombres. —Entonces, debes sentirte un tanto indefensa ~arguyé Rebeca. y tienen que hacer- —Pues... esto... Si, me siento indefensa ~admi- ti6 Julieta. —Pero si tu parte masculina es agresiva, puede que finjas indefensién porque asf te resulta més fa- cil -sentencié el oso. Julieta se iba enfadando cada vez més. No que- ria admitir que daba la falsa apariencia de indefen- sién para no tener que echar mano a su agresividad natural. Pero, si no lo admitia delante del oso, el ciervo y Rebeca, ;qué pensarfan de ella’? Merlin aparecié de improviso y dijo: —Es duro admitir que uno ha creado una falsa apariencia de debilidad para no tener que sacar su propia agresividad. —Aparecéis s6lo para decir eso, no? dijo Ju- lieta mirando fijamente a Merlin. Merlin sonrié: —jRecordais lo que os dije antes de empezar esta biisqueda? Os dije que no os juzgarais a voso- tros mismos. Entonces Julieta recordé que habfa sido agresi- va al empezar su empresa de rehabilitar castillos, y que no habia tenido que pedir ayuda al Caballero. —Exacto! —aplaudié Merlin-. Ya no tenéis que depender de los hombres de ahora en adelante. Nunca me han gustado los hombres agresi- vos, y supongo que no me gustaria a mf misma si llegara a ser ast -dijo Julieta. —A vos no os gustaba cémo utilizan los hom- bres su agresividad... luchando, dominando y po- seyendo. Vos no tenéis que usarla de esa manera ~aclaré Merlin. Julieta asintis. —El empuje ~prosiguié Merlin— puede utilizar- secon suavidad, amor y compasién. Evitar esas ca- racteristicas en vos misma significa evitar respon- sabilizaros de ser quien sois. 76 De repente, Julieta parecié muy resuelta. —De ahora en adelante dejaré de dar la impre- sién de ser una persona indefensa y aceptaré mi responsabilidad como persona firmemente carifio- say comprensiva -dijo Julieta. No habia acabado de pronunciar esas palabras cuando una gran porcién de niebla desaparecié. Julieta sintié que la invadfa una gran fuerza, serfa sola. capaz de crear més y con mayor claridad por Se dirigié a Merlin para darle las gracias por su ma- gia, pero Merlin se habia desvanecido mégicamente. La ardillay el zorro habjan comenzado a cantar con el Caballero. Cantaban también a pleno pulmén, més que nada para no ofr cémo cantaba el Caballero. Poco después se encontraron con la siguiente capa de bruma de ilusién. Parecia atin mds espesa que la que acababan de dejar atrés. El Caballero buscé la sefial de costumbre, y, efectivamente, allf estaba, a un lado del sendero. El Caballero leyé: Julieta es una rosa entre las rosas, cpor qué la ves como una contrincante? Porque eso es lo que mejor sabe hacer; opo- nerse a la mayoria de las cosas que digo o deseo hacer ~dijo el Caballero al instante. | — {Siempre ha hecho eso’ con curiosidad. El Caballero asinti —Desde el principio. Ni siquiera le gust6 el modo en que la rescaté del castillo del ogro. ~pregunté el zorro —Julieta me conté que cuando escalaste hasta Ja ventana donde se hallaba para rescatarla, la em- pujaste al foso y estropeaste sus mejores galas de princesa. Que tti cafste después, y, como no sabfas nadar, ella tuvo que rescatarte ~dijo Ardilla. Al Caballero le molesté un poco que se hubieran enterado de esa parte de la historia. —Nadicesperfecto-aclaréuntantoenfurrufiado. —Pero tii decidiste casarte con ella -le dilla. —Decic que me cortarfa la cabeza si no lo hacia -respondié el Caballero. ~Entonces, jen realidad no la amas? -le pre- casarme con ella cuando el Rey dijo gunté el zorro mirdndole severamente. Al Caballero se le humedecieron los ojos. —La amo muchfsimo —contesté. —Supongo que a mf también me sacaria de qui- cio que alguien me estuviera siempre Ilevando la contraria ~dijo el zorro en tono comprensivo. —Mira la boda, por ejemplo. Acordamos que ambos queriamos una boda intima. Mi idea de una boda fntima era celebrarlo con unos pocos amigos cercanos ~confesé el Caballero. 78 = 7Y cual era su idea? -pregunté la ardilla. —Fue una boda intima con tres mil invitados dijo de manera cansina el Caballero. El zorro sacudié la cabeza, desconcertado: ~Es duro hablar de los acuerdos a partir de los desacuerdos. EI Caballero se senté en un tronco y, apoyan- do la barbilla entre las manos, comenzé a estudiar més a fondo su rivalidad con Julieta. Pensé que todo seria mucho més sencillo si las mujeres pensa- ran como los hombres. —Pero no lo hacen, jverdad? —dijo la voz de Merlin. Sobresaltado, el Caballero miré a su alrededor. Merlin estaba sentado en la orilla de un arroyo cer~ cano con los pies dentro de las alegres aguas. —Me alegra que aparezcas ~comenté el Caba- llero-. Me estaba haciendo un lio con mis pensa- mientos. Merlin le indicé que se sentara a su lado: — Por qué no te unes a mf? Mete los pies en el agua y quizds parte de su claridad te llegue a la cabeza. EI Caballero miré con dureza a Merlin. Con frecuencia le era dificil discernir si el mago le es- taba instruyendo o rifiendo, pero hizo lo que el mago le indicé. Merlin acaricié la cabeza de un pez que se habia acercado nadando hasta él y dijo: 79 ~Os voy a contar una historia. No es una histo- ria real, me la he inventado para hablaros de vues- tra percepcién de Julieta como contrincante. Merlin alimenté al pez con unas migajas que ha- bia hecho aparecer y prosiguié: —Retrocedamos a los jardines del Edén. Un dia en el que Adén estaba sentado debajo del manza- no tenia un aspecto solitario e infeliz. Dios se dio cuenta de ello. Se acercé a Adan y le pregunté, con la perspicacia que sélo Dios puede tener: «,Adén, estds solo e infeliz? ». Adan le miré y le contesté: —Asf es. —Lo que necesitas es una mujer -le dijo Dios. Adan lo miré perple} — {Qué es una mujer? —Una mujer es tu homélogo en femenino, al- guien que te amaré, te cuidaré y atenderé todas tus necesidades —le contesté Dios. — Cudnto me costaré? ~puntualizé Adan, que era una persona desconfiada. —Un brazo, una piernay el ojo derecho —le res- pondié Dios. — {Qué puedo conseguir por una costilla? -pre- gunt6 Adén tras reflexionar un momento, El Caballero se eché a reff. Merlin continu —A causa de la tacafierfa de Adan, Dios se pre- senté con un ser que ibaa confundir y desconcertar a Adan y a otros hombres en los siglos venideros. 80 ELLA no pensaba como un hombre, no funciona- ba como un hombre y basaba su vida entera en los cimientos poco firmes de algo llamado emociones. Puesto que era tan diferente de los hombres, éstos la llamaron el sexo opuesto. —Un buen nombre ~gruié el Caballero. Merlin sonrié: ~ {Qué sucederfa ahora si Adén hubiera estado dispuesto a dar un brazo, una pierna y un ojo? —Es mucha renuncia para arriesgarse a conse- guir una mujer con la que fuera més fécil vivir — dijo el Caballero. Merlin se rié: ~Yo no dije que tuviera que renunciar a tanto, dije que estuviera dispuesto a hacerlo. De inmediato, el brillo del agua del arroyo se re- flej6 en los ojos del Caballero, que habfa empezado a captarlo. — {Queréis decir que si yo estuviera dispuesto a dar més de mi mismo, Julieta no me parecerfa tan opuesta a mi? La niebla empezé a disiparse suavemente, y en- tonces el Caballero se dio cuenta de que iba por buen camino. EI Caballero metié los pies en el agua con entu- siasmo: —Si Julieta y yo estamos dispuestos a renun- ciar a la idea de quién creemos ser cada uno, no habré oposicién alguna entre ambos. 81 Merlin asintié. El Caballero rié alegremente al ver la gran canti- dad de bruma que se habfa desvanecido, al igual que hizo Merlin, pues el Caballero ya no le necesitaba. «Siempre existirén diferencias en el comporta- miento humano ~pensé el caballero-. Julieta no es diferente por ser mujer. Es tan sélo otro ser huma- no. Su manera de comportarse es la correcta para ella, del mismo modo que mi manera de funcionar es la correcta para mi.» Habfa descubierto una regla universal: Todas las posibilidades son igualmente vdlidas. Ahora, el Caballero podia ver kilémetros y kiléme- tros libres de niebla y era capaz de percibir con una claridad que nunca antes haba experimentado. Lleno de jtibilo, el Caballero comenzé a cantar. Entré con aire resuelto en el sendero de claridad cantando a pleno pulmén. Los animales le siguie- ron. Enseguida llegaron a una sefial al borde de una gruesa franja de bruma. El Caballero leyé: {Percibes lo que defraudas cuando no recibes? —Estas sefiales son cada vez més dificiles ~refun- fais el Caballero. —Estay contento de que los animales no tengamos que participar en esta buisqueda ~coments el zorro. 82 —No sé qué significan esas palabras ~admitié Acdilla. —Percibir significa ver, es decir, ver con claridad; y defraudar significa engafiar —aclaré el Caballero. ‘Mir hacia arriba: —Me pregunto a quién estoy engafiando. —Merlin dice que, a largo plazo, sélo te enga- fias a ti mismo -dijo el zorro. El Caballero no le prestaba demasiada atencién a esa interpretacién, pero desde que estaba en el Bosque de la Iusién, crefa que deberta plantedrse- Ia, Reflexioné sobre la situacién, {Se engafiaba a sf mismo diciéndose que estaba dispuesto a recibir? Es cierto que siempre habfa pensado en sf mismo como en una persona generosa. Estaba dispuesto a dar su vida en la lucha por su Rey. Al pensar en el pasado, se dio cuenta de que habia perdido mu- cho tiempo y energia rescatando a bellas princesas en apuros. Se detuvo al percibir que habfa meti- do en més problemas a las princesas tratando de rescatarlas, También habfa prestado sus servicios a causas nobles, como cruzadas, guerras santas y matanzas de dragones. Cuando era erfo le habfan dicho que era més noble dar que recibir. —¢Por qué tengo que pensar en recibir? —dijo en voz alta. Tras decir esto, una brisa suave recorrié el bos- que haciendo susurrar las hojas de los arboles, y, con ella, el murmullo de la voz de Merlin: 85 —Un hombre recibe de esa parte femenina que tiene. Se trataba de una idea totalmente nueva para el Caballero, y, a medida que reflexionaba sobre ella, empezaba a preguntarse qué diferencia existia en que la parte de él que recibfa perteneciera a su lado femenino 0 a su lado masculino. Explicé a los animales lo que Merlin le habia dicho con la esperanza de que ellos aportaran algo de luz a su receptividad. Ardilla comenté que ella pensaba mejor con el estémago lleno. ~Yo también ~concluyé el zorro. Y, de repente, el Caballero se dio cuenta de que él también estaba hambriento. Se habia involucra- do tanto en la busqueda que apenas habfa pensado en comer. Acdilla reunié unas cuantas avellanas y unos pocos frutos del bosque y el zorro contribuyé con un conejo que habia cazado. El caballero sdlo compartié las avellanas y los frutos, ya que tras el episodio ocurrido con el ciervo era un vegetariano més radical. Después de la cena, se tumbaron con satisfac- cién alrededor del fuego que el Caballero habia preparado. Ardilla se acaricié la tripa, escupié sua- vemente un trozo de cdscara y espeté de improviso al Caballero: — iCuédnto eres capaz de recibir de Julieta? 84 El Caballero lo pensé durante un rato: —Me permito a mf mismo recibir bastantes co- sas de Julieta: sus comidas, sus labores, su amor, su alegrfa y su frescura. —{Cuénto amor de ella estés dispuesto a rec bir? —pregunté Ardilla, a quien Merlin habfa pre- parado bien. —Bastante ~dijo el caballero-, aunque hay un limite. ~ {Qué quieres decir? ~pregunté el zorro mi- rndolo con curiosidad. —Bueno, si me da demasiado carifio o es dema- siado dulce, generalmente es que esté intentando conseguir algo de mf, 0 que quiere hacerme cam- biar de idea, o, lo que es peor, que quiere cambiar mi vida —contest6 el Caballero. —Entonces ~dijo Ardilla~ es que no conffas ple- namente en su amor. —Puedes interpretarlo asf —respondié el Caba- llero lentamente. —Lo interpreto asf, porque no hay otro modo de interpretarlo. El zorro, que habia rondado alrededor de Mer- lin lo suficiente como para aprender por sf mismo unas cuantas cosas dijo: —A mime parece que tti crees que si recibes de- masiado tendrés que pagar un alto precio por ello. El caballero asintié ligeramente, un tanto reacio a admitirlo, Nada més asentir, parte de la niebla 85 desaparecié, ¢ inspirado por ello, siguié con sus pensamientos: Es cierto. Si dejo que mi parte femenina ame demasiado a mi parte masculina, temo tener que entregar algo a cambio, Al decir esto, se desvanecié gran parte de la nie- bla. Todos se sentfan cada vez més excitados. —Me estoy cansando de este tipo de pensamien- tos -dijo el Caballero. No abandones ahora -le comenté Ardill Tienes buena racha. El zorro presioné al Caballero: — Qué te da miedo tener que pagar? La verdad surgié de la boca del Caballero: =No es seguro, para estar totalmente a salvo, recibir amor de una mujer. El viento soplé en todo el bosque y despejé la niebla kilémetros y kilémetros. El Caballero se dio cuenta de que toda la vida habia estado viviendo inmerso en la niebla de la ilusién. Tanto, que ni siquiera habfa estado dispuesto a darse amor a sf mismo. No permitfa que confluyeran en él sus pro- pias energias masculina y femenina. El Caballero estaba desconcertado. En su pri- mera biisqueda habfa aprendido a sentir, pero aho- ra habia aprendido a sentir de una manera més profunda. Pensé que también habia aprendido a amar, pero ahora tenfa que amar més profunda- mente. —jA qué profundidad puedo llegar? La voz de Merlin le respondié desde el viento que cesaba: ~Tu alma, por derecho propio, sélo conoce los mites del infinito. Esto tltimo ya fue demasiado para el Caballero. Se tumbé a dormir junto al fuego. Esa misma noche, Julieta también se tumbé a dor- mi .. pero no lo logré. Estaba exhausta a causa de los acontecimientos de la busqueda. Su mente y su cuerpo estaban agotados por. todas las cosas nue- vas que habfan aprendido el Caballero y ella mis- ama. Sus cabellos se le enredaban, ora en la espalda, ora en el pecho, y le cruzaban la cara como un mar dorado mientras daba vueltas inquieta intentando dormir. Abrié los ojos, y, de repente, se dio cuenta de que estaba atemorizada y sola. Tras todos los excitantes sucesos que habfan tenido lugar, no po- dia imaginar por qué se sentia de ese modo. No sabfa que el cansancio abre las puertas a la sole- dad. Aunque habia tenido numerosas peleas con el Caballero, siempre tenfa el consuelo de dormir entre sus brazos. Como no era posible, se acercé al oso para dormir junto a él, colocé la cabeza en su enorme barriga y de inmediato se sintié mejor. Una de sus zarpas descansaba sobre su hombro. 87 Al sentir el calor y la proteccién, Julieta se sumié répidamente en el vapor de sus suefos. La figura de Merlin tomé forma. La abrazé ca- riflosamente y le dij —Bienvenida a tu sofiar dormida. Julieta estaba bastante despierta en sus suefios. —jSojiar dormida? ~pregunté-. ;Qué quiere de- cir eso? ;Cuando estoy despierta suefio despierta? Merlin sonrié: —Sois una alumna muy preparada. Es un pla- cer teneros en esta biisqueda. La idea del suefio abrumaba a Julieta: —{Queréis decir que no hay diferencia entre estar despierta o dormida? —Basicamente, no, pues siempre estamos en un estado de aprendizaje. Creemos que sonar dormidos es diferente porque a menudo esos suefios nos pro- porcionan mensajes y simbolos que no son compren- sibles. Pero, considerad vuestro estado de vigilia, {no os encontrais con frecuencia envuelta en suc que no son comprensibles? —le contest Merlin. Julieta asinti —A veces, mientras estoy despierta, me siento muy confundida. Merlin sonris —La gente siempre me busca para que interpre- te sus suefios nocturnos. Si terpretasen también sus suefios de vigilia habria menos confusién en sus suefios nocturnos y serfan capaces de entenderlos. 88 Julieta fruncié el cefio: —Me siento confundida, debo despertarme. —No lo hagdis. Hay mas en este suefio... cosas que realmente os agradardn. Y -afiadié el mago con dulzura~ algo que deberfais ver. Julieta so%6 con sus primeros afios de adoles- cencia. Era una princesa que vivia con su padre, el Rey, en un castillo de renta alta. Tenfa muchisimas doncellas de compaiifa para aquello que se le anto- jara, y se pasaba todo el dfa explicando cosas acer- ca del hombre con el que se casaria a todo aquel que quisiera escucharla... el hombre perfecto. Se- ria un Caballero y Ilegarfa montado en un corcel blanco y la rescataria. ~ {Quién? —le preguntaban al unfsono sus don- cellas de compai — {De quién? -les corregia Julieta. Era muy pu- rista en todas las cuestiones referentes a la graméti- ca~, De cualquiera —proseguia~. Todas las prince- sas tienen que ser rescatadas. Ademés, es asf como quiero que sea. No le cabia la menor duda de que conseguirfa el hombre perfecto que deseaba, pues, como princesa que era, sus deseos eran érdenes. Y el Rey se ase guraba de que su hija tuviera todo lo que deseara. Era su tinica hija y la adoraba. En realidad, Julieta era victima de la sobreproteccién. Julieta vio que su poder mental era tan fuerte que se habfa creado ella misma una situacién de la que ne- 89 cesitaba ser rescatada. El suefio le recordé que habia creado un ogro que la secuestré y la encerré en una torre del castillo. Y, efectivamente, una semana més tarde, aparecié el Caballero con su caballo blanco y su brillante armadura dispuesto a rescatarla. Ella pidié ayuda a gritos. El levanté la visera del yelmo y miré a todas partes. Julieta vio que el Ca- ballero cumplta a la perfe cién sus suefios. Era gua- po y tenfa una dulce sonrisa, y cuando miré hacia arriba vio a Julieta asomada a la ventana de la torre. — jPediais ayuda? —grit6. =Si-le contests ella. — jPor qué? -grité de nuevo el Caballero. Julieta lo miré irritada. Se suponfa que deberfa transcurrir todo de otra manera. —4Cémo que por qué? {Creéis, acaso, que pido auxilio por hobby? El Caballero callé: Tengo que saber por qué. Necesito una razén antes de actuar. Julieta lo contempls desde arriba, No podia so- portar a los intelectuales, pero habia algo en él que le agradaba, de modo que se calmé y dijo: —Soy la prisionera de un ogro. Necesito que me rescaten. —Con eso tengo bastante -grité él-. Rescatar damas forma parte del oficio de Caballero. Después, el resto sucedié tal como ella se habia imaginado. El mat6 al ogro, subié a la princesa a 90 lomos de su caballo, y juntos se alejaron cabalgan- do ala cafda de la tarde. Julieta, agarréndose firmemente a la cintura del Caballero, dijo dichosa: —Sois tan valiente como imaginaba. Mi padre, el Rey, os recompensar4 permitiéndoos que os ca- séis conmigo. EI Caballero hizo detener a su caballo. No quiero casarme ~dijo. Julieta lo miré aténita. Ciertamente, eso no era lo que ella habfa imaginado que le dirfa su pareja perfecta. —1Creéis que soy guapa? —dijo, una vez se re- cuperé. Elle sonri — Qué sonrisa tan bonita tiene! —pensé ella. —Creo que sois muy guapa -admitié el Caba- llero. Alo que ella aiadié: ~Y también tengo muchfsimas ideas maravillo- sas. —Estoy dispuesto a perdonaros eso -respondié el Caballero. Julieta fue al grano: ~Sois el principe perfecto que he estado espe- rando durante afios para casarme con él y amarlo. El Caballero se quedé desconcertado frente a esa franqueza tan falta de pudor. Finalmente, tomé aliento y dijo: 91 —Pero, no soy un principe, sélo soy un caballero. —Mi padre es el Rey -respondié Julieta-. El os convertiré inmediatamente en principe cuando os ca- séis conmigo. El Caballero decidié ser igual de franco: —Mirad, princesa, yo estoy metido en asuntos de caballeria; lucho, rescato damiselas, y mato a drago- nes y ogros. Mi vida no incluye una esposa. Julieta no estaba dispuesta a dejar escapar a un habil caballero como éste, y le dijo: — {Por qué no podéis tener al mismo tiempo vuestros asuntos de caballeria y un matrimonio? —Yo, fundamentalmente, lucho, y no sé nada acerca de las mujeres -protesté el Caballero. No era consciente de que precisamente sus afios de lucha habjan sido un buen entrenamiento para el matrimonio. Los ojos de Julieta se llenaron de lagrimas: —Puedo ensefiaros a amarme. Esto diltimo traspasé la armadura del Caballero. La miré con ternura y dijo: —Por supuesto que podéis, pero, como os digo, estoy inmerso en los temas de caballeriay no tengo tiempo para permanecer en ningun lugar. Pero Julieta estaba decidida a tener al hombre de sus suefios. Con gran determinacién en su voz de princesita dij —Mi padre ha decretado que aquel que me res- catara del ogro se casarfa conmigo. 92 —i¥? —También ha decretado que quien no obede- ciera su decreto serfa decapitado. EI Caballero no se fue por las ramas: —4Cuando desedis que nos casemos? En su suefio, Julieta sonrefa arrepentida por la manera en que habfa cazado a su pareja perfecta. Su suefo la llevé de vuelta a los primeros aiios de su vida con el Caballero. Su padre les habia hecho dos regalos de boda: a él una bellisima armadura confeccionada con una combinacién de metales in- usuales, y, para ambos, un castillo en el que vivir valorado en 800.000 délares. Echando la vista atrés, en aquellos afios de su suefio, Julieta vio que ella vivié principalmente en el castillo, y el Caballero, por lo general, en su armadura. ‘Tras el primer afio de casados, en el que fueron extremadamente felices, el Caballero volvié a sus asuntos de caballeria y ella se hizo cargo de la tarea de hacer un hogar del castillo, con sus pa- redes de piedra. El Caballero irfa a sus cruzadas y ella le espera- ria, Para dejar pasar el tiempo, ella empezé a tejer un tapiz y, de vez en cuando, tomaba un trago de vino de una jarra. Los afios pasaban y ella seguia tejiendo y bebiendo. Finalmente, Julieta empezé a beber més que a tejer. Perdonaba constantemente al Caballero por su falta de interés en compartir una cercania y una in- 95 timidad con ella, pensando que un dia él seria capaz de aprender a amar. Pero, en esa época, el Caballero, que précti- camente vivia metido en su armadura, descubrié que estaba pegado a ella. Se habia separado de sf mismo y de Julieta, y finalmente se dio cuenta del dolor y del pesar que sentian por ello y emprendié una btisqueda para desprenderse de la armadura. Le hizo, y al cabo de muchos afios, regresé sin armadura, més afable y mucho més capaz de co- municar sus sentimientos a Julieta. Ella le perdo- 126 todos los afios que habfan estado separados. Intentaron empezar una nueva relacién, pero no fancioné. Algo les separaba atin de ellos mismos y también del otro. Merlin valvié de nuevo al suefio de Julieta: ~Todos esos afios anhelé un compafiero perfec- to. Pero nunca lo tuve ~suspir6. —Todo el mundo esté aprendiendo y creciendo, asf que no encontraréis a nadie perfecto. No se tra- ta de hallar a un compafiero perfecto, sino a uno al que poder perdonar constantemente —le contesté Merlin. iQueréis decirme con eso que tengo que per- donar al caballero cada vez. que hace algo incorrec- to? -le pregunté Julieta. —A veces se utiliza la palabra incorrecto de ma- nera inadecuada -dijo Merlin. Julieta observé al mago con recelo: 94 — {Me estéis culpando por culpar al Caballero? Merlfn se rié: —Siyyo tomara partido en las disputas entre ma- ridos y esposas, no hubiera vivido tanto tiempo. Julieta, que siempre habfa sentido curiosidad por saber la edad del mago, pensé que como éste era au suefio, podrfa sonsacarle los afios que tenfa. —~ {Qué edad tenéis, Merlin? El mago sonrié: —No sirve de nada que os lo diga porque simple- mente echarfa por tierra vuestra idea del tiempo que puede vivir la gente. Digamos tan sélo que cualquiera que tuviera mi edad llevarfa muerto trescientos afios. —Julieta se rié.y Merlin prosiguié-: Las personas ha- blan continuamente del perdén, pero muy pocas sa- hen cdma perdonar de verdad. Es un tanto complejo, —{No se puede decir simplemente «te perdo- no» y darlo por zanjado? -quiso saber Julieta. —No, a menos que se tenga muy claro el proceso del perdén. Primero sugiero que cuando el Caballe- ro haya dicho o hecho algo que os ofenda, irrite, exaspere, enoje o indigne, descarguéis esos senti- mientos de la manera fisica que os resulte més satis- factoria: gritando, chillando, pateando o golpeando una almohada, que supuestamente es el Caballero —respondié Merlin. — {Como si pateara o golpeara al Caballero? le interrumpié Julieta. Merlin se eché a refr: 95 —El castigo obstaculiza verdaderamente el per- dén. Cuando finalmente sentis que os habéis libe- rado de esos sentimientos mencionados, es que ya estdis preparada para perdonar. Perdonar al Caba- lero por causar esos sentimientos -y aqui Merlin hizo una pausa-, pero ahora viene lo més impor- tante: perdonarse uno mismo por aferrarse a esos sentimientos. Entonces, y sélo entonces, os libera- réis de ellos y perdonaréis a la otra persona. Julieta asintié pensativa: —Resumiendo: jtengo siempre que perdonar- me a mi misma? — {Correcto! -dijo el mago-. Hasta que uno no se ha perdonado a sf mismo, no podré completar el perdén, Siempre se veré impelido a culpar a la otra persona de haberle hecho algo: en resumen, culparé a los demés de su propia vida. —jAsi fue como vos dejasteis de culpar a los demés? Merlin le brindé su dulce sonrisa: —En mi caso fue més fécil, pues llegué a una edad en la que toda la gente que yo culpaba ya es- taba muerta; tuve que concentrarme en mf mismo. Julieta se rid primero y después, de repente, se mostré seria. Pregunté con una vocecita suave: —jAlguna vez el Caballero y yo llegaremos a ser uno? —Bisa es la razén por la cual habéis venido con- migo en esta btisqueda —respondié Merlin. 96 Su voz parecta proceder de todas partes y de ninguna: —Si vos y el Caballero podéis coin suefo, lo haréis realidad. Al pronunciar esas palabras, el Caballero apar cié cerca de Julieta con una mano extendida hacia ir en un ella. Julieta extendié su mano hacia él. Se oyé el susurro de Merlin: —Tocaos, tocaos les pidi6-. Tomaos de las ma- nos. Les separaban tan sélo unos pasos, pero era como caminar contra un viento tempestuoso. El Caballero xy Julieta extendieron sus manos més atin, pero todo fue en vano. El viento desvanecié el suefio. Julieta se desperté llorando. Estaba abrazada al oso e intentaba besarlo. Le acabé de despertar la voz del oso, que le decta: —Por favor, nos acabamos de conocer... Las mejillas de Julieta se encendieron de ver- gilenza: —Lo siento, pensé que eras otro. — Quieres decir que hay otro oso en tu vida? —No, tan sélo un hombre que no esta tan al al- cance como tti —contesté Julieta con tristeza. El Caballero se despertéy se senté despacio. Se dio cuenta de que habfa estado toda la noche sofiando, 97 pero no recordaba demasiado bien qué. Le pare- cié que Julieta salfa en sus suefios. Estaba agotado por haber intentado infructuosamente llegar hasta, ella. Se puso de pie. —Tienes un aspecto horrible le dijo alegre- mente la ardilla. —Me siento horrible contests el caballero. De repente se acordé de algo del suefio. Conté a la ardilla y al zorro que casi llegé a tocar la mano de Julieta. Pero por mucho que lo intentaban no po- dfan estar juntos. —Parece ser justo lo que est4 pasando -dijo el zorro~. Tii estds perdido en un lugar del bosque y ella en otro. El Caballero estaba descorazonado. —No me siento ni capaz de segnir con esta bits- queda -dijo el Caballero desplomandose en el sue- lo-. Es imposible. Merlin se hizo visible. —Lo estdis haciendo maravillosamente bien —dijo. El Caballero lo miré enojado: —4Cémo podéis decir eso cuando acabiis de ofr que me siento desesperado? El hecho de que os sintdis descorazonado en este momento significa que una parte de vos ha sentido el anhelo de llegar hasta aqui. Lise es vues- tro verdadero yo. Vuestro yo inferior o vuestra ilu- sin de quien creéis ser es la parte de vos que se siente descorazonada. 98. El Caballero no iba a permitir que Merlin inte- rrumpiera su desesperanza con su estipido opti- mismo: —Vos cregis saberlo todo. Merlin se eché a refr: —Alrevés. Sé que no sé nada. El Caballero miré a Merlin con recelo. Sospe- chaba que el mago le estaba tendiendo una trampa: — ,Cémo podéis decir que no sabéis nada, sien- do como sois tan sabio? Eso es lo que me hace sabio -respondié Mer- lin-, Saber nada significa no tener que demostrar que sé algo. El Caballero fruncié el entrecejo: No entiendo completamente nada. Ni yo -dijo el zorro-. Y eso que soy més inte- ligente que él. ~Si los dos fuerais inteligentes -intervino Ardi- lla, dejarfais que Merkin se explicara. —Abrid la mano dijo Merlin al Caballero. El Caballero asf lo hizo. —1Qué tenéis en la mano? —Nada -contesté el Caballero. —Cierto, Caballero dijo el mago. Luego, se agaché répidamente, tomé varias flores silvestres xy se las puso al Caballero en la palma de la mano~: {Qué tenéis ahora? —Flores ~contesté el Caballero. Merlin sonrié: 99 —Cierto, Caballero. Parecfa disfrutar repitiendo la frase: «Ahora te- néis algo, Cerrad la mano con las flores». El Caballero lo hizo y Merlin le dijo: —En el momento en que cerrdis la mano sélo podéis tener flores en ella. Cerrando la mano o la mente, no dejéis espacio a nada nuevo que llegue. Ahora abrid la mano le ordené Merlin. El Caballero lo hizo y las flores cayeron al suelo. ~Ahora no tenéis nada en la mano y, sin embar- go, estéis dispuesto a aceptar todo. Cuando dejdis marchar de vuestra mente pensamientos y senti- mientos, volvéis a un estado de vacio en el que todo es posible. El Caballero se estaba irritando, como hacfa siem- pre que sabfa que Merlin iba a decirle algo que le cambiarfa la vida. — ZY eso qué prueba? ~pregunté. De repente el Caballero parecié asustado. Los ojos de Merlin centelleaban: —Acabais de encontrar la respuesta a vuestra pregunta, gverdad? El Caballero asintié lentamente: —Si sé que no tengo algo, no tengo que poseer- lo. ¥ sino poseo nada, puedo tenerlo todo. Enseguida, otro pensamiento sacudié al caballero: —Saber que no poseo nada significa no tener nada que defender... y saber que no sé nada significa que no tengo que demostrar nada. {Estoy en lo cierto? 100 Su respuesta llegé en forma de una enorme canti- dad de niebla levantandose del bosque. El sol brillé intensa y claramente en el sendero que el Caballero tenfa frente a él. —Acabdis de disipar la ilusién del ego negativo que os dice que debéis saberlo todo. Al renunciar a 4, habéis encontrado la verdadera humildad —dijo Merlin. Cuando los dorados rayos del sol calentaron la cabeza y la mente del Caballero, pensé atin con mas claridad. Se dio cuenta de que esa parte de su ego habia deteriorado la relacién entre Julieta y él. Su idea de ser un hombre fuerte era la de suponer que lo sabfa todo y que siempre estaba en lo cierto. No de- jaba sitio a las ideas de Julieta, a sus pensamientos y @ sus opiniones, y si las escuchaba, no las tenia en cuenta porque venfan de una mujer. Advirtié también que su necesidad de poser se debfa a que precisaba demostrar lo poderoso que era. Su castillo, sus tierras, sus caballos. Eran sus pose- siones. Cierto que las compartia con Julieta, pero al mismo tiempo vio que a ella también la consideraba una posesién. Merlin, que habfa estado leyendo los pensamien- tos del Caballero, dijo: —Posegis para controlar, pero si intentdis contro- lar a un ser humano, no podréis amarlo. —Pero yo crefa que en mi primera bisqueda haba aprendido a amar ~exclamé el Caballero exasperado. 101 Merlin sonrié amablement —Aprendisteis que tenéis la eleccién de vivir con ego 0 con amor, y la mayorfa del tiempo es- cogéis vivir con amor, y amais a Julieta, excepto cuando vuestro ego se siente amenazado. — {Qué es lo que amenaza a mi ego? ~pregunts el Caballero. —Eso lo aprenderéis més adelante en el camino, a medida que vaydis despejando lo que os queda de ilusiones. — {Qué es lo que hace que estas biisquedas re- sulten tan dificiles? Merlin sonrié: —De vos depende considerarlas una dificultad ouna aventura dichosa. Y ahora que habéis apren- dido lo que es la verdadera humildad, padéis pro- seguir el sendero con la fortaleza de la auténtica arrogancia. El caballero estaba at6nito: — Me estéis diciendo que la arrogancia es aceptable? ‘Merlin se rié: —S¥, si se basa en la humildad. Entonces uno funciona con la pura arrogancia del universo... la fortaleza del viento, el poder de los rios y el poten- cial de la naturaleza. El esplendor y la alegria de la naturaleza lo podéis experimentar ahora vos; son vuestros. ~Y, dicho esto, el mago desapareci6. Un sentimiento de expansién inundé al Caballero. 102 —{Vamos por buen camino! -dijo el Caballero al zorroy a Ardilla. Los animales, contagiados de su entusiasmo, brincaron por el sendero junto a él. Los pasos del Caballero eran més ligeros, su corazén estaba ra- diante y su rostro mostraba una sonrisa que nunca antes habfa mostrado. Era la sonrisa del amor de una madre que mira a su hijito. En ese momento, el caballero se sentia mds cerca que nunca de Julieta. Julieta segufa su sendero irritada y malhumora- da. Su paso no era ligero y su coraz6n no estaba radiante; ademés, estaba lista para enfadarse por cualquier cosa. El dia habia empezado completamente mal. Pri- mero, el suefio en el que no habia podide alcanzar ni tocar al Caballero; después, la vergiienza de haber llorado delante de los animales, y, al final, al pensar que un buen bafio en un arroyo cercano la animarfa, cayé al agua, lo que se convirtié en una experiencia totalmente deprimente. Contemplé su reflejo en el agua y vio que estaba mas gorda que nunca. Bue- no, ésa era la opinién de Julieta. En realidad, estaba tan slo simpaticamente redonda. Pero habia gana- do peso y no podia imaginar por qué. Siempre ha- bia creido que los kilos de més se debian a no estar demasiado activa y a comer demasiado. Pero en la biisqueda estaba en constante movimiento y comia 105 frugalmente. Estaba consternada porque en vez de perder peso con ese tipo de vida, lo habia ganado. ‘Mientras reflexionaba sobre ese problema, Rebe- ca se posé de repente en su hombro y, mientras le mostraba con un ala un extremo del sendero, dijo: —{Mira! Julieta leyé en voz alta: «Céspita! La evitacién impide perder peso». Julieta se quedé mirando esas palabras mientras salfa del agua y se arreglaba. No estaba de humor para enfrentarse a una sefial que no entendfa. De la frustracién pasé a la rabia. Dio una patada a la se- al con un pie pequefio, pero fuerte. La sefial siguié bien afianzada al suelo, pero ella se hizo dafio en la punta del pie. Con un grito de dolor se senté en el suelo sujeténdose el malherido pie. Los animales acudieron inmediatamente en su ayuda. El ciervo le llevé unas hojas htimedas de eu- calipto, y le dijo que se envolviera el pie con ellas, que le bajarian la inflamacién. Rebeca tomé unos cuantos ardndanos y se los puso en la boca con su pico. Esto te calmaré los nervios -le dijo. El oso ofrecié a Julieta unas nueces que habia recolectado. Julieta las rechaz6 educadamente di- ciendo que tenfan demasiadas calorfas. — {Qué son calorfas? ~pregunté el ciervo. Con lagrimas en los ojos, Julieta les dijo que ‘Merlin le habfa explicado que las calorfas son las co- sas que tienen los alimentos y que hacen ganar peso. 104 —Pero la sefial dice que la evitacién es lo que te ha hecho engordar ~dijo Rebeca. El ciervo, como ya se ha dicho anteriormente, tenia un léxico un tanto limitado. — i Qué significa evitacién? ~pregunts. Julieta, que ya se sentfa un poco mejor del pie gracias a las hojas de eucalipto y a los aréndanos que introdujo en su boca, dijo: —Significa evitar 0 no mirar lo que uno tiene delante. —{Y tii estés haciendo eso? —1Y cémo voy a saberlo! Si supiera lo que esta- ba evitando, no lo evitarfa. —Julieta estaba todavia algo irritada. Rebeca deposité unos cuantos ardéndanos mds en la Luca de Julieta: —Quizés estas eludiendo lo que no sabes. —{No lo sé! ~gimié Julieta. ;Cémo voy a sa- ber qué estoy evitando saber? Rebeca, a la que Merlin habia instruido, co- menté: ~Si sigues gritando y lloriqueando, no podrés pensar en todo ello. Julieta aprobé la sabiduria del pajaro, Se secé Ios ojos con la hoja de un lirio que el oso le habia acercado. Miré al oso y le dijo: Ti pesas mucho, pero no parece importarte. ~Yo hiberno en invierno, necesito los kilos para sobrevivir -contesté el oso. 105 El ciervo, que no era ningin pensador, de re- pente pensé: —Quizas necesitas ese peso para sobrevivir —le dijo a Julieta. — {Qué quieres decir? —pregunté Julieta. —No estoy seguro -contest6—. No sé qué signi- fica sobrevi —Merlin dirfa que estas utilizando la grasa como una armadura... para protegerte a ti misma -comenté Rebeca, —¢De qué querria protegerme a mf misma? ~pregunté Julieta. —Yo me protejo a mi mismo huyendo de todo lo que me asusta ~dijo el ciervo. —Dijiste que eludir significa evitar algo a lo que tienes que enfrentarte. ;Puede ser que estés huyendo de algo que quieres evitar? le pregunts Rebeca a Julieta. Julieta sacudié la cabeza: —No, nunca he tenido que huir de nada que me atemorizara porque mi padre o el caballero siem- pre me protegian. —Puede que estés avanzando —dijo Rebeca. {No estas un poco harta de necesitar al caballero 0 a tu padre para defenderte y protegerte? Julieta la mir6 pensativa. El oso metié baza: —Jurarfa que estas enojadisima con los hombres. —Bueno, los hombres pueden ser como un gra- no en el trasero ~admitié Julieta. 106 —2Y dénde acumulas la mayor parte del peso? ~pregunté Rebeca. Julieta dio un grito ahogado mientras se tocaba la parte de la anatomfa en cuestién. —Merlin dice que cuando evitamos la rabia nos sentamos encima —insistié Rebeca. El oso se rié a carcajadas y le dijo a Julieta: —Con los afios, tu rabia fue aumentando, y al mismo tiempo tu. Julieta le fulminé con la mirada y el oso no acabs la frase. ¥ volviéndose a Rebeca y al ciervo les dijo: —Ya no me gusta esta biisqueda, quiero irme a —Pero si ahora estdis legando al meollo de la cuestién -continué el ciervo-. Vuestro enfado con los hombres. ~2¥ qué si estoy enfadada con los hombres? dijo Julieta irritada-. Qué gano hablando de ello? Es su mundo y se supone que debo ser feliz por dejarme vivir en él. ~Cerré la mandfbula con fuerza: Me vuelvo a casa. El ciervo intenté que entrara en razén: —Pero Merlin dijo que una parte tuya es mascu- lina, eso significa que estas enfadada contigo misma. —Si estés enfadada, quiz4 podamos ayudarte. Pero si te vas a casa, estards sola —intervino el oso. —Serfa una pena abandonar ahora ~aclaré el ciervo-. Siento que ya estés cerca de la verdad y de por qué no pudiste tocar al caballero en tu suefio. 107 ~Ya he tenido bastante verdad en esta bisque- da para perder més tiempo en mi vida ~contest6 Julieta~. Estaré mas segura en casa. —Para enfrentarte a la verdad no necesitas es- tar a salvo. Puedes tener amor o seguridad, pero no ambas cosas ~gorges Rebeca. —De la mente de Merlin a la boca de una palo- male espeté Julieta. Entonces, el oso hablé por boca de Merlin: —La verdad no siempre es agradable, pero siem- pre merece la pena. —Merlin, Merlin -gruaé Julieta-. Estoy cansa- da de ofr hablar del mago Merlin. —{¥ qué sientes al verlo? —dijo una voz. Julieta se volviéy vio a Merlin sentado en un arbol. — {Qué estéis haciendo alif arriba? —pregunts, —Con el humor que tenéis, es més seguro estar aqui arriba que ahf abajo ~contesté Merlin. Julieta no pudo hacer otra cosa que echarse a refr,y Merlin aterrizé suavemente en el suelo. Ju- licta se enfrenté a Merlin con determin —Tengo que deciros que siento resistencia con- tra la autoridad masculina. —Dentro de aproximadamente unos 500 afios, os llamarfan feminista —asintié Merlin. — {Qué es una feminista? Merlin sonrié: —Una mujer que tiene gran resistencia a la auto- ridad masculina. 108, ~Y eso os incluye a vos -dijo Julieta. —Los hombres creen que por haber nacido hombres lo saben todo. Seria mucho més fécil aprender de vos si fuerais una mujer. —Puedo soportarlo -contesté Merlin. Giré so- bre sf mismo como un torbellino. Cuando final- mente se detuvo, Julieta vio a una bella mujer. La mujer dijo con la voz de Merlin ~: {Sentirés menos resistencia ahora, aprendiendo de mi? Julieta la miré con desconfianza: —No sé si puedo aprender algo de una mujer tan bella. ;Por qué os habéis convertide en una mujer tan bella? Merlin sonrié con coqueterfa: —Asf es como me veo a mf mismo como mujer, simplemente maravillosa. — {Podéis envejecer un poco? -le pregunté Julieta. ‘Merlin volvié a girar como un torbellino. Al de- tenerse, era més vieja y més feticha. Julieta asintié con la cabeza y dijo: —Asf est mejor. —No 0s resistfs a mf como hombre 0 como una bella mujer, os resistis a enfrentaros a la rabia que os produce cualquiera que pueda quitaros poder —puntualizé Merlin. Julieta le miré pensativa y dijo: —Es posible. Nadie puede quitaros vuestro poder. En los si- glos venideros se hablaré mucho sobre los hombres 109 que quitan el poder a las mujeres, y las mujeres que lorecuperan. Asi, habré muchisimas mujeres enojadas que lucharén por recuperar su poder ~explicé Merlin. —Si dentro de unos cientos de aiios sigo viva, aver qué se lee de esas mujeres ~contesté Julieta. Sonriendo, Merlin le contesté: —Y cometéis el mismo error que ellas estén come- tiendo. No seréis mas poderosa quitandole el poder a otro. De hecho, nadie puede quitar el poder a otro a menos que la persona que lo posee lo consienta. Julieta se puso a la defensiva: —Los hombres han nacido con poder. Y consi- guen més cosas quitndonos el poder a nosotras. —Os he dicho que no tendréis més poder quitan- doselo a otro. El tinico modo de tener més poder es aundndose a uno mismo —repuso Merlin con firmeza. —Es dificil amarse a una misma cuando los hom- bres te rebajan constantemente o intentan que seas su criada —le contesté Julieta con la misma firmeza. —Es0 es cierto —admitié Merlin-, pero es igual- mente cierto que los hombres tienen un verdade- ro problema para aprender a amarse a s{ mismos, pues las mujeres intentan ser més altas haciéndoles sentir més bajos. Lamentablemente, lo que se lleva en las relaciones es tener el control. Y cuando hay control, no hay amor. Durante siglos, hombres y mujeres en realidad no se han amado. Se han ma- nipulado los unos a los otros. Cada sexo ha hecho sentir al otro que el amor debia ganérselo. 110 —Bien, si no estoy en el hogar con el Caballero haciendo que todo sea bello y confortable para él, me hace sentir como si nunca me hubiera merecido su amor -admitié Julieta. —2Y vos no desedis que él haga cosas por vos de manera que sienta que gana vuestro amor? le pregunté amablemente Merlin. —Me preocupa realmente descubrir mis cuali- dades menos admirables -suspiré Julieta, al mis- mo tiempo que asintié admitiendo la verdad de las, palabras de Merlin. Merlin comenzé a girar y recobré su forma ante- rior. —Recordad lo que os dije a propésito de no juz garos a vos misma en esta bisqueda —dijo Merlin, arreglandose el cabello. —Es dificil. Me saca de quicio pensar que gano un montén de kilos para esconder mi rabia ~asinti6 Julieta. Merlin sonrié: —Si esto os hace feliz, os diré que vuestra rabia no es la tinica causa de vuestro sobrepeso. Nunca hay una sola causa. — ,Queréis decir que hay otras cosas que debo descubrir sobre mf para estar delgada? ~pregunts Julieta. —Asf es -asintié Merlin-, pero como vuestra rabia hacia los hombres ya esté resuelta, vamos a ver otras cosas. i —Muy bien -comenté Julieta cansada-. He aprendido que estoy furiosa por tener que depen- der de los hombres para tener cobijo y proteccién. —Depender de alguien no esté tan mal si acep- tdis esa dependencia con amor y no con resenti- miento —le dijo Merlin amablemente. —Es dificil no estar resentida con los hombres -respondié Julieta~. Cuando era pequefia, mi pa- dre me decfa lo que podia y lo que no podfa hacer y por encima de eso era el rey. Después, me casé con un hombre que cree que es un rey por haber nacido hombre. Se sienta en su trono y me dice lo que puedo hacer y lo que no puedo hacer. —No sé -~dudé Merlin-. Ellos os controlan. ~Y eso me pone absolutamente furiosa ~dijo ‘Julieta dando una patada Lamentablemente, lo hizo con el mismo pie con el que habfa pateado la sefial. Grité de dolor y se masajeé la punta del pie enérgicamente. — ZY qué esperabais? Vos le habéis dado poder ~sentencié Merlfn con amabilidad y cansancio. —Es dificil para una mujer no hacerlo ~protests Julieta. Como os dije, el mundo es de ellos. —Eso es porque vos y millones de mujeres como vos no habéis desarrollado vuestro poder masculino. —Estais echando la culpa a las mujeres —dijo Julieta~. ¥ eso atin me pone més furiosa, —Volvié a dar una patada, pero esta vez se acordé de utilizar el pie que no estaba herido. 12 El resultado no fue doloroso, pero sf resulté sor- prendente. A los pies de Julieta se abrié un enorme foso. Miré hacia abajo y profirié un grito ahogado al ver el remolino negro del vértice. Dio un salto hacia atrés temiendo caer dentro. Al hacerlo, la masa negra del remolino revertié y tomé la forma de un enorme monstruo. Julieta se refugié detrés de Merlin. ~ {Quin es esa cosa? ~pregunté temblorosa. No es quién, es qué -replicé Merlin. Julieta no estaba de humor para tecnicismos. Levanté la mirada hasta la gran masa y dijo: — {Qué es eso? —Vuestra rabia ~contesté Merlin. Julieta le miré incrédula: Esa mole de masa es mia? Merlin asintié. —No lo creo. A veces me pongo furiosa pero... no soy un monstruo ~concluyé Julieta con firmeza. Un sonido mitad grufido, mitad carcajada salié de la boca de Ia amenazadora figura. —Esto no ha sucedido de la noche a la mafiana. Esto llevdis afios guardéndolo —dijo Merlin. De todos modos, no creo que yo tenga toda esa rabia -puntualizé Julieta irritada. —La ira ~dijo Merlin— es tan sélo una expresion de la célera. Hay desesperacién, depresién, inde- fensién, desesperanza y, desde luego, impotencia. Todas las cosas que vos habéis sentido controladas por los hombres. 13 —No puedo creer que haya guardado todo eso dentro de m{ para crear un monstruo ~confes6 Ju- lieta, un tanto sobrecogida y un tanto desesperada. Se dice que es algo «cultural». Las mujeres se reprimen muchisimo; se espera de ellas que se

You might also like