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ARTICULOS FREDRIC JAMESON GLOBALIZACION Y ESTRATEGIA POLITICA Con frecuencia, los intentos de definit la globalizacién no resulta mucho mejores que tantas otras apropiaciones ideol6gicas, argumentos que no ver- san sobre el proceso mismo, sino sobre sus efectos, buenos © malos: en ‘otras palabras, juicios totalizantes por naturaleza; por su parce, las descrip- cione: funcionales tienden a aislar elementos concretor sin ‘relacionarlos ‘entte sit, Tal vee resultara mis productive entonces combinar codas las des- cripciones y hacerse con un inventario de sus ambigledades —ana tarea que sapone hablar tanco de fantasias y ansiedades como de la cosa en sf misma. A continuacién examinaremos los siguientes cinco planor distintos de Ia globalizacién, con el propésita de demostrar su cohesién fundamen cal y de articular una politica de resistencia" el plano cecnol6gico, el poltt 0, el cultural, el econémico y el social, pricticamente en este mismo orden 1 Cabria hablar de Ia globalizacién, por ejemplo, cn términos exclusivamen- te cecnolégicos: la nueva tecnologia de las comunicaciones y le evolucién de la informacién ~innovaciones que, como es evidente, no quedan sim- pplemente constredidas al plano de Ia comunicacién en sentido estticto, sino que tienen también su impacto en la produccién y la organizacién industrial y en la comercializacién de bienes-, La mayorfa de los comenta- ristas parecen dare cuenta de que esta dimensién de la globalizacisn resulta, cuando menos, irreversible: una politica ludita no parece aqui una ‘opcién plausible, Pero el tema nos trae a la_memoria una consideracién turgence en toda discusién sobre la globalizacién: zes realmente inevitable? (Se puede decener, desviar o invertir Ia marcha de sus procesos? ;Podrian determinadas regiones, incluso continentes enteros, escapar de las fuerzas de Ia globalizacién, separarse 0 «desconectatse» de ella?? Nuestras respues- tas a estas preguntas tendrin una importante relaciéa con auestras conclu- sones escratégicas ‘Véwe, park un mucsteo de perspectivas, Masao Mvosit y Fredtic JAMBSON (eds), ‘he Calle of Glibalication, Dachans, 1998, 2 La alusién ce cefiere al provechoto tGemino de Ssmie Amin, la domnexion; vése Samie AMIN, Delining, Landes, 1985 ed, ast: Le deconessn, Madd, IEPALA, 1988). ARTICULOS u En los debates acerca de la globalizacién, en el piano politico, ha predo- minado una cuestiGn: 1a del Estado-nacién, (Esti muerto y enterrsdo 0 todavia ciene una funcién vital que desempenat? Si los informes acerca de su fenecimiento resulean ingenuos, 2qué explicacién debemos dar caton- ces de la propia globalizacién? ;Deberfa acaso entenderse dinicamente como una presién entre muchas ottas, sobre lor gobiernos aacionales?, eee Pero, a mi entender, emboscado tras estos debates, se encuentra un miedo ms profundo, una idea o fantasia narrativa més fundamental, Ya que, cuando hablamos de la expansién del poder y [a influencia de la globali- zacién, no nos estamos en verdad refiriendo a Ia expansién del poderfo econémico y militar de Estados Unidos? Y, al hablar del debilitamiento del Estado-nacidn, (no estamos en realidad describienda la subordinacién de tras Estados-nacién al poder estadounidense, ya sea a cravés del consen- timiento y la colaboracién, ya sea por medio de la utilizacién de la fuerea bruta y de la amenaza econémica? Tras las ansiedades aqui expresadas, se vVislumbsa una nueva versiéa de lo que solia denominatse imperialismo, que ahora podemos astrear a través de toda una dinastfa de formas. Una versién mis temprana fue la del orden colonialista anterior a la Primera Guerra Mundial, desarrollado por varias paises europeos, Estados Unidos y Japén, después de Ia Segunda Guerra Mundial y de la posterior oleads de descolonizacién, esta versién se vio reemplazada por un sistema de Guerra Fria, menos evidente, pero no menos insidioso en su empleo de presiones econémicas y chantajes (casesores»; golpes de Estado encubiertos, tales como los de Guatemala ¢ Inin), ditigido en esta ocasién predominance mence pot Estados Unidos, pero implicando todavia a algunas potencias de Ja Europa occidencal, Accualmente, quizé nos hallemos en una tercera fase, en ls que Estados Unidos persigue lo que Samuel Huntington ha definido como una escrace= gia de tres cabezas: armas nucleares s6lo para Estados Unidos; derechos humanos y democracia electoral al estilo estadounidense, y (de un modo ‘menos evidence) restrcciones a la inmigracién y a la libre circulacién de la fuerza de trabajo’. Cabrfa agregar aqui una cuarta politica crucial: la pro- pagacién del libre mercado a Jo largo y ancho del globo. Esta tims forma de imperialismo involucraré Gnicamente a Estados Unidos (y a satélites tan absolutamente subordinados como el Reino Unido), que adoptaré el papel de policia del mundo e impondsi su dominio mediante intervenciones selectivas (en su mayor parte, bombardeos @ gran altura) en vatias 20nas declaradas de peligro. {QUE tipo de autonomia national pierden otras naciones bajo este nuevo orden mundial? ;Nos encontramos verdaderamente ante el mismo tipo de dominacién que se daba bajo a colonizacién 0 bajo el alistamiento forzoso de Ia Guerta Fria? Existen algunas respuestas convincentes a esta pregunta, que parecen entrar en su mayoria dentro de nuesteor dos préximos apatados, relatives a lo cultural y a lo econdmico. No obstan- te, en fealidad, los temas mas habituales, los de la dignidad colectiva y el Samuel HUNTINGION, The Clash of Civltzatos, Nueva York, 1998. amor propio, no suelen conducit tanto a consideraciones de tipo social como a consideraciones politics. Asi pues, el hecho ex que, después del Estado-naciéa y el imperialismo, llegamos a un cercer y espinoso tema: el nacionalismo Pero ;no constituye el nacionalismo una cuestién més bien cultural? Desde luego, el imperialismo se ha discutido en tales términos. Y, por regla gene- ral, el nacionalismo, como programa politico interno global, no apela al propio interés financiero o a la ambicién de poder, oi siquieta al osgullo cientifica ~aunque todos estos elementos puedan suponer beneficios cola- terales-, sino, por el contratio, a algo que no es tecnolégico, ni verdadera- mente politico 0 econémico; y que, por consiguiente, nosotros, a falta de tuna palabra mejor, tendemos a calificar de «cultural. As{ pues, ~supone siempre una actitud nacionalista resistic a la globalizacién estadounidense? Estados Unidos piensa que si, y quiere que se acepte esta idea; es més, ‘quiere que los intereses estadounidenses se consideren universales. ;O se trata simplemente de una contienda eatte diversos nacionalismos, en Ia ‘que los intereses globales estadounidenses no hacen sino representar tipo estadounidense de nacionalismo? Més adelance volveremos con més devalle sobre esta cuestién MI La estandatizacién de la cultura mundial, con la expulsién y el enmudeci- miento de las formas populares o teadicionales locales pata dar cabida a 1a televisin estadounicense y a la mésica, la comida, la vestimenta y las pell- culas estadounidenses, ha sido percibida por muchos como el corazén ‘mismo de la globalizacién. Y este miedo a que los modelos estedouniden- ses estén teemplazanda a todo to demés desborda actualmente el émbito de Ia culsura para impregnar las dos categorias que nos quedan pot explo- rar: ya que, en un primer plano, este proceso constituye claramente el resultado de la dominacién econémica —del cierre de las industrias cultu- rales locales a manos de tivales estadounidenses—. En un plano mas pro- fundo, la ansiedad se convierte en una ansiedad social, de la cual To culeu- ral no es mds que un sintoma: se trata, en otras palabras, del miedo a que formas de vida especificamente etnonacionales acaben siendo en sf mis- mas destruidas Pero antes de pasar a estas consideraciones econémicas y sociales debe mos analizar un poco més de cerca algunas de las reacciones ante estos miedos culturales. Con frecuencia, étas minimizan la importancia del poder del imperialismo cultural =y, en este sentido, siguen el juego de los intereses estadounidenses, tranquilizindonos con la idea de que el triun- fo global de la cultura de masat estadounidense no es tan grave como se pinta. Frente a esta Gltima, este tipo de ceacciones querrfan hacer valer, por ejemplo, una identidad india (zo hinda?), que opondria obstinada resiseen- cia al poder de una cultura anglosajona importada, cuyos efectos seguitian siendo meramente superficiales. Podria existir incluso una cultura europea intrinseca, que nunca pudiers acabar siendo verdaderamente americaniza- dda, etc, Lo que aunca queda claco es si esta defenss, por asf decitlo «natu ral» contta el imperialismo cultural requiere acciones piblicas de resisten- cia y un programa politico-culvural somo,LAv ARTICULOS (Serd que al suscitar la duda acerca de la fuerza defensiva de eseas distineas caltaras no-estadounidenses estamos ofendiéndolas 0 injuriindolas, seri que estamos insinuando que, por ejemplo, la cultura india es demasiado débil pata oponee fesistencia a las fuerzas de Occidente? No tesultaria enconces mis conveniente minimizar la imporcancia del poder del impe- fialismo con el pretexto de que darle un énfasis excesivo supone degradar ‘aquellos a quienes amenaza? Esta argumentacién, particular reflejo de lo politicamente correcto, plantea un interesante problema acezca de la repte- sencacién, sobre el cual cabe hacer brevemente Ia siguiente observacisn, Toda politica cultural se enfrenta necesariamente a esta alternancia retéri- ca entge un desmesurado orgullo en la afismaciéa de Is fuerza del grupo cultural y una degradaciéa estratégica de la misma: y todo ello por motivos politicos. Una politica de este tipo, por consiguiente, puede destacar lo heroico y dar lugar a la encarnacién de emocionantes imagenes del herof mo de los subaltemos -mujeres fuertes, hétoes negro, resistencia fanonis- tna de los colonizados— con el objeto de alentar al pablico en cuestién; © puede insistiren los suftimientos de ese grupo, en la opresién de las muje- res, 0 de la poblacién negra, o de los colonizados. Puede que estos retra~ tos del suftimiento sean necesarios para despertar [a indignacin, para con- seguir que la situacién de los oprimidos sea més ampliamente conocida, incluso para convertit a su causa a sectores de la clase dominance, Pero el riesgo consiste en que cuanco més se insiste en este suftimiento y en la impotencia, més acaban asemejindose los afectados a victimas débiles y pasivas, ficilmente dominables, dentco de lo que puede incerpretarse entonces como imigenes ofensivas, de las cuales cabeia incluso decit que despotencian precisamente a aquellos a quienes conciemnen. Ambas estea- tegias de la representacién son necesarias en el arte politico, y no resultan reconciliables. Tal vez se cortespondan con diferentes momentor histér cos de la lucha y con necesidades de la representacién y coyuncuras loca les en evolucién, Pero resulta imposible resolver esta antinomia parcicular de lo politicamente correcto sino la pensamos en este sentido politico y exteatégico, Iv He sostenido que estas cuestiones culturales tienden a desbordarse © imptegnar cuestiones de tipo econémico y social. Atendamos, en primer lugar, a la dimensién econémica de la globalizacién, que de hecho parece estar disolvigndose constantemente en todas las demés: controlando las nuevas cecnologias, reforzando los intereses geopoliticos y, con la posmo- deenidad, hundiendo finalmente Io cultural en Jo econdmica y Io econé- ‘mico en'lo culeural. La produccién de mercancias constituye actualmente tun fenémeno cultural, en el cual el producto se compra, sin lugar a dudas, tanto por su imagen como por su uso inmediato, Ha nacido toda una indus ia para disefat las imagenes de las metcancias e ideas y ditigit Ia estrace- gia de su venta: la publicidad se ha convercido en una mediacién funda- ‘mental entre la cultura y la economia politica y sin duda ha de contarse entte la mirfada de formas de produccisn estética (por més que su exis encia pueda problematizar nuestra idea de esta clcima). La erotizacién conscicuye una parte significativa del proceso: los estrategas de la publici- dad son auténticos freudo-marxistas que comprenden Ia necesidad de inversién libidinal para aumentar el valor de sus mercancias. La serialidad también juega su papel: las imagenes que otra gente se forma del cache 0 la segadora informaria mi propia decisién de adquirir el producto en cues- dn (permitiéndonos vislumbrar el pliegue de lo cultural y lo econémico sobre el propio ambico de fo social). Eo este sentido, la economia se ha convertido en una cuestiGn cultural; y quizd podamos especular que tam- bién en los grandes mercados financieros una imagen cultural acompafia a la firma cuyas acciones compramos o de las cuales nos deshacemos. Hace mucho tiempo, Guy Debord describié esta sociedad nuestra como una sociedad de imégenes, consumidas estéricamente. De este mado, dio nombre a esa sutura que separa lo cultural de lo econémico y que, al ‘mismo tiempo, conecta ambas dimensiones. Hablamos mucho ~ despreo- cupadamente— de 1a metcificacién de la politica, o de las ideas, o inclusive de las emociones y la vida privada; lo que habsia que aadir en estos momentos es que, actualmente, la mercificacién supone ademés una cste- tizacién ~que también la mercancia se consume hoy en dia vestéticamente» ‘Tal es el movimiento de la economia politica a la cultura; pero existe a su ver tun movimiento no menos significativo de la cultura a la economia, Se trata del mismisimo mundo del espectéculo, uno de lor mayores y mis rentables productos de exportacién de Estados Unidos (junto con las atmas y las alie mentos). Ya hemos examinado los problemas que acarrea una oposicin al imperialism culeural que parca exclusivamente de los gustos y las identida- des locales “de la resistencia «natural» de un piblico indio o arabe ante, por ejemplo, determinados tipos de receta hollywoodiense-. De hecho, results ‘exttemadamente sencillo que un pablico no estadounidense descubra la afi- cidn por las modas hollywoodienses de violencia ¢ inmediatez corporal, cuyo prestigio no se ve sino realzado por cierts imagen de la modernidad, ¢ inclusive de la posmodernidad, estadounidense'. Constituye éste entonces tun argumento en favor de la universalidad de Occidente -0, por lo menos, de Estados Unidos y de su «civilizaciéns? Es ésta una opinidn ciertamence ‘generalizada, si bien de un modo inconsciente, que merece ser impuganada seria y filosGficamente, aunque parezca absurda, Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha hecho un cefuerzo colasal por asegurar el dominio de sus peliculas en los mercados fextranjeros -un tipo de conquista por lo general extendida y afianzada politicamente, a través de la inclusidn de cliusulas en distintos tratados y paqueces de ayudas, Después de la guetra, en la mayor parte de los pat Ses europeos ~Francia se destaca por su resistencia a esta forma particular de imperialismo cultural estadounidense-, las industrias cinematogrificas nacionales se vieron obligadas a adoptar posturas defensivas a causa de la obligatoriedad de tales acuerdos. Este empelio sistemstico por parte de Estados Unidos de derribar las politicas de «proteccionismo cultural» no es mis que parte de una estrategia més general y cada vez més global de las ‘grandes compaifas, actualmente englobada por la OMC y sus esfuerzos «bord este tipo de anilisis en The Cultaral Tarm, Londres, 1999: wéste ambien a lo 8 de Posmsderiom, Or, The Cultural Lote of Late Capitalism, Londzes, 1991 fed. cast: EI pomudisms 6 la Higica eataral de capialios atanzado, Paidés, 1995), somo,LAv ARTICULOS tales como el abortado proyecto AMI- por suplancar las leyes locales por festacutor internacionales que favorezcan a las grandes compafias estadou- nidenses, ya sea en materia de derechos de propiedad intelectual 0 de pacences (sobre, por ejemplo, materiales de la selva tropical 0 inventos locales), ya sea socavando deliberadamence condiciones de autosuficien- cia alimentaria nacional Aqui, la cultura se ha comnado decididamente econémica, y esta economia particular fija claramente una agenda politica, dictando las Tineas de actua- Cin a seguit. Evidentemente, todavia se libran en el mundo luchas por las materias primas y otros recursos —como es el caso del petzéleo y los dis ances: cquién se atseveria a calificat estas luchas, junto con los esfuerzos ain més antiguos, més puramente politicos, diplométicos © militares, de sustituir gobiemnos que muestran una actitud resistente por ortoe amistosos (es decir, serviles), de formas «modernistas» de imperialismo? Sin embargo, pareceria que, hoy en dia, Ia forma mis tipicamente posmoderna de impe- fialismo aun de imperialismo culeural- es la que he venido describiendo y que se desarrolla a través de los proyectos del NAFTA, el GATT, el AMI y Is OMC; mis aun en tanto que estas figuras brindan un ejemplo de libro ((de un nuevo libro de texto!) de esa desdiferenciacién, de esa confluencia encee los diversos y distincs émbitos de lo econémico, lo cultural y lo pol ico, que caracceriza la posmodernidad y proporciona una estraccura fun- damental ala globalizacién, Hay algunos otros aspectos de la dimensién econémica de la globaliaacién que deberiamos examinar brevemente. Las compafias transnacionales “simples «multinacionales» en la década de 1970- constituyeron la primera sefal y el primer sintoma del nuevo desarrollo capitalista, suscit dos politicos en como a la posibilidad de un nuevo tipo de poder dual, de Ja preponderancia de estos gigantes supranacionales sobre los. gobiernos nacionales. Es posible que la cara paranoide de tales miedos y fantasias quedaca disipada por la complicidad de los propios Estador con estas ope- faciones empeesatiales, dado el camino de ida y vuelta existence encte ambos sectores, especialmente desde el punto de vista de los altos funcio- ratios estadounidenses. (Irénicamente, los retéricos del libre mercado han denunciado siempre el modelo japonés de intervenciéa gubernamental en Ja industria nacional.) La caracteristica més preocupante de las nuevas estructuras globales de las geandes compafias reside en su capacidad de levastar los mercados laborales nacionales transfiriendo sus operaciones a emplazamientos mis baratos en el extranjero, Hasta ahora no se ha produ- cido una globalizacién equiparable del movimiento obrero para responder & este fendmeno; tal ver el movimiento del Gastarbeiter [tabajador inmi- grancel, que representa una movilidad social y cultural, podria considerar~ se como tal, pero todavia no se ha suscitado una movilidad de caricter politic. La desmesurada expansién de los mercados del capital financiero constitu ye una caracteristica espectacular del nuevo panorama econdmico —cuya posibilidad misma se encuentra, una ver mis, ligada a las simultaneidades inauguradas por las nuevas cecnolagias. Aqui ya no tenemos que vérnoslas ‘con movimientos de la fuerza de trabajo o de la capacidad industrial, sino del capital mismo, La especulaciéa deseructi- més bien con el movimien va con monedas extranjeras considerada a lo largo de los tiltimos afios indi- @ un desarrollo més preocupante, a saber, la dependencia absoluea de los Extados-nacién no pertenecientes al ndcleo del Primer Mundo con respec- to al capital exteanjeco, en forma de préstamos, ayudas ¢ inversiones (Hasea los paises del Primer Mundo se muescran vulnerables: véase el vapuleo que recibié Francia por sus Iineas de actuacién politica mas iaquierdistas durante lor primeros afior del gobierno de Mitcerand.) Y, mientras que los procesos que han mermado la autosuficiencia agricola de ‘muchos patses, provocendo su dependencia de las importaciones de peo- ductos alimentarios estadounidenses, pods(an describirse como una nueva divisin mundial del trabajo, que supondsfa, como afirmaba Adam Smith, tun incremento de Ia productividad, no puede afirmarse lo mismo de la dependencia con tespecto a las nuevos mercados financieros globales, El torrente de crisis financieras a lo largo de los iltimos cinco asos y las decla- raciones pablicas realizadas por dirigentes politicos, tales como el primer ‘ministro de Malasia, Mahathis, asf como por figuras del mundo econémico, rales como George Soros, han dado una ceuda visibilidad a esta cara des: tructiva del nuevo orden econémico mundial, en el que ttansferencias ins- tancéneas de capital pueden amenazar con reducit regiones enteras 2 [a ‘miseria, evacuando de la noche a Ia mafiana el valor acumulado durante aos de teabajo nacional. Estados Unidos se ha opuesto a la estrategia de introducir controles en las cransferencias internacionales de capital, un método a cravés del cual, pre- sumiblemence, parte de este dafo financiero y especulativo podria. conte- nerse; y ha desempefado, por supuesto, un papel dirigente dentro del pro- pio FMI, organismo considerado desde hace tiempo como la fuerza de actastte de las centativas neoliberales de imponet las condiciones del libse mercado en otros paises a través de la amenaza de retitada de los fondos de inversién, En estos dltimos afios, sin embargo, ya no resules tan eviden- te que lor intereses de los mercados financieror y los de Estados Unidos sean absolutamence idénticos: existe la preacupacién de que estos auevos mercados financieros globales puedan continua mutando hasta. convestit- se —al igual que la maquinaria sensible de la Grima ciencia-ficcién— en ‘mecanismos auténomos que provoquen desastres no deseador y se expan- ddan més alls incluso del control del gobierno més poderos. Desde el principio, la irseversibilidad ha constituido una caracteristica de festa historia. Considerada por primera vez en el plano tecnolégico (no hay retorno posible 2 un tipo de vida més simple o a la produccién anterior al microchip), nos topamos asimismo con ella, en términos de dominacién imperialista, en el Ambito politico -si bien aqui las vicisitudes de a historia ‘mundial deberfan sugerit que ningiin imperio se mantiene indefinidamen- re-, En el plano cultural, la globalizacién amenaza con provocar la extin- ‘idm definitiva de las culturas locales, resucitables Gnicamente en formas dimylandizadar, mediante la consteuccién de simulacros artiliciales ya través de puras imagenes de tradiciones y creencias fantaseadas, Pero en el ‘campo de las finanaas, el halo fatidico que patece cetnisse sobre Ia supues- ta irreversibilidad de’ la globalizacién nos confronta con nuestra propia incapacidad para imaginar algGn tipo de alternativa, o para concebir de ‘qué modo la «desconexién» con respecto a Ia economia mundial podeia, en principio, consticuir en alguns medida un proyecto politico y econémico somo,LAv ARTICULOS faccible, y esto a pesar del hecho de que formas de existencia nacional, con tun grado de «desconexién» més que considerable, florecieron hace apenss unas décadas, destacando especialmente aquellas que se articularon como Dloque socialise’ v Una dimensisn ulterior de Is globalizacién econémica, relativa a la deno- minada «cultura del consumo» —desarrollada inicialmence en Estados Uni- dos y en otros paises del Primer Mundo, pero, en estos momentos, servida sisteméticamente en todo el planets, no conduce finalmente a la exfera de lo social, Esta expresisn ha sido empleada por el socidlogo escocés Leslie Sklait para desceibie una forma de vida espectfica, generada por la produccién de mercancias del capitalismo tardio, que amenaza con consu- ‘mir formas alternativas de comportamiento cotidiano en otras culeurss -y que puede, a su vez, convertirse en blanco de tipos especificor de resis cencis-. Sin embargo, consideto de mayor utilidad examina este fenéme- tno, no desde el punto de vista de la culeuta come tal, sino més bien desde fsa zona en Ia que lo econémico se infiltra en lo social, puesto que, como pparte de la vida cotidiana, la «culeura del consumo» forma en realidad parte integrante del tejido social y apenas puede separarse de éste, Pero quizé la pregunta no serfa tanco la de si la «cultura del consumo» forma parte de lo social como Ia de hasta qué punto éta sefala el fin de todo lo que hasta ahora hemos entendido como lo social. Aqui, Ia argumentacién se conecta con denuncias mis antiguas del individualismo y Ia atomizacién de la sociedad, que corroen los grupos sociales radicionales. Gesllichaft {sociedad} verses Gemeinschaft {comunidad}: la impersonal sociedad mo- deena que socava las familias y clanes més antiguos, los pueblos y las for- mas «orginicas». La argumentacién podeia set entonces que de suyo el con- sumo individualiza y atomiza, que su légica acribilla lo que con tanta frecuencia xe ha metaforizado como el tejido de la vida cotidiana. (Y, de hecho, 1a vida cotidiana, 1a de codos los dias u ordinaria, no comienta a conceptualizacse te6tica y filosdficamente, sociolégicamente, hasta el pee- iso momenco en el que empieza a verse destruida de tal modo.) La exivica del consumo de mercancias corre aqui pareja 2 la critica tradicional del dinero mismo —en la cual el oro queda identificado como el elemento corrosivo por excelencia, roedor de los lazor sociales~. VI En su libro sobre la globalizacién, Falie Dawn, John Gray rastzea los efec- os de este proceso desde Rusia hasta el sudeste asistico, desde Japén hasta > Me he convencido de la idea, nada popular, de que el «calapio de Ia Wain Sovidcica no s¢ debié al facaso del scilisme, sino al abandono de la desconeni6n por parce del bloque socialist, Véste «Actually Existing Marxism», en C, CASARINO, Rebesce KARL, Xudong ZHANG y S. Max feds), Mansion Beyond Marx, Polygraph 617, 1998, Ba ineuicign recibe ua seypaldo concluyente can Eric Hoasnawa, The Age of Extrem, Londees, 1994 (ed. cas. Histria de spfo XX, Buscelona, Csica-Plasera, 2000) © Vease Leslie SKLAR, Swiloy ofthe Global Sytem, Baltimore, 1991 Europa, desde China hasta Estados Unidos’, Gray segunda a Karl Polanyi (The Great Transformation)® en sa valoracién de las devastadoras conse- ‘cuencias de todo sistema de libre mercado, una vez plenamente realizado De hecho, perfeceiona la argumentacién de su guia al identifica la contea- diccién fundamental del pensamiento del libse mescado: 2 saber, que [a ‘reacién de cualquier tipo de mercado verdaderamente a salvo de la inteo- misién gubernamental supone altisimos niveles de intervencién guberna- ‘mental y un aumento dé facto del poder centzal del gobierno. El libre mer cada no crece de un modo natural; debe sex creado a través de fitmes medidas intervencionistas: legislaivas y de otro tipo. Fue asf como sucedi fen el perfodo estudiado por Polanyi, a principios del siglo xix; y Gray, haciendo particular referencia al experimento thatcheriano en Gran Bre- tafia, demuestra que es exactamente asf como est sucediendo en nuestra propia época Gray aiade otta iednica vuelta de cuerca dialéctica: Ia fueraa socialmente destructiva del experiment de libre mercado de Thatcher no sélo provocé tuna violenta zeaccién entre aquellos a quienes redujo a la miseria; también cconsiguié atomizar al «frente popular» de los grupos conservadores que Dabjan apoyado su programa y constituido su base electoral. Gray exttre dos conclusiones de este revés: Ia primera es que cl verdadero conserva durismo culeural (es decir, el suyo) resulta incompatible con el interven- ionismo de las politicas de libre mercado; Is segunda, que la democracis resulta de suyo incompatible con este dltimo, puesto que la inmensa mayoria de la gente ha de oponerse necesariamente @ sus consecuencias ‘empobrecedoras y destructivas siempre que puedan identificarlas y dis- pongan de los medios electorales para hacerlo Se trata, por lo tanto, de un excelente anti rn parte de Ia ret6- rica celebratoria sobte Ia globalizacién y el libre mercado de Estados Unidos, Precisamente esta retérica ~en otras palabras, la teorfa neoliberal constituye el blanco ideolégica fundamental de Gray en este libro, ya que ceste actor a considera un verdadero agente, una influencia activa y deter- ‘minante en Ia configuracién de las desastrosas transformaciones acaecidas hoy en dia en codo el mundo, Pero, desde mi punco de vista, la mejor forma de entender este profundo sentido del poder de Ia ideologia no consiste en verlo como una especie de afirmacidn idealista de la primacia de las ideas, sino més bien como una leccién sobre la dinémica de la lucha discursiva (0, en otra jerga, del materialismo del significance” John Gray, Fale Daten, Nueva York, 1998, Habria que apuntar que ol blanco oficial de este autor no et la globalizacién como tl, la cual él considers teenoldgica ¢ inevit ble, sino mis bien lo que €l denomina la «utopia del libre mercido global». Gray es un pensador confesdamente anc-lustacién, para quien todas las utopias (cl comusisme tanto como el neoliberalism) resultan pemnicosas y destrucvas; sin embargo, no llega ‘informarnon del aspeeto que tendeia una globelizacién de tipo «benignon 5 Ed. ast: Le gran tramformacion, Madi, Ediciones de la Piqueta, 1997. (N. de la T) > Véase, acerca de este ema y de las lcciones generale 4 extract de la eseaegis hat cheriana,Seuart Haut, The Hard Road t» Renal: Thaceriv andthe Cris of the La, Londres, 1988, somo,LAv ARTICULOS Deberiamos subrayar aqui que la ideologia neoliberal, que Gray considera que esd impulsando la globalizacién del libre mercado, constieuye un fenémeno especificamente estadounidense. (Puede que Thatcher ls haya puesco en pedctica, pero, como ya hemos visto, se desteuyé a si misma y, a To largo del proceso, quiz deseruyé también el. neoliberalismo brisinico del libre mercado.) Lo que Gray sostiene es que la doctrina estadouniden- se —teforzada pot el «universalismo» americano, bajo la rabrica de la «civili- acién occidental>— no es compartida en ninguna otra parte del mundo. En lun momento en el que el reproche de «eurocentrismo» sigue siendo popu Jar, Gray nos recuerda que las tradiciones de la Europa continental no siempre se han mostrado hospitalarias hacia tales valores absolutor del libre mercado; de hecho, han tendido més bien a lo que él denomina el mercado social» en octas palabras, el Estado del bienestar y Ia socialde- mocracia~, Tampoco las calturas de Japén o de China, ai las del sudeste ssidtico o de Rusia se muestran hospitalarias por nacuraleza hacia la agen- da neoliberal, aunque es posible que éta también logre destruitlas Llegado a este punto, Gray recurre a dos axiomas comunes y, a mi modo de ver, sumamente cuestionables de a ciencia social: el de In teadici6n culeural y el de la modernidad misma -atin no mencionado-, Y aqui podefa resultar de ucilidad introducir un excurius entre paréntesis acerca de otra obra influ- yente sobre la situaciéa global hoy en dia. En The Clash of Civilizations, Samuel Huntington aparece también —aunque quizé por todos los motives equivocadas— como un fervoroso adversario de las precensiones estadou- niidenses de universalismo y, en particular, de la actual politica (co habico?) extadounidense de intervenciones militares de estilo policiaco a lo largo y ancho del globo, Lo cual se explica, en parte, porque este autor es un aisle cionista de nuevo cufio, pero en parte se explica tambign porque cree que To que nosotros podriamos considerar como valores occidencales universa~ les, aplicables en todas partes -la democracia electoral, el imperio de la ley, lor derechos humanor, ao hunden en realidad sus raices en una especie de esencia humana eterna, sino que son, pot el contratio, culcuralmente expecificos, consticuyen la expresién de una constelacidn particular de valo- res ~estadounidenses—, entre otras muchas. a visién de Huntington, en realidad muy deudora de Ia de Toynbee, pos ula Ia existencia hoy en dia de ocko culturas mundiales: a occidental, por supuesto; 1a cultura de la cristiandad ortodoxa usa; las del Islam, del in- dufsmo y de Japa —limitada a aquellas islas, pero muy peculiac y la tradi- cid china 0 confuciana; por Gltimo, y con una cierca dificultad conceptual, se inserta una supuesta cultura africana, junto con alguna sintesis carac- teristica que podemos suponer que podria venir a ser latinoamericana Aqui, el método de Huntingcon tiene ese aite de los primesos tiempos de la ceoria ancropoligica: los fenémenos sociales —estructuras, comportamiento y otros por el estilo son caracterizados como «tradiciones culturales», que a su vez se wexplican» por su origen en una religiGa expecilica, no precisando esta Gltima, como primer motor, de una explicacién histériea 0 socioldgica ulterior. Cabrfa pensar que las dificultades conceptuales que plancean las sociedades seculares harfan vacilar 2 Huntington. Nada de es0: por lo visto, algo denominado «valores» sobrevive al proceso de secularizacién y explica por qué los rusos contingsn siendo diferentes de los chinos y ambos de los actuales norteamericanos 0 europeos. (Estos Gltimos quedan agrupados bajo la acivilizacién occidental», cuyos «valores», por supuesto, son denomi- nados cristianos, en el sentido de una supuesta cristiandad europea, clara- ‘mente distinta de la eristiandad oztodoxa, pero también potencialmente dis- Uinguible del catolicismo residual medicerssneo, del que cabe suponer que se materializaria en la etiqueta «latinoamericanas de Huntington.) Huntington llega a observar de pasada que Ia tesis de Max Weber acerca de la ética peotestante del trabajo patecia identficat el capitalismo con una tta- icin religioso-culeural especifica: sin embargo, excepto en esta ocasidn, Ia palabra «capitalismo» apenas aparece. De hecho, uno de los rasgos distinti- vor més asombrosos de esta panorimica mundial del proceso de globaliza- ‘in ~amtagonista, segdn parece consiste en In ausencia cotal de cualquier tipo de anilisis econémico, Se trata cabalmente de ciencia politica del tipo mds drido y especializado, donde todo se reduce a conflictos diplométicas y rilitares, sin que quede rastro de la dinémica nica de lo econémico que, desde Mars, contribuye a defint la originalidad de la historiogzafia. Al fin y al cabo, en Ta obra de Gray, la insistencia en una diversidad de tradiciones culeurales resultaba pertinente a la hora de delinear los diversos tipos de ‘apitalismo a que pudieran dar lugar o cabida; aqui la pluralidad de culeuras sencillamente representa Ia jungla diplomética y militar descentralizada con la que babes de vérselas la cultura «occidental» 0 «cristianan. A pesar de todo, no cabe duda de que a la larga coda discusién acerca de a globalizacién habré de reconocer, de un modo u otto, la realidad misma del capicalismo. Cerrando nuestro paténtesis sobre Huntington y sus guersas de religién, volvamos a Gray, quien también habla de culcuras y de tradiciones culeu- rales, pero en este caso mas bien desde el panto de vista de sus capacida- des para proporcionar diferentes formas de modernidad. «La expansién de Ia economia mundial», excribe Gray, Lu} no insugurs una civilizacién universal, como Smith y Marx pensaron que haba de hacer necesatiamente, En su lugar, permice el crecimiento de tipos indigenas de capitalismo, que difieren del mercado Ube ideal, asf como no de otro, Crea cegimenes que llegan a la modetnidad renovando sus propias cradi- clones cultures, no imitando a los palses occidentales. Hay muchas modeeni- dades, y muchas formas también de no llegar ser modernos Resulta significative que todas estas supuestas «modernidades» el capitals ‘mo basado en relaciones de parentesco que Gray descubre en el seno de la digspora china, el capitalismo samurai en Japén, el chaebol en Corea, el samercado social» en Europa ¢ inclusive el actual anarcocapitalismo de estilo mafioso en Rusia~ presuponen formas expecificas y preexistentes de organi- acién social, basadas en el orden familiac, ya sea como clan, como ted ‘extendida o bien en un sentido més convencional. A este respecto, al final, cl relaco que Gray oftece de Ia resistencia al mercado global no es culeural, ppesar del uso reiterado de la palabra, sino en el fondo de naturaleza social: la caracceristica decisiva de las diversas «culturas» consiste en su capacidad de aprovechar distintos tipos de recursos sociales colectivos, comunidades, relaciones familiares~ en contraposicién a cuanto acarrea el libre mercado. En Gray, la més horrible distopfa se encuentra en los propios Estados Unidos: polarizacién social y pauperizacién radicales, 1a destruccién de las clases ‘medias, paco esteuctural a gran escala en ausencia de cualquier tipo de red somo,LAv ARTICULOS de proteccién social, una de las tasas de poblacién reclusa mas altas del mundo, ciudades devastadas, familias en proceso de desintegracién: étas son las perspectives que aguardan a toda sociedad que se deje arrastrar por Ja tentacién de un libre mercado absoluto. A diferencia de Huntington, Gray no se siente obligado a buscar alguna tradicién cultural inequivoca bajo la cual clasificar las realidades sociales estadounidenses: por el contrario, &tas nacen de la atomizaciéa y la destruccién de lo social, que convierten 2 Estados Unidos en un terrible ejemplo prictico para el resto del mundo, «Hay muchas modernidades»: Gray, como hemos visto, celebra «los regimenes que llegan a la modernidad renovando sus propias tradiciones culturales 2Cémo hemos de entender exactamente esa palabra, modernidad? mil Uples y politizado por su oposiciGn al neoliberalismo estadounidense, acaba epatsndonos una teoria que, como minimo, se muestra can ambigua como Ia de tantos otros teéricos de la globalizacién, dispensando por igual espe- ranza ¢ inquietud, aunque adopte una poseura «reslista» vu Quisiera examinar a continuacién si el sistema de anilisis que hemos veni- do elaborando —desenmaraiando los distintos planos de lo tecnolégico, lo politic, lo cultural, lo econdmico y lo social (practicamente en este orden) ¥ demostrando en ‘el proceso sus ineerconexiones mmucaas— no habria de resultar también provechoso a la hora de dar forma a.una politica capaz de ofzecer una cierta resistencia a la globalizacién tal y como la hemos articu- lado. Pudiera ser que un enfoque en este mismo sentido de las estrategias political nos indicara qué aspectos de la globalizacién aislan y eligen como objetivo estas Gtimas y qué otros consideran prescindibles Como hemos visto, el pleno tecnolégico podria evocer una politica ludita el desbaracamienco de las nuevas méquinas, el intento de detener o «al ver incluso invertir el comienz0 de una nueva era tecnolégica-. El ludismo ha sido manifiestamente caricaturizado histéricamente, y nunca fue, en modo alguno, un programa tan icteflexivo y «espontinea» como se ha quetido hacer creee!®, Sin embargo, el verdadero interés de evocar al esteategia reside en el escepticismo que provoca, despertando codas auestras convic- ‘iones més profundas ¢ interiosizadas acerca de la irreversibilidad cecnol6- 2 Vee epatcck Sats, Rebs agains te ature, Reading, MA, 1995, somo,LAv ARTICULOS ica 0, dicho de otra manera, proyectando para nosotros Ia légica pura mence sistémica de su proliferacién, en constante huida de los controles nacionales (como atestigua el fracaso de muchos intentos gubernamenta- les de proteger y acaparar la innovacién cecnol6gica). Por su parte, la criti ca ecolégica no estatia aqui fuera de lugar (aunque se ha legado a decir gue la voluntad de control de las tropelias industriales podria brindar un estimulo a la innovacién tecnol6gica); como no lo esearian las diversas pro- puestas que, como la tas Tobin, pretenden controlar la fuga de capitales y las inversiones transnacionales Pero lo que parece claro es que nuestra creencia profundamente arraigada (con independencia de su verdad 0 falsedad) en que la innovacién cecnolé- ica sla puede ser irreversible constituye pot sf misma el principal obsticu- To a toda politica de control de la tecnologia. Lo que podsfa servir, pues, como una especie de alegoria de la «desconexién» en el émbito politico: intentar concebit una comunidad sin ordenadores -o coches, 0 aviones— es intentat imaginat la viabilidad de una secesién de lo global!! Llegados aqui, con esta idea de una secesién de un sistema global preexis- tente, nos hemor introducido ya en el Ambica de lo politico. Una politica nacionalista podeia ditigit sus pasos hacia este horizontel?, Sobre este tema, las eesis de Partha Chatterjee me patecen s6lidas y convincentes; 0, con otras palabras, habrin de ser refutadas antes de ratificar Ia valider de una politica nacionalista inalterada!%, Chatterjee muestra cémo el proyecto nacionalista es inseparable de uns politica de modecnizacién e implica intrinsecamence todas las incoherencias progtamaticas de esta iltima, Un. impulso nacionalisca, sostiene, siempre debe formar parce de una politica mis amplia que teascienda el nacionalismo; de lo contrario, la conquista de su objetivo formal, la independencia national, le despoja de su contenido. (Lo que no significa necesatiamente que coda politica més amplia pueda acreglérselas sim algin cipo de impulso nacionalista.'4 En efecto, pacece No cesulta casual que, cuando intentamos imaginar de esta forma In adesconesins siempre esté en juego In renologia de los medis, refoczando la antiquisima opiniéa segtin Incas la palabra «media» designa no slo comunicacin, sino tambign esneparte, 1WLas palabras etacionalisemos y snacionalistee siempre han sido ambiguay, engaboss y cal ver inclusive peigeosas. El acionalismo positive 0 «bueno» en el que pienso implica lo que Henti Lefebyee solfa denominar wel gran proyecto clectivos ¥ se plasma en el fnento de conserui una nacién, De ahi que lo nacioslismae que han legado al poder bayan sido en su mayor ls emafcen, Tal vx la dstncin petinente a este respecte sea a que establece Samir Amin ence el Estado y Ik nace, cate la tome del poder del Estado y la consteuccin de la nacién (Dulinking, p. 10). De este modo, el poder del Estado esl objetivo «malas, intencién de conseguit Ia chegemonia national burgues, ricotta que, por 1a parte, [a construccién dela nacim debe en hima inutancia movie lize al pueblo expresamente para ese gran proyecto colectivon. Al mismo tiempo, cteo Aesatnada la confusiéa ent ef nacionalismo y fenémenes como el comaunalisme, que se me antoja mis bien una especie de (pe ejemplo) politica de Ie identidad hind, aun~ ques enorme easly, en efecto, «nacional 1s Paha Cuuarvanjee, Nationalist Thwght and the Calovial World, Londses, 1986, Cubs y Chisa podsian ser los coatacjemplos més preciosos del modo en que una ‘nacionlismo concreto podea completatse con un proyecto socialist claro que el objetivo mismo de la liberacién nacional ha demosteado su fra- ‘caro 2 la hora de su realizacién: muchisimos pafses se han independizado de sus antiguos sefiores coloniales sélo para caer inmediatamente en el ‘campo de fuerzas de Ia globalizacién capicalista, sometidos al dominio de Tos mercados de divisas y de la inversién extranjera. Los dos paises que en nuestros dias parecian situarse fuera de esta drbita, Yugoslavia e Iraq, no inspiran demasiada confianza en la viabilidad de algén tipo de camino ppuramente nacionalista: cada uno y de formas muy distintas parecen con- firmar el diagnéstico de Chatterjee. Si la resistencia de Milosevic tiene algo ‘que ver con la defensa del socialismo, no hemos sido capaces de detectar- lo; mientras que es dificil que la evacacién de altima hora del Islam por parte de Saddam haya podido convencer a nadie Llegados 2 este punto, se hace decisivamente necesaria Ia distincién encce cl nacionalismo como tal y ese imperialismo antiestadounidense el gau- LUismo, tal ver que en nuestcos dias debe formar parte de todo naciona- lismo que se precie, si es que no ha de degenerar en éste © aquel «conflic- to écnico», Estos dltimos son guertas froncerizas: sélo la resistencia al imperialismo estadounidense supone una opasicién al sistema 0 2 la pro- pia globalizacién, Sin embargo, las regiones mejor dotadas en términos Socioecondmicos pata sostenet ese tipo de resistencia global —Japén o la Unién Europea estin a su ver profundamente involucradas en el proyec- to estadounidense de un libre mercado global y presentan los habituales ssentimientos confusos>, defendiendo sus intereses en gran parte a través de disputas sabre aranceles, proceccionismo, patentes y ottos tipos de cues- tiones comerciales Por iltimo, hay que afadie que el Estado-nacisn continga siendo hoy el Gnico terreno concreto y el marco tangible de la lucha politica. Las dleimas ‘manifestaciones contra el Banco Mundial y la OMC parecen sefialar_ un nuevo y prometedor rumbo para una politica de eesistencia a la globaliaa- ‘cin dentzo de Estados Unidos. Sin embargo, cuesta imaginar cémo podrian esenvolverse estas luchas en otros paises sin caet en el espititu «naciona- lista» es decit, gaullista— evocedo mss acriba: por ejemplo, luchando en favor de leyes de peoteccién de la fuerza de trabajo nacional contra Ia ofen- siva del libre mercado global; en la resistencia que plantean las actitudes “eproteccionistas» respecto a la cultura nacional, o la defensa de Ia legislacién sobre patentes contra un «universalismo» estadounidense que eliminaria la cculeusa local y las industrial farmacéuricas, junco con cualesquiera redes de proteccién social y sistemas de atencién médica socializados que pudieran ‘quedar en pie. En este caso, la defensa de lo nacional se torna inesperada- _mente en defensa del propio Estado del bienestar. Al mismo tiempo, este importante terreno de lucha se enfrenca a una hibil ccontraofensiva politica, medida que Estados Unidos coopta el lenguaje de la autoproteccisn nacional, utilizindolo para dar a entender la defensa de las leyes estadounidenses acerca del trabajo infantil y el medio ambiente No es face exactamente su enfoque de le cuestisn, pero, de todas formas, véase el ‘marvillosamente provocados ¥ simpitico A demain de Gaulle, de Régis Debray, Pat, 1990. somo,LAv ARTICULOS contea la interferencia «incernacional». Esto convierte una resistencia nacio~ nal al neoliberalismo en una defensa del universalismo cstadounidense de los derechos humanos» y por ende vaca esta lucha concreta de su conte- ido antimperialists, En un nuevo giro de la situacién, estas luchas por la soberania pueden verse amalgamadas con una resistencia de cipo iraq, esto 5, interpretadas como la Iucha por el derecho a producir armas até- micas (que otra hebra del «universalismo» estadounidense restringe hoy por hhoy a las «grandes potencias»), En todas estas situaciones observamos la lucha discussive entre las pretensiones de lo particular y las de lo univer sal, Io que confirma la identificacién de la concradiccién fundamental de la pposicién nacionalista, formulada por Chatterjee: el intento de universalizar luna particularidad. Deberia quedar claro que esta critica no supone una aceptacién del universalismo, en el que al fin y al cabo hemos visto a Estados Unidos entregado a a defensa de sus intereses nacionales espect= ficos. Antes bien, la contradiccién entze lo universal y lo particular se pre- senta engastada como contradiccién en el seno de a situacién histérica actual de los Estados-nacién situados en el interior de un sistema global Y éste ¢s, tal vez, el motivo mis hondo y filossfico por el cual la lucha con- «ra Ia globalizacién, aunque pueda librarse en parte en un terreno nacional, no puede llevarse a cabo con éxito en términos puramente nacionales © nacionalistas, por mis que la pasién nacionalista, en mi acepcién gaullisea, pueda ser una indispensable fuerza de areas, Ast pues, (cusl es el papel de Ia resistencia politica en el émbito cultural, que incluye de una u otra manera una defensa de «nuestra forma de vida»? Exta puede dar lugar a un poderoso programa negativo: asegura la articu- lacign y Ia puesta en un primer plano de todas las formas visibles ¢ invis bles de imperialismo cultural; permite ideatificar a un enemigo, visualizar fuerzas destrucrivas. En Ia destitucién de la literatura nacional por parce de los Jerteller internacionales 0 estadounidenses, en el desplome de la industria cinematogrifica nacional bajo el peso de Hollywood, de la tele- Visién nacional, saturada de impostaciones estadounidenses, en el cierte de los cafés y testaurances locales, a medida que se instalan los. gigances de la fast-food, pueden verse en primer lugar y de forma més dramética los efector mas profundos e intangibles de la globalizacién sobre la vida cotidiana Pero el problema es que la «vida cotidiana», amenazada de esta suerte, pasa 8 set mucho més dificil de tepresentat: de tal forma que, aunque st dis aregacién puede hacerse visible y cangible, la suscancia posiciva de lo que se defiende tiende a reducitse a tics y rarezas antropolégicas, no pocas de Jas cuales pueden reducirse a esta o aquella tradicién religiosa (y es preci- samente la nocién de «eradicién» lo que quiero poner en cuestién aqui). Lo que nos devuelve a algo asf como una politica mundial huncingconiana; con la salvedad de que Ia tinica «religins o «tradicién religiosa» que parece haber demostrado el vigor suficiente como para resistir a la globalizacién y la occidentalizacién («Wetexifications, como la denominan en Irin) es, como cabia esperaf, el Islam, Tras la desapaticién del movimiento comu- sista internacional, en la escena mundial, parecerfa que sélo determinadas corrientes dentro del Islam —genéricamente caracterizadas como «funda- mentalistas»— se colocan realmente en oposicién programética a ls cultura occidental 0, desde luego, al «imperialismo culcural» accidental Sin embargo, resulta igualmente obvio que estas fuerzas ya no consticuyen, ‘como pudiera haberlo hecho el Islam en su edad cemprana, ana oposiciéa auténticamente universalista; una debilidad que se torna més patente adn si pasamos del dominio de [a cultuta al de Ia propia economis. Si, en rea- lidad, el capitalismo es Ia fuerza mocriz que esté detris de las formas des- tructivas de la globalizacién, entonces la mejor prueba del valor de estas diversas formas de resistencia a Occidence habré de consistir en su capaci dad de neuttalizar o teansformar este modo particular de explotacién, Desde luego, la ceftica de la usuta no servird de gran cosa a no set que se extrapole, ala manera de Ali Shariati, a una impugnacién minuciosa del ‘apitalismo financiero como tal: mientras que las tradicionales denuncias islémicas de la explotaciéa de la riqueza mineral local © del trabajo local por parte de las compafifas multinacionales contintan situdndonos dentro de los limices del viejo nacionalismo antiimperilista, mal pertcechado paca ‘estar a la aleura de la formidable fuerza invasora del nuevo capital globali- zado, transformado hasta perder codo parangén con lo que era hace cus Sin embargo, Ia potenca concreta de toda forma seligiona de resistencia politica oo deri de sa sistema de cteencias como tal, sino de su ancl- fe en una comunidad realmente existence, Esta ex la raz6n por a cual, en Sima insancia, rodor lov proyectos de resistencia puremence econémi- ca deben acompafarse de un desplazamienta de Ia arencia (que con- ferve on su eno todos [or dmbites anteriores) de lo econdmice a lo social, Las formas. precxistentes de cohesiGn socal, aunque no son suf- centes por sf-mismas, consttayen necesariamente la conditi6n previa indispensable de. toda lucha politica eficaz y duraders, de todo" gran smpeto colectivol, Al mismo tiempo, estas formas de cohesién son de suyo el contenido de la lucha, los envites de todo movimiento politico, el programa por ssf decir de su propio proyecto. Pero no neceariamente hemos de pensar ese programa “Ia preservaién de lo coletivo por enci- mma de y cont lo atomiao 7 lo individualist como si se erucara de une ‘asiante norilgicao (licersmente) conservadors!”. Por su parte, tl cohe- sién colectiva puede fraguacse en la lucha, como en Iria y Cabs (aunque tal ver en [a actualidad los desacollos”generacionales puedan suponee para ella una amenaza 6A ate rexpecto,continda sendo instructive el clisico de Erie Wot, Pesiant Wars of ‘the Twentich Coury, Londees, 1971 (ed. case: Las lachas campesnas ov al sigde XX, México DF, Siglo XX1, 1979). "Todo aquel que aptle al valor fundamental de Ia comunidad o de Ia colectividad eade un perspectiva de inquicrdas ha de hacer (rete a tres probemas: 1) céima di Uinguir sadialmente esta posciéa del comusitarismo; 2) cémo diferencias el proyecto

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