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Alianza Universidad Textos José Miguel Oviedo Historia de la literatura hispanoamericana 1. De los origenes ala Emancipacién Alianza Editorial Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el art. 534-bis det Impreso en Lavel. Los Llanos, C/ Gran Canaria, 12. Humanes (Madrid) Printed in Spain INDICE Introduccién Capiruco 1. ANrEs DE COLON: EL LEGADO DE LAS LITERATURAS INDIGENAS 1.1, El concepto cditeratura indigenan: problemas ylinits 12, Literatura néhuatl 1.2.1. Los cédices 12.2. Los «cuicath» y sus tipos 123. Nezahualc6yotl y la poesia de la mortalidad 124. Los «alahtollin 1.2.5, Manifestaciones teatrales 1.3. La literatura maya y sus cédices 13..EI Popol Vub 13.2, Los Libros del Chilam Balam 13.3, Otros ejemplos de prosa maya 13.4. El Rabinal-Achi 13.5. Los Cantares de Dzitbalché 1.4. Li . 1.4.1. Cosmogonfas, himnos y formas épicas er 1.4.2. Tipos de poesia amorosa “ 1.4.3. Formas de la prosa 66 1.4.4. La cuestién del teatro quechua or 1.5, Noticia de la literatura guarani 0 Captruto 2 . EL DESCUBRIMIENTO Y LOS PRIMEROS ‘TESTIMONIOS: LA CRONICA, EL TEATRO EVANGELIZADOR ¥ LA POESIA POPULAR 2.1. El problema moral de la conquista y la imposicién de la Jetra escrita. .ssscssssssssceesnseeeseersneeees R 2.2, Naturaleza de la cr6nica americana 3 23. Los cronistas de la primera parte del al 23.1. Cristobal Colén y sus Diarios ..... . 81 23.2. La observacién del mundo natural y el providenc lismo catélico de Fernindez de Ovied . % 23.3. Las Cartas de Cortés oss: ; 90 23.4, «Motolinia», cl evangelizador B 23'5. Las fabulosas desventuras de Niifiez Cabeza de Vaca. 95 2.3.6. Otros cronistas “ 98 2.4. Los vencidos: memoriales, cantares y dramas indigenas 9 2.4.1. Crénicas y otros testimonios nahuatl .. .. 100 2.4.2. Los testimonios quiché serene 102 2.4.2.1. El Chilam Balam de Chumayel 103 2.43. En memoria de Atahualpa ...... vesttereseesnaseeee 105 25. Fl teatro evangelizador y otras formas dramaticas. «Moto- linfa» y Gonzalez de Eslava 108 26. La vertiente poética popular . pesos MS 27. El interés por las lenguas y culturas indigenas u9 218. Fl cantexto cultural: la universidad y la imprenta u9 Captruto 3. EL PRIMER RENACIMIENTO EN AMERICA 3.1. El conflicto entre libertad y censura 123 3.2. La crdnica de la segunda mitad del si 125 3.2.1, Bartolomé de Las Casas y la cuestién indigena 125 3.2.2. Lopez de Gémara, cronista de Indias ... 130 323. Vitalidad de la historia en Diaz del Castillo 133 32.4. Los estudios del mundo azteca: Sahagtin y otros... 137 3.2.5. Cronistas indios y mestizos de Mé 3.2.6, Los cronistas del Per ae 3.2.7. Descubrimientos y exploraciones. Testimonios sobre Chile, Nueva Granada y Rio de la Plata 3.3. Una nueva ret6rica Castellanos .... 33.43. La huella de Ercilla en la épica hispanoamericana 3.3.42. La desmesura épico-historica de Juan de Capfruto 4. DEL CLASICISMO AL MANIERISMO_ 4.1. La madurez del Siglo de Oro en Améri 42, Rangos del maierin syercooceeos ee 4.2.1, La lirica manierista: las poetisas s 42.2 La épica manierista oer 4.22.1, El México paradisiaco de Balbuen: 4222. La épica rligiosa de Hoojeda 4.2.23. Poetas épicos menores 43. Esplendor de la crénica del xva 4.3.1. El Inca Garcilaso y el arte de la memoria indice 9 43.2. Elardor verbal e iconografico de Guamén Poma 43.3. Otros cronisias del xv 43.4. El extrafio caso de El carnero 44, La cuestién de la «novela colonial» 4.4.1, Algunas novelas y «protonovelas» 45. El teatro religioso y profano : 45,1. Ruiz de Alarc6n: gun autor americano o espafiol Capfruto 5. EL ESPLENDOR BARROCO: SoR JUANA ¥ OTROS CULTERANOS 5.1. Las paradojas del bartaco 5.2. Orbe y obra de Sor Juana 139 141 227 Bd 10 noice 5.3. El sabio Sigiienza y Géngora 5.4. Otros escritores del barroco mexicano ... 5.5. El barroco en el virteinato peruano .. 5.5.1, Virulencia y espontaneidad en Caviedes 5.5.2. «El Lunarejo», defensor de Géngora 5.6. El barroco en otras partes de América 5.7. El mestizaje del teatro . 5.7.1. El pobre més rico 5.7.2. Usca Paucar .... 5.73. ElGitegiience CaPtruto 6. Dit BARROCO A LA TLUSTRACION 6.1. Dos concepciones del mundo 281 6.2. Matices rococé.... 285 6.2.1. Peralta y Barnuevo, un ilustrado peruano 287 6.2.2. El teatro de «El Ciego de la Merced» 291 6.3. La cultura eclesiéstica y la expulsion de | 6.4. La polémica sobre América 65. Una mistica en Nueva Granada 6.6. Viajeros, cientificos y otros prosist 6.7. Una magra cosecha poética 6.8. Un teatro en tiempos de transicién 6.8.1. La cuestién del Ollantay. 6.9. Neoclasicismo y conciencia nacion: 6.9.1. Un Baedecker americano: El. Lazarillo de Carrié de la Vandera 6.92. Lavida novelesca de Olavide | 693. La Carta de Viscardo 6.9.4. Fray Servando, memorialista 6.10. El periodismo, las sociedades ilustradas ae cea liberador 332, (Captruto 7. ENTRE NEOCLASICISMO Y ROMANTICISMO 7.1. Una gran pugna literaria . 337 7.2. Lizardi, periodista y novelista 339 73. El suefio de Bolivar y las aventur 348 7.4. La poesia civica de Olmedo 7.5. Los «yaravies» de Melgar... 7.6, La leyenda de Wallparrimachi 7.7. El magisterio continental de Bello 78. El mundo romantico de Heredia 7.9. Los «cielitos» de Hidalgo 7.10, Cruz Varela, poeta civil 7.11. El curioso caso de Jicoténcal ‘BIBLIOGRAFIA GENERAL DEL PRIMER VOLUMEN fnpice oNoMésniCo .. INTRODUCCION Hay muchos modos de escribir una historia literaria hispanoame- ricana, pero esos modos bien pueden reducirse a dos. Una opcidn es escribir una chra enciclopédica, un registro minucioso y global de todo lo que se ha escrito y producido como actividad literaria en nues. tra lengua en el continente a lo largo de cinco siglos. Esta es la histo. ria-catdlogo, la historia-depésito general de textos, que realmente casi nadie lee en su integridad y cuyas paginas se consultan como las de un diccionario o una guia telefénica: cuando uno busca un dato especif co por un motivo también especifico. Este modelo atiende més al pro. eso hist6rico que genera los textos, que a los textos mismos, que apa- ecen como una ilustracién de aquél. Es decir, privilegia la historia misma sobre la literatura; mira hacia el pasado espiritual de un pueblo (0 conjunto de pueblos) y recoge sus testimonios escritos con actitud imparcial y descriptiva La otra opcién es la de leer el pasado desde el presente y ofrecer un cuadro vivo de las obras segtin el grado en que contribuyen a definit el proceso cultural como un conjunto que va desde las épocas més te. ‘motas hasta las més cercanas en el tiempo, obras cuya importancia in. trinseca obliga a examinarlas con cierto detalle, mientras se omite a otras. Esta historia no oftece el cuadro rigurosamente total, de la A hasta la Z, sino el esencial: el que el lector contemporaneo debe cono- cer y reconocer como su legado activo. No recoge una lista completa de nombres porque se concentra en ciertos autores y textos de acuer- 18 _Historia de fa literatura hispanoamericana. 1 do con su significacién propia (sin descuidar, por supuesto, los con- textos); no es un indice de ‘oda la cultura escrita, sino una revisi Jo mejor y lo de mayor trascendencia dentro y fuera de su tiempo. Este modelo de historia ofrece un conjunto que, siendo amplio y abarca- dor, es un compendio manejable y legible para un lector interesado en saber, no el universo babélico de lo producido por centenares de auto- res en medio milenio, sino aquella porcién que nos otorga sentido his- t6rico y nos explica hoy como una cultura particular de Occidente. En vez de hablar un poco de muchos, prefiere hablar mucho de pocos. ‘Mas que descriptivo y objetivo, este segundo modelo de historia li- teratia es valorativo y Jo que siempre supone los riesgos inhe- rentes a una interpretacién personal; tales riesgos, sin embargo, serén quiza menores si el historiador asume y declara desde el principio que no hay posibilidad alguna de una historia imparcial, salvo que se la convierta en una mera arqueologia del pasado, sin funcién activa en el presente. El historiador realiza una operacién intelectual que combina Jas tareas del investigador, el ensayista y el critico, cuando no la propia de un verdadero autor cuyo tema no es él, sino su relacién con los otros autores. Es esta opcién Ja que se ha tomado para la presente his- toria de la literatura hispanoamericana. Pero hacer este deslinde no es sino el comienzo: el segundo modelo esta, como el primero, erizado de muchas otras dificultades, problemas y peligros. Tratar de encararlos y, ise puede, resolverlos, es quiza la parte mas cautivante de una em- presa como ésta, porque la define y al mismo tiempo la justifica. Ex- pongo algunas de esas cuestiones. 1. El primer gran problema consiste en establecer, siquiera dentro de los términos de una obra como ésta, qué entendemos por editeratu- a» y cOmo establecemos sus valores. Esta cuestién desvela ahora mis- mo a muchos tedricos ¢ historiadores, y ha generado una corriente re- visionista que llama la atencién sobre el hecho de que las lineas gene- rales segtin las cuales la historia ha leido los textos hispanoamericanos han establecido un «canon» tendencioso, dando preferencia (sin base cientifica de apoyo) a unos textos sobre otros, y que al hacerlo asi he- ‘mos falseado la interpretacién de nuestra cultura, negéndonos a noso- tos mismos. Tal vision se aplica a todo el proceso literatio, pero se ha concentrado con mayor intensidad en e! peifodo colonial (el menos revisado, el mas oscuro) de nuestras letras, pues es en ese periodo for- mativo y contradictorio en el que dos culturas se funden, donde los ctitetios establecidos por la historiografia parecen més débiles y recu- sables. Ya se ha propuesto climinar el término «literatura» por incé- | Introducci6n 19 oo _litrcctvccion 19 modo y estrecho, y reemplazatlo por «discurso», que permite introdw- cir formas y expresiones que han sido consideradas marginales a lo li terario, por ser orales o estar asociadas a manifestaciones culturales de otro orden (mitolégico, iconogréfico, etc), Asi, el historiador deberia considerar no sélo textos y autores de textos, sino también acciones, objetos y cualquier vestigio de procesa. miento intelectual o imaginario que pueda asociarse al proceso de una cultura, Dentro de esta perspectiva, una historia deberia incluin, por de poetas y que los lazos de parentesco creas focos regionales que ayudaban a mantener viva la tradicion. As{ ocu- rre con Nezahualedyotl (1.2.3.), su hijo Nezahualpilli (1464-1515) y su nieto Cacamatzin (14942-1520), grandes poetas (y sabios los dos pri- meros) de Texcoco. Estas dinastias poéticas desarrollaron orgullosas escuelas locales, con caracteristicas distintas; Leén-Portilla reconoce tres: la ya mencionada de Texcoco, la de México-Tenochtitlan (en la que figura Macuilxochitzin [1435?-?], la tinica poeta mujer cuyo nom- bre conocemos) y la de Puebla-Tlaxcala, donde florecié Xicoténcat] ado el Viej de la «guerra florida», ritual bélico librado para aplacar a los dioses. De todos los poetas aztecas, el mas celebrado e importante es Ne- zahualcéyotl, quien merece un examen aparte. ‘Textos y critica: Gamay, Angel Maria, ed. Poesta nébuatt. La literatura de los azteca. México: Joaquin Mortiz, 1970. LeON-PoRTILA, Miguel. Literatura del Mésico antiguo. Los textos en lengua ndiuatl, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978. 1.23. Nezabualeéyotl y la poesia de la mortalidad Nacido en Texcoco y criado en el palacio patemno, Nezahualcéyot! (1402-1472) goz6 de una educacién esmerada que lo convirtié en un in conocedor de las viejas doctrinas y creencias toltecas. De joven tiempos agitados por las luchas politicas, que lo obligaron a bus- cat refugio entre los poderosos de Tlaxcala. Concerté una alianza con Jos mexicas, que le permitié volver a su patria y recuperar su trono, al que ascendié en 1431. Su reinado duré mas de 40 afios y se caracteri- 26 por el esplendor que alcanz6 su cultura. demas de poeta y sabio, tun importante legislador y un gran arquitecto, pues construys lacios y templos y ditigié obras de irrigacion; compararlo con Pericl Antes de Colon: el legado de las lteratuias indigenes 45 oI 0 Meroe Malgenes 48 quia no sea del todo exagerado. En una de las secciones del eédice llamado Mapa Quinatzin (deposi ris) hay una represent: «Motolinia» y Alva Ixtlilxéchitl proporcionan valiosos datos sobre Lo que queda de su obra poética son sdlo unos 36 poemas qu conservados en céddices como Cantaras mexicanos y en antiguas croni- cas, pueden con seguridad atribuirsele; pese a su escaso mimero, bas- tan para justificar su fama. En su formacién poética se advierte una sintesis de dos principales tradiciones culturales: la tolteca y la chichi- meca. Pero es la forma original como el autor interpreta ese doble le gado lo que tesulta admirable. El gran tema de Nezahualcdyotl es la muerte; mejor dicho: !a mortalidad y el drama de la fugacidad de la vida. Aun en medio de su enorme poder y la grandeza que lo rodeaba (0, tal vez, precisamente por eso), el poeta reflexiona con gravedad y angustia sobre el escaso tiempo que podemos disfrutar 1o que tene- mos. Nada en verdad es nuestro: todo le pertenece al «Dador de la vidas, al «inventor de si mismo», presencia constante, cuyo poder ab- soluto crea en su poesia una tensién dialéctica con el triste destino hu- mano. En ese sentido, su poesia es profundamente religiosa y permite ingresar al abigarrado mundo de la teologia azteca, tan distinta a la oc- cidental. La idea misma de la divinidad es aplastante y llena de pavor dl corazén de los hombres, pues su voluntad es implacable: no un ser providente, sino una entidad arbitraria, de quien nadie puede sentirse protegido, El mundo del cielo y de la tierra estan separados por un abismo de terror e incertidumbre que cabg llamar existencial: ¢Qué determinaras? Nadie puede ser amigo del Dador de la Vida... Amigos, aguilas, tigres, gadénde en verdad iremos? En el conmovedor «Canto de la huida», escrito precisamente cuando se encontraba escapando de su enemigo el sefior de Azcapot- zalco, hay una sombria reflexidn sobre la miseria de la condicién hu- mana: No es cierto que vivimos y hemos venido a alegrarnos a la tierra. 46 _Historia do la literatura hspanoamericana. 1 See Rete ispanosmencana.} Todos aqui somos menesterosos. ‘La amargura predice el destino aqui, al lado de la gente. El tinico modo de vencer la brevedad y fragilidad de la existencia, esel camino del arte y la poesfa, la flor y canto emblematizada por toda Ja poesia nahuatl: Sélo con nuestras flores nos alegramos. Sélo con nuestros cantos perece nuestra tristeza. Oh sefiores, con esto, nuestro disgusto se disipa. Las inventa el Dador de la Vida, las ha hecho descender el inventor de si mismo... La vida —su origen, su desarrollo, su fin— es un misterio que no podemos resolver, una biisqueda incesante. Nuestra tinica certe- za es que los dioses la destruirén. Aludiendo a las pictografias que conservan la memoria, Nezahualcéyotl escribe estos espléndidos versos: Después destruinis a éguilas y tigres, sélo en tu libro de pinturas vivimos, aqui sobre la tierra. Con tinta negra borraras Jo que fue la hermandad, a comunidad, la nobleza, Ti sombreas a los que han de vivir en la tiera. Textos y critica: Gantpay, Angel Maria. Historia de le literatura ndbuatl.2 vols* LeON-PoRTILLA, Miguel, ed. Trece poetas del mundo azteca. México: UNAM, 1981 ‘Maxriitz, José Luis, Nezabualoéyotl. Vida y obra, México: Fondo de Cultura Econémica, 1972. Antes de Colén: el legado de las literaturas indigenas 47 ae Solin ol loge de fos ftratures inciyones _ 47 En los Cantares mexicanos hallamos los nombres de algunos otros Poetas aztecas, entre los cuales esté Aquiauhtzin (14302-14902), de quien se conservan sélo dos extensas composiciones. Una de ellas, el «Canto de las mujeres de Chalco», es un ejemplo de poesia erdtica que resulta interesante sobre todo por el atrevido tono burlén y por el he- cho de que el texto asume la voz de las mujeres en un abierto desafio sexual. 1.2.4. Los tlabtolli Bajo este nombre se conoce una amplia gama de expresiones en prosa: relatos, crdnicas, discursos, doctrinas, consejos, pensamientos. Predomina el tono expositivo y moralizante: comunican un saber y una experiencia acumulada en.el tiempo para ser transmitida a las nuevas generaciones. Aunque en este caso la elaboracién de ideas y de i ivas predomina sobre la carga emotiva de las image- icatl, ciertos recursos propios de éstos —metafo- ras, reiteracién de motivos, paralelismos— también aparecen dentro del cauce general de la prosa. Dos son sus formas més importantes y evolucionadas: los Aue- buebtlabtolli y la thltoloca. Los primeros son «los testimonios de la an- tigua palabra», o sea consejos 0 exhortaciones morales, cuyo alto sen- tide doctrinal y educativo da una idea muy ilustrativa de los valores que guiaban a la comunidad mexicana. Muchas formas caben dentro de esa denominacién: proverbios, pliticas, normas sobre el buen de- cir, lecciones practicas sobre sexualidad, sentencias y, en fin, toda ma- nifestacin normativa de a vida colectiva y privada, en las que la inten- cién ética predomina sobre la estética. Los proverbios pueden ser t concisos y profundos como los dos siguientes: «Ya ni con su barba est a gusto»; «No dos veces se vive». Estas ensefianzas seguramente se ha- brian perdido del todo si algunos tempranos estudiosos del mundo prehispénico, como Sahagiin, Olmos y otros (3.2.4.) no los hubiesen recopilado y estimulado su transcripcién. Los recopilados por el se- gundo aparecen al final de su Arte de la lengua mexicana. El resto se conserv6 en forma manuscrita durante el siglo xv1 hasta que otro fran- ciscano, Juan Bautista Viseo, natural de México, los publicé en 1600. Hay que aclarar que —como ya adelantamos— la mediacién de estos religiosos traspasé las muestras que recogian con ideas cristianas, para asimilarlas a los fines de la causa evangelizadora; en muchos casos hay 48 Historia de la Iteratura hispanoarnericana, t un hibridismo de dos tradiciones éticas totalmente dispares. Pese a esas desfiguraciones es posible apreciar todavia la belleza postica y la hhondura filoséfica que debieron tener las expresiones originales: Aqui ests, mi hijta, mi collar de piedras finas, mi plumaje de queta hechura humana, cde mi, TG eres mi sangre, mi color, en ti imagen, ‘Ahora secibe, escucha: vives, has nacido, te ha enviado a la tierra Nuestro, el Duefio del cerca y del lejos, el hacedor de la gente, el inventor de los hombres La otsa forma en prosa es la shlfoloca, la natracién histérica que, en forma de complejos anales y cronologias, representados con pinturas y jeroglficos, dejaba constancia de los grandes acontecimientos del pa- sado. La fijacion de dinastias, aos y ciclos era esencial para preser- varlo; alrededor de ellos se tejian las leyendas y relatos miticos. Hay los de estos Sahagiin recogié las conocidas leyendas sobre Quetzalcéatl, que tam- bién aparecen en los Anales de Cuaubtitlan del Cédice Chimalpopoca ya citado (1.2.1), en los que figuran los hechos del gran Nezahualeé- yotl. En la tercera parte del mismo cédice aparece la importante Le- Yyenda de los soles, conocida a través de un inconcluso manuscrito né- hnuatl del siglo xv1, que contiene una relacidn de mitos cosmogénicos del pueblo mexicano y sus migraciones en tiempos muy temotos, Textos y critica Huehuchtabtollt. Testimonios de la antigua palabra. Est. de Miguel Le6n-Por- tilla. México: Secretaria de Educacisn Pablica/ Fondo de Cultura Econ6: mica, 1991. Luon-PomLL Historia éxico antiguo. Madrid: Miguel, ed. Cantos y orinicas di 986. 1.2.5. Manifestaciones teatrales iendo las ceremonias y sitos religiosos tan abundantes impor- tantes en la vida cotidiana de los aztecas, es facil imaginar que esas oca- siones estimulasen el desarrollo de manifestaciones piiblicas, donde la palabra, la musica, la pantomima y ciertos elementos dramiticos y co- Antes de Col6n: el legado de las raturas indigenas 49 reograficos se integraban. El testimonio de los cronistas carrabora esta hipotesis, pues nos han dejado descripciones, a veces muy minuciosas, de esos actos multitudinarios, de gran vistosidad y animacidn; se sabe también de la existencia de cuicacall, o sea «casas de canto y danza», donde se formaban a los que actuaban en tales festividades, Pero, de- bido a su naturaleza misma de representacion colectiva y efimera (sin el auxilio de la escritura), lo que nos queda directamente de tales ex- presiones es fragmentario y disperso. Estas fastuotas pracesiones y ceremonias cuyo colorido maravillé a sus testigos espafioles, que sdlo tenian para compararlo el austero teatro medieval, se celebraban con la periodicidad de un estricto ca- lendario: tiempos de siembra o cosecha, efemérides militares, fiestas cortesanas, rogativas religiosas, ritos de fecundidad 0 iniciacién, etc. Eran actos con una notable sugestiOn escenogrfica, que exaltaban la grandeza del estado y la unidad del pueblo alrededor de él: espectacu- los de masas orquestados mediante una combinacién de antiguas creencias y oportunos intereses del poder politico. Si sumamos los po- cos fragmentos que nos quedan, los testimonios espafioles e indigenas posthispanicos, podemos aceptar lo que decia Alfonso Reyes cuando afirmaba que el teatro habia nacido tres veces en la historia de la hu- lad: en Grecia, en la Europa medieval y en la América precolom- ina, El problema es que de la que menos sabemos es de la este caso, la falta de escritura fue fatal Otros prefieren creer que, si hubo algo que pueda asimilarse a lo que entendemos por teatro, eran formas incipientes de poesia drama- tizada usadas con fines litirgicos, mas cercanas, en verdad, a los movi- mientos simbélicos de la danza ritual que al eatro propiamente dicho; la palabra seria sdlo un elemento, y no el més importante, en esos ri- tos. De lo que no cabe duda que los aztecas tuvieron un alto sentido del espectaculo y que lo usaron conscientemente como un modo de crear en la masa una vision imborrable ¢ impresionante del mundo de sus dioses y las grandezas del pasado; en esa amplia concepcién de la teatralidad, también cultivada por pueblos antiguos del Oriente, y no en el restringido de arte dramatico tal como se forj6 en Occidente, es posible afirmar la existencia de formas teatrales en el México antiguo. Es significativo que, con el advenimiento de la conquista, estas formas en vez de desaparecer, se afincasen mas hondamente en el espiritu de Jos indigenas y dieran origen a un teatro de raices nativas, pero ya pe- nettado por las formas de la dramaturgia europea, Asi, a través de la reelaboracién folklérica de mitos, cosmogonias y leyendas que se re- 50 _Historia de la literatura hispanoarnerican. + presentan, atin hoy, en sus comunidades, pudieron preservar su iden- tidad cultural y sus tradiciones. En los Cantares mexicanos encontramos algunos ejemplos de lo que pudieron ser esas ceremonias, a través de fragmentos de sus ele- mentos verbales, como los denominsdos «Bailete de Nezahualcdytb> y «Huida de Quetzaledaths, o las breves relaciones nahuat) de las ‘fiestas de los dioses», que aparecen en el Cédice matritense del Real Palacio. ‘Texto: LEON-PorriLts, Miguel, ed. La literatura del México antiguo, Los textos en len- gua ndbuatl.” REGION MEXICANA Y ZONA INTERMEDIA: GUATEMALA 13. La literatura maya y sus cédices Asi como ha literatura nahiuatl mas representativa es la poesfa, Ia de Ia rica cultura maya es la historia o cr6nica cosmogénica. El principal interés de este pueblo parece haber sido el de explicar sus origenes mediante fabulas, mitos y simbolos, y de dejar el registro de su histo- ria como una civilizacién fundadora de un estricto orden social, poli- tico y religioso. Si queremos saber cémo se representaban el mundo Jos mayas y qué papel jugaban en él, hay que recurrir a sus densass constelaciones mitol6gicas, verdaderas Biblias del mundo aborigen americano anterior a la conquista. Los dos mayores monumentos pro- vienen de los pucblos quiché (en la actual Guatemala) y cakchiquel (en el érea mexicana del Yucatén) que dieron forma a la cultura maya: son respectivamente el Popol Vuh y el Chilans Balam. Libros magicos y fabulosos cargados con revelaciones del pasado inmemorial y con predicciones del futuro, pero también de consejos morales, cronol sfas y observaciones astronémicas. Pueden ser leidos hoy como fas nantes documentos de la imaginacién proliferante y la mentalidad ri- guoosa de nuestros antepasados americanos. Pero n0 son «libros» or- ‘4nicos: son mas bien palimpsestos 0 recopilaciones miscelanicas, que condensan diferentes tiempos hist6ricos y se deben a innumerables manos que trabajaron a pani de antigues cédices Antes de Colént el lagado de las lteraturas inalgenas 51 Cuatro son los cédices fundamentales para conocer la cultura maya: el Cédice Dresde que se encuentra en la Biblioteca Estatal de esa ciudad y que, siendo muy antiguo, es copia de uno anterior; el Trocor- tesiano 0 de Madrid (por conservarse en el Museo Arqueol6gico de esta ciudad); el Cédice Pérez 0 de Paris (en la Biblioteca Nacional de pia de Méxi- co). Estos cédices habian fijade, usando una mezcla de ilustracién pic- togréfica, representacién simbélica (jeroglificos) y elementos de trans- cripcién fonética, un saber ancestral confiado también, como en el caso de la cultura nahwatl, a la memoria colectiva e interpretado fan- damentalmente por la casta sacerdotal. Tras la egada de los espaiio- Ies, el rescate de ese legado por los sobrevivientes se convirtié en una dad de dramética importancia para evitar su pérdida total. Con ese propésito o quiza para cumplir con pedidos de informacién pot parte de estudiosos espafioles, usando su propia lengua en transctip- cién fonética a nuestro alfabeto, un grupo de indios realizaron en los siglos xv1 y xvmt las versiones que ahora conocemos. Eran indios cris- tianizados y en diversos grados de mestizaje cultural, lo que ayuda a ‘entender por qué, al lado de cosmogonias mayas, aparecen (en una medida a veces dificil de establecer) ideas y creencias de origen euro- peo. Se ha sefialado, con toda raz6n, que el estilo mismo de presenta- cién que siguen estas transcripciones, es cercano al modelo de los al- ‘manaques cristianos de la época, to que plantea una interesante cues- tidn: éera un recurso indigena para hablar de su tradicién usando un vchiculo irrecusable, o fue imposicién europea para «purgar» la idola- tra del contenido? Textos y critica Cédices mayas. Intsod, y bibliog. de Thomas A. Lee y Twxla Gutiérrez, Méxi- co: Universidad Aut6noma de Chiapas, 1985. Gasza, Mercedes de la, ed. Literatura maya. Catacas: Biblioteca Ayacu- cho, 1979. 13.1. Bl Popol Vib Es el libro capital maya en lengua quiché y uno de los grandes li- bros de la humanidad, cuyo valor antropotagico, histérico, filoséfico y literario es comparable al de otros grandes libros sobre la génesis de 52_ Historia de la literatura hispanoamericana. 1 Jos pueblos antiguos: la Biblia, el Mahabarata, el Upanishad. El Popol mites € blo quiche, pero fue escrito después de la conquista, como puede comprobarse por las numerosas interpolaciones cri hallazgo de un manuscrito en Chichicastenango (posiblemente escrito entre 1554 y 1558) que hizo el padre Francisco Ximénez, quien trans- cribié y luego tradujo al castellano el texto; del origen de los indios de esta provincia de Guatemala apatecié por primera vez en nuestra lengua (antes se conocié en inglés y aleman) en 1857, con pie de imprenta en Viena y Londres. Posteriormente, el ma- nuscrito original desaparecié. ‘Aunque algunos lo atribuyen a un indio quiché llamado Diego Reynoso, parece mis razonable considerarlo s6lo un copista entre mu- chos otros pertenecientes a la alta clase sacerdotal maya, sabios que heredaron los secretos de su antigua cultur ro mismo remite a otro texto original, de igual nombre, que regia las creencias de la co- munidad maya, pero ahora inaccesible pues «el que lo lee y Jo comen- ta, tiene oculto su rostro». El Popol Vub representa un rescate o reve- lacién de la antigua palabra, que contiene ya entonces el saber hermé- tico de los mayas: es un complejo recuento de sus genealogias y las hazafias de su ion EI material reunido en el libro es heterogéneo y, més que organiza- do, yuxtapuesto en una estructura con secuencias cuya légica interna no siempre es facil de reconocer. Por eso, los especialistas han discutido los libros o partes en que debe dividirse la obra, pues el conjunto puede ser leido —y de hecho ha sido leido— de modos muy diferentes. El inves- tigador norteamericano Munro $. Edmonson Jo ha distribuido en 97 «capitulos», que giran alrededor de las cuatro distintas creaciones del mundo en una sucesién ciclica de destrucciones y renacimientos. La fu sign de los tiempos divino y humano es inextricable y complica la lectu- ra, Pero es perceptible una gradacidn en el proceso de la creacién divi- na: primero aparecen los animales, que no hablan; luego la raza de los hombres hechos de barro; més tarde los creados de madera, todos los cuales son sucesivamente destruidos por diversas razones; finalmente, aparece el pueblo quiché, la raza de hombres creados de mazorcas de maiz. Leyendo un pasaje que se refiere a ese ciclo de creaciones del gé- nero humano, cabe preguntarse cuanto deben las formulas que usa el narrador indigena ala tradicién judeocristiana de raiz biblica: ajo el titulo de Historia ~ Antes de Colén: el legado de las lteraturas incigenas 53 ELE atest oe ins literatura incigenas 53 Después fueron destruidos y muertas todos estos hombres de palo, por- ibiendo entrado en consejo el corazén del cielo y enviando un gran di- vio los destruyé a todos; de palo de corcho que se llamaba tzité fue hecha la came de los hombres y de esta materia se labré el hombre por el Criador y lis mujeres fueron hechas con el corazén de la espadafia que se llama zibac; y asi fue la voluntad del Criador, el hacetlos de esa materia... (Cap. TD. En realidad, puede con: 1 lerarse que el Popol Vib oftece, a la ver, un testimonio de las creer y leyendas sobre el origen quiché, y del temprano proceso de mestizaje que esa cultura sufrié con la evangeli- zacion espafiola. Al traducitlo y comentatlo, el padre Ximénez no de- saproveché ninguna oportunidad para acercar la teologia quiché a la revelacién cristiana. Lo que tiene claramente otigen indigena es la con. cepcidn dual del mundo divino: los dioses creadores son generalmen- te parejas que corresponden a dualismos observados e tural (sol y luna, luz y tiniebla, hombre y mujet). Del tiempo mis re- moto y oscuro de los origenes el texto pasa a la historia del orden sagrado, con sus dinastias de dioses que destruyen su propia creacién en castigo por los pecados de esos seres, yde allia la aparicién del pue blo quiché, sus vicisitudes y su desarrollo civilizador, que es brusca- mente interrumpido con la venida del hombre blanco, que se mencio- nan el capitulo final, dedicado a registrar la descendencia de los re- yes y sefiores quichés; al egar a la duodécima generacién de los Originarios Balamquitze, se anota que «estos reinaban cuando vino Al. varado, y fueron ahorcados por los espafioles» (Cap, XXI). Pese a que el valor de! libro es sobre todo antropolégico, la belleza ltica yla gran- deza de visién que encontramos en varios pasajes le otorgan un alto valor literario; lease, por ejemplo, este fragmento de la oracién que los sefiores Cabiquib decian ante el dios Tohil: Oh t3, hermosura del dia, 1, Huracén, corazén del cielo y de la tierra, ti, dador de nuestra gloria y ti, también, dador de nuestros hijos, mueve y vue ve hacia acd tu gloria y da que vivan y se crien nuestros hi y que se aumenten y multipliquen tus sustentadores y los que te invocan en el camino, cn los rios, en las barrancas debajo de los érboles o mecates, y dales sus hijos js, no encuentren alguna desgracia ¢ infortunio y ni sean engaiiados, no ni sean juzgados por tribunal alguno... {Oh ti, corazén ierta, oh ti, envoltorio de gloria y maj ! it, wet dl ilo, vente de ater! oh que eres as cua ro esquinas tierra, hac jue haya paz en tu presencia y de tu 1 wegin ue haya p: P y de tu foto! 54 Historia de fa literatura hispanoamericana. 1 El Popol Vub ha ejercido un poderoso influjo en la imaginacién y el pensamiento mitico hispanoamericano de este siglo, y ha dejado vi- sibles huellas en la obra de escritores como Miguel Ange) Asturias; tra- ducido a muchas lenguas, ha estimulado a muchos creadores en los més diversos campos, como lo prueba Ecuatorial (1961), la composi- cin para voz y orquesta del miisico francés Edgar Varése, que utiliza textos del libro. Texto y critica: Popol Vub. Ed, de Carmelo Sienz de Santa Maria, Madrid: Historia 16, 1989. MscceEp, Nahum. Los héroes gemelos del «Popol Vuh», anatomia de un mito indigena, Guatemala: José de Pineda Ibarra, 1979. SanpovaL, Franco. La cosmovision maya quiché en el «Popol Vub». Guatema la; Ministerio de Cultura y Deportes, 1988. 13.2. Los Libros del Chilam Balam Enel érea mayense del Yucatin no hay documento basado en tra- diciones prehispanicas cuya importancia supere el conjunto de textos llamados Libros del Chilam Balam, El nombre proviene de las palabras ab chilam (walto sacerdote» o «intérprete>) y Balam («jaguar»), nom- bre del noble personaje del pueblo de Mani que es mencionado en es- tos libros y que debié ser uno de los sabios o profetas mas famosos de su tiempo. Los libros se atribuyen a descendientes suyos, que quisie- ron guardar para la posteridad la antigua sabiduria del pueblo cake quel. Peso hay que tener en cuenta que, habiendo sido hecha la reco- pilacién en época posterior a la conquista, en lengua maya pero segiin el alfabeto latino, los pasajes testimonials sobre la llegada del hombre blanco y las contaminaciones judeocristianas, son considerables. Tan- to que alguno de los libros, especificamente el Chilam Balarn de Chu- mayel, posiblemente el mas famoso, no puede ser omitido entre los documentos que expresan «la vision de los vencidos»; por esa razén, Jo estudiamos aparte (2.4.2.1). La primera noticia que se tuvo de la existencia de estos libros esti en la obra del franciscano Hernando de Lizana, titulada Historia de Yucatén (Valladolid, 1663), que trata de la conquista y evangelizacién de esa provincia, campafia cuya justificacién él asocia a las profecias Antes de Colin: el legado de las literatures indigenas 55 indigenas. Se sabe de 18 distintos libros atribuidos al Chilam Balam, pero se conservan sélo ocho de ellos, de los cuales cuatro han sido ma- teria de estudio y traduccién total o parcial. Se les identifica por el nombre de los pueblos yucatecos donde fueron encontrados (Chuma- yel, Tizimin, Mani, Kaua, Ixil, Tekax, Tasik), salvo el tiltimo, Nah, que corresponde al apellido de los copistas. Puede decirse que estos libros son una mezela de crénicas, genealogias, profecias, cantares, mitos y Ieyendas, todo ello interpolado por elementos de la moral y doctrina cristianas; considerarlos repertorios es menos inexacto que conside- tarlos «libros». Fueron seguramente copiados poco después de la con- quista y celosamente conservados por la colectividad indigena como libros sagrados, pues contaban los origenes de su pueblo; esos manus- doen las estelas cubiertas de dibujos y jerogli cesivamente copiados varias veces, lo que explica las superposiciones, errotes y alteraciones que suftieron. Las copias més recientes pueden datar de este siglo, lo cual agrava el problema de deslindar lo que es en ellas prehispanico y lo que es posterior: documentan en verdad el in- tenso proceso de mestizaje de la tradicién indigena original. Se considera que los libros de Chumayel, Tizimin, Kaua y Mani son los més importantes. Dejando de lado ahora primero, por las ra- zones arriba expuestas (I.1.), nos referiremos aqui brevemente a los otros, comenzando con algunas precisiones documentales. La crono- logia de la redaccién del libro de Tizimin es amplisima, pues abarca desde remotos tiempos prehi hasta mediados del siglo pasa- do, época en la cual fue encontrado. El manuscrito tiene solo 26 pagi nas y se encuentra ahora, después de algunas peripecias e sacatlo al extranjero, en el Museo Nacional de Antropol co. El de Kaua es el mas voluminoso con sus més de 280 paginas, pero desgraciadamente se ha perdido después de haber sido depositado en Ja Biblioteca Cepeda, de México. El Chilarn Balam de Mani forma par- te del Cédice Pérez, asi denominado por l erudito yucateco Pio Pérez, que encontré en ese lugar una copia del original y lo recopilé, junto con otros documentos, hacia 1838. Los libros provenientes de Tekax y Nah suelen considerarse en conjunto porque unas 30 paginas del se- gundo son copia del primero; también hay coincidencias y superposi- ciones entre éstos y los de Mani y Kaua. El de Tekax tiene unas 36 pa- ginas, ocho de las cuales posteriormente se han perdido, y se encuen- tra depositado en el Archivo Histérico del Instituto Nacional de Antropologia e Historia, en México. El de Nah debe su nombre a sus 56 _Historia de fa literatura hispanoamericana, 1 dos redactores, José Marfa y Secundino Nah, y fue escr llamado Teabo; se encuentra ahora en los fondos de la Universidad de Princeton, New Jersey. ¥ el de Ixil, copiado tambien por Pio Pérez, es un documento de principios del siglo xvi; estuvo perdido un tiempo pero ahora puede ser consultado en la Biblioteca del Museo Nacional de Antropologia de México. Como ya hemos sefialado, ef conjunto textual que estos libros presentan no puede ser més heterogénco, lo que, sumado al cardcter esotérico de muchas de sus paftes, dificulta la lectura. Alfredo Barre- ra Vasquez, en El ibro de los libros del Chilam Balam, ha clasificado tematicamente ese contenido en distintas categorias que nos peri mn ver que parte del contenido no tiene relacién con el mundo indi sgena; los textos tratan casi de todo: asuntos religiosos (mayas 0 cris- tianos); histéricos y cronistic icos y astrolégicos (que in- cluyen los cémputos calendiricos segtin dias o katunes dispuestos en series de 13 ntimeros y 20 nombres hasta formar un ciclo de 260 ka- medicina indigena o europea; informaciones astronémicas de otigen europeo; ritos y ceremonias; y una misceldnea de textos no clasificados. EI material de mayor interés es el que cae en las cuatro primeras categorias, que nos permiten ingresar al enigmatico mundo maya, del que todavia tantas cosas se ignoran o se discuten entre los especialis- tas. A pesar de las oscuridades y cuestiones no resueltas que estos tex- tos plantean, a pesar de sus entrecruzamientos con la tradicién euro- pea, no hay mejores documentos para captar la grandeza del imperio maya y entender el vértigo de su caida y destruccién como sociedad auténoma tras la conquista. Pero aun para el lector no erudito, mu- chos pasajes —gracias al poder magico e incantatorio de su lenguaje metalérico— le permitirén asomarse a un mundo donde la imagina- ci6n y dl acto de pensar el pasado y el fururo funcionan dentro de coordenadas que nada tienen que ver con las nuestra. Textos y critic: El libro de los libros del Chilam Balam. Alfredo Barrera Vasquez y Silvia Ren- don, eds. México: Fondo de Cultura Econémica, Ser, The Maya Chronicles. Alfredo Barrera Vasquez y Sylvanus C. Morley. Wash- ington, D. C.; Carnegie Institution, 1949. ‘Marrinez, HERwANDEZ, Juan. Cronicas mayas (Mat 1in, Chumnayel). Mé. rida: Carlos R. Menéndez, s. a. [1926] Antes de Colon: el legado de las lteraturas indigenes 57 rE OT ERA de las Iteraturas inaigenas 57 13.3. Otros ejemplos de prosa maya Un texto en lengua quiché que merece mencionarse es el Titulo de o (1554) que narra, con mucha contamina- peregrinacién de las tres tribus 0 ra- mas del pueblo quiché, su organizacién social, sus luchas y sus creen- cas religiosas. Lo que conocemos es su traduccién castellana, hecha en el siglo x1x, pues el manuscrito original se ha perdido. Sus coin dencias con lo que cuenta el Popol Vish son de interés historiogrifico y antropologico. Lo mismo puede decirse del Memorial de Solald, co- nocido también como los Anales de los Cakchiqueles, manuscrito es- tito en la lengua de este pueblo maya que trata de sus origenes y sus tivalidades con los quichés. En el area yucateca hay fuentes y referen. cias indirectas que permiten hablar de otros géneros muy asociados con el folklore: libros de medicina popular; sentencias, ejemplos y pro. verbios; adivinanzas, agiieros y supersticiones; y las llamadas «bom. bas», que son facecias, breves composiciones de ingenio o burla 13.4. El Rabinal-Achi» inicos, y una importante prueba —con mayor peso que las que existen en la literatura ndhuatl— en favor de la existencia de ex. presiones teatrales evolucionadas entre los mayas; en este caso no slo tenemos un texto integral, con minima contaminacién hispanica, sino también vivo en Ja tradicién comunitaria indigena. Aunque se repre. sent6 alo largo del periodo colonial, en algunos momentos fue sup. mido por las autoridades y pas6 a ser clandestina, tanto por su care ter pagano como por su mensaje de rebeldia popular contra un inva. sot (en este caso, otro pueblo indigena). Esté escrita en lengua maya-quiché y su titulo significa «El Vardn o Sefior de Rabinaby. tam. bien es conocida bajo el nombre Baile del tun, que alude al sonido del tambor usado en ceremonias sagradas y al hecho de que se trata, en efecto, de un drama-danza, cuya misica original —por excepcién— se conserva. Rabinal ¢ precisamente el nombre del pueblo donde el abate Charles Etienne Brasseur de Bourbourg, administrador eclesis- tico en Guatemala a mediados del siglo xnx, lo escuché de labios de Bartolo Ziz, un indigena que habia interpretado la pieza y guardado memoria del antiguo texto en quiché. El mayista Georges Raynaud lo 58 _ Historia de la literatura hispancamericana. 1 tradujo al francés; usando esta versin, Luis Cardoza y Arag6n lo tra- dujo en 1928 al castellano, ‘Laobra plantea una situacién practicamente tnica: el conflicto en- tre el Varén de Rabinal y su prisionero, el Varén de los Quiché, que son los casi exclusivos interlocutores; su disputa nos permite asistir a la captura del prisionero, su largo interrogatorio y finalmente su muer- te, Aunque la accién tiene una base histérica (las luchas entre esos pueblos en el siglo xm), el clima dominante es el de una alegoria moral. Los dialogos entre los dos protagonistas son extensos y reiterativos, més parlamentos recitados que propiamente didlogos. A través de ellos, nos vamos enterando del por qué de la situacién. Cada uno va exponiendo sus razones y defendiendo su causa; cuando el prisionero, atado a un arbol, declara sus hazaiias y los motives de su accién; el Va- r6n de Rabinal responde con el recuento de las suyas y justifica la cap- tura alegando las desgracias que su feroz prisionero ha traido sobre su pueblo, Simulténeamente vemos los esfuerzos y argucias que hace el prisionero para recuperar su libertad. Hay un tercer personaje: el go- dor de Rabinal, el todopoderoso Cinco-Lluvia, ante quien el prisionero negocia su libertad. Al fracasar sus intentos, el Varén de los Quiché acepta la muerte, pero pone con una condicién: que se le rindan los honores propios de su origen noble. Asi, se le permite danzar con una doncella y con otros altos caballeros (los llamados Aguilas y Jaguares Amarilios), todo lo que constituye un complejo y colorido ceremonial, acentuado por la miisica, el baile y el uso de méscaras. E] sacrificio se consuma como una alegoria de la comunién del hombre con la naturaleza primordial. La historia central est acompa- iiada de rituales y participacién de numerosos personajes mudos (mu- jeres, siervos, soldados, pueblo). La accién (dividida en cuatro partes © actos muy desiguales de extensin) resulta a veces oscura y demasia- do dilatada, sobrecargada de repeticiones y formulas cortesano. Pero pese a ello, a obra tiene una basica teatralidad y un sentido simbélico que indudablemente proviene de antiguas leyendas. La pugna entre Jos dos nobles personajes tiene los elementos tipicos del conflicto tea- tral: presenta una variante del eterno dilema entre libertad y someti- miento, vida y muerte, violencia y justicia, dignidad y humillacién. Raynaud ha observado que el texto tiene la caracteristica singular de eliminar casi por completo el aspecto religioso comiin a las manifesta- ciones teatrales indigenas. Antes de Col6n: el legado de las lteraturas indigenas 59 En el rea de la actual Nicaragua, hasta donde llegé la influencia dela cultura maya, debe mencionarse la existencia de otra interesante obra teatral: E/ Giiegiience 0 Macho-ratén, «comedia-bailete» escrita cen nébuatl y castellano corrompido, en el que se observa primeras asimilaciones del teatro espafiol por el teatro de raf na, Indudablemente inspirado en antiguos ritos de la regi brevivieron hasta comienzos de siglo gracias a representaciones popu- lares en comunidades nicaragiienses, es una clara expresién teatral mestiza del siglo xvi, por la que la estudiaremos en el lugar correspon- diente (5.7.3.). Texto: Rabinal-Achi. El Varén de Rabinal. Trad. y prél. de Luis Cardoza y Aragén. México: Porria, 1972. 13.5. Los «Cantares de Dzithalché» Desde hace apenas medio siglo se conoce lo que se considera la fuente més importante de textos poéticos mayas del drea yucateca: el Libro de los Cantares de Dzithalché, manuscrito de mediados del siglo XVII que fue descubierto en Mérida por el mayista Alfredo Barrera Vasquez, quien lo publicé en 1965. El manuscrito mismo indica que fue redactado por un tal Ah Bam, sefior del pueblo de Dzitbalché (Campeche); contiene 16 cantares (algunos fragmentarios) que se mantenian vivos en la tradicién local. Compuestos unos antes de la conquista y otros posteriormente a ella, los cantares estén basados en expresiones posticas asociadas al teatro y la danza mayas; en cualquier caso, debido a su larga pervivencia, las huellas del mestizaje que han experimentado son bastante visibles. Predominan los cantares sacros, oraciones 0 conjuros mégicos, y también hay algunos poemas de ca- racter erdtico. Es interesante anotar las semejanzas formales de la poe- sia maya con la nahuatl, por el uso de paralelismos, estructuras duales y sistemas metaféricos; asi el simbolo «flor» vuelve a aparecer con el mismo sentido que en la poesia antigua mexicana, pero también como emblema de la virginidad, segiin aparece en este pasaje de un poema erético: Alegria es lo que cantamos, porque vamos a recibir 60__Historia de Ia literatura hispanoamericana. 1 a recibir la flor, todas las mujeres doncellas. ‘También pueden encontrarse variadas expresiones p. Libros del Chilam Balam y otros libros mayas, pero aun t un relativo valor representativo, son solo una muy pequefia muestra de lo que debié ser una actividad de gran riqueza. Por eso no se pue- de hablar de la poesia maya sino dentro de términos largamente hipo- téticos y previa reconstruccién'del inmenso material perdido. Texto: El libro de los Cantares de Dzitbalebe. Ed. y trad. de Alfredo Barrera Vasquez. ‘México: Instituto Nacional de Antropologfa e Historia, 1965, REGION ANDINA 14. Literatura quechua De la riqueza de expresiones literarias en lengua quechua no cabe duda: cronistas como el Inca Garcilaso (4.3.1.), Guaman Poma de Ayala (4.3.2,), Santa Cruz Pachacuti, Juan de Betanzos, Sarmiento de Gamboa, Mura, Francisco de Avila y otros (3.2.6), transcribieron abundantes textos en sus obras o dieron variadas noticias de ellos. ‘Aunque disperso y heterogéneo, el caudal basta para dar una idea de Jo que pudieron ser esas manifestaciones. No tenemos, en cambio, ras- tros de las formas que debieron cultivar los pueblos preincas, culturas locales surgidas en diversos puntos de la costa y la regién andina del antiguo Peri, cuyos notables adelantos en el campo de las artes, arqui- tectura, urbanismo y organizacién social parecen indicar que su «lite: ratura» tal vez fue tan evolucionada. El total silencio sobre esa porcién de la herencia indigena anterior a los Incas no se debe a la conquista espafiola, sino a los Incas mismos, que los absorbieron, borraron sus tradiciones y sus lenguas e impusieron sobre ellos el autoritario sello de su imperio: una sola lengua (el quechua, que ellos llamaban runasi- mi o «lengua general>), un creador («Viracoche, e culto (el de «dnti», divinidad solar y agricola), una sociedad obediente del Inca y sus leyes paternalistas y absolutas. Los testimonios que tene- Antes de Colén: el lagado de las lteraturas inalgenas 61 nos se remontan, pues, s6lo tan lejos como puede registrarse la pre- sencia del pueblo quechua, hacia el siglo xm. Ninguno de ellos nos permite identificar un creador individual y las atribuciones de paterni- dad, salvo contadisimas excepciones (las llamadas «Sentencias de Pa- chactiteo» es una de ellas), parecen ser mis bien legendarias: el corpus literario quechua es esencialmente anénimo. El imperio incaico, consolidado por Pachaciitec hacia mediados del siglo xv1 y convertido en el mas poderoso del subcontinente, era a Ja vez un pueblo agricola y guerrero, lo que se refleja en los dos prin- atias: por un lado, las for- ‘0 y cosecha, de tono bu- heroica y orgullosa los triunfos militares incaicos. A ambas las une, sin embargo, el espiritu religioso, omnipresente en las expresiones de su jacion grafica de todo aquello que querian salvar del olvido, desde los grandes he- chos del pasado hasta registros estadisticos 0 econémicos: los quipus, cuerdas con nudos de distinto tamafio, grosor y color cuyas claves no han sido del todo descifradas y sobre cuyo valor como grafia 0 «es tura» todavia se siguen discutiendo. En sus Comentarios reales, Gal aso. dedica dos capitulos (Libro VI, caps. VII y IX) y muchos otros pasajes a describir minuciosamente los quipus, principalmente como sistema de cémputo o contabilidad, pero también como un método mnemotécnico que les permitia guardar «memoria de sus historias», complementando asi la tradicién oral. Otros cronistas ¢ investigadores modernos han presentado versiones distintas, segiin las cuales los qui- pus podian contener la informacion que c di prudente parece considerar que, no importa cuin complejo 0 sofisti- cado fuese el «almacenamiento» de datos de que era capaz el quipu, no podia, en cambio, reproducir vocablos: no era un sistema verbal De hecho, todo se conserv6 esencialmente por via oral hasta que los cronistas y primeros estudiosos de la lengua lo transc critura fonética,fijandolo por primera vez como un conjunto de tex- tos, y lo tradujeron al casi istintas grafias y formas de pronunciacién, y sobre todo los de interpretacién y traduc- cién cabal de las expresiones quechuas, son a veces muy agudos y ex. plican las abiertas discrepancias que aparecen en ciertos textos: te mos distintas versiones de las mismas muestras y a veces irreconcil 62 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 bles diferencias que oscurecen su significado. La oralidad de la comu- nicacién literaria quechua esté asociada a otros rasgos 0 condiciones que ya hemos visto para el caso de las néhuatl y maya: su predominan- te carfcter ceremonial, «popular» y colectivo como parte de ritos mul- titudinarios, asi como su asociacién con otras expresiones artisticas, sobre todo la danza y el canto. Que el estado incaico propiciaba el cultivo de estas actividades como parte de la vida diaria y que habjan alcanzado un rango institu: cional, lo prueba el hecho de que existieron funcionarios especializa- dos en tales menesteres, Otra vez, el testimonio de Garcilaso, corrobo- rado por el de otros muchos cronistas, es esclarecedor: en sus Corsen- tarios reales nos dice que hubo amautas, «que eran los filésofos encargados de componer «tragedias y comedias», y barauicus (o bara- picus) que eran los «inventadores» 0 poetas (Libro II, cap. XVID). Unos, como hombres de pensamiento (sabios o maestros), conserva- ban la tradicién; los otros, como creadores, la extendian y renovaban. Los amautas mantenfan fuertes los lazos con el pasado; los haravicus Jo transformaban estéticamente en canciones © poemas. Con ambos debia colaborar el quipucammayoc, que podia interpretar los datos his- t6ricos o contables archivados en los nudos. De este esfuerzo oficial parece proceder la mayor parte de las muestras que nos permiten ha- blar de la literatura quechua; la inspiracién esponténea © privada sin duda existié, como lo prueba la poesia amorosa (I.4.2.), pero enmat- cada o sumergida en la produccidn generada desde el poder. 1.4.1. Cosmogonias, himnos y formas épicas Los incas nos han dejado una gran abundancia de plegarias, leta- nfas, himnos, poemas 0 mitos cosmogénicos que revelan su alto senti- do religioso y su concepcién de las fuerzas divinas. Estilisticamente, las formas poéticas desarrolladas por esta cultura, no importa cul sea su temitiea o intencién, favorecian los metros breves (4, 5 66 silabas son Jos mas comunes) y las disposiciones estroficas variables, de acuerdo a las necesidades de la mtisica y el canto; en cambio, no usaron sistemé- ticamente la rima, Algunos estudiosos y traductores de esta poesia han cometido el error de asimilarla a la reglas de la versificacién espafiola, con la cual nada tiene que ver, aunque Garcilaso hable de «redondi- llas». Siendo formas simples de estructura y breves de extensién son, sin embargo, intensas y profundas en su simbolismo y significado me Antes de Colén: el legado de las literaturas indigenas | 63 tafético. Entre los poemas religiosos que recogen los cronistas hay al- ‘gunos de notable belleza, traspasados por el temblor metafisico ante el poder y la gtandeza de Dios. Santa Cruz Pachacuti incluye uno que se estima es el himno més antiguo de la literatura quechua y que él atri- buye a Manco Capac, fundador del imperio; éste es un fragmento en Ja versi6n corregida por Bendezi Aibar: Es Wiragocha sefior del origen. «Sea eso hombre, sea esto mujer» Dela fuente sacra supremo juez, de todo lo que hay enorme creado. eNo te veré acaso? ¢Hallase arriba tal vez abajo, o al través, tu regio trono? jHablame! Telo ruego Lago en lo alto extendido. Lago abajo situado... ‘Aunque los quechuistas han agrupado a estos himnos bajo el nom- bre general de haylli, el registro de asuntos que tratan es tan amplio (religiosos, militares, hist6ricos, agricolas) que sus rasgos especificos se hacen botrosos, parecerfa més prudente reservar el nombre pata los, de tema agricola, que tienen una forma mas reconocible, marcada pot la presencia de la interjecci6n baylli que solfa servir de estrbillo. Los jubilosos haylls agricolas cantan los poderes de la tierra y servian para ‘acompafiar el trabajo en los campos. El Inti Raimti o fiesta solar fue as grandes ocasiones en que estos exaltados poemas se canta- fay un fuerte acento colectivsta en esas manifestaciones: expre- ‘comunal que la vida tenfa entonces, el apego a los habi- snes que todos compartian. En estos cantos, el pueblo hizo del trabajo una mistica homogenizadora de la exis sencia diaria, ha dejado valiosos testimonios de sus titos agricol aylli es uno: Los hombres Ea, dl tiunfo! Ea, el triunfo! He aqui el arado y el surco! He aqui el sudor y la mano! Las mujeres Hurra, vardn, hurra! Los hombres ‘iunfo! Ea, el triunfc Dénde esta la infanta, la hermosa? Las mujeres Hurra, la simiente, hurral.. Por su parte, la musa guerrera o heroica de los quechuas podia al- canzat una terrible ferocidad, que era estimulada por su politica de ante expansionismo y anexién de culturas rivales en la que se ba: saba el engrandecimiento del imperio. Véase este muy citado canto re- cogido por Guaman Poma: Beberemos en el craneo del enemigo, haremos un collar de sus dientes, haremos flautas de sus huesos, de su piel haremos tambores, y as{ cantaremos. 1.4.2. Tipos de poesia amorosa Entre las composiciones més puramente liricas, abundan las de tema amoroso, que pueden clasificarse en vatios tipos: el haraui pro- piamente dicho (pues la palabra, como hemos visto, se referia a la creacién en general), que celebra los placeres del amor a veces en un tono ligero; el wawaki, que es una cancién campesina de forma dialo- gada, con un tono epigramatico y gracioso; el urpi («paloma» en chua) por la reiteracién de esta imagen alusiva a la Antes do Colon: el legado de las literatura indigenas 65 tras composiciones de naturaleza festiva como el taki, el huaynu (0 wayno) y la khashua, aas que el tema amoroso no era ajeno, son for- mas populares mas directamente asociadas al canto y la danza, por lo due se han integrado al folklore andino, Pero la forma mis reconocible y caracteristica es la del tema que trata es universal y comparte rasgos y mot a, el olvido, la reconciliacién, la que- ario, etc. Hay que observar que el tono 7%. Eh de estas cuitas tiene, sobre todo en lengua quechua, una transparenci expresiva y una ternura sentimental extremadas, que nos permiten in- al pasar a la version castellana, fue sin duda la base sobre la que se ela- bboré la imagen del indio doliente y melancélico que abundo en el si- glo x1x y culminé con el indigenismo del xx. La delicadeza lirica que estos poemas solian aleanzar puede ilustrarse con estos dos ejempl Una tortolita tierna me encontré, sin plumas, en su viejo nido; ani las alas le habian brotado. Ese gavilén, corazén de granito, cuando aprendié a volar, en hogar ajeno me olvidé Verano e invierno la alimenté, y ese desnudo pichén, al que arrullé, del camino no quiere acordarse. Quizd cuanda el fero7 regrese a su antiguo y entonces...ya no me encontrar Qué viene a ser el amor, palomita agreste, tan pequefio y esforzado, desamorada; que al sabio mas entendido, palomita agreste, Te hace andas desatinado, desamorada... 66 Historia de la literatura hispenoamericana, 1 1.43. Formas de la prosa sa cumplié funciones varias en el mundo incaico, pero las prince cacn en cuatro categoria: mits, eyendas, fabulas'y cue tes propiamentedichos. Como en muchas ors cultures antigus, imapiacion popular trataba, por un ado, de iar en eats ls image nes fabuloss y magicas que fommaban parte de st vsin del mundo» por oto, useba el lenguajenarativ con una intencin moraizantey cjemplar eso expla no so que tales categoris sean comune a ess cultura, sino que incluso certossimbolos,stuacionse imagenes rept, Entre ls rats miios el de Los hermanos Ayam, a as Las cuatro partes del mundo» y el de Manco Cpac, todos sobre fundacién del Imperio Incaco, son tres de los més conocidos yexsten en diferentes versions, Es interesante comparalos con uno postis: Bsnco el fameso «Mio de Inkarsv (2.4.3. que amanda restiucion de la ancgua unidad del ancigu imperi, como en el emp origin deserito pr aquellos dos eats fundaconales No menos finan, i conocidos, son las ‘las. Franco de Aa hac 1998 adininblemente radi or Js Maria Arpuedas bajo el sulo Doses y hombres de Huarocir (ima, 1966). Tambien es posible etablecer un vinculo entre la caractritica conepein ndigena del cosmos como una realidad dvi ene arriba» y «el mundo de abajo», que esta ; aprons ‘Arguedas como noveisa, Est breve pasaje de os mits re cogidos por Avila da una idea de la fuerza sugestiva de esa concep- cin: us ana [divinidad] baja ala medianoche, cuando no es po sible quelo “itn vean y bebe del mar toda el agua, Dien que sno ba iera esa agua, el mundo entero quedaria sepultado. A la mancha oscura que elt tasers auellaman Yacana, eda el nombre de Yury [per diz]. ¥ dicen que Yacana tiene hijos y que, cuando ellos empiezan a lactar, despierta (Cap. 29). En sus fibulas morlzadoras, los quechuas han djado numerosas pruebas desu preocupacion dtc, pardjicamente, des ingeio y astucia para burlar los precepts de la vida sci. Usaron, como los ayigosy latinos —aungue a veces con dtintos valores a figura Gién animal para reprsentr as virtues, cualidades yvcios humanos. arias fueron recogidas por los cronistas, pero la mayoria se han Antes de Colén: el legado de las lteraturas indigenas 67 EER bs Iteraturas indigenes 67 servado por via oral y han pasado, con variantes y actualizaciones, al acervo folkl6rico de las distintas regiones donde hubo presencia indi- gena. El mismo Arguedas (Canciones y cuentos del pueblo quechua, 1949) y Teodoro Meneses (Cuentos quechuas de Ayacucho, 1954), en, tee otros, han recopilado diversas muestras de ese legado, Pero pocos ejemplos pueden superar en belleza natrativa, sutil simbolismo y rata franqueza sexual como la notable leyenda del pas- tor Acoyteapa (0 Acoya-Napa) y la usta Chuguillantu recogida en Los origenes de los Incas (Libro Primero, caps. XCLXCI), escrita a fines del siglo xv1 por el Padre Martin Muria (3.2.6. Por su misma exten, sin y complejidad es imposible reproducie aqui siquiera su ancedota, pero si cabe decir que los tigurosos moldes estructurales (las dos her. eréticas (la figura en el adorno de plata que devora un coraz6n, las cx. ricias de la fiusta en el bast6n félico, el celestinaje de la madre) consti, tuyen elementos que invitan a una posible interpretacién moderna de Ja sexualidad en el mundo indigena, sobre el que sabemos més por su arte que por su literatura. 1.44, La cuestiOn del teatro quechua Los testimonios que tenemos sobre las costumbres y expresiones culturales del imperio quechua coinciden todos en sefialar que -—al igual de lo que ocurrié entre los aztecas y los mayas— las ceremonies religiosas, militares y civiles que celcbraban solian incluir variadas for. mas de representacién teatral,animadas de corcografia, misica y can. to. Realizados principalmente en espacios abiertos, ante grandes term, plos o palacios, eran actos multitudinarios, coloridos y espectaculates, Pero, desgraciadamente, debido a dos principales razones —-el care ter efimero que tenfan esos actos al carecer de soporte escrito; la siste. matica tarea de destruccién de los que fueron objeto por parte de los espaiioles—, poco he quedado que podamos llamar teatto quechua precolombino. Eso no quiere decir que el antiguo teatro desapareciese del todo; sencillamente, se transformé en otra cosa, adaptandose a los moldes del teatro evangelizador (2.5.) que surgié tras la conquista, es deci, «cristianizandosen; o usando precisamente esos moles para di yendas,tradiciones y otros contenidos cuyo origen es indige- tna pero en creciente grado de mestizaj. 68._Historia de fa literatura hispanoamericana, 1 ‘Asi resulta que los estudiosos del teatro quechua suelen dar como ejemplos de su produccién dramética original obras que son clara- ‘mente textos coloniales, slo por el hecho de estar escritas en quechua. Esta confusion se afiade a un campo que presenta, todavia mas que las formas estudiadas en las dos secciones anteriores, serios probl conjeturas y controversias sobre cuestiones de cronologia, atribucién, cacion, fijacion estilistica, etc. Es, pues, muy dificil estudiar el tea tro incaico como tal mientras no se haya realizado esta previa tarea de deslinde e identificaci6n. Lo que puede afirmarse, sin correr mayores riesgos, es que ese teatro en pero que sus formas pro- pias y su significacion especifica no estan atin del todo establecidas, y s categorias de «tragedias», «comedias» y mplo, Garcilaso— no pasa de ser una dis- cutible analogia. De todo Jo que nos ha quedado, nada es de mayor importancia quela leyenda quechua que dio origen al drama Ollantay, que no es en verdad un ejemplo de «teatro indigena» —pese a que figura en reper- totios bajo ese nombre—, sino una reelaboracién colonial basada en sa leyenda y traspasada por todos los habitos del teatro espafiol de la poca. Es posible que hubiese una obra original con ese mismo nom. bre y que, como sostiene Tschudi, se representase en el Cuzco en alo xv, peto el texto quechua que conocemos es una expresi6n litera- ia mestiza del siglo Xvi, que sera examinada en su lugar (6.8.1.). Por su parte la llamada Tragedia de! fin de Atabualpa es un valioso primer testimonio del choque de las dos culturas, que debe ser estudiada en- tre las formas literarias que expresan 1a «wvisién de los vencidos» (2.43). Textos y eitica: 1 literatura quechua, Madrid: Alianza Editorial- ‘ALcina FRANCK. Jos Quinto Centenario, 1989. ‘Axcurpas, José Maria, ed. Canciones y cuentos del pueblo quechua. Lima: “Huascaran, 1949. Auta, Francisco de. Dioses y hombres de Huarocbirt. Trad. de José Maria Ar- ‘pucdas y est. de Piette Duviols, Lima: Museo Nacional de Historia-nstitu- to de Estudios Peruanos, 1966. Basabké, Jorge, ed. Literatura Inca. Paris: De Brouwer, 1938. (Biblioteca de Peruana, ed, gen. de Ventura Garcia Calderdn, Primera Serie, Antes de Colén: el legado de las fteraturas indlgenas 69 expen? Asn Edmundo, ed. Literatura quechua, Caracas: Biblioteca Ayacu- Lea, Jesis. ed. La literatura de los quechuas. Ensayo y antologia. La Paz Juventud, 1969. Pn nee tb -yauentos de los quechuas: antologa. La Paz: Los Ami- ed, Cuenttos quechuas de Ayacucho. Lima: Inst Fi iad de San Marcos, 1954, ” anal ‘AncuEDas, José Maria, Formacién de una cultura nacional indoamericana, E de Angel Rama, México: Siglo XXI, 1975 " a Beh Lara, Jestis. La poesta quechua™ 15. Noticia de la literatura guarani Muthisimo menos conocido que los anteriores, los testimonios liter aque nos han dejado las tribus lamadas GuaraniTupi demuestra que, sa ha. Her aleanzado un desarrollo y oganizacién comparable a esas cultura, su mi. 10s, canciones y otras formas pueden ser tan valiosas y cautivantes. Teniendo como centro geogréfico un érea que cube p Argentina, estas comunidades se divi en tres grandes grupos dialectales: amazénica; el Tapinambd o guarani de la costa atkntica; y el Ava’ (0 een. gua de los hombres») que comprende la zona de Paraguay, Bolivia, Brasil y Ar gentina. Pero hoy subsisten unas cinco familias lingiisticas, subdivididas a su vvez en nuumeros0s dialectos; sélo en el érea oriental paraguaya hay cuatro de es- tas variedades. Estos pueblos y lenguas sufrieron, primero, el impacto de la conguista espafola en Is zona (1528) y, luego, a comienzos del siglo x0, la de as misiones y «reducciones»jesuiticas que los Sometieron espiritualmente ata- caindolos en l corazén mismo de su cultura: la religin, Est, sumado a las di- ficultades inherentes a a ntensa dispersion geogrico-lingistica sefalada y la condicién basicamente recolectora de las etnias guaranies, explica por qué, pese a los esfuerzos de los misioneros jesuitas por unificar las lenguas indigenas mediante el patron de la escritura y la gramtica, la variedad subsistié. De he- cho, la lengua nativasiguié usindose en forma paralela a la casellana originan- do asl bilingtismo que distingue a la presente cultura guarani Pero la recopilacién de materiales lteratios fue tan escasa q considerarse que hasta comienzos de nuestro siglo no habia forma de conocer- los ni habia una conciencia generalizada de que exi Su sobrevivencia puede considerarse un milagro de resistencia cultural. Gracias a la labor de an- it Unkel (que fue «iniciado» por los indigenas re ), Alfred Métraux y otros el largo silencio de siglos se rompié y se redescubris un caudal de tradiciones, creencias y for- puede 70. Historia de la literatura hispanoamericana. 1 segufan vi 1 ieblo. Un examen de ese material ena a tales nts cosmogeics¥ Te, snes UMito el Diltivio Universal; la presencia de cuentos y leyendas, Io de os gemelos; a diversidad de cantos (rituals, pedagSeices lircos, etc). Baste un pequetio ejemplo de estos iltimos, l tulado «Canto colibri», que presenta ese simbolo clave en Ja imaginacién guar {Tienes algo que comunicar, Colibri? Lanza elimpapos Golbe ‘como si el néctar de tus flores te bul Escome sd nas nbragado, Cali ;Lanza relimpagos, Colibri, lanza relampagos! sue imagenes como éstas han ejercido un poderoso influjo en la thenueny ons formas cuturales del actual Paraguay, elesso guaran rub tue al poeta colombiano Jorge Zalamea no se equivocaba cuando afrm6 én I poesia ignoraday olvidada que, en cl campo de la creacion, no hay en rea dad «pueblos primitives». Hloy el mundo mi guarani es Corpus por conocer para la gran mayoria de lectores. ‘Textos y critica: Baremo Sacuner, Rubén, ed. Literatura guarant del Paraguay. Caracas: Biblio- teca Ayacucho, 1980. Caposan, Ledn y Alfrs ‘México: Joaquin Mc ‘ZaLameA, Jorge. La poes 5. 1965. . ignorada y olvidada. La Habana: Casa de las Améti- .do Lopez Austin, eds. La literatura de los guaranies. Capitulo 2 EL DESCUBRIMIENTO Y¥ LOS PRIMEROS TESTIMONIOS: LA CRONICA, EL TEATRO EVANGELIZADOR Y¥ LA POESIA POPULAR Bien puede decirse que las naves que meros espafioles al continente american lengua y, con ella, una nueva cultura y el germen de lo que seria su nueva expresi6n literaria. En sus formas més basicas y espontdneas —en algin viejo romance recordado en alta mar o al desembarcar en parajes extrafios; en plegarias, satiras o canciones populares estimula- dos por el mismo hecho del descubrimiento de un nuevo mundo—, la literatura broté en América practicamente en el momento en que esos hombres pusieron pie en tierra. De todos los géneros que se escribie- ron en esos dificiles afios formativos de una nueva cultura, los de ma- yor importancia son primero la cronica (con su manifestacion parale- la: los memoriales indigenas de la conquista) y luego el teatro misione- ro y la poesia popular. En las paginas que siguen se estudiar el desarrollo que ésas y otras formas tienen en la primera parte del si- glo xv1, comenzando con un examen de la crénica como un fenémeno Particular: es una expresién sustantiva de las letras americanas, no solo durante este periodo sino durante los siguientes siglos, y marca de modo decisivo la evolucién literaria hispanoamericana incluso cuando n 72. Historia de fa literatura hispanoamericana. 1 72_Historia de fa itera Sp a ee anne la colonizacién habia terminado. Pero antes ¢s necesario referirse, no ala conquista misma, sino al debate intelectual y ético al que ella dio brigen: es una cuestion que agité la conciencia de todos los protago- nistas y autores de la 6poca, estimulé el tema indiano y se efl samente en la erénica y ot70s t oral de la conquista 2.1. El problem: u de la letra escrita y a impos Muy pronto, a comienzos del siglo xv, la conguista se convierte en un arduoy fasinante problema moral. Americano eras un terito, fio isco por explorat, ocupar y dominas, sino un vasto espacio en que vivian millones de seres. humanos desconocidos y en diversos esta- dos de evolucion histérica, desde las tribus caribefias cazadoras o re- colectoras, hasta las grandes comunidades humanas onganizadas cn erios como el azteca o el ineaico. Aunque nadie tenia noticia de las, habian alcanzado admirables y sofisticados adelantos 2: fe, en todo comparables a las mayores culturas antiguas del Oriente. El primer contacto entre espafoles ¢ indigenas fue un totaly mutuo Sa coibos se vieron como seres extraies, separados por espe de cultura, valores espirituales y lenguaies diametralmente restos qu, al parecer, representaban obstéculos insuperables. A la aoiee ona ducedieron la tendencia a lafabulacién y luego la necesidad wn asimilacion de lo ajeno, puesto que venfan a apro- roca tareas mas complejasy rieggosas que Gta. Segin se tos antiguos, as historias biblicas o as Yeyendas me- Tevales el indo fue visto como un ser inocente y bueno, un alma Candida que vivia en estado paradisiaco, anterior ala caida y por Jo tanto excluido de la reden ‘como un ser barbaro e inferior, an bestia ignorante de Dios y s6lo dil como animal de carga y borin de aan er monstruo de la naturdleza sin ningsn derecho en el mundo Civilzado as cultuas enfrentaron la realidad del hecho histrieo Ja de descubrir que no estaban solos en el mundo, que habia one ad, mpensable hata entonces— renterpretando y adaptando tics profecas' eoras que les prometian como destino previsible lo {jue habia ocurtido exencialmente por azat. Consus props explica ae ea iteas los naturales amortiguaban el impacto catastrfico de see naistados por extranios hombres blancos y barbados, con ar- El descubrimiento y los primeros testimonios_73 mas de fuego y papeles cubiertos de signos incomprensibles, y lo ron como el castigo anunciado pat los dioses para purgar los pecados de su raza; para los espafioles, estas ricas tierras y estos hombres des- nudos les habian sido destinados por la providencia divina, y su alta misién era dominarlos y transformarlos en lugares y seres purificados por la religidn cristiana para beneficio de la humanidad toda. América venia a coronar la vocacién ecuménica del imperio espafol, segiin su propia concepcién de estado-igle Estos grandiosos suefios tenian, pues, que re: il equilibrio entre las necesidades militares, legales, p iuales. Invocando unas y desconociendo otras, la conquista Ja doctrina cristiana podian haber previsto. El proceso p\ erno de Espafia no era ajeno a estos vaivenes. La creacion de Indias (1524), al que se le otorga jurisdiccién en los te- rritorios descubiertos, era un intento paternalista y poco eficaz para defender a los indigenas de los flagrantes abusos de los conquista- dores, siempre renuentes a someterse a la autoridad central; ésta se habia ceafirmado previamente en la implacable represion que Car- los V habia llevado a cabo pata debelar el levantamiento de los co- muneros castellanos (1520-1522): hay una clara correlacién entre uno y otro fenémeno. El derecho de conquista, y especificamente el de someter, esclavizar 0 matar a los indigenas en nombre del Rey y de Dios, generé una profunda cuestién ética que conmovié la con- ciencia de Espafia y la forz6 a examinarse a la luz de la escoléstica, el humanismo erasmista y las ideas renacentistas sobre libertad y ra- z6n. Esta cuestién preocupara a las mejores mentes de Espaiia —Las Casas (3.2.1.) es sélo el principal protagonista de una larga cestirpe de polemistas a partir del siglo xvr y tiene miltiples conse- cuencias para América y Europa: la teologia, la filosofia, la ciencia juridica, la vida politica y la vida cotidiana sufren cambios decisivos gracias a ella. La llegada de los predicadores dominicos y franciscanos dard un cardcter de urgencia al examen y solucién del problema: la campaiia cevangelizadora era el fundamento mismo de la legitimidad de la em- presa espafiola y no podia continuar sino era vista como algo justo. Envuelta en esa polémica por convencer (y convencerse) de que hacia algo legitimo, Espafia entta realmente en los tiempos modemos y se transforma a sf mis que pocas potencias politicas en la historia han ido tan lejos como Espaiia en el proceso de 74 Historia de la literatura hispanoamericana, 1 autocuestionamiento de su empresa, y que algunos de los propios hombres asociados a ella fueron los mismos que lo evaron a cabo. Este proceso domina el pensamiento y la actividad intelectual de la vida indiana, lo que se refleja inevitablemente en las letras coloniales. Pero el debate mismo no ha terminado atin ahora: seguimos discutien- do sila conquista fue una hazafia cultural o si fue un simple genocidio, Lo probable es que la cuesti6n no se cierre nunca: es uno de esos gran- des problemas que, como el de la libertad, el poder y la constante ten- sin entre tradicién y progreso, cambian con las épocas y carecen de respuesta definitiva. Significativamente, el esfuerzo de los espaiioles por justificar sus actos ante ellos mismos y ante el mundo —demostrando asi que no uusurpaban sino que realizaban un acto de derecho—, esté asociado ccon el acto de escribir y registrar lo que esta ocurriendo: la letra escrita fs un correlato de la accidn conquistadora. La nocién de azoridad, en sus dos sentidas de sujeto del poder y de productor de textos, es esen- cial para entender la figura del conquistador-cronista 0 del funciona- rio-testigo, y explica la forma inextricable en que se mezclan la politi- ca imperial, las necesidades de la historia y la urgencia narrativa en es- tos aiios. Por un buen trecho de la etapa colonial, 1o que Iamamos cditeratura» no se da desligada de esos otros cauces y no puede set es- tudiada sin teferirse a ellos. Si se recuerda el cardcter basicamente oral de las culturas indigenas (1.1), el prestigio (y la superioridad funcio- nal) que cobra la palabra escrita puede entenderse mejor, Ligada ade- mis a la tradicién y el espiritu béblicos —la Escritura, el libro por an- tonomasia—, la letra tenia un poder irrebatible que servia funciones les. La palabra de Dios estaba siendo diseminada por los hom- bres que habian llegado a América justamente porque «asf estaba ¢s- crito» y era natural que abora diesen testimonio de lo que babian he- cho en su nombre. Un notable ejemplo de eso es la Hamada instituci6n del requeri- miento, que consistia en la lectura de un texto que los conquistadores debian hacer ante los pobladores nativos, «requiriendo» de ellos su re- conocimiento del Rey de Espaiia y de la iglesia catélica. Si los indige- nas aceptaban, contaban con la proteccion de éstos; si se resistian sencillamente no contestaban, automaticamente otorgaban derecho para ser sometidos por la fuerza. El riguroso formalismo del requeri- niento subraya el mutuo desconocimiento o didlogo de sordos al que se aludio antes: la lectura era hecha en prosa administrativa espafiola y se referia a un rey y aun dios de los que los indigenas no tenian la me- El descubrimiento y los primeros testimonios 75 not idea. Pero el acto generaba un poder indudable a pesar de prove- air, antes que de las armas, de un simple texto. Cabe suponer que la mentalidad indigena, dada a interpretaciones mégicas, no hacia sino confirmar que en esos signos, para ellos incomprensibles, se jugaba su destino de manera irrevocable: para ellos, el mensaje de la letra escrita cra terrible. Es facil acusar de cinismo o de astucia a quien ron y aplicaron el requerimiento como instrumento de conquista «jus- ‘> Lo cierto: quelos espafcles no necstaban, come invasres,o ‘marse tantas molestias: en tierras remotas y lejos de autoridad suy 2 la suya, bien podian proceder sobre a base de la supremaci incon. testable de la fuerza. No lo hicieron asi, sin embargo, y eso prueba cudn intensa era la exigencia moral de apoyar sus actos en otros argu- n, la palabra proferida, la letra escrita. La conquista fue un acontecimiento historic que se desplegé en una vasta conste- lacién de actos verbales y manifestaciones textuales. La crénica std centre las primeras. Critica: Avcina France, José, ed. Indianismo ¢ indigenismo en América, Madrid: poflians Universidad, 1990, seni Mats SATAILLON, Marcel. Erasmo en Espaita: estudios sobre la bistoria espiritual del siglo XVI. México: Fondo de Cultura Econémica, 1950. ” comes Francisco Javier, Jeffrey A. Cour et al., eds. Coded En- counters*. Durand, José. La transformacién social del conquistador. México: Portia, 1952. ‘Liennarp, Martin. La voz...*, cap. I, pp. 26-42. 2.2. Naturaleza de la crénica americana Aunque bien conocida, leida y estudiada, la orémica americana es uuna expresién que presenta una serie de graves problemas que no han sido resueltos del todo 0, a veces, ni siquiera bien planteados. Esas cuestiones son de caracter genético, tipoldgico, hist6rico, literario y cultural. Aqu{ slo cabe un examen rapido y hecho en funcion de su presencia en el marco de msestra historia literaria, no en todos sus de- talles, En primer término hay que tener en cuenta que la crénica es un rebrote americano de un género medieval espafiol, cuyo més famoso 76_historia dela literatura hispanoamericana. 1 antecedente es la Primera crénica general (¢1270-1280?) de Alfonso el Sabio. El propésito de presentar un recuento organizador del proceso 0 acontecer histérico vivido por un pucblo, usando simulténeamente un conjunto de interpretaciones basadas en los historiadores clasicos, a patristica y aun los aportes culturales del mundo must mn y oriental (astronomia, astrologia, cosmologia, ciencias naturales, etc.) guia tanto a la obra alfonsina como a la crénica americana, que noes sino un esfuerzo por incorporar el Nuevo Mundo al cauce histo- riografico de la peninsula; en’ esencia, son parte del mismo proyecto esclarecedor y ordenador. ; Por otro lado, lamamos crénica a un conjunto bastante heterogé- neo de textos; Ia tipologia del género es amplisima y no facili la tarea de definirlo. No sélo las obras que se denominan crénicas (como la Crénica del Peni de Pedro Cieza de Les ) se consideran t sino todas sus otras variedades: cartas, cartas-relaciones, diarios y ‘que, para sefialar que revisan o expanden otras cr6nicas, se titulan his- torias, como la Historia verdadera de la conguista de la Nueva Espaita de Bernal Diaz del Castillo (.2.3.). En intencién, documentacién y ex- tensién hay una enorme diferencia, por ejemplo, entre la breve Carta a la Audiencia de Santo Domingo, de Hernando Pizarro, hermano del conquistador del Peri, Francisco Pizarro, y la Historia del Nuevo Mundo de Bernabé Cobo, obra enciclopédica en tres partes y 43 li bros; pero llamamos crénicas a las dos y a todas las otras que caben dentro de ese vasto espectro. Originalmente, en verdad, las relaciones constituian un modelo retorico bien diferenciado en la tradicién me- dieval, cuyas normas especificas se inspiran en las necesidades legales y administrativas (basadas a su vez en las instituciones romanas); pero, aplicada a contar las cosas del Nuevo Munds, la relacién se ir formando y acercéndose mas al relato autobiogrfico 0 el diario, como en los Naufragios de Alvar Nafiez Cabeza de Vaca 2.3.5,). Quiza ese relajamiento de los usos originales de la relacién ayude a explicar por {qué algunos cronistas propiamente dichos afirman también «hacer re- lacién», lo que prueba la fusién que alcanzaron ambas formas. ‘A exe problema se suma otro, igualmente delicado: la crénica es, por naturaleza, un género hibrido, a caballo entre el texto hist6rico y Elliteratio: es «historia» de intencidn objetiva (0 al menos descriptiva) 3 personal. El hecho de que puedan ser juzgadas desde esas dos distintas perspectivas, hace necesario discerir las cr6- nnicas que, teniendo un alto valor historiogréfico, no son relevantes en tuna historia literaria. Ademas, al estar aquel valor asociado a la nocién El descubrimionto y los primeros testimonios 77 de verdad y al modo de adquirirla, la cuestién epistemolégica que plantean las cr6nicas cambia con el tiempo y con los avances mismos del conocimiento histérico. Pero si estudiamos las crdnicas desde la otra vertiente que ofrecen, es decir, como textos eminentemente litera- rios, el preciso valor historiografico de cada una tiende a ocupar un se- undo plano, porque esta otra lectura privilegia los valores contrarios: el testimonio subjetivo, los entrecruzamientos del recuerdo y la imagi- , el arte verbal con el que se reconstruye una época o un episo ‘ofundidad de su interpretacién de un mundo extratio a la ex- periencia del hombre europeo, etc. Si hacemos esto atenderemos al criterio de conviccién y verosimilitud que aplicamos a cualquier relato ficcional, més que al de la veracidad documental. Las crénicas per ten variedades de enfoque y nos dicen diferentes cosas en diferentes Epocas, lo que bien puede considerarse uno de sus aspectos més valio- sos y cautivantes. : __ Otra cuestién importante esta vinculada al crecido niimero de cr6- nicas americanas que se escribieron, lo que esta asociado al amplio matco temporal de su proceso. Lo primero explica la intensa superpo- sici6n textual que caracteriza a las crénicas de América. Cada cronista recorre caminos ya recortidos por otros y recuenta lo que ya se ha con- tado mas de una vez. Tenemos muchas versiones de lo mismo con mi- nimas variantes, muchas glosas, paréfrasis y verdaderos saqueos de textos ajenos. Lo que aporta un cronista y lo que recoge de otros en su apoyo se entreteje en el testimonio personal a veces de manera inextri- cable. Las crénicas suelen ser un palimpsesto, una materia aluvional que sumerge en el texto otros textos. Un caso eminente es el que pre- senta la Historia general de las Indias de Fernandez de Oviedo, que in- cluye la relacién Descubrimiento del rio Amazonas de fray Gaspar de Carvajal (2.3.2,); lo mismo ocurre con la Verdadera relacton de la con- quista del Pert de Francisco de Xerez, que incorpora otra rela de Miguel de Estete. Este rasgo tiene que ver con el concepto de his- toria entonces dominante, segiin el cual el criterio de autoridad era de- cisivo para juzgar la autenticidad de un testimonio: lo que otros habian dicho antes corroboraba lo que ahora se decia, Para el lector actual, eso puede representar una pesada carga informativa que interfiere con el relato mismo de un cronista, y afecta su valor literario, Pero hay que entender las razones de su presencia, Un elemento clave de la crénica, y que se afiade a su valor testimo- nial, es la intencionalidad del texto, que suele set tan variada como compleja. Las crénicas se escriben por muy diversas razones y estimu- 78. Historia de a literatura hispanoamericana. 1 los, a veces ajenos a un claro designio literario o histérico. Las dispu- tas entre los conquistadores, las rivalidades por tierras o privilegios, el alan reivindicatorio, de justificacién o el franco revanchismo personal de un protagonista lerido por los dichos de otro, juegan un papel muy importante en los usos que el género alcanz6 en el proceso material y espiritual de la colonizacién. No pocas crénicas se esctiben contra ; para vengat agravios o denunciar las fallas, carencias 0 exagera- ciones de un texto anterior. Esto, que puede interferir con la obj dad del texto histérico, es un ‘elemento que enriquece la cré: cuanto refleja la psicologia de su autor y nos permite conocer los en- tretelones de la constante pugna por asociar el nombre individual a la épica de la conquista. Esa presencia del autor en lo que cuenta es una nota caracteristica del género que lo acerca al relato ficcional y en la aque se basa una antigua clasificacién de las crénicas segiin la cercania © credibilidad del testigo-autor: cronistas «de vista» y «de ofdas». La obsesién hispana por la fara y el honor se refleja también en la intencién general de la cronistica. Pero ese factor, que afecta de modo diverso su historicidad, se convierte en un valor de otto orden: nos permite intuir la personalidad del autor, juzgarlo como individuo y como narrador de una historia en la que con frecuencia participa y que siente como propia; es decir, abre para la crOnica una perspectiva en la que lo pasional, lo imaginativo y lo polémico se hacen presentes. Esos toques novelescos, autobiograficos e intimos enriquecen la cronica: brindan el elemento humano y subjetivo que no esti —que no puede estar— en la historia a secas. Se trata de un género cuya flexibilidad textual y capacidad para adaptarse a distintos requerimientos autora- arse. Asi, la crénica se acerca, por un lado, a la natracién testimonial o confesional; por otro, debido a su tema, a la Epica, de la que se presta sus referencias mitol6gicas, sus hipérboles liseBio de sus escenas bélicas La significacién cultural y estética de la cr6nica es, asimismo, de amplisimos registros. Las relaciones y testimonios sobre campafias y ‘expediciones especificas (por ejemplo, la llamada Relacién Sémano- Xerez, de 1528, brevisimo recuento de los dos primeros viajes de Fran- «isco Pizarro al Peri) tienen el valor de haber sido escritas por un pro- tagonista 0 testigo «de vista» de los hechos que se narran, pero poco mis. El fenémeno de la conquista se convierte casi de inmediato en un tema de tanta actualidad, que hasta los més rsticos soldados y aven- tureros de ocasién se improvisan como autores; no les pidamos a sus relatos mas de lo que pueden damos. Gentes mas ilustradas, algunas El descubrimiento y los primeros testimonios 79 con formacién historiogréfica o juridica, escriben crénicas que tienen un tono docto, con citas, referencias y alusiones al saber comin de la época: los historiadores de la Antiguedad, los libros de la Biblia, la pa- tristica, la escoléstica, e] humanismo. La idea que los guiaba era incor- porar el Nuevo Mundo a la étbita de la historia universal y, asf, contri- buit al engrandecimiento de Espaiia. Sin embargo, otros (el gran ejem- plo es Las Casas, 3.2.1) lo hicieron para poner en cuestién la imidad de la conquista y salir en defensa de los indios. La cr ié en la gran tribuna del debate intelectual sobre América. ‘movimiento de las ideas era intenso y la expresién la més ada al propésito, la prosa no dejaba de ser monétona u opaca, tada por el peso de la argumentacién y las autoridades. Segura. mente Francisco Lépez de Gomara (3.2.2.) y Bernal Diaz del Castillo (3.2.3.) —vinculados por el comtin tema de la conquista de México— son los primeros que afiaden a la cr6nica los ingredientes de la elegan: cia formal, el don del relato y el sabor de la lengua castellana; es la convierten en un arte de narrar en el que espejea la conciencia est tica de hombres que vivian el Renacimiento. Esa tendencia se acentua- 4 en los afios siguientes y llegar a su coronacién con la obra del Inca Garcilaso (4.3.1.), que es, sin duda, la expresién mas alta de la crénica concebida como un primoroso objeto artistico. Un géneto como éste, escrito en prosa, llegaré incluso a admitir el capricho de alguno que quiere escribir en verso: Diego de Silva y Guzmédn firmé en 1538 una cronica rimada (su forma es demasiado torpe como para llamarla poe- ma narrativo) sobre el descubrimiento y conquista del Perd. Y lo con- trario también ocurre: la épica de Castellanos (3.3.4.2.) parece mas bien crénica versificada. Por iiltimo, hay que anotar que, si las crénicas son diversas por la intencién, la extensién, la trascendencia del enfoque y su rigor formel, también lo son por el origen racial o cultural de sus autores. Este cti- terio brinda una de las clasificaciones mas corrientes del género: cro- nistas espafioles, cronistas indios y cronistas mestizos. La parcialidad del testimonio sigue en general las inclinaciones naturales a cada gru- po étnico, pero no siempre y no hay que caer en el simplismo de creer que los prejuicios, cegueras y errores estan sélo en un lado al juzgar los hechos de la conquista. La importancia de la crénica indigena y mesti- za no reside en que nos diga necesariamente la verdad, sino en incor- porar una perspectiva y un caudal de informacién que nos permiten acceder a ella. Junto con la «visién de los vencidos» que nos dan los varios testimonios literarios en lenguas aborigenes (2.4.), estas crénicas 80 Historia de ia lite tura hispanoamericana. 1 presentan un material informativo de enorme valor etnol6gico ¢ hist6- rico: su ausencia habria oscurecido para siempre aspectos capitales de Ia conquista y su impacto en el medio y el hombre americanos. La des- ipcidn detallada de la vida cotidiana y de las instituciones indigenas, la interpretacién de su proceso civilizador y, sobre todo, el descifra- jento de sus enigmas lingiiisticos, estan entre sus principales aportes. Siendo la voz de los pucblos derrotados y sometidos a variadas formas de servidumbre, es un testimonio al que traspasa un hondo sentimien de pérdida y nostalgia pot un pasado glorificado como la antitesis del presente; la rebeldia y la protesta indigenas comienzan en ellas @ articularse en espaiiol y a dejar sentir su influencia en las letras colonia- ‘Ala utopia hispana, de tierras ricas puestas al servicio del Rey y de a Iplesia, los cronistas de sangre indigena oponen otra utopia: la de pueblos que fueron grandes y atraviesan ahora por un periodo oscuro para volver a renacer, mas grandes todavia, en el futuro. Esas utopias, como la del «lnkarti» .2.4.3.) alimentan todavia hoy la imaginacién de Jas comunidades nativas de América; en ellas, profecia. No hay cronistas més distintos que el Inca Garcilaso y Gua- ‘man Poma de Ayala (4.3.2.),y sin embargo ambos representan las ma- nifestaciones mas importantes dentro de esta vertiente: uno por el equilibrio de su visién, el otro por la pasién urgente de sus demandas. Critica: Baunor, Georges, Utopia historia en México, Los prinras crntstas de lag. 83. uilizacién mexicana (1520-1569). Madtic: Espasa Calpe, Esreve Basta, Francisco, Historiografia indiana, Madrid: Gre‘ GonzALez EcHevarnia, Roberto. «The Law tarios». En Myth And Archive*, pp. 23-92. GxeENBLAT, Stephen. Marvelous Possesions: The Wonder of the New World, Chicago: University of Chicago Press, 1991 Muxeay, James C. Spanish Chronicles of the Indies* MiGNous, Walter. «Cartas, crénicas y relaciones del descubrimiento y la con igo Madrigal, ed. Historia...*, vol. 1, pp. 57-116. 4 0s de la conguis- de Lectores, 1986. pp. 6-50. Puro.WatKex, Enrique, Historia, creacin y profecta en los textos det Inca Gar- cilaso de la Vega. Madrid: Pornia Turanzas, 1982. Tovorov, Tzvetan, La conguista de América, la cuestion del otro glo XXI, 1987. El descubrimiento y los primeros testimonios 81 23. Los cronistas de la primera parte del siglo xv1 Los cronistas de mayor importancia en este periodo son persona- ue estan directamente asociados a la empresa del descubrimiento (Colén) y ala conquista y exploracién territorial (Cortés, Nifiez Cabe- za de Vaca), y sus testimonios toman la forma de cartas, relaciones 0 diarios que ofrecen recuentos de campajias o aventuras especificas. Pero aparecen también las primeras manifestaciones de la cr6nica pro- piamente dicha, con una intencién més abarcadora y reflexiva sobre las cuestiones planteadas por el someti i nes, la evangelizacién y el proceso ini ico y riguroso, hay un grupo de singular importancia: las que es- criben los primeros franciscanos espatioles llegados a México en 1524 y que inician la investigacién, estudio y descripcién etnol6gica del Mé- xxico antiguo (2.3.4,). Lo que sabemos hoy de éste se debe en buena parte a ese esfuerzo de los frailes evangelizadores. El tema del Nuevo Mundo empieza a ser una preocupacién fundamental de la historio- grafia de la época, y refleja una clara orientacién humanista. El fend- meno puede contemplarse desde dos perspectivas: desde la peninsu Jar, supone una profunda renovacién del género tal como se lo practi- caba entonces en la metr6poli; desde la del Nuevo Mundo, es el comienzo de nuestra incorporaci6n al cauce de las letras, la historia y el pensamiento occidental. Son los primeros textos americanos. REGION CARIBENA 23.1. Cristobal Colon y sus «Diarios» La célebre fecha del 12 de octubre 1492 no s to en que los conquistadores inician su larga y dificil empresa de do- minio, sino que también cortesponde al dia en que Cristébal Colén (1451-1506) da, en su Diario de viaje, el primer testimonio escrito en espafol sobre el hombre americano: «...conoci que era gente que me- jor se librarfa y convertiria a nuestra santa fe con amor que por fuer- 2a». El descubrimiento de un continente ignoto y el primer acto litera- rio que lo registra son simultaneos y, de hecho, son las dos caras de un mismo fenémeno: la entrada de América a la drbita de Occidente. Pero aunque los origenes de la literatura hispanoamericana parecen 82. Historia de la teratura hispanoamericana. 1 establecer cronolégicamente, el asunto, como hemos visto : no sélo Ja tradicién hispdnica tiene que asentarse sobre un sust ici olo- pias e imagenes de raiz indigena, sino que éstas siguen evolucionando 4 pesar de la hegemonia literaria espafiola, y terminan por asimilarse a lla como formas mestizas. El mestizaje cultural es un fenémeno de trascendental importancia que atraviesa, como una corriente subterré- nea, el proceso secular de nuestra literatura, La conquista no sélo cam- bia radicalmente a América: América, con 3 herencia indigena y sus reelaboraciones mestizas, cambiaré también la conciencia de Espafia y Iavisidn de su historia y cultura, al asegurar su expansién territorial, su sgrandeza econémica y su destino espiritual. América es el mayor acon- tecimiento del siglo xv. Hay que recordar también que el comienzo del dominio espaiiol en este continente es slo parte de un fenémeno ‘nis vasto: cl impulso del hombre europeo por hallar nuevas tierras en las zonas periféricas de su cultura —Africa, Asia y otros territorios re- ‘motos—, que es el origen del colonialismo tal como lo hemos conoci- ‘do —con sus hazaiias, sus aventuras y su violencia devastadora— has- ta el presente siglo. El aspecto geopolitico y moral de este fenémeno no es nuestro tema especifico, aunque esta asociado a él y aqui no ha- cemos sino dejario anotado. Pero volvamos a Colén, nuestso descubridor y nuestro primer es- critor. Colon es un personaje célebre y discutido sabre el que realmen- te no sabemos mucho de seguro y sobre el valor de cuya hazaiia se si- gue discutiendo. Aunque la mayoria lo considera italiano, de origen fenovés, varias teorias (algunas completamente infundadas) se han laborado para establecer cudles fueron su aacionalidad y su lengua matema. Colén ha sido, a lo largo de los siglos, un hombre con mu- has patrias; asi ha habido defensores atdientes de un Colén castella- no, gallego, portugués, etc. Lo mas probable es que este genovés haya tenido raices judeoespafiolas; como consecuencia de las persecuciones ‘fines del siglo x1v, muchas familias sefardies huyeron a Génova, y es posible que la de Col6n haya sido una de ellas. Esto explicaria dos co- sas importantes: primero, que la Jengua en que Colén escribe sea la castellana (penetrada por numeros0s italianismos); segundo, que nun- ca haya escrito en italiano pese a sa origen genovés (tampoco aprendié el portugués aunque pasase diez afios en ese reino). Es decir, Colén mantuvo tercamente su filiacién castellana y asi lo demmuestran el uso de esta lengua en sus escritos y la fisonomia propia de su cultura. Colén realizé cuatro viajes a las tierras que habia descubierto. De El descubrimiento y ios primers testimonios 83 todos los documentos que esas travesias provocaron, el de mayor im- portancia es, por cierto, el Déario correspondiente al primero, aunque las breves relaciones sobre los otros (realizadas en 1493, 1498 y 1503, respectivamente) asi como sus Cartas a los Reyes Catélicos, no carecen de interés. Conocemos el Diario y la relacién del tercer viaje gracias a las transcripciones, literales, sintetizadas © parafraseadas, que hizo Fray Bartolomé de Las Casas (3.2.1.) en su Historia de las Indias, con anotaciones suyas. La del segundo viaje no es de mano de Colén: la es- cribié en latin Pedro Martir de Anglerfa (2.3.6.)y es paralela a otro tes- timonio jismo viaje, el del médico sevillano Diego Alvarez Chan- ca, que acompaiié a Colén, encargado por los Reyes Catdlicos de des- ctibir la naturaleza del Nuevo Mundo; la del cuarto, dictada por el descubric Hernando, se conoce a través de copias hechas J6n no era un escritor y quizé tampoco un verdade- €poca; era un gran navegante y un ambicioso aventu- circunstancias empujaron a escribir sobre las tierras que descubri6, sobre los aspectos jutidicos y econdmicos de su empre- sa, sobre la misma importancia de ésta cuando fue puesta en discu- sign. Si sus textos no lo revelan como un estilista y si su prosa es lana yen muchos pasajes monétona y meramente informativa, hay que re- conocer también que su tema, sobre todo en el Diario, dificilmente puede ser més fascinante: nada menos que la descripcién de un mun- do inédito, completamente distinto del entonces conocido. Lo intere- sante es advertir que las virtudes descriptivas de Colén eran, a pesar suyo, menos grandes que las imaginativas, y que a la América que ve incorpora constanmtemente la cosmogonia y los paisajes exdticos que conocia como lector del Libro de las profecias de la Biblia y los Viajes de Marco Polo; sabemos que el descubridor trajo estos textos en sus viajes y conocemos sus anotaciones al segundo. ‘Mis que la realidad objetiva del continente americano, tenemos una interpretacin muy personal y sugerente de ella; esa interpetraci6n esti hecha de datos empiricos, creencias medievales e imagenes fabu- losas. Una de las palabras que més repite Colén cuando las demés le fallan, es «maravillay:todo (fauna, flora, seres humanos, geografia, po- blaciones) lo asombra y, al mismo tiempo, todo le parece confirmar sus ideas preconcebidas al partir de Espafia y su conviccién de que su ruta lo llevaria al reino de Cipango (Japén) o a las costas orientales del Gran Khan, o sea la India (Io que explica el nombre de «Indias» que se us6 para designar el nuevo continente). 84 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 ‘Auncen sus dos tiltimos viajes, mientras navega por las Antillas y el Caribe, sigue Colén aferrado ala idea de que, en efecto, esta recorrien- do los reinos de Catay y la Cochinchina. Asi, su tercer viaje no lo con- vence de que la tietra sea realmente redonda: contradiciendo a «Tolo- ‘meo y los otros sabios, afirma que la forma del mundo se parece a la de una pera «que tuviese el pezén muy alt..., 0 como una teta de mu jet en una pelora redonda». Abrumado por lo que sus ojos contem- plan, Colon prefiere verlo 0 reenfocarlo con los ojos de su imaginacién yysu cultura; cuando una realidad no puede ser comprendida racional ‘mente, la adapta y deforma hasta que se parezca a algo familiar, y este proceso lo pone mas cerca de la literatura que de la histori dad es un estimulo que despierta (0 hipnotiza) los sentidos, el recuer- do y la fantasia. Los escritos de Colén abundan en analogias, asocia- ciones y. , que le permiten tréducir el mundo que tiene ante st: el intenso verdor del paisaje tropical Je trae a la memoria el que se ve «en I mes de mayo en Andalucia» o «como en abril en las huertas de Va- lencia»; durante la exploracién de la Isla de la Tortuga oye la palabra «Caniba» (caribe o caribal) y resuelve «que no es otra cosa que la gen- te del Gran Can, que debe aqui ser muy vecinoy; las tribus regidas por cl sistema del matriarcado lo hacen pensar en las Amazonas; compara las tiquezas de la Isla Espafola (en la actualidad, Haiti-Reptlica Do- minicana) con las minas del Rey Salomén, etc. Hay ua aura de idealizacidn en todo, que se debe tanto a la natu- ral exaltacion al relatar su propia empresa (con el propésito de asegu- tarse el apoyo y la comprensién de los Reyes Catélicos), como a la vi- sién providencial que de ella tenia: estaba previsto que la civilizacién cristiana llegaria a estas tierras para rescatar a sus gentes de la ignoran- Cia de Dios. En los indios desnudos e incapaces de leer, el Almirante ho ve exactamente una raza de pecadores excluidos de la redencién, sino la humanidad anterior a la caida, viviendo en un estado de ino- cencia paradisiaca. A pesar de su posterior encuentro con pueblos hostiles y antropéfagos, y aunque da crédito a la existencia de «hom- bres de un ojo y otras con hocicos de perros», la impresién colombina dela inocencia indigena prevalece en el primer viaje; leemos en el Dia- rio: abllos no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el fil, y se cortaban con ignoranciay. Los indios, ade- mis, son «todos de buena estatura, gente muy hermosa, los cabellos crespos..;y los ojos muy hermosos y no pequerias;y de ellos ninguno prieto, salvo de la color de los canarios...», En sit tercer viaje cree fandat cerca del Ganges y, siguiendo a los tedlogos catélicos, toma eso El descubrimiento y las primeros testimonios 85 como wn indicio seguro pata afirmar que en estas tierras, precisamen- te «alli donde dije {estd] el pezén de la pera», debié estar el Paraiso Terrenal. El Nuevo Mundo es, pues, un escenario fabuloso donde se reavivan las antiguas utopias y las mitologias europeas: América reali- za el suefio de Occidente. La idea renacentista del «buen salvaje, ese modelo human y vicios de la sociedad que luego retomara do por el indigenismo doctrinario del siglo xx, tiene en el descubrimiento de América una fuente inagotable de inspiracisn y de sustento teérico. Sin embargo, se ha dicho, con razén, que Colén, y en general el conquistador espafiol, era un hombre més apegado a los moldes me- dievales que a as corrientes que anunciaban e} Renacimiento; mas cer- ca del espiritu de las cruzadas y las novelas de caballerias que del hu- manismo erasmista —a pesar de ser ellos quienes verdaderamente es- taban inaugurando los tiempos modernos. Su contextura psicoldgica y &tica es tradicional y con ciertas tendencias retrdgradas. La mentalidad del descubridor bien podia entretenerse con visiones paradisiacas del los prejuicios de Colén son visibles en sus Diarios y cartas; en €l, para- djicamente, la codicia y el misticismo evangelizador se dan la mano y constituyen las dos caras de un mismo empefio. En sus tratos con los naturales de las islas que acaba de descubrir, nos dice que «estaba atento y trabajaba de saber si habia oro»; y al ver que ellos llevan ador: nos del precioso metal, sus fantasias asiiticas vuelven a despertarse: «aqui nace el oro que traen colgado de Ja natiz, mas, por no perder tiempo, quiero ir a ver si puedo topar a la isla de Cipango». Esta obse- si6n que guia sus pasos en el nuevo continente, se transparenta en el fino agitado y emocional que a veces alcanzan sus anotaciones en el aro: son estas islas muy verdes y frtles y de ares muy dllces, y puede haber cosas que yo no sé, porque no me quiero detener para calar y andar muchas islas para hallar oro. Y pues &tas dan asi estas sefas.. x6 puedo errar con la ayuda de Nuestro Sefior, que yo no le halle adonde nace. . La misma confianga lo mueve a decit que, aprendiendo la lengua de los naturales y adoctrinados por «personas devotas religiosas», to- dos «se tomatian cristianos, y asi espero... que Vuestras Altezas se de- 86 Historia de la iteratura hispanoamericana. 1 terminarén a ello con mucha diligencia». El aspecto material y espiti- tual de la conquista quedan aqui sefialados como los méviles rectores de la empresa: una dualidad que muchas veces entratia en contflicto y desgarraria la conciencia de Espaiia. En estas palabras del descubridor debe verse la primera justifica- cién de la vasta campafia evangelizadora. La imagen de América ‘como una tierta promisoria, grandioso escenario de una nueva Cruza- day repleta de riquezas y maravillas, tiene en Colén al verdadero fun- dador de una larga tradici6n de las letras americanas. El principal ve- hiculo de esa tradici6n, seran las crénicas, género que se inicia con sus Diarios. ‘Textos y critica: Las Casas, Fray Bartolomé. El diario del primer y tercer viaje de Cristdbal Co- Jin (Obras completas, vol. 14, ed. Consuelo Varela). Madrid: Alianza Edi- torial, 1989, . Cristobal Colén. Madrid: Historia 16-Quorum, 1986. ‘Axwanz Manguez, Li fnpez PIAL ! Colén, Madeid: Austral, ‘MENENDEZ Prat, Ramén. La lengua de Cr 1942. Murray, James C. Spanish Chronicles of the Indies*, pp. 30-54. Pascon Box, José. La imaginacién del Nuevo Mundo, México: Fondo de Cultura Econémica, 1988. 23.2. Laobservacién del mundo natural y el providencialismao catélico de Ferndndez de Oviedo El primero entre los cronistas en intentar una visién de conjunto, una recopilacién enciclopédica de todo lo visto y conocido entonces ‘en América, es Gonzalo Fernandez de Oviedo y Valdés (1478-1557). Este hidalgo madrilefo, letrado y humanista con formacién italiana, lleg6 a América con la expedicién de Pedrarias Davila en 1514, como funcionatio del Rey. Aunque, desde entonces, viajara continuamente centre Espafia y América, su experiencia indiana es el aspecto funda- mental de su vida, Esa experiencia gira alrededor de sus diversos car- gos y responsabilidades en el Davién, el Caribe y Nicaragua, y de sus constantes pugnas con el implacable Pedrarias Diva; su contacto con la cultura y la naturaleza de esa area geogréfica, ¢s visible en una obra El descubrimiento y los primeros testimonios_87 que, en realidad, desborda tales limites. Hombre ambicioso y dado a buscar reconocimientos, dividié su tiempo entre las actividades admi- nistrativas y la preparacién de sus cronicas, que le permitirian asegu- rarse los favores a los que creia tener derecho. Prueba de eso es que, cuando en 1532, Carlos V le otorga el cargo puramente honorifico de cronista de Indias, él lo toma como un nombramiento de cronista ofi- cial, designacin que sigue atribuyéndosele. La obra escrita del autor es muy vasta y variada, pues va desde la traducci6n de una novela de caballerias (Claribalte, 1519) hasta obras moralizantes y genealégicas; solo parte de su obra histérica tiene rela- cidn con América. Las dos piezas fundamentales de esa porcién son el Sumario de la natural historia de las Indias, publicado en Toledo en 1526, y la vastisima Historia general y natural de las Indias, compuesta en 50 libros, cuya primera parte (19 libros) aparece en Sevilla en 1535 con el titulo de Historia general de las Indias. El autor siguié escribien- do la obra en Santo Domingo (36 capitulos del Libro 20 aparecieron cn Valladolid, en 1557, poco después de su muerte). Sin duda, por in- fluencia de Las Casas —segtin nos informa Gémara (3.2.2.)—, la pu- blicaci6n del resto (Libros XXI al L) no fue permitida; la primera edi- cidn completa de la obra sélo aparecié entre 1851 y 1855. En realidad, el Sumario... es el anuncio o adelanto de la Historia general, escrito para satisfacer la curiosidad de Carlos V. Si ésta es una especie de en- ciclopedia scelanea sobre Ia realidad americana, el Sumario es su catdlogo o indice. ‘Ambas obras prueban que, més que en la historia misma, el interés del autor estaba en la descripcién naturalista de América; son valiosas sobre todo por la informacién etnografica que brindan. Femindez de Oviedo estaba dotado para ello porque era un observador minucioso y curioso, apasionado por la nueva realidad que encontraba en Amé- rica. El suyo es el primer esfuerzo orgénico de catalogacién de la fau- na y la flora americanas, segtin los lineamientos de Plinio, cuya Natu- ralis historia esta evocada en ambas obras del historiador indiano. Pero, aun queriendo ser rigurosas, las descripciones del autor no son siempre frias ni tediosas: reflejan su fascinacion por objetos nunca antes vistos y ni siquicra sofiados. Lo mas simple podia ser descrito como algo maravilloso. Por ejemplo, hablando en el Sumario... del co- lorido de los papagayos dice que es «cosa mas apropiada al pincel para datlo a entender que no a la lengua (Cap. XXIX); y afirma que los murciélagos (en verdad, los vampiros) tienen una singular propiedad: «...si entre cien personas pican a un hombre, después [al la siguiente 88 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 Or eee ee ee nnenenee otra no pica el murciélago sino al mismo que ya hubo picado» (Cap. XXXV). El juego de comparaciones y contrastes con lo conocido por elector espafol, no hace sino subrayar el novedoso interés del objeto; como en el caso de Colén (supra), la capacidad para imaginar con los ojos abiertos sucle ser mas cautivante que su registro de la realidad como tal. Y en la Historia general... incorpota a veces detalles de su propia vida al relato y los envuelve en Ja misma aura fantasiosa de su observacién americanista; asi, recordando lo que ley6 en Pero Mexia y Plinio, nos cuenta que su esposa Margarita de Vergara nunca escupi6 mientras vivid y que, tras un mal parto, encaneci6 por completo en tuna noche (Libro VI, cap. XXXIX). Gracias a su esfuerzo descriptive y nominativo, América empieza a existir como un mundo que, siendo real, no deja de ser fabuloso; esa vision de grandeza se convertira en un gran motivo literario que recogerin, mucho después, autores como Bello (7.XX) y Neruda. Muy discutida ha sido, en cambio, la actitud del autor frente a los indios, de cuya naturaleza humana, calidad moral y capacidad para el trabajo tenia, en general, una pobre opinién, lo que lo enfrento inevi- .blemente con Las Casas (3.2.1.). Su prejuicio antindigena es muy vi- sible en la Historia general..: acusaba a los naturales de terribles defec- tos y fallas morales, y especialmente lo indignaban la idolatria y la prietica de la sodomia, el «pecado nefando» que horrorizaba a los es- paiioles. Los indios tenfan otros muchos vicios y tan feos, que muchos dellos, por su torpeza y fealdad, no se podrian escuchar sin mucho asco y vergiienza, ni yo los podria escrebir por su mucho némero y suciedad...ademés de ser ingratisimos e de poca me: ‘moria € menos capacidad... (Libro III, ap. VD. Pero es cierto también que, conforme avanza su enorme obra, pue- de notarse un cambio en el pensamiento del autor: el indio empieza a parecer como una victima de la codicia y Ia inesctupulosidad de con- quistadores y doctrineros, a quienes condena abiertamente: «los cris- tanos los cargaban ¢ mataban, sirviéndose dellos como de bestias» (Libro 1V, cap. X1). Esta magna obra confirma lo que hizo ver el Sumario: el interés del autor por el mundo natural no es pura curiosidad cientifica o intelec- tual, sino un modo de hacer la alabanza de Dios como creador y asi inscribir el descubrimiento de América a un designio providencialis- ta; el mundo natural y el sobrenatural, la observaci6n cientifica y la es- El descubrimiento y los primeros testimonios 89 peculacién filos6fica son dos 6rdenes de un mismo proyecto. La vi sién de un catolicismo universal y de un grandioso imperio espafiol encargado de realizarla, encendian su entusiasmo, lo cual puede ayu- dar a explicar sus rencillas con Las Casas. El pueblo espafiol le pare- el nuevo pueblo elegido y estaba orgulloso de ser uno de ellos. Ese ismo lo convence de que los mismos abusos y males de la con- quista que critica, son meros accidentes, lunares en el rostro del gran proyecto. Para él las conquistas de México y el Pera, siendo notables hazafias, son solo episodios o escalones en un plan ecuménico que abre una nueva era en los tiempos modernos. Esa fe ciega en un orden politico y espiritual regido por Castilla, es el impulso que orienta la vi- sign hisi6rica del autor, el origen de sus errores y sus aciertos. Con Oviedo, América empieza a cumplir un papel esencial en el curso de lahistoria universal. a Historia general... es tan vasta y abarcadora que incluye una del famoso urvajal (1500-1584), 1894, Carvajal adorna su descripcién de la fascinante aventura (1541 1542) con pasajes de pura fantasia, en Jos que se mezclan mitos paga- nos y creencias cristianas, como en el pasaje en el que converte a las matriarcas de un pueblo indigena en auténtieas amazonas, y aquel otro en el que un ave milagrosa se pone a cantar repetidamente «Huid» para alertar a los espafioles de una emboscada. Textos y critica: FERNANDEZ DE OviEDo, Gonzalo. Swmario de la natural bistoria de las Indias, Ed. de Manuel Ballesteros. Madrid: Historia 16, 1986. Historia general y natural de las Indias. Est. prelim. de Juan Pérez de Tudela Bueso. 4 vols, Madrid: Biblioteca de Autores Espafioles, 1959. (sae, 117-120). ‘Anocens, Luis A. «Gonzalo Feminder de Oviedo». En Carlos A. Solé, ed.*, vol. 1, pp. 11-16 BaLLesteR0s, Manuel. Gonzalo Fernéndex de Oviedo, Madrid: Fundacién Universitaria Espafiola, 1981. 90 Historia de literatura hispanoamericana. 1 ore eee ee nm Genat, Antonello. La naturalezs de las Indias Nuevas. De Cristébal Colén a Gonzalo Fernéndez de Oviedo. México: Fondo de Cultura Econémica, 1978. Tovesia, Ramén. Cronistase bistoriadores de la conquitta de México*, 1942, pa- ginas 79-93. O'Gorman, Edmundo. Cuatro bistoriadores de Indias. Siglo XVI. México: ‘Alianza Editores Mexicana, 1989, pp. 41-67. . Roorfcvez, Ligia. «El indio en la Historia general de Femnindex de Oviedo: re visin y reivindicacién». En Sonia Rose de Fuggle, ed.*, pp. 41-49. REGION MEXICANA. 23.3. Las Cartas de Cortés Hasta que no llegan a la meseta mexicana y se encuentran con el esplendor de las diversas culturas mexicas, los espafioles no tenfan idea de la magnitud de su tarea como conquistadores; el sojuzga- miento del imperio azteca les permitird descubrir la realidad y la promesa que aquélla encerraba, El gran protagonista de esa hazafia y su primer escritor es Hernan Cortés (1485-1547). A la vez persona, personaje historico y tema literario en las letr Cortés es un caso de gran complejidad psicol6gi a y politica sobre el cual hay pocos acuerdos y una perenne discusién. No pode- mos aqui tratar el asunto en todos esos aspectos, sino en el que inte- resa ala historia literaria: el de Cortés como autor de las Cartas de re- lacién y otras epistolas. Por su formacién y experiencia, es un hom- bre que ejemplifica la transicién del mundo medieval al del Renacimiento. Decir que fue el conquistador de México es exacto, pero la afirmacién deja afuera el otro aspecto, pertinente a lo que ahora consideramos: México transforma profundamente a Cortés, dandole una nueva visién de si mismo y una autoridad moral y ma- terial que lo convertirén ademas en un escritor, el primer escritor po- -0 cuyo tema es América ; [Lo que més impresiona en sus Cartas... es el riguroso designio que muestran, el propésito deliberado de informar, convencer y lograr fi- nes concretos mediante el tratamiento de ciertos temas y el uso de cier- tos recursos escriturales. Por definicién, una «carta de relacién» com- bina dos actitudes: la epistolar, que le permitia al autor hablar dé mismo y emitir opiniones subjetivas la relatoria, cuyo valor es mas of cial y equivale aun documento legal que certfica la verdad y la escla- Eldescubrimiento y los primeros testimonios 91 rece, apoyada en datos objetivos. Cortés, que dictaba las cartas a sus secretarios y luego cuidadosamente las revisaba, es, por lo general, un escritor sereno, reflexivo, casi frio, cuyo testimonio contrasta vivamen- te con el de Diaz del Castillo (3.2 3.). Alfonso Reyes aludié a su «ma- nera solazada y lenta» que parece vaciar a su propia empresa de toda carga pasional, quizé consciente de que las cartas eran documentos piblicos, Mas que a los detalles de la realidad fisica, presta atencién a las instituciones sociales y politicas indigenas, sobre las que quiere im- poner el molde de ls instituciones y costumbres espafiolas, pues el ¢s- tablecimiento de esas normas de civilizacién completaban la fase bé ca de la conquista. Cortés documenta el comienzo de la organizacién ridica, econémica, social, politica) del Nuevo Mundo se- agiin las normas del Viejo, y asi la justifica como parte de un vasto pro- yecto imperial que él cabalmente encama. Las Cartas. tienen como destinatario al recién elegido Carlos V y estan unificadas por la defensa que Cortés hace de su obra puiblica ante él y por el afan de fijar su papel ante la posteridad (detallando triunfos y fracasos), pero cada una tiene un propésito especifico. Son cinco estas cartas los temas que tratan con casi absolutamente contemporaneos, pues abarcan hechos ocurridos entre 1518 y 1526. La segunda, tercera y cuarta fueron publicadas sucesivamente a partir de 1522, pero las otras quedaron inéditas durante mucho tiempo, pues a partir de 1527 se prohibié la circulacién de las cinco cartas como consecuen- cia de los preparativos para el juicio de residencia que se le seguiria en 1528. La primera esté escrita en Veracruz y trata, en un tono enteramen- te oficial y autojustficatorio, de las dos expediciones a México ante- riores ala suya, su campaiia y su obra de gobierno en ese lugar y las ra- zones de su ruptura con el gobernador de Cuba, Diego de Velézquez, que entrafia una verdadera rebelién y que seré la fuente de las desven- turas politicas del conquistador. El fuerte sabor administrativo de la carta quiai se deba a que posiblemente no provenga integramente del propio Cortés. La segunda, fechada en 1520, es una exposicion mis personal de su campafia militar, sus tratos con Moctezuma y su mar- cha hacia Tenochtitlan, incluyendo la famosa descripcicn de la ciudad, y los célebres episodios de la destruccién de las naves y la Noche Tris- te. Cortés la aprovecha también para plantear cuestiones relativas al mejor gobierno de México y a su autonomia como una comunidad de ultramar, La tercera (1522) es, junto con la quinta, la més extensa: 92_Historia de la literatura hispanoemericans. 1 cada una supera las cien paginas. Relata el asedio militar sobre Te- nochtitlén, la resistencia indigena, la destruccién de la ciudad y la fun- dacién de la Nueva Espafia. Se considera que estas dos son las mas im- portantes de todas, las més literarias tal vez, pues en ellas Cortés pare- ce dejarse dominar al fin por la carga emotiva de los hechos que protagoniza; a su vez, la tercera es la mas politica, porque el conquis- tador astutamente se presenta a si mismo como el gobernante ideal de la provincia. La cuarta (1524) trata de sucesos que coinciden con el apogeo del poder politico de Cortés (Capitan General, Justicia mayor y Gobernador son los titulos que habia acumulado) y describe todos sus esfuerzos por organizar, pacificar y expandir los territorios bajo su mando, La quinta y tilima contiene informacién sobre su desastrosa expedicién a las Hibueras (Honduras), episodio que se complica por- que simulténeamente ocurren levantamientos entre sus hombres y de- sérdenes en México debido a la tensa relacién entre sus oficiales y la Audiencia; cuando la escribe, ya ha sido despojado de su titulo de Go- bernador y sometido a juicio de residencia, pot lo que la carta termina con un patético pliego de descargos. Este soldado extremefio habia estudiado un par de afios en Sala- manca, sabia latin y conocia bien la ciencia juridica. Sus textos estan llenos de citas clésicas, biblicas, de la historia universal, de las novelas de caballerias y el romancero. Cortés era indudablemente un hombre culto y escribfa como tal. Sus Cartas... son lo mas valioso del conjunto de la obra escrita de Cortés (ordenanzas, instrucciones, memoriales, cédulas reales), pero leer las otras que escribic a Carlos V en diferen- tes circunstancias y por diversas razones, permite ver mejor la evolu- cién psicolégica que sufre el autor gracias a su experiencia americana. La transicién que lo lleva de militar en campana a estadista experi- mentado y forzado luego a defender sus actos, se aprecia si se compa- ran las primeras Cartas... con las otras y el resto de su epistolario. En la ‘itima misiva que le escribe al Rey en 1543, hay un grado de tristeza y pesimismo de hombre acosado, que se refleja en expresiones como: «(silo que yo acrecenté lo hubiera visto Vuestra Majestad para que no se destruyera, como se ha destruido y destruira en tanto que se guiare como se guia!» o «a contarseme los vasallos de la manera que se man- daba yo quedaba un pobre romero». Aunque el natural impulso de Cortés a velar sus sentimientos lo domina cuando escribe, el mismo afin de guardar el decoro cuando tantas cosas piiblicas y privadas lo agobian, puede ser revelador de_los entresijos de un espiritu dificil y contradictorio. El descubrimionto y los primeros testimonios 98 Textos y critica: Corts, Hemén, Cartas de relacién. Ed. de Angel Delgado Gomez. Madrid: Castalia, 1993. BATAILLON, Marcel. Herndn Cortés: autor probibido, México: UNAM, 1956. Touesia, Ramén, Crontstas ¢ historiadores de la conquista de México. El ciclo de lernan Cortés. México: El Colegio de México, 1942, pp.17-69. . “MaxriNnez, José Luis. Herndn Cortés. México: uNas-Fondo de Cultura Econé: mica, 1990. Pastor, Beatriz. Discursos narrativos...*, pp. 76-167. «. Si se compara su Historia general. con la Historia de las Indias de Las Casas, que trata acontecimientos semejantes, se apreciara la enorme diferencia en favor de Gémara, Con frecuencia, el atildado cronista se permite excursiones por el terreno de lo anecdstico y curioso, capta- do con una mezcla de buena observacién y fantasia, como puede ver- se en sus digresiones sobre cémo «las bubas [siflis] vinieron de las In- dias» (Cap. XXIX) o sobre la entretenida historia de un manati do- mesticado por los indios que «salia fuera del agua a comer en casa> (XXxXI) Textos y critica: Lovez ve Gowana, Francisco. Historia general de las Indias y Vida de Herndn Cortés. Ed. de Jorge Gurtia Lacroix. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1979. Historia de la conquista de México. Ed. de Jorge Gurtia Lacroix. Ca- racas: Biblioteca Ayacucho, 1979. Tours, Ramén. Cronistas ¢ historiadores de la conquista de México’, pigi nas 97-159. Pownas Bannencries, Rad. Los cronistas del Peri*, pp. 190-198. : El primer renacimiento en América 133. 3.23. Vitalidad de la historia en Diaz del Castillo Sien cultura y erudicién, Gémara aventajaba largamente a Bernal Diaz del Castillo (14962-1584) lo supera por la inmediatez de su test monio: fue uno de los soldados de Cortés y asi la caida de Mé co-Tenochtitlin, que Gémara jamas piso; y esctibe a partir de expe- riencias directas y recuerdos personales. Hay que aclarar, sin embargo, que Bernal es, como el Inca Garcilaso (4.3.1 9 tardio, pues redacta a buena distancia de los hechos mistos: empezé a componer su obra en Guatemala al parecer hacia 1545. La redaccién le llevo unos 30 afios (el autor remiti6 a Espafia su manuscrito hacia 1575) y crénica fue publicada, bajo el titulo de Historia verdadera de la con- quista de la Nueva Espafia, s6lo en 1632. También hay que advertir que del texto de la crénica existieron tres distintos manuscritos (el prime- 10, conocido como el manuscrito Remén, se ha perdido) y que en él y los otros dos (el que se encuentra en el Archivo de Guatemala y el de la Biblioteca Nacional de Madrid) hay supresiones ¢ interpolaciones de mano ajena; los investigadores han afiadido sus propias teorias y id de uno u otro. manuscrito. La dificil cuestién solo se menciona aqui para prevenir al lector sobre la azarosa historia textual de la crénica, que se suma a la de su prolongado proceso de redaccién. Nacido y criado en Medina del Campo, el autor lego a América hacia 1514, al parecer entre los hombres que sirvieron a Pedrarias Da- vila, Gobernador de Tierra Firme. Los datos que el autor da sobre este episodio de su vida, igual que sobre su participacién en las expedicio- nes a México anteriores a Cortés, son a veces confusos y han sido tam- bién discutidos. Pero de lo que no cabe duda es de su importante ipacién en la expedicion cortesiana de 1519 y de que presenc caida del imperio azteca. Aunque, como se dijo mas arriba, Bernal re- cordard y escribir todo esto muy tarde, el gran mérito de su Historia verdadera... ¢s el de crearnos una imborrable sensacién de inmediatez y cercanfa a los acontecimientos que narra. Su enfoque es desenfada- ‘damente personal, en vivo contraste con las Cartas de Cortés, que tratan de evitar referencias de ese tipo. (Las obras de Cortés y de Ber- nal estan estrechamente ligadas y pueden leerse como complement el segundo agrega lo que el primero no pudo o no quiso relatar) Es bueno recordar también dos grandes estimulos que tuvo Bernal para iniciar o culminar la redaccién de su obra: primero, el afin de destacar su participacion y la de otros compafieros en esa campaiia 134 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 que, en la version cortesiana, est4 oscurecida o ausente; segundo, el de corregir los errores de informacion y ria general de las Indias... de Gomara viva reaccin que no oculta en su propia crénica: tomé a leer y a mirar las razones y pliticas que el Gémara escribié, y vi desde i principio y medio hasta el cabo no llevaba buena relacién, y va muy contra rio de lo que fue y pas en la Nueva Espaiia.. Pues de aquellas grandes matan- zas que dice que haciamos, siendo nosotros obra de cuatrocientos soldados los ue andiibamos en la guerra, que harto teniamos que defendemes que nos ma- tasen o llevasen de vencida; que aunque estuvieran los indios atades, no ramos tantas muetes como dice que hicimos; que juro jamén!, que cada tabamosropando a Dios, ya nuestra sefiora no nos desbaratasen (Cap. XVII). El primer estimulo también se deja notar en su crénica cuando ex- presa su descontento con las encomiendas y cargos administrativos re- cibidos, que le parecen siempre menores a sus reales merecimientos. Este aspecto autojustificatorio ha dado origen a criticas sobre su exce- aa vanidad y ambicio meéritos y servicios preparada por Bernal, parece confirmar esas versio- nes. Es cierto que hay un tono contencioso y laudatorio en varios pa- sajes de la crénica, pero esta clase de actitudes no es rara en el género de las cronicas y se confunde con el gran motivo literario de la época: la defensa de la honra y el buen nombre personal. En el caso de Ber- nal, hay que decir que, si por un lado, esa actitud pone en cuestién al- gunos de sus juicios hist6ricos, por otro favorece la presentacion de datos y referencias concretos que habrian quedado olvidados si no fuese porque él los invoc6. Al hacer la alabanza de sus propios hechos, elautor contribuy6 indirectamente a recuperar los de otros y asi com: pletar el cuadro de la conquista de Nueva Espaiia. De hecho, ese afin defensivo comunica a su obra un tono animado y rico en detalles, so: bre todo cuando hace retratos de personajes que conocid y con los cuales compartié aventuras y suftimientos. El motivo declarado por el cual decide escribir su Historia —cuando llevaba ya varios afios viviendo en Guatemala y era oidor—, es el de restaurar la verdad, segiin él seriamente afectada por Gémara y otros historiadores. El adjetivo verdadera (por otra parte, repetido en varias crénicas americanas) es el elemento decisivo en el titulo de la obra, Reconociendo que, comparadas con las de Gémara, sus palabras pueden ser «groseras y sin primor», Bernal declara que lo mueve una raz6n superior a la del art lterario: El primer renacimiento en América 135 Y quiero volver con la pluma en la mano, como el buen piloto Hleva la sonda por la mar, descubriendo los bajos cuando siente que los hay, asi haré yo en caminar a la verdad de lo que pasé (Cap. XVID. Movido por ese propésito, Bernal inicia su gran esfuerzo por reco- brar el pasado tal como él lo recuerda y tal como, al parecer, lo apuntes y documentos en distintas etapas de su vida, En el fondo, su Historia verdadera... es un recurso para salvar del olvido una memoria miiltiple y entrelazada: la de su propia vida, la hazafia de Cortés y de sus hombres, y la grandeza de la obra conquistadora. Ese triple bagaje del pasado (individual, colectivo e hist6rico) cir cula continuamente pot las paginas desu texto, El largo proceso de re- daccign, relectua revision de lo escrito al que sometis su tabs, fa vorecié un constante cotejo entre lo recordado y la forma en q jaba, que a su vez estimulaba su memoria y su afin de escribir lo del modo mas minucioso posible. Puede decirse que asi fue definién- dose tanto su perspectiva histérica como su estilo de memorialista y cronista. Bernal escribe de lo que vivié tiempo atras, pero escribirlo constituye una forma de volver a vivirlo y de recrearlo. La critica se ha referido abundantemente a esos aspectos: la visién «popular» de la historia y el sabor «espontaneo» de su prosa; en am- bos —y no en la veracidad factual, que tanto subrayé él— se apoya la honda fuerza persuasiva de la obra. Como escritor, Bemal no se citie a un orden preestablecido, ni su cronica es un modelo de organizaci6n. Podria decirse que, ganado por la riqueza de los detalles, descuida la én de conjunto y la claridad expositiva. Por ejemplo, después de dedicar el grueso de su obra al tema central de la expedicién de Cor- tés ya conquista de México (Caps. XIX-CLVD) la abandona para tra- heterogéneas, y la retoma en los capitulos finales (a partir del CCV) con la importante relacién y alabanza de los hombres que, como él, acompaiiaron a Cortés; el ultimo capitulo, de modo to- davia més incongruente, trata de «la sees y planetas que hubo en el cielo de Nueva Espafia antes que en ella entrisemos...» (CCXIL bis). Pero estos defectos no oscurecen sus cualidades esenciales de na rrador, apasionado con su materia, capaz de darle un fuerte soplo de vida mediante retratos, didlogos y escenas que, evocados por la fiel memoria de Bernal, vuelven a aparecer ante nuestros ojos con la nit dez y el dinamismo que alguna ver tuvieron; no recuerdos, sino pre- sencias envueltas en un notable aliento épico y caballeresco. Hay poco de literatio en la crénica (salvo las alusiones al fabuloso Amadis y los 196 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 se soe ee no cos del romancero) y nada de pretensién erudi ra... se coloca decididamente en la vertiente de la historiografia popu- lar de la época, con su dialéctica de fuertes individualidades, movi- mientos colectivos y tradiciones por todos aceptadas. Incluso puede decirse que Bernal recupera el aspecto andnimo y «democratico» de la Conquista espafiola: cl héroe Cortés es exaltado como el capitan de un Conjunto de hombres tan valientes como él. Los motivos capitales de literatura aurisecular —idealismo, pasién, las trégicas alternativas de la grandeza y la miseria humanas— estén aqui apuntados en algunas escenas que parecen adelantarse a las mejores de la novela o el teatro espafioles, Léase, por ejemplo, la airada respuesta que da e! capitén Gonzalo de Sandoval a un clérigo llamado Guevara, que viene con los emisarios de Panfilo de Narvaez, enemigo de Cortés, a requeritles sus tropas: Y como el Sandoval oyé aquellas palabras y descomedimientos que el padre Guevara dio, se estaba carcomiendo de pesar de lo que oia y dijo: «Seftor pa- dre, muy mal hablais en decir esas palabras de traidores; aqui somos mejores servidores de su majestad que no Diego Velzquez [gobemador de Cuba, ese ‘westro capitan; y porque sos clérigo no os castigo conforme a vuestra mala lad con Dios a México, que alld esté Cortés, que es capitan gene- ral yjusticia mayor de esta Nueva Espafia, y 0s responderd; aqui no tenéis mas ue hablar» (Cap. CXD. Y para defenderse de la acusacién de estar exagerando sus propios méritos y los de sus compafietos, se pregunta con gracia: ~Habjanlo de parlar los pajaros en el tiempo que estibamos en las batallas, Gue iban volando o las nubes gue pasaban por alto, sino os soldados que en ‘ello nos hallabamos? (Cap. CCX. Pero es en las descripciones de las grandezas de México y su perfil fisico, en lo que realmente brilla Bernal. Gracias a él tenemos una de las primeras imagenes minuciosas y fieles de las grandes ciudades, los pueblos, las gentes y las riquezas del imperio azteca, tal como los vit fon los espafoles. Estas paginas comunican todavia el asombro y la femocién auténticos con los que fueron escritas. La espléndida descrip- ion de la plaza de Tlatelolco, que recoge el rumor de su multitud, su colorido y su bullicio, es justamente célebre y ha inspirado a algunos sxctitores mexicanos contemporéneos; uno de ellos es Carlos Fuentes, Quien ha llamado a Bernal «nuestro primer novelista». En un momen- | El primer renacimiento en América _137 to de ese pasaje, como si el autor sintiese que su larga serie enumerati- va de objetos y realidades nunca antes vistos ¢s,a la vez, insuficiente y abrumadora, escribe: . Estas digr nes, anacronismos ¢ interpolaciones eran parte del lenguaje 6pico de la época, que el autor no hace sino seguir. Mas que el caracter peregrino o extraio de ese material, puede reprocharsele a Ercilla la excesiva Tongitud de tales pasajes, que, en vez de aliviar la monotonia tematica del texto creando situaciones que refresquen la atencién del lector, se vuelven més bien obstaculos a la fluidez de la accién. ‘Aunque la cultura renacentista del autor era menos amplia de lo que todo esto hace suponer (puede considerarsele un aprendiz del hu- manismo de su tiempo, aprendizaje que sdlo completé en su madu- rez), los pasajes citados revelan que estaba familiarizado no s6lo con Ariosto y Virgilio, sino también con Dante, Boccaccio, Petrarca, Sanna- zaro y otros poetas menores de la tradicién italiana. Dejando de lado la discusién sobre fuentes clasicas, medievales o renacentistas en epi- sodios especificos de La Arasicana, lo importante es destacar la libertad estética con la que Excilla compone su poema; si Atiosto y Virgilio son los influjos mas notorios, hay que subrayar que el autor marca sus di- ferencias con ambos. Del primero aprendi6, por ejemplo, la técnica de cortar un relato y continuarlo més adelante creando un efecto de ex- pectativa y «suspenso», pero no lo siguié del todo en el gusto desorbi- tado por lo fantasmagérico y abiertamente fantastico. Y ya hemos vis- to que, en el episodio de Dido, corrigié deiiberadamente a Virgilio. Las virtudes de Ercilla son las de la mesura, el rigor, ral a una visi6n historica (ya que no a sus detalles concretos), la sobrie- dad de su voz incluso cuando usa a hipérbole propia del género. Aun- Elprimer renacimiento en América 187 y sensibilidad poéticas teres, iento postico de la historia esti en que, verdaderamente, no se deja distracr de lo que constituye su centro de interés: a gesta que un pufiado de hombres realiza en un medio extra- fio y contra un enemigo temible, No importa cudntos desvios y excur- s0s tome, cada vez que Ercilla vuelve a su asunto lo hace con la misma fuerza y conviccién, y como si nada lo hubiese interrumpido; es esa constancia del tono lo que otorga al po idad es fectamente reconocible. El autor sintié profundamente el caricter dramatico, trascendente y heroico de su tema y asi se lo deja sentir al lector. Los elementos basicos del acontecimiento grandioso y a la vez tragico estin presentes: el triunfo y a deztota, la liberead y la opresion, el mundo ideal y la violencia, el valor y la traicién, cl sufrimiento y la gloria... En la vision de Excilla, estas oposiciones se presentan frecuen- temente en un estado de fusién inextricable, que envuelve a vencedo- res y vencidosen una misma aura: la de protagonistas de un hecho se- iiero. Hacia el final del poema, al relatar la terrible muerte de Caupo- licdn, e! poeta retoma el motivo de la Fortuna y exclama: No hay gusto, no hay placer sin su descuento que el dejo del deleite es ef tormento (XXXIV, est. 1). Es decir, no hay victorias ni derrotas absolutas y los grandes acon- tecimientos estan también tefiidos en sangre, miseria ¢ injusticia. En el discurso que pronuncia ante Reinoso, Caupolican le da al espafiol una leccién moral sobre el arte de vencer y perdonar: Mira que a muchos vences al vencerte, frena el impetu y célera dafiosa que la ira examina al var6n fuerte y-el perdonar, venganza es generosa (XXXIV, est. 11). __ Si bien se mira, el tema de este poema épico elaborado segiin los t6picos y costumbres estéticas del renacimiento europeo, plantea una cuestién que no puede ser més actual: la inhumanidad de la guerra y Ja sangrienta conquista de un pueblo por otro (aunque afirme, en el canto XXXVI, que la guerra es de derecho natural pues «la guerra fue del cielo derivaday).No es de extrafias, por es0, que La Araucana haya sobrevivido a su época con una lozania que ningun otro ejemplo 468 Historia de la literatura hispanoamericane. 1 188_Historia de le literature pono Cee del género ha alcanzado entre nosotros. Asi, ha inspirado, aparte de romancistas y otros poetas épicos del siglo xvi y xvi, a poetas de nues- tro tiempo, como Gabriela Mistral 0 Neruda, quien, en su Canto general, celebro a Excilla por su profunda afirmacion humana y social de la realidad chilena Texto y critica Escttta, Alonso de, La Araucana. Ed. de Marcos A. Morinigo ¢ Isaias Lerner, 2 vols. Madrid: Castalia, 1979. Lene, Isafas. «Ercilla y la formacién del discurso poético aureo». En Busgue- ‘mos otros montes y otros rios. Estudios de afiola del Siglo de ian Dut 10 Roncero Lépez, , ed. Historia de la literatura bispanoamericana*, I, pp. 189-214 Pastor, Beatriz. Discursos narrativns*, cap. 5. Pissce, Frank, La poesia épica del Siglo de Oro. Madrid: Gredos, 1968. Prveno Rasttez, Pedro. «La épica hispanoamericana colonial». En Luis ltigo Madrigal, ed.*, I, pp. 161-188. Reanorens Eich von. Prediionalismo ico novelesco, Barelona: Planeta, 1972 ‘Veca, Miguel Angel, La Araucana de Ercilla, Estudio critico. Santiago: Splen- dor, 1969. Vea pe Fesurs, Maria. Huellas de la épica clésica en «La Araucana» de Ercilla, ‘Miami: Ediciones Universal, 1991. ZONA INTERMEDIA: COLOMBIA 3.3.42. La desmesura épico-histérica de Juan de Castellanos El poema Elegias de varones ilustres de Indias, de Juan de Castella- nos (1522-1607) goza de a justa pero incémoda fama de ser el mas ex- tenso que existe en lengua castellana (se ha observado que es ocho ve- ces mas largo que la Divina Comedia), y tal vez que cualquier otra obra poética moderna en cualquier lengua. Es una obra titanica y aplastan- te, cuyos versos, como decia Menéndez Pelayo, son «casi ilegibles de seguida». Algunos detalles de su génesis y composicién agravan st enormidad: Castellanos escribié la obra das veces, primero en prosa, ‘como una crénica, y luego como un poema, en octavas; siendo inmen- Elpprimer renacimiento en América _169 so, al publicarse el conjunto se eliminé de él toda una seccién, con mas de 5 mil versos, sobre las aventuras del pirata Francis Drake; en total, Castellanos empleé unos 50 afios de su vida en elaborarlo; no to con eso, en la parte IV y final del poema, anunciaba su intencién de prolongarlo, deseo que sdlo la muerte le impidié realizar. Nacido en Sevilla, la experiencia vital del autor es mas americana que espafiola, pues pas6 por lo menos unos 66 afios entre la Capitania de Venezuela y el virreinato de Nueva Granada, cumpliendo diversos cargos ecle- sidsticos y sobre todo redactando su gigantesca obra. Unicamente la primera parte se imprimié en vida del autor (Madrid, 1589). Solo en 1847 se publicaron las tres partes juntas; y en 1886, la cuarta, todas en la misma ciudad. El total supera los 100 mil versos. Queriendo dar una versién completa de la conquista y aconteci- mientos de la regidn en que vivid, comenzando por el descubrimiento de Colén, Castellanos estaba obsesionado por la historicidad de su poema, que persiguié hasta en cada infimo detalle, Para lograrlo, ley6, devord todos los testimonios a su alcance y rehizo sus borradores in- contables veces. (Habria que anotar que, pese a su titulo, el resultado final no result6 precisamente muy clegiaco de los protagonistas de esos hechos.) Después de haber intentado ser un cronista en prosa, procedié como un cronista en verso, no como un poeta, lo que expli- ca el cardcter pedestre y prosaico de vastos episodios del texto. Hay una contradiccién insalvable en él: el tamaiio es descomunal y la voz épica diminuta y casi insignificante. Del conjunto puede rescatarse sélo una pequefiisima parte: ciertas escenas bélicas, descritas con algu- na fuerza, y —algo muy curioso en un clérigo al parecer tan severo y cerudito— los pasajes donde se regodea con escenas de gran crudeza y vlgarismos subidos de color; alliel poema cobra cierta vitalidad y sa- bor rabelesiano, como en: Apechugé con él y echéle mano dela parte que sale mas enhiesta de las calzas. (IV, Nuevo Reino, canto 17) Esto resulta todavia mas contradictorio si se tiene en cuenta que el texto manifiesta un marcado retorno a los austeros ideales y al tono moral de la épica medieval (su modelo es Juan de Mena) en pleno auge de la renacentista, La critica ha destacado también que el poeta incorpora un vocabulario autéctono (repleto con voces indigenas, del 170 Historia de fa literatura hispanoamericana. 1 nahuat, las lenguas caribes y el quechua), mas profuso que la misma ‘Araucana. Hay que reconocerle a Castellanos un mérito intelectual en ¢l que pocos lo pueden superar: su fecundidad y la absoluta entrega al proyecto de su vida. Pero nada de esto puede redimir a un poema que se hunde bajo su propio peso y que sdlo puede disfrutarse entresacan- do de la hojarasca unas cuantas ramas vigorosas. Texto y critica: Castetianos, Juan de. Elegtas de los varones ilustres de Indias. Bogota: Edito- rial ABC, 1955, 4 vols. ‘AwvaR, Manuel. Tradicién espaiiola y realidad americana. Bogota: Instituto oy Cuervo, 1972. Giovanni. Estudio sobre Juan de Castellanos. Florencia: Valmarti- Pano, Isaac J, Juan de Castellanos, Estudio de las «Elegias de Varones Ulustres de Indias» (con seleecién antol6gica). Caracas: Biblioteca de la Academia ‘Nacional de la Historia, 1991. REGIONES MEXICANA, ANDINA Y RIOPLATENSE. 33.4.3. La huella de Ercilla en la épica hispanoamericana El casi inmediato éxito de La Araucana (el poema completo fue reeditado dos veces, en 1590 y 1597) despert6 el interés de numerosos seguidores, ému- los e imitadores de Ercilla (supra), que quisieron repetir su hazafa literaria, te- contando la conquista de Chile o la de otras regiones americanas, en un des- plicgue de exaltacién local o nacionalista. Se ha hablado, asi, de un «ciclo del ‘Arauco» en la épica del continente. Quien més claramente representa ese ci- clo de epigonos es el chileno Pedro de Oita (1570-1643) con su poema E/ Arauco domado (Lima, 159). iia, que vivio un tiempo en Lima y estuvo asociado ala Academia Antar- ‘obra por encargo, con el propésito especifico de desta- acién de Garcia Hurtado de Mendoza, que haba sido algo sos cat la pa layada por Ercilla. El poema cumple ese objetivo sin levantar mucho el vuelo, salvo en contados momentos. Cuando mis se aleja de su tema y sus obligacio- nes de cantor forzado a exaltar una determinada figura, mejor luce su mode- rado talento poético, que se inclina con mas naturalidad por lo lirico y deco- El primer renacimiento en América_171 reaparecen en este poema, y resulta itil comparar capaz, sin duda, de alcanzar tuna expresi6n refinada y e gancia fia, distante y sin gran seduccién, Como versificador, introdujo una va riante en la estructura de las rimas en la octava real, lo que ¢s un aporte inte resante. Algo llamativo es que este criollo chileno tenga una visign mucho més negativa del araucano (y més positiva de la conquista espafiola) que el propio Ercilla: los indigenas son comparados con animales, pues son seres crucles y repulsivos. Y cuando describe paisajes y figuras femeninas aut6ctonos brinda de ellos una vision del todo europea, directamente tomada de la literatura cla sica y renacentista. Aparte de que usaba los t6picos propios del género, puede resumirse que, siendo un criollo en época todavia temprana de la sociedad colonial, habfa un factor de inseguridad o ambigiiedad moral: sabfa que era un americano escribiendo por encargo para un piblico espafol; esa actitud his- panizante se nota todavia mejor en otro poema suyo: El Vasauro (1635), cuyo tema es la reconquista de Granada por los Reyes Catdlicos. Escribié un poe ma mas, muy menor, de temaamericano: El temblor de Lima de 1609. Siendo el discfpulo mas visible de Ercilla, su Arauco domado no se acerca mucho a si modelo, El resto de poemas épicos que giran en la érbita de Ercilla, son todavia inferiores al de Oia y apenas merecen una poemas son ya frutos que aparecen a comienzos del siglo xvu, pero los colo- camos aqui para completar el cuadro de la época: el poema que Diego de Santistevan y Osorio lamanca, 1597), para agregarle tuna cuarta y quinta partes es el tributo mas directo a la bien ga nada fama de Excilla; El Purén ito hi unos eriticos a Hemando Alvarez de Toledo y pe Saavedra, trata también de la conquista ‘Nuevo mundo y conguista de hacia 1580), es soldado Gaspar Pérez ia de Nuevo Mé- Falizantey relgiosa que épica. Los epsodios que tatan de las corteras del 172_Historia de la literatura hispanoamericana. 1 las costas de América, quizé sean las mas legibles y ani 10 texto. pirata Cavendis madas de este dl Texto y critica Mumanontes y ZuAzoia, Juan de. Armas Antarticas. Ed, de Rodrigo Mir6. Ca: racas: Biblioteca Ayacucho, 1978. ‘Ona, Pedro de. E! Arauco domado, Selec., prol. y notas de Hugo Montes. San- i ial Universitaria, 1979. ria de Nuevo México. Ed, de Mercedes Jun- , 1989. ted Edition based on the Princeps Edition, 2 vols. Berkeley: University of California Press, 1984, Capitulo 4 DEL CLASICISMO AL MANIERISMG 4.1. La madurez del Siglo de Oro en América El siglo xvites una época de notable esplendor en las letras ameri canas, en todos los géneros: épica, lca, teatro, prosa. Hay una flora i6n de grandes personalidades creadoras, cuyos proyectos y visiones, estéticas tienen un grado de complejidad, grandeza y originalidad tal vez sorprendente en un ambiente que s6lo habia sido introducido a la lengua espafiola y empezado a organizar su vida cultural un siglo atrés. Los proyectos que los ingenios americanos encaran ahora producen tuna sensacién general de madurez, afirmacién y certidumbre interna. Bastaria citar dos nombres —el del Inca Garcilaso en la primera parte del iglo (4.3.1, y el de Sor Juana Inés de la Cruz (4.5.2.) en la segun- para confirmar que la creaci6n literaria ha alcanzado en América las cumbres de la verdadera ger idar que esos autores es- aparecen escuelas de pintura criolla y estilos mestizos, compositores de miisica sacra, altas expresiones de la arquitectura y la decoracién, 13 174 Historia de fa literatura hispanoamericana. 1 etc.) La expansién de la actividad intelectual continiia y supera larga mente a la registrada en el siglo anterior hasta convertirse en una rea- lidad con caracteristicas de una verdadera institucién; es decir, deja de set algo casual y discontinuo. Se suele ver este esplendor como un natural y simple reflejo de la cultura peninsular del Siglo de Oro (y del apogeo cultural renacentis cat co ene ulsemariiey sete de la cultura central —que pasaba por una etapa de intensa innovacién y febril actividad creado- ra. intelectual— no eran sino confirmaciones de un vigor que se des- bordaba por sus fronteras fisicas. Desde esta perspectiva, el Siglo de Oro tiene una expresién americana que queda absorbida en la gran rbita del imperio espaiiol. Pero esto sélo parcialmente es verdad: lo cierto es q escritores de América (al margen de su origen pe- ninsular 0 local) crearon estimulados por las obras de los grandes nombres que venian desde Espafia —Lope, Cervantes, Calderén, Quevedo y tantos otros—, lo hicieron con un creciente sentido, no de subordinacién, sino de comunidad estética, de la que ellos eran prota- gonistas con un rango en nada inferior a los peninsulares. Es precisamente esta actitud lo que explica la rapida evolucién ascenso registrados por la produccién americana. Pese a todas las taciones, ataduras y desigualdades del contexto histérico-politico, pese a las restricciones para la circulacién de libros (2.82), la censura eclesidstica y los prejuicios morales y sociales que embridaban el acce- so dela sociedad criolla asu propia realizacién (3.1.), la creacién de es- tos afios (no solo la literaria) demuestra que los espiitus eran més li- bres de lo que el peso de las normas concretas hacia suponer. Tan li- bres, en verdad, que algunos, como el caso eminente de Sor Juana lo demuestra, entraron en un conflicto insalvable con esas restricciones y dieron una sefial dramatica de que el grado de independenciaintelec- cién del establishment, Pensar y escribir tenian un filo peligroso que no siempre el celo de la autoridad pudo contrarrestar. Y en no pocos autores veremos cémo el impulso general desatado por el esplendor renacentista los llevara a descubrir sus raices indigenas, sefalar pecu- liaridades de la sangre y la lengua, encontrar sugerencias criollas e in- confundibles colores paisajisticos que no venfan del otro lado del At- lantico. Por eso, nuestra perspectiva del fenémeno es ec Del clasicismo al manierismo 178 Oro» americano es consecuencia del otro, pero éste no lo abarca ni lo explica del todo. El trasplante de las robustas raices y venerables tron- cos del alto Renacimiento espafiol, y su transito hacia el Barroco, pro- ducen, bajo distinto clima, ramas, Hlores y frutos primorosos cuya tura y sabor ya no son exactamente los mismos. Hay pues, dos mas literarios coordinados, con un complejo juego’ de cos, reelaboraciones, préstamos, rebrotes, mestizajes y frecuentes contra- dicciones que se mueven por lo general simulténeamente, pero tam- bién de manera asincrdnica, en las dos orillas del orbe de la lengua li- teraria espafiola. Podemos llamar al conjunto total «Edad de Oro» (y celebrarlo como un proceso generado por el vigor peninsular), faa a introduce en ese todo gran ipre una manifestacién liberadora de los condicionamientos hist6ricos, aunque nazcan en medio de éstos. Pero el espléndido arte espafiol de este perfodo corresponde a una etapa historica cuyas agudas contradicciones politicas apuntan ya aun lento declinar del imperio y cuyo primer gran sintoma es la derrota de la Armada Invencible en 1588: el periodo que se abre bajo los, auspicios se cerrard con el més sombrio ocaso. El siglo xvu sera el dl- timo del reinado de los Austrias: Felipe II] (1598-1621), Felipe IV (1621-1665) y Carlos II el Hechizado (1665-1700) sefialan el irrevoca- ble final de la dinastia, Sus errores y trdgicas carencias como gober- nantes —especialmente las del cltimo, que envolvié al trono en una te- nebrosa atmésfera de locura e incapacidad fisica, simbélica del agota- miento de la casa— condujeron al ascenso de los Borbones, cuyo primer monarca ser Felipe V, con quien comienza una era totalmen- te distinta: la del influjo francés. Esas contradicciones sumadas a las re- ligiosas introducidas por la Contrarreforma especialmente tras el Con- cilio de Trento (1545-1563), se trasparentaban ya bajo las tersas super- ficies del clasicismo renacentista, pero emergerdn al primer plano en los artificios del manierismo, que estudiamos de inmediato, y luego en los esplendores y oscuridades del barroco, que sera la materia del si- guiente capitulo. Una cuestién que ha sido largamente debatida es la de las variadas formas y fases que evan del clasicismo al manierismo y de alli al ba- rroco americano, sus relaciones con el proceso peninsular, su verdade- inalidad. Como en el caso de las manifestaciones del to criollo y la importacién de los modelos italiani- 176 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 zantes (3.3.2.), aqui tropezamos también con el es bundancia de la produccion, atin mayor que en el siglo anterior. xvit hay una vasta elite intelectual, principalmente asentada en las ca- bezas de los virreinatos, una inmensa clase dirigente y administrativa, dispensada de las cargas que recafan en los hombres de los sectores ms pobres de las clases criollas e indigenas, lo que les dejaba un tiem- po generoso para cultivar, como forma de distraccién 0 como medio para alcanzar fama en circulos prestigiosos, las letras. Varios virreyes fueron poetas o al menos versificadores; cabe mencionar a dos de ellos: Juan Manuel de Mendoza y Luna, Marqués de Montesclatos, vi- trey de México primero (1603-1607) y luego del Pert (1607-1615), donde fue protector de la Academia Antartica y amigo de Diego de Hojeda, que le dedicard su Cristéada (4.2.2.2.); y Francisco de Borja y Aragén, Principe de Esquilache, virrey del Perit de 1615 a 1621. Ha- bia una crecida «clase ociosa» que podia invert langas horas en una versiGn trivializada del verdadero ejercicio literario. El culteranismo lleg6 a extremos algo perversos y espurios en estas costas, pues fue in- terpretado como una licencia para escribir sobre cualquier cosa con uier pretexto y en cualquier ocasidn: ya sefalamos que la llegada del virrey o su muerte eran temas obligados, pero también las necesi- dades ceremoniales del santoral catdlico, el elogio del protector de las artes o del amigo poeta, la construccién de un puente o una iglesia, las correrias de los piratas, los terremotos y otros fenémenos naturales, etc. Hay que despejar esa hojarasca para encontrar las lineas significa- tivas y rescatables del proceso. 4.2. Rasgos del manierismo Ese proceso esté marcado por una secuencia, no siempre muy cla- ra, formada por dl clasicismo, el manierismo, el barroco propiamente icho y el conceptismo. La dificultad para distinguir estos estilos ;palmente el manictismo frente al barroco) se debe a que no son estéticas del todo distintas, sino variantes 0 grados diversos de una mis- ma forma basica; y esos grados pueden apreciarse en asuntos, motivos y lenguaje. (La critica germana ha contribuido grandemente al examen de estos conceptos, pero también a la confusi6n de nomenclaturas y cronologias: Curtius los absorbe bajo el nombre general de manieris- mo; para Helmut Hatzfeld no hay sino barroco.) El concepto manie- rismno proviene del lenguaje critico de las artes plésticas y sdlo en este __ Del elasicismo al manierismo 477 siglo fue aplicado a la literatura. Como tal, se lo ha usado para recono- cer una primera variante, afectada ¢ hiperculta, en las letras renacen- tistas, Es una retérica ormamental, con ciertos acentos sutiles y pruti- tos estetizantes, todavia apegada del molde clisico, aunque sin su vita- lidad. El manierismo complica y acenttia, con un dejo decade que dl clasicismo simplemente presentaba sin subrayar. Y lo distingue de la sensualidad barroca la tendencia intelectualista,fria, mis apoya- da (como observa Amold Hauser) en una experiencia de cultura que de la vida; su campo de influencia es puramente estético. Puede alir marse que, en América, el manierismo, por lo general, estd asociado a tun momento histérico de baja tensién heroica y marcado por preocu paciones de orden mas prosaico y cortesano, lo que explica el gusto reciente por las variadas formas del estilo encomiéstico: el clogio (usualmente ditirambico), el homenaje poético, los torneos celebrato- rios y aun autocelebratorios de cendculos y academias. Hay un tranguilo ideal conformista en la actitud social de los ma- nieristas, que refleja minantes cardcter encubridor de una realidad muy distinta, donde bullen gestos y expectativas disonantes. Ese contraste entze lo aparente y lo real qui- 24 explique el cardcter mustio y melancélico del manierismo, y su re- fugio en la artificialidad de las formas como suprema expresién del arte. Por otro lado, es importante subrayar que esta literatura esta in- timamente asociada al arte manierista (el nombre fue usado primero por la critica de las artes visuales para designar la pintura irracionalis- tay afectada que surge en Florencia hacia 1520 con Pontormo y otros artistas), y especialmente a un estilo arquitecténico. Puede decirs el manierismo propicia una integracion artistica entre las artes plasti cas y las expresiones literarias — textos cuyas formas describen 0 evo- can pi imulos, arcos triunfales, carros alegsricos, juegos flora- les—, pues ambas confluyeron frecuentemente como manifestaciones ceremoniales o rituales propias de la época. El estilo manierista, aunque es mas reconocible a comienzos del XVII, e anuncia en ciertas obras de la segunda mitad del xv, como la de los poetas de la Academia Antartica (3.3.2.) y la de Ercilla (3.3.4). Y ya en pleno siglo xvut, domina en el campo de la épica y en algunas expresiones de la lirica y la prosa narrativa, que estudiaremos a conti- nuacién, 178 Historia de la teratura hispanoamericana. 1 Critica Canta, Emilio. Manierismio y barroco en las literaturas bispénicas. Madd: Gredos, 1983. Cuxmus, Ernst Robert. Literatura europea y Edad Media latina. México: Fon- do de Cultura Econémica, 1955. Hara, Helmut. Estudios sobre el barroco. Madrid: Gredos, 1964, Hauser, Amold. E! Manierismo, La crisis del Renacimiento y los origenes del arte moderna, Madrid: Guadarrama, 1965. Onoz¢0 Diaz, Emilio. Manierismo y barroco, Salamanca:Anaya, 1970. Pascuat BUX, José, La dispersicn del manierismo. México: UNAM, 1980. REGION ANDINA 4.2.1, La lirica manierista: las poetisas andnimas ca la bien conocida postergacién social de la mujer en los ti pos de la colonia, que la mantenia relegada en su hogar y le brindaba pocas ocasiones para alcanzar una educacién esmerada, hubo mujeres que tuvieron una destacada figuracién intelectual y demostraron un dominio del arte literatio, especialmente poético, que nada tenia que envidiar al de os varones. Sila universidad les estaba vedada, al menos el convento, la corte y las academias literarias les permitian acercarse al mundo de los libros y la vida intelectual. En el «Discurso en loor de Ja poesia», la anénima autora nos informa: y aun yo conozco en el Pint tres damas que han dado en la poesfa heroicas muestras (wy. 458-459). Algunos sospecharon que una de ellas era la «Amarilis» que escri- 6 posiblemente hacia 1615 la «Epistola a Belardo», inflamada d sién ideal por Lope, quien la publics (y la contest6 con una epistola de su cosecha) como parte de su poema La Filonrena (1621). Esa hipéte- sis y la de que ambos poemas anénimos son de la misma autora, pue- den desecharse como totalmente infundados. Pero el misterio de quién fue esta «Amarilis» ha inquietado a los criticos, quienes, siguien- do las pistas deslizadas en el texto, sospecharon que era Maria de Al- varado, descendiente de Gamez de Alvarado, fundador de la ciudad de Huanuco, en ls sierras orientales del Pert; o Maria Tello de Lara y de Arévalo, emparentada con los hombres que combatieron la rebe- lion de Hernandez Girén (3.2.7.). ¥ no falté quien sugiriera que la tal Del clasicismo al manierismo 179 «Amarilis indiana» era una simple supercherfa tramada por los enemi- gos de Lope para burlarse de él, suposici6n absurda porque en diver- sas comedias y obras en prosa del gran ingenio espafiol se encuentran cos y reminiscencias de la epistola anénima. Solo muy recientemente el historiador Lohmann Villena ha exami- nado documentalmente las conjeturas que otros hicieron antes que él y establecido que la verdadera autora es, con toda probabilidad, Ma- ria de Rojas y Garay (15942-1622), dama también nacida en Huanuco y de ilustze familia, cuyos antecesores habian llegado con los conquis- tadores del Perdi y fundado ésa y otras ciudades, Ella misma da varios indicios de su origen, estado y ambiente, aunque envueltos en claves sugerentes y enigmaticas. Esto se afiade a la atmésfera encantadora del poema y las delicadas coqueterias de una voz que queria ventilar lo ‘que sentia sin que dejase de ser secreto. Es de presumir que, habién- dolo escrito a temprana edad, poco antes de casarse y de morir prema- turamente, éste sea el Ginico texto que nos queda de ella, lo cual hace més esquivo y curioso el asunt Escrito en elegantes silvas, sus 335 versos son, a a vez, una exalta- in del amor platénico y una hiperbélica alabanza de Lope. El co- mienzo, con sus delicados hipérbatos y sutiles razonamientos amato- rios, da bien el tono de la epistola: Tanto como la vista la noticia de grandes cosas suele las més veces al alma tiernamente aficionarla; que no hace el amor siempre justicia, ni los ojos a veces son jiieces del valor de la cosa para amarla... Después de confesar que «nunca tuvo por dichoso estado/ amar bienes posibles,/ sino aquellos que son més imposibles», revela discre- tamente que escribe desde Lima; que los conquistadores y fundadores de «la ciudad de Leén» [de Hudnuco] son sus abuelos; que tiene una hermana Belisa (en verdad, Isabel), monja y también poeta; y que ella misma vive «en limpio celibato», entregada al amor de la poesia y de Dios. Todo esto es mero pretexto para poner a Lope por los cielos —donde ella realmente cree que pertenece— y ofrecerle estos «versos cansados» como rendido tributo de «un alma que sin alas vuela». En cl vasto conjunto de poesia circunstancial y cortesana de la época, esta epistola tiene méritos muy singulares: es artificiosa pero inspirada, 180 _Historia de la literatura hispanoamericana. 1 amanerada en el juego de conceptos pero a la vez intensa e indudable- ‘mente sincera en su pasién. Y ademas es una inteligente argucia para tocar, aunque sea de lejos, el nombre de Lope y arroparse en el res- plandor que irradiaba todo lo que tenia que ver con él. En cualquier ;én de la lirica virreinal, esta pieza no puede faltar: es una de las mejores de su tiempo. El «Discurso en loor de la poesia» aparece, como antes sefialamos (3.3.2.) en la primera parte del Parnaso Antartico (1608) de Diego Me- xa, como texto andnimo. El enigma de su autor o autora ha desvela- do a la critica, que ha intentado varias hipotesi, atribuyéndole —sin mayor fundamento— el nombre literatio de «Clarinda» o el de perso- najes ferneninos reales (como el de Francisca de Briviesca, la ilustrada esposa de Dévalos y Figueroa); considerdndola una supercheria detras de la cual se oculta un hombre, probablemente algiin miembro de la Academia Antartica que queria congraciarse con Diego Mexia, tan alabado en el texto; otal vez la misma «Amarilis». Siendo a estas altu- ras imposible establecer con certeza Ia autoria del «Discurso», por lo menos hay acuerdo de que se trata ciertamente de una mujer: el texto est escrito desde una perspectiva indudablemente femenina, que ofrece un ilustrativo paralelo con la Defensa de damas, de Davalos y Fi- gueroa. Sabemos, por lo que informa el titulo, que se trata de una «se- fiora principal de este Reino» (del Perdl] y que es «muy versada en la lengua toscana y portuguesa». En varias partes, alude a su propia con- dicién femenina, lo que hace su empefio mas atrevido, pues es como poner un monte «sobre hombros de mujer, que son de arafia» (v. 54). Su tema no es ni amoroso ni estrictamente religioso, sino estético: dis curre sobre la naturaleza de la poesia, exalta sus altas virtudes estético- morales, y destaca los méritos de los grandes poetas, entre los que co- loca a Diego Mexia. Un interés lateral del texto es que sus menciones a ée y otros poetas permite identificar a varios miembros de la Acade mia Antartica. En la devota vision de la anénima, la poesia es un don divino que expresa lo mejor del hombre y lo acerca a su creador: la suya es una concepcién de armonia y mistica elevacién espiritual a través del acto poético. Sus fuentes son clisicas (Aristételes, Cicerén, Horacio), pero se advierte que la autora ha frecuentado también algunos preceptistas y autores castellanos, como el Marqués de Santillana, Juan del Enci- na y Lopez Pinciano, ademas de la patristica. Es la actitud de puro jercicio intelectual, mas que fa forma, lo que lo acerca a (o incluye en) Del clasicismo al manierismo 181 Jos moldes manieristas. El poema estd escrito en tercetos dantescos (rematados, a la manera clisica, por un cuarteto), con un total de 805, in ser un ejemplo de la mas alta intensidad poética (pues su intencién es claramente expositiva), son sin embargo finos y de con- siderable pulcritud formal: El verso con que Homero etemizaba Jo que del fuerte Aquiles escre y aquella vena con que lo dictaba Quisiera que alcanzaras Musa mia, para que en grave y sublimado verso, cantaras en loor de la Poesia (vv. 13-18). De todos los textos que conservamos de la Academia Antartica, éste es sin duda el de mayor interés literario. Y a través de él podemos saber cudles eran los gustos y la orientacion filosdfica de la Academia Jimeia, que fue determinante en los de la poesia peruana entre la tilti- ma década del xv1 y primera del xvu. Textos y critica: ‘ANON. «Epfstola a Belardo» en Lope de Vega. Obras podticas. Ed, de José Ma- nuel Blecua. Vol. 1. Barcelona: Planeta, 1969, pp. 800-809. Conszjo Potar, Antonio. Discurso en loor de la poesta. Estudio y edicion Lima, Ins ‘0 de Literatura, Universidad Mayor de San Marcos, 1964. emo. Amarilis Indiana. Identificacién y semblanca. rersidad Catélica del Peri, 1993. 4.22. La épica manierista El tono robusto y aguerrido que la épica alcanzé en la etapa a rior (3.3.4. yss.), casi desaparece en ésta, dominada por una musa mas civil, cortés 0 religiosa que militar. Se ha sefialado que ese cambio de actitud corre parejas con el que lleva del influjo general de Ariosto al de Tasso, cuya Gerusalemme Liberata (1575) seta uno de los grandes modelos de la nueva épica hispanoamericana. El ideal heroico se des- plaza del mundo bélico a la experiencia excepcional de caracter espi 182_Historia de la literatura hispanoamericana. 1 10: en vez del valor fisico, la santidad y la entrega abnega- da al amor de Dios y los hombres; en vez de baiallas y proezas san- tas, callados sacrificios y asombrosos milagros; en vez de hazaiias ares, militancia doctrinal. Esto habla del poderoso influjo de la iglesia en la vida educativa y cultural de la colonia y, dentro de ella, de 3s jesuitas a través de la educacién y sus obras de apostolado en todo el continente. En los poemas religiosos que se escriben a la zaga de La Cristiada (4.2.2.2.), e ve c6mo la epicidad se diluye en hagiografia de intencién pedagogica y ejemplarizante, en la que lo literario es més ac- cesorio 0 un mero soporte de escaso valor estético. O se convierte en materia més bien anecdotica y de leccién moral, como en el Expejo de paciencia, de Silvestre de Balboa (4.2.2.3.). Por otro lado, ciertos ejem- plos de la épica del perfodo muestran una tendencia celebratoria de los adelantos y grandezas civilizadoras en la empresa espafiola al fun- dar en América sociedades orgénicas, con su propio ritmo y vitalidad; un claro ejemplo de es0 es Grandeza mexicana de Balbuena (infra). Los cantores criollos se valieron de ese propésito para expresar, de manera timida ain, un orgulloso sentido de patria, de tierra privilegia- da por la naturaleza y el vigor creador de sus gentes. ‘Textos y eritica: Menino, Félix, ed. Poesia épica de la Edad de Oro: Ercilla, Balbuena, Hojeda, 3." ed. Zaragoza: Ebro, 1969. Pierce, Frank, La poesta épica del Siglo de Oro. 2. ed.. Madrid: Gredos, 1968. REGION MEXICANA 4.2.2.1. El México paradisiaco de Balbuena Aunque nacié en Espajia, Bernardo de Balbuena (1562?-1627), cera de padre indiano y fue criado desde muy pequefio en Guadalaja- ray en la ciudad de México. Alli gané temprano reconocimiento como poeta en los circulos literarios de la Nueva Espafia; entre 1585 y 1590, varias composiciones poéticas suyas ganaron pretnios en cer- tamenes en los que participaron centenares de poetas locales, lo que —de paso— da una idea del amplio cultivo que habia alcanzado en- tonces la literatura en el continente. Por la misma época ingresa a la Del clasicismo al manierismo 183 tarde en su vida, después de haber pasado unos afios en Jamaica, lleg6 a ser obispo de Puerto Rico. Se ha relacionado la busqueda constante de reconocimiento y notoriedad soc i tinguié su vida personal (y que influye también en la formacién fue rigurosa y le brindé los instrumentos que le permiti- rfan destacar en el mundo de las letras. Para satisfacer el pedido de dofia Isabel de ‘Tovar y Guzmén, que le habia solicitado una descrip- de la capital mexicana, Balbuena escribe, entre 1602 y 1603, su ‘mas famoso poema épico, Grandeza mexicana (México, 1604). Vivié en Espajia por unos cuatro afios a partir de 1606, perfodo en el cual culmina Siglo de Oro en las selvas de Erifile (Madrid, 1608), novela pastoril en prosa y verso. En Puerto Rico termina de escribir su poe- ma Bernardo o victoria de Roncesvalles (Madrid, 1624). Debe anotar- se que, pese a sus fechas de publicacién, estas dos tltimas obras, de larga redaccién, fueron comenzadas antes que Grandeza mexicana. Buena parte del resto de su obra literaria se perdié en el incendio provocado por un ataque de piratas holandeses a las costas de Puer- to Rico. La produccién de Balbuena, en la diversidad de formas, géneros y temas que presenta, refleja muy bien la época de transicién estética y cultural que vivia. Hay rasgos renacentistas en él (Siglo de Oro...), pero también primicias del barroco (Bernardo) y sobre todo un regusto ma- nierista (Grandeza...) por el cuidado y refinamiento estilistico, visible en ellujo de los detalles que quiz4 resultan més destacados que la com- posicién del conjunto total. Frente al dilema de la escritura culta 0 po- pular, el autor era también ambivalente; en el prologo «Al lector», se- hala que «si escribo para los sabios y discretos, la mayor parte del pue- blo..quédase ayuna de mir, pero que si escribe para el vulgo «ni puede ser de gusto ni de provechon; es evidente que esto tiltimo pare- ce pesar mas en él, Sus dos poemas épicos también responden, en cier ta manera, a su doble experiencia historica, espafiol (Bernardo) y la de mexicano (Grandeza mexicana). Para la lite ratura hispanoamericana, mayor trascendencia tiene el segundo poe- ‘ma que el primero (que bien podria incluirse en la historia lteraria pe insular), por lo que comenzaremos con aquél. El plan dela Grandeza mexicana es muy claro y esta expuesto en la octava titulada «Argumento» que antecede al poema mismo, escrito en tercetos dantescos: 184 Historia del iteratura hispanoamericana. 1 Dela famosa México el asiento, origen y grandeza de edificios, caballos, calles, trato, cumplimientos, letras, virtudes, variedad de oficios, regalos, ocasiones de content primavera inmorta y sus indicios, gobierno ilustre, religion, estado, todo en este discurso esta cifrado. Cada uno de los nueve cantos 0 «capitulos» del poema correspon- den fielmente al temario indicado en cada verso. El texto se presenta ademas como una «Carta» que dirige a dofia Isabel de Tovar para dar- Ie a conocer los aspectos que hacen notable a México, «..Ja ciudad s ica/ que el mundo goza en cuanto el sol rodea» (Cap. 1): més que épico en el sentido clésico, el poema ¢s laudatorio y descriptivo: un medallén panegirico de la capital de la Nueva Espafia, en el que inser- fecciones naturales, culturales y morales, ha exaltado el nacionalismo de sus criticos (no todos mexicanos) que han visto en el poema una temprana afirmacién de americanismo, un primer ejemplo de cién auténticamente mexicana. Al respecto hay que aclarar que el elo- gio a México es un recurso artificioso para declarar otra grandeza: la del imperio espafiol, que ha introducido la ci ny la relig estas tierras antes brbaras. Una es reflejo de la otra y es0 es lo que mas extensamente celebra el autor. Su canto lo deja muy explicito; tras una larga tirada de ejemplos que demuestran el vigor, la variedad y el or- den urbano de México, el poeta advierte: Quitad a este gigante el sefiorfo, Tas leyes que ha impuesto a los mortales; volveréis su concierto en desvario (Cap. I. Por otro lado, las descripciones paisajisticas del pocta repiten y trasladan, salvo por escasisimos toques de color local, las convenci nes de la poesfa europea y los t6picos del Jacus amoemus. La fauna y la flora de Balbuena no son las de un observador, sino los de un lector de Ia ret6rica renacentista: | | | Del clasicismo al manierismo 185 Aqui las olorosas juncias crecen al son de blancos cisnes, que en remansos de frio cristal las alas humedecen (Cap. VI). Paisajes literarios cuya funcién era —pese a la intencién declara da— responder mas a las leyes universales del lenguaje artistico de la época, que a las peculiaridades de una realidad especifica. No hay que olvidar tampoco que México probablemente era, para él, slo el em blema de la idea de Ciudad, cl lugar donde era posible medrar y ganar favores, inalcanzables en el aislamiento del campo o la provincia; por eso denigra los «pueblos chicos y cortos» y declara «yo en México es- toy a mi contento» (IV). Balbuena usa, sin duda, ese lenguaje con des- treza y clegancia no frecuentes, que le permiten lograr algunas brillan tes comparaciones ¢ imagenes con virtudes plisticas y sonora tono encomiastico, el estilo enumerativo y la insistencia en | Je no se dan un instante de respiro, y tienden a abrumar poema no tiene, en verdad, argumento, ni variante ni sorpresa alguna; esa falta de tensién dramatica crea un efecto de monotonia: todo es previsible y consabido. Lo que hace el autor es invertir los términos de la descripcién poi etrata un modelo real, sino Jo desrrealiza casi por completo, convirtiéndolo en pura literatura. El proceso de idealizacién hace que la imagen se desprenda de su referencialidad y valga por si misma, como en la moderna «poesfa pura»: alegres flores, que en otro tiempo fueron reyes del mundo, ninfas y pastores, y en flor quedaron porque en flor se fueron (ih esto manierista, que anuncia la invasién formalista que traera el barroco. La presencia de Grandeza mexicana sefiala un momento ¢ru- cial en la evolucion de la poesia culta americana y da un indicio de su direccién estética. Es interesante contrastar la visién dorada que este poema presenta de la vida urbana americana con el desencanto que re- flejan las sétiras de Rosas de Oquendo (3.3.3.) y otros, y también con el tratamiento del motivo horaciano que hace Antonio de Guevara en su Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). El tema de la civ: dad frente al campo —que retomarén Bello (7.7.) y Sarmiento (8.3.2.), entre otros— ya esta aqui planteado. Paraddjicamente, asi como en Grandeza mexicana hay un conj to de alusiones y referencias a la naturaleza europea y al mundo clési- 186 _Historia de la literatura hispanoamericana. 1 en el Bernardo, que trata el tema hist6i ndario de la victoria | héroe Bernardo del Carpio sobre Roldan y los Doce Pares de Fran- cia, en Roncesvalles, hay imagenes del paisaje mexicano; en el Libro XVIII leemos: Miran el brazo de cristal que ataja de Chiapa los desiertos arenales, y de Oaxaca la florida faja de regalados temples y fratales; las dos ricas Mixtecas alta y con sus frescas moreras y nogales.. Esto se explica porque el autor introduce el artificio de que el hé- roe sea magicamente transportado a tierras mexicanas, donde se le anuncia la conquista de América, Escrito en octavas reales y en 24 can- tos, el vasto poema (més de 40 mil versos) es mucho més «épico» que Grandeza..,y usa los datos hist6ricos como un mero pretexto para en- tretejer episodios fantésticos (profecias, suefios, hechicerias, hazafias fabulosas), cuya funcisn basica es ejemplarizante y moral; la huella de Boyardo y Ariosto es, aqui notoria. El texto es profuso y abigarrado, animado por el viejo ideal caballeresco, en marcada diferencia con el orden y la actualidad inmediata de Grandeza... Esta precedido pot un prélogo que tiene interés para conocer las ideas de Balbuena sobre las relaciones entre épica e historia, entre verosimilitud e invencion; de paso, hay que recordar que ese texto y alabanza de la poesia» publicado al final de Grandeza... deben contat- se entre las primeras poéticas americanas. La tendencia artficiosa del poeta se nota claramente cuando eseti- be en un género —el pastoril— que le permitia regodearse en él: Siglo de Oro... s un alambicado ejercicio buedlico en doce églogas ladas con pasajes en prosa, sonetos y otras composiciones. Su lectura silo es recomendable para quien quiera estudiar las innovaciones que, influido por la Arcadia de Sannazaro, introduce el autor en el género, tal como se practicaba en Espaiia desde la Diana de Montemayor. Textos y erica BALBUENA, Bernardo, Grandeza mexicana. Ed. crit. de José Carlos Gonzilez Boixo. Roma: Bulzoni, 1988. Del clasicismo a manierismo_187 Grandeza mexicana y fragmentos del Siglo de Oro y el Barnard. Eid. de Francisco Monterde. México: UNAM, 1963. Horne, John van. Bernardo de Balbuena. Biografia y critica. México: Critica, 1972, Rawasa, José. «Bernardo de Balbuena». En Carlos A. Solé, ed..*, pp. 53-57. Royas Gancibuenas, José. Bernardo de Balbueno. La vida y la obra. Mé ‘nam, 1958. REGION ANDINA 4.2.22. La épica religiosa de Hojeda Diego de Hojeda (1571?-1615) nacié en Sevilla y crecié alli, en un momento de esplendor de las letras espafiolas. Llegé a Lima en 1591 e ingresé al sacerdocio como dominico. En esta ciudad inicié activida- des literarias que lo vincularon a poetas de la Academia Antartica como Ofia (3.3,4.3.) y Davalos y Figueroa (3.3.2.). Su carrera eclesids- tica, que se desarroll6 en Lima y el Cuzco, donde también ensefié teo- logia, sdlo tiene un notorio incidente dramético, que refleja las tensio- nes internas de la vida conventual: debido a una disputa con su propia congregacién, Hojeda fue despojado del titulo de prior, que habfa al- canzado en ambas ciudades, y humillado al envidrsele al exilio, como simple fraile, al Cuzco y Huanuco. Fue rehabilitado, pero murié sin enterarse de ello. La paradoja es que este hombre escribié el mejor y mas devoto poema religioso de su La Cristiada (Sevilla, 1611). ‘Aunque hoy ésta sea la opinion generalizada, hay que recordar que durante largo tiempo —hasta el primer tercio del siglo x0x, en ver- dad— fue ignorado por los lectores y la criti El poema se compone de 12 cantos 0 libros y esta escrito en octa- vas reales. Su tema es, por cierto, el de la pasién de Cristo, a la que agrega otros asuntos y episodios, como el de los martires de l los fundadores de drdenes religiosas. Dos modelos renacentistas p den invocarse para La Cristiada: la Gerusalemme Liberata (1575~ de Tasso y el menos conocido Christias (1535), escrito en latin por Gi- rolamo Vida; Frank Pierce ha llamado también la atencién sobre las relaciones del texto con un poema homélogo pero de muy inferior ca- lidad: La Universal Redencién (1584) de Herndndez Blasco. Para juz- gar el verdadero valor del poema, debe tenerse en cuenta que la épica religiosa —como hemos visto antes (4.2.2.)— era muy popular en 188 _Historia de la literatura hispanoamericana. 1 América y copiosamente cultivada cuando Hojeda eseribe su obra; los antecedentes abundaban, pero ninguno esta a su altura, La Cristiada utiliza y absorbe practicamente todas las fuentes reli siosas disponibles en la época sobre la vida de Cristo: los Evangelios, Ios textos apécrifos, la patristica, la literatura mistica espafola, leyen- das de la tradici6n cristiana, etc. Pero el autor trata de renovar el men- saje religioso de estas fuentes mediante técnicas y recursos propios del lenguaje épico. Siguiendo a Tasso, Virgilio y Dante, usa intensamente —quizd més que cualquier otro cultor del género en esa época— el deus ex machina, las profecias, los saltos retrospectivos, la fusién del nivel natural con el sobrenatural, la prosopopeya (aparecen como pro- tagonistas la Oracién, la Impiedad, el Miedo), los efectos sobrecoge- dores, etc. Tanto en deaalles especificos, se advierte el riguroso cuidado y la voluntad artistica con las que el poe- ma ha sido compuesto, En cuanto al orden y el desarrollo narrativo casi no hay fallas; los defectos —el tono pesadamente apologético, la candorosidad de ciertas alegorias, el didactismo doctrinal— son de ‘otro orden y quiz connaturales a un género como éste. Pese ala indu- dable uncidn religiosa de Hojeda solo ocasionalmente el poema mere- ce llamarse mistico: ¢s mas bien un ejemplo de poesia devota o pietis- ta, una suma de verdades y fantasias para ilustrar y fortalecer la fe de los creyentes. Pero lo cierto es que, cuando lo leemos hoy, nos resultan mis visibles los defectos que las virtudes, debido a la distancia ala que nos colocan el gusto y la sensibilidad actuales respecto de obras de este tipo No son extrafias al tex icas de la oratoria sagrada, con sus ejemplos, reiteraciones, silogismos y simetrias, segtin el molde difundi- do por el pensamiento escolistico, No hay asunto mis grande y dra- ‘atico para demostrar el amor y la providencia de Dios que la pasién de Cristo, pues ella entrafia el misterio de la Redencién de la humani- dad; Hojeda se sirve de ese pasaje de la historia sagrada para estimular la fe y convertir a Cristo en un verdadero «héroe», cuya hazafia espiri- tual supera la de las grandes figuras de la épica clasica. Los rasgos ma- nieristas y barroquizantes son visibles en el poema, pero el refinamien- to y la tendencia ornamental estan todavia moderados por un afin de mantener la laridad y la conviccién interna del argumento; argumen- to en los dos sentidos de la palabra: como linea narrativa y como razo- namiento para probar una verdad de trascendencia moral y teo Cuando la imaginacién poética no equilibra el ardor de la fe religiosa, el dogmatismo y aun el fanatismo de su mentalidad cristiana (exalta- dos por el espiritu de la Contrarreforma), el poema se reduce a mera predicacién en la que el lector percibe los desagradables rasgos de la intolerancia. Pero no hay que aislar a Hojeda como el nico poeta re- ligioso al que puede reprocharsele eso, sino mas bien y pese a todo, como el mejor entre todos ellos. Texto y critica Hoyeps, Diego de. La Cristada. Ed. de Frank Pierce. Salamanca: Anaya, 1971 ‘Atsoxe, Juan Luis. Historia de la literatura espariola*, 1, pp. 541-544. Maver, Sor Mary Edgar. The Sources of Hojeda’s La Cristiada, Ann Arbor: University of Michigan Press, 1953. REGION CARIBENA. ZONAS INTERMEDIAS: COLOMBIA Y GUATEMALA 4.2.23. Poetas épicos menores Naturalmente, hubo seguidores ¢ imitadores de Hojeda, especialmente entre las drdenes religiosas. De hecho, la figura del fundador de la orden jest ta fue propuesta como uno de los modelos que la literatura debia tratar y ex tar. Por lo menos tres poemas épicos sobre San Ignacio de Loyola se escribi ron en América por autores criollos. El titulo de uno de los mas conocidos, el del jesuita colombiano —que luego abandons la orden— Hemando Domi guez Camargo (nacido a comicnzos del siglo xvu-16562), lo dice todo: San Ig- nacio de Loyola, fundador de la Compaiita de Jestis. Poema beroyco (Madtid, 1666), en el que pueden encontrarse claros y a veces elegantes vestigios de len je barroquizante, sobre todo cuando el impulso mistico se expresa con imagenes de rebuscado erotismo. Otra figura religiosa favorecida por los de vvotos cantores épicos es la de Santo Tomés de Aquino, de quien exista la can- dorosa y generalizada creencia, recogida en muchas crénicas coloniales, de que habia predicado en América. Thomasiada al sol de la Iglesia (Guatemala, 1667) de Diego Sienz Ovecusi, es otro titulo revelador. Tiene relativamente mayor interés el Espejo de paciencia (escrito en 1608 y publicado en forma completa s6lo en 1928) de Silvestre de Balboa (1563. 190 _Historia de la literatura hispanoamericana. 1 rescataron y reunieron cl dinero para comprar su libertad, sino que lo ven- garon formando un pequefio ejército que derrot6 a sus captores, en el «Mo tete» aiadido como conclusién del poema y que se cant6 en la iglesia tras su liberacidn, se exalta el feliz desenlace: «Dichosa la isla de Cuba/ que goza de tal Prelado». Balboa habia venido de las islas Canarias y se establecié en Cuba, residiendo principalmente en lo que hoy es Camagiiey; por es0, por el tema local de su poema y sobre todo por los pasajes (0 catilogos) descripti vos de la fauna y flora caribefia, es considerado el texto fundador de la lite ratura cubana. Sus verdaderos méritos literarios, sin embargo, han sido materia de discu- siones y diserepanci i Tor y hasta dudan de la autenticidad que puede ser una supercheria del erudito cubano José Antoni «que publics fragmentos del poema en 1838, Habria que aclarar algunas cosas la primera es que, al revés de México, Lima y Santo Domingo, Cuba (y mis ‘Camagiiey) era por entonces un lugar con limitada tradicién literaria. Luego, 1ediana y sobre todo resultado de su esfuerzo in- a quien cita en su pr6logo al lector) y alos poe- Castellanos [3.3.4.1. y. s de Luis Barahona de Soto, autor del poe- al que se refiee en la primera octava del llanto/ De Angélica y el Orco enamo- Espejo... Celebren otros la prisién y rado>). Lo interesante es qu boa, imperfecto y sim 4 por su aislamiento cultural, el estilo de Bal jentales y culteranos de la épo cologia clasi- ca se meacla con toques de color local; esa sim} bastaria para hacerlo singular en s de aventuras, la interpolacién de elementos fantésticos y el omnipresente itas. Tampoco eran frecuentes poemas épicos con las mo- estas proporciones fisicas de éste (aunque lo preceden seis sonetos lauda- torios), que tiene apenas dos cantos y 145 octavas reales: el primero n: penurias del obispo como cautivo del pirata francés y su gundo, la sangrienta batalla conta el y la celebraci del prelado, fruto de su «paciencia» cristiana, El obispo debe ser el primer héroe religioso ctiollo cantado por la épica hispanoamericana. El lenguaje del texto, con frecuencia desmafiado y desabrido —més de crénica, que de poema—, se anima con algunos otros personajes criollos, como el valiente negro apropiadamente llamado Salvador, o cuando pinta un festin de colo: res y sabores tropicales en honor de su protagonista. Lo cierto es que este breve y ristico poema se ha convertido, a partir del siglo pasado, en el ori gen de la literatura de Ia isa Del clasicismo al manierismo 191 Texto y critica Batnoa, Silvestre de, Espejo de paciencia. Ed. facs. y crit. de Cintio Vitier. La Habana: ComisiGn Cubana de la UnEsCo, 1962. GonzAtez Ecuuevanaia, Roberto, «Reflections on the Espejo de paciencia: En Celestina’s Brood", pp. 128-148. Sanvz, Enrique. Silvestre de Balboa y la literatura cubana, La Habana; Letras ‘Cubanas, 1982, pp. 139-151. REGION ANDINA 4.3. Esplendor de la crénica del xv La crénica de estos afios es ya un género robusto, estéticamente ‘maduro ¢ intelectualmente elevado a una dignidad impensable cuan- do nacié en las manos humildes de soldados y aventureros, que se im- provisaron como cronistas ¢ historiaron simplemente lo que vieron 0 supieron. Se ha sefialado que hay un giro que va de la crénica esencial- mente descriptiva a la que intenta interpretar el sentido hist6rico de la conquista. Ese giro comienza con el nombramiento de Juan Lépez de Velasco como Cronista Mayor de Indias, pero como su enorme croni- a, Geografia y descripcién universal de las Indias, no fue conocida sino a fines del siglo xrx, el cambio se define en verdad con la presencia y la obra de Antonio de Herrera y Tordesillas (1549-1625), quien en 1597 recibi6 el mismo nombramiento. Aparte de su monumental crénica Historia general de los hechos de los castellanos en las islasy tierra firme del mar océano (1601-1615) —conocida también como Décadas, por sud én un preceptista del género con dos obras que circularon en su tiempo s6lo en forma manuscrita: Discurso sobre los provechos de la historia y Discurso y tratado de la historia e historiadores espaiioles La cténica se vuelve un género de estudio y reflexidn, cuya preten sién es ofrecer abarcadoras visiones de conjunto y compendios eruditos dela empresa conquistadora, contemplada ya con la perspectiva de mas de un siglo, La intencién es exhaustiva, tratando de cubrir el proceso entero 0 sus porciones més significativas. Lo que la nueva crénica pier- deen presencialidad y animacion aventurera, lo gana en amplitud, hon- dura y serenidad de la vision histérica. No siempre tan serena, en ver- 192 _Historia de la literatura hispanoamericana. 1 dad, porque las pasiones no desaparecen del todo; sencillamente cam- bian de naturaleza: el afin de enmendar, ampliar y completar lo que los cronistas de la primera hora dijeron de modo parcial o sucinto, o de cexaltar las intenciones del proceso colonizador y lamentar los concretos resultados, predominan en este periodo y aucorizan a decir que, en bue- na medida, la crénica se escribe como una relectura de la anterior, ha ciendo de ellas ambiciosos lop en sélo de una region o virreinato—, que a veces las sacan del campo literario propiamente dicho y las llevan al de la historia como disciplina auténoma, cuando no al de la filosofia o la teologia. Un fenémeno inte- resante ¢s el surgimiento de la crOnica eclesiéstica 0 conventual, cuya fi- ad es ex istoriay a contbucin expr de wna partic lar congregacién, que a veces pueden ofrecer datos valiosos sobre asun- Rane pe UI ten ese Re Cire crea (Barcelona, 1639-1653) del padre Antonio de la Calancha (1584-1654), escrita en una tepujada prosa barroca, que brinda informacién sobre la orden de los agustinos en el Peri, entre muchas otras cosas. Pero cabe decir que, cuanto mas se especializa la crénica 0 se hace més erudita, iis se aleja del foco del interés de una historia literaria, Hay un factor social que interviene y altera la funcién piblica del sgénero: existe ya una sociedad criolla establecida —con una ya larga experiencia del medio—, que se entremezcla con la espafiola indiana y constituye un piblico lector que, sin ser del todo consciente de ello, es una realidad distinta, ambivalente ante la versién «oficial» que la crénica habia dado de la conquista. Era el momento propicio para la la rectificacion, de lo que se encargaran, al lado de espaio- 105 ¢ indios que habian permanecido relativa- mente silenciosos, Es una etapa de gran esplendor del género, que goza también, a su modo, de una «Edad de Oro». Dos nombres fun- damentales vienen de inmediato a la mente como encarnacién de este Madrid: Gredos, 1982. Del clasicismo al manierismo 193 mn a maniorism 193 43.1. El Inca Garcilaso y el arte de la memoria No cabe duda de que tanto la personalidad como la obra del Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616) son la expresién mds intensa del di- lema y el drama que era, en esa época, ser un mestizo criollo. Porras Barrenechea lo ha llamado, siguiendo a Maridtegui, «el primer perua- no», por la fina sensibilidad de su condicién biologica ¢ histérica. Esa ilidad es premonitoria de la que defi no exi anhelos. mandose en on vocacién universal, como queria ser el hombre del Renacimiento. EI Inca nacié en el Cuzco apenas siete afios después de haber sido detrotado el Inca Atahualpa y conquistado el Peri por Pizarro, Suna- cimiento es una consecuencia del encuentro de dos razas a partir de esa derrota; tiene un aspecto comiin a toda conquista —es el fruto de una unién natural, impuesta por el vencedor sobre los vencidos— y otro excepcional —Ias sangres que se funden son ambas nobles—. El padre del Inca era el capitan espafiol Garcilaso de la Vega, un extre- mefio que protagonizé la conquista peruana y que descendia de fami- lias ilustres, entre cuyos antepasados se contaban los poetas Jorge Manrique, el Marqués de Santillana y Garcilaso de la Vega. La madre era Isabel Chimpu-Oello, una fusta («princes») ‘Yupanqui, antepeniiltimo gobemante de la dis dres nunca se casaron, aunque nios con terceras personas; el origen ilegitimo del cronista, que tendra largas consecuencias en su vida y se reflejard en su obra, explica por qué el nifio levara primero el nombre de Suatez de Figueroa, que pro- venia de a familia paterna, La infancia del cronista transcurre en el ho- gar matemno del Cuzco, pero su crianza responde a las dos vertientes de su sangre: por un lado, educacién formal con gramética, latin y jue. 0s ecuestres como buen hijo de espafol; por otto, aprendizaje del guechua como lengua materna y acopio de la tradicién viva entre los parientes de esa rama, a través de relatos, fabulas y anécdotas conser vados en la memoria y reelaborados como un tesoro por la fantasia in- fantil Estos afios cuzquefios son decisivos porque configuran el mundo esencial que cobraré vida en una obra que, precisamente por ser tan tardia, tiene un profundo carécter retrospectivo: el de salvar del olvido 194 Historia dela teratura hispanoamericana. 1 el bien perdido en el tiempo o distante en el espacio. Rodeado alli de otros hijos naturales de conquistadores, conoci6 a varios de éstos ilti- mos: Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal, el temible «Demonio de los Andes»; los escuché hablar y presencié algunas de sus aventu- ras, incluyendo las de su propio padre. Todo eso, que recordaré mu- cho después, forma parte de su formacién como historiador: la con- quista estaba todavia viva entonces y el Inca podia casi «tocarla» como una presencia que desfilaba ante sus ojos. La etapa cuzquefia se cierra en 1560; el afio anterior el padre habia muerto y, usando el dinero que Je dejé en herencia para que estudiara en Espaia, el Inca decide reali- zar poco después el largo viaje que lo lleva del Cuzco a la peninsula, La etapa espafiola (que transcurre en Sevilla, Montilla y finalmen- teen Cérdoba) tiene dos fases: una, ajena al mundo de las letras, en la que ltiga (con poco éxito) para reclamar bienes paternos y se dedica a Ia carrera de las armas (peleard contra los moros en las Alpujarras); otra, de estudio y cautelosa preparacién como escritor, en la que ab- sorbe la cultura humanista y culmina el proyecto cronistico que habia acariciado largamente. La lentitud de este proceso, lleno de demoras y vacilaciones, ha sido explicado no sélo como una prucba del rigor y paciente cuidado con que encaraba su tarea, sino como el reflejo de tuna personalidad timida e insegura en un medio ajeno y por completo distinto del Cuzco natal. La obra del Inca corresponde realmente a sus tres dltimas décadas de vida, pues comienza discretamente hacia 1590, ‘osea cuando ya tenfa 51 afios, y culmina con la publicacién, al afio si- guiente de su muerte, de la Historia general del Peri (Cérdoba, 1617). ‘La lejania fisica, la distancia temporal y la actitud reflexiva que dan los afios crepusculares, tienden sobre su visién hist6rica un velo de nostal- gia y melancolfa, que algunos han identificado como rasgos propios del temperamento indigena. Es significativo que en ambas fases de su Vida espafiola haya un af de reconocimiento: el hijo del capitan Gar- cilaso de la Vega luchara primero por ganar el derecho a usar ese nom- bre ilustre y luego, como cronista, le afiadira el apelativo de Inca, que subraya su condicién de indio noble. Asi llegard a ser, finalmente, él mismo, una afirmacién voluntariosa del hecho de ser un mestizo (lo proclama «a boca llena, y me honro con él»), que hay que considerar el fandamento de su obra y uno de sus aspectos més creadores: el Inca es el sutil narrador del proceso de su propia historia dentro de la His- toria, como fenémenos contiguos. ‘Comienza su obra como mero traductor: en 1590, aparece en Ma- drid su versién castellana de los Didlogos de amor de Leén el Hebreo, Del casicisme al manierismo_198 obra escrita en italiano, lengua que el Inca habia aprendido y legado a dominar. Los Diélogos gozaban de popularidad en esa época por sus delicados razonamientos neoplat6nicos sobre el tema amoroso; no s6lo Por eso atrajo al Inca sino por el orden, las simetria y las rigurosasje- rarquias filos6ficas de su tejido, que luego adoptard para estructurar su obra de cronista. El trabajo sirve, sobre todo, pata probar la elegancia de su prsa yu inmersn en a cultura humanistic, Su primera er nica no tiene ninguna relacién con el Pert: es la que aparece con el ti tulo de La Florida del Inca (Lisboa, 1605), cuyo tema es la conquista de esa peninsula por Hernando de Soto. Siendo admirable, esta crénik cra, para él, slo una preparacién o acercamiento a su verdadero obj tivo como autor: escribir sobre el Peri, La Florida es una tipica croni- ca ade ofdas» (su informante fue Gonzalo Silvestre, uno de los hom- bres que acompafiaron a de Soto), que le permitis probar sus fuerzas como cronista sin comprometerse como testigo directo. Es una obra cuyas cualidades puramente lterarias y artisticas tienen una autonomia interna atin mayor que en los Comentarios reales: siendo una er6nica, argos pasajes pueden ser lefdos como una narracién de aventuras, con ecos de la novela de caballerias y la épica renacentista; compararla con la versién que da Cabeza de Vaca en los Nawfragios (2.3.5. sobre la ex- ploracién espafiola en esa misma region, o con la exaltacién épica de La Araucana de Excilla (3.3.4.1,), ofrecera intetesantes paralelos. Pero elarte de contar del Inca es enormemente superior al del primero. El estilo de La Florida es un primoroso compendio de las técnicas narrativas de su tiempo: cuidadosa composicién de escenas, riqueza de detalles descriptivos, gusto por lo fabuloso, retratos morales y psi- coldgicos, sugerencias y contrastes, atmésfera de tensién creada por revelaciones demoradas y anécdotas laterales, constante poetizacién ¢ idealizacién ejemplarizante de la realidad, ete. Hoy muy pocos leen este libro como crénica, para enterarse de lo que pasé en La Florida, sino para gozar del estilo evocativo y depurado con el que su narradot reinventa la historia. Téngase presente, ademés, que los pardmetros con los cuales su obra tenia que medirse no podian ser mas altos: La Florida aparece el mismo afio que el primer Quijote. La intencidn que tenia el Inca en mente cuando prepara los Co- mentarios reales (Lisboa, 1609) —proyecto que ya anunciaba hacia 1586—, era muy distinta: tenia que escribir sobre recuerdos persona- les, complementados con gran acopio de fuentes escritas y orales,ys0- bre las primeras experiencias hist6ricas de su tierra natal; es decir, era tun tema que haba guardado largo tiempo en la memoria y que habia 196 Historia dela iteratura hispanoamericana. 1 convertido en una segunda naturaleza mientras vivia en Espaiia. Si ser mestizo significaba plantearse la cuestién de ser a la vez dos cosas ‘opuestas (indio y espaol) y tratar de resolver esa ambivalencia en una vision integradora y equilibrada, entonces el Inca es un ejemplo cabal die esa hibridacién racial, histérica y cultural. Su formacién como es- critor es esencialmente espafiola 0, mejor atin, europea, pues incorpo- taba lo mejor de la cultura renacentista: pero el tema y la carga emo- Cional son clertamente americanos. De hecho, puede decirse que, dile- maticamente, e! autor se sentia mas espafiol en América y més americano en Espafia, inaugurando asi el motivo del desgarramiento cultural que ha inquietado a tantos escritores hispanoamericanos des: de entonces, como ilustra bien el caso eminente de Carpentier El Inca eseribia con un énimo reivindicatorio, aunque apacible y equilibrado, como sila sangre de la herida que 1o provocaba hubiese ‘cesado de manat, pero no el amor por los suyos y el dolor por los atro- pellos cometidos; por todo ello, escribfa esperando una restauracién, fe la verdad y la justicia. Lo caracteristico de su visi6n es el esfuerzo por someter al filtro de la reflexién serena las pasiones desatadas por Eltrauma de la conquista. Ese era un rasgo de su caticter, pero lo rea- firmé y refin6 con sus lecturas de fl6sofos, historiadores humanistas y escritores clasicos que descubrié en Montilla y Cordoba; la biblioteca ue el Inca formé en el primer lugar, da un claro indicio de la austeri dad casi monacal (en Cérdoba habia tomado los habitos, lo que subra- ya su adaptacién a las costumbres del con la que cultivé su es- piritu, Se ha observado que lo que asimilé mejor fueron las obras y la Fumésfera que reflejaban cierta tendencia arcaizante que dominaba Dor e508 afos en los circulos de eruditos, hurmanistas y poetas de Cér- Toba, con los que estuvo asocinds y entre los cuales conocié nada me- nos que a Géngora. Ese regusto arcaizante, esa aura dulcemente retrospectiva son no- torios en los Comentarios reales. La obra estaba concebida en dos par- tes: la primera —cuyo titulo exacto es Primera parte de los Comenta- rios reales dedicada a contar el origen de los incas y describir y valo- rar sus instituciones; la segunda, titulada Historia general del Peni, narra el descubrimiento, la conquista y las guerras civiles de los espa- oles en tierras peruanas. El titulo mismo de los Comentarios reales es revelador del cuidado y modestia con que encaraba su tarea de histo- tiador. El «comentario» es una de las formas o subgéneros més humil- des de la histotia, pues supone la glosa de una obra anterior con el propésito de rectificazla 0 ampliarla. Garcilaso no se llama, pues, «cto- Del clasicismo al manierismo_197 como un eco de los Comentarios de sat; sélo después, habiéndose afirmado como tal, se animari a ar Historia general... a segunda parte de la obra. El adjetivo reales arse de dos modos: en el sentido de «verdaderos» y les a los hechos que trata; y también en el sentido de propios de la realeza incaica, de la que se presenta como heredero di- recto. En el famoso «Proemio al lector», el autor deja bien en claro sus propésitos: aunque no es el primer cronista que escribe sobre las cosas del Peni, es el primero que intenta dar «la relacién entera» de elas; al- gunos las escribieron «tan cortamente» que a veces «las entiendo mal»; con el animo de corregir esos defectos, confusiones y falsedades, «forzado del amor natural ala patria», promete escribir «clara y distin- tamente» sobre lo que sabe; y lo sabe mejor que otros porque el que- chua fue su lengua matema y puede sefialar cudndo los cronistas la interpretaron fuera de la propiedad de ella». La idea clave aqui es la de ser un intérprete y serlo en varios nive- les: lingiistico, histdrico, intelectual, espiritwal. No cabe duda de que el Inca tiene un conocimiento intimo y extenso (segiin el estado de la toriografia en su época) del pasado incaico; lo que se ha discutido a lo largo del tiempo es la cuestion de la veracidad hist6rica del Inca y el grado en que podemos creer lo que nos dice. Como historiador, el Inca era todo lo acucioso y metédico que se podfa ser: lefa atentamen- te sus fuentes, las anotaba, las cotejaba con otras, solicitaba testimo- nios orales o escritos cuando exa pasible (por ejemplo, a sus condisci- pulos del Cuzco), era fiel al detalle y a la visién de conjunto, y final- ‘mente sopesaba todo eso con el caudal de lo guardado en el recuerdo (el hilo que lo guia por «este gran laberinto» de la historia) y reproce- sado por la imaginacidn, Después de «haber dado muchas trazas y to- mado muchos caminos» para contar la historia de los Incas, le parecié que el camino més facil y Ilano era contar lo que en mis nifieces of muchas veces a mi madre y a sus hermanos y tios ¥ a otros sus mayores acerca de este origen y XV). No es exacto decir que el Inca peca contra la verdad o desfigura Jos hechos para servir a su causa; pero es cierto que los idealiza y em- bellece evpcdndolos como una edad dorada y un bien perdido para siempre. El nos diré que conservar algo «en el corazdn» es frase de los indios por decir «en la memoria». No falsifica: exagera en los vuelos 198 Historia dela iteratura hispanaamericana, 1 poéticos de su prosa. Muchos de sus errores eran comunes en la épo- cca, cuyos criterios de verdad no son los nuestros. Y en algunas cosas se adelanta a los historiadores de su época; por ejemplo, en el uso mets- dico de las «fabulas historiales», elementos miticos a los que hoy se concede alto valor antropologico. A la doble idealizacién, producto del tiempo y del arte, se suma otra, que tiene que ver con el origen mo de la experiencia historica del autor: su versi6n es la oficial del in- cario, tal como le llegé por voces o tradiciones familiares en su infan- cia y juventud; esa ver a que sobrevivis la conquista. El Inca cree firmemente que la a quechua es un estado de civilizacién superior y que su capital, el Cuzco, fue otra Roma en aquel imperio». Esa historia cuzquefia cera dulica y edificante, depurada de gobernantes y hechos nefastos. En el pasado, algunos comentaristas no entendieron lo que apare- cia como una notoria contradiccién: un autor que reivindicaba su con- in de nativo, pero que exaltaba la conquista y la evangelizacién ‘ristiana, y que hasta simpatizaba con personajes como Gonzalo Piza- 110, notoriamente insensible ante la situacién de los indios. Pero no hay tal contradiccidn, sino una coherencia con la visién hist6rica pro- videncialista a la que es fil el Inca, seguramente como reflejo de sus lecturas de interpretaciones utdpicas sobre el proceso hist6rico: segiin clas, odo ocurria de acuerdo con un designio de constante ascenso en aescala de la civilizacién, que llevaba de la oscuridad y barbarie de los tiempos primitivos al orden superior de los hombres y los pueblos guiados por Dios y su Iglesia. En la mente del Inca hay una clara jerarquia de edades historicas: de la época preincaica, en la que los hombres adoraban una multitud de idolos inferiotes, hacian sacrificios humanos y «se juntaban al coi ‘como bestias, sin conocer mujer propia, sino como acertaban a topar- se» (I, el Peri pasé al sistema incaico, que establecié el cul monoteista al Sol y organiz6 la vida social mediante instituciones esta- bles y patemnales. Luego, cuando el imperio incaico decay6 y se des- moralizé (de modo no muy distinto a los dias finales del imperio roma- no), llegaron los espaiioles, que impusieron la vocacién universal de su imperio, con una nueva cultura, una nueva lengua y sobre todo la ver- dadera teligibn. Los sufrimientos y el derramamiento de sangre que trajo la conquista espatiola bien pueden compararse al trance de la re- dencién cristiana: son dolorosos pero cumplen un alto destino. Esta concepcién se basaba en el error —frecuente entonces, debido alla fal- ta de conocimientos sobre las culturas preincaicas— de considerar esa Del clasicismo al manierismo_199 etapa como barbara y atrasada, pero reiteraba también el prejuicio im- perial incaico que habia absorbido el Inca en su nifiez. Todo eso lo conjugé armoniosamente con el riguroso esquema que la historia tenia dentro de la perspectiva europea: un orbe perfectamente jerarquizado de etapas y avances progresivos, que se parecian tanto al rigor de las rbitas y categorias del amor segiin Leon el Hebreo, quien recomen- daba hermosear para «sacar fuera las esenciasm de las cosas. El disefio triangular del Inca —barbarie, imperio incaico, imperio espafelsostiene todo cleifcio conceptual de su historia, ys efle- ja en el sistema de exposicidn que sigue en las dos partes de su obra. Gon Manco Capac, el fundador del incario,comienza para el on Segunda Edad», de la que se precia en decir que, aunque todavia id lateas, «rastrearon los Incas al verdadero Dios, nuestro Sefior» (II, Hace luego la descripcién puntual de sus instituciones, creaciones cul- turales y grandezas materiales, y simultineamente traza su historia has- ta dl iltimo Inca, Atahualpa, @ quien denigra como cruel ¢ ilegitimo heredero de la dinastia cuzquetia. Asi, justifica como providencial la llegada de los espafioles y nos prepara para el relato de la conquista misma y los episodios (que se consideran entre los més animados y re- veladores de la obra) de la Historia general... El lector descubriré que cl orden que sigue el Inca no es ni cronologico (el aspecto débil de su reconstruccién) ni estrictamente lineal, sino mas bien el de un tapiz ccuyos hilos, colores y texturas se entrecruzan continuamente, para agregar animacién y aliviar el relato con el contrapunto de lo ameno y lo informativo: le gustaba «variar los cuentos, porque no sean todos de un prop EI Inca es minucioso y exhaustivo con el cotejo de fuentes; largos pasajes de su texto son glosas de otros cronistas, para apoyar sus pro- pios dichos o contrastarlas con su propia versién. Su obra absorbe y valora una gran cantidad de fuentes de informacién, sobre todo las que brindan los cronistas del Peri, sus testigos y protagonistas. Cita a muchos de ellos —Cieza, Acosta, Zarate (3.2.6,), Gémara (3.22)—, pero a ninguno tanto como al jesuita Blas Valera (1551-1597). En ver- dad, las copiosas transcripciones de su Historia de los Incas, escrita en latin, que aparecen en los Comentarios... son pticticamente todo lo que queda de una obra perdida. Pero también es imaginativo y crea- dor en la uilizacién de sus memorias personales, los aspectos noveles- cos de algin episodio o las sugerencias de una anécdota o creencia an- tigua. La forma como el Inca se incorpora a si mismo en el cauce de la historia —para dar credibilidad a su argumentacin— y hace acota- 200 _Historia de fa Iteratura hispanoamericane. 1 __ ciones autobiograficas —-que animan la marcha del texto—es admira- ble. No menos admirable es la clésica elegancia y nitidez expresiva de su prosa. Escribiendo sobre un asunto que ha sido sometido a larga consideraci6n en su espititu, el Inca es capaz de resumir en férmulas sentenciosas e imborrables la esencia de lo que quiere decimnos. La fra- ce «Trocésenos el reinar en vasallaje>, que atribuye a un Inca, sintetiza en pocas palabras el drama de la conquista vista desde la perspectiva de los vencidos. En otra parte declara: «Protesto decit lanamente la relacidn que mamé en la leche», lo que subraya la intimidad de su co- nocimiento como fundamento desu veracidad. Historia y autobiografia estan indisolublemente unidas en los Co- mentarios, y el nexo es la lengua quechua, cuyo dominio le permite es- clarecer, corregit y restaurar lo que los cronistas espafioles confundie- ron o dejaron sin decir, Escrita a unos 40 afios de distancia de los he- chos que vio y escuché, la crénica tiene un tono nostlgico, idealizado, elegiaco: el de quien contempla una realidad «antes destruida que co- nocida». Su autor crefa que el embellecimiento de la historia contti- buia a hacer irradiar la verdad, y no desaprovech6 ocasién para pre sentar los hechos como elementos de una rigurosa compo caen la que lo grande y lo pequefo, lo glorioso y lo tragico, a violencia ya ternura, tenfan un lugar muy preciso. El Inca elabora sus cuadros hist6ricos artisticamiente, conciliando las exigencias de la historia con las de la narraci6n misma, Por eso da tanta importancia al testimonio oral, a los aspectos miticos y a las ela- boraciones mégicas del espititu popular, para alcanzar cl sentido pro- fundo de acontecer humano; debido a ello y pese a las limitaciones de su vision imperial, atada a la tradicién oficial cuzquefia (el incario como un arquetipo de organizacién paternalista), nos parece hoy un historiador mas moderno que muchos de sus contemporaneos. Mas disfrutable también, por las altas calidades de la forma, la auténti emocién que impregna sus paginas, el sentimiento del paisaje y la ca- bal comprensién del mundo indigena. Hay en este clisico, cuya prosa es uno de los mas grandes ejemplos de su tiempo, una vera que delica- damente adelanta la del romanticismo; un romanticismo sin arrebatos, ya que su temperamento tendia siempre al equilibrio y la mesura. Su obra se presta a un andlisis de psicologia profunda, pues esta elabora- do con recuerdos y experiencias traumaticas de la ninez, interiorizadas por alguien que se llama a si mismo Inca pero usando la lengua del pa- dre espafiol, lo primero en memoria de las glorias pasadas y lo segun- doen homenaje a la grandeza de una cultura y una religién que adop- Del clasicismo al manierismo_201 ta como propias. Su influjo ha sido decisivo en varias etapas de la vida literaria peruana: en los tiempos de la rebelién indigena de Tapac ‘Amaru (tras la cual fue prohibida), en la época de los prolegémenos de la emancipacién, en el indianismo decimonénico, en lo mejor de la expresion indigenista de un novelista contemporneo, como la de José Maria Arguedas. Centrado en la historia peruana, los Comentarios. es, sin embargo, un libro universal porque su gran motivo recurrente Fitlebrar as granlzaspretrtasylamentar so desapricion—‘am- Joes. ‘Textos y erica Avatte-Arce, Juan Bat ed. El Inca Garcilaso en sus «Comentarios». An- Sredos, 1964, Vics, Inca Garcilaso de la. La Florida del Inca, Pro, de Aurelio Miré Quesa da, estudio de José Durand y ed. de Susana Sperati Pifero, México: Fon: do a ‘Econémica, 1956. Jomentarios reales de los Incas. Ed., indice litico y glosario de Car- los Arantbar, 2 vols. México: Fondo de Cultura ar Historia general del Per, ed. de José Durand, 4 vols. Lima: Universi dad Nacional Mayor de San Marcos, 1962. Dvranp, José. El Inca Garcilaso, clisico de América. Méxi General de Difusién, 1976. ‘Menexez Pioat, Ramén. «La moral en la conquista del Peri y el Inca Gari: aso de la Vega». En Seis temas peruanos. Madrid: Espasa-Calpe, 1960. Mino Quesapa, Aurelio. El Inca Garcilaso y otros estudios garcilacistas. Ma drid: Ediciones Cultura Hispanica, 1971. Porras BarreNecHEA, Ratil. «El Inca Garcilaso de la Vega». En Los cronistas del Peri", pp. 391-424, Puro: WALKER. Enrique. Histor cilaso de la Vega. Madrid Vernex, John Grier. El Inca. T! tin: Texas University Press, 1968. sep, Direccién creacién y profecta en los textos del Inca Gar- yranzas, 1982. nes of Garcilaso de la Vega. Aus 43.2. El ardor verbal e iconogrifico de Guamén Poma _ May distinto es el caso del cronista indio Felipe Guamén (o Hua- man) Poma de Ayala (1534?-1615?), autor de una Nueva corénica y buen gobierno (Paris, 1936) que, después de haber permanecido igno- 202 _Historia de la literatura hispanoamericana, 1 ada por varios siglos, se ha convertido hoy en una de las mis estudia- das y debatidas entre ciertos sectores de la critica. La razén principal para ello es, por un lado, el radicalismo de su visién (una feroz conde- insdlito en cianto es el tinico caso de cronista que es al mismo tiempo ilustrador; la crénica de Mura (3.2.6.), que puede considerarse en. esto un raro antecedente, es un caso distinto porque las ilustraciones no son desu mano. Todo ello ha servido a antropélogos ¢ investigado- res para reconstruir la dialéctica amo-siervo en la colonia. Hoy es una crOnica rodeada de leyenda y de polémicas ideolégicas, que quizé piden juzgar con objetividad una obra que se niega a ser ecudnime. EI silencio sobre la existencia del libro fue total hasta 1908, cuan- do el manuscrito de més de mil paginas de dibujos y apretada escritu- ra, fue hallado en la Biblioteca de Copenhague. Aunque su concep cién 0 redaccién pudo comenzar hacia 1585, el manuscrito mismo resulta ser mas tardio, pues debié ser terminado hacia 1614 0 1615, aiios probables de la muerte de su autor. De éste apenas se sabe algo is de lo que él mismo incluye en su obra, lo que no es mucho ni muy iro. Guamén se presenta como descendiente de la noble dinastia de los Yarovilcas (su propio nombre evoca dos dioses tutelares: haleén y puma), pueblo de la regién oriental de! Perii que fue dominado por Jos Incas. Teniendo su familia buenos lazos —como caciques— con la administracién colonial, no es extrafio que el cronista desempefiase di- vversos cargos menores en ella hasta llegar a ser teniente corregidor él mismo; asi no sdlo aprendié el trabajoso castellano que usaria en su obra, sino que conoceria de cerca a los hombres y el mundo que lue- go denigraria implacablemente. La rebeldia de Guamén se alimenta de lo que vio en esos afios, pero realmente se desata cuando, al volver a su pueblo de Lucanas, descubre los abusos, despojos y miserias a los que las autoridades —coludidas con otros indios advenedizos— han sometido a los suyos. Viejo, empobrecido, convertido en un vagabun- do, decide enviar al Rey Felipe IIT su memorial de protestas y quejas para hacer justicia en estas tierras. El resultado de ese proyecto es la Nueva corénica Hay que tener muy en cuenta, para juzgar el valor de la visién que nos propone, que Guamén pertenecia a un pueblo indigena enemigo de los Incas y que él guardaba todavia el resentimiento de su raza con- tra éstos; su experiencia hist6rica indigena no tiene nada que ver con la del Inca Garcilaso (supra): sus visiones son antag6nicas. Por eso su in- Del clasicismo al manierismo _208 terés en tratar de los tiempos de «mis padres y sefiores que fueron an- tes del inga», precisamente la porcién soslayada en los Comentarios: De ello se ocupa en la primera parte, que lleva el titulo de Nueva cor6- nica; la segunda, mas extensa, se titula Buen gobierno y se refierea la ex- plotacién de los indios a manos de corregidores, curas y caciques, y de Jos remedios que propone para evitar esos males. Es esta parte la que tiene més valor historiografico y la que lleva el peso de la denuncia. La primera es una presentacion de la etapa preincaica como un mundo ar- cédico y paradisiaco (en un grado mayor que laidiica visin incaica de Garcilaso), pues no habia en él mal alguno, ni sequias ni adulterios, ni temblores ni envidia. En cambio, los Incas son vistos con poca simpa- tia, casi tan crueles, opresores ¢ intrusos como los espafioles. Los Incas son, para él, «gente bajan, «pecheros»; el propio Manco Capac, funda- dor del imperio, es considerado el hijo bastardo de una bi Asi, este cronista indio se suma, involuntariamente, ala visién anti- incaica de cronistas toledanos como Ondegardo 0 Sarmiento de Gam- boa (3.2.6.), cuyo objetivo principal era justificar la conquista como una reaccién contra la tirania cuzqueiia; pese a esto, los datos acerca de mitos y creencias cosmog6nicas que aporta sobre esta etapa son de considerable importancia, sobre todo por ser un testimonio directo de la tradicién oral. Ese odio se transfiere, en la segunda parte, a la domi- nacién colonial, que él considera un sistema esencialmente barbaro e inhumano, cuya meta es la destruccién de los ultimos vestigios de la vida comunal indigena. Sin negar el interés que tiene la obra para el folklore, la etnologia y otros estudios culturales, ni el més permanente de su violenta protesta contra las injusticias sufridas por los indios, la obra es de ardua, casi penosa, lectura, salvo en una transcripeién que borre sus accidentes y oscuridades. Hay que reconocer los defectos del texto escrito de Gua- mén (aunque esto haya irritado a los indigenistas) y sefialar que se de- ben probablemente al uso simultaneo de diversos niveles de comu- nicacién (el lenguaje escrito de la vieja cronica castellana, la oralidad de la tradicién historiografica indigena, el sermén evangelizador, la epistola, etc.), pero sin llegar a asimilarlos 0 armonizarlos del todo: hay una fractura entre ellos que no se resuelve del todo. Es, a la vez, un texto congestionado y leno de grandes vacios, que las ilustraciones subsanan. El autor usa la lengua castellana sabiendo que no la domina bien y que no siempre le permite decir lo que quiere; incurre en reite- raciones, confusiones y constantes contradicciones que no ayudan precisamente a su propésito. Sus formulas son elementales (series enu- 204 Historia de xatura hispanoamericana, 1 merativas y cadenas de palabras simplemente yuxtapuestas que se re- piten como letanias) y lucen como un esfuerzo desesperado por tradu- ir a nuestra lengua los sentimientos, los moldes sintécticos y los rit- mos orales de otra, u otras, porque incluye el quechua, el aymara y va- ros dialectos. (Los paledlogos, por cierto, han visto en esa tronchadura expresiva un documento inapreciable para estudiar el proceso de asi- milacién lingiistica y los problemas propios de una cultura bilingiie e histéricamente escindida.) En realidad, el texto no sigue coherentemente las reglas del relato histérico, tal como lo practican los otros eronistas: es una suma algo babélica de pequefios textos descriptivos de personajes, hechos 0 si- tuaciones especificos a los que se refieren los inapreciables 450 dibu- jos que el autor afortunadamente incorporé a su obra para ser mejor na un sistema an- entendido. Esas vifietas (verbales y visuales) re cestral de concepcién del mundo que poco o nad: del Occidente europeo, pero que usa como un medio estrdtegico para integrar la suya en una grandiosa visién utopica. La idea es restaurar el mundo indigena bajo la autoridad directa del Rey de Espafia, volver al pasado sacando experiencias del presente. La Nueva cordnica... no es tanto un fexto ilustrado por imagenes, sino, mas bien una serie de ejemplos o anotaciones escritas como comentario a los dibujos. Estos imos elementos constituyen el verdadero eje de la obra y no es po- sible encarecer més su valor, su eficacia, su encanto y su terrible men- saje acusador. Se ha observado que hay un simbolismo cifrado, de raiz indigena, en la estructura de esos dibujos, lo que aumenta su impacto dramético y su poder persuasorio; también que la integracién de pala- bra hablada y dibujo dentro de las estampas, sigue una técnica compa- rable a la del actualisimo comic. Pero su estudio pertenece (como ocu- rre también con los cédices y pictografias prehispdnicos) al campo de Ia iconografia y los estudios semiticos de los signos visuales, no al de Jaestricta historia literaria; no cabe duda, sin embargo, de que presen- ta un caso apasionante. Guaman es una anomalia en su época: se suma a la vertiente de la crénica, cuyos modelos ya estaban bien establecidos, pero profunda- mente apegado a las tradiciones del relato oral-popular de la cultura aborigen; es una voz indigena solitaria, un patético clamor en defensa dela masa anénima y silenciada, un gesto de pura e irreductible rebel- dia que frecuentemente se expresa con el estribillo «|No hay reme- dio!». Sélo puede compararsele, en cierto nivel, con el de Las Casas (3.2.1), con quien comparte la misma santa ira ante la explotacién del Del clasicismo al manierismo 208 indigena. Guamén continia y agudiza la linea del radicalismo antihis- pénico que distingue a cierta crénica americana. Como Las Casas, la exageracién slo subraya y dramatiza lo que es esencialmente verdad: ambos asistian al fenémeno del holocausto de la poblacién indigena y querian impedirlo; no cabe objetivo més alto para un cronista. Pero las ideas de Guaman estan expresadas de modo confuso y pasan de una formula o imagen admirable a otra peregrina; la suya ¢s una propues. ta con ciertas notas sugestivas, pero cuyos fundamentos a veces pue- den ser gaseosos 0 endebles. Defendia una suerte de purismo cultural: aceptar el mestizaje era, para él, una forma de aceptacién del corrupto sistema colonial. Estaba convencido de que la nueva sociedad sélo podia construirse sobre el modelo indigena, inasimilable a ningtin otro; su mesianismo reafirma- baasila dificultad para fusionar e integrar la masa indigena al resto de la realidad nacional (lo que —hay que admitirlo— ha probado ser un problema real). Pero en la vcheme ato, el autor se ciega ¢ incurre, no de la civilizacién incaica, sino en un hirsuto orgullo de casta relegada y en un racismo ultraindigenista que le inspira las crueles burlas del mestizo y el mulato, a los que escarne- ce como razas degeneradas. Llega incluso a defender un odioso revan- chismo contra los indios plebeyos y los negros: entre sus reformas, esta Ia de que étos paguen tributo. Todo esto parece haber sido ignorado por la critica reciente o explicada con una benevolencia que no se jus- tifica. La utopfa andina del cronista anunciaba la caida inevitable del sistema impuesto por los espafioles en el Pert, pero proponia una in quietante inversin de la injusta pirdmide social presente; mas una res. tauracién del viejo sistema de castas que una utopia liberadora del in- dio cristianizado, como hoy algunos creen. En el dialogo imaginario que en su libro sostiene con Felipe I, el autor deja en claro que la gran reforma solo sera posible si el monarca lo nombre a él «segunda persona» del reino y le otorga un salario digno: el utopista se descubre aqui como funcionario con ciertas pretensiones dentro de un sistema igualmente rigido. La erdnica no importa realmente por el presunto peso de su tesis, sino por la fuerza visceral del reclamo, el grito herido de una raza de- rrotada que se mueve en un mundo caético y violento: transmite muy fielmente la sensacién de vivir un cataclismo cultural. Precisamente para subrayarla, Guamén quiso caricaturizar, burlar y parodi son algunas de las cualidades literarias mas notorias de su cronica ‘Ante la tragedia que contempla y vive, Guaman no tiene mejor recur: 206 Historia de la iteratura hispanoamericana. 1 so que el grotesco. Gustaba usar las tintas gruesas; clasificar los indivi- duos por tipos; remedar y ridiculizar rostros, gestos, lenguajes; tendfa alo patético y lo tragicémico. En cuanto comparten ese rasgo, texto y dibujos se conjugan perfectamente. El propio Guamén sefial6 las reac- ciones que su libro produciria en los ectores de su tiempo: «A algunos arrancara lagrimas, a otros dara risa, a otros hara prorrumpir en mal- diciones». Eso es precisamente lo que ha ocurrido con los de nuestro tiempo. Textos y critica: Guaman Poxa De Avata, Felipe. Nueva corénica y buen gobierno. Ed, de Franklin Pease. 2 vols, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1980. Primer nueva crénica y buen gobiemo. Ed. crit. de John V.Murra y Rolena Adomo, 3 vols. México: Siglo XI, 1980. ‘ADORNO, Rolena, Guamdn Poma. Literatura de resistencia en el Peni colonial. México. Siglo XI, 1991 Lopez Baxat, Mercedes. Icono y conguista. Guamén Poma de Ayala. Madtid: 188. Ponnas BARRENECHEA, Rail, «El cronista indio Felipe Huaman Poma de Aya la». En Los cronistas del Perii*, pp. 615-671 43.3. Otros cronistas del xvi La Historia del Nuevo Mundo del sabio jesuita Bemnabé Cobo (1580-1657) ces una obra monumental, una verdadera enciclopedia americana de cuyas tes partes sdlo se conoce la primera, publicada en Sevilla en 1890-1893; el simple sumario completo del libro es ya abrumador. Cobo llegé a América a fos 16 fi oda su vida en ella, principalmente en el Peni y México. su obra revelan una devocién profunda por estas tirras, sin espiritual con su paisaje, sus hombres, su cultura, con los que estuvo en contacto directo. Comenz6 a escribir su obra magna hacia 1613 y la culminé 40 afios después. Su descripcién de la fauna y flora amezicanas es de una de- vocién casi artistica, sin dejar de tener exactitud cientifca. Ese rigor naturais: talo aplica también al campo de la etnologia y ala antropologta, cuando regis- tra la insttuciones de las culturas prehispanicas, Lo curioso es que, a pesar de su interés de estudioso, su juicio de historiador es bastante negativo sobre la raza indigena, ala que crefa poco capaz de entendimiento y razén. ‘Otto erudito, de obra caudalosa y variadisima, es Antonio de Leén Pinelo Del clasiimo al manierismo _207 (1596-1660), nacido en ia pero cuya pasién americana lo coloca dentro de la licerarura colonial Nuevo Mundo hacia 1604, donde se consa. 216 al estudio de su realidad fisica, su histori antigua y reciente. La notorie- io y los importantes cargos que desempeiié en el Consejo de Indias, no impidieron que, por ser de familia judi, tuviese roces y dificultades con la Inquisicién. De su produccién merecen mencionarse dos obras: el Epitome de la Biblioteca Oriental y Occidental y Geogrifica (Ma ue es una fuente de informacién enciclopédica de libros escritos sobre las tierras conquistadas por los espafioles; y sobre todo El Paraiso en el Nuevo Mundo (escrito entre 1645 y 1650), vasta crénic: laque exhibe su erudicién, su prosa sobrecargada, su imaginacién y su gusto por lo fabuloso. Su propésito es nada menos que defender la nocién de un Edén americano, idea que ya estaba en los primeros descubridores, comenzando con Colén (2.3.1). Para el autor no cabe duda alguna de la ubicacién precisa std en las margenes del rio Marafion, en la Amazonia peruana, Uno no puede leer esta obra como una erénica, sino como una fantasta inspi rada por la escolistica y como ian ejemplo de los candorosos extremos a los -que podia llegar la especulacién erudita. La tesis de que los cuatro rios ameri- ccanos, el Plata, el Magdalena, el Orinoco y el Marafién, se comunican subte- rrineamente con el Nilo, Ganges, Tigris y Eufrates, no es sino una de tantas, formulaciones delirantes del libro, que a veces le dan el tono febril de la poe- sfa, Pese a la admiracién que todo lo americano le produce, Leén Pinelo com. partia la vision negativa de Cobo sobre el indio, que para él era un ser destina- do ala dominacién por el hombre blanco. De proporciones también colosales de Juan de Solérzano y Pereira (1575. «que habia publicado en latin bajo el Su autor era un eminente juristay oidor en la Audiencia de L en el Peri fue un diligente funcionario humanitars ta. Escrita en un estilo reseco y doctrinal, atiborrada de detalles legales y admi nistrativos poco legibles e interesantes hoy, su Politica... tiene muy poco de cxénica y més de erudito catélogo de todo lo que un buen gobiemo de las In- Ia Politica Indiana (Madrid, 1648) del mejor trato de los natu indigena; mis que aa histori de Iteratura pertenece ala historia dels ideas. Otro cronistaindio, vaioso por su recopilacién del legado tradicional tivo, es Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua, cuyos datos _rificos son escastsimos y vagos. Se sabe que nacié en el Cuzco y que su je erael de los collaguas. Su Relacin de antigiiedades deste reyno del Pini caita hacia 1615 y publicada en Madrid en 1879, tiene el mérito de contenet —pese ala rudeza de su estilo— una iel transcripcin de los cantares hist6ri- cos quechuas sobre las tan discutidas dinastis incaicas, Nacido en Quito, el agustino Gaspar de Villarroel (1587-1665), vivid en 208 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 ese iltimo lugar y se distinguié como orador sagrado y cronista de temas eclesisticos, Pese alas densidades teol6gicas de su prosa, sabe adere con amenos episodios, recuerdos y anécdotas, un poco como Rodriguez Freyle (infra). De sus numerosas obras, a de mayor interés es Gobierno ecle sidstico pacifico y unién de los dos cucbllos pontificio y regio (1656-1657), dis- usin sobre los derechos y los poderes eclesistico y temporal en América ‘Alonso de Ovalle (1601-1651) tiene atin mayores virtudes vas yliterarias que el anterior. Su Historica relacién del reino de Je (1646) vale sobre todo por su emocion descriptiva los momentos en que su fervor de enamorado de su patria, lo hacen olvidar que es un cronista y se convierte casi en un puro narrador. La raz6n que lo movia era, en verdad, practica: queria traer mas misioneros a Chile. Textos y critica: ovo, Bemabé. Obras. Ed, de Francisco Mateos. Madrid: Ediciones Atlas, joteca de Autores Espafoles, vols. 91-92.) , Antonio de, El Paraiso en el Nuevo Mundo, Pral. de Rail Porras Barrenechea. Lima: Imp. Torres Aguirre, 1943. vate, Alonso de. Hi lacion del reino de Chile. Ed, de Walter Hanish. Santiago: Edi iversitaria, 1974. Santa Cruz Pacnacurt Yasqut SaLcaMayGua, Juan de. Relacién de las ant: y transeripeién de Pierre Duviols y César Itier. Lima: Institut Frangais d'Etudes Andines, 1993. Esreve Bansa, F. Historiografia indiana. Madrid: 1964. ZONA INTERMEDIA: COLOMBIA 43.4. El extrario caso de «El carnero» Que la evolucién de la cr6nica indiana la habia transformado, en tun plazo relativamente corto, en algo muy distinto de las formas que le dieron origen, queda demostrado con la singular obra del bogotano Juan Rodriguez Freyle (1566-1642), autor de la obra conocida como El carnero (Bogota, 1859). De su vida se sabe relativamente poco y so- bre todo por lo que dice él mismo en su obra. Tuvo una juventud algo aventurera, que lo llevo probablemente a combatir indios rebeldes en su tierra y a Cadiz y Sevilla (1587), ciudades en cuya defensa contra los ataques del pirata Drake se alisté; luego regresa a su patria y alli se de- Del clasicismo al manierismo 208 dica a la agricultura en la regin de Guatavita. Eso no le impidié estar atento a los grandes y menudos acontecimientos del mundillo virrei- nal, con sus llegadas de virreyes, muertes de obispos, luchas por el po- der, intrigas de corte, etc. Rodriguez Freyle ser sobre todo un obser- vador y un testigo, més que un protagonista y menos atin un hombre de imaginacién. Veia la historia como una serie de anécdotas o peque- fias escenas, por lo que puede compararsele con Ricardo Palma. Ama ba los detalles curiosos, minuciosamente registrados, a veces con indi- cacién de fecha y hora. Solo al final (entre sus 70 y 72 afios) de una vida marcada por la os- curidad y la rutina, decide dedicarse a la literatura, tal vez con el deseo de alcanzar la fama que hasta entonces le habia sido esquiva. Esa obra revela interesantes rasgos de su psicologia, sobre todo el de su misogi- 0, més bien, su vivo prejuicio contra la belleza femenina, a la que lera el origen de todos los males. La cuestién del titulo del Car- El titulo comple- to debe ser uno de los més largos que existan; comienza asi: El carne- 70. Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada de las In- dias Occidentales del Mar Océano y fundacién de la ciudad de Bogotd, primera de este Reino... y sigue por diez lineas més. Lo primero que in- triga es el significado de la palabra «carnero» (que bien pudo no ser del autor) y su relacién con la obra. De las numerosas posibles acep- ciones de la palabra, las que més relacién con el texto parecen tener son tres: la que sefiala que la voz proviene del latin carnarius, o sea lu- gar donde se depositan los muertos, fosa comiin; la de depésito en el que se guardan papeles anénimos y pergaminos viejos; y la piel de ani- mal (por analogia con la de «becerto») que servia para forrar libros. Aiin incierto, el sentido de la palabra apunta a la modestia con la que el libro se presenta: una simple miscelinea de cosas reunidas para que no todo «quede sepultado en el olvido», como dice en su prélogo al «Amigo lector», en lo que quiz4 haya una justificacién del titulo de Camero. Es una referencia menos desorientadora que e! largo titulo descriptivo, que parece anunciar simplemente una crénica, un relato histérico carente de «ficiones». No todos estén de acuerdo en que lo sea. Se la ha llamado erénica, historia y, con una evidente exageracién, novela. En realidad, es un hibrido de crénica y costumbrismo —antes S és, Su tema es ‘ranada; pero su actitud es la del escritor de costumbres, que busca lo legendario, lo con: nero ba dado origen a varias discusiones ¢ hipétes 210 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 pintotesco, lo curioso y ameno, con una intencién moralizante o di- dactica. Tenemos, asi, relatos sobre fabulosos tesoros ocultos (un mo- tivo frecuente en el libro), sobre «cémo un clérigo engaiié al demo- nio», sobre «cémo un indio puso fuego a la Caja Real por roballa», etc. No hay, por cierto, composicién de novela, pero si conatos novelescos 0, més bien, cuentisticos, pues la historia se hace anécdota y es tratada como tal. Ese desmenuzamiento de lo historico en «historietas» (un cri- tico las ha llamado ¢historielas») sefiala un momento critico en la evolu- cin del género cronistico, que ya aparece aqui invadido por otros mol- des 0 propésitos, muy distintos de los originales. Y algo mis: si el estilo del autor es sencillo, animado, eficaz para mantener el interés del lector y sin mayores complicaciones formales, una corriente subterrinea lo atraviesa y revela que ya corrian los tiempos de barroquismo: la ligereza de las anécdotas esta continuamente mitigada por el pensamiento grave de la muerte, la severidad moral y el temor al abismo del més alla. El car nero es, sin duda, un caso singular en las letras coloniales de su época. Textos y critica: Ropaicuty, Frevte, Juan. El carnero. Ed. de Darfo Achury Valenzuela, Cara cas: Biblioteca Ayacucho, 1979. Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada. Ed. de Jai- ‘me Delgado. Madrid: Historia 16, 1986. uel. «Las mascaras de El Carnero». En Violencia y sub- Rawos, Oscar Gerardo, «Bl carnero, libro tinico de la colonia». Prél. en la 9 ed. de El cemero, Bogota: Bedout, 1968, 4.4, La cuestion de la «novela colonial» ‘Ante el hecho generalmente aceptado de que no hubo novela du- rante la colonia, un sector de la eritica ha debatido las razones de esa ausencia, mientras otros se niegan a creerlo y periédicamente exhu- man documentos para probar que si existieron novelas, pero que han sido soslayadas por los historiadores. Es conveniente esclarecer un poco la cuestién. A partir de 1531, hubo una serie de decretos reales que establecieron y ampliaron la prohibicion relativa a la circulacién, Del clasicismo al manierismo_211 impresi6n y lectura de novelas (2.8.). Se creia que las ficciones fabulo- sas o las historias «vanas o de profanidad», constituian un material de- leznable que debia alejarse de las manos de los lectores, pues podfa in- troducir en las mentes —sobre todo entre jévenes, mujeres e indige- nas— ideas refidas con la moral, el orden social y el respeto a la autoridad. El derecho a la imaginacién y la libre fantasia fueron asi se- veramente restringidos, siguiendo criterios segiin los cuales lo que era bueno o tolerable para la metrépoli, no lo era para sus posesiones de ultramar. Este es un claro indice de la desigualdad del trato que la co- rona dispensaba, tanto en materia mercantil como cultural, a sus stib- ditos indianos pese a sus declaraciones oficiales: todo sistema colonial consiste precisamente en eso. Y demuestra también el enorme poder de la Iglesia sobre las conciencias privadas y la moral publica: todo lo que no cabfa dentro de su interpretacion del canon escolistico podia ser fécilmente suprimido. Naturalmente, esto tenia un peso decisivo sobre escritores y hombres de pensamiento: muchos de ellos, bajo el riesgo de crearse problemas con el poder clerical o politico, sencilla- mente se abstuvieron y practicaron la autocensura. Pero también es cierto que en América, como se decia entonces, «la ley se acata, pero no se cumple». La distancia geografica, la dife- rencia de ambiente social, la inoperancia o negligencia de la autoridad colonial, la convertian muchas veces en letra muerta. La prohibicién peto fue violada sisteméticamente, tal vez porque hizo de lo jo algo todavia més tentador (y mas rentable), tal vez por la simple necesidad humana de buscar esparcimiento en fantasias y fic ciones. Recuérdese que esto ocurria en América mientras en Espafa se produefa un auge novelistico, que va de El Lazarillo de Tormes (1556) a El Buscén (1626) pasando por el Oudjote (1606 y 1615). Los ecos de ese esplendor narrativo legaron de todos modos al nuevo continente y resulté dificil contener la demanda de libros como éstos. Pero su Circulacién fue clandestina, limitada y azarosa, poco aparente para creat un gran publico lector y, menos, autores ¢ impresores dispuestos a satisfacerlos, En el siglo xv1, el impresor Cromberger goz6, por dis- posicién de Carlos V, del monopolio para comerciar libros en México y facilitar el control y la censura; pero por los inventarios que él y su hijo dejaron al morit, podemos saber que los libros prohibidos lega- ron a América precisamente por esa via, y cudles eran los més solicita- dos: los libros de caballerias como el Amadis, las Dianas (como se so- Ifan llamar a toda clase de novelas pastoriles), la Celestina... El hambre por obras de pura fantasfa era evidente y da una idea del carécter sub- 212 Historia de fa literatura hispanaamericana. 1 versivo que su consumo debié cobrar en la época. Peto amenazada por la censura, sin estimulos, sin un piblico estable y sin el apoyo de tuna infraestructura para asepurar su difusin, la novela colonial —si cexistié tal cosa— no lieg6 a tener continuidad como género. mndo importantes, estos aspectos de sociologia literaria y de alta politica cultural, no explican todo el problema. Habria que agregar que los habitos literarios del mundo colonial también contribuyeron a 1, El predominio de lo historic y heroico, tal como lo practicaban la crénica y la épica, y el sesgo moralizante y engrandecedor que se daba entonces a la obi como un freno del impulso natu- ral a inventar ficciones puras. En c fantasia y la aventu- 1a eran vistos como meros ingredientes o complementos de una obra, no como elementos de un mundo auténomo. Dentro de ese contexto, un género como la novela, cuya esencia es la critica de la sociedad o el vwuelo libre de la imaginacion negadora de lo real, no resultaba muy viable. Esto no quiere decir que no hubiese quienes se animasen a contar amenidades en prosa, a tejer historias inventadas, a fantasear con de- monios, personajes legendarios 0 misterios inquietantes. Es di hubo, aqui y alld, manifestaciones de una actitud narrativa, conatos no- velescos, pero no novelas propiamente dichas, porque aqueélla se afe- rraba siempre a otros médulos, mas aceptables y consabidos. Hubo, sin embargo, algunas excepciones: las del género pastoril y las de tipo histérico. Las primeras no pasan de ser curiosidades, pero las segun- das tienen una consistencia mas préxima a la novela; nos ocuparemos de estos casos de inmediato. Su misma existencia no hace sino subra- yar la exigiiidad de su cultivo. En realidad, las novelas 0 «novelines» sentimentales de Olavide (6.9.2.) son las primeras que, ya al final de la colonia, se presentan como tales, aunque al parecer su impacto en el desarrollo del género fue muy limitado. ‘Los esfuerzos por descubrir otras «novelas» en la América colonial han sido titles porque han llamado la atencién sobre libros interesan- tes y olvidados, pero no han logrado probar, hasta ahora, que las ra ces del géneto tuviesen alguna fuerza en la colonia: més que en estos Gjercicios narrativos, nuestra novela contempordnea se inspirard en la propia crénica de Indias, Del clasicismo al manierismo_213 REGIONES MEXICANA ¥ ANDINA 44.1. Algunas novelas y «protonovelas» ‘Ya nos hemos referido a El carnero de Rodriguez Freyle (supra), pero hay otros ejemplos alrededor de esos mismos afios a los cuales debemos prestar atencién. Un caso interesante es el del mexicano Francisco Bramén, (?-1564) porque su narracién en prosa y verso Los sirgueros de la Virgen sin original pecado (1520) es una novela pastoril «a lo divino», como hace explicito su titulo. La intencién del autor es escribir una narracién «por divertirme y dar vado al ingenio» para tra- tar un tema sacro de acuerdo con la ortodoxia escolistica, Eso explica por qué esta «novela» fue impresa en México con la venia de la auto- ridad: en el fondo era una celebracién de la pureza de Maria. Los «sir- gueros» del titulo son los «ilgueros» o pastores que cantan su alaban- za. Por cierto, la obra antecede por més de 80 afios a la novela pasto ril del Siglo de Oro en las seloas de Erffile (1608) de Balbuena, que dems fue completada y publicada en Espafia (4.2.2.1.). Hay algunos elementos originales en Los sirgueros..: por un lado, el contrapunto entre las convenciones pastoriles y los clement la mexicana contemporanea, al mundo indigena, al mundo na- tural); por otro, la estructura de «arte dentro del arte», ya que el per- sonaje principal, Anfriso (en quien hay rasgos del propio Bram6i idad un académico universitario y escribe una obra, el «Auto del triunfo de la Virgen y gozo mexicano», cuyo texto aparece en el Li bro Tercero. Es decir, el personaje es un autor y el autor es un perso- naje. Desgraciadamente, todo esto esta arruinado por el rebuscado es- juegos alegéricos un aire den- so y tedioso. Es un hibrido algo indigesto de obra mistica, poema bucélico e incipiente textura narrati tra novela pastoril es la del obispo y virrey de México Juan de Palafox y Mendoza (1600-1659), titulada El pastor de la Nochebuena desde las regiones del mal hasta las del bien, donde lo rodean angeles nes beatificas. Hay pasajes que revelan cierta fantasfa, pero la in- tencidn dominante es dejamos una leccién edificante de auténtica vida cristiana; mas que un relato es una especie de auto sacramental para set leido, un misterio figurado cuyos personajes se llaman Amor Pro- 214 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 pio o Escarmiento. Igual que la novela de Bramén, ésta se resiente por Ja forma ingenua y sin mayor gracia. Palafox es, por otras razones, una figura interesante: aparte de su fecundisima obra como escritor sagra- do, escribié nada menos que una Historia de la conguista de China por el Tartaro y De la naturaleza del indio, en la que mezcla reflexions so- bre la bondad y utilidad de los nativos con pequefios cuadros pinto- rescos y anécdotas; fue también un activo militante de la campafia con- tra los jesuitas en la Nueva Espaiia. Mas que a la literatura (0 a la historia de la novela), la obra de la es- pafiola Catalina de Erauso (1592-1650) pertenece al terreno de la le- yenda 0 la mitologia literaria, pues su figura ha inspirado a muchos y se ha mantenido viva desde su tiempo hasta el presente. La autora es la famosa «Monja Alférez», una mujer aventurera y de esp dependiente que se vestia como hombre y, desde 1631, cuando adop- t6 el nombre de «Antonio de Erauso», viajé por el Pent y diversas par- tes de América y Europa. Se le atribuyen unas memorias tituladas His- toria de la Monja Alférez, dona... escrita por ella misma, en las que cuenta su propia vida y relata sus andanzas como comerciante, solda- Como ademas revela su pasién por las mujeres, el texto ipre tefiido por un aura de escéndalo, que llam6 la ate de escritores tan diversos como Ricardo Palma y Thomas De Quincey, quien escribié su propia versin de las memorias: The Spanish Military Nun (1854). El problema es que el libro no lo publicé ella, pues sélo aparecié en 1829 en Paris —en medio de la ola romantica—, con un prélogo de Joaquin Maria de Ferrer, que tal vez puso bastante de su propia cosecha. Si todo lo que ella dice de si misma fuese real (y resul- ta muy dificil saberlo), tendriamos més autobiografia que novela, El personaje es, por cierto, més fascinante y novelesco que el dudoso tex- to que nos ha quedado de ella. Hay dos obras més, que se acercan al género lo suficiente como para llamarlos «protonovelas», novelas que pudieron serlo y no lo fue- ron; una es injustamente poco conocida y la otra fue exhumada hace apenas unos diez afios. La primera es Cautiverio feliz y raz6n individual de las guerras dilatadas del Reino de Chile, del chileno Francisco Ni- fiez de Pineda y Bascuitén (1608?-1680). El autor era un joven solda- do cuando se vio envuelto en el furor de la guerra por someter a los in- domables araucanos; esa guerra duraba desde los tiempos de Ercilla (G.3.4.1,)y segufa siendo una espina clavada en las ambiciones y el nor de los espafioles. En 1629 fue capturado por los indigenas y sufrié cautiverio por algo mas de seis meses. Ese es el «cautiverio feliz» al que Det clasicismo al manierismo 215 se refiere el titulo; el adjetivo se explica porque fue liberado gracias a un honorable pacto con el cacique Maulicén quien, ademas, le dispen- 36 buen trato a riesgo de su propia vida. La segunda parte del 5 que lo movieron a escribir: son los malos (encomenderos y curas por igual), que no comprenden la noble naturaleza de los indios y se exceden en crueldad, los que han demorado la conquista definitiva de estas tierras. Bascuiién cuenta esto mucho después, cuando se acerca a los 50 afios y quiere salvar del olvido sus recuerdos de juventud; la obra debié quedar concluida ha- cia 1663, 0 quiz una década después, peto —pese a los esfuerzos de su autor por publicarlo— permanecié inedita por dos siglos, pues vio Ja luz en Santiago de Chile en 1863. En. el Cautiverio... es una cronica sobre las guerras chilenas escritas por un testigo (y victi ma) directo, pero es mas que eso: es un memorial politico, una auto- defensa algo exaltada, un testimonio personal, un libro de memorias y sobre todo un relato cuya animacién recuerda algunas paginas de Diaz del Castillo (3.2.3.) y Cabeza de Vaca (2.3.5.), y supera en interés a los mejores pasajes de El carnero (supra). El material histérico y el alegato i ente breve) con sorprendente contiene todos los ingredientes de una novela de aventuras: el tema del cautiverio en tierras salvajes (que pasa de la colonia a la literatura ro- mantica del xrx y aun a la novela del siglo xx); la guerra y sus avatares; encuentros con figuras luciferinas («sus ufias eran largas «como cucharas»); la grandeza del paisaje; la extrafieza de las costumbres; la seduccién rroquizantes) del aspecto exético de Ja aventura —los indios le ofrecen mujeres y éstas lo buscan; la propia hija de Maulican lo provoca con su tentadora desnudez— es particularmente franco y contrasta con la castidad general de la literatura de su tiempo. Claro, a cambio de esce- nas provocativas hay algo edificante y cjemplar: el cautivo no cede a la tentacién aunque la siente vivamente en su carne y lo confiesa. Bascu ian invents e idealiz6 mucho, y ¢s0 es lo que ahora nos interesa mas: conocedor de Cervantes y la novela bizantina entre otros géneros, es- tuvo a punto de convert la his . Pues tratando de pro bar que deet a verdad, upo entetener,intrigaty cautivar asus lee tores. La otra obra es de fray Juan de Barrenechea y Albis (?-1707), tam- bien chileno, Escrita a fines del xvn, es un relato que ha sido titulado 216 Historia de la literatura hispanoamericana, 1 posteriormente (pues las hojas del titulo y del final se han perdido) Aventuras y galanteos de Carilab y Rocamila (Santiago, 1983). Hay que aclarar que se trata de la porcién narrativa extraida de una obra mas extensa del autor, la crénica La restauraciOn de La Imperial. Lo que co- nocemos como Aventuras... no fue concebido en forma auténoma, aunque bien puede desglosarse del texto original. Pese a que su moti- vo central no es el cautiverio, guarda interesantes relaciones con la obra de Bascufién: en ambos casos tenemos una obra histérica en la que se intercala una narracién névelesca; el ambiente que describen es el primitivo mundo araucano; y ambas hacen referencias a la prolon- gada guerra contra los indigenas. Pero el tema de ésta es decididam te amoroso: narra el idilio entre el apuesto Carilab y la bella Rocami cuya pasién se ve contrariada tanto por araucanos como por espafio- les empefiados en una lucha sin cuartel. Influido por la tradicin ovi- diana y virgiliana, pero también por Ercilla y el propio Bascufién, el autor ofrece variadas peripecias al romance para conducirlo a un final edificante: ambos se retinen gracias a su conversién al c1 nismo, Por tiltimo, una obra también publicada por primera vez en nuestros dias: La endiablada (1975) del madiilefio Juan Mogrovejo de la Cerda (?- 1664), una figura bastante oscura de la literatura colonial. Escrita en Lima hacia 1624 y dedicada a Solérzano y Pereira (4.3.3.), es una muy breve narracién satirica escrita en forma de dialogo entre dos «diablos»: uno espafiol recién venido a Lima, el otro ya asentado en la ciudad. A través de esas dos voces en continuo contrapunto, el narrador da a cono- cer su visién bastante critica y burlona de la vida limefia; vemos desfilar al caballero noble y arruinado, la vieja beata y alcahueta, el sacerdote co- dicioso, los malas médicos... Hay un insidioso tono antifemenino en el texto, centrado principalmente en las famosas «tapadas> (las mujeres en- vyueltas en un manto que sélo dejaba descubierto un ojo), cuya circula- cién acababa de ser prohibida para disgusto de los «diablos». Son obvias Jas relaciones de esta obra con la tradicién literaria espaiola, de La Celes- tina a Quevedo, pero también ala nutrida vertiente satitica colonial: Ro- sas de Oquendo (3.3.3.), Caviedes (5.5.1.), Terralla (6.7.). Textos y critica: ‘AnaboN, José. Pineda y Bascuitin, defensor del araucano. Vida y escritos de un criolla chileno del siglo XVI. Santiago: Editorial Universitaria, 1977 — La novela colonial de Barrenechea y Albis Siglo XVID. Aventuras y ga Del clasicismo al manierismo 247 lanteos de Carilab y Rocamila, (Estudio y edicién del texto). Santiago: Edi- torial Universitaria, 1983. BRAMON, Francisco. Los sirgueros de la Virgen ty] Joaquin Bolafios, La porten- tosa vida de la muerte, Ed. de Agustin Yaticz. México: UNAM, 1944 Yochebuena. Madrid: Rialp, 1959. jeraria de América colonial. Santiago: Universi- 1988. ‘CutanG-Ropaicuez, Raquel, ed. Prosa bispanoamericana virreinal. Barcelona: Hispam, 1978. «. En Luis Iiigo Madrigal, ed.*, vol. 1, pp. 319-352 Tren RocaMona, J. Luis. El repertori de la dramatica colonial bispanoamer cana, con bibliografia. Buenos Aires: Alea, 1950. Del clasicismo al manierismo 224 REGION MEXICANA 45.1. Ruiz de Alarcon: ¢un autor americano o espariol? La primera gran cuestién que se plantea al hablar de Juan Ruiz de Alarcén (1581?-1639) es la de establecer a qué literatura pertenece: ala colonial hispanoamericana (especificamente, la de la Nueva Espa- a) o la peninsular? Algunos criticos, como Pedro Henriquez Ureiia y Alfonso Reyes, han tratado de destacar su «mexicanidad» a través de ciertos rasgos morales o psicolégicos que pasarian a su obra, como dl de la «cortesia», mientras otros han subrayado el hecho de que practicamente toda la produccién escénica del autor es una contribu- cién al teatro espafiol de la época. Estos sefialan, ademas, que vivid en la oli desde 1600 —con un breve interregno 18-1613) en su tierra, pot la que parece-haber sentido poco apego— hasta su inuerte, y que no hay huellas de México en su obra, salvo la referen- cia a los desagiies del valle mexicano en la introduccién a El semejan- te a si mismo. La cuesti6n ¢s interesante porque prueba, una vez més, (qué dificil es limitar con criterios precisos la produc acuerdo con los criterios que usen —el origen geogrifico del autor, la tematica o la filiacin cultural de su obra—, los textos pueden ser adscritos a distintes procesos literarios. La pugna entre los que sostie- nen las tesis de un Alarcén «mexicano» frente a uno «espafiol», ha te- nido una inesperada consecuencia negativa: tironeado por esa guerra de nacionalismos, el autor ha sido facilmente ignorado aqui por set de alla y viceversa. La posicién que tsataremos de justificar en los pa- rrafos que siguen, es que Alarcén a una decisiva contribucién indiana al teatro espafiol de su tiempo, una contribucién que ayuda a cambiarlo, agregandole notas que no tenia, y que refleja una expe- riencia historica y moral distinta. No de un «mexicano», pero si de un criollo americano que decidié escribir en Espafia, ingresar al mundo teatral de entonces (dominado por figuras tan grandes como Lope, Tirso y Calderén), y probar que podia medirse con ellos como un ri- val de los mas dignos. Si como individuo podia sentirse mas forastero en México que en Espafia, como comediégrafo era alguien que pare- ce ligeramente excéntrico —lo que no es decir precisamente «mexi- Cano» en relacién con el ambiente en el que trabajé. En una pala- bra, Alarcon habla el Jenguaje universal del teatro del Siglo de Oro, pero incorporandole sus propia inflexiones, lo que no es menuda ha- zaiia. 222 _Historia de la literatura hispanoamericana. 1 Su logro es todavia mayor si se considera que, al hecho de ser in- diano y bregar por el reconocimiento de un publico que adoraba y adulaba el genio de Lope, el autor sufria una patética deformidad fi- sica —una doble corcova en el pecho y la espalda—, que lo hizo fa- cil blanco de las satiras sangrientas de Quevedo (quien lo llamé «Corcovilla» y dijo que parecia una «empanada de terneran) y del propio Lope. Para un hombre que tuvo que sufrir esos ataques y es- tar expuesto continuamente, como autor de teatro, a la opinién cam- biante y a la maledicencia de rivales envidiosos, Alarcén revela poco resentimiento y més bien cierta resignacién: la de tener que ser admi- rado sélo por su talento, lo que probaba falsa la comtin creencia de que el cuerpo declaraba lo que contenfa el alma. Pero su obra pre- senta reveladores rastros —con sus alusiones a la monstruosidad y a la deformidad fisica o moral, real 0 fingida— del doloroso drama de no ser como los demas. Este criollo, hijo de nobles padres espafioles, viaja a la tierra de éstos para estudiar leyes en Salamanca. En Sevilla trabajar como abogado y comenzara a escribir sus piezas, antes de , ciudad en la que traté de conseguir un puesto en Ja Universidad. Fracasa, retorna para siempre a Espafia, donde ce un cargo en el Consejo de Indias y alcanza una buena posicién econémica. La mayoria de sus obras se estrenarn en el breve arco temporal de nueve afios, entre 1618 y 1627; después de esa fecha, su actividad cesa definitivamente pese al considerable éxito que habia alcanzado, incluso fuera del mbito espafiol: su comedia mas famo- sa, La verdad sospechosa, sirvié de inspiracién para Le Menteur de Corneille. ‘Comparada con la de Lope y otros comediégrafos espafioles, su produccién no es muy abundante: se compone de 20 comedias (cua- tro més se le han atribuido) que fueron publicadas en dos partes: la primera en Madrid en 1628, la segunda en Barcelona en 1634. Lo primero que impresiona cuando se examinan esas obras ¢s, por un Jado, el fuerte acento de su critica social y, por otro, el rigor estructu- ral con el que sus comedias hacen ese comentario. Eso, mas que la queza psicologica de los personajes (que no es ni mucha ni muy oti: ginal) o la brillantez del verso, es lo que aporta al lenguaje teatral de Ja época. El mundo de Alarcén es estrictamente humano, terrenal, una dialéctica de individuos y medio social en la que la dimensién ul- traterrena esta totalmente ausente, salvo en El anticristo, que es su tinica obra que toca un tema religioso. Aparte de eso, no hay autos ni comedias «a lo divino» en su dramaturgia. Esto resulta bastante sig- Del clasicismo al manierismo 223 nificativo en ese tiempo, pero no es la tinica excepcién a las reglas del mundillo dramatico peninsular (tan ligado a los intereses imperiales yeeclesidsticos) que se permite el autor: otra ausencia es la del mundo campesino espafiol, mil veces explotado por los dramaturgos locales; el de Alarc6n es un teatro decididamente urbano. Y su tratamiento del t6pico central de la comedia de enredo —el concepto del ho- nor—es también diferente, puesto que. para él, depende mucho me- nos de la opinion ajena y la nobleza de la sangre, que de los méritos propios y la misma estimacién de la persona, como puede verse en Las paredes oyen 0 en Ganar amigos. Por set laico, evil y liberal, su mundo dramatico no slo puede resultar mas moderno que el de al- gunos de sus contemporaneos, sino mas real y verosimil a nuestra sensibilidad, pues prescinde de elementos fantasmagéricos 0 dema- siado antfic Sus pi el aspecto profundamente problemético de la vida individual y social, el continuo conflicto en el que viven los seres humanos y la agonia por resolverlo. A sus crea- turas no las gufa tanto el impetu de la pasién o la fuerza de los sen- timientos, sino la razén, la busqueda de un equilibrio que restablez- ca la armonia que permita a todos vivir en paz y con decoro. Si no tun aconceptismo» (hay quienes lo consideran «barrocom, lo que es discutible), hay en Alarcdn un «conceptualismo», basado en la cer- teza de que habria un orden en el mundo si estuviese regido por principios simples y razonables, como el de la amistad y la lealtad En verdad, nada mas opuesto al teatro lopesco —todo arrebato, taseo y ansia de grandeza— que el de nuestro autor. La accién en él suele ser la proyeccién de la tensi6n interior en que vive el persona- je, al mundo real; no un mecanismo efectista, sino un vehiculo para el examen y la indagacién de motivos secretos y dilemas profundos. Su actitud es la de un moralista con virtudes de observador de cos tumbres. Pero este conocedor de la vida concreta, conocia tambi Jas reglas del teatro de su época y cémo trasvasat la realidad en ficci6n. Dominaba la técnica teatral, sus convenciones y libertad. sabfa como crear la expectativa del espectador, alimentarla y resol- verla sin echar mano a recursos aparatosos. Tiene defectos, sin argo: uno es que podia ser muy desigual; otro es la falta de tension litica de su verso Uno de los conflictos basicos es la disparidad entre la verdad y la apariencia, entre la realidad y lo que percibimos de ella. Desde sus t- tulos, varias comedias suyas sefialan variedades de ese contraste: Else 224 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 mejante a si mismo, El desdichado en fingir, Los empetios de un engatio, La verdad sospechosa. En esta tiltima, considerada su obra maestra, hay tun complejo juego de mascaras, nombres cambiados, mentiras y falsas pretensiones. El autor Jo maneja con excepcional destreza, para de- mostramnos que la verdad —no importa bajo cusntas capas de menti- ras se oculte— luce al final sobre todos los embustes. El joven. don Garcia ha conservado, de sus afios de estudiante, el habito compulsi- vo de mentir e inventar historias. Se inventa incluso vidas y personali- dades distintas: la de un indiano venido a la Corte, la de un hombre enriquecido y derrochador, Como todo esto ocurre mientras pretende los favores de una dama que se llama Jacinta pero que él cree se llama Lucrecia, la suma de en- redos no hace sino complicarse més y mas. No s6lo él asume diversos papeles: Jacinta y otros personajes hacen Jo mismo en una sucesién vertiginosa y entretenida por la sutileza de las subtramas Lo que nos dice la pieza es que, en labios del que mi verdad resulta sospechosa y que es justo que el mentiroso pague las consecuencias. Asi don Garcia, después de muchos enredos, no tiene mas remedio que casarse con la mujer que no pretendia y escuchar la sentencia del gracioso Tristan: Ti tienes la culpa toda: que si al principio dijeras la verdad, ésta es la hora que de Jacinta gozabas. La moraleja de la obra es que el hombre y la sociedad deben acep- tar la realidad val como es, por pobre o desagradable que sea, en vez de vivir en la peligrosa vanidad de para nosotros, pero que en el contexto de la Espafia de Felipe II, de- bia tener un filo corrasivo. Textos y critica: Ruwz De ALARCON, Juan. Obras completas. Ed. de Agustin Millares Carlo. 3 vols. México: Fondo de Cultura Econémica, 1968. Comedias. Ed, de Margit Frenk. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1982. Del clasicismo al manierismo 225 Ctavpon, Ellen, Juan Rutz de Alarcén, Baroque Dramatist. Madsid: Castalia, 1970. Conciis, Jaime. «Juan Ruiz de Alarcén». En Luis Ifigo Madrigal. Ed.*, vol. I, pp. 353-365. Kine, Willard F, Juan Ruiz de Alarcén, letrado y dramaturgo. Su mundo mexi- cano y espatiol. México: El Colegio de México, 1989, Capitulo 5 EL ESPLENDOR BARROCO: SOR JUANA Y OTROS CULTERANOS 5.1. Las paradojas del barroco La expresién barroco (y no menos el barroco americano o barroco de Indias) designa un complejo fenémeno que ha sido intensamer diado y discutido por los especialistas a lo largo de la his mente debatidos han sido conceptos andlogos como culteranismo 0 -gongorismio, pero éstos se aplican (o deberian aplicarse) s6lo a la litera- fas que el concepto barroco design primero un fendmeno io de la arquitectura y las ares visuales, luego la misica y final- mente las letras. Uno de los problemas que se han planteado es el de establecer las diferencias del barroco americano con el espafiol (y eu- ropeo en general), sus rasgos propios, su cronologia, st importancia estética, sus limitaciones. En las paginas que siguen intentaremos, ya que no resolver el espinoso asunto, por lo menos esclarecer algunos de sus principales aspectos. Después de haber tenido un sentido mas bien despectivo (quizs la vor provenia de barrueco, «perla irregular, o también de «verruga»), el término fue tevaluado por la critica a fines del xrx, alcanz6 gran di- fusién en el xx y empezé a usarse, no sdlo para un momento histérico a 228 Historia de Ia literatura hispanoamericana, 1 especifico, sino para toda manifestacién que se le pareciese, por su di- ficultad, omamentaci6n o artifcio. En ese sentido metaforico, muchas cosas que no son «barrocas» pueden resultar barrocas, desde las este- Jas mayas hasta el lenguaje sobrecargado y opulento de Carpentier 0 Son condensaciones de actitudes humanas petmanentes, que a veces perviven en estado de latencia, y en ottas saltan al primer plano y ca- facterizan una época. Lo que nos interesa aqui es establecer cémo ‘ocurte eso en América con el barroco, por qué en esas notas y por qué yn tanta fuerza. sor abria que comenzar sefialando que, aunque lo contradice y des- plaza, el barroco comparte algunos rasgos con el clasicismo renacen- tista: en ambos tenemos una semejante aspiracién por la belleza y gra- Gia ideale, por los modelos antiguos y la mitologia grecolatina, por el Concepto individual del gesto estético y aun por ciertos motivos, for mas y metros. Fs0 quiere decir que el barroco es la fase final del Rena cimiento; no su directa negacidn precisamente, sino su des-composi Sion, su metamorfosis por exageracion. Esa metamorfosis incorpora la sustancia 0 ndcleo central del esptitu renacentista, pero termina mi nando —estamos tentados de decir «haciendo explotam— sus con- Ceptos claves de equilibrio, armonia y claridad de linea como si fuese su conti al exaltar la curva, la ten: eldlaroscuro, La transicion estéticase basa seguramente en un despla- zamiento del valor o sentido dados a ciertas cuestiones de fondo. Por tin lado, se produce un redescubrimiento o reinterpretacién de la Poé- tica de Aristoteles, que provoca un alejamiento del idealismo platéni- Coy un acercamiento alo real tai como es, Por otto, se percibe una de- cidida vuelta a la naturaleza, a la infinita variedad y novedad que ofre- cea la imaginacién, pues es un reflejo del alma humana. (Los roménticos, dos siglos despues, descubrirén lo mismo —que el paisa je habla nuestro lenguaje—y ayudaran a que el barroco sea mejor en- tendido,) Hay un movimiento general hacia un intenso vitalismo que exprese, no la vida, sino el vivir en su confusa totalidad, con sus cimas sus abismos, El interés por lo raro y excepcional extrapola el concep- to de belleza y despierta a cutiosidad barroca por lo desmesurado, lo discordante, lo monstruoso. (La palabra esta asociada a la idea de mos- El esplendor barroco: Sor Juana y otres cuteanos 229 ———— Enaarieriar barracos Sor Juana y tras euttornos_ 229 tar, de exhibir algo precisamente porque es distorsionado y extrafio.) EL barroco reconoce que el hombre es un foco de violentos impulsos contradictorios, que es el teatro de un drama constante y sin solucién. En el horizonte espiritual del barroco encontramos un fenémeno religioso de gran trascendencia: la Contrarreforma. Aun si no quere- mos aceptar necesariamente que, como se ha dicho, «el barroco es el arte de la Contrarteforman, hay que reconocer que nose puede hablar del uno sin pensar en el otro. Esto es particularmente cierto en Espa- fia, que encarné el espititu contrarreformista de la Europa catélica. Abreviando mucho, bastaré decir aqui que el Concilio de Trento que, a mediados del xv, redefinié la funcién de la religiosidad moderna y le dio un sentido militante, marcé el inicio de una nueva cultura yuna ‘nueva vida intelectual, sometida a muy rigidos principios, pero al mis- mo tiempo conciente de la extraordinaria complejidad y sutileza del mundo interior del hombre modemo. Hay un concepto agénico en el barroco que tiene sus raices en la espiritualidad postridentina, impues- ta sobre una circunstancia histérica caracterizada por el abismo que se abria entre el reino ideal y el de la realidad concreta. El barroco es un estilo que a la vez habla de una suprema grandeza y de una honda cri- sis espiritual. En Espafia, ninguna obra del perfodo expresa mejor ese dilema que el Quijote. ‘Asi resulta que, en medio del misticismo y la severa ortodoxia pro- pagados por la Iglesia y el Estado espafol, florecié un arte —el barro- co— que era la apoteosis de la sensualidad, el deleite y el desborde co- lindante con la sintazén. Gran paradeja barroca: el arte que se supo- nia debia afirmar la fe, fue intensamente escéptico. (La situacién politica contribuyé también a forjar ese espiritu: Espafia empezaba el siglo de decadencia de los Austrias, que culmina con el patético reina- do del monstruoso Rey Hechizado: Carlos II [1665-1700].) La «locu- ra barroca» es la consecuencia de esa distorsi6n o escisién que el hom- bre empezaba a vivir en lo més profundo; e! autoritarismo de la Iple- siaEstado no hacia sino agudizar el profundo sentimiento de ambigiiedad e incertidumbre que dominaba en la época. Esa inseguridad no podia sentirse de modo més vivo que en Amé- rica, con su sociedad formads por la precaria convivencia de espaiio- les, criollos, mestizos e indios; con una cultura cada vez més desarro- ada pero obligadamente tributaria de la distante metrépoli; con una Iglesia que habia evangelizado y convertido a millares pero sin hacer desaparecer del todo las viejas creencias indigenas, que se habfan en- uistado bajo formas mestizas; y con un régimen colonial que detenta- 230 Historia de Ia literatura hispanoamericana. 1 ba un poder incontestable, pero plagado de problemas, contradiccio- nes ¢ incapacidades. Para los espafioles, haber conquistado América habia sido la realizacién de la gran utopia del imperio ecuménico, pero cera para todos evidente que ese suefio se habfa cumplido en medio de abusos y violencias, que negaban los més altos principios que la regian: convert el imperio espafiol en el imperio de Dios. En algunos aspec- tos, el suefio se parecia més a una pesadilla. Y para los americanos que, en su propia tierra, encontraban sus aspiraciones constantemente limi- tadas por el injusto sistema dé castas y privilegios, el Nuevo Mundo i los ciclos del Viejo y desperdiciar sus propias potencia- erinto burocratico y los menudos intereses: el lugar donde la imaginacién habia colocado el paraiso, podia ser mas bien el largo purgatorio de la resignacién. El barroco no hace sino reflejar esos agudos vaivenes y contra- dicciones que agitan a los hombres del xv1: es un arte cabalmente mo- demo, lleno de graves conflictos y perplejidades. Espectacular y re- concentrado, jubiloso y escéptico, expresa como pocos las plurales apetencias y pulsiones del espiritu de la época. Recorrido por dilemas, cl barroco nos interroga y se interroga a si mismo: gpor qué andamos siempre insatisfechos y deseosos de algo més, por qué vamos de un ex- tremo al otro? Misticismo y pasién hedonista, ansia de infinito y con- ciencia de caducidad, rigor y exceso, alta estlizacin y crudo grotesco, requiebro y carcajada: entre esos polos buscaba algo que, sectetamen- te sabia que no iba a alcanzar. Su claborada capa omamental no logra encubrir el tono de desengaiio y pesadumbre que lo agobia. As‘lo ve- mos por igual en las sutiles proposiciones de la lirica y en las trabaja- das volutas de la prosa doctrinal, as fachadas de las iglesias criollas, en Ja pintura religiosa mestiza, en la orfebreria y el arte mobiliario, en el Iujo de los impresos y en la pomposa gestualidad de las ceremonias. 'No es posible hablar del barroco sin referirse, siquiera de pasada, al conceptismo, que ¢s una de sus fases y que también se manifest en ‘América gracias sobre todo a la fama de Quevedo y Calderén. Se dis- tingue por trasladar al campo del pensamiento el acento que el barro- co pone enas formas 0, mas bien, por el esfuerzo mental con el que lo labora; por es0 insiste en los mecanismos ingeniosos, artificiosos y su- tiles que deben seguirse para desentrafiar una verdad que no es evi- dente y que encierra siempre algo sorprendente o extremado. La pala- bra clave en el vocabulario conceptista es agudeza, la virtud para hallar tuna relacién insdlita entre dos 0 mas realidades 0 mostrar lo conocido bajo una luz inesperada. Es un esfuerzo por hacer que las palabras di- El esplendor barroco: Sor Juana y otros culteranos 231 gan mas de lo que usualmente dicen, exprimiendo de ellas sentidos ‘ocultos, cividados o nuevos. El conceptismo es un barroco al revés: trabajando con igor desde dentro de la lengua, alcanza una forma pe- culiar de exuberancia y brillo mentales. En la obra de Espinosa Me- drano (5.5) podremos ver cémo estas cualidades Hegaran a servir como vehiculos ideales de un autor que querfa afirmar su condicién americana. Pero es necesatio definit mejor, en términos literarios, el proceso del barroco que llega de Espafia y el que se forja en América. Géngo- ra, la figura maxima del barroco espafiol, vive entre 1561 y 1627. Aun- que ya era reconocido y celebrado hacia 1580 (Cervantes lo elogia en su Canto a Caliope, 1585), su obra mayor, la mas reconocible por su barroquismo y la que lo hard realmente famoso, corresponde a la se- gunda década del xvu: las Soledades y Fabula de Polifemo y Galatea, ambas de 1613. Hay que tener: presente que estos textos y el resto de su obra poética se conocieron entonces en forma manuscrita: la prime- ra edicién de sus Obras apatecié postumamente en 1627. Pese a ello, los ecos de su celebridad Hegaron, primero de manera aislada, 2 Amé- tica. En Grandeza mexicana (1604) de Balbuena y en otras obras de esas fechas, hay rastros barroquizantes que flotaban en el ambiente li- terario de las colonias, gracias no sélo a Géngora, sino a las comedias de Lope y a la legada de autores como Mateo Alemin a México (1608) y de Tirso de Molina a Santo Domingo (1616). Pero lo cierto es que la nueva estética sélo alcanza su auge en la segunda mitad del xvu y primera parte del xvm, mientras en Espafia ya languidecia hacia 1680. Ese desfase historico explica, al menos en parte, las diferencias que se perciben en el barroco tal como se desarrollé a uno y otro lado del Atlantico. En el trasvase a un contexto cultural distinto, algunos cambios tu- vieron que producirse. Ciertos rasgos esenciales se mantuvieron: el di- namismo de las formas que impulsa sus actobecias, vuelos, curvas y parébolas, todos en contrapunto con la austera linea renacentista; la monumentalidad, el gusto por las grandes construcciones macizas y abigarradas; la plasticidad escenografica y dramatica de sus composi- ciones, en las que dominan los efectos visuales y la sensacién de espa- la actitud aristocratizante y latinizante, que hacia de la literatura el privilegio de unos cuantos enterados, etc. Pero el barroco, cuando se aclimaté en estas tierras y se volvié mestizo, lo hizo acentuando los as- pectos mas exteriores de estas notas y perdiendo el sentido original de Ia revoluci6n estética iniciada por Géngora. Los discipulos hicieron 232 historia dela literatura hispanoamericana. 1 tuna imitacién extremosa de sus maestros, pero sin saber siempre por qué imitaban. Copiaron el gesto, perdieron de vista el espiritu. Hubo Gientos de poetas y autores barrocos en América: de todos sélo nos queda un puado: Sor Juana, Sigtienza y Géngora, Caviedes, Espinosa Medrano (infra) y apenas alguien més. El resto no hizo sino convertir elbarroco en un pretexto para cultivar un arte ceremonial, convencio- nal y académico (la misma Sor Juana lo hizo), precisamente lo que ha- bia querido combatir el poeta de las Soledades. Entre nosotros la moda culterana cundi6 con fuerza’ extraordinaria, pues era un facil atajo para disfrutar del prestigio que las letras tenfan en la capa ilustrada de la sociedad; sirvi6 para los usos dulicos que los poderes (monarquia, Iplesia, autoridad colonial) requerian de sus stibditos, fieles 0 cliente- las. La existencia de academias, certmenes y festividades no hacia sino facilitar esa tendencia cortesana y su correspondiente hojarasca li- teraria, cuyo hermetismo banal nos parece hoy tan extravagante. La li teratura, y especialmente la poesia, pasé a ser muchas veces un puro juego, un tomeo de hueca ingeniosidad y gimnasia silabica. En los cit- culos académicos, se proponian temas y formas fijas, elevando cada vez el grado de dificultad; el resultado de esas competencias poéticas ue premiaban la industriosidad y la paciencia, no la inspiracién, era previsible: poemas laberinticos y peregrinos, textos que podian leerse tanto hacia abajo como hacia arriba; acertijos, acrSsticos, palindromas, anagramas, palimpsestos bilingies.. ‘A cambio de es0, el barroco abrié en América algunas vias que no habjan sido del todo exploradas hasta entonces. El lado «tealista» del barroco (el polo opuesto de su misticismo, aunque también su com- plemento), que se interesaba por la més humilde realidad cotidiana, orienta a sus seguidores en el Nuevo Mundo a buscar inspiracién en motivos indigenas y populares; en el pasado, éstos habian aparecido ‘como meros toques de color o con una clara intencién doctrinal, como cen el teatro misionero (2. 5,). Los poetas y dramaturgos culteranos se acercan a beber, con renovado interés, en la fuente de las tradiciones, creencias ¢ imagenes sobrevivientes de las antiguas culturas; incluso llegan a usar sus lenguas, integrandolas con el espaol, creando asi un auténtico estilo criollo, mestizo. El barroco, como estética de lo extre- mo y lo extraiio, formulaba un sincretismo que bien se avenfa con el sello particular de la cultura hispanoamericana. Esto se ve muy claro en la pintura y la arquitectura, especialmente en su imagineria religio- sa, que celebran virgenes con rasgos indigenas o santos mulatos, y fun- den los cédigos del arte europeo con los primores del arte popular. Elesplendor barroco: Sor Juana y otros culteranos 233 (También lo vemos en el propio Géngora, cuando evoca «el vestido de plumas mexicano».) Hay una interpretacién americana del llamado estilo inspiran el amor que siente por ellos, etc Pero otras composiciones son realmente notables en su tipo. Por ejem- plo, aquel romance en el que toma como pretexto la forzada ausencia de la marquesa por la Cuaresma, para presentar una atrevida rivalidad entre el amor divino y el humano: Y asi, no quise escribirte, porque no quise atrevida guitar a Dios este obsequio, nia ti quitarte esa dicha; que los humanos objetos, cuando esta el alma encendida, sino divierten, no ayudan, sino embarazan, no avivan. (18) Mas audaces todavia son las confesiones eréticas que hace en el ro- mance 19, cargado de imagenes violentas y agresivas para expresar lo febril de su pasion: Yo, pues, mi adorada Filis, que tu deidad reverencio, que tu desdén idolatro y que tu rigor venero: bien asi, como la simple amante que, en tornos ciegos, 242 Historia de Ia literatura hispanoamericana. 1 s despojo de la llama por tocar el Jucimiento; come el nifio que, inocente, aplica incauto los dedos ala cuchilla, engafiado del resplandor del acero... Y poco més adelante agrega esta desafiante declaracién amorosa que, en su intensidad, supera las barreras del sexo y la necesidad de la presencia: Ser mujer, ni estar ausente, no es de amarte impedimento; pues sabes td, que las almas distancia ignoran y sexo. El efecto es ambiguo: por un lado el amor aparece descarnado; por otro, es una pasi6 ble; el titulo mismo lo dice: «Puro amor, que ausente y sin deseo de indecencias, puede sentir lo que el mas p fano». A veces, el tono de estos romances se vuelve mas dulce, mas li viano, y muestra el ingenio y la ironia de la monja: en uno (11), dirigi- do al arzobispo de México, dice que tanto lo llama «mio» en su celda gue al eco de repetitlo, tengo ya de los ratones el Convento todo limpio. En el 20 alude con gracia a la costumbre femenina de quitarse la edad, pero observa que el caso de la condesa de Paredes es una excep- ci6n porque «no impera en las deidades/ el imperio de los siglos». Los tos de homenaje a sus mencionados protectores, sobre todo los escritos como homenaje fiinebre a la marquesa de Mancera, a los que yannos hemos referido, son, por su tono severo y su rigurosa geometria conceptual, una prueba de que en esa forma clisica alcanz6 la monja tuna excepcional maestria, Esto queda confirmado con los sonetos pertenecientes a la catego- ria llamada «de amor y discrecién», que estn entre los més brillantes que escribi6, La forma del soneto se adaptaba admirablemente a la vi- sién de Sor Juana: una forma cerrada y estricta que plantea una cues- tin y trata de esclarecerla o resolverla mostrando que sus contradic- Elesplendor barroco: Sor Juana y otros culteranos 243 ciones son extremas, quiza insalvables. La veintena de sonetos que ¢a- ben dentro de esta categoria son, casi todos, de una inigualable perfec- ci6n; todos los recuerdan por la simple mencién de sus primeros ver- sos: «Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba», «Detente, sombra de mi bien esquivo», «Que me quiera Fabio, al verse amadom, «Feliciano me adora y le aborrezco», «Amor empieza por desasosiegom... Son, en esencia, un catdlogo de las arduas cuestiones que el amor presenta a la mente desazonada y confusa, que quiere saber por qué siente 0, mejor, por qué no sabe lo que siente. Cada soneto es un acertijo, una fazona- da reflexién sobre un tema ardiente; el efecto que producen es el de viviente entre rigor formal y sinceridad, imitacién de tun lenguaje codificado y libertad imaginativa, tensién espiritual y fruiccisn carnal, veladura e clo y tierra, fuego y hielo. Algo to amoroso lo transfigura en atra cosa, lo traslada al plano de la pura elucubracién o imaginacion. El cuerpo queda escamoteado y la sen- sualidad (y aun la sexualidad) centrada en la cabeza, que aparece como el verdadero foco del erotismo, tal como hoy lo entendemos. La ausencia del amante es, por eso, mero accidente que la fantasia subsa- na; usar la poesia para alcanzar el corazén del amado es tam! ico. En el exqui . to 164, que escribe para satisfacer «un recelo con la ret6rica del llan- to», las lagrimas que vierte son «mi coraz6n deshecho entre tus ma- nos»; en otro, que se presta un juego de palabras de Quevedo («dia- mante»-«de amante»), logra convertir el drama mental en puro dinamismo verbal, en una delicadisima mtsica hecha de contrastes, paralelismos, ecos y reflejos Al que ingrato me deja, busco amante; al que amante me busca, dejo ingrata; constante adoro a quien mi amor maltrata; maltrato a quien mi amor busca constante. Al que trato de amor, hallo diamante, y soy diamante al que de amor me trata; tsiunfante quiero ver al que me mata, y mato al que me quiere ver triunfante. Sia éte pago, padece mi deseo; si ruego a aquél, mi pundonor enojo: de entrambos modes infeliz me veo. 244 Historia de la literature hispanoamericana, 1 Pero yo, por mejor partido, escojo, de quien no quiero, ser violento emy que de quien no me quiere, vil despojo. (168) Sonetos como éste no desmerecen al lado de los de Lope, Géngora o el propio Quevedo; tampoco comparados con los de Cavalcanti, Sha- kespeare o Donne: son cumbres del lenguaje poético cuya estatura es andloga. Lo mismo puede decirse del puitado de sonetos filos6fico-mo- rales que Sor Juana nos dej6, Simbolos y motivos frecuentadisimos de Ia literatura clisica y retomados por el barroco —la rosa, el retrato, el tiempo, ilusién y desencanto, la vanidad del mundo—, aparecen en ellos frescos y renovados por las variantes originales que introducen Un caso eminente es el que ofrece el soneto «Este, que Ves, engaio co- lorido» (145), que en medio de claros ecos de Géngora, Quevedo y Polo, alcanza a decir algo que produce una imborrable impresién de verdad y belleza. El motivo del retrato, tan popular entre los poetas b: 10cos, ¢s aqui una encrucijada o sintesis de otros igualmente claves: lo fugaz y lo eterno, la apariencia y la verdad, el arte y la vida y aun el arte dentro del arte, pues el soneto es un retrato verbal cuyo refesente es un retrato plastico (un autorretrato, més bien) que queda asi, a la manera de Velazquez, incorporado y corregido en el mismo gesto. El soneto se desarrolla en dos partes articuladas a la vez como opuestas y comple- mentarias: en los dos cuartetos, era imagen plastica de la autora ¢ un «engafio colorido» hecho «con falsos silogismos de colores», ya ue al omitir los efectos del tiempo y los rigores «de la vejez y del olvi- don, ofrece una representacion ideal y perdurable; en los tercetos, el mismo artificio se contagia de la fragilidad temporal del sujeto y es cri- ticado mediante una catarata de imagenes que progresivamente lo dis- minuyen (es «una flor al viento delicada», «una necia diligencia erra da», «un aff caduco») hasta quedar literalmente aniquilado en el ver- so final, tan gongorino: «es cadaver, es polvo, es sombra, es nada». Es célebre también, dentro de esta misma vena filosofica, la aguda redondilla «Hombres necios que acusdis...», que debe ser uno de los textos literarios més atrevidos de la época al criticar la hipocresia de la actitud corriente sobre el amor venal y al defender la igualdad de los sexos. La composicién nos dice, con gracia y sin atenuantes, que la prostituta 0 la mujer que se entrega no peca mas que el hombre que se satisface con ella, y es més bien su victima, No deja de ser asombroso que sea una mujer (tal vez ya en el convento) del siglo xvu quien nos pregunte: El esplendor barroco: Sor Juana y otros culteranos 246 , poema alegérico-didéctico que tie- ne ciertos méritos literarios, pero que algunos consideran parifrasis de «Can- ci6n real de una mudanza» de Mira de Amescua. Textos y critica: ‘Broo, Horacio Jorge. Poesia colonial bispanoamericana’ Maxwez PLancatte, Alfonso. Poetas novobispanos. México: Fondo de Cultura Econémica, 1942-1947 Sanpova. ZaratA, Luis de. Obras. Est. y ed. de José Pascual Buxé, México: Fondo de Cultura Econémica, 1986. Bianco, José Joaquin. Esplendores y miserias..2.*, pp. 35-45. Horr, Sister Mary Ciria. The Sonnet «No me mueve, mi Dios». Its Theme in Spanish Tradition. Washington, 1948. Pascual. BUX, José. Muerte y desengario en la poesia novobispana siglo XVI y XVII. México: unam, 1975, 256 _Historia de la literatura hispanoamericana. 1 REGION ANDINA 5.5. El barroco en el virreinato peruano Elotro gran centro del barroco americano es el Peri, donde el pre- dominio de esa estética produjo algunos escritores notables y una lar- ga hojarasca, como en la Nueva Espafia. De esta region salen el que es, sin discusion, el mayor poeta satirico de la colonia y el prosista gongo: rino mas notable de su tiempo. Aparte de ellos, sdlo cabe mencionar al casi totalmente desconocido poeta Bernardino de Montoya (siglo xv), poeta cortesano y barroquizante que escribié mucha poesia de circunstancias y unas Relaciones, que son un ejemplo de lirica humani- tarista y proindigenista. 55.1. Virulencia y espontaneidad en Caviedes Juan del Valle y Caviedes (16452-1698?) presenta una especie de reaccién miltiple a su medio y a su época: cuando todo el mundo gongorizaba, él prefiere el conceptismo quevediano; en medio de la abundante poesia cortesana y académica, al que a veces cede, sabe escribir con la fuerza viva del lenguaje popular y con un humor agre- sivo y feroz; en un ambiente respetuoso de las formas —literarias y ¢s un escritor radical, implacable y corrosivo. Pero 61a es solo una cara de un autor bifronte: al reverso del poeta burlesco, del trovador insolente que hizo mofa de todo y de todos (gobierno, clero, médicos, abogados), encontramos al otro, el que sabja integrarse al mundo oficial y escribir poeras de circunstancias, misticos y devotos. Pese a ello, tendemos a olvidar esta segunda faz, porque sus rasgos se parecen a los de muchos otros de su tiempo. En cambio el Caviedes desaforado que recordamos es inconfundible. Hoy lo llamariamos «poeta de protesta», por su sabor antiautoritario y su desdefioso trato de las reglas del decoro; su procacidad y desen- ado ante cuestiones sexusles y otras consideradas «bajas», le han va Jido ser comparado con Quevedo y Villon. Es quiza el primer sati co en cuya obra se presiente una idea de literatura nacional, decid damente criolla. Algo més: su poesia, en la que abundan los romances, establece un importante entronque entre el barroco ame- ricano y el romancero popular que se habia trasplantado de Espaiia a Amética (2.6,), ayudando asi a mantenerlo vivo en una época que El esplendor barroco: Sor Juana y otros culteranas 257 Sor any Otr05 culterancs 257 habia ido echando al olvido los temas heroicos y tradicionales que lo habian inspirado en el siglo xv. Delos origenes y andanzas de este andaluz, nacido en Porcuna, no se sabe mucho, lo que ha dado origen a varias leyendas muy difundi. das y arraigadas. Llegé muy joven a América y pas6 su vida adulta en el Per, donde estuvo ac en la mineria por lo menos desde 1669, se cas6 en 1671 y se dedicé al comercio y otros negocios en los que no Je fue. demasiado bien. Hacia 1680 empez6 a hacerse conocido en Lima por su talento satirico y sus ataques contra personajes y tipos de la sociedad limefia. Era un apasionado lector de Quevede ic puede considerdrsele el mejor discfpulo que tuvo en el Pert: él mismo reconoceri la leccién quevediana al titular un romance «Los efectos del Protomedicato de Bermejo escripto por el alma de Quevedo». Aunque su obra demuestra que estaba lejos de ser un inculto, como se ha crefdo, si era un autodidacta, que supo ponerse —cuando quiso—— al margen de las modas y parroquias literarias, como prucban sus constantes burlas a los malos poetas cortesanos; es esa originalidad e independencia estética lo que hay que celebrar en él. Quiza debido a 30 sentia admiraci6n por Sor Juana (5.2.), a quien escribié un roman. ce, «habiéndole mandado [ella} a pedi algunas obras de sus versos», 4o que podria ser una supercheria del autor; en él le cuenta algo de su vida y orgullosamente declara: «no aprendi ciencia estudiada» y «asi doy frutos silvestres». Su fama de aventurero galante dio también origen a la leyenda o anécdota de que su bien conocido odio a los médicos es consecuenciz de una enfermedad venérea mal curada, lo que no pasa de set més bien una fantasia; lo que si sabemos es que escribié un romance «La, biendo enfermado el autor de tercianas...», dolencia que parece haber- impulsado a hacer temprano testamento. Su odio a la medicina debe entenderse como una reaccién contra las pretensiones y el espititu arrogante de la ciencia, o la seudociencia, de la época. La mayer parte de la obra de Caviedes lo muestra como un descreido y un rebelde, mucho més cercano al hombre humilde y andnimo dela calle que a 10s encumbrados personajes de la vida politica, intelectual y cientifica li- mefia, a quienes despreciaba por hipécritas, incompetenies y presumi- dos. El testamento de 1683 indica que pasé sus Gitimos afios enfermo y agobiado por la extrema pobreza, Como poeta festivo, vital y espontanco solia jgnorar las segurida- des de la cortesia y las buenas maneras: la fuerza burlesca de sus ver- sos es frecuentemente grafica y a veces produce un impacto casi fisico, 258 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 brutal; su obsesisn por lo escatolégico y los defectos fisicos (narices, jorobas, miopias, cojeras) sobrepasa s de las ebuenas costum- bres» y llega a ser procaz. (Esos limites eran ademas imprecisos y dis- tintos de los nuestros: lo que parece «indecente» ahora podfa no serlo entonces, y viceversa.) La suya era una poesia con raices orales, que no tenia necesidad, en principio, de ser impresa, lo que podria explicar la existencia de varios manuscritos y copias de su obra. De hecho, ésta pennanecié casi integramente inédita durante su vida. Hay que reco- nocer que su humor verbal es ingenioso y brillante, pero carente de es- crapulos: su espirita es poco caritativo y no le importa, si da para un buen juego de palabras, reirse de la desdicha ajena o ver en las muje- 10s s6lo frivolidad, interés y promiscuidad. Su misoginia puede adop- tar la forma del simple y enojoso agravio; lo mismo puede decirse de sus dardos racistas contra judios y negros. En esa impiedad y dureza se parece otra vez a su maestro Quevedo. La obra de Caviedes no fue conocida hasta bien entrado el siglo ax, Su Diente del Parnaso, que constituye su niicleo esencial, fue com- puesto hacia 1689 y publicado en Lima solamente en 1873, gracias al historiador Manuel de Odriozola y el tradicionista Ricardo Palma; éste hizo luego una nueva edicién (Lima, 1899) y en ambas ocasiones con- signé infundados datos biogréficos sobre el autor que fueron acepta- dos como verdades y que configuraron una «vida» casi del odo inven- tada; todavia hoy su figura no se ha liberado de esas ficciones. Su obra recogida suma hoy unas 265 composiciones poéticas, mas tres breves obras teatrales (dos «bailes» y un entremés), de menor interés; tas til timas, mas algunas poesias de tema mistico y amoroso, fueron dadas a conocer en Ia edicién preparada por el jesuita Rubén Vargas Ugarte (Lima, 1947), quien desgraciadamente expurgé los textos que le pare- ron demasiado escabrosos. El conjunto total de su obra poética ha sido clasificada en cuatro categorias: poesia satirica; poesia amorosa; poesia religiosa y filoséfico-moral; y de circunstancias. Parte del i que lleva uno de los manuscritos del Diente... sefiala bien los objetivos desu mordiente sitira: guerra fisica, proezas medicales, hazafias de la ig- norancia. El autor usa para sus fines los recursos clésicos del género: la cari- catura, la hipérbole, el gigantismo desrealizador. Cada detalle grotes- co, cada defecto fisico o tara moral, cada patética desventura humana, es agrandada hasta el delirio en una especie de close-up de la deformi- dad; a atraccién por lo monstruoso y lo desmesurado del barroco est aqui en su apogeo, pero también el gusto del conceptismo por la inge- Elesplendor barroco: Sor Juana y otros culteranos 259 ernie barroco: Sor Juan y ots culteranos 259 niosa invencién verbal, el juego de palabras, el retruécano y el double entendre o silepsis. Cuerpos y almas son puras deformidades bajo la gruesa lupa con que los observa Caviedes; se produce asi un efecto ge- neral de metonimia: igual qué el pesonaje del poema de Quevedo, que era «un hombre a una nariz pegado», la parte que genera la burla ese todo alrededor de la cual gira el humor cavediano. Es deci, la de- formidad fisica © moral se ve duplcada y agravada por a deformidad © distorsién verbal que emplea la sétira. En «A un narigén disformen (obsérvese la redundancia) leemos: ne Cara con timén es popa de fragata o bergantin, sino proa de estos vasos con dos lettinas al fin. sot forma de Gegradacin eel proceso reductive a a condicion logica y, atin més abajo, a la vegetal: sus enemigos son «gal © «quirquinchos» (por la joroba), basiliscos, mones, zapallos, bereoje, nas, camotes... Dos cosas deben observarse en el humor catstico del autor: son ataques directos a personas concretas, cuyos nombres inclu- ye (los doctores Bermejo, Vargas Machuca, Liseras, Vaiez, ete) para ue no quepa duda que son el objeto de la ofensa; y aunque el fin in. mediato de su sétira es, por supuesto, festive y humoristico, el propo. © subyacente es moralizador y quizd hasta educativo. Esto parece tificar la calidad vitridlica de sus versos: es la jocosa pero amatga medicina que puede curar los males de la sociedad. En un mundo donde todo anda al revés (los ilustres son fingidos, los jueces prevari- can, los médicos matan y os curas pecan), la inversién butlesca apare- ce como la tinica forma correctiva posible. Detris de la risotada cave- diana hay una profunda nota de desengaiio y escepticismo que es facil de reconocer como una actitud barroca. Pero en vez de simplemente Jamentar el mundo tal como es, quiere cambiarlo, Curioso: los excesos de la poesia de este autor reflejan la conviccién que tiene en la razon humana, la tinica que puede combatir la supersticin, la falsedad y el abuso; en un soneto, con ecos de Gracin, afirma que «el que tuviere entendimiento/ el mas feliz sera que hay en el suelo». Su objetivo es restaurar la verdad llamando las cosas por su nom- bre, aun si ese nombre es una injuria, En su galeria de monstruos, los médicos ocupan el primer lugar; recordemos: el Diente... es una «gue- 1a fisica» librada con las armas del humor contra quienes, dentro de 260._Historia de la literatura hispanoamericana. 1 lasociedad, dicen representa la ciencia al servicio del bienestar huma- no: Ja graciosa «Fe de errata» del Diente... aclara que, en sus versos, el significado de «doctor» es «verdugon, areceta» es «estoque> y «san- gria> es «degiiello». Para Caviedes, ellos no curan los males: son el mal. Los ataques del autor tenian mayores alcances (y riesgos) de lo que puede creerse: los doctores Bermejo y Vargas Machuca, por ejem- plo, eran médicos del virrey y de la Inquisicién, respectivamente, apar- te de ser prestigiosos catedraticos universitarios. En sus satiras contra personajes tan respetados, hay qite ver, pues, un ataque frontal ala au- toridad, al establishment colonial en conjunto. En todo el siglo xvu, salvo Guamén Poma (4.3.2,) no hay un eritico social tan intransigente y feroz como este autor. Los médicos encaman ese poder de manera eminente porque tie- nen literalmente la vida ajena en sus manos. Por eso, dedica su obra a Ja Muerte, a la que otorga el espléndido titulo de «Emperatriz. de mé- dicos». La «guerra fisica» es, pues, un combate entre la vida y la muer- te, cuyos grotescos perfiles tienen algo de las alegorias medievales, como si sus toques sombrios se hubiesen disuelto en un camaval de hi- rientes sarcasmos, Aparte de que los médicos han sido el blanco favo- rito de las humoristas de todos los tiempos, tanto en la literstura como en el arte, las semejanzas de este encamizamiento sarcéstico con el de Quevedo 0 con Le malade imaginaire (1673) de Moliére (que segura- mente Caviedes no conoci6) han sido ya sefialadas. El influjo del pri- mero se nota sobre todo en Ia eleccién de agudezas verbales, que a ve- ces legan a parecer préstamos directos del autor de los Szevios; el ro- mance «A una dama que fue a curarse... de achaque de serlo», por ejemplo, comienza con estas intencionadas alusiones al mal venéreo: Purgando estaba sus culpas ‘Anarda en el hospital, que estos pecados en vida yen muerte de han de purger. A veces la sitira tiene objetivos mas generales, como las viejas alca- huetas o Jos malos versificadores; cuando éstos son a la vez. médicos, el ataque resulta feroz y enormemente inventivo porque Caviedes puede disparar contra ellos desde dos angulos al mismo tiempo: como ene- migos de las ciencias y de las letras, haciendo asi critica social y critica literaria. En una composicion titulada «Habiendo salido estos versos, respondié a ellos con unas décimas puercas el doctor Corcovado...» Elesplendor bartoco: Sor Juana y otros culteranos 264 ias al médico estan grotescamente subrayad: el Gju- Jo, del que los malos poctas abusabans cos Oye, corcovado de mi corcovado los agravios esdrijul Joa de un dos veces sétiro. Ocasionalmente hard versiones burlescas (en tono men de la Fabula de Polifomo y Galatea de Gongoray la Metamonbs te Ovidio, 0 retratos femeninos que usan sélo metiforas mit cadas del juego de naipes. Pero —como dijimos al comiento— el ta, lento satiico de Caviedes es slo la mis difundida de sus facets, pues también fue poeta amatorio y religioso. Leer las composiciones que tratan estos temas, es casi coms leer a otto poeta, del todo distinte al primero. En la treintena de poemas amatorios (romances y sone bre todo) vemos al autor usando delcadamente todas la nes del género en la época: ambientes bucélicos, persona referencias mitologics, ules amores desdichados ce Lee renee conceptistas de parallismos y contrastes abundan, como en ellogra. do soneto «Da el autor catorce definiciones al amor: Fuego es de pedernal si esta encubierto; aire es sia todos baa sin ser visto; agua es por ser nieto de la espuma; tuna verdad, mentira de lo cierto, un traidor que, adulando, esta bien quisto; les enigma y laberinto en suma. En algtin caso la misoginia del autor deja de ser burlesca, para con- vetirse en un argumento metafsico contra la lujura que las mujeres espiertan; en el soneto «Remedio contra pensamientos lascivos» nos ropone, nada menos, contemplar nuestra propi . nuestra propia inmundicia como el resultado de haber nacido de mujer: Saca lo que seran, por ilaciones del ser de que te formas, tan inmundo, de huesos, carne, venas y tendones... 262 Historia de la iteratura hispanoamericana. 1 Aunque menos originales, los poemas religiosos muestran que sus imreverencias y crudezas ocultaban un alma devota y preocupada por su salvacién, Se han tenido estos poemas como productos de la etapa final de su vida, el llamado «periodo de arrepentimiento», lo que no pasa de ser una sospecha infundada. Lo cierto es que estas dos fases se alternan y conviven en él, lo que no debe considerarse un fenémeno excepcional en su tiempo: es un signo del barroco. En Espafa. Que- vedo y otros burladores también sabian jugar dentro de las reglas. En todo caso, la mayoria de ellas parecen sinceras expresiones de religio- sidad y hondas preocupaciones filosoficas, a veces realmente Pero hay una ambivalencia al fondo de esta faceta de Caviedes, como Jo demuestran las composiciones filos6fico-morales que dedicé a fendmenos naturales romance «Al terremoi 20 de octubre de 1687» implora sobresaltado a «Dios, por quien es, nos perdone, nos ampare, y nos acudan, en el soneto «Que los tem- blores no son castigos de Dios» sostiene la validez del principio fisico de aecién y reaccién, y concluye: Y si el mundo con ciencia est criado, por lo cual Jos temblores le convienen, naturales los miro, en tanto grado, que nada de castigo en si contienen; pues si fueran los hombres sin pecado, terremotos tuvieran como hoy tienen Este poema y el romance «Juicio de un cometa que apareci6...», en el que ataca la supersticién, revelan una actitud sobre ciencia y fe que bien puede compararse a la del Manifiesto filosdfico contra los come- tas... de Sigiienza (supra). R En la robusta linea satirico-costumbrista pervana incade por Ro 1s de Oquendo (3.3.3.) y continuada en el siglo xvut por fray Francis- o\del Castillo llamado wel Ciego de la Merced» (6 XX)—-y en l xx por Ricardo Palma, Caviedes sefiala un momento capital del proceso y su considerable madurez estética Tentos y critica: Vous v Cavieoes, Juan del. Obra completa. Ed. de Daniel R. Reedy. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1984. El esplendor barroco: Sor Juana y otros culteranos 263. SE Sor ana y otros cuilteranos | 263 Ed. y estudios de Maria Leticia Caceres, Luis Jaime Cisneros y Gui- lermo Lohmann Villena. Lima: Banco de Crédito del Peri, 1990, Barun, Giuseppe. Quevedo in América. Milin: Cisalpino-Goliarlica, 1974. Julie Greer. Satire in Colonial... pp, 86-106. Glen L. Juan del Valle y Caviedes. A Study of the Life, Times and Poetry '@ Spanish Colonial Satirist, New London: Connecticut College, 1959. Renpy, Daniel R. The Poetic Art of Juan del Valle y Caviedes. Chapel Hill: The University of North Carolina, 1964, 5.5.2. «El Lunarejo», defensor de Géngora El cura Juan de Espinosa Medrano (16297-1688) —apodado «E] Lunarejo», por Jos lunares que lucia en la cara— es el autor del mas importante ejemplo de prosa critica y erudita del barroco americano y sin duda es el mis grande defensor que Géngora tuvo en el con! nente. Como los datos de su biografia son escasos y estin rodeados de Ciertos mitos ¢ hipérboles (en su Lima fundada, Peralta (6.2.1.} lo lla. aria «Apolo de las musas aplaudido»), los comentatistas y bidgrafos Jehan inventado una —como hizo la novelista Clorinda Matto de Tur. ner en un optisculo de 1887—, segiin la cual era un indio o mestizo Pobre, que sufti6 por ello postergaciones y guizé vejaciones. Lo cierto és que nada de eso esta probado; en cambio ciertos documentos ind. can que era hijo legitimo, que desempeas cargos eclesidsticos (enure ellos, el de canénico magistral del Cuzco) y administrativos de y que estaba lejos de ser pobre pues tenia propiedades, y esclavos, Espinosa Medrano era una mente cultivada en lo mejor de la cul- tura de su tiempo, lo que no es poco mérito para un hombre que, por azones de su ministerio religioso vivié buen tiempo en las apartadas serranias de su Cuzco natai, no en el activo mundo intelectual de la ca Pital limefia, Fue llamado también «Doctor Sublime» por su brillante oratoria sagrada; sus celebrados sermones se recopilaron pdstuma mente en La novent maravilla (Valladolid, 1695). Asimismo escri teatro en quechua y espaiiol y tradujo a Virgilio al quechua, version gue se ha perdido. Se sabe que también escribidé poesfa y que tal vez compuso miisica. Pero la pieza clave de su obra es el famoso Apologé- tico en favor de D. Luis de Géngora, Principe de los poetas liricos de E's paita (Lima, 1662). 264 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 El titulo deja perfectamente en claro que es una e ta espafiol, quien habia sido objeto de ataques por un critico y poeta portugués, Manuel Faria de Souza, que censuré a varios poetas pero sobre todo denigré el estilo gongorino, con la intencién de poner més en alto Los Lusiadas de Camoes. Peto siendo una defensa de la gloria ajena, el Apologético es al mismo tiempo una autodefensa, no indivi- dual, sino en nombre del grupo de intelectuales americanos general- mente postergados por sus colegas peninsulares. Géngora, y el pro- fundo conocimiento que muestia de él, brindan el pretexto ideal para demostrar que el hecho de ser americano y escribir desde la periferia (de la que nunca lleg6 fisicamente a salir), no le impedia ser un hom- bre culto y tan bien informado que podia terciar en el debate europeo sobre la poesia de Géngora. Defender a éste era, pues, un modo de ponerse a su altura, o por lo menos acercarse a su grandeza ante el ps- blico lector a ambos lados del Atlantico. Su lenguaje es tan elaborado, riguroso y ornamentado como el del maestro: una versién analégica que reproduce en prosa los primores poéticos del cordobés. Eso—es- cribir como él—es parte esencial del elogio y la prueba de que los in- ‘genios criollos nada tienen que envvidiar a los de la metré idea, implicita pero muy importante, en el fondo de toda su obra: la afirmacién de un concepto universal, no s6lo europeo, de cultura, que integra lo mejor de! legado espatiol y del indigena, Eso explica por qué este refinado prosista barroco escribe también en quechua, por qué los clisicos como a las tradiciones de su pueblo, por qué cultiva con igual soltura las letras sacras y Jas profanas. Ast tam- bién se entiende que el Apologético sea una respuesta tardia aun de bate que no era ya un tema de actualidad: Faria h ado a Gor gora (muerto en 1627) al publicar su edicién comentada de Los Jus das en 1639; es decir, hay més de 20 afios entre el ataque y la respuesta que aparece cuando también Farfa habia muerto. No lo mueve, pues, un 4nimo polémico: lo mueven dos cuestiones de principio, la defensa «1 bartoca como modelo superior y la osada afirmacién de Ia originalidad de la cultura indiana ante la europea. En su rendida de- dicatoria al Conde Duque de Olivares, el autor sefiala, con punzante ironia, sus razones: “Tarde parece que salgo a esta empresa: pero vivimos muy lejos los criollos y si no traen las alas del interés; perezosamente nos vistan las cosas de Espaia; ademés que cuando Manuel de Faria pronuncié su censura, Géngora era muerto; y yo no habja nacido [sic El esplendor barroco: Sor Juana y otros culteranos 265 ener aon Sor Juana y otro cultoranos 265 Ocios son éstos, que me permiten estudios mas severos é que ten es iis severos: pero equé puede haber bueno en las Indias? ¢Qué puede haber que contente a los europeos, que desta suerte dudan? Sétiros nos juzgan, tritones nos presumen, que bru tos de alma; en vano se alientan a desmentimos mascaras de humanidad. Hacer ademas esta defensa desde el Cuzco, la antigua capital del imperio incaico donde ambas culturas convivian y muchas veces en- traban en conflicto, agrega un gesto simbélico, que el Inca Garcilaso (43.1) habria apreciado, a su propésito. Dos virtudes brillan en el cologético: su orden riguroso y su prosa, omada y elegante pero al mismo tiempo sobria. El libro esta dividido en 12 secciones 0 propo- siciones subdivididas en parigrafos y antecedidas (salvo la primera, que funciona como una introduecién) por transcripciones del texto de Faria, cuyos planteos él contesta minuciosamente y con un despliegue aplastante de autoridades (una larga lista de ellas precede la obra Cada secci6n es, asi, un comentario preciso sobre una cuestién especi fica a la que él quiere responder usando variados argumentos, mucha cerudicién y alguna desdefiosa ironia. $i queremos encontrar en la lte- ratura hispanoamericana un temprano antecedente de critica textual, no tenemos mejor ejemplo que éte. Pero la prosa misma es el mayor argumento del Lunarejo: el culteranismo gongorino aleanza aqui una de sus cumbres, en el sabor latinizante de los petiodos, las volutas de- corativas, las alegorizaciones que dan més peso a los conceptos, la I6- gica con la que desmonta y aniquila cada acusacién y la Kicida pasién con la que examina las imagenes gongorinas. El libro se inicia con una imagen famosa: Los ataques de Faria son, dice, como los ladridos de los perros a la inalcanzable luna: Pensién de las luces del ingenio fue siempre excitar envidias que muerdan, ig- norancias que ladren. Iras entrafables, delineé Alciato en el natural canine, que el orbe luminoso de la Luna, en la noctuma carrera de sus resplandores rabiosa embiste, enfurecido ladra..; pero sordo a tan inuportunas voces sigue el cindido planeta el volante lucimiento de sus rayos. El Apologético es una sintesis original de la forma y el espiritu ba. rrocos (que para él es una misma cosa, sintetizada en el ingenio ver- bal), y el mas a; una suma de Géngo- ra, Quevedo y Gracin perfectamente asimilados por una mente ame- ricana que se sabe también heredera de poetas barroquizantes criollos como Offa (3.3.4.3.) y Hojeda (4.2.2.2) 266 Historia de la literatura hispancamericana. 1 Lo mismo podria decirse de La novena maravilla que, bajo ese hi- perbélico titulo, retine una seleccién de 30 sermones pronunciados por el autor. Es dificil imaginar cémo un auditorio de feligreses, entre Jos que debian encontrarse humildes mestizos e indigenas, podia se- ‘guir —con la atencién y admiracién que se dice las seguian— las ora- Ciones sagradas del Lunarejo, con sus floridos laberintos verbales, su alto misticismo y su severa argumentacién teolégica. Tal vez la cues- tién pueda invertirse para sefialar que, precisamente por eso, el autor empleaba el lenguaje y el pensamiento que consideraba los més acaba- dos y dignos de ser conocidos aun por los menos ilustrados; hay una cuestién de politica intelectual en favor de las gentes americanas, deba- jo de ese esfuerzo. Pero es la brillante precisién de su prosa lo prime- 10 que impresiona; véase esta reflexién conceptista sobre el amor y la muerte: Cansarse de amar porque la muerte lo acaba todo con el vivir, no es mas que querer hasta expirar; Acabarse el querer porque el tiempo lo consume todo con su durar, no es mas que amar hasta morir. Aparte de obras en latin, como un tratado de Philosopbia Thomis- tica (Roma, 1688), otro trabajo en prosa del Lunarejo es la Panegirica declamacién por la proteccién de la ciencia y estudios... (Cuzco, 1664), al parecer anterior al Apologético... Es un discurso escrito en un es nado y ceremonial que, con el pretexto de exaltar las ciencias y las ar- tes, exalta en verdad a una alta autoridad colonial en el Cuzco. Durante mucho tiempo se le atribuyé el auto sacramental Usea Péucar, en quechua, pero luego se ha asignado esta obra a otros escri- tores mucho menos conocidos (5.7.2.). Eso le deja como autor de dos autos sacramentales en quechua: El hijo prdigo y El rapto de Proserpi- na y suenio de Endimién, éste tltimo perdido; y de una comedia en es- pafiol titulada Avzar su propia muerte. Las tres son obras de juventud, escritas cuando era seminarista, lo que, en el caso de Amar.., se hace explicito en el parlamento final. La mas conocida ¢ interesante es la primera, que es una versién de la conocida parabola biblica con visi bles influjos del teatro religioso espafiol (sobre todo Lope y Calderén) y con ambientes y personajes indigenas. Es esta aclimatacién mestiza lo mas original de la obra, pues Espinosa Medrano agrega a la forma propia del auto religioso elementos provenientes de la tradicién cultu- ral quechua. No slo vemos que un personae (E] Mundo) aparece con la cabeza adornada con la multicolor mascaipacha incaica como simbo- Elesplendor barroco: Sor Juana y otros culteranos 267 lo de las tentaciones mundanas, sino que, ademés, en ciertos pasajes hay un soplo lirico (aun a través de la versién castellana) cuyo fresco ¢ ingenuo sabor emanan de fuentes poéticas y musicales quechuas. Y vemos a U’ku (el Cuerpo, el bufén) celebrar los goces de la vida con una alegria ¢ intenso color local que parece desmentir el ascético men- saje de la pieza Yo digo, que vengan sopa y jugo, charqui, conchas y gelatina, maiz sancochado y ensalada, estofado, maiz y habas, came no nacida y legumbres, mazorcas,frjoles cocidos, chicha dulce, hongos, humitas y por paltas, ensalada de chichi, papas y frutas secas, chicha de mani, amarilla y blanca. Amar su propia muerte, que se represents en el Cuzco, fue descu- bierta y editada (Lima, 1943) por Vargas Ugarte. La obra desarrolla, en tres jomadas, un pasaje del Libro de los Jueces del Antiguo Testa- mento, estructurado segiin las reglas de la comedia espafiola de honor, pero con curiosas variantes ¢ innovaciones. Esta pieza, como la otra, ‘envuelve la historia biblica y su moraleja cristiana con algunos elemen- tos originales ¢ ingredientes locales, que las hacen mas convincentes. Todo eso le permite crear sutiles analogfas entre la historia del pueblo israelita invadido y la situacién colonial de entonces. Alreleerla, confirmamos que la obra de Espinosa Medrano refleja, ‘como un espejo fiel, la estética barroca de su tiempo, pero que su arte es un modelo permanente de complejidad expresiva y saber profundo que otros escritores, como Asturias, Lezama Lima y Martin Adan han renovado en este siglo. ‘Textos y critica: Esunosa Mipaano, Juan de. Apologético. Ed. de Augusto Tamayo Vargas. C: racas: Biblioteca Ayacucho, 1982. Z ne Cine Ronstourz, Raquel. «La subversién del barroco en Amar su propia muerte», En El discurso disidente..*, pp. 185-208, 268 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 Cisnenos, Luis Jaime. (se- tia més propio llamarla farsa) es una manifestacién dramitica escrita en un lenguaje profundamente popular, lleno de alegria, color, frescu- ra, espontaneidad y simple pero éfectivo humor; es dificil encontrar en el teatro de ese tiempo otta pieza que lo use de modo tan feliz. La nota religiosa, tan presente en casi toda expresién escénica de la colonia, std aqui por completo ausente —en lo que se parece a El Varén de Ra- binal (1.3.4)—, aunque sea una forma desprendida de la evolucién del teatro evangelizador (2.5,). Los vestigios de origen indigena son, en 278 _Historia de la literatura hispancamericana. 1 cambio, claros: la repeticién leténica o ritual de los didlogos, el uso de Ja pantomima y las mascaras, la personificacién de animales, la danza colectiva, etc. Pero, por otro lado, puede hallarsele antecedentes en los «pasos» 0 farsas medievales, que subrayan los aspectos grotescos, irre- verentes y feéricos de la vida como una negaci6n o suspension del or- den social. Las tesis de Artaud sobre la funcién catartica del primitivo teatro europeo y las de Bajtin sobre lo carnavalesco como subversion del mundo medieval, tienen en esta obra un interesante campo de apli- cacién. Porque el texto es en el fondo una celebracién regocijada, una fiesta indigena pagana que habla su propia lengua y la espafiola, asu- miendo el mestizaje que la cultura nativa habia sufrido después de casi dos siglos de contacto con la europea. Desde que el investigador norteamericano Daniel G. Brinton pu- blicé El Gtieguence por primera vez (Filadelfia, 1883), en su version original y en inglés, se han hecho muchas conjeturas sobre quién fue sti autor. Lo més probable es que haya sido un clérigo ilustrado, bien versado en el teatro popular espaol y conocedor profundo de las cos- tumbres y tradiciones locales, con las cuales manifiesta tener una indudable identificacién, Pero hay que tener en cuenta que el texto no tuvo un «autor» sino posiblemente muchos «autores» que, desde los afios inmediatos a la conquista y hasta fines del siglo xv —época en que debié ser fijado el texto tal como lo conocemos—, fueron elabo- rando distintas versiones, acumulando variantes y afiadidos en capas sucesivas: hay muchas manos anénimas en El Gilegiience. Pero quien i6¢n su forma definitiva le dio una notable unidad estructural y ¢s- istica. El argumento es bésicamente simple, aunque leno de inci- dentes que lo animan, lo complican con situaciones laterales y agregan a lahistoria elementos pintorescos y jocosos. Los ejes que ponen a ésta z son el constante juego fonético y de palabras, el double enten- dre, las burlas, los engafios y las confusiones, todo ello con una inten- ci6n irreverente hacia la autoridad. Vemios dos mundos enfrentados: el del poder (representado por el Gobernador y el Alguacil) y el del pue- blo (representado por el viejo Giiegiience y sus hijos don Forcico y don Ambrosio). El poder es continuamente burlado por la astucia y las trampas del Gtieguence, que sale victorioso al final, en que lo ve- mos beber vino con las autoridades, sefialando asi que éstas han caido en sus redes, Cuando aparecen los «machos» (o sea los enmascarados disfrazados de mulas, incluyendo el fantistico «macho-ratén» del titu- Io), el aspecto irrespetuoso de sus artimatias alcanza el nivel de una mojiganga en la que el verdadero poder lo ejerce él; el uso procaz de El esplendor barroco: Sor Juana y otros culteranos 279 las patanomasias y las alusiones sexuales de ciertos modismos locales como «cinchera», «rifionada» 0 «estacam, refleja el cardcter de esa sub- version: Forcico: Ya estan cogidos los machos, papito, Gikegiience: Encogidos? y al borde del mar, que ¢s «en la terraquea esfera/ la pa- twia del poder para el que impera» (Canto VII). Rendir tributo a las grandes capitales y ciudades fundadas por los espaiioles es una tradi- cidn que arranca de Balbuena (4.2.2.1, y que se multiplica por todas partes de América como expresin de un naciente patriotismo, y tam- bién del deseo de inmortalizar una realidad convirtiéndolo en motivo literario. Peralta se suma a ella y convierte a Lima en una ciudad dig- na de la misma Antigiiedad. Sus modelos son Virgilio, Balbuena, Erci- Ila B.3.4.1.), pero el prosaismo de sus versos, la hinchazén retérica y la inspiracién 4ptera le impiden acercarse mucho; por momentos el vano detallismo y la fria minucia descciptiva producen un efecto rococé 0, barrococé. En sus composiciones liricas habia a veces un tono mienzo de este romance (escrito a los 18 afios para pedir clemencia a Cristo crucificado con ocasién de un temblor) tiene cierto Atiende ya ami lamento Sefior, porque estd mi angustia de mi mismo pecho herido, formando el blanco y la punta. Y uno de sus sonetos amorosos termina planteando esta alternati- vas la amada imposible: O para siempre © para siempre l Como puede verse por estos ejemplos, el autor seguia rindienda 290 Historia de la literatura hispancamericana, 1 esencialmente tributo a los moldes expresivos del barroco, pero abre- teatral compuesta por la «zarzue- law» Triunfos de amor y poder (1711), con personajes y temas sacados de la mitologia griega; la comedia Rodoguna (1719), adaptaci6n de la rimer intento por introducir el teatro neock la comedia greco-oriental Afectos vencen finezas as cortas (dos «bailes», dos «fines de fiesta», burlesco y satirico— encontramos otro Peralta, mucho menos acarto- nado, menos monétono y aun critico de los habitos académicos de los que participaba. Las piezas extensas son en general ejemplos de teatro barroco, valiosos més por lo que documentan en cuanto a gustos y for- mas favorecidos en la época, que por sus propios méritos; revelan tam- bign el influjo afrancesado y de la comedia italiana, sobre todo en los aspectos escenograficos, que iban ganando el favor del piblico lime- fio. Teatralmente no son viables, pero poseen (sobre todo Afectos...) al gunas virtudes parciales de versificacién y fantasia, Vagos rastros de Lope y Calderén se notan aqui y alla, pero no pasan de ser pruebas de su buena cultur. . Con Peralta se tiene la sensacién frustrante de que se desperdicis en la vastedad de su obra, pues dando mucho se olvidé de dar lo mejor. Hoy este gran humanista, el mis fecundo escri- tor peruano de su tiempo, apenas es algo mas que un episodio curioso de nuestra cultura colonial, Textos y critica Pérasta y BarNutvo, Pedro de. Lima fundada 0 oo Manuel de Odriozola. Vol. 1. Lima: Colecciéa de del Pera, 1863. Obras d séticas con un apéndice de poemeas inéditos. Ed. de Irving A. Leonard. S Imprenta Vniversitaria, 1937. ——— Obras draméticas cortas. Ed. de Elvira Ampuero et al. Lima: Edicio- nes de la Biblioteca Universitaria, 1964 LEONARD, Irving A. «A Peruvian Polygraph: Don Pedro de Peralta y Barnue- vo». En Portraits and Essays...*, pp. 103- Lonwann VILLENA, Guillermo. Pedro de Peralta. Lima: Biblioteca Hombres del Peri, 1964. Del barroco a la ilustracién 291 P2700 8 Ha lustracion 204 ‘Sancittz, Luis Alberto. E/ Doctor Océano: estudios sobre Don Pedro de Peralta xy Barnuevo, Lima: Universidad de San Marcos, 1967. 6.2.2. El teatro de «El Ciego de la Merced» Puede considerarse que la contribucién al teatro de Fray Francis- co del Castillo y Tamayo (1716-1770), comtinmente conocido como «El Ciego de la Merced», es bastante mas importante que la de Peral- ta, La figura de este autor ha permanecido en la oscuridad, pese a que en el siglo xix Ricardo Palma recogié algunos poemas suyos en una tradicién publicada en 1863, a las que agregaba una biografia bastan- te fantasiosa del misterioso personaje. Investigaciones y ediciones par- ciales realizadas en este siglo, algunas muy recientes, han aclarado va- rios misterios que rodeaban a este autor y establecido con mayor clari- dad su aporte. Estar afectado por la ceguera desde nifio, no le impidio tener una educacién esmerada que complementé sus precoces dotes para la recitacidn y la poesia, que le ganaron fama local. Al morir su padre en 1733, ingres6 al convento mercedario donde se distinguié ‘mas por sus habitos mundanos que por su devocién, lo que no le im. pidis escribir poesia religiosa. Pero prefirié poner su gran facilidad para improvisar y versificar al servicio de circunstancias bastante pro- saicas: escribia para fiestas, bodas, banquetes, entierros, etc. No era un escritor conventual, sino callejero, ligero y antiacadémico —un inespe- rado heredero de Caviedes (5.5.1.), un monje hedonista y liviano, amante de las tertulias y la vihuela, asi como del teatro y los toros (so- bre los que escribia «de ofdas») Su obra ha permanecido inédita durante mucho tiempo, lo que ex- plica que las historias \cluso las peruanas) lo ignoren 0 ape- nas le dediquen unas lineas. Buena parte de su teatro fue representado cen su tiempo, pero tras su muerte paso rapidamente al olvido. De él nos quedan cinco piezas mayores y otras tantas obras cortas (dos loas, dos entremeses y un sainete). Los asuntos y géneros de las primeras no pueden ser més variados: El redentor no nacido, martir, confesor y vir gen, San Ramién es una obra hagiografica; Todo el ingenio se allana, uuna comedia de enredo alo Calderén; Guerra es la vida del hombre, un «auto sacramental alegricon; La conguista del Pert, una comedia his- t6rica con personajes incaicos; y Mitridates, rey del Ponto, una tragedia de tema mitolégico que trata de imitar la tragedia Mithridate (1673) de Racine. 292 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 Aunque el estilo y temética de este conjunto pueden calificarse de barroco (especialmente Tado el ingenio y Guerra es lavida..), hay ras- 0s 10c0c6 y quia neockisicos en la estructura de la ltima y, en gene- ral, un uso bastante audaz de la escenografia, con grandes decorados, efectos sonoros y musicales. Que esa espectacularidad fuese el fruto de un autor invidente, no deja de ser asombroso. Las piezas menores, de Jas que merece mencionarse el logrado Entremés dl justciay ltigan zes, muestran la faz costumbrista y popular de su inspiracion dramati- ca. En todas hay que destacat la fluidez de la versificacién, muy supe. rior a la del desabrido Peralta. En el teatro dieciochesco peruano, el «Ciego de la Merced» es una figura que reclama mayor atenci6n. Textos y critica: CastiLto, Francisco del. Obras. Ed. de Rubén Vargas Ugarte. Lima: Studium, 1948. ‘SuARez Rapi.to, Carlos Miguele. E teatro barroco hispanoamericano, Ensayo de wna bistoria critico-antolégica. 3 vols. Madrid: Portéa Turanzas, 1981. ‘Ankom, José Juan. El teatro de Hispanoameérica en la época colonial. La Habsa- na: Anuario ico Cubano, 1956, Lornuow Viena, Guillermo. Elarie domi en Lima," pp. ALSA2S. Reverre Bexwat, Concepcién. Aproximacin critica a un dramaturgo virreinal "peruano: Fr. Francisco del Casio el Ciego de La Merced). i Uni versidad de Cadiz, 1985 VARIAS REGIONES 63. La cultura eclesiastica y Ia expulsién de los La cultura hispanoamericana seguia estando en manos de una casta privi- legiada y, dentro de ella el clero ocupaba el primer lugar; la cultura eclesiésti- ca mantenia su antiguo prestigio aun en una época en la que se filtraban por todas partes las ideas iluministas. En realidad, el clero fue un muro de conten- ci6n, pero a veces funcioné como una fuente de renovacién. Los defensores de In escola aprendieron a adaptase aos cambios de ahora inguii més, a aceptar otros argumentos. Y ese esfuerzo se desparramé lentamente ha- cia el resto de la sociedad colonial. As{ como en los primeros afios de la colo- nia, franciscanos y dominicos fueron grandes creadores, investigadores y difu. sores de cultura, en épocas posteriores los jesuitas y agustinos contribuyeron_ Del barroco a la tustracién 298 De barr000 a la tustracin 29 de modo decisivo a definir el movimiento intelectual americano. El xviu no fue excepcién y eso se comprueba con la loracién de numerosos escritores te ligiosos, teblogos, hstoriadores, oradores y fildsofos. Respecto de la cultura jesuitica en América hay que recordar un hecho importante: en 1767, el rey Carlos III decreta la expulsin de Ja orden en Espafia y todas sus posesiones de ultramar. Los motivos inmediatos que provocaton la revuelta popular llamada «el motin de Esquilache» (1766) pueden parecer triviales —era una reaccion con. tra la prohibicién del uso del sombrero y la capa tradicional espaiio. —, pero sus consecuencias fueron muy profundas. Puede decirse que, en esencia, el motin mostré que los ilustrados espaitoles eran una minoria que no habia logrado modificar los habitos recalcitrantes de la aristocracia, la masa popular y el clero bajo. El reformismo del es. tado borbdnico habia irtitado a esos sectores y, bajo la presién del le vantamiento, la corona tuvo que daz marcha atrés. Pero tratando de obtener de ese revés un saldo favorable, el rey lo interprets como un acto instigado por intereses del papado y acus6 a la orden de haberlo apoyado. Castigar con el exilio a los jesuitas, el sector mas vulnerable en esa pugna politica, servia para dar una doble advertencia a la Igle- sia y la aristocracia. Lo extraiio es que, si hubo en América un grupo que intenté —aun en forma limitada— la renovacidn de la escolésti- cay la apertura cautelosa a las nuevas ideas, ese grupo fue el de los Su forzada ausencia del continente supone un empobreci- miento general de la actividad cultural; en el campo educativo, con- cretamente, donde los jesuitas ejercfan un dominio casi total, el impacto sera grave, sobre todo para las j6venes generaciones de ideo- logos y filésofos de la independencia que entonces se formaban, Para la partida de los jesuitas fue una gran pérdida y una oca- expresar su resentimiento y su rebeldia frente a la corona, ue no hizo sino mostrarse mas autoritaria para lograr el acatamiento dela orden, Pero quizé el aspecto mas interesante de este episodio sea lo que ocurrié con los jesuitas una vez que abandonaron América. Converti dos en peregrinos, los desterrados fueron a buscar la proteccién del Papa y el refugio de los Estados Vaticanos. El apoyo del Papa fue bas- tante tibio, pues temia enemistarse con la monarquia espafiola, pero al fin los acogis y los expulsados se asentaron en Roma. Alli comenzarén tun nuevo capitulo de su agitada historia, que tiene mucho que ver con Ja nuestra: reaccionando contra lo que consideraban una injusticia, re 294 Historia de Ia literatura hispanoamericana. 1 con América que sus afios en esas tierras habjan generado, los jesuitas siguirén dedicados al estudio del nuevo continente (con la nostalgia que daba la distancia y las tristes de la salida) y apoyaran sus aspiraciones frente a la pe- insula, Roma se convertiré asi, inesperadamente, en un foco de ame- mmo desde el cual ideas autonomistas y antimondrquicas se di- fundirén por todas partes. Esa fue su mejor contribucién al fermento ideolégico que levarfa a la independencia. Obra americani escrita desde Europa y frecuéntemente en italiano, la labor jesui el exilio es un caso de cultura peregrina que hay que articular con nuestra historia literaria. Seis afios después de la expulsi6n, en 1773, ad Papa Clemente XIV completaria el ostracismo jesuita con una bula que extinguia la orden religiosa. Sélo una pequefia porcién de lo que los jesuitas y otros religiosos produjeron cae en el campo de la literatura, pero debe tenerse cuenta que contribuyeron a crear el ambiente en el que ésta apare Podemos omitit los nombres de la mayorfa, pues desaparecieron con cl siglo y después fueron répidamente olvidados, pero sabiendo que sus obras dieron su caracter propio a esta época. Daremos, pues, solo un répido vistazo a los pocos que realmente importan para nuestro propésito, La seleccién de esos pocos es, por cierto, muy personal. Los centros en los que aparecen son principalmente México y Lima, pero puede hallarse su presencia o su huella en casi todo el te- rritorio americano. De los abundantes oradores y escritores sagrados que predicaban donde hubiese un pilpito, queremos salvar s6lo a uno: el jesuita chileno Manuel Lacunza (1731-1801). No esta, como rosista, a la altura del Lunarejo (5.5.2.), pero quizé lo exceda por la dacia de sus ideas. Lacunza era un cristiano «milenarista»; es decir, a que el mundo terminaria después de 6 mil afios; acabado lo, vendria otro, regido por los principios del bien y la justicia verda- detos, que duraria otros mil afios. Esa ¢s la tesis que presenta, con co- piosos y eruditos argumentos, en La venida del Mesias en gloria y ma- jestad, que terminé hacia 1790 en una pequefia ciudad italiana donde lo llev6 el destierro, pero que sdlo aparecié péstumamente (18 1812). El tema de la obra era la llamada «Parusfa», o sea el segundo advenimiento de Cristo y los asombrosos anuncios y acontecimientos ligados a ese hecho. No la firmé con su nombre, quiza para proteger- se, pero eligié un seudénimo tambien provocador: «Ben Ezra Juan Jo- safat, hebreo cristiano». Eso y el atrevimiento de ciertas ideas o visio- Del barroco a la ilustracién 295 nes proféticas (una iglesia que prevaricaba en los dias del Antictisto, tun més allé sin infierno pues todos viviriamos en pacifica comunidad) bastaron para que la Inquisicién la prohibiese. Lacunza es uno de los poquisimos americanos que formula un pensamiento religioso hetero. doxo —aunque Menéndez Pelayo se pregunte si sus ideas son real- mente heréticas— que parece adelantar el de milenaristas y teésofos como Bloy y Berdieff. En su concepcién escatolégica se traslucen no- tas personales: la nostalgia del exilado por la patria lejana, la diaspora de su orden, la necesidad de fundar el mito de un mundo mejor para todos. Autor insélito este Lacunza, que necesita ser redescubierto. __ Como ya vimos con El Camero (4.3.4.) la cronica y la historiogra- fia se habian transformado en algo bastante distinto del modelo origi- nal dela crénica de Indias y se contaminaban con notas costumbristas © cuasi novelescas; el siglo xvi contribuird a esa gradual descomposi regindole el elemento de la curiosidad cientifica y la utilitaria descripcicn naturalistica, que empiezan a pesar més que el propio re- lato histérico. Una importante excepci6n y un caso bastante destaca- do es el que oftece el mexicano Francisco Xavier Clavijero (1731 1787), jesuita que escribi6 en el exilio una Histonia antigua de México (Cedena (Italia), 1780-1781). Aparecié primero en la versién italiana del propio autor, de la que hizo una traduccién el espaol José Joaquin de Mora (Londres, 1826), pero el original castellano de Clavijero per- dito hasta 1945. Compuso también La historia de la Anti- gua o Baja California (Caracas, 1789; en espaiiol: México, 1852). Su idealizada y a veces poética visién de la antigua cultura mexicana hace recordar un poco la del Inca Gareilaso (4.3. 1.) sobre el Pert. Por su ri- guroso orden y el sabor clasico de su prosa es dificil encontrar en este siglo otro ejemplo superior al suyo. Nacido en Veracruz, vivid en Oa- xaca en contacto con el pueblo mixteco, aprendié varias lenguas nati- vas y a los 17 afios ingres6 a la orden jesuita en Puebla. Lo interesante de su formacién intelectual es que funde dos vertientes dispares: | dicién escolastica y el pensamiento iluminista, que habia descubierto en Descartes, Newton y Franklin. ‘Textos y critica: CLavireno, Francisco Xavier. Historia antigua de México. Prél. de Mariano 1 Cuevas. 4 vols. México: Porria, 1945, “ee LacuNzA, Manuel. Tercera parte de la venida del Mesias en gloria y majestad. Ed. de Adolfo Nordentlcht. Medid: Edtora Nacional 1978. 0 296 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 Bartow, M, La cultura hispanovitaliana de los jsuitas expulsos. Madrid: Gre- José Joaquin. «los jesuitas y la ilustracién imposible» y «La verdad y la pairia: Clavijero». En Esplendores y miseras..2", pp. 159-178 y 191-208. ‘Truna, Alfonso. La expulsion de los jesuitaso el principio de la revolucin. ME- xico: Jus, 1986. 6.4. La polémica sobre América Las razones por las cuales Clavijero escribe su Historia antigua. son de peso y tienen que ver con la polémica internacional que cues tioné la capacidad intelectual del indio americano y aun de los criollos, difundida desde Prusia, Francia e Inglaterra. La polémica, que ha sido estudiada brillantemente por Antonello Gerbi, puede considerarse uno de esos brotes oscurantistas que eran aceptables dentro el rigido «eurocentrismo» del Siglo de las Luces, pero viene envuelta en argu- mentaciones que revelan el interés politico de cuestionar también el papel colonizador de Espafia por parte de naciones enemigas de su poder. El primero en es el naturalista francés Buffon con sus ‘observaciones sobre lad» de las especies animales ameri- canas, pero se desata realmente con las Recherches philosophiques sur les Américaines (Berlin, 1768-1769) del prusiano Cornelio de Pauw; luego se suman el francés Guillaume Raynal, autor de una Histoire phi- losopbique et politique des établissements des Exuropéens dans les deux Indes (Amsterdam, 1770) y el escocés William Robertson, que publicé una History of America (Londres, 1777). . Estas tesis ayudaron a que la «leyenda negra» ocupase el primer plano del debate intelectual, como en los tiempos de Las Casas (3.2.1). La defensa del hombre americano vendrd, sorprendentemente, desde el circulo de jesuitas refugiados en Italia, y Clavijero sera la voz mas cla- ra, convincente y mejor informada entre todos. Y lo hace afirmando que las creaciones de la antigua cultura mexicana son comparables a las ivilizaciones del mundo antiguo, de las que ha aprove- \cién europea. Siendo un temperamento moderado y ecléctico, podia ser también un polemista ardoroso: dice que elige refu- tar sélo la obra de Pauw por razones de brevedad («para escribir un error o una mentira bastan dos lineas, y para impugnarlas se necesitan i pero también por discrecién porque «como en , [Pauw] ha recogido todas las inmundiciasn. Desterrado, Clavijero habla de México como una patria y, al hacerlo Dol barroco ala ustracién 297 asi, se adelanta alos criollos seculares que iniciaran, poco después, la ta- rea de crear una nacién a partir de la Nueva Espafia (6.9.). Ente los varios filésofos y ciéntificos tocados por la novedad de los tiempos, daremos sélo el nombre de uno: el de! novohispano José Antonio Alzate (1729-1799), una mente moderna ai todo, desde arqueologia hasta fisica, desde la migracién de las golon- drinas hasta las caracteristicas del chayote; lo lamaron por eso «el Pli- nio de México». Pero fue sobre todo un gran divulgador a través de las paginas de su Diario Literario de México (1768) —cuya publicacién tuvo que suspender por orden del virrey—, la Gaceta de Literatura (1788-1795) y otros periédicos de sesgo enciclopedista que dieron ori- gen al periodismo mexicano. Informar, instruir, entretener: esos eran dos fines que perseguia. Una porcién de sus articulas cientificos —en més general— estan recogidos en su Historia de la ciencia en México. Siglo XVI; otra recopilacién es la titulada Memorias y ensa. os. Lo mas interesante es advertir el tono irdnico y a veces sarcdstico, con el que el autor atacaba a sus enemigos (los aristotélicos que no bian leido a Aristételes) y defendia sus ideas tratando de ser compren- dido por todos; basta leer su «Pintura de un aristotélico enfurecido y idlogo que tuvo con un moderno» o su «Carta... sobre la inutilidad tica» para comprobarlo y para tener una idea del nivel en el que queria poner el debate. Alzave es un claro ejemplo del grado al que se habfan renovado algunos hombres de la Iglesia y la orden jesui- tica en particular, sin abandonar por eso bésicas creencias tradiciona- les, Se consideraba por eso un filésofo cristianizado» deseoso de di- seminar el gusto por «una literatura més fina Una de las manifestaciones curiosas de la cultura jesuitica en el exi- lio es el intento de escribir literatura no sélo en italiano, sino también volver a hacerlo en latin —Ia lengua eclesifstica por excelencia_—, lo que confirma el carécter peculiar de los productos intelectuales de este grupo. Entre los jesuitas novohispanos hay varios, pero vale la pena mencionar al menos tres: el veracruzano Francisco Xavier Alegre (1729-1788), que fue filésofo, cronista de su orden y ademés poeta en latin y traductor de Horacio y de La Iiada (al latin); Juan José de Eguiara y Eguren (1696-1763), obispo de Yucatén, tedlogo, orador y fundador —antes de la expulsiin—de la bibliogralia mexicana con su proyectada Bibliotheca Mexicana (1755), en latin, de la que pudo ape- nas completar dos voltimenes; y sobre todo el guatemalteco-mexicano Rafael Landivar (1731-1793), recordado (aunque no leido} por su vas- to poema latino Rusticatio Mexicana (1781), canto-catdlogo dela natu. 298-_Historia de la literatura hispanoamericana, 1 raleza de esa regién que debe entenderse como un homenaje hecho desde e! exilio a la tierra lejana, cuyo tinico mérito ¢s el ser un antece- dente de la poesfa descriptiva americanista que mas tarde iban a culti- var Olmedo Bello, y Heredia (7.4, 7.7. y 7.8,); ste iltimo tradujo par- te dela Rusticatio..al castellano. Critica: BLANco, José Joaquin, «Gacetas de Literatura: Alzates. En Esplendores y mi rias...2*, pp 257-264. , Antonello. Le disputa del Nuevo Mundo. México: Fondo de Cultura ;conémica, 1982. ZONA INTERMEDIA: COLOMBIA 65. Una mistica en Nueva Granada ‘La monja Francisca Josefa del Castillo y Guevara (1671-1742) co- nocida como «Madre Castillo», nacida en la provincia colombiana de Tunja, convirtié su natural y temprana vocacion religiosa en la fuente de inspiracién para una obra mistica de perfiles muy personales, Aun- gue envuelta en la leyenda (se firma que al affo siguiente de su muer- te, su cuerpo se encontraba incorrupto), su obra no es muy leida 0 co- nocida fuera de su patria, En toda la literatura colonial hay un conti- uo derroche de religiosidad, uncién y devocién cristianas, pero el alto tono mistico es raro; lo encontrames en los sermones de Espinosa Medrano (5.5.2.), ocasionalmente en Hojeda (4.2.2.2,), Sor Juana (5.2.) yen muy pocos més, Pero la Madre Castillo puede ser llamada sin reparos una verdadera autora mistica, al mismo tiempo que una notable escritora autobiogratica. Si Santa Teresa y San Juan de la Cruz tuvieron una discipula en América, ésta es la religiosa colombiana. Cuando entré al convento de las monjas clarisas, a los 18 afios, domi- naba el latin, conocia a fondo la Biblia —lo que se aprecia en su obra—y también las letras profanas, especialmente el teatro y aun las novelas, aunque abandoné pronto su lectura. Ciertos pasajes de la Vida de la venerable Madre... escrita por ella misma (Filadelfia, 1817) pueden muy bien compararse con las confidencias autobiograficas de la Respuesta a Sor Filotea... de Sor Juana, algunos de cuyos poemas le fueron alguna vez atribuidos a la colombiana. Del barroco a la ilustracién 299 Los Sentimientos espirituales (Bogota, I, 1843; II, 1940), mas co- cidos como los Afectos espirituales, cuya redaccién comienza ha- 1694 y prosigue hasta la ancianidad, es un diario de sus didlogos intimos con Dios, sus penurias corporales y las asechanzas infernales que sufti6, en el que ocasionalmente intercala versos. Los Afectos. suman casi 200; como empezé a escribirlos no por propia voluntad, de su confesor, temia que su intencién no fuese bien entendida y varias veces estuvo a punto de destruirlos. Por eso mismo sorprende la calidad tersa y kicida, aunque intima y emotiva, de su rosa, que puede considerarse excepcional para la época: «Muchas veces la turbacién, temor, dolor y escuridad son anuncios de que ven- dra el Esposo a tener sus delicias y celebrar sus desposorios...», nos dice en el «Afecto 11»; sus descripeiones del estado de enajenacién tormento y jibilo espiritual pueden alcanzar gran intensidad. La por. cién en verso es muy breve, pero posiblemente sea el con) poesia sacra mas acendrada y sugestiva de las letras coloniales. Ellen- guaje es depurado y profundo, siendo simple hasta la transparencia. A través de los t6picos de la literatura mistica fluye un tono arrobado de cuya sinceridad no caben dudas. Basten para probatlo estas dos estancias del «Afecto 46»: ‘Tan siiave se introduce su delicado silbo, que duda el corazén si es el corazn mismo. Tan eficaz persuade, que, cual fuego encendido, derrite como cera Jos montes y los riscos. Su Vida es una obra de madurez, probablemente iniciada hacia 1715. En realidad, lo que escribié eran meras notas para una verdade- ra resefia de su vida, que no leg nunca a redactar. En ellas nos narra desde su nifiez hasta llegar por lo menos més alla de sus 60 afios —in- terpolando algunos fragmentos de sus Afectos— , para explicarnos la formacién de su vocacién religiosa y las experiencias de su vida con- ventual. Esas experiencias son una constante y violenta transicién del arrobo mistico a las mas perturbadoras visiones demoniacas. La hue- 300 _ Historia de teratura hispanoamericana. 1 lla de la Vida de Santa Teresa es muy visible en la composicién de la obra, que entreteje los datos personales con digresiones ascéticas y pa- rafrasis biblicas. Repetidas veces, la autora manifesta el desgano con que escribe sobre ella misma, accediendo al pedido de sus superiores sélo a modo de penitencia; en realidad, al evocar y contemplar su vida, solo sentia vergiienza y repugnancia. Algunos criticos han sefialado que la Vida de la Madre Castillo es, por ¢s0, menos inspirada a la de los Afectos... Lo cierto es que no hay diferencias perceptibles en el estilo de las dos obras y que ambas fue- ron escritas para obedecer un pedido ajeno. Incluso puede decirse que hay tanta (o més) biografia en los Afectos... que en la Vida. Los acon cimientos exteriores 0 fisicos de su existencia y la secuencia cronol a cuentan poco en este relato: lo que importa es la dimensién interior de una vida entregada a los deliquios y penurias de la comunicacion con Dios; y el retrato psicol6gico que pintan puede interesar tanto @ tod icopatélogos y lectores comunes. Los pasajes en Jos que estado de letargo 0 «suspensién» en que estuvo por 14 afios a partir de 1696 (cap. XXI1), son en verdad impresionantes. Y no me- ‘nos interesantes —por motives muy diferentes— son las que nos per- miten acceso a la vida cotidiana del convento, plagada de rencillas, ce- los, chismes y luchas por el poder. A veces tenemos la sensacién de que nos estamos informando de hechos de los cuales ella misma no se da entera cuenta; como cuando nos dice, después de asegurarnos que la celda de una é lena de pavor y tristeza» (cap. XV). En la literatura espiritual americana, esta autora tiene un puesto singular Textos y critica: Castitto, Francisca Josefa del. Obras completas. Ed. de Dario Achuty Valen- 2 vols. Bogota: Banco de la Repiblica, 1968. Sor Francisca Josefa del Ca cos Color Sor Francisca Josefa de la Concepci6n Castillo. Bogoté: Imprenta Nacional, 1962. Moraes Borneo, Maria Teresa. La Madre Castillo: su espiritualidad y su esti- 6.6. Viajeros, cientificos y otros prosistas Con su insistencia en el pensamiento racional y la observacién em- pirica, la Ilustracién gener6 un gran interés por las ciencias exactas y naturales. América resultaba, pese a los dos largos siglos transcurridos desde el descubrimiento, un continente desconocido, en creencias, teorfas ¢ interpretaciones que el nuevo ya superadas. Era el momento de observar, analiz terés tomé la forma practica de expediciones y viajes cientificos orga- nizados por petsonalidades, entidades o paises extranjeros que quisie- ron recorrer el continente y comprobar, in situ, los detalles y notas dis- tintivas de su realidad fisica, En 1712 el francés De Frézier explora el Cabo de Homnos y las islas del Pacifico, fruto de lo cual es su Relation du voyage d la mer de Sud (1732). Ms famosa fue la expedicién de sa- bios franceses encabezados por La Condamine, que llega al Pera en 1735 y recorre la zona ecuatorial para medir el meridiano terrestre, y que luego publicard una Relacién del viaje a la América Meridional (1745). De esta expedicién formaban parte los espafioles Jorge Juan y Antonio de Ulloa; a estos dos se deben las Noticias americanas phisico- bistoricas (1748) 1as Noticias secretas de América (1826), cuya au- tenticidad se discutié durante mucho tiempo. Para el virreinato novo. hispano, la expedici6n espafiola de Alejandro Malaspina (1789-1794) tiene trascendencia cientifica, econémica y politica. Otras expedicio- nes: la de Irurriaga-Léfling (1754-1761) exploré la cuenca del Orino- 0; los tres viajes alrededor del mundo que realiz6 entre 1768 y 1780, el capitén James Cook; y la expedicién botdnica de Hipélito Ruiz y J. A. Pavn (1777-1788) al Pera y Chile. Pero el mas prestigioso de todos estos cientificos viajeros fue el ba- r6n Alexander von Humboldt quien, acompafiado por A. Bonpland, recorrié por cinco afios, a partir de 1799, los tr6picos y otras zonas continente, y dio a conocer sus hallazgos y su asombro ante el paisaje americano en Voyages aux régions equinoxiales du Nouveau Monde (1814). Aparte de la utilidad de los datos recolectados por estas expe- diciones, sus consecuencias son grandes para el rumbo que la literatu- ray la cultura continentales tomarian poco mas adelante: pusieron de relieve (a veces con auténtica emocién) la grandiosidad y variedad de la naturaleza ameticana (lo que los neoclésicos y prerroménticos apro- vecharian copiosamente), y subrayaron la identidad del continente como una realidad singular y esencialmente distinta de la europea. Esto Gltimo sera un fermento que empezar a crecer en el espfritu de 302_Historia de la literatura hispanoamericana. 1 Jos criollos descontentos con la subordinacién colonial a la que Espa- fia los tenfa sometidos. Todo este esfuerzo repercutié directamente en el progreso de la tan atrasada ciencia en el mundo colonial. Pero, por cierto, gran parte de las manifestaciones de ese avance caen —salvo como contexto— fuera de nuestro campo. Algunos autores u obras cientificas, sin em- bargo, tuvieron una significacién que sobrepasé su ambito propio y pueden ser considerados, siquiera parcialmente, dentro de una histo- ria como ésta. En Colombia hay un nombre que destaca con nitidez entre los de su tiempo: el sabio José Celestino Mutis (1732-1808). Na- ido en Cadiz, eg en 1761 a Bogota y pas6 alli la mayor parte de su vida. Fue un gran difusor de ideas nuevas (explicé y difundis el siste- ma de Copérnico) y dedicé grandes esfuerzos al conocimiento geog fico y natural, para lo que organiz6 sus propias expediciones. Entre sus obras, el estudio E! inflajo del clima sobre los seres organizados con- tiene paginas de considerable valor literario, Su correspondencia—en latin— con cientificos europeos como Linneo, prueba lo amplio de su prestigio; el propio Humboldt, que lo conocis en su viaje americano, expres6 admiracién por el hombre y por su fabulosa biblioteca. No s6lo por eso hay que recordar a Mutis: fundé el importante Semanario de la Nueva Granada y fue un activo promotor de la cultura en esa re- sion. «ro cient En Ecuador y Colombia hay un activo movimiento cientifico y fi co. De todos los hombres que lo animaron, destacan claramente jo (1747-1795) y el los dos: el ecuatoriano Eugenio de Santa Cruz y Es primeros mestizos en formular un pensamiento revolucionario radical yen expresar el espiritu de una naciente conciencia nacional. Pasé por ello varios afios en la carcel. Era médico y dedicé su atencién a proble- mas y epidemias (como la viruela) Ja zona. Su obra es la de un educador y un reformador que elige la sitira para ensefiar y €s- timular los cambios; la literatura era para él un medio, que usaba pot razones practicas, no estéticas. Su otra gran pasion era la politica que Jo empuj a una lucha indeclinable por la liberacién. Como tantos otros que seguirian sus huellas por toda América, ligaba el problema politico al dela cultura y abogaba por la autonomia en ambos campos. ‘Asi lo expone en una obra cuya propuesta es la renovacién educativa de Quito, primer paso de su programa civico-cultural: El Nuevo Lucia- no de Quito 0 Despertador de los ingenios quiterios en nueve conversa- ciones eruditas para el estudio de la literatura (1779), que circulé en for- _ Del barroco a a iustracién 303 ma manuscrita y con el seudénimo de Javier de Cia Apéstegui y Pero- chena, «procurador y abogado de causas desesperadas». Contenia un conjunto de didlogos entre un ilustrado y un pedante a través de los cuales se satirizaba la vetusta erudicié s. Al afio siguien- te, bajo otro seudénimo (Moisés Plancardo), hace la defensa de la pri- mera obra en Marco Porcio Catén 0 Memonias para la impugnacién del Nuevo Luciano de Quito; y en 17 v0 Luciano con el subtitulo de Ciencia blancardina, en la que se burla de las afirmaciones de un alto representante del clero. Espejo era un europeista, enamorado de las ideas francesas ¢ italianas (se ha sefiala- do el influjo directo de Francesco Muratori), pero al mismo tiempo un fervoroso americanista, convencido de que la nueva cultura quiteia bien podia parangonarse con la de otras grandes capitales, pues «el quitefio de luces... es el verdadero talento universal». Eso se confirma en las paginas del diario Primicias de la cultura de Quito, que fundé en 1792 (sélo alcanz6 siete ntimeros) y que fue el primer periédico ecua- toriano. Perseguido por sus ideas patriéticas, Espejo muri en la car- cel. Caldas fue discipulo de Mutis y cultivé la astronomia y la bot a, pero nos interesa por otras razones y actividades: como periodista (entre 1808 y 1809 publics el Semanario de la Nueva Granada) y como escritor epistolar, en cuyos textos el historiador encontrar claros sin- tomas de la nueva sensibilidad que trafa el espiritu neoclasico: la frial- dad de la raz6n dulcificada por la propensidn lacrimosa, la emocién ante el paisaje y el amor fraternal a los hombres. Cerremos este apartado de prosistas de muy variada envergadura, con la mencién a tres més. Uno de intencién satirica: el guatemalteco Antonio de Paz y Salgado (fines del siglo xv-1757), autor de una Ins- traccion de litigantes y de El mosqueador (ambas de 1742), en las que se burla, con bastante gracia, de los abogados y de los pectivamente. El mexicano Fray Joaquin Bolafios escribié una obra alegérico-narrativa cuyo titulo anuncia algo fascinante: La portentosa vida de la muerte (1792). Pero el texto, dafiado por una prosa pompo- sa y fria y por el peso del moralismo edificante, no ena la promesa. Es. un esfuerzo tardio, de sabor bartoco, por hacer cados por la ilustracién y la frivolidad rococé, el santo temor de la muerte; pese a esas intenciones, la obra fue criticada por sus libertades frente al dogma. Y, por iltimo, un cronista tardio de ciertos méritos: José Oviedo y Bafios (1671-1738), que nacié en Colombia pero histo- 1i6 tierras venezolanas en La conquista y poblaciin de la provincia de 304 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 Venezuela (1723). Exhibe una prosa con elegantes calidades barrocas y un gusto por lo pintoresco y heroico, como cuando narra las aventu- ras de Lope de Aguitre (3.2.7.). Textos y critica: FRezieR, Amadeo. Relacién del viaje por el Mar del Sur. Caracas, 1982. Hunpoipr, Alejandro de, Viaje « las regiones equinoceiales del Nuevo Conti- nente, Caracas, 1991 Juan, Jorge y Antonio ULtoa. Noticias seeretas de América. Madrid, 1991 ‘La Conanane, Carlos Maria de. Viaje a la América Meridional. Madrid: Es- pasa Calpe, 1962, Leonato, Irving A., ed. Colonial Travelers in Latin America. Newark Dela ware}: Juan de la Cuesta Hispanic Monographs, 1986. Santa Cxuiz v Esrtgo, Eugenio. Obra educativa. Ed. de Philip L. Astuto. Cara cas: Biblioteca Ayacucho, 1981 ALcina France, José. Bl descubrimiento ctentifico de América. Barcelona, 1988, GonzALEz CLAVERAN, Virginia. La expedicién cfentiica de Malaspina en Nueva Jouson, Jul Satire in Colonial. Pusc-SaMpen, Miguel Angel, Las expediciones ciemtficas durante el siglo XVI. Madrid: 1991. . ‘Trasutse, Elias. El circulo roto. Estudios histéricos sobre la ciencia en México. México, 1982. VARIAS REGIONES, 6.7. Una magra cosecha poética En un siglo tan fascinado por ia ciencia y la razén como el xvitl, quizé no sea de extraiiar que la poesia sea de una pobreza casi clamo- rosa; no en cantidad, pues sigue siendo parte esencial de las costum- bres literarias, sino en calidad, inspiracién, intensidad. La musa poéti- ca se eclipsa y produce unos frutos raquiticos 0 meramente curiosos, que no podemos leer hoy como poesia, sino como documentos de la Del barroco a la ilustracién 305 crisis que suftié el género por entonces. Debemos, por lo tanto, cubrit este género en no mucho espacio y con los escasos nombres que ape- nas levantan sobre la chatura general. EI ecuatoriano Juan Bautista Aguirre (1725-1786), el mexicano Fray José Manuel de Navarrete (1768-1809) y el argentino Manuel José de Lavardén (1754-18092) podrian cubrir ellos solos, todo el siglo, y mostrar la evolucién que sufre la poesia dieciochesca, Como jesuita expulsado, Aguirre bien podria agregarse al grupo de los auto- res estudiados mas arriba (6,3.), pero preferimos extraerlo de ese con- junto porque, al revés de Alegre y Landivat, no esctibié poesia en latin ¥, aunque sus preocupaciones cientificas y filosoficas reflejan la incli- nacién ilustrada de los otros jesuitas,¢s, literariamente, un cultor tar- dio del barroco con notas, aqui y alla, del gusto rococé. Aguirre murié en Tivoli, donde lo ilevé el exilio, sin recoger su poesia en libros y per- isi mucho tiempo. En 1865 el argentino Juan Maria Gutié- rrez la glosé y coment6, pero sdlo en 1943 se publicaron sus Poestas y ‘obras oratorias, cuya redaccién parece corresponder a su época juvenil El volumen contiene apenas 21 composiciones, cuyos tonos y temas ‘no pueden set més variados: desde lo moral hasta lo satirico, desde lo rave hasta lo ligero; lo mismo puede decirse de su registro métrico: sonetos, romances, liras, décimas... Entre sus modelos se trasparenta el influjo de Géngora, Quevedo, Calderén, y Polo de Medina. Aunque como poeta descriptivo o moralizante es bastante convencional, tiene cierva aptitud para la metafora plistica, que a veces brilla, con un ful- got raro, en medio de poemas cargados de densas abstracciones y f6r- mulas légicas: por ejemplo, los amantes, condenados a la «galera de Cupido», «gimen al ritmo de una flecha atados». Hay una tendencia natural en él hacia las alegorias y el tono aleccionante: para Aguirre, la poesia era un medio para dar un consejo o alcanzar una conclusién Recogis los temas y motivos que habia reclaborado mil veces la poesia barroguizante: la belleza fugaz, el vivir muriendo, la agobiante con- ciencia de ser temporal, Leyéndolo, uno percibe el grado de agota- miento al que el ideal barroco habia llegado. Fue ademas orador, estu- dioso y educador. La obra literaria de Navarrete refleja en cierta medida la vida re- tirada de su autor, que ingresé remprano a la orden franciscana y que, pese a haber cultivado la poesia desde joven, empezé a ser co- nocido muy tardiamente (de hecho, en visperas de su muerte) a tra- vés de los versos que publics en el Diario de México. Pertenecié al grupo reunido bajo el nombre de «Arcadia Mexicana», fundado ha- cia 1808 por José Mariano Rodriguez, cenéculo que representaba una reaccidn de tintes neoclasicos al barroco. La lirica de Navarrete fue recogida péstumamente bajo el titulo Entretenimientos poéticos (México, 1823); luego aparecieron sus Poemas inéditos (México, 1929) y sus Poeséas profanas (México, 1939). En ellos encontramos décimas, sonetos, odas, églogas, sonetos y elegias que tienen ciertos é los profanos que los sacros. Entre los primeros, desta- can los temas delicadamente amorosos, los motivos pastoriles y los acentos anacrednticos, con posibles ecos de Meléndez Valdés y Young. Navarrete documenta el estilo transicional que va del rococo al estilo neoclésico y aun los primeros vagos anuncios prerromanti cos, como puede verse en su elegi muerte de su madre, o en «Mi fantasta» (de la serie de veintidés «Ra- tos tristes»), que comienza asi: «Mortal hipocondria, / que siento como dafios / de mis molestos infelices afios, / enferma de mi musa la alegria». Pero aun en estos estéticos dentro de los que escribe ni su propia inspiracién le permi- ten alzarse muy alto, Lavardén es, en cambio, un claro representante del estilo necol co en nuestra poesia y también de las preocupaciones politicas que empezaban a agitar a los ilustrados de su tiempo. Hizo estudios en Buenos Aires, Chuquisaca y Espafia, donde se gradué en leyes. De vwuelta en Buenos Aires, se dedi idades econdmicas, participa en la vida intelectual de la ciudad y en la fundacién de E/ Telégrafo Mercantil, el primer periddico del Rio de la Plata. Es también el pri- mer autor teatral cuya obra se represent6 en ese virreinato. Su produc- cién literaria es muy breve: se compone esencialmente de una Sétira de 1786; la tragedia neoclisica de tema indianista Siripo, que fue esttena- da (precedida por la loa La inclusa) en 1789, pero cuyo texto se ha per dido; y la celebrada Oda al Parand, publicada en el mismo Telégrafo en abril de 1801. La Sdtira es una composicién en tercetos que refleja elespiritu de rivalidad entre los poetas de Buenos Aires y los de Lima, donde «alumbran partos mil cada semana/ por quitar allé ese par de berenjenas», mientras que Por acé es al revés: para que agrade el juguete més digno de Talia «3 preciso que Febo le traslade. gracia verbal, apoyada en re- Aunque algunos pasajes tienen ci . Del barroco a la itustracién 307 medos del habla popular, la critica no ha dicho que, en su resentimien- to por la desigualdad del trato literario, Lavardén leya a usar argu- ‘mentos ¢ injurias racistas, como cuando se refiere a «este vulgo vil de color bruno», lo cual no lo enaltece. El conocido comienzo de la Oda ‘1 al Parand («Augusto Parand, sagrado rio/ primogénito ilustre Océano») tiene una solemne elevacién, pero el resto es menos inspi do, quizd porque lo que guia al poeta no es la celebracién misma rio, sino la mas ptosaica de sus beneficios pricticos para la economi y progreso de la region; por esto quiz pueda considerdrsele un ant cedente de la oda a «1a agricultura de la zona térrida» de Bello (7.7.). Algo interesante: el autor agregé a su poema una serie de notas aclara totias de ciertos pasajes e imagenes, que nos permiten una mejor com. prensién del mismo; por ejemplo, cuando dice «artes populares» ano- ta que se refiere también, como buen ilustrado, a la industria y a la na- vegacion, En Cuba, dos nombres que pueden recordarse, no por buenos poetas, sino por ser introductores de la poest Manuel Justo de Rubalcava (1769-1805), imitador de Virgilio y cantor de las frutas cubanas; y Manuel Zequeira y Arango (1764-1846), poe- ta didactico y bucélico, autor de la oda «A Ia pifia» que muestra cier- tas cualidades para la fantasia. Agreguemos aqui una répida referencia a la poesia satitica y ligera de la €poca, rescatando sélo dos nombres: Esteban de Terralla y Landa (siglo xvi) y Rafael Garcia Goyena (1766-1823). El primero era un andaluz, que vivié lar. {08 afios en América, primero en México y luego en Lima, adonde lleg6 al pa- recer hacia 1782. Esta titima ciudad fue el blanco de sus dardos en su mas im. portante composicin: Linea por dentro y fuera (Lima, 1797), que publicd con el seudSnimo de «Simén Ayanque>. Hay una clara linea que lleva de la poesia festiva de Rosas de Oquendo (3.3.3,) a este poeta, pasando por Caviedes (5.5.1); pero el tema de la ciudad como objeto de ataque satirico es muy vie jo e lustre en la literatura: se remonta a Juvenal, a Samuel Johnson, y reapare- ce en a tradicién espafiola con Quevedo (en Los sueos figura «El mundo por de dentro, 1612, que lo trata) yen El Diablo Cojelo (1641) de Vélez de Gue- vara. Lima... es un poema de humor corrosivo y hasta bilioso, que refleja bien las decepciones y frustraciones del autor; no quiere hacemos reir: quiere que compartamos su resentimiento. Est compuesto por dieciocho romances, mas ‘un prélogo en prosa y un «testamento» escrito en la misma forma poética. El poeta finge que se dirige a un amigo que, como él, piensa pasar de México a Lima; para disuadirlo de cometer tan «terrible absurdo», rlata las duras ex- petiencias que pas6 alli y desata todo su rencor antilimefio como una adver. tencia tragicémica: 308 _Historia de fa literatura hispanoamericana. 1 Yo que en aquella ciudad tantos escuché lamentos, tantas observé desdichas, 10s miré desconsuelos. El suyo es el humor fcido de quien respira por la herida y s6lo ve los ma. Jes agigantados en una dimensién grotesca y burlona, Terrala ataca a todos sin excepcién y no encuentra (salvo los esforzados mineros que la ciudad) clase, costumbre, moda o rasgo de caracter que no le parezca detes- le; pero su furor se concentra en la frivolidad y los infantis melindres de las limefias, que le provocan verdaderos ataques de misoginia, No siempre «650s excesos resultan compensados por el ingenio, que tiende a repetir las mis- ‘mas {Grmulas y a regodearse demasiado en su presa hasta que sus efectos se vuelven monétonos o previsibles. Su lengusje jercita un concepto de lo inge- nigso que, a fines del xv, parece una vuelta atris a la etapa batroca, Curioso: este observador tan atento a las realidades inmediatas, parece por completo impermeable —quizé porque era un egocéntrico amargado— a los signos que anunciaban el fin del mundo colonial. Garcia Goyena fue sobre todo un fabulista y letrillero que moralizaba a la ‘manera de Samaniego e Iriarte. Nacido en Guayaquil, vivio y murié en Gua- temala (con un paréntesis en Cuba), es un escritor que luché por la indepen dencia guatemalteca y cuya obra rflejasu clara adhes dora americana, por lo que bien pudiera asimilis y prerromanticos que estudiamos en el c omo poeta, era pulcro -rés reside en el hecho de haber adaptado al génezo nes patriticas y politicas de la hora. Lo mejor de su breve obra es «L.os animales congregad critas a la manera de epistola, en la que | tuaciones propias de la lucha contra el poder col arias fueron publicadas péstumamente en Paris, en 36, ‘Textos y critica Acute, Juan Bantista. Poestas y obras oratorias. Ed. de Gonzalo Zaldumbide. UNAM, 1959. Lanpa, Esteban. Lima por dentro y fuera, Ed, de Alan Soons. Exe: Iniversity of Exeter, 1978, ‘Temas ter Del barraco a 309 Boscat, Mariano G. Manuel de Lavardén, poeta y filésofo, Buenos Aires: Kraft Editor, 1944 io. La «Sétira» de Lavardén. Buenos Aires, 1949. Jorsson, Julie Greer. «Esteban de Terralla y Landa», En Satie in Colonial..*, pp. 125-139. 6.8. Un teatro en tiempos de transicién La situacién del teatro en este siglo no es mejor que la de la poesia. Por diversas razones, desde las administrativas hasta las del gusto esté- tico, cl cultivo del teatro en América decrece visiblemente en cantidad y sobre todo en calidad. De hecho, las mejores manifestaciones teatra- les en castellano —las obras de Peralta (6.2.2.), «El Ciego de la Mer- ced» (62.2) y Olavide (6.9.2 yen lo mejor del periodo, lo que no es mucho deci iene interés para los mas curio- 508 0 preocupados por la historia del género; agregamos aqui algunas referencias que completan el escudlido panorama. La decadencia quiz se deba en parte a Jos cambios sociales que la creacién dra- los empresarios teatrales a depender mas del favor del piblico que acudia a los «corrals» y «coliseos», que se convirtieron en los centros primarios ina, mientras se hacen timidos avances por introducir el teatro ita- liano y francés. Poco nos queda del teatro religioso de la época y lo que tenemos no es muy significativo. Rubén Vargas Ugarte ha recogido algunos ejemplos correspondientes al virreinato peruano: el Cologuio de la Natividad det Senor (circa 1747) de la monja capuchina Josefa de Aza- fia y Llano (1696-1748), que compuso otros cuatro y una loa; la Decu- ria muy curiosa que trata de los diferentes efectos que causa en el alma 310 _ Historia de la literatura hispanoamericana. 1 el que recibe el Santisinso Sacramento (1723) del Padre Salvador de parte de los intentos de los jesuitas por reanimar en licign de las «decurias», piezas breves para ejercitar en la prictica de la declamacién y la actuacién; una loa en homenaje a dofia Luisa de Borbon, princesa de Asturias, escrita por Félix de Alarcén, etc. En Colombia, Fernando de Orbea escribié una comedia titulada La conguista de Santa Fé de Bogotd. En México, dos nombres: Eusebio Vela (1688-1727), activo dramaturgo, actor, director y em- presario teatral cuyas obras se representaron hasta 1733, fue autor de comedias efectistas como Ruina e incendio de Jerusalén, cuya aparato- sa presentacién provocé un accidente; y el comedidgrafo espafiol y funcionario teatral Juan Manuel de San Vicente, autor de También en ia afrenta hay dicha, de la que se conoce sélo la jornada I, En Cuba, Santiago Pita (?-4755), autor de El principe jardinero y fingido Clon diano (Valencia, 17302), que es una adaptacién de una 6pera italiana del xv. En el Rio de La Plata se le El amor del estanciero (circa 1787), que seguramente inaugura el género costumbrista en el teatro de esa regi6n. Hay que mencionar a dos vi- reyes del Perii que estimularon el arte escénico: el marqués de Cas- tell-dos-Rius, que fue autor él mismo, y el virrey Manuel de Amat, que reconstruyé el Coliseo de Lima en 1770 y cuya amante, la cele- brada Micaela Villegas, «La Perricholi», fue una popular comedianta que dio otigen a muchas leyendas y anécdotas sobre la vida teatral li- ‘mefia; su fama inspiré, entre otros, a Merimée en La carroza del San- tisimo Sacramento. Pero indudablemente la obra dramética més importante del dlti- mo siglo de la colonia es de inspiracién indigena y en Jengua quechua: el Ollantay, que tratamos a continuacién. Textos y critica: Vivenos, Geimin, ed. Teatro dieciochesco de Nueva Espaiis. México: Nast, 1990, ‘AceRO GALVEZ, Marina, El teatro hispanoamericano*, pp. 47-87. “AnKOM, José Juan, Historia del teatro hispanoamericano®, pp. 1 CitanG-Ropitcurz, Raquel. El discurso disidente®, pp. 6069. Del barroco a la lustracién 314 REGION ANDINA 6.8.1. La cuestién del «Ollantay» Es éste, posiblemente, el drama colonial més debatido de todos: s1 difusién excede los limites del dea andina, a la que pertenece, y ha es- timulado a estudiosos, c1 raductores, adaptadores, dramaturgos y aun masicos. Por ejemplo, el historiador literario argentino Ricardo , presenté en 1939 una versién moderna en verso del drama y le dedio6 un extenso estudio csitico, que contribuy6 a la fama del tex y su compatriota Alberto Ginastera es autor de una composicién mu- sical inspirada en la obra. Dos aspectos se han discutido ardorosamen- te desde que fue descubiesto en 1837: su origen y su autoria. Las tesis de un Ollantay como elaboracién indigena y de un Ollantay mestizo han sido defendidas al compas de posiciones o modas «indigenistas» y investigaciones. La identificaci6n de su autor o presunto autor tam- bién ha desvelado a muchos. Hoy, la cuestién aparece més clara y pue- de afirmarse, con bastante certeza, que la obra es la versién colonial de una leyenda incaica y que el redactor del manuscrito mas conocido del drama (existen otros cinco) es el cura cuzquefio Antonio Valdés (17402-1816), cuya autoria es dificil de sostener, sobre todo si se re- cuerda que hay un manuscrito anterior, el Paceno 0 Harmsen, fecha- do en 1735, manuscrito de Valdés data de fines del siglo xvi, pero el original se ha perdido y se conserva la copia hecha por Justo Pastor Justinian La primera traducci6n al castellano es de José Sebastidn Barranca, co- rresponde a 1868 y leva el titulo de Ollania, 0 sea la severidad de un pa dre y la clemencia de un rey, que da buena idea de su contenido, Ollan- tay, gobemnadot de la region del Antisuyo, tiene amores ilicitos con Cusi-Coyllor, princesa e hija del Inca Pachactitec. Desatendiendo con- sejos, Ollantay decide peditle al Inca la mano de la princesa y es violen- tamente rechazado. Herido en su orgullo, el jefe decide rebelarse y, jun- tocon su pueblo, se alza en armas contra el Inca, Este envia tropas Para sofocar la rebelidn, pero los seguidores de Ollantay se defienden heroi- camente yo se rinden. Lo que no logran las armas, lo consigue una es- tratagema y Ollantay cae prisionero. Mientras tanto nos enteramos que Cusi-Coyllor ha tenido una hija de Ollantay y de que ha sido encerrada enlos sétanos de la Casa de las Virgenes. Afios después, la hija, tma-Su- mac, sin saber guiénes son sus padres, es destinada a servir al Inca 312_ Historia de vatura hispanoamericana. 1 como vestal o escogida, pero de enamorada de la libertad. A la muerte de Pachactitec, lo sucede su hijo Tapac-Yupanqui, quien ignora la suerte de su hermana. El nuevo Inca, hombre generoso y admirador del valor de Ollantay, se apiada de ‘ia aly lo nombra a su servicio. Por su parte, Ima-Sumac pide la cl del Inca para Cusi-Coyllor que sigue encerrada, En un tipico final feli tanto ella como Ollantay se enteran a titimo momento quién es esa mi jer y recuperan asi, respectivamente, a una madre y una amada, co cual ahora pueden reunirse y vivir en paz. Parece no haber duda de la existencia de varias tradiciones y leyen- das incaicas que secuerdan la rebeldia de Ollantay y de sus amores con Cusi-Coyllor: los cronistas y estudiosos del antiguo Peri recogen esos testimonios y sus variantes. Pero es dificil imaginar que la férrea dinas- tia cuzquefia hubiese querido dejar memoria de esa insutrece tra el rodopoderoso Inca: se trata de historias de origen local —perte necientes a pueblos sojuzgados por los Incas—- y que sobrevivieron pese a todo, tal vez por el encanto legendario que tenian. Es decit, no pertenecen al cuerpo central dela tradicién lterariaincaica, sino a sus margenes, La polémica ha enfrentado a quienes (como Von Tschudi o Lopez) defendieron la tesis de que se trataba de un dra- ron que el drama es una expresién del teatro col nos (como Menéndez Pelayo o Riva-Agtiero) sost mente que la obra colonial se basa en otra incaica, que se ha perdido. Hay que reconecer un hecho importante: la lengua quechua de ten- dencia arcaizante, la versificaci6n octosilabica (dominante en la litera- tura incaica) y ciertos aspectos internos del drama revelan sus fuertes raices indigenas, que la contaminacion colonial no ha borrado; ése es precisamente uno de los méritos del texto y quiz una de las razones que han contribuido a estimular las tesis indigenistas. ero lo cierto es que la historia que el drama cuenta y sobre todo la forma como lo presenta, revelan que el autor seguia las convencio- nes y motivos del teatro espafiol clisico. Sin llegar a afirmar, como Mi tre, que respeta el molde de la comedia de capa y espada, si es eviden- te que usa elementos caracteristicos de la dramaturgia peninsulas. To- davia mas importante ¢s sefialar que, aparte de la integracién del asunto original al cauce del teatro espafiol, hay una adaptacién a las agitadas circunstancias hist6ricas del momento, al menos segiin puede ‘verse por el manuscrito de Valdés, El Ollantay ¢s un caso notable en el que el teatro quiso cumplir un papel ejemplarizante, ne en el plano Del barroco ala ilustracion 313 moral, sino en el px Usea Pdswcar (5.7.2). Es posible ademas que el manuscrito de Valdés fuese usado para (0 que estuviese relacionado con) la representacién del drama en Tin- ta, pueblo cercano al Cuzco, en 1780, donde ademés fue encontrado el documento. Esa fecha es célebre en la historia colonial parque es el del gran levantamiento indigena encabezado pot Tapac Amaru J, nombre que adopts el cacique José Gabriel Condorcanqui, que estu- vo presente en al acto. La puesta fue usada como un instrumento de apoyo al levantamiento, pues exaltaba, por un lado, la rebelidn como un derecho frente al poder autoritario y, por otro, presentaba la ima- gen de un nuevo monarca que se compadece del rebelde, lo perdona y hasta lo premia concediéndole la mano de su amante prohibida y el ‘gobierno de su regién. Es decir, las imagenes indigenas son un espe} en el que debian mirarse las autoridades espafiolas; Ollantay es una es- pecie de doble de Tapac Amaru II y el Inca Tépac-Yupanqui es una alegosia del gobierno flantrdpico e ilutrado que los lideres criollos e indigenas estaban deseando para el virreinato peruano. N; por cierto, formaba parte de la tradicién incaica: era una habil reinter- pretacion y utilizacion moderna de ciertos hechos y figuras conserva- dos por su valor mitico entre la poblacién. De alli subversi romantico y tragico de la obra. Es revelador que, al fracasar el evant. miento, el visitadot Areche prohibiese la representacién de la obra, el ‘uso del quechua y, en 1782, la circulacién de los Comentarios reales de Garcilaso (4.3.1.). (Tampoco de tener consecuencias la forma como fue ejecutado el jefe sebelde: su cuerpo, descuartizado por cua- tro caballos, debié reactivar la imagen de otro cuerpo dividido, el del decapitado Inca Atahualpa.[2.4.3.]) ‘Ast puede entenderse las constantes expresiones de queja y resen- timiento contra el poder omnimodo del Inca, estratagema teatral para atacar al régimen colonial; por ejemplo: «Al Rey, mientras no le faltan sus manjares y su provisin de coca, poco le importan las fatigas de su pueblo». Numerosos elementos esenciales pertenecen al drama tradi- cional espafiol: la estructura tipica de la comedia de enredo amoroso (con sus idilios contrariados y futtivos, los padees severos dentes comptensivos, la presencia del gracioso Piquichaq subsanadora del amor y el perdén, etc castellanas, como la redondilla, la quintilla y la décima; la divisién en tves actos y en varias escenas; el perfil psicoldgico de la mayoria de los personajes, etc. Pero la lengua quechua, e! eco nostilgico de tiempos ico, lo que permite compararlo con el drama 314 Historia de la literatura hispancamericana. 1 remotes y cierto tono plafidero, conservan el sabor nna que le dio origen. Esa fusion hace de la obra, quiza, el mejor plo de nuestro drama mestizo colonial. Representada en diversas épo- cas, asimilada al folklore de la regién, modernizada y traducida a mu- chas lenguas (inglés, francés ¢ italiano entre otras), Ollantay es, sin obra teatral americana mejor conocida dentro y fuera del con- Textos y critica: Texto y comentarios del Ollantay en Jorge Basapre, ed. Literatura Inca. Paris: Descleé de Brouwer-Biblioteca de Cultura Peruana, 1938, pp. 142-260; José y Dolotes Maxrt pe Cin, ed. Teatro indio precolombino. Madrid Aguilar, 1964, pp. 223-320; y en Carlos Rirout y Andrés VALDESPINO, eds. Teatro hispanoamericano®, vol. 1, pp. 421-455. El drama quechua Apu Ollantay. Ed. bilingie y en verso de J. M. B, FARvAN AyeRse. Lima: Publicaciones Runa-Simi, 1952. ‘Anko, José Juan, Historia del teatro hispanoamericano”, pp. 122-127. Rosas, Ricardo. Un sitdn de los Andes, Buenos Aires: Losada, 1939. 6.9, Neoelasicismo y conciencia nacional lleno en Ja fase marcada- Con Lavardén (6.7.) hemos entrado de nto capital de la historia politi tural de América: Ja crisis del sistema colonial espafiol. El orden colonial fue minado por sus propias contradicciones, injusticias e ficacias, pero sobre todo por la presién de un grupo brillante de llos cultivados y beligerantes que concibieron el suefio de que 50s te- rritorios podian dar paso a naciones libres. Ese suefio se asentaba en una licida comprobacién de la realidad: tres siglos después de funda- das las posesiones espafiolas en América, habian evolucionado como iedades cuyos perfiles propios las hacian bastante diferentes entre ero sobre todo distintas de la metrépoli. La Madre Patria habia engendrado y criado una variada prole de hijos que, habiendo alcan- zado la adultez, reclamaban ahora su autonomia; laficcién de que eran sélo sociedades espafiolas de ultramar, dificilmente podfa ya sostener- Del barroco ala iustracién 318 Da barca a itstracion 318 se, salvo haciendo oidos sordos ante las demandas crecientes, median- te la censura del pensamiento autonomista o la represién sangrienta de las revueltas populares. Si el sistema colonial era injusto, la defensa au- toritaria de sus principios y estructuras no hacia sino hacerlo més visi- ble para todos, lo que aumentaba el descontento y atizaba el fuego de las pasiones politicas. El despotismo ilustrado, escindido entre un cen- iralismo estatal y una filosofia inclinada al bienestar general, se mostra- ba asi como una contradiccién insalvable; el alto precio que Espaiia tuvo que pagar fue la pérdida de América Hay que recordar, en este punto, que las amenazas contra el impe- rio no s6io provenfan de la agitada situacién interna de las colonias. Los peligros también venian de afuera, como resultado de una relacién de fuerzas en el plano internacional, como sefialamos mas arriba (6.1.). Espafia sufria el acoso constante de otras potencias riva- les como Francia, Inglaterra, Holanda y Portugal, que aspiraban a reemplazarla y cumplir el papel dominante en el Nuevo Mundo. (No sélo alli: la cesi6n de los Paises Bajos, Sicilia y Gibraltar a los ingleses y sus aliados, recorté los territorios europeos de Espafa y el poder de su Iglesia.) Las intrigas geopoliticas, las expediciones intervencionistas en diversos territorios, las correrias de corsatios y piratas que asolaron las costas americanas, y otras acciones politicas y militares, no tuvieron todo el éxito que sus promotores pensaron alcanzar, pero si ctearon serios problemas econdmicos y estratégicos a Espafa, distrayendo sus fondos en tareas de defensa, reconstruccién, etc. Ademés, empafiaron su prestigio imperial y demostraron que su glotiosa era de poder in- able pertenecfa definitivamente al pasado. La decadencia de la metrOpoli era, pues, innegable y se reflejaba en su general dificultad para resolver sus propios problemas y los que los otros le planteaban Elespititu que habfa hecho su grandeza estaba ya agotado y le res ba cada vez més dificil, como nacién y como estado, adaptarse a los cambios y ajustes que la nueva situacién demandaba. La fatiga del im- perio espafol, las pretensiones de sus rivales y las aspiraciones de los criollos americanos se conjugaran, a fines del siglo xvut, para provocar el inevitable fin del periodo colonial de Hispanoamérica, El fin de la colonia es un fenémeno complejo y contradictorio que no puede ser tratado en su integridad dentro de una historia literaria, salvo a riesgo de desfigurar a ambos: pertenece a nuestra historia so. ciopolitica. Pero si cabe afirmar aqui que todos los factores apuntados como parte de él no lo habrian producido (0 no lo habrian producido del mismo modo) sin la aparicién y consolidacién de una nueva clase: 316 Historia de la literatura hispanoamericana. 1 nuestras primeras burguesfas nacionales, que constituyen el elemento decisivo del proceso. Esta nueva clase criolla es, a la vez, el principal agente de la inquietud intelectual y el intéxpreteideol6gico del no muy bien definido espititu rebelde de los sectores populates 0 marginados (indios, negros, campesinos). El pensamiento liberal y a direccién ge- neral que las acciones revolucionarias seguirian en esos afios, cayé en las manos de este grupo que emergia con nuevos ideales y proyectos. Cuando el resto de la poblacién lo asumié, el movimiento liberador cobré una fuerza irresistible. Aunque en algunos casos este fermento 6 inguietud americanista no se aparczca explicitamente en las obras escritas, hay que considerarlo el sustrato de la actividad intelectual y i- teraria del periodo que ahora pasamos a considera. Elestilo de la época es el neoclésico. Esencialmente, éste es un arte y claro en las var lo razonable, mantener el tuna forma del decoro y el buen gusto. ‘La extravagancia barroca y la sensualidad rococé de los afios anterio- res ceden ante un academicismo moralista definido por el supremo in terés en el progreso y el bienestar de la sociedad; los neoclésicos tienen tun estricto concepto del bien y del mal, pero de raices laicas, no reli giosas. Esta direccién estética estimulard el auge de ciertos formas: la poesia patriética, heroica y descriptiva; Ja fabula; la novela moral; el recurso epistolar 0 del relato apécrifo en la narrati el discurso, el alegato 0 la proclama como vehiculo ideol6gico. Apoyado en una nocién clasica del equilibrio y la claridad, Jos au- tores de fines del xvit descubren, de nuevo, las virtudes de la objet dad, el respeto a los modelos y una discrecién casi impersonal en la que importa mas la utlidad de la ensefianza que la interioridad del que ensefia, Pero tiene también, paradéjicamente, un tono sentimental que es el reflejo de la creencia en la bondad universal del hombre y el ses- go filantrépico de su visién social. La sentimentalidad neoclésica es encrucijada en la se encuentra con las primeras efusiones prerromén- ticas y con las grandiosas visiones sociales que la libertad traeria para todos: la pasidn de sus lideres apela a ese suefto comin, La coyuntura historica de Ja crisis colonial agudiza la oscilacién o tensi6n dialéctica centre razin y emocidn, entre individuo y nacién que traia originalmen- te el neoclasicismo europeo. Puede decirse que en América, la época neoclisica pasa por dos fases: una primera caracterizada por una incli- nacién general hacia una especie de racionalidad ejernplarizante y una visién profética casi ilimitada; y una segunda, al comenzar el siglo xx, Del barroco 8 ailustracion 317 marcada por una preocupacién sociopolitica y una intensa afirmacién nacionalista. En ese momento culminard el entronque de la sentimen- talidad neoclésica con el concepto heroico de la libertad pretroménti- a; de esa segunda fase hablaremos, por eso, en el siguiente capitulo. Ala primera pertenecen cuatro figuras claves: Carrio de la Vandera, Olavide, Viscardo y el padre Mier, que estudiamnos a continuacién ‘Textos y critica: Vaupts, Octaviano, ed. Poesia neodlésica y académica. México: Biblioteca del Ranos Periz, Demetrio, ed. América: De la llustra celona, 1987. REGION ANDINA 6.9.1. Un Baedeker americano: «El Lazarillo» de Carrié de la Vandera En este ambiente animado por viajeros, exploradores y cientificos que querian ver las cosas con sus propios ojos, no era raro que una guia de viaje entrase al campo de la literatura hispanoamericana: El Lazanillo de ciegos caminantes —asi comienza su larguisimo titulo— es ese libro. El autor de la obra se oculta bajo el seudénimo «Concolor- corvo» (de piel oscura, ie, indio o mestizo), que se atribuye a un tal Calixto Bustamante Carles Inca, originario del Cuzco; el pie de im- prenta de la editio princeps reza «En Gij6n, en la limprenta de la Rova- da. Afio de 1773». Todas son supercherias del verdadero autor Alon- so Catrié de la Vandera (17152-1783), y con ellas comienzan los pro- blemas y misterios que rodean a la obra, El libro no fue impreso en Gijén, sino en Lima, probablemente en 1775 0 1776. Y el apicarado cuzquefio de raza indigena apodado «Concolorcorvo» no es sino el ‘opottuno intermediario que usa el administrador espafiol Carrié de la Vandera para burlarse y quejarse a sus anchas de la burocracia colo- nial. Aunque hay testimonios de que su identidad como verdadero au- tor del Lazarillo.. no era desconocida en su tiempo, lo cierto es que su nombre pasé luego al olvido y aun fue negado por historiadores y cri- 318 Historia de (a literatura hispanoamericana. 1 ticos hasta que Vargas Ugarte, José J. Real Diaz y Marcel Bataillon, en tre otros, resttuyeron en este siglo su existencia y patemidad, Mucho menos conocida es la otra obra del autor, Plan de gobierno del Peri (1782), sa propwesta pata conservar el régimen colonial que dos afios antes habia sido gravemente puesto en peligro por la famosa rebelién de Taépac Amaru I. Gracias a esos y otros acuciosos investigadores, hoy sabemos que hacia 1736 Carrié llega a América y trabaja como comerciante en Mé- xico, Guatemala eislas del Caribe. En 1746 ya esta en el Pend, ocupa- doen las mismas actividades, que luego combina con variadas funcio nes administrativas: cortegidor de indios, capitin general, alcalde de minas, etc. El puesto que tendra consecuencias literarias ¢s el que asu- me en 1771: visitador y comisario para introducir mejoras en el servi- cio de postas y correos entre Montevideo-Buenos Aires y Lima; reco- reese itinerario durante casi dos aiios y entra en desavenencias con la administracién colonial, que conducen a un sién, Como el propio virrey Manvel de Amat interviene en este asun- to en 1774, se entiende que el autor adelantase un aio la fecha de su Lazarillo... no queria que se viese en al una reaccisn a los problemas personales por los que atravesaba. Es interesante aclarar que no siendo Calixto Bustamante autor de Ja obra, si es un personaje real y relacionado con Carrié: fue su ama- nurse y lo acompaiié en el citado viaje, aunque sélo entre Cérdoba y Potosi. Es imposible saber si el amanuense se prest6 voluntasiamente a la supercheria brindando su nombre, o si el autor obré por su cuen- ta. En todo caso, lo que éste hace es inventarle una esquematica bio- grafia y brindarle una voz coherente como narrador en primera perso- na del relao, mienteas él se convierte en una discreta sombra, como «el visitador» que coprotagoniza el viaje, dialoga y discrepa a veces con dy le da sls conseoe sobre cmv escribir mejor la obra Esa voz queda bien establecida desde el ingenioso pi i en el tono desenfadado ycinico que predomina en dl resto del libro, Haciendo mofa de dos escritores graves», el narrador dice preferir —«como peje entre dos aguas»— dirigirse a «la gente que por vulga- ridad Haman de la bampa, 0 céscara amargay; quiere hablar «con los cansados, sedientos y erapolvados caminantes»; se identifica como descendiente de sangre real indigena «por linea tan recta como la del arco iris»; burlonamente se autodenigra, pues declara ser «indio neto, salvo las trampas de mi madre, de que no salgo por fiador» y agrega que «dos primas mias coyas [«reinas»] conservan la virginidad, a su Del barroco a la lustracién 319 ppesar, en un convento del Cuzco»; afirma que su obra es una paréffa- sis de lo que Je ha dicho el visitador, pero agregandole «alguna jocosi- dad para entretenimiento» porque cree que las «relaciones sucintas no instruyen al citando a Peralta (6.2.1.), que los eruditos escriben més de realidades ajenas que de las propias, lo que él quiere corregit. ‘Como se ve, hay todo un programa literatio en ese prélogo que de- fine claramente sus intenciones y los ideales de época a los que respon- er titi y a la vez entretenido es catacteristico del neoclasicismo, y ims si se trata de escribir algo tan practico como una guia pata viajeros. Dealliel titulo: una guia es, para el viajero, como al «lazarillo» que con- duce a os ciegos por el buen camino y los libra de peligros; aurique sin descontar los ecos del Lazarillo de Tormes y de la tradicién picaresca es. debe recordatse que Cosme Bueno, sabio peninsular que vivia . editaba por la época una serie de publicaciones geograficas con el titulo de Lazarillo de ciegos; Carti6 'o conocié y lo menciona en su obra. A la virtud basica de la observacién y el acopio de datos ttiles, el autor agrega la de la constante amenidad, aderezando el relato con anécdotas, incidentes divertidos y pinceladas costumbristas, que son jos que hoy dan vigencia a la obra. Como «viajero y embustero son si- nnénimos» y conociendo «la incertidumbre de la historia», prefiere ala lectura y el estudio de la fabula> que quiz, como «parto de una imagi- naci6n libre y desembarazada», sea mas instcuctiva (Cap. 1), En cuanto libro de viajes, el Lazarillo americano estaba ligado a una larga tradi- cidn, primero cisica y europea; luego indiana, desde las crGnicas de ex- én y descubrimiento (3.2.7.)y otros relatos de aventura, cor ienza y Géngora (5.3.), hasta la afici6n a los viajes estimulada istrados (6.6,) en los tiempos de Carris. Pero el libro es mis que eso: es una obra literaria que, por su len- itud y tono, escapa a los limites del ro dentro del cual ella misma quiere colocarse. Al lado de la informacién minuciosa so- bre lugares, gentes y costumbres, hay una voluntad narrativa, un gus- to por contar historias divertidas, describir personajes pintorescos o curiosos y hacer punzantes sétiras tema colonial. Pero conside- rarla por eso, como han hecho algunos cxiticos, una novela, es un error ©, al menos, una exageracion injustificada; todo lo que puede decirse es que hay elementos 0 conatos novelescos, de ninguna manera un re- lato estructurado como una novela. El autor nunca pierde de vista su verdadero objetivo: trazar el iti- 320__Historia de ls literatura hispenoamericana. 1 tiago) con el mayor detalle sobre cosas dignas de ver, datos histéricos, ficos y estadisticos, informacién prictica sobre usos y costum: nistrativo de las postas y correos terés que movid a Cartié a escr tuna popular ruta americana, con la advertencia de que esta guia ante cede por casi 50 afios a la primera que publicé Baedeker en Alemania (1828). Pero se trata de una guia singular por las «fébulas» con las que Ja ha aderezado el autor; no solemos encontrar en un mero libro de viajes la insistente critica, fas vatiadas resonancias literarias (Virgilio, Fénelon, Feijoo) y la intencién satirica que se notanen libro re- fleja el resentimiento y el desencanto que Cartié alimentaba contra las autoridades al volver de su viaje. Tras la mascara del amanuense ind gena, se percibe la frustracién del funcionatio espafiol yuna especie de disgusto universal —disimulado entre bromas y burlas— contra las peguefias miserias de la vida cotidiana y Ja ineficiencia de los «gachu pines», pero también contra las trapacerias de los indios, los negros y las mujeres, de todos los cuales tiene una opinién marcadamente nega- tiva, El cuadro del mundo colonial que pinta Carrié dice mucho sobre mismo, sobre su identidad, sus afectos y sus fobias. En los alcances y los limites de su exitica se delata que la visidn del libro corresponde a la de un espafiol que se siente con el derecho de satirizar a los suyos, pero que reacciona vivamente ante los ataques que Espatia ha recibi- do de Francia y otras naciones extranjeras. En varias partes del libro, pero sobre todo entre los capitulos XVI y XIX, hay una defensa de la conquista espafiola (a la que se suma significativamente el presunto narrador indigena) y una recusacién de la «leyenda negra» generada por la polémica intemacional sobre América (6.4,). Usando una argu- mentacién especiosa e insostenible, el visitador toma directamente la palabra para destacar los beneficios de instituciones como los reparti- 10s de indios o los obrajes, para disminuir sus males y contrade- Cit asia los «monsiures» que han agraviado el honor espafiol. En su of- gulloso nacionalismo, el haber inplantado la lengua castellana cumple luna importante funcién civlizadora: redime al indio de su barbarie y su idolatria, enquistadas en el quechua que todavia usa y que deberia prohibirsele del todo. Pese a sus prejuicios raciales y cegueras culturales, los méritos del libro son innegables. Es, sobre todo, un robusto ejemplo del grado de madurez que habia alcanzado la prosa colonial, incluso cuando la ma- __ Del barroco a la tustacién 324 De bartoco ata tusracion 324 ‘nejaba un simple funcionario: es una prosa rica, variada, animada por chispazos de humor y observacidn aguda, Aunque el autor es espaol, laJengua que usa documenta bien las vores y las usos que earacteriza, ban el castellano american; los especialistas tienen alli un gran caudal lingiiistico con el que entretenerse. Su utilizacién y adaptacin de cier- tos rasgos del médulo picaresco en el marco de una guia de viajeros, es habil y muestra la familiaridad del autor con el Lazarillo castellano, El ruscin de Quevedo y la Vida (1743-58) de Torres Villacroel, adelan- tandose asi a lo que haria Lizardi (7.2) a comienzos del siglo x0x. Su importancia como expresin del espiritu satirico asociado a las cos- tumbres y ambientes del mundo americano, tampoco puede soslayat- e: su arte para burlarse con animo ligero al tiempo que ctitico de ins- tuciones y realidades concretas, no sera desperdicisdo por autores como Ricardo Palma, que extraera de este libro la anécdota sobre «das cuatro P.P.P. P. de Lima» (cap. XVID) para forjar la tradicién homo. nima. Animado y rico también es el vasto panorama social, cultural y ‘ogrifico que cubre la obra, Sus descripciones no sélo son detalladas (incluyendo datos estadisticos y precisiones topograticas), sino que re- gistran minuciosamente tetritorios y ciudades como Montevideo, San- tiago del Estero, Tucumén, La Plata, de las que por entonces habia poca informacién. Su observacién de tipos y formas particulares de cultura es también valiosa; la descripcién de los gauderios («gauchos») de Montevideo, que ofrece en los capitulos Ly VII, es marcadamente negativa —Ios ve como «una multitud de holgazanes», que viven en la barbarie y la anarquia—, pero es la primera de este grupo social que aparece en la literatura, antes que la poesia popular y gauchesca tio. platense (7.9.) 10 descubran Texto y critica: (Cantio DEL VaNDERA («Concolorcorvo»), Alonso, El Lazarillo de ciegos cami- nante. Ed. de Emilio Carilla. Barcelona: Labor, 1973. — El Lazarillo de ciegos caminantes, Ed, de Antonio Lorente Medina, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1985. Bararton, Marcel. «lntroduccién a Concolorcorvo y su it Aires « Lima». Cuadernos Ame Pp Raquel. «Alonso Cartié de la Vandera». En Carlos A. ed.*, vol 1, pp. 107. Jonson, Jule Greer «Alonso Carié de Ia Vandera». En Satire in Colo 322_ Historia de la literatura hispanoamericana. 1 Diaz, José J. «Don Alonso Carrié de la Vandera, autor del Lazarillo de Ne ge ination Anuario de Estudios Americanos 13, 1956, pp. 387: 416. . StaLLEY, Karen, El Lazarillo de ciegos caminantes: un itineraro crtico. Flano- ver. New Hampshire: Ediciones del Norte, 1994. 6.9.2. La vida novelesca de Olavide El peruano Pablo de Olavide (1725-1803) es una de las personali- dades més cautivantes de este siglo, y también una de las mas enigmé- ticas. Entre los americanos tocados por la ilustraci6n y el neoclasicis- mo no hay posiblemente nadie —salvo Bolivar -y Miranda (7.3. i que haya ido més lejos que él. Para el historiador literario, sin embargo, esta figura plantea un problema: su vida es fascinante, pero su obra no Jo es; como autor su interés es muy relativo, pero parece un Personaje salido de una novela de Carper éte lo hubiese conocido. Puede incluso decirse no sélo que su obra es inferior alo que él fue, sino que es en cierta medida una perturbadora contradiccién. Sus actos y sus aventuras, no sus libros, son un ejemplo de las preocupaciones moder- nas —a veces atrevidamente visionarias— que los criollos ilustrados habian legado a desarrollar hacia fines del xvm, y en ese penne a dignas de tenerse en cuenta al trazar el cuadro general del periodo. Fue uno de los animadores y reformistas cuyo nombre hay qi gar a la lista de grandes innovadores y precursores american au tenfan una vision o premonicién de los nuevos tiempos que aguarda- slonias espajiolas. enon ecbncks de Olvde se desrclla en te asin tapas: la peruana, la espafiola y la francesa. Nacido en una fami vinculada a la aristocracia, tuvo una educacién privilegiada y muy tempranamente mostré su gran disposici6n para el estudio, i sto por la filosofia y la habilidad para actuar y ee f mbre cuyo pensamiento estaba puesto en el beneficio prictico de la socie- dad, encarnaba el ideal del individuo ilustrado. Su labor en comis i nes pitblicas que le encargé el virrey, fue muy activa pero fae le acarred acusaciones de mal manejo, por lo que se vio forzado a aban- donar el Pera. Llega a Madrid en 1752 y no volvera jamas a su patria Sus penurias comienzan de inmediato porque el Consejo de Indias investiga las acusaciones y le abre juicio. Es encarcelado en 1754 y su- fre prisién por tres afios; aunque consigue el perdén del rey ioe do VI, queda inhabilitado para cargos publicos por diez afios mas. Su Del barroco a la ilustracion 323 Da bart000 2 I itustraciQn 323, matrimonio con una acaudalada viuda le permiti6 prosperar y viajar por Francia, Italia y Ginebra, donde seri huésped de Voltarre. En ‘Madrid estableci6 un salén literario, en el que se discutia a los fléso. fos franceses, se reunfan importantes figuras ilustradas (como Jovella. nos) y se realizaban actividades teatrales, por las que el autor siempre ‘manifesto gran interés; lleg6 a instalar un ceatro privado en su propia casa, donde difundi6 obras dramaticas francesas. Luego, en 1766. la historia lo alcanza: debelado el motin de Esquilache (6.3), os nuevos hombres en el poder son los reformistas el conde de Aranda y el con. de de Campomanes, que se convertirén en protectores de Olavide. Asi, vuelve a la vida publica, A partir de 1767 (el aiio de la expulsion de los jesuitas) es nom- brado para varios cargos: director de un asilo pata vagabundos, «per. sonero del comiin» (0 sea representante popular) de Madrid), inten dente de Andalucia, superintendente de las proyectadas Nuevas Po. blaciones en Ja Sierra Morena, creador de un instituto de formacion teatral en Sevilla, consultor en asuntos de reforma agraria y universi_ taria, etc. Olavide aprovecha lo tiltimo para redactar un «Plan de es. tudios» que propone la secularizacién de la ensefianza universitaria, ccuyas lineas gene-rales adopté en 1790 la Universidad de Salamanca, y después otras. Su plan ageario lo lleva a concebir la ut justa sociedad rural en la Sierra Morena. Olavide invirtié ocho aros en esta compleja empresa, enfrentando muchos intereses y cificulta. des que lo colocarn en medio de intrigas politicas nacionales y aun internacionales. El acoso de los sectores conservadores y de la Iglesia creci6 ripida- ‘mente y encontré buenas razones como para que la Inquisicién le si- Buiese un proceso secreto desde 1768: los libros que recibfa de Fran. cia, las reuniones de su salon lteratio, su asociacidn eon la logia El Gran Oriente de ;paiia, las decisiones anticlericales que habia toma- do a propésito de las Nuevas Poblaciones, etc. La caida del conde de Aranda no hizo sino complicar la delicada situacién en la que se halla, ba, En 1775 la Inquisicion le inicia proceso abierto, lo destituye de sus cargos y lo encarcela; en 1778 se le condena como whereje mayor», se prohiben sus obras y se le sentencia a ocho atios de prisién. En medio de eso fue ademas objeto de un libelo difamatorio titulado Vide de don Guindo Cerezo, nacido, edscado, instruido, sublimado y muerto segiin las luces del presente siglo (1777), firmado pot un tal «Justo Vera de la Ventosa». Pero en los circulos ilustrados fuera de Espaiia fue defendido por 324 Historia de la literatura hispanoamericana, 1 Jos mejores; al ser sentenciado, Diderot lo llama «méartir del fanats- mo» y su caso es seguido con gran interés en vatios paises. Asi, Olavi- de se convierte en un simbolo universal de la lucha entre las ideas mo- dernas y las fuerzas oscurantistas; por €s0, en 1780, ‘el mismo Diderot Jo honra publicando una breve biografia suya. Su nombre se pronun- ciaba con admiracion en toda Europa y aun en la recién nacida unin norteamericana. En un episodio realmente novelesco, se fuga de la ri sién, escapa (con ayuda de personajes importantes) a Francia, donde ya hal ido por cortos petiodos entre 1757 y 1764 y se establece por un tiempo en Toulouse y luego en Ginebra (por temor a ser cx ditado), pero en 1781 ya esta en Paris. Alli se vincula con Marmontel, D’Alembert, Diderot y otros enciclopedistas, lee copiosamente y se dedica a escribir. Otra vez la historia lo convertira en protagonista: en 1789 estalla la Revolucién Francesa y el peruano sufrira los vaivenes y paradojas del proceso. La Convencion le otorga la designacién hone. rifica de «ciudadano adoptivo» de la Republica y forma parte de la de- legacién de extranjeros y proscritos de todo el mundo ante la Asam- blea Nacional. Pero luego, temiendo los desordenes revolucionarios, se refugia por tres afios en un pueblo en la regién del Loira, donde or ganiza una «Societé populaires y también —con esa capacidad tan suya para las labores pricticas— una fabrica y una granja, Y mis tar de, en 1794, en plena época del Terror, sera encarcelado por «sospe- choso»; liberado al aiio siguiente va a vivir al castillo de un amigo suyo, donde terminaré de escribir E/ Evangelio en triunfo. Otra paradoja es que cuando el precuror venezolano Francisco de Miranc es narlo para su causa independentista, Olavide se mostr6 reticent. nalmente en 1798, gracias a un permiso especial del rey Carlos vuelve —ya como ciudadano francés— a Espafia, donde viviré su: timos afios dedicado a escribir y publicar las obras que no pudieron ular durante su ostracismo. La obra escrita de Olavide (cuya més completa documentaci6n es cl fruto de la paciente atencién de Estuardo Nifiez) apenas si refleja om yaseflames—l qua casi asombrosa desu vida sa nos interesa todavia, pero aquella s6lo tiene relativa validez para el lector actual. Aparte de que contribuys de modo decsivo al movimiento ilustrado espafiol, hay que reconocerle, al menos, dos méritos: es un precursor de tendencsIitrariaseintelctuales que no tenan antec dentes en el Peri ni en muchas partes de América; y es ademas uno de Jos pocos que en su época alcanzaron un rango de importancia inter- Del barroco a la dustracién 325 ee eel nacional més alla del ambito hispénico, Su obra fue leida y traducida repetidas veces al fran NNO, rUs0 y otras lenguas; es decir, hist6- ricamente es una figura digna de consideracidn, pese a lo cual slo te. cientemente ha sido examinada a fondo. Cultivé la novela, el teatro y la poesia, ademas de ser un «filésofo» que expuso sus ideas sobre re, mas sociales y politicos en variadas obras de reflexién y pensamientos Ja mayor parte de esta obra es tardia, pues corresponde a sus ttimos afios en Francia y Espafia. Sélo en 1971 se pudieron volver a leer sus seis «novelas morales», que fueron publicadas todas en New York en 1828. Posteriormente se Ie ha atribuido una sétima, publicada ese mismo afio en Paris, otra nds, Elestudiante el fruto de la honradez, sblo se conoce por referen cias. Esa produccién lo convierte—descontando las «protonovelas» a las que antes nos hemos refetido (4.4.1.)— en el primer novelista que aparece en América, en el sentido de cultivar el oficio con persistencia ¥-con una conciencia clara del género. Haciendo la oportuna salvedad de que su influjo fue minimo debido a su tardia publicacién y al hecho de haber sido impresas en Estados Unidos, estas novelas son, sin em. bargo, anteriores a El Periquillo Sarniento de Lizardi (7.2.), considera. do el primer novelista en tratar temas americanos, Sélo en una de las novelas de Olavide (Teresa o el terremoto de Lima) ocurte eso, pues en el resto los ambientes, someramente descritos, son espafoles, Se trata de novelas cortas cuya intencién moral es visible desde sus los (Paulina o el amor desinteresado, Lucia o la aldeana virtuosa, Y que reflejan la huella dominante de la novela moral y sentimen, tal europea, tanto de la escuela inglesa como de la francesa, Puede considerarse al autor un modesto diseipulo de Richardson, Fielding y del Marmontel de los Contes moraucx (1761). Todos los argumentos de Olavide parecen cortados con un mismo patr6n, salvo variantes inci dentales, en el que la verosimilitud de la accién o la coherencia psico. ica importan mucho menos que probar que el mal es perjudicial al viduo o la sociedad y que la virtud merece siempre ser recompen- sada: no ofrecen una visién de la realidad, sino una idealizacion de ella. El catécter convencional de la moraleja sorprendera a los que ad miren su vida, en la que habia materiales novelescos mucho mas suges. ivos. No tienen tampoco nada de la gozosa sensualidad y espiritu sa. 0 del ‘Tom Jones (1749) de Fielding o del Tristam Shandy (1759- 1767) de Sterne; y estén todavia més lejos de la novela de costumbres libertinas como Manon Lescaut (1731) de Prévost o Les liasons dange- reuses (1782) de Laclos. Pero alli quedan como una primera manifes- 326 Historia de la literaturahispanoamericana. 1 tacién narrativa que obliga a reexaminar Ja historia del género en América. ‘Del teatro de Olavide sélo se conserva una pequefia muestra: la zarmiela en un acto titulada El celoso burlado (Madrid, 1764), que no significa gran cosa. Pero, en cambio, su aporte como traductor teatral {ademas de su ya mencionado reformismo de la escena expafiola) es Considerable: tratando de cambiar el gusto del piblico espaol, hizo y publicé versiones castellanas de obras de Racine (Mitridares, que tam- Bign habia adaptado «El Ciego de la Merced» [6.2.2.]; y Fedra), Vol- ture Zayra, Casandro y Olimpia, Merope) y de ottos autores franceses menores, Ese aporte tiene mas repercusién para Espafia que para ‘América y contribuiré al proceso innovador que hombres como Jove- Ilanos y otros introducfan por entonces. Algo semejante pasa con su obra poética, en la que la tarea de traductor supera a la de creador. Sorprendera que este hombre, cuya accién y personalidad inquietaron tanto ala Inquisicién, fuese autor de unos Poemvas oristianos (Madrid, 1799) y El Salterio espanol (Madrid, 1800), que es una versiGn para- féstica, a partir de la versi6n latina, de los Salmos de David y otros cantos del Antiguo Testamento. El primer libro no pasa de ser un sim- i le como poesia, pero el segundo puede consi- ¥ grarse una interpretacién bastante fiel de los Salmos, aunque mucho menos inspirada que la de Fray Luis. Valen sobre todo para documen. tar su reafirmacion de la doctrina y la tradicién cristianas, lo que tal vezera un comprensible gesto defensivo ante la abierta campaita con- tra él Esto queda corroborado con Ja obra mas celebrada en su tiempo: El Euungelio en triunfo o historia de un filésofo desengarado Valencia, 1797-1798), reflexion en forma epistolar (41 cartas de Mariano a Aa- tonio) que alcanzé unas 20 ediciones en poco mas de 50 afios. Con sus Cuatro voldmenes es la obra mas extensa ¢ importante del aor. La tnas debatida también porque puede verse como una diligente vuelta I redil catdlico tras sus veleidades de fildsofo moderno 0 como, un modo de mostrar gue no habia entre ambas cosas un escollo insalva- ble. (Hay que recordar, a este respecto, que la Ilustraci6n espafiola era basicamente catolica y mondrquica, lo que ayuda @ explicar el desen- canto de Olavide ante Jos excesos de la Revolucion Francesa.) Ahora Sabemos, gracias a Estuardo Niiiez y a Gérard Dufour, que la censu- ta eclesiztica y luego los editores franceses suprimieron, por muy dis- fintas razones, una importante secci6n del texto (Cartas XXXV-XL1), {ue presentan un programa de reformas sociales de corte ilustrado, Del barroco a la ilustracién 327 sobre odo en el campo de sides educa sseau; esta mutilacién contribuyé a cre por R ribuy6 a crear una im: Sinada de un obra lena de coneadiconesy amnbigicdste gee bresenta como un ibro gifeante, pero sin soltar un momento fa r- wed ; lesde la carcel y el destierr, odoeaao de so concluctntletl, que trata de eee cn realidad un espititu 6 jae nian, como se lamé a i mismo Alzate (6 Gyn Bisel cx vers uit no le coresponde a Olavide un lugar en I historia de a fetta a sya: una cra faragosay dear letra), sino nlade sien soc egos ec mindohpanio medio Pann ies ; hombre que hizo an y accién dieron origen a leyend: puesto reultars modesto compatudo con cen Shelia cor set e 6. Puesto quel corresponde con junicia BO** AYE BOA Peo esl que estaban influidas Textos y critica: Otavibe, Pablo de. Obras selectas. Ed. de Estuardo Nafiez, Lima: Bibli . Lima: Biblioteca Casi di, Ea C cos del Per, Ediciones del Centenario, 197 ona de Maran a Antonio (El programa tustradode El Evanelio ree four. Aix-en-Provence: Université de Pro- Derourneatx, Ma FOUN ircelin. Pablo de Olavide, el afrancesado. México: Renaci- Pa PRICES DE Bus, Luis. Pablo de Olavide. Madrid: Ed, Complutense, 1993. 6.9.3. La «Carta» de Viscardo Como muchos pensadores esta Spc, Juan Pablo Viscardo'y Gunman (1748 190) sn ica ebit6 ¥ sivio a numerososlibertaros en la formalacion del lo que no puede ignoratse como antecedente en orden de expulsién de la Compaiiia Como tantos otros de s1 ex fa (6.3. congregacién, buscé refugio en Italia y “esos en un pequefi equefio 328 Historia de la literatuta hispanoamericane pueblo cerca de Génova. Después de pedir su secularizacién, espers largos afios la autorizacién para volver a su patria y recipes sus bienes, lo que le fue denegado. En 1780, lanot de la sublev: ae de Tupac Amaru en el Cuzco, prevoco su nm a reaccion ea Sie apoyata Sin Saber que habia sido sanrientamente solo, c= ctibid varias cartas buscando el apoyo de John Udny, consul in; 2 se oftecio a partici personalmente en una asta 26, onaria, Con este fin, se trasladé a Londres en 1782 y permanecid un par de afios, antes de regresar a Talia donde rest guid su campafa. En Francia tesmind de redactar el m or fruto ia Su pensamiento y activismo independentista: su Carta a ts Espa ‘Americanos; afios después moriria en Londres, donde estaba becado: 796. , ace Carta , escrita entre 1782 y 1791. en francés, fue ea por primera vez gracias al précer Venezolano Francisco cen and (7.3) en 1799 y traducida al castellano en eon a Das ae otiginaron en Londres, aunque Ja primera tiene pie de imprenta e0 Fy Tadella, Aprovechando la inminencia del tercer centenario del descy- brimiento de América, Viscardo hace en su texto una encenc i le fensa del principio de la aurodeterminacin: ef] Nuevo, Mundo es nnueata patria, st historia es la nuestra, yen ela es que debemos ex2- ae nesta situacion presente, pata determinarnos por ella.» ¥ re Sue implacablemente los tes siglos de coloniaje en cuatro palates: ingratitud, injusticia, soroidumbre y desolacion. La Core _ pin Gocamento politico que planes sin ambages la independencia ea! ¥ la justifica con argumentos comin ee pees oo ae ho de su tiempo fue decisivas fa la adopt como suya, ae sus paimeras ‘ediciones y la utilizé en su campafia liberadora de 1806. Textos y critica: Bd. de César Pacheco y Jiscanoo ¥ Guzman, Juan Pablo. Obra completa. Ed. de Cé v Perey Cayo Ei Lima: Biblioteca Clésicos del Pera-Ediciones del Centenario, 1988. Espaiic Pa én. La Carta a los Espartoles Americanos de Dor Juan bis Guzmin. Lisna: Editorial del cim, 1954. Del barroco a la dustracién 329 REGION MEXICANA 6.94. Fray Servando, memorialista Como la de Olavide (sspra), la vida del novohispano Fray Servan- do Teresa de Mier (1763-1827) parece superar en fama e interés a su propia obra, que resulta menos reconocible para Ja mayoria de lecto- res, pese @ que fue —en su tiempo— una figura clave entre los hom- bres que se entregaron a la causa de la emancipacién americana. La pasion politica lo dominé intensamente, casi hasta consumitlo. Con sus incontables encarcelamientos, fugas, persecuciones, exilios y otras correrias, su existencia se convirtid en una constante y peligrosa aven- tura, que apenas se refleja lateralmente en su obra; én verdad, sélo si consideramos sus actos —en el contexto del dificil amanecer del Mé- xico independiente, que 4 fue de les primeros en concebir— como parte de sus obras, podemos obtener el perfil entero de este hombre por muchos motivos singular. Como persona piblica, fue sobre todo lista, Entre las poquisimas paginas de inrencién autobiogrsfica que se escribieron en América, las suyas, aunque truncas, son de las mejores, de las mas novelescas, Es esta fase la que més nos interesa y la que re- vela a otro personaje, muy distinto del politico y patriota iustrado: un fray Servando que habla de si mismo con fruicci6n, egocentrismo y hasta con vanidad. Espoleado por las tensiones dispares de pensar la patria americana y elevarse a si mismo en el trono de precursor, su obra muestra, en sus apremios y desigualdades, tanto las urgencias de la época como las debifidades de una personalidad por lo demas po- derosa. Era un hombre contradictorio y complejo al que a veces es di- ficil entender (o admirar) en bloque, pues era capaz de ser republica- no sin perder su afecto por Espatia; de ligar sus prurites aristocratizan- tes tanto a la nobleza peninsular como a la azteca; y de seguir siendo fraile dominico pese a afirmar explicitamente que habia hecho de jo- ven «un voto imprudente» y «por engafion, Fray Servando se hizo notar primero como orador: en diciembre de 1794, a los 31 aiios, pronuncié un famoso sermén en el que nega- ba —en la propia colegiata guadalupana, nada menos— la version tradicional sobre la aparicidn de la Virgen de Guadalupe; el gran es- candalo que produjo motivé un proceso que le costaré el exilio a San- tander (1795), una condena de reclusién conventual por 10 afios y la suspensién definitiva de su derecho a ensefiar, predicar y confesar. 330 _Historia de la literatura hispanoamericana. 1 Asi comenzé su destino de rebelde, perseguido, fugitivo y errante, que lo llevara por muchos lugares. Su primera fuga data de 1796; de- cenas de hufdas sucesivas en diversas carceles y ciudades lo converti- ran en un artista de la fuga, que leva a cabo a pesar de grilletes y es- tricta vigilancia. Tras fugarse de su reclusin en un convento de Bur- 1205, llega a Francia en 1800 disfrazado de clérigo francés, lo que es casi cémico. En Paris, conoce a Simén Rodriguez, maestro de Bolivar, y tra- duce la Atala de Chateaubriand. Pasa un tiempo en Italia y cuando vuelve a Espaiia en 1803 es nuevamente detenido y encarcelado; se fuga varias veces mas y en 1806 se refugia en Portugal, donde per- manecera dos afios, ocupandose de los espafioles perseguidos por las tropas napoleénicas. Gracias a estos servicios, s¢ le permite vol- ver a Espaiia como capellén. Cae prisionero de los franceses y sufre prisién en Zaragoza de donde, inevitablemente, se escapa. En 1811 se dirige a Londres para imprimir (con el seudénimo de «José Gue- tra») su Historia de la revolucién de Nueva Espaiia (1813), en la que no se ahorra elementos panfletarios y de propaganda. Alli conoce al gran liberal Blanco White; en la revista de éste, El Espartol, publica su Carta de un americano y polemiza con el mismo director. Favore- cido con una pensién inglesa, viaja en 1816 a Estados U: ganiza, con Francisco Javier Mi rar espafiol de idea: luna expedicién libertadora a México. La expedicién fracasa siado. En Ja carcel de la Inqui cedido en Europa ... basta octubre de 1805, que constituyen su obra memorialista, Preso en el Castillo de San Juan de Uhia, redacta en 1820 piezas, fundamentales de su obra politica: Manifiesto apologetico, Carta de despedida a los mexicanos (que aparece al afo siguiente) e Idea de la Constitucién, Es embarcado para Espafia, pero, como de costumbre, escapa y llega otra vez a Estados Unidos. En Filadelfia, foce del pen- samiento anticolonial, publica su Memoria politico-instructiva y otros esctitos politicos. En’ 1822 es clegido representante en la Asamblea Constituyente mexicana. Aunque en este afio se confirma la indepen- dencia de ese pais, fray Servando sufre todavia prisién a manos de un gobemador espaiiol y escribe su Exposicin de la persecucién que he padecido... Liberado, sera prisionero también del gobierno de Itdrbi- de, que se ha proclamado Emperador de México y que ha sido blanco de sus criticas. Con la cafda de Itarbide (1823) es elegido diputado al Del beraco a iustracin_331 Segundo Congreso Constituyente. En 1825, dos afios antes de morit, publica su tiltima obra: Discurso sobre la enciclica del Papa Leén XI. La obra es amplia: sermones, historia, manifiestos, memorias, cartas, discursos... Son, en su mayoria, los géneros «piblicos» que ese tiempo agitado favorecia y estimulaba. Pero pese a su variedad y vastedad, esa obra s6lo refleja en parte la riqueza fabulosa de una vida que parece la sintesis de varias. De hecho, sus Memorias (con este titulo se conocen la Apologia y la Relacién... desde que las publi- 6 por primera vez Manuel Payno en 1856) s6lo cubren una porcién de su vida y dejan fuera sus apasionantes afios finales. La Apologéa es una autodefensa en seis capitulos de su célebre sermén guadalupa- no, en el que expone sus razones y critica a sus censores; la Rela- «ion... cubre s6lo 10 afios de su intensa vida europea. Pero lo que te- rnemos basta para darmos una idea de la dimensién de esa personali- dad, de sus Iuces y sus sombras, de sus aciertos y errores, de sus convicciones de iluminista y sus aires de iluminado, de su inteligen- cia y su ironia, de su arte de recordar y contar. Sin negar la importan- cia de su labor hist6rica (es el primer historiador de la emancipacién mexicana, entonces en pleno proceso) y de su accién ideolégica (que Jo coloca entre los més destacados precursores del pensamiento libe- ral y democritico), literariamente son las pginas de las Memorias — sobre todo en la Relacién...- las que nos dan el mejor fray Servan- do y las que siguen proyectando su leyenda. Prueba de ello es que se convirti6 en personaje novelistico del cubano Reinaldo Arenas en El mundo alucinante (1969). Personalidad extrafa y desconcertante la de fray Servando fue —como tantos otros americanos de su genera- cién y como los personajes de Carpentier— un hombre escindido entre dos mundos. Texts y critica Mr, Fray Servando Teresa de. Memorias. Ed. de Antonio Castro Leal. Mé- xico: Porria, 1946, 2 vols, Ideario politico. Ed. de Edmundo O'Gorman. Barcelon: joteca Ayacucho, 1978. srsions: BB Historia de la revolucién de Nueva Espata, Ed, critica de A. Sain et al. Paris: Publicaciones de La Sorbonne, 1990. Lomsano1, John V. The Political Ideology of Fray Servando Teresa de Mier. Cuernavaca: crpoc, 1968. 982 Historia de (a literatura hispanoamericans. 1 6.10. El periodismo, las sociedades ilustradas yel pensamiento liberador Este capitulo no quedaria completo si no hiciésemos referenc notable papel que cumplis el periodismo en el debate intelectual de ines del siglo XVI en el proceso social que levaeé a la emancipa ‘cana; lo mismo puede decirse de las sociedades literarias y cien- tue reemplazaron a las antiguas academias dando un sentido ‘ea esas actividades y proyectandolas en una visién optimis- tay prietica de futuro. Un fendmeno muy interesante de la vida cul- tural de esos afios es la aparicién de «corpotaciones intelectuales», co- lectivos en los que fermentaban las nuevas actitudes que daban iswpul- a cambios profundos. 9a unas de esas entilades fueron las «logias» en ls que se cui ban los pensadores més radicales para escapar del largo brazo de la censura eclesidstica y politica, y poder discutir sus ideas en libertad. Muchas de ellas fueron semilleros del pensamiento precussor y li tari crollo,y dieron 2la guerra de emancipacién un respaldo filoso- fico de gran fuerza: Ja lucha contra Espaiia era una lucha contra la es- clavitud y en favor de la justcia y felicidad humanas. Siguiendo en ver Gad el modelo de las sociedades iustradas que se multiplicaban en la peninsula, Jos americanos fueron fundando las sys como un simbo- madures intelectual y de la identidad cultural de sus respect vas urisdicciones a idea de nacién, como realidad distinta de Espaiia J de los pueblos vecinos, nace en el seno de esas sociedades, Entre elas cabe menciona algunas importantes: la «Sociedad Acad de (1790), que emergié a pastir de la «Asoc! 7 thane En, ‘dl Pers la «Real Sociedad Patribtica» (1793) en s del Pais» de Quito, etc, Mas tardios son el «Salén (1837) yla «Asociacion de la Joven Generacién Argentina» (1838), en tse pals, que contribuyeron a definir el ideario nacional y que Echeve- ria ayudé a organizar y transforma. El periodismo es una pasién de la época, una forma de diseminar ripidumente a informacién y la cultura que rompe las basreras que sekes existfan entre los letrados y el piiblico general. Es un instrumen- to ideal para la revolucién ilustrada, pues satisface varios de sus gustos basices: enciclopedismo, curiosidad, utilidad, entretenimiento. No todo lo que difunde es necesariamente literario o cultural, pero es un Det barroce a la iustracion 333 vehiculo de ideas e informacién que fertiliza el campo en el que aqué- las se producen, y en ese sentido tiene una enorme importancia. In- cluso es posible afirmar que cumplis en su tiempo una funcién de ma- yor peso que la que tiene en nuestro siglo, consumido por la demanda de mera informacién; los periédicos de aquella época planteaban cuestiones de fondo, como las relativas a la ciencia, la educacién, la fi: losoffa, etc. En las ltimas décadas del xvm y més todavia al ananecer elsiglo xrx, buena parte de la actividad intelectual y cteadora se trans- mitira a través de periddicos y revistas; un considerable mimero de es- critores ditigieron y promovieron estos 6rganos 0 colaboraron inten- samente en ellos. En la época que estamos examinando, hubo ademas un periodismo clandestino 0 eventual que cumplié otra funcién: agitar las conciencias con manifiestos, pronunciamientos y panfletos que cuestionaban la au- toridad colonial y apoyaban la causa emancipadora. Y hay también toda una literatura (0 para-literatura) culta o popular, filosdfica o festi- va, estimulada por el nuevo fervor nacionalista y que se disemina de ma- nera subterrinea para burlar a la autoridad. Un curioso y poco citado ejemplo de eso ¢s el «Didlogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Eliseos» del patriota argentino Bernardo de Monteagudo (1785-1825), escrito en Charcas en 1809 y que circulé de mano en mano en la época de las decisivas batallas de Chuquisaca y La Paz. Se considera que el primer periédico que apareci6 en América del Sur fue una publicacién peruana: la Gaceta de Lima, que citcul6, con interrupciones nada menos que durante 50 afios (1744-1794). Algunas publicaciones tuvieron que circular desde Europa, principalmente desde Inglaterra —refugio de liberales— o Francia, y se di comunidad hispanoamericana como una totalidad, lo cual sirvié tam- bién para unificarlos alrededor de una mistica continental. De la larga de drganos periodisticos en los que hoy podemos hallar un resu- men de los logros y aspiraciones de la época, destacaremos un nombre capital: el de] Mercurio Persano. Lo publicaba la «Sociedad Econémica de Amantes de Lima», un culto cenéculo de ilustrados y patriotas peruanos. Entre 1791 y 1795 alcanz6 a publicar mas de 600 niimeros (aparecia dos veces a la sema. 1a, los domingos y los jueves), lo que ya es una hazafia periodistica. El 10 Calero y Moreira, quien firma el famoso «Prospec- su aparicién y que sefiala todo un programa: para evi- tar gue el Peri siga ocupando «un lugar muy reducido en el cuadro del Universo», el principal tema de la revista serd la historia acontrai- 394 Historia de a literatura hispanoamericana. 1 daa la dilucidacién y conocimiento préctico de nuestros principales establecimientos», pero también las obras puiblicas, el comercio, la li- teratura, la moral, la educacién, las bellas artes... En todo, el objetivo es esclarecer e ilustrar: ENo seré, pues, provechoso y agradable el conocer fisica y cronol6gica mente aquellos asuntos de que estamos rodeados y que, por decitlo as, toca- mos continuamente con mano incierta y a oscuras de toda noticia positiva? Pese al tono respetuoso ante el poder virreinal, se ira notando en sus paginas una creciente inquictud social y la idea en germen de per- tenecera una naci6n distinta de Espafia, La gran mayoria de las colabo- raciones estaban firmadas con anagramas o seud6nimos griegos, pero sabemos que entre sus autores habjan ilustres peruanos, como el sabio y politico Hipélito Unanue (1755-1833) y el precursor José Baquijano y Carrillo (1751-1817), a quien el poeta Melgar (7.5.) dedicaria una yertad» (1812). En 1791, Baquijano publicé en el Mercu- rio... bajo el seudénimo «Cepahalio», su «Disertacién historica y poli- tica sobre el comercio del Peri, una importante propuesta econémica ue comienza con una descripcién fisica del pais. Leer el Mercurio Pe- ruano es leet un resumen de todo lo que interesaba a las clases mejor educadas del pais y conocer su filantrépico interés por el progreso del pueblo, las reformas sociales y el cambio politico en el continente. Otros periddicos de interés deben mencionarse: la Gaceta de Mé- xico (1784-1809); las Gacetas de Literatura de México (1788-1795); El Papel Periddico de La Habana (1790-1804); las Primicias de la Cultura de Quito (1791); El Telégrafo Mercantil (1801-1802) de Buenos Aires; cl Semanario del Nuevo Reino de Granada (1808-1811) de Bogota; la Gaceta de Caracas y el Semanario de Nueva Granada (ambos de 1808); EI Despertador Mexicano (1810), etc. La colonia sobreviviria todavia algunos afios mas —y, en el caso de Cuba y Puerto Rico, todo un siglo, pero estas publicaciones ayudan a comprender que el sistema habia cumplido ya su ciclo hist6rico y que su espftitu estaba agotado. Una nueva era estaba por comenzat. Obras y critica: Gaceta de Lima. Ed. facsimilar. Comp. y prél. de José Durand. 2 vols. Lima: COMIDE, 1992. Mercurio Peruano (1791-1795). Ea, facsimilar, 12 vols. Lima: Biblioteca Na- cional del Peri, 1964-1966. Del barroco a fa ilustracion 335 Pensamiento de la Iustracién. Economia y sociedad iberoamericanas en el siglo av Ed. José Carlos Chiaramonte. Barcelona: Biblioteca Ayacucho, Pensamiento polit ” co de la Emancipacién. 2 vols. Ed. de José Luis Rom Luis Alberto Romero. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1977. ny Caxrer, Boyd G. Historia de la literatura hispanoar través ut México: De Anes, 1968p. 9.10“ foe WEN ALDRIDGE, A., ed. The Ibero-American Enlightment. Urbana: Unive of Illinois Press, 1971. arn, Capitulo 7 ENTRE NEOCLASICISMO Y¥ ROMANTICISMG 7.1. Una gran pugna literaria Al comenzar el siglo x1, el predominio del neoclasicismo —pro- veniente de las tltimas décadas del xvit— contintia, pero ahora tras- pasado por los primeros conatos y anuncios de una nueva sensibili dad: la que provocaré, més tarde en el siglo, la gran eclosién del ro- manticismo. De hecho, uno de los aspectos mis interesantes de las letras americanas a comienzos del 11x es ese juego de tensiones, oposi ciones y asimilaciones que ambas formas van produciendo entre veces dentro de un mismo autor), pugna a través de la cual se de 14 la evolucién intelectual y cultural de las mayores figuras de la épo ca. Puede decirse también que esta cuestién neoclasicismo/romanti- cismo es otra variante del eterno dilema entre las formas heredadas del pasado y las que se asocian a la actualidad, o tal vez entre un estilo de- finido por la rigidez que imponia y otro por la flexibilidad que prome- tia, Peto en el presente capitulo destacaremos lo que resulta especifico de esta instancia literaria: su estrecha vinculacién con la situacién his- t6rica que se vivia entonces; es decir, la gran causa de la emancipacién americana y la primera fase de la organizacién de las naciones sobera-

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