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OFICIO N° -2004-JUS/DM
Señor Doctor
CARLOS FERRERO COSTA
Presidente del Consejo de Ministros
Presente.-
De mi consideración:
Por la presente, tengo a bien dirigirme a Usted para manifestarle mi opinión sobre la
necesidad que el Poder Ejecutivo observe la Autógrafa de Ley de Radio y Televisión que
ha sido aprobada recientemente por el Congreso de la República. Mi interés por el tema
viene de antiguo, el mismo que se potenció cuando se hizo pública la interferencia por parte
del Gobierno de Fujimori en algunos medios de comunicación, en especial en la televisión
de señal abierta, para alterar la formación de una opinión pública libre y el funcionamiento
del sistema democrático.
El sector audiovisual tiene una singularidad que hace necesario imponer restricciones
aceptables y necesarias a la aplicación incondicionada de las reglas de mercado, tal como
ocurre en los países democráticos más avanzados. No es solamente un servicio a los
ciudadanos para mejorar su bienestar o sus condiciones de vida; es también el instrumento
por el que se canalizan libertades constitucionales como la de comunicación y se hace
posible la preservación de valores constitucionales como la formación de la opinión pública
libre. Al mismo tiempo que es el lugar que permite el ejercicio y consagración de dichas
libertades, es también una herramienta imprescindible para que puedan desarrollarse otros
valores, como la cultura común o la protección de la infancia. Las reglas del mercado no
pueden imponerse sobre esos valores constitucionales. Todas las regulaciones
proporcionadas y razonables que tratan de preservarlos son, por tanto, admisibles.
A diferencia de lo que ocurre en la prensa escrita, en donde los ilícitos que puedan ocurrir
están tipificados en la Ley Penal, teniendo por todo límite el derecho a la rectificación por
aquellos que se sienten agraviados, en el ámbito de la radio y la televisión existe, en
muchos países democráticos, una regulación especial que tiene que ver con la naturaleza y
el poder de estos medios, regulación que persigue la formación de una opinión pública
libre, impedir la excesiva concentración en la propiedad y brindar una diversión y
entretenimiento que se enmarque y no perjudique los derechos fundamentales de la persona
consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en nuestra
Constitución Política.
Fuimos sólo algunos los que pedimos al iniciarse el gobierno del Presidente Alejandro
Toledo que se revocaran las licencias a los canales de televisión antes citados, iniciativa
que sólo lograría traspasar los medios académicos y los especialmente interesados, cuando
nuestro famoso escritor Mario Vargas Llosa coincidió con tal medida. Debe quedar
aclarado que dicho pedido de revocatoria no perseguía que esos canales pasaran a formar
parte del Estado, sino más bien para que después de un concurso público, accedieran a los
mismos quienes tenían una intachable conducta democrática, conocimientos en la materia y
solvencia económica. Por cierto, ello perseguía que se instaure en dichos medios de
comunicación una auténtica libertad de información y de expresión, sin las cuales resulta
imposible e inexplicable el funcionamiento de cualquier sistema democrático.
Los medios, que están constituidos básicamente por diarios, revistas, radio, televisión de
señal abierta y de cable e internet, han tenido un desarrollo técnico extraordinario durante
las últimas décadas. En las sociedades modernas prácticamente todas las personas tienen
acceso o están expuestas diariamente a la mass media. Para muchos resulta obvio que si la
propiedad de esos medios se encuentra dispersa, esto es, en muchas manos, será mas
factible que el número y la calidad de los temas que sean motivo de información o de
expresión sea mayor que si está concentrada. Si bien el debate sobre la importancia,
influencia y regulación estatal de los medios audiovisuales se ha convertido en un tema
universal, lo cierto es que en algunos países, como es el caso de los Estados Unidos, sea por
razones culturales, económicas o históricas, ha tenido especial intensidad. Los conflictos
que allí han surgido a este respecto han dado lugar a frecuentes intervenciones por parte de
la administración pública, así como del mundo académico y de los tribunales de justicia,
existiendo una amplia y accesible documentación a este respecto.
En el Perú la legislación específica sobre los medios audiovisuales deja mucho que desear,
y el Estado aparece inválido cuando surgen en ellos problemas de envergadura conectados
con el interés público. No es que nuestros gobernantes desconozcan el poder de esos
medios, pues en múltiples ocasiones han tratado además de manipularlos. Todos nuestros
gobiernos, democráticos o no, realizan ininterrumpidamente muy importantes inversiones
en publicidad y el Estado mismo cuenta con diarios, radios y estaciones de televisión.
Al ser un servicio privado de interés público que actúa en “un marco de respeto de los
deberes y derechos fundamentales, así como de promoción de los valores humanos y la
identidad nacional” [artículo 4 de la Ley], la radiodifusión no debe restringirse a
simplemente a hacer una programación según las particulares preferencias de los
propietarios de los medios de comunicación, sino que debe servir para el respeto amplio de
la persona humana, y además consolidar el Estado de Derecho, más aún si al Estado se le
asigna una función promotora y no sólo espectadora [artículo III de la Ley]. Por tal razón,
las funciones de la radio y la televisión también deben presentarse como limitadas; no
pueden estar aisladas de la estructura constitucional. El legislador debe, entonces, reconocer
las limitaciones y restricciones a las cuales está sujeta la radio y la televisión, más aún si
toda persona está obligada realizar el ejercicio de una democracia interviniendo inmediata y
correctamente en la acción estatal.
Sólo se consigna como una causal de denegatoria para la autorización “haber sido
condenado con pena privativa de la libertad de (4) cuatro o más años, por la comisión de un
delito doloso” [artículo 23.c de la Ley]), claramente insuficiente pues no contempla los
actos de corrupción de los medios en su actuación diaria posterior, sean cometidos por sus
más altos funcionarios o por sus propietarios.
Mientras más lejano se encuentre el control de la televisión del Estado, más libre podrá ser
su ejercicio. Esto es lo que debió buscarse con la Ley, pero como se puede ver, ello no se ve
reflejado en su letra. Habría que preguntarse por qué. Es importante que exista un Consejo
pero lejano del Estado y con capacidad decisoria. De hecho, en él el Gobierno -en especial,
Ministerio de Transportes y Comunicaciones- debe estar representado, pero significar
simplemente una minoría.
Sobre esta materia, la Corte Suprema de los Estados Unidos ha tenido ocasión de
pronunciarse en el caso FCC vs. National Citizens Committee for Broadcasting, señalando
que el propósito de la regulación que impide la concentración entre periódicos y estaciones
de televisión en la misma localidad, es ‘to promove free speach, not restricted’, esto es, dar
ocasión a que se presenten a los ciudadanos una mayor diversidad de puntos de vista.
Frente a este avance en el mundo, en el Perú, el debate sobre la Ley de Radio y Televisión
se ha visto influido por las opiniones de dos diarios, El Comercio y La República, que han
adquirido con una importante empresa colombiana, el Canal 4 (América Televisión) dando
lugar a una concentración de propiedad que sería inadmisible en países más desarrollados,
aunque en el Perú no existía normativa al respecto. Esa adquisición solo puede generarnos
desconfianza al estar ambas empresas nacionales constituidas por grupos familiares con
múltiples y variados intereses. Ante esta situación, la Ley no ha señalado nada.
Las opiniones no surgen de la nada sino de diversas fuentes, constituidas usualmente por
élites económicas o políticas, por los creadores de opinión y también de grupos concretos
unidos por razones de familia, geografía, religión, trabajo, entre otras. Sin embargo, todo
parece indicar que en nuestros días los aportes más importantes para la formación de la
opinión pública provienen de los medios de comunicación de masas. Para decirlo en una
sola frase: el mundo es -para el público en general- el mensaje de los medios de
comunicación. Por cierto, no son éstos los únicos formadores de la opinión pública pero sí
los mas importantes, pues la cobertura que ofrecen ha crecido -en muchos países pobres
como el nuestro- a velocidad mayor que la cobertura de una educación de calidad, esto es,
una destinada a entrenar a los futuros ciudadanos en el exigente ejercicio de la razón. Así, si
bien es cierto que en algunas sociedades los sectores intelectuales y/o universitarios pueden
tener gran influencia en la formación de la opinión pública, ello no ocurre en otras, como la
nuestra, en la cual los ciudadanos están pobremente educados.
Sin embargo, lo normado no es para nada suficiente, pues no se les reserva una parte de la
banda o canal para los propios gobiernos regionales o locales a fin de que, al igual que el
central, puedan suplir las deficiencias del sector privado en la radiodifusión, siguiendo de
esta forma una tendencia universal apoyada en desarrollos tecnológicos para dar vida a las
particularidades regionales que, en el Perú son tan singulares.
Esta ausencia es más grave si la autorización “es de diez (10) años, computados a partir de
la fecha de notificación de la respectiva resolución y se renueva automáticamente por
períodos iguales, previo cumplimiento de los requisitos establecidos en la Ley” [artículo 35
de la Ley], es decir, prácticamente en forma indefinida, sin posibilidad de darla por
terminada. El Estado no puede arrebatarle a los ciudadanos el derecho de revocar licencias
a quienes incumplen sus deberes democráticos y buscar estar libres y pluralmente
informados.
Es tan claro ello que cuando se cancela la licencia es porque ha ocurrido previamente una
infracción muy grave [artículo 80 de la Ley], y ésta sólo se produce por cuestiones
sumamente técnicas [artículo 77 de la Ley] sin ir al cumplimiento de las funciones que
deben cumplir la radio y la televisión. El incumplimiento de los Códigos de Ética como una
infracción grave es una cobertura para su inobservancia. Ésta no es una materia que pueda
ser regida por tal subjetividad; por tanto, las violaciones de los deberes y las faltas deben
estar señaladas en la Ley.
En este marco, el Estado debe orientar “el desarrollo del país” y actuar especialmente en la
promoción de las actividades económicas necesarias para lograrlo [artículo 58 de la
Constitución]. Por tal razón, debió incluirse un mínimo de porcentaje de producción
nacional mayor al establecido por Ley, según la cual es de “del treinta por ciento de su
programación, en el horario comprendido entre las 05:00 y 24:00 horas, en promedio
semanal” [Octava Disposición Complementaria y Final de la Ley]. Si sólo se diesen a
conocer las normas que al respecto establecen algunos importantes países democráticos,
podría apreciarse la indiferencia que la Ley expone en tan importante materia.
De otro lado, resulta extraordinario las campañas de presión dirigidas a consolidar la idea
de que debe ser el Ministerio de Transportes y Comunicaciones y no un Consejo de lo
Audiovisual quien otorgue los permisos y licencias, tal como ya se explicara. Ello no sólo
significa por parte de los propietarios de los medios un profundo desprecio a los ciudadanos
peruanos considerándolos incapaces de gobernar un Consejo independiente, sino al mismo
tiempo el otorgamiento de facultades a un organismo público, probablemente con la idea
que es mas fácil ‘gobernarlo’ de acuerdo a las prácticas tradicionales de presión al Estado y
de incumplimiento de las misiones fundamentales de los derechos fundamentales. Y no
puede dejarse de mencionar la incomprensible conducta de muchos parlamentarios a este
respecto.
Atentamente,
Baldo Kresalja R.
Ministro de Justicia