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EL ROSTRO DE LOS SANTOS, 14 Coleccién «El rostro de Jos santos»: — Barrena, El rostro humano de Teresa de Avila. — Javierre, Teresa de Jesis. — Martin-Rubio, Vida de Manuel Domingo y Sol. — Trevor, John H. Newman: Crénica de un amor a la verdad. — San Juan de la Cruz, Obras completas. — Segundo Llorente, 40 afios en el Circulo Polar. — Pérez-Lucas, Juan de la Cruz cuenta su vida a los chicos de hoy. — Tellechea, Ignacio de Loyola, solo y a pie. — Barrena, Juan de la Cruz, utopia deseable. — Javierre, Juan de la Cruz, un caso limite. — Pérez-Lucas, Fray Luis de Leén os habla de ti a ti. — Pronzato, Y gcdmo lo habéis conseguido? — Javierre, Don Marcelo de Sevilla. — Lippi, San Pablo de la Cruz. JOSE MARIA JAVIERRE JUAN DE LA CRUZ UN CASO LIMITE QUINTA EDICION EDICIONES SIGUEME - SALAMANCA 1994 Cubierta: Luis de Horna © Ediciones Sigueme, S.A. 1994 Apartado 332 - E-37080 Salamanca/Espafia ISBN: 84-301-1145-X Depésito legal: S. 928-1994 Printed in Spain Imprime: Josmar, S.A. Poligono El Montalvo - Salamanca 1994 Uwe oy 11 14, 15. . Me pregunto si Juan de la Cruz fue un perdedor . . Desde luego, inquietante . Veintisiete mil kilémetros a pie descalzo . De gente muy bien nacida. El cubil de los Yepes . Gonzalo y Catalina, padres de fray Juan: por amor se ca- . «Hijo naci de un pobre tejedor. Fontiveros 1540 . Dios aprieta, pero no te suelta. Fontiveros, Torrijos, Galvez . La urdimbre y la trama. Arévalo 1548-1551 . . Los Yepes emigran a Medina del Campo. Medina del Cam. . Evadido. Medina del Campo 1563-1564 . jEsté feliz en Salamanca? Salamanca 1565-1566 13. . Si estos frailes estén chalados. Duruelo 1568-1570 . . Donde se narra cémo madre Teresa fund6 con dos aven- CONTENIDO saron. Fontiveros 1529 1540-1548 PO 1552-1554 occ ce cece cece cece ete ee eee tena neneee . Que no lo pinten de caramelo, por favor. Medina del Campo TSSS-1562 0 ccc cece eee ee eee ee sent ee nese eeeteenenenes Codiciado también por madre Teresa. Salamanca, Medina, Salamanca 1567 Tiene cita con una monja. Salamanca 1567-1568 Van a montar un Belén. Medina del Campo. Valladolid, Avila 1568 . 7 tureros italianos el segundo convento descalzo en la villa de Pastrana. Duruelo, Pastrana 1569-1570 ..........04++ . Ha conocido la mujer de su vida. Mancera, Pastrana, Alba de Tormes, Mancera 1570-1571 1... 1.1 ccecseeeeeeeeeeee 113 131 153 173 201 241 261 283 305 37. 38. 39. . Legiones de diablos y una princesa. Avila 1573- 1574 . La familia carmelitana esté rompiéndose en dos. Avila . «Sali tras tiv, La Periuela 1591 . . Fray Juan, amigo. Ubeda 159] . . «Religioso y estudiante...». Fray Juan rector del colegio universitario. Alcald de Henares, Pastrana 1571-1572 .. 353 . «Trdigoles, sefioras, por confesor un santo». Avila 1572- 1573 1574-1576 . Han raptado a fray Juan de la Cruz. Avila 1576-1577... 479 . Fray Maldonado y su cuadrilla ignoran que han raptado un poeta mistico. Avila 1577 513 . Preso esté en Toledo. Toledo 1577 . 533 . Una «celda de castigo». Toledo 1577-1578 549 . El preso rompe a cantar. Toledo 1578 .. 563 . Alimento secreto de fray Juan. Toledo 1578 . 587 . «Cntico» —descalzaos—. Toledo 1578 595 . Le han asado peras con canela. Toledo 1578 635 . Fray Juan entra en Andalucia. A la Sierra de Segura 1578. 655 . Ha dibujado la silueta de un monte —do mana el agua pura—. Loma de Ubeda 1578-1579 .....10.cscecssec ecco 671 . Funda Colegio en la Villa Torreada. Baeza 1579-1581 .. 705 . Madre Teresa no acudié a la cita de Granada. Baeza, Al- cald, Caravaca, Avila, Beas, Granada 1581-1582 751 . Agua de la Alhambra. Granada 1582-1583 783 . Donde se narra cémo el Capitulo general de los descalzos rifié a fray Juan porque no hacfa visitas de cumplido en la ciudad de Granada. Granada, Almodévar, Granada, Md- laga, Granada 1583-1585 . . 831 Qué ancha es Andalucia. Andalucta, Lisboa, Andalucia, Castilla, Andalucia 1585-1586 ...... 66. .06.cecc cece cece 891 4Serdn capaces de quitarle el habito? Andalucia, Madrid, Valladolid, Segovia 1586-1588 ....... 0.0. 0eecceveeeee ee 935 Donde se cuentan los infortunios de fray Juan y cémo él tom6 partido a favor de dos mujeres fascinantes herederas de madre Teresa. Madrid, Segovia 1588-1590 .... . Es més lindo manosear garbanzos. Segovia, Madrid, La Peftuela 159]... ieee cece cece c ete eee e teen eeeeee 1 Me pregunto si Juan de la Cruz fue un perdedor Os cuento Juan de la Cruz. Qué osadia. Llevo cinco aiios encadenado a su figura, cosido a sus papeles; y a punto estuve siete veces de tirar la toalla. De no acabar este libro. Al final me quedan pendientes de respuesta varias preguntas esenciales. Supongo dudosamente honesto entregaros una bio- grafia sin haber conseguido aclararme a mi mismo algunos rasgos definitorios del personaje. Me resigno y me consuelo esperando que girar en espiral alrededor de fray Juan, os proporcione, qui- zs, a los lectores, cierto sabor; como a mi. Quizas. «Quizds», siempre quiz4s: En torno a Juan de la Cruz caminas permanentemente sobre tierra movediza. Avanzas hesitante. Pi- sas incierto, indeciso. Los filésofos manejan una palabra finisima para indicar incertidumbre, duda profunda: aoristia. Pues te pegas como un lebrel al rastro de Juan de la Cruz y en quince dias te vuelves «aoristico». Cémo es posible; si él parece hombre firme, irremediable quiz4. Siempre quiza... Si fue aburrido, quisiera yo saber. Entendémonos: el relato de «las cosas que le pasaron» entretiene, ya lo creo. Sus libros, apasionan. Asi que nada aburrida su biograffa, nada aburrida su doctrina. Lo que me planteo a ratos es si Juan se aburrié consigo mismo; si lleg6 a pesarle su peripecia interna. Si no le aplasté la tremenda proximidad de Dios. Aplastado, mds que aburrido. Chafado. Apabullado. Hecho una tortilla, dicho sea con perdén. Unamuno envidiaba la aventura espiritual de fray Juan; Ortega la desestim6, porque a don José le ponian nervioso los tanteos misticos. Unamuno y Ortega tuvieron una bronca sonada a cuenta 11 de Juan de la Cruz. En cambio D‘Ors lucié su ingenio pagdndole con un titulo al santo fraile sus trabajos como guia: Hamé a fray Juan «el sereno» de la mfstica. Mas de una noche he sonrefdo estos afios viéndomelo, a mi fray Juan, arremangado el habito y el farol en mano por «los senderos enmarafiados en torno al monte». Asombra, casi asusta, comprobar cémo tenemos deformada la imagen de Juan de la Cruz. Lo de menos es la mania de pintarlo en cromos charolados, el cuello devotamente torcido, la mirada sublime hacia las nubes; un tipo embelesado, puro caramelo. Todo porque canté el amor, fue poeta del amor. Vive Dios, que pagé bien caros sus cantos de amor. Quienes inventaron seme- jantes estampas olvidan la miseria infantil de Juan de Yepes; disimulan que un hermanillo le murié de hambre; pasan por alto cémo Catalina su madre viuda arrastré los hijos de pueblo en pueblo pidiendo limosna; tapan los seis 0 siete afios de Juan joven cuidando sifiliticos en un repugnante hospital de Medina del Campo: alli maduré, creci6, alli se hizo hombre contemplando cuanto da de sf la existencia jadeante. Ha pasado con él igual que ocurre a esas iglesias cuyas paredes soportaron una mano y otra y otra de cal, de yeso, hasta quedar los sillares embadurnados, escondidas las piedras: rompes Ia cos- tra de escayola y encuentras el hombre debajo. Pero los enigmas referidos a Juan de la Cruz van més hondo. Admiten desde la interpretacién racionalista de Baruzi, magni- fica, dicho sea con justicia; hasta el vigor martirial percibido por Edith Stein cuando Ilevé apretado contra sus pechos el Cdntico en el tren hacia la camara de gas. William James vio a Juan de la Cruz «tenebroso». A Huysmans le parecia el brujo de la tribu, acaso un faquir. Obseso de la penitencia sangrienta, asf lo consideran. Y por supuesto, cazado en una red subconsciente de procesos sensuales urgentemente necesitados de tratamiento psiquidtrico. Estas sospechas me ayudaron a saborear de arranque tantos lances de su trayectoria, golpes de ironfa sobre la condicién 12 humana. Como si él estuviera riéndose de antemano por las bobadas que luego dirfamos a costa suya. En agosto de 1591, Ultimos meses de su vida, escribe, desde un eremitorio de Sierra Morena, a su amiga dofia Ana de Pefialosa: —Esta mafiana habemos ya venido de recoger nuestros garbanzos, y asi las mafianas. Otro dia los trillaremos. Es lindo manosear estas criaturas mudas, mejor que no ser ma- noseados de las vivas. No diré yo que mi fraile anduviera por los caminos de Castilla jaranero como unas castafiuelas. Pero los papeles certifican a quien se tome la molestia de comprobarlo que a fray Juan de la Cruz le vieron sus contempordneos apacible siempre, benigno, inclinado a sonrefr. Con cierto punto de ironfa. Me viene a las mientes aquel encuentro suyo con la gitana granadina. Baja fray Juan la cuesta de los Gomeles dirigido a calle Elvira. Va de visita a las monjas carmelitas. A mitad de cuesta lo detiene una gitana, con el crfo en los brazos: Sepa el fraile que debe dar los dineros para la crianza del nifio, pues que el nifio es hijo del fraile. Fray Juan intenta seguir su camino. La gitana se interpone, terca: que la madre del crio le ha enviado a reclamar dineros al fraile. Fray Juai —j{,Quién es la madre? La gitana: Que una doncella nacida de padres nobles. Fray Juan: — {De dénde vinieron a Granada? Responde la gitana que siempre tal familia estuvo asentada en la ciudad: nunca salieron, ni los padres, ni la doncella, fuera de Granada. Fray Juan pregunta interesado, acaricia al nifio: —iY qué edad tiene la criatura? La gitana, convencida de que ya gana la partida: —Poco mas de un afio. Fray Juan: —Pues hijo es el nifio de gran milagro, ya que vine yo a esta tierra s6lo hace seis meses y durante toda mi vida jamds puse pies en muchas leguas a la redonda. 13 Hubo, cuando él lo conté, grandes risas, en el locutorio de las carmelitas: «Hijo de gran milagro...». éTenebroso, fray Juan? Cuidado, amigo, no se precipite, queda mucha tela que cortar. Don Américo Castro, poeta de nuestra historia, vio nacer Es- pafia como fruto del conflicto permanente de las tres culturas del Libro: somos hijos de tensidn entre judios, musulmanes y cris- tianos. No sé si nacimos «en conflicto», pero cierto que amasados estamos con pelladas de esos tres barros. Forman la tierra donde hundimos nuestras raices. Ya que murié don Américo, brindo a su hija Carmen, mi deliciosa amiga, noticias de cierta investigacién que uno de los mds perspicaces archiveros toledanos lleva discretamente ade- lante. Gomez Menor ya trabaj6 el linaje hebraico de Teresa de Jestis y de Juan de la Cruz: por linea paterna, Sanchez ella, y Yepes él, Teresa y Juan traen sangre judia en las venas. Ahora Go6mez Menor intuye que por linea materna tuvo Juan de la Cruz ascendencia islémica. Todavia el concienzudo investigador pre- senta sdlo indicios que aclararian ciertos interrogantes, p4ginas adelante los revisaré. Quedarfan resueltos si efectivamente Ile- gamos a descubrir que Catalina Alvarez, madre de Juan de la Cruz, fue, de nifia, esclava morisca. En Toledo: hija de moriscos. Nos encontramos asi acrecido el «enigma Juan de la Cruz»: en la cispide misma de la mfstica tendriamos un creyente cristiano con sangre cruzada de las religiones hebrea e islmica. Demos al investigador el margen de prudente espera que su trabajo requiere. Si la intuicién resulta confirmada, nadie se llevaré aquel susto que hace cincuenta afios produjo el descubrimiento de sangre judia en el linaje de santa Teresa. Al revés, los creyentes del Dios nico nos sentirfamos mds hermanos. A mi Juan de la Cruz me parece un zapador, un minero que anda perforando las galerfas subterrdneas de nuestra existencia. 14 Lo cual le inscribe, sélo «hasta cierto punto», en dreas de cultura renacentista. Los especialistas no acaban de aclarar si tuvimos en Espafia «auténtico Renacimiento»; si fuimos de veras «humanistas» o s6lo de trampa; si enriquecimos el pensamiento religioso de la época con creadores validos, 0 simplemente nos invadié, en el paso del siglo XV al XVI, una oleada de erasmismo. Por lo que a Juan de la Cruz se refiere, nadie pone en duda su dominio perfecto de la técnica poética propia del Renacimiento; y nadie discute su ensamblaje dentro del humanismo teresiano. Sin embargo él «rompe» la definicién habitual que caracteriza al humanismo renacentista como «un desplazamiento de valores desde la esfera divina a la esfera humana». En palabras algo cursis: El Renacimiento pasa del «teocentrismo» medieval, con la idea de Dios como eje y cifra de la creacién, al «antropocen- trismo» moderno, que sitta al hombre en el corazén del universo. Simbolo del nuevo planteamiento seria la carta del sistema pla- netario que aleja la Tierra del centro y la sustituye por el Sol, acercando el hombre «a la naturaleza», su entorno propio. Pues ocurre que Juan de la Cruz, zapador de las galerias subterraneas de nuestra existencia, lejos de distanciarnos de Dios ilumina la creacién con la Presencia absoluta. A Luis Cernuda, cuando se planteaba preguntas en «Ocnos», le dijo «el pajaro muerto» que no existe Dios. El poeta coments, solamente: ,Y cémo existo yo? Juan de la Cruz ech6 a caminar por esa ruta escondida que lleva al coraz6n de los secretos: des- cubrié una cosa importante, poniendo patas arriba nuestros ra- zonamientos. Lo cuenta en esta frase; que quizd, siempre «qui- z4», sea el resumen de su pensamiento, escalofriante resumen: —Es un deleite grande conocer las criaturas por Dios y no a Dios por las criaturas. A primera vista nos permitimos el lujo de preguntarnos si seré cierto que «por existir nosotros» existe Dios; cuando la verdad esta en la observacién de Luis Cernuda: quizé yo ni exista, la Verdad es la Otra, es El. Juan de la Cruz no mira desde las criaturas a Dios, «ve» la creacién desde Dios: los pufiados de la luz vienen de Dios. 15 Por eso esté «enamorado»; por eso parece «insensato», arre- batado. Enloquecido. Su «discurso», su camino, rebasa los cau- ces de la filosoffa y de la teologia, va mas alld de la razén: slo «la dulce voz» del amor «refrigera y renueva la sustancia del alma», otra frase suya. Es un radical, ha sentido el tirén y avanza hasta la raya misma del Ser. A los poetas la invitacién del amor siempre les desperté prisas. Fre la recomendacién de Garcilaso: «Coged de vuestra dulce primavera/el dulce fruto». Juan de la Cruz quiso entrar en su Primavera. ,Entr6, logr6é entrar? Vera el lector paciente capaz de soportar hasta el final este grueso tocho que hoy le entrego, cémo remato pregunténdome si Juan de la Cruz fracasd. Si fue un fracasado, un perdedor. La trayectoria existencial suya me recuerda ese dibujo que utilizan hoy los sabios bidlogos cuando quieren explicarnos el mensaje genético: dos hebras helicoides enrolladas entre sf dan la base de apoyo a nuestros genes. Porque mirdndola en profun- didad la biografia de Juan de la Cruz est4é compuesta de dos hebras, una con su historia externa y otra con la historia interna; empalmadas, eso si, entrelazadas, confundidas, y ambas metidas dentro de un solo pellejo. Una hebra sirve de soporte a los sucesos histéricos que a fray Juan le ocurren de 1540 a 1591, del naci- miento a su muerte: familia, estudios, trabajos, Ifos de frailes, lios de monjas, el nuncio, las caminatas, frio, enfermedades, calor, ratos gratos, meses ingratos, la cadena de cachiporradas habitual en cualquier fraile del siglo XVI. La otra hebra sirve de soporte a los sucesos «metahistéricos» provocados en su 4mbito existencial por las relaciones nacidas para él a causa de una «peculiar» cercania de Dios. Que Juan de la Cruz fracasé6 en su «hebra helicoidal externa» queda fuera de toda duda, ya lo verdn: para qué contarles, a punto estuvieron sus frailes de quitarle el habito; literalmente, de tirarlo de la Orden. Tengo para mi que murié a tiempo. Si dura siete meses més, lo echan de fraile. Mal lo pas6, con la cércel cuando 16 todavia era joven y con los durisimos quebrantos de su enfer- medad tltima: pero nada le importaba, s6lo que le dejaran morir con su hébito puesto, dentro de la Orden. Le dio terror verse expulsado. Tan fracasado en su biografia externa que Ilegué a pregun- tarme si a la hora definitiva del ocaso no se sinti6 también ma- logrado en sus relaciones intimas con Dios; si no se encontré frustrado, abortado. Fue la mia falsa alarma; libro adelante les diré c6mo he visto entrelazarse sus dos hebras de modo que fuera posible la coexistencia en la misma persona, en un solo fray Juan, de dos rutas biograficas simultaneas: penosa una, oscura, turbia, la exterior; sabrosa, intensa, encendida, deleitosa otra, la interna. A mi al escribir este libro me ha cafdo encima el «grandisimo riesgo» avisado por Cervantes en su Quijote: resulta «de toda imposibilidad imposible componerle tal que satisfaga y contente a todos los que le leyeren». Tengo en torno mio amigos que de san Juan de la Cruz lo saben todo. Me leerdn a fuer de amigos. Y también los tengo deseosos de pillar mi libro porque nada saben atin de fray Juan, apenas nada: que fue poeta y esa cosa extrafia llamada «un mistico». A unos y otros debo algunas, escuetas, aclaraciones. Muy por sorpresa me hicieron entrar hace diez afios en el 4rea de santa Teresa y de san Juan dos personas muy queridas: El obispo de Avila don Felipe; y el venerado maestro don Bal- domero Jiménez Duque. Me echaron a navegar por las altas aguas del siglo XVI, cuando hasta entonces yo braceaba por el siglo XIX. A la vista del provecho que mi alma gané, pido a Dios les recompense por el duro trabajo a que ellos me forzaron. Don Baldomero, que las ha leido todas, afirma que atin est4 sin escribir la biograffa definitiva de Juan de la Cruz. Es que la tarea se las trae. Elaborar honradamente una biograffa exige vender por algtin tiempo tu alma al biografiado. Julian Marias considera suficiente 17 para estudiar el significado de un personaje poner de relieve «las corrientes vitales», las grandes lineas de su trayectoria, despre- ciando los detalles mintisculos de la vida «corriente». No estoy de acuerdo. Comprendo que tales panordmicas de conjunto li- beran, al ensayista, de una dedicacién muy costosa: en energias y en tiempo material; pero considero absolutamente necesario adoptar un método concienzudo, con la pretensién de que a ser posible ni una astilla de las peripecias externas del biografiado, ni un latido intimo de su corazén escape al bidgrafo. No hay otro sistema, si quieres captar de veras y contar con rigor la biografia de una persona: su aventura intransferible. Hay que meterse dentro de su piel, mezclar tu vida con la suya; mejor atin, cambiar tu vida por la suya: pensar sus pen- samientos, sofiar sus suefios, amar con sus amores, Ilorar con sus lagrimas. Quiero decir que la biograffa representa para el biégrafo un drama personal, un intercambio de existencias. Preguntandote a cada paso si tu conducta es licita, quién te autorizé a penetrar la intimidad sagrada del otro. Le debes respeto. Absoluto respeto. Llevas afios metiendo la nariz en sus papeles, husmeando el rastro que dejaron sus pasos, adivinando sus propésitos. Y. te cuestionas de repente «el abuso de confianza». Imaginen cémo te sientes habitando cinco ajfios dentro del pellejo de Juan de la Cruz. Les confieso que con encendido deseo deseé caminar los cinco afios a pie descalzo silenciosamente pegado a fray Juan; y escribir de rodillas como él escribid. En todo caso, he besado muchas noches la orla desgastada de su habito; y le di gracias por haberme consentido percibir, de parte suya, algtin rasgo bondadoso de amistad. Thtento narrar con sus palabras Ilanas la peripecia biografica de Juan de la Cruz. Mezclo en dosis prudentes el estilo clasico de historiar, colocando sucesos como manda Herodoto por un orden cronolégico y aséptico; pero sin olvidar las instancias de Sanchez Albornoz para inquirir los «porqués» y la entrada rec6ndita de algtin acontecimiento. Acepto de antemano el «reproche» de cier- 18 tos eruditos cuando definan este libro como « 4¢ “ Aronr teesconaiste amare, ymerercalfe gonger vy? a comp.elcreruo suite aurendome sertto salingsn’ amano, 0.) e705 as DECLA RACION » aay nesta primo cancon ealma ¢; T: Rede Dros me el ope ts. aca au id ella her alido deto cas wd ua aya de, ~ A lo largo de su biografia, Juan de la Cruz plantea dos inte- rrogantes que nunca formuld con palabras explicitas pero le con- dicionan la hoja de ruta: cual fue la posicién de fray Juan frente al poder religioso y cual frente al poder politico. La ubicacién de Juan de la Cruz en el 4mbito espiritual «cris- tiano catélico», desdobla sus relaciones en aspectos sugestivos: primero, con respecto a la Iglesia de su tiempo; y ademas, con respecto a la Iglesia de nuestros dias. Qué significan Ja persona y Ja obra de fray Juan, qué pesan, dentro de la «organizaci6n histérica» eclesial. Fue, sin duda, un personaje «inquietante». «Es», todavia, inquietante. No recuerdo cuéndo dijo Bernard Shaw aquella inteligente picardia, ciertamente la dijo; bien sabrosa: Que las iglesias pre- fieren siempre un santo muerto a un santo vivo. No es asi, no acaba la historia cuando el santo muere: los santos dejan brasas candentes; queman, también, después de muertos. Fray Juan de la Cruz, carmelita en la segunda mitad del siglo XVI, no desentona «externamente», su figura se acopla al gremio frailuno después de Trento. El concilio ha impulsado una refor- ma, deseada por amplios sectores desde tiempo anterior, en la cual se inscriben como anillo al dedo las iniciativas de madre Teresa. Ni siquiera los episodios de peleas internas y de carcel dan relieve singular a la peripecia de nuestro fraile: le ocurrian a cualquiera. Los clérigos de ahora en cuanto nos rozan la piel 27 chillamos como ratas. Juan de Avila, Luis de Leén, Juan de la Cruz soportaron la c4rcel sin mayor alboroto. Costumbres de la época. A fray Juan, ademds, veremos cémo una serie de cir- cunstancias le libraron en vida de roces con la Inquisicién. No asf madre Teresa quien a cuenta del «santo Tribunal» trag6 so- bresaltos muy amargos. La vida religiosa de Espafia en tiempos de Teresa y Juan esta condicionada por la mutua intromisién de poderes, civil y ecle- sidstico, en sus respectivas esferas. Las autoridades civiles, poder emanado del rey, metian descaradamente la nariz en los monas- terios. Pero a su vez las autoridades religiosas, poder emanado del papa, metian mano en asuntos seculares. Unos y otros acep- taban la mezcla de valores. Ocurrfa en toda Europa; para los espafioles esta «norma establecida» tuvo raices seculares, nada menos que en el concilio II] de Toledo cuando el aiio 589 Re- caredo proclamé «nacida Espafia» bajo el signo de la unidad cat6lica, declarada base «constitucional». Superado el largo tre- cho de la reconquista, dofia Isabel primera establece la confe- sionalidad como cimiento de «toda la Espafia una»; y no vacila en conseguir de Roma a favor de la corona espafiola el control de la Inquisicién, instrumento que consideraba ideal para defen- der con éxito la fe cristiana, fundamento de la unidad nacional: Isabel y Fernando, llamados con todo derecho «reyes catdlicos», pidieron y alcanzaron la bula firmada por el pontifice Sixto IV, en la cual se apoya juridicamente todo el desarrollo de la Inqui- sici6n «moderna» o Inquisicién espafiola. Sector importante del «juego de poderes» entre los papas y la corona fue a lo largo de todo el siglo XVI la reforma religiosa de los monasterios. Mientras el concilio de Trento celebraba sus sesiones, creé serios problemas la pretensién del rey de Espafia tercamente decidido a imponer sus puntos de vista en el programa renovador de frailes y monjas. El concilio rechazé las imposi- ciones de Felipe II, pero quedaba latente un Aspero conflicto entre los criterios espafioles y los criterios romanos de reforma: se trata de «terreno comin» donde la potestad pontificia y la potestad real consideraron ambas «de pleno derecho» su actuacién. El forcejeo de «los dos poderes» repercutia permanentemente, a veces de manera brutal, sobre la vida interna de los monasterios; 28 y zarande6 a placer las monjas y los frailes carmelitas. S6lo una mitad de los problemas surgidos entre carmelitas calzados y des- calzos nacieron de la dindmica interna de la Orden; otra mitad fue consecuencia de las tensiones entre los dos poderes. A fray Juan de la Cruz estos vendavales politicos lo sacuden de lo lindo. Pero le toca solamente aguantar: el «proyecto» suyo es el de madre Teresa, ella lo traza, ella lo rige; Teresa actia como estratega. Los mismos frailes lamentardn que fray Juan descuida demasiado «las relaciones ptblicas»: de prior en Gra- nada lo veremos fastidiado por tener que cumplir visitas «de respeto» al presidente y a los oidores de la Chancilleria, dele- gacién entonces del gobierno central. Da incluso el tufillo de que le trae al fresco la «iglesia or- ganizaci6n», el tinglado externo de nuestra comunidad creyente. Su guerra es otra. Su Iglesia va por dentro. Veamos si soy capaz de resumir en cuatro I{neas la aventura intima de fray Juan. Y explicar cémo «su Iglesia por dentro» aparece inquietante, inc6bmoda, a quienes viven instalados «en la Iglesia por fuera». Dios le concedié «un don primero», le regalé una gracia inicial. Ignoramos cudndo y cémo; si toda de vez, un golpe de luz; o iluminando baldosa a baldosa el territorio de su alma. Teresa de Jestis contaba estos lances que a ella también le ocu- rrieron: recibié en varias embestidas la visita de Dios y las dejé narradas puntualmente. Juan de la Cruz no ayuda, nada cuenta «explicitamente»; aunque si perseguimos rastros de su experien- cia personal en los escritos, resulta que aparecen las explosiones arrebatadas de sus poemas incontenibles: cuando ya le ha esta- llado la invasién de fuerza divina, cuando ya se le han reventado los tabiques. Pero de la gracia inicial, del «don primero», no sabemos. Olvid6 escribirla, no quiso contarla. Tiene salero, el caso es que semejante gracia «primera y fundamental» Dios la concede a todos los creyentes: la recibimos todos. La especial delicadeza con Juan de la Cruz consistié en 29 que Dios le hizo comprender, valorar «su oferta». Fray Juan respondi6, contest6. Acepts. Esta que llamo «gracia primera fundamental» consiste en la «historia de Ja salvacién» entregada para cada uno de nosotros, personal y colectiva, mediante los relatos evangélicos: el Verbo de Dios, Hijo del Padre, ha entrado en la caravana que somos los hombres sobre la tierra desatando el Espiritu que nos alza a la misteriosa convivencia divina. Lo que pasé con Jestis desde aquel didlogo del 4ngel ante una muchacha de Nazaret hasta la resurreccién y ascensién del Sefior a los cielos, he aqui «la oferta». Cuando los apéstoles se dispersaron por las riberas del Me- diterréneo y comenzaron a contar «lo que habia ocurrido» en Palestina, suscitaron oleadas de asombro y respuestas brillantes, extremadas: filésofos de Atenas, esclavos de Alejandria, damas romanas de la casa imperial, decidieron que nada de lo que posefan o hasta entonces les hubiera ocurrido valia nada en com- paracién de la oferta de amor traida por Jestis. No olvidaron, légicamente, ejercer como filésofos, como esclavos, como da- mas. Pero todo les parecié baratijas ante la invitacién recibida. Ya sabemos, cuando fue preciso se dejaron matar. Ocurre que pasando uno tras otro varios siglos, la «novedad» del evangelio pierde fascinacién; y la costumbre apaga el pasmo: ha llegado a parecernos normal que el Verbo se hizo hombre y habit entre nosotros. Hemos incorporado la historia de nuestra salvaciOn a los mecanismos psicolégicos apagdndole su capacidad de impacto, eliminando el estupor. Por eso en vez de volvernos locos y hacernos santos, ad- ministramos la vida sacramental y nos quedamos en cristianos mediocres. Lo cual no deja de ser un contrasentido, lo que Ila- maron los antiguos un contradiés; porque se puede ser 0 no ser cristiano, aceptar o rechazar a Cristo; lo que no casa es ejercer de cristiano mediocre. Pues hemos salido asf de listos, evitamos que la palabra del Sefior turbe nuestra digestion. La gracia inicial que en algdn momento de su vida concedié Dios a Juan de Yepes estuvo en abrir sus ojos, sus ofdos, sus venas y arterias, su cuerpo y su alma, abrirlo todo él en canal 30 para ofrecerle la revelacién del amor, el misterio de Cristo: anun- ciado en las pginas del antiguo testamento como alianza futura; y cumplido en las paginas del evangelio como alianza presente. Juan de Yepes oy6 y entendié. Quedé6 cazado, captado. Enajenado, nunca mis salié del pasmo. Cuando, lo ignoramos; tengo para mi que bien pudo invadirle este rayo de luz alguna de sus noches de guardia mientras ejercia de enfermero joven a la vera del camastro de los sifilfticos aco- gidos al Hospital de las Bubas en Medina del Campo. El no conté cuando; pero su vida y su obra denuncian que conocié y acogié la revelacién de Dios. Aquella iluminacién signific6 para Juan de Yepes una deli- cadeza en la cual se apoya su biografia. A la cual responde. Lealmente, sin desmayos. Estupefacto. Tenaz. «Acogida» la revelacién de Dios, Juan de la Cruz podria haber consagrado su existencia al estudio teoldgico. Los teélogos vuelcan la capacidad racional de nuestra inte- ligencia humana sobre verdades cristianas contenidas en la sa- grada Escritura. Fray Juan prefirié dar otra respuesta «mds comprometida» a la oferta divina de amistad: quiso poner en juego no sdélo su inteligencia sino todas sus potencias personales, toda su energfa. Llev6é por fuera una vida semejante a la de tantos frailes, a cualquier fraile de su época. Pero por dentro intenta salir gene- rosamente al encuentro del misterio cristiano que se le ha ofre- cido. Decide suprimir en la cd4psula de su propio pellejo los obstéculos para la «invasién» del Espfritu: por otra parte legard hasta donde la fe cristiana consienta, Dios le tiene disponible. No saldra de la ortodoxia catélica, estd lealmente inserto en el Ambito de la Iglesia. Estudia con atencién filosofia y teologfa. Se pega a la lectura de la Biblia, hallamos en sus libros més de mil citas del antiguo testamento y quinientas del nuevo. Con los datos recibidos de la fe crea un terreno interior donde cultivar la esperanza y el amor: Quiere la amistad de Dios, la busca; reclama 31 una «experiencia» de aquella proximidad, de aquella Presencia conocida, la maxima experiencia posible por la fe. El se fia de Dios, se cuelga de Dios. Espia los latidos dentro de sf; analiza los mecanismos purificantes; busca la posible comunién personal del hombre con Dios, la unién definitiva de amor como cifra y fin de la existencia. Saben, amigos, Juan de la Cruz es un cristiano coherente. Radical. Quienes por oficio dedicamos la mitad de nuestra vida a los estudios teoldgicos, percibimos en los escritos de fray Juan la seguridad con que pisa: A fe mia que aproveché a conciencia sus cursos de Salamanca, prolongados después afios y afios en Avila y en Alcalé. Maneja los principios de la escoldstica, tan fielmente que dentro de un esquema tomista basico podriamos inscribir «casi toda» su teologia tedrica. Lo que pasa es que a Juan de la Cruz «no le interesa» el discurso teérico, no trabaja una reflexién cientifica sobre los datos de la revelacién: a él lo que le importa es dar una respuesta vital, existencial, a la «oferta» de amistad presentada por Dios. Hoy en nuestros dias tenemos relleno el amor con amasijos de sexo y sentimentalismo: casi s6lo pronunciar la palabra nos ponemos en guardia, causa cierto sonrojo. Ortega y Gasset denuncié cémo el estudio del amor no puede reducirse «al que sienten, unos por otros, hombres y mu- jeres: El tema es mucho mis vasto, y Dante creia que el amor mueve el sol y las otras estrellas». Fray Juan supo, esta en la Biblia, que Dios es amor, y que a Dios el! amor le mueve mis- teriosamente hacia nosotros aguardando amorosa respuesta. Est4 en la Biblia, la oferta; y «ademas» Juan de Yepes lo supo. Antes de cambiar su nombre por Juan de la Cruz. Aqui nace la aventura de Juan de la Cruz, su hazafia mistica: hasta qué limite, hasta qué frontera puede un ser humano res- ponder en esta vida temporal a la oferta amorosa de Dios. Si fray Juari no tuviera bien atados sus machos teoldgicos, probablemente se hubiera despefiado por la pendiente iluminista de las visiones y los éxtasis. Pero él realiza su esfuerzo dentro del drea acotada por las virtudes. teologales,. asido siempre a la fe y sustentado por la fe. 32 Taguietante, fray Juan; inquietante para cualquiera de nosotros y también inquietante para «la organizacién» eclesial Les digo por qué. En la Iglesia recibimos el don de la gracia divina que a partir del bautismo dota nuestra existencia humana de un latido superior: sabemos por la fe que sobre nuestro ser natural ha entrado en juego la Presencia divina, abriéndonos a un didlogo misterioso mas alld de las referencias temporales de nuestro entorno. La fe, la esperanza y la caridad nos proporcionan el cafiamazo para tejer didlogos con Dios. Pero esta «cercania de Dios» la mantenemos psicolégica- mente acotada dentro de un reducto intimo, para que no entor- pezca el funcionamiento normal de la jornada: hemos de cumplir las tareas de una profesién, hemos de acoplarnos a un hogar, hemos de ganar dinero, hemos de comer, divertirnos, disfrutar, ser amados, tenemos tanta ocupacién para tan pocos aiios. Ve- neramos la bondad de Dios, le reconocemos sefior del cosmos y padre bondadoso, bendecimos la noche en que nacié Jestis, la tarde en que murié crucificado, la madrugada de su resurreccién. Somos creyentes; dentro de un orden, claro. Sin abusar. Sin que saquemos las cosas de quicio: porque tomando la Biblia total- mente en serio desquiciarfamos la marcha de la humanidad. Ya contamos con que «un dia», mas alld de la raya de la muerte, caeremos en las manos paternales de Dios y comenzaremos una vida nueva, la definitiva. Impensable, aqui abajo. De vez en cuando aparece algtin creyente «alocado», pre- suroso, resuelto a comenzar ya, enseguida, esa «relacién divina» prevista para el otro mundo: los proclamamos «santos», porque consagran toda su energia existencial a curar enfermos, a educar nifios, a consolar ancianos, a predicar el evangelio de Jests por tierras lejanas. Casos especiales, tipos marcados. Pues Juan de Ja Cruz est4 convertido en un caso especial, en un tipo marcado, porque decidié no aguardar hasta luego, quiso dar una respuesta, total aqui ya ahora mismo, a la oferta de amistad que Dios nos brinda. Agarré por baculo la fe y eché su alma a caminar con la esperanza de conseguir unién de amor. 33 Asi de simple. Luego conté lo que ocurre. El] alma comienza su camino, Dios contempla nuestros rumbos. Sucederd lo que Dios quiera, quiza suceda de todo. A fray Juan le sucedié. Pienso si hubo jams en la caravana de los hombres un tipo que tan resueltamente como él haya enderezado su ruta hacia la experiencia divina. Cuando se puso a cantar le brotaron canciones de cristal. «Arrimado a la Escritura», caminé: sin retorcer las frases de la Biblia, las paladea, las saborea. Descubre en ellas un sentido espiritual que le da luz y coraje. Inmerso en la oracién como los peces en el agua: es un trato de amistad, convivencia carifiosa; lo que Ilamamos oracién. Tal tipo, tal cristiano, diganme cémo no ha de resultar in- quietante dentro incluso de la organizacién eclesial: si ha tomado urgentemente en serio la cercanfa de Dios. No creo que el maestro dominico Mancio del Corpus Christi, quien regentaba la catedra teolégica mas noble, llamada «de prima», cuando fray Juan estudié en la Universidad de Sala- manca, no creo contara a sus alumnos el lance ocurrido tres siglos antes al supremo tedlogo Tomas de Aquino. Los profesores do- minicos del convento San Esteban conocian de sobra el episodio. Quiz4 lo escondieran a sus alumnos, para evitar les naciera la sospecha de que hay «algo mejor» que la teologia. A fray Juan le hubiera encantado. Dicen los bidgrafos que Tomas de Aquino, cuando ya tenfa escritos sus asombrosos voliimenes de ciencia teolégica, recibid de Dios una «experiencia vital de unién amo- rosa»: una experiencia mistica. Explican los biégrafos que Tomas de Aquino qued6 «sonado»: suspenso, pasmado. Y no quiso ya escribir una linea. «Aquello» era otra cosa. Su teologia jpara qué? Ni una linea mds quiso escribir. Mancio del Corpus Christi no lo conté. A fray Juan le hubiera gustado. 34 Veintisiete mil kil6metros a pie descalzo I ee i oly, p fuse ah qe oe serif WA Viaywacn ; pope lat td, fier. ia Ontos hac, lof AE prcleniin ctele Y Leoni fegitete lar tin ince AYE epg hy iy quia fete corns AMavO gic * Sin foley Jin dues on Clan oO Ge per ny ful ie ME ge lof yinheleg a cogew 4 - “yne Z tga rN a fagore LO cel hetero cunide E facie ao engi ble peeiie. jie wa ba fic on el hemp: ye del fo. fore ES alone ote pia feerie vO, | Leder corre clendbon enest he ge fete ase on of Ia pee CHEE a Ely Wo af oles fe poles Yay payne, ¥ hicns enpow fiacr"~~ ape ate e Espana fue por entonces gloriosa y desdichada. Cuénta hambre, Dios bendito, pasaron los stibditos de nuestro emperador Carlos, primero de Espaiia y quinto de Alemania. Don Carlos dio en herencia a su hijo don Felipe la monarquia hispana, pero también le dej6 las hambres endémicas. Nuestra grandeza, siglo de oro que cubre todo el XVI y medio XVII, la sostuvo el sacrificio callado de siete millones de espafioles. En Sevilla nos ha muerto poco tiempo atr4s el sabio histo- riador de la economfa don Ramon Carande, quien le tenia echadas las cuentas al emperador don Carlos: le descubrié las trampas, le localizé los banqueros, le trazé la terrorifica diagonal de la ruina. A mi me fascinaba ofr a Carande los desastres financieros del Imperio; pero siempre le pregunté si mds que el chorro na- cional de impuestos requeridos por el emperador a las Cortes para sustentar los tercios en Europa y los colonizadores en Indias, no fue agotadora la sangria de mozos j6venes reclutados pueblo a pueblo, ciudad a ciudad, como material humano de las grandes hazafias. Cuando Espafia pudo ser rica, nos hizo pobres como ratas, miseros. Se cuestionan hoy los historiadores si de veras crefamos aquel pufiado de ideales: Menéndez Pidal advirtié cémo los cronistas italianos y franceses miraron con desprecio a los soldados del Gran Capitan, porque «tenfan en mds una poca de honra que mil vidas, y no sabian gozar de esta vida a su placer». Siglo y medio después de ocurridas las hazafias de Gonzalo de Cérdoba, Quevedo dirigiré a su majestad el rey don Felipe IV este retérico elogio como breviario de nuestro modo de andar por el mundo: «A los espafioles, Sefior, sdlo les dura la vida hasta que hallan honrada muerte». 37 En ese pafs que llamamos la Espafia del siglo XVI, tejida de suefios gloriosos y miseria agobiante, toc6 vivir a Juan de la Cruz. Exactamente su biograffa cubre la segunda mitad del siglo, casa con la etapa de Felipe II: fray Juan nace en 1540, cuando lleva don Carlos cuarenta afios de vida y trece su hijo Felipe; el emperador don Carlos muere en 1558; Felipe II moriré en 1598, a los siete afios de muerto fray Juan. La «vida piblica» de fray Juan, iniciada el afio 1567, por su encuentro con madre Teresa, cae de Ileno dentro del reinado de don Felipe, en quien habia abdicado el emperador a las puertas de 1556. Teresa de Jestis ocupa la bisagra entre don Carlos y Felipe I]. Juan de la Cruz «pertenece» todo a don Felipe, su Espafia es la de Felipe II. Por encima de todo y pase lo que pase, sufra quien sufra, la persona del rey es sagrada. La monarquia, también. Casi tres siglos mds tarde inventaré Napoleén aquella bobada de que cada soldado suyo lleva en el macuto un bastén de mariscal. Pues sin expli- cacién razonable, la verdad histérica es que cada espajiol del XVI sentiase latir entre pecho y espalda el pulso universal del planeta. Como fue, por qué, si tan mal lo pasaban: averigiielo ‘Vargas, misterios de la caravana humana. Nadie pregunté a los espafioles, nadie verificaba entonces encuestas de opinién. Al parecer, sufrir les importaba poco; los padecimientos pertenecian a la época. Dudo que tenga razén, pero el maestro Menéndez Pidal ad- mitfa rutas «insoslayables» trazadas para Espafia en tiempo de los Reyes Catélicos: Afirma don Ramén que «la historia como suceso no se rige por las ventoleras del acaso». El matrimonio de Isabel y Fernando, cuyo fruto seria la unidad de Espafia, premisa bdsica para el siglo de oro, lo ve como un hecho ine- vitable, tenia que ocurrir: «Lo fortuito en el matrimonio unitivo de 1469 (entre Isabel y Fernando) fue el haber existido entonces una muchacha de diecisiete afios capaz de arriesgarse a rechazar la imposicién de un enlace portugués o francés, y capaz de apa- sionarse por viejas aspiraciones histéricas que su hermano En- rique miraba despreciativo y burlén; pero bien seguro es que si Isabel hubiese cedido a las presiones de Enrique y de Pacheco 38 (aceptando los otros matrimonios «fordneos») no hubiera tardado en realizarse por cualquier otro camino la vieja inevitable aspi- racién unitaria>. Y trae don Ramén como respaldo las palabras dirigidas por Nebrija en 1492 a la reina dofia Isabel: «Por la industria, trabajo y diligencia de Vuestra Real Majestad, los miembros y pedazos de Espafia se redujeron y ajustaron en un cuerpo y unidad de reino, la forma y trabazén del cual asf esta ordenada que muchos siglos, injuria y tiempos no la podrén romper ni desatar». Cu4nto siento no preguntar hoy a don Ramén Menéndez Pidal si esos indeclinables golpes de tim6n, cuyo fruto fue la grandeza hist6rica de Espafia, los vefa él también cumplidos en el rea de nuestra vida religiosa que fecund6 con experiencias misticas el siglo de oro. De no aparecer Teresa de Jestis y Juan de la Cruz, cémo nos hubieran ido las cosas. Pero ellos, Teresa y Juan, los dos, nacieron en la hora exacta. Con esa imposible pregunta a Menéndez Pidal, se engancha el destino de Juan de la Cruz al destino colectivo de Espajia. Nuestra gente hispana del siglo de oro percibié que trafan entre manos «un proyecto politico con validez para el mundo entero» (Palacio Atard): funcionarios de la corona, escritores, capitanes y soldados de Jos tercios, comerciantes, damas nobles, estudiantes de Salamanca y Alcala, hasta los macilentos labriegos de Fontiveros y los vagabundos de Medina, todos veian la rea- lidad de Espafia como faro y modelo universal. Estaban poseidos, sostenidos por un ansia planetaria, por una conciencia césmica. Encontraban normal y justificado que los mozos partieran de Castilla hacia horizontes lejanos para no regresar jamds: pelean y mueren dispersos por tierras de Portugal, Paises Bajos, Italia, Africa; y mas alld del océano, en Indias y en Filipinas. Considero inscrito en esa misma utopia el trabajo espiritual de Juan de la Cruz, quien renuncia a resolver los pequefios pro- blemas de la conducta cristiana; no le interesa una predicacién moralizante: fray Juan se plantea cudl es la respuesta coherente del hombre a la suprema invitacién divina de amistad. Nada 39 menos. Afronta un interrogante radical. Humano, universal: Esta Dios ahi a la espera, y Juan quiere saber «qué hacemos con El». Quiere descubrir la respuesta nuestra de creyentes, de hombres: al margen y por encima de condicionamientos histéricos, geo- graficos, culturales, econémicos. El] hombre desnudo ante Dios que espera. Espafiol pobre de aquella época pobre, espafiol febricitante de aquella Espafia arrebatada por la grandeza de su visién uni- versal, veo a Juan de la Cruz perfectamente inserto en su tiempo. Don Ram6én Menéndez Pidal dirfa que fray Juan ocurrié «ine- vitablemente»: dio respuesta a las expectativas espirituales de nuestro pais. La Iglesia oficial andaba metida hasta el cuello en negocios temporales, disputéndole al rey el ejercicio del poder; clérigos, frailes y monjas, una nube, mas o menos habia un religioso por cada setentaicinco ciudadanos, sacaban mal que bien adelante su estémago; la religiosidad del pueblo descansaba en practicas piadosas y preceptos pascuales, pero tan flaca de vigor que merecia la dura sentencia de fray Luis de Granada, quien definié a los espaiioles «enteros en la fe, rotos en la vida». Teresa de Jestis y Juan de la Cruz enderezaron el fervor mistico disperso por nuestra geograffa orientandolo hacia las metas «esenciales». Cumplieron ellos también la misién universal del siglo de oro. Fueron la proa de vigorosas oleadas cristianas. Repasando sitio a sitio los itinerarios de fray Juan, he descu- bierto por qué no podemos comprender hoy la existencia de aquellos hombres y aquellas mujeres: dénde radica la maxima diferencia entre sus modos de vivir y los nuestros. EI secreto esta en las vias de comunicacién y en el telediario: la manera de echarse a viajar y la rapidez de informarnos. Claro que sdlo viajaban quienes no podian evitarlo, nadie viajaba por placer. Al regresar de Mancera o camino de Granada, me he detenido a buscar contrastes en una estacién de ferrocarril, en un aero- puerto, en las gasolineras de autopista: allf me pregunto cual es 40 el parentesco de los espafioles de hoy con los del siglo XVI; y llego a concluir que parecemos habitantes de planetas distintos. Vengamos al caso fray Juan de la Cruz. Su imagen de fraile mistico sugiere la estampa de un monje escondido entre muros del monasterio: falsa imagen. Los sabuesos de su biograffa hemos reconstruido cuidado- samente los viajes de fray Juan y el resultado nos arroja un total de veintisiete mil kilémetros; caminados en treinta afios, de los cincuenta que vivid. El cémputo, legua arriba legua abajo, ofrece mucha certeza. Nunca podemos asegurar que de tal a tal poblacién fray Juan tomé precisamente esta ruta de tantas leguas; pero existen dos repertorios de los caminos de Espafia compilados por Juan de Villuga y Alonso de Meneses a mitad del siglo XVI: consta que los caminantes, sueltos o en caravanas, ajustaban sus viajes a esos itinerarios. El de Villuga tiene portada deliciosa: «Repertorio de todos los caminos de Espafia, hasta agora nunca visto, en el cual hallarén cualquier viaje quienes quieran andar. Muy pro- vechoso para todos los caminantes». Una media de mil kilémetros al afio para nosotros significa hoy casi una broma; los hace, y muchisimos més, todo el mundo, en auto, en tren, en avidn. Aqui esta el busilis: fray Juan de la Cruz cumplié su media de mil kilémetros anuales «a pie»: a pie casi siempre, a pie descalzo. Por los documentos se ve que «pie descalzo» significd normalmente los pies sin medias, con sdlo abarcas, chanclas o alpargatas. De algunos viajes sabemos que le tocd en suerte un mulo, una mula, un borrico. En ocasién excepcional, litera. El caballo, signo de riqueza, estaba severamente prohibido a los carmelitas descalzos. No podemos ni siquiera imaginar como los caminos influen- ciaban la mentalidad de aquellas gentes: heladas de invierno, nieves, Iluvias y viento, barrizales; calores veraniegos, polva- redas, sofocos del mediodfa ardiente; frescura primaveral; cari- cias doradas del otofio. El contacto directo con la naturaleza, delicada y tierna unos dias, feroz a veces. La comida, frugal; el descanso, a la buena. Encuentros en ruta y en mesones con toda 41 clase de viajeros, nobles, truhanes, cultos, bribones, pacfficos, pendencieros. Noches en alguna venta repleta de picaros. Y por encima de todo la medida del tiempo, el ritmo existencial: horas, dias, meses... Si la caminata era larga, el morral apenas alcanzaba: recibian limosnas, compartian con otros pobres un mendrugo de pan. Tampoco nos entra en la cabeza la frugalidad de los stbditos de la gloriosa monarquia. Investigadores tan severos como Ferndn- dez Alvarez concluyen que confrontando salarios y precios en «la sociedad espaiiola del siglo de oro», el jornal de un trabajador daba para comprar al dia dos docenas de huevos o un litro de aceite, a elegir. Los salarios de un maestro albaiiil o carpintero alcanzaban mas o menos el doble. Ustedes me dirén cudntos lujos podrian permitirse gastando extras en el viaje. Los ricos, claro es, viajaban de otro modo. A fray Juan le tocé viajar de pobre. J uan de la Cruz pated Castilla y Andalucia. Afiadié una gran caminata, de Granada a Lisboa. Aragén, Catalufia, Levante, y la franja nortefia de la peninsula, quedaron fuera de sus itine- Tarios. Le divertia caminar. Disfrutar el viaje. Tres cuartas partes de sus correrfas las cumplié por tierras andaluzas. Lo veremos rezar, cantar, charlar; saborea silenciosamente los colores y el aire. Dos ejes trazan el cuadro global de movimientos de nuestro fraile: norte a sur, desde Valladolid hasta Mélaga; este a oeste, desde Caravaca (provincia de Murcia) hasta Lisboa. Las primeras andanzas, cuando nifio, las cumplié agarrado de la mano de su madre: Fontiveros, Arévalo, Medina, tierras en la raya de Avila con Valladolid. Estudiante, de Medina a Salamanca. Incorporado a la patrulla teresiana recorre desde Me- dina caminos a Valladolid, Avila, Duruelo, Mancera, Alba de Tormes, Segovia; con dos «excursiones» mds allé de Madrid: Pastrana y Alcald de Henares. Lo secuestran en Avila; lo llevan preso a Toledo. De la ciudad imperial bajé por Almodévar del Campo a tierras de Andalucia: recorrié en idas y venidas la ancha regién, con varias visitas a 42 Castilla. Ustedes imaginan, echarse a la cara el camino a pie de Granada a Madrid, ida y vuelta. ;Y marchar desde Granada a Lisboa, un mes, de tirén, y otro de regreso? Le pasé de todo, ya veremos. Pero camina a gusto, viaja contento. En dejando las vias principales, sendas y atajos suelen seguir un trazado endia- blado. Vericuetos por las sierras, barcas endebles para cruzar los trios, vagabundos, bandoleros en acecho: «hartos males», escribia madre Teresa recordando sus andanzas. A ella los ventorros le causaban tal repugnancia que describe el infierno comparandolo a una «posada para siempre, siempre, sin fin». El insigne profesor Terdn tuvo el acierto de colocar los vo- limenes de su Geografia bajo el titulo «Imago mundi», imagen del mundo. Me pregunto qué imagen del mundo se haria fray Juan de la Cruz pateando los caminos de Castilla y Andalucia. Los rastros que hallo en sus escritos mds me parecen ensofiacio- nes, idealizaciones, que descripciones puntuales del paisaje. Con un poeta nunca sabes cudndo ve lo que mira y cuando inventa lo que ve. Aus va caminante nuestro frailecillo de apariencia débil, en- fermiza. Apariencia engafiosa, fray Juan aguanta lo que no esta en los escritos. Pequefio de estatura: «cudn chico es», anota tiernamente madre Teresa. Ni fotograffas, claro, que no existian; ni alguna pintura, algin retrato fiable, que si pudieran hacerle. Nada tenemos suyo. Las descripciones con palabras nunca sirven para darte la imagen viva del personaje; que el color de los ojos, la frente ancha, las mejillas, una barbilla saliente, la tez, el pelo: total, te quedas como antes. Discuten los autores si de alto tendria poco mas de metro cincuenta o pasaba de uno sesenta. A mf un detalle me encanta, lo da un criajo que conocié a fray Juan de Avila cuando nuestro fraile andaba por los treinta de su edad: «el padre fray Joan de la Cruz era pequefio y barbinegro». Me cae, bien, barbinegro. Algo valioso recalcan quienes le trataron, una y otra vez repiten: mostraba «rostro apacible», «risuefio», «semblante ale- 43 gre», «jamés le vi melancélico 0 con rostro torcido», «boca de risa»; «con un rostro alegre y risuefio». De donde diablos habremos sacado la estampa tétrica de Juan de la Cruz. Pues todo a cuenta de que sus libros hablan de «nadas» y renuncias. Las monjas, buenas son ellas para dejarse ir el aire de fray Juan, cuentan segtin veremos detalles bien gustosos. Suelen ser imparciales, objetivas. A sor Maria de San Pedro le parecié «un hombre no hermoso y pequefio», le caerian mal los barbinegros: pero, amigo, «no sé qué traslucia», confiesa la monja, pues le parecié que «moraba Dios en él como en templo santo», Otra explica sus impresiones: «Parecia que a fray Juan de continuo le tiraban el coraz6n del cielo». Si lo tenfa dicho madre Teresa, que de hombres sabia un rato: «Es muy espiritual y de grandes experiencias y letras...», «es un hombre celestial y divino». Vamos, literalmente lo dijo ella: Fray Juan «en mi opinién es una gran pieza». Cuan chico es. Alla va, caminante. Una gran pieza. De gente muy bien nacida El cubil de los Yepes Yepes: EI pueblo de sus abuelos le hubiera gustado a fray Juan, creo. Nunca tuvo la oportunidad de visitarlo. Hoy abundan dis- persos por Espafia y América gentes que llevan el apellido Yepes: industriales en Barcelona, médicos de Caracas, hasta mi amigo el joven taxista de Avila que se pone orgulloso cuando le digo que voy pegado al rastro de san Juan de la Cruz; comenta: —Quiz4 seamos en casa familiares del santo, mi abuelo vino de Toledo. Mediado el siglo XVI este apellido te lo encuentras en la esquina de cualquier documento. He visto incluso un «sargento Yepes», cautivo viejo en Argel cuando por los afios de 1570 a 1580 Miguel de Cervantes verifica desde las mazmorras del baja sus tentativas de fuga, tercamente fracasadas. Pero los Yepes fetén tuvieron aqui, en la villa toledana de Yepes, su cubil familiar: Los abuelos de fray Juan. Vean el mapa comarcal alrededor de Toledo, véanlo ustedes por favor, que a estos negocios histéricos conviene darles marco geografico. La ciudad imperial preside. A mi me encanta mirar Toledo desde una altura que yo me sé, los ojos semicerrados, viendo la ciudad de amanecida con el rio prieto, como una cincha cifiendo su cintura y el horizonte misteriosamente dramatizado por la bruma: entonces pienso que de finales del siglo onceno, cuando nuestro sefior don Alfonso VI la toma y asienta en ella la capital 47 del reino, hasta mitad vencida del siglo dieciséis, cuando Felipe II inventa Madrid, Toledo ha sido la proa, mejor, el mascarén de proa de Castilla navegando en la cumbre con una corpulencia excesiva; suefio lo bien que por cimera le hubieran ido a Toledo unas torres aladas al estilo del alc4zar segoviano. La ciudad imperial preside media docena de Ambitos geo- graficos muy atractivos. El que tira hacia Ocajia, rfo arriba por la orilla izquierda del Tajo, tiene Yepes a treintaicinco kilémetros de la capital: son tierras de la planicie que Ilaman «mesa de Ocafia», con una altitud que no alcanza los mil metros sobre el nivel del mar. El terreno se mantiene mds bien Ilano, suaves ondulaciones. Para Hegar de Toledo a Yepes arrancas a buena velocidad por la espléndida carretera direccién Ocafia. Te alegra verla tan aparente. Los toledanos explican: —Verd, desde que Toledo fue declarada capital autonédmica de Castilla-La Mancha, disfrutamos mejoras en las vias de co- municacién. Claro, a ver si no cémo cumplirfan los politicos sus campafias electorales. Tampoco anda mal el ramalillo desviado, por la derecha, hacia Yepes. Partido judicial de Ocaiia, diécesis y provincia de Toledo: un pueblecillo de cuatro a cinco mil habitantes, agrupado el caserfo en torno a la iglesia parroquial. De las murallas medie- vales quedan cuatro arcos: corresponden a las cuatro puertas que daban entrada por cuatro caminos convergentes, principal el de Toledo. Las cuatro puertas son hoy puro ornamento, se les han pegado casas al costado. Un templo monumental, soberano, la parroquia, de traza herreriana y con espacio para acoger holga- damente las devociones de la villa. Cuentan los papeles que protegié la construccién el cardenal Silfceo. ; El rostro de los vecinos es amable, da la impresién de que viven a gusto, —Puedes jurarlo —me confirma el cura pérroco—, sin gran desnivel entre ricos y pobres no hay amarguras en el pueblo. Los campos producen bien de trigo y aceite. 48 —En primer lugar las vifias, aseguran en Toledo que Yepes da el mejor vino de la zona. —Buen vino, con fama de siglos. Bueno el vino y buena la gente: Yo soy extremefio, nacido en aquellas parroquias bajo jurisdiccién del arzobispo de Toledo. Pues vine aqui temiendo encontrar personas de cardcter frio, ya sabes, manchegos reser- vados, herméticos. Ni pensarlo. Mis feligreses son cordiales, acogedores y abiertos. Ademas del campo nos cayé la suerte de tener ubicadas en el término municipal dos fabricas de cemento, asi que la mano de obra esté empleada. No sé si engafiaré, pero a Yepes hoy se le ve alegre la cara. Un pueblo contento con su suerte, no es poco en los tiempos que corren. Me cuentan que a las familias les disgusta enviar lejos sus muchachos, prefieren darles en Toledo y en Madrid ensefianza profesional y que se traigan un oficio bien aprendido. Del siglo XVI, cuando Yepes fue cubil familiar de los abuelos de fray Juan, queda rastro en los escudos que dan fe de nobleza a las fachadas; y en una docena de apellidos sonoros. Al parecer ocurrié en estos contornos el vapuleo que propinaron los celtiberos a los pretores romanos, Calpurnio y Quintio, quienes regresaron a Roma maldi- ciendo de los celttberos de Hippo, extraio nombre de Yepes en siglos remotos. El esplendor llegé a la villa en tiempo del emperador don Carlos, todavia Yepes bajo el sefiorio de los arzobispos de Toledo. Nacieron aqut varones ilustres: destaca el fraile jerénimo don Diego, prior que serta del Escorial recién fabricado y confesor de su majestad Felipe II. Del parentesco entre los infinitos Yepes dispersos por el mundo nadie puede ofrecer garantta. Hubo Yepes artesanos, mari- neros, pintores, nacidos en Valladolid, Sevilla, Madrid; hasta un poeta venezolano en Maracaibo, a mitad del siglo XIX: José Ramon, valiente capitdn de navio y lo metieron en politica. Ast que poeta, marino y ministro de la guerra. Hablan aqui con algin orgullo sobre los tiempos pasados: —Mire, los cereales, la uva y el ganado sostenian la pobla- cién; tardarian en llegar los inventos del cemento; pero a nuestra villa nunca le faltaron algunas industrias. —glndustrias? 49 —Tuvimos fébricas de harina, vendiamos excelente queso manchego, y sobre todo el trabajo de la seda que originé un comercio excelente. El comercio de la seda hizo ricos a los abuelos de fray Juan. Ricos y nobles. Ricos y nobles fueron, aseguro, los abuelos de fray Juan. Pero a los historiadores da hilo que torcer si también eran judios de origen. Al final de este libro veremos que los frailes carmelitas amar- garon los tiltimos afios de Juan de la Cruz; los frailes suyos, los descalzos: que los calzados le zurraron la badana cuando joven. Ya muerto, no les apetecfa glorificar su recuerdo. Tardaron vein- ticinco afios en publicar sus libros, y fue como soltar un torrente que bajara de los altos picachos: los frailes comprendieron que fray Juan acabaria proclamado oficialmente santo. Resultaria fef- simo verles a ellos displicentes. Decidieron ocuparse del caso. Nada menos que el padre general de la Orden carmelitana, fray Juan del Espiritu Santo, vino en persona con su secretario a Yepes «deseando saber de raiz y de sus principios la descendencia, de nuestro venerable y santo padre». El fraile general queria decir la ascendencia, naturalmente. El linaje, la estirpe de fray Juan. Corria el afio 1628, habia muerto Juan de la Cruz treintaisiete afios antes. Un poco tardaron los frailes, la verdad. Pero vinieron. El general y su secretario tuvieron la fortuna de topar con un clérigo ilustrado, doctor Garcfa del Castillo, comisario de la Inquisicion y pariente cercano de fray Juan: natural de Yepes, Garcia del Castillo «se habia molestado en averiguar los ante- cedentes de su santo pariente». Bendito clérigo erudito, Dios lo haya recompensado. El doctor Castillo consiguié elevar el 4rbol genealdgico de la familia hasta mitad del siglo XV. Los Yepes, «estos Yepes», descendfan del noble hidalgo Francisco Garcia de Yepes, «hombre de armas» del rey don Juan II en 1448. El certificado real asigna a favor del «hombre de armas» Garcia de Yepes una soldada anual de mil quinientos maravedises, y le obliga a aportar su propio caballo. Del hidalgo Francisco, hombre 50 de armas, desciende una linea recta de consanguinidad por su hijo Pedro al nieto Gonzalo, primer Yepes que lleva de nombre «Gonzalo»: fue bisabuelo de fray Juan; y puso su nombre Gonzalo aun hijo, conocido como «Gonzalo de Yepes el segundo», abuelo de fray Juan. Al parecer este «Gonzalo segundo» llevd a es- plendor econémico la familia, pues sus hijos, esparcidos por la comarca toledana, ocuparon puestos sociales distinguidos: sa- bemos que uno fue médico en Galvez y otro cura importante en Torrijos. A otro de los hijos, el que mas nos importa, lo Hamé Gonzalo, tercer Gonzalo de la serie familiar: seré el padre de fray Juan. De modo que padre, abuelo y bisabuelo de nuestro frailecillo se llamaron, los tres, Gonzalo: Gonzalo de Yepes. {Cuadl fue la meta de «Gonzalo tercero», el futuro padre de Juan de la Cruz? Ni clérigo, ni médico, ni militar... gen qué ocupé sus afios juveniles? La pista documental es tardia. Ya mozo casadero, encontramos a Gonzalo trabajando como «gerente, ad- ministrador 0 contable» del negocio familiar de comercio con las sedas. Su padre, el «poderoso» comerciante asentado en Yepes, ha muerto, parece que luego de implantar en Toledo capital una plataforma del negocio. A Gonzalo hijo, huérfano prematuro, lo acogié en su casa toledana un tfo canénigo, serfa hermano o primo de Gonzalo padre; y alli, en Toledo, Gonzalo hijo crecié, se educé y se preparé para cumplir su tarea como «gerente». Hoy el canénigo hubiera matriculado a su sobrino en la facultad de ciencias empresariales, aquella época ensefiaba economia «prac- ticando». El mozo Gonzalo debié de salir espabilado, pues mien- tras sus hermanos ocupaban plazas profesionales, instalados como médicos o prebendados de la Iglesia toledana, él viajaba a las ferias de Medina del Campo, cita anual de los traficantes europeos. Sin embargo, podemos atisbar que «algo» ha ocurrido en la prosperidad de la familia Yepes, antes o después de morir Gon- zalo padre: porque Gonzalo hijo, «agente comercial», no viaja a las ferias de Medina por cuenta propia 0 en representacién de sus hermanos; sino como factor «de unos tios hacendados mer- caderes en sedas, cuya administracién y contadurfa lleva». Cada uno de los datos que aqui entrego al lector ha costado a los Sl investigadores dejarse las pestafias desempolvando viejos legajos de los archivos. Nunca los amigos de Teresa de Jestis y Juan de la Cruz pagaremos cumplidamente el esfuerzo del académico toledano Gémez-Menor, increible sabueso de los linajes Sanchez- Cepeda, por el costado madre Teresa, y Yepes por el costado fray Juan. Gémez-Menor ha recreado el ambiente comercial de Toledo al que ambas familias pertenecieron: aquellos «merca- deres» no eran simples «tenderos», pertenecian a la clase do- minante por encima de artesanos e industriales. Y equiparados a las profesiones liberales, comerciaban en joyas, tejidos, libros, especias; responsabilizandose, mediante sus representantes, del almacenaje, transporte y distribucién de los productos: ejercian simulténeamente de financieros y de comerciantes, tanto al por mayor como al por menor con tiendas abiertas en el barrio to- ledano de Zocodover. En Yepes he visitado con el debido respeto la casa solariega de don Gonzalo padre, abuelo de fray Juan. El abuelo Gonzalo, descendiente directo de aquel «hombre de armas» Francisco Gar- cia de Yepes, fue rico, aunque ignoramos si murié arruinado; y fue noble, desde luego. Asi lo afirman testimonios de la época: eran «gente muy bien nacida y nobles de linaje», «abastados de bienes de fortuna y ricos». Me apetece presentar aqui un testigo que de alguna manera divierte y a la vez enternece. A pocas paginas que avancemos, el lector conoceré los hermanos de Juan de la Cruz: Pocos, porque su padre murié temprano. Solo fueron tres: Francisco, el mayor; Luis, que muy nifio murié de hambre, literalmente, de hambre; y Juan. Juan y Francisco crecieron, se quisieron, se amaron entrafiablemente. Francisco, algo Ppicaro en su juventud, senté la cabeza, se cas6, y engendré una pollada de hijos, que le murieron prematuramente; salv6 una nifia, luego monja cisterciense. Juan admiraba a Francisco, a quien consider6 hombre santo, de altar: espiritual, bondadoso, humilde, sacrifi- cado... Lo fue, ya veremos. Pues el caso es que a Francisco, fallecido luego de Juan, tocé declarar acerca de su hermano. Y dijo esta frase lacénica, e impagable, donde vemos cémo los 52 espafioles del siglo XVI valoraban, desde la pobreza y la hu- mildad, el linaje de sus familias: «Los padres del padre fray Juan de la Cruz fueron naturales de Toledo. El padre era noble. Lla- méabase Gonzalo de Yepes». De acuerdo, «nobles». Y ricos, aunque me pregunto si el abuelo Gonzalo se arruind. He visitado su casa en Yepes. {Es realmente aquella casa? La indicacién tradicional parece bastante sdlida. A un paso de la plaza mayor, los propietarios actuales la enseflan con gusto, indicando vigas y dependencias que permanecen «sin tocar, como en aquellos tiempos». Han respetado incluso un fragmento de muro original. Los amplios espacios a ras de tierra sugieren la existencia de graneros, cuadras y almacenes donde el abuelo Gonzalo amas6 probablemente una fortuna... Noble. Rico, sin duda. ZY de sangre judia? Alo largo de la segunda mitad del siglo XX los historiadores hispanos han realizado un descubrimiento sensacional: El peso literario, eco- némico y religioso de los cristianos conversos del judaismo sobre la sociedad espanola. En torno a los judios hemos tenido de siempre la conciencia gravada: A mitad del siglo XIV, y sobre todo en la iiltima década, afio 1391, se desaté en Espafa una espiral de violencia contra los hebreos. El pueblo llano miraba con rencor y resentimiento los barrios judios donde la cldsica tenacidad y el talento comercial de los hebreos habtan acumulado copiosas riquezas. Furibundos frailes predicadores dieron en clamar desde el pulpito contra «el pueblo deicida» responsable de la condena del Senor Jesucristo. Despertaron el fanatismo del «populacho cristiano» que tomé la costumbre de atacar en cada ciudad el barrio judio y rapifar sus bienes, sin sentir escriipulos al incendiar sus casas 0 asesinar personas. La furia de aquella «guerra santa» pretendi6 justificarse por los «crimenes ri- tales» achacados a los judios, y por el ejercicio de la usura que permitta a los prestamistas hebreos acaparar riquezas. Esta siste- mdtica persecucién motivé a lo largo del siglo XV gran nimero de «conversiones» al cristianismo, unas sinceras, la mayorta falsas: de modo que ademds de la minoria hebrea, judtos propiamente tales, aparecié en la sociedad espafola una clase conocida como «cristianos nuevos» provenientes del judatsmo. Estos «conversos» eran mirados 53 con recelo porque se tenta la sospecha de que «judaizaban» en secreto, es decir, continuaban practicando los ritos de su religion hebrea. El primer objetivo del tribunal de la Inquisicién, establecido por los Reyes Catélicos en Sevilla el afio 1478, fue «escudrinar» en las filas de «conversos» para localizar «judaizantes»: las denuncias amar- garon la vida de familias sinceramente convertidas y sembraron el Panico a causa del catdlogo de penas, que iban desde la imposicioén del «sambenito» hasta cdrcel, multas, prision perpetua y autos de fe. El 31 de marzo de 1492, los Reyes Catélicos firmaron en Granada el decreto de expulsin de los judios. Unos ciento cincuenta mil hebreos abandonaron Espafia. Los historiadores calculan que doscientos o doscientos cincuenta mil permanecieron como «conversos»; conti- nuarian siendo objeto de vigilancia inquisitorial. Doscientos, trescientos mil conversos, desparramados por la geo- grafta peninsular, originaron con sus enlaces matrimoniales en una sola generacién tal maraia de cruces sanguineos que cualquier familia corria riesgo de verse sometida a investigacion inquisitorial. De modo que la «limpieza de sangre», es decir, la certeza de que ninguna contaminacion judia habia entrado en el drbol genealégico de una persona, se convirtid en obsesion nacional. Ni que decir tiene cudnto proliferaron sospechas, denuncias y venganzas. Los procesos inqui- sitoriales que ahora estudiamos revelan el acoso sufrido por ilustres personajes de la literatura, de la politica e incluso de la religion, cuya familia habia incorporado en linea recta o colateral un aporte de sangre judia. Los conversos estaban sujetos a sospecha: de entrada Se les consideré ficticiamente convertidos, y por tanto enlazados en Secreto a conjuras permanentes contra Espafia y contra la religion cat6lica. Esta sombra de infidelidad patriotica y religiosa alcanz6é personajes ilustres nacidos en familias conversas: entre los santos, Juan de Avila y Juan de Dios; entre los dignatarios, fray Hernando de Talavera, confesor de la reina dona Isabel y primer arzobispo de Granada; entre los humanistas, fray Luis de Leon, Luis Vives, el secretario de Cisneros Juan Vergara... También Diego Lainez, se- gundo general de la Compaiita de Jestis, pertenecié a familia conversa. Y Teresa de Jestis, cuyo abuelo, el opulento mercader Juan Sanchez de Toledo, tuvo la astucia de someterse voluntariamente a un proceso inquisitorial y cumplir la pena cuando el tribunal de la Inquisicion subta desde Sevilla a tierras toledanas: asi salv6 la hacienda yle dejaron en paz. La ciudad de Toledo representa un caso especial respecto a los conversos: aqut eran muchos, muchisimos y ademds poderosos. Quizd 54 en ninguna otra ciudad espafila se dio tan poca importancia ala limpieza de sangre. Es verdad que, a mediados del siglo XV, Pedro Sarmiento impuso en Toledo el primer «estatuto» anticonverso. Pero luego han pasado tantas cosas. Ahora, a mediados del XVI, el cardenal Silfceo va a sudar siete camisas para introducir el estatuto de limpieza de sangre entre los canénigos de la catedral. Los conversos han entrado en el tejido social toledano de tal modo que apenas habra persona cuyo Grbol genealdgico soporte una investigacion seria: Quizd un individuo nacié efectivamente de padre «cristiano viejo», pero el abuelo materno era «converso». La plantilla de los mercaderes de Toledo, cuyo talento financiero y comercial sostiene la vida econdmica de toda la ciudad, descansa en familias conversas: que saben apoyar generosamente fundaciones benéficas, abren conventos, pagan hos- pitales. Han encontrado una gatera para colarse dentro de la nobleza. Las leyes negaban categorta de hidalgos a quienes no hubieran pro- bado «limpieza de sangre». Privilegio muy codiciado era que los hidalgos, por su nobleza, estaban libres de pagar sributos. Pero los mercaderes toledanos, sin duda como favor real a su trabajo, habtan conseguido las exenciones tributarias, Asi que tomaban el bli procesal inverso: por mercaderes, libres de pechos y tributos; por libres impuestos, accedian a hidalgos; por hidalgos «se les suponfa» limpieza de sangre. Total que ni la mismisima Inquisicién podia acla- rar la marafa de Toledo, ciudad donde la convivencia se ajusté a normas establecidas de antiguo por la sexta ley de las «Siete Partidas» de Alfonso el Sabio, rey razonable: los judtos, una vez convertidos al cristianismo, han de ser honrados y aceptados en cargos y honores. Toledo cumplié el deseo del Rey Sabio: los judeoconversos llevaron sin reservas apellidos nobles. Don Gonzalo de Yepes, el abuelo Gonzalo...: Toledano, mer- cader, jefe de una familia dispersa por los Tecovecos de la ciudad imperial y pueblos cercanos, emparentado con apellidos «de no- toria filiacion conversa», y un hijo médico, profesién caracte- ristica de judios y conversos, gllevé en sus venas sangre hebrea? Hace ahora veinte afios, mi amigo el investigador toledano Gé- mez-Menor tenia ya revisadas cien mil escrituras de los proto- colos donde constan las transacciones comerciales de mercaderes con apellido Yepes. Ignoro cudntas escrituras habré examinado 55 desde entonces, aunque sé que ahora mismo anda muy atareado investigando de qué canteras proceden los sillares de la catedral de Toledo para ver si ayuda a curar el mal de piedra corrosivo de nuestros monumentos artisticos. Conoce bien Gémez-Menor el sistema arterial de la vieja Toledo. Se ha planteado la pregunta: si Juan de la Cruz fue «cristiano nuevo», es decir, si el abuelo don Gonzalo provenia de conversos judios. Los indicios parecen convincentes: «La clase mercantil toledana era mixta, en su in- mensa mayoria: de sangre judeocristiana». El apellido Yepes «fue usado tanto por personas del grupo cristianos viejos como de cristianos nuevos». Al entrar fraile, Juan de Yepes cambiaré su apellido. Y le veremos apegado a la Biblia como una lapa. Su padre, comerciante en sedas. Su tio, médico. «De gente muy bien nacida», desde luego. Nobles, hidalgos. Ricos, quién sabe si arruinados. Y casi seguro con un chorro de sangre judia... Pregunto en el pueblo: si es duro el clima de Yepes. Res- ponden que a medias: —Los inviernos eran antes muy fuertes, ahora el frio aprieta menos; en cambio el calor del verano arrecia, sera por eso que dicen de la contaminacién atmosférica... Las carmelitas descalzas tienen aqui monasterio. Me obse- quian con agua de limén, riquisima. 56 5 Gonzalo y Catalina, padres de fray Juan: por amor se casaron Fontiveros 1529 Aio de 1529: Sobre el clan de los Yepes, en Toledo y su contorno, ha cafdo un susto descomunal. Un estampido, una catdstrofe. Hace tiempo, ignoramos cudnto, murié don Gonzalo. {Por qué sospecho que el viejo patriarca murié arruinado? Pues veran, dej6 bien colocados los hijos que estudiaron carrera, quiz4 en la universidad de Alcalé. Uno de los hijos, llamado Juan, ejerce como médico en el pueblo de Galvez, veinte kilémetros de Toledo hacia el sur, direccién a la sierra. Otro hijo, cuyo nombre des- conocemos, ejerce como clérigo prebendado en la comarca de Torrijos. Mas hijos engendraria, el viejo don Gonzalo: hemos perdido su memoria. Pero queda uno, probablemente el més joven, que repite nombre del padre y del abuelo, «tercer Gonzalo» en e] tronco Yepes. Gonzalo junior, evidentemente «heredado» a raiz de la muerte de su padre, esté pobre, es pobre: Al quedar huérfano lo acogié en Toledo un tio bienestante, canénigo de la catedral, y lo ha criado en su casa. Cuando ya cumple la edad de ganarse la vida, otros tios «hacendados mercaderes en sedas», le han puesto en su negocio: lleva la contabilidad y viaja como representante a las ferias de Medina. Deduzco que el viejo don Gonzalo, rico, noble, y probablemente de sangre judia, murié arruinado; dejando a su tltimo vastago sin oficio ni beneficio. Gonzalo Yepes trafica con sedas al por mayor, «por grueso» dicen los feriantes de Medina. Ha de ser Gonzalo hombre valioso cuando sus tfos adinerados lo envian siendo joven a negociar en 59 la famosa feria «europea». Los comerciantes de Medina del Cam- Po sostienen la categoria internacional de su feria que continuard esplendorosa hasta que Felipe II a partir de 1561 concentre las finanzas en Madrid, elegida por él para nueva capital de Espaiia. Medina ha aceptado las férmulas fiduciarias modernas que per- miten eludir, mediante créditos y letras de cambio, los riesgos de andar por caminos con dinero en la bolsa. En los «cuentos viejos» que Juan de Arguijo tiene recogidos de aquella «vieja Espafia» narra el didlogo de un bandolero enfurecido al compro- bar que su victima en vez de monedas lleva pagarés: «Un van- dolero pregunté a un viandante de buen pelo a dénde iba y qué dinero Ievaba. —A Italia, y cuarenta escudos. —Pues {c6mo tan poco para un camino tan largo? —Llevo doscientos escudos en letras. —Pues como, ¢mi dinero en letra? Y diole muchos palos». EI itinerario de Toledo a Medina lo tienen los castellanos bien trillado, asf que el joven Gonzalo no hallaré riesgos exce- sivos. La distancia se mide a jornadas, que discurren por rutas mal trazadas; y si el viajero va solo, muy peligrosas. Por eso suelen ir en caravanas, con carros entoldados, y gente a caballo. Me encantaria saber que los tios ricos le Proporcionaron a Gon- zalo un lindo caballo para sus viajes a Medina: a fin de cuentas eran mercaderes poderosos, ,por qué no iban a cuidar la imagen del sobrino «agente comercial»? Ya ven ustedes, acerca de este Gonzalo Yepes, que serd padre de nuestro fray Juan, apenas constan en los documentos hist6ricos cuatro datos esenciales: Da gran pena ignorarlo casi todo de un tipo a quien veremos ense- guida protagonizar episodios romdnticos de plata de ley. EI valenciano Pero Juan Villuga redact6 un repertorio —«has- ta agora nunca visto»— de los caminos de Espafia en el siglo XVI. Traz6 rutas «especiales», como Ja usada por los peregrinos a Santiago; sefialé ejes econémicos de primer orden orientados hacia las ciudades con feria y hacia los puertos. La meseta central aparece densa en rutas que la cruzan por todas direcciones: en- laces hacia el sur por Despefiaperros, y hacia Levante por el 60 portillo de Almansa. Los puertos de Guadarrama y Somosierra unen las dos Castillas. El paso de Toledo en direccién Medina atraviesa Avila: Una ruta que salva las estribaciones orientales de Gredos siguiendo el curso del rio Alberche, para subir luego por Cebreros hasta la capital abulense. ; ; . Desde Avila, Gonzalo Yepes tenia el camino directo a Medina por Arévalo. Sin embargo, solia desviar a la izquierda buscando Madrigal de las Altas Torres. ;Por qué? Paraba la ultima noche en un pueblecito [lamado Fontiveros, a nueve leguas de Medina. Teuat que Pero Juan Villuga, el valenciano, trazé un mapa de los caminos de Espafia del siglo XVI, vaya usted a saber qué topdgrafo angélico vigilaré mas arriba de las nubes el tejido de rutas con las cuales los seres humanos entrelazamos nuestras trayectorias sobre la piel del planeta Tierra: Gonzalo Yepes co- nocié a Catalina Alvarez..., «qué casualidad». ; : Los papeles de la época no cuentan el motivo del «primer viaje» de Gonzalo Yepes a Fontiveros, la «primera» vez de su desvio. Hemos de pensar en razones comerciales. Quiza si el negocio familiar de la seda cubria un drea de Toledo a Medina, Gonzalo contara con alguna red de agentes incorporados en cier- tos pueblos al tejido o a la venta de sus productos: los mercaderes de Toledo financiaban telares distribuidos por domicilios priva- dos. Hemos de suponer que los Yepes no limitaron estrictamente su actividad comercial a la seda, producto caro, costoso, cuya difusién excesiva habfa inquietado tiempo atras a la reina dojia Isabel: los rebafios de Castilla rinden abundante lana merina que sirve de materia prima para la industria pajiera. : Ya ven ustedes en el mapa cl pueblo de Fontiveros por la ruta que de Avila lleva hasta Medina via Madrigal de las Altas Torres. Gonzalo Yepes tomaba este camino en vez del que pasa por Arévalo. Y se quedaba a dormir en Fontiveros para proseguir viaje al dia siguiente. , Fuera o no fuera corresponsal del negocio, los Yepes tole- danos contaban en Fontiveros con la simpatia y la ayuda de cierta sefiora, viuda, cuyo nombre desconocemos: quizé originaria de 61 Toledo habia venido a residir en Fontiveros por circunstancias de la vida; quizé nacida en el pueblo conocié a los Yepes a causa de las visitas que realizaba a Toledo para sacar provecho de la pequefia tejedurfa regentada por ella en Fontiveros: sedas y «bu- ratos», pafios finos que las damas utilizaban con chales y al decir del cldsico Covarrubias «tan transparentes que descubren lo que cubren». ,Financiaban los Yepes esta tejedurfa de la viuda en Fontiveros? Quizd. El caso es que Gonzalo Yepes hace alli parada y fonda. {Cuantas chicas del pueblo ganan algunas monedas trabajan- do en el telar de la sefiora? No sabemos. Hay una de la que si conocemos un pufiadito solo de noticias, y vive Dios cudnto pagariamos por disponer de su biograffa. Es huérfana, se llama Catalina Alvarez, nacida en Toledo; de allf vino al amparo de la viuda cuyo nombre ignoramos, y que al parecer la tiene acogida en su propia casa. Los piropos que a Catalina dedican excelentes documentos de la época hemos de someterlos a examen cuida- doso: fueron escritos cuando Catalina era madre venerada de fray Juan de la Cruz, a quien ella habfa parido en Fontiveros sin poder adivinar el personaje escondido en aquel criajuelo. A Catalina le dicen sesudos varones «joven doncella, hermosa, de porte dis- tinguido, honesta, retirada, apacible, y sobre todo buena». Ya esté, nada mds sabemos. Si, otro dato importante: era pobre; huérfana y pobre. Acogida a la bondad de la sefiora en cuyo telar trabaja. {Quiénes fueron sus padres, cudl su peripecia, qué pasé con ella en Toledo, cémo la conocié la sefiora de Fontiveros...? Misterio cerrado. Y el misterio tendré enseguida consecuencias. Porque Gonzalo Yepes se enamora de Catalina. Cosas de la vida. Las lindas y linajudas doncellas que el «brillante» agente comercial de Ja familia Yepes conocerfa en sus idas y venidas de Toledo a Medina, de Medina a Toledo. Pues viene a ena- morarse de una pobre huérfana, tejedora de Fontiveros. Guapa serfa la chica, guapa, cautivadora: Gonzalo Yepes no era un bobalicén recién caido del nido; y va a demostrar el vigor de su enamoramiento. 62 Por lo visto, por lo que veremos, en Toledo se armé la marimorena cuando Gonzalo comunica a su clan el propésito de casarse con la joven doncella de Fontiveros. Verén amigos, aqui entramos en una nube cerrada de mis- terios. Nosotros ahora ignoramos los antecedentes familiares de Catalina Alvarez, nada consta en los documentos. Pero a los Yepes les result6 facilisimo dar con ellos: Toledo, categoria de ciudad imperial, cobijarfa entonces cincuenta mil habitantes, mas © menos. La gente se conocia, costaba poco trabajo reunir los dimes y diretes de cualquier persona. Nada digamos si los padres de Catalina habian tenido que ver con algtin proceso inquisitorial: los tfos de Gonzalo, clérigos distinguidos, tendrfan a su disposicién los legajos correspon- dientes. Ahora les cuento a qué viene esta insinuacién. La familia se opuso al casamiento de Gonzalo con Catalina. Ferozmente. Implacables, que no. Aquella boda significaba un terremoto, una catdstrofe en el clan toledano de los Yepes. {Por qué? Circula entre los historiadores una explicacién razonable: «Los tios ricos de Gonzalo, orgullosos de su apellido y de su hacienda, maldicen como una deshonra la resolucién del sobri- no»; «no Hevaron bien los parientes este casamiento por ser desigual en linaje y hacienda». La viuda de Fontiveros, ama y protectora de Catalina, adiviné la furia de los Yepes: trat6 de disuadir a Gonzalo. {Qué sabfa la sefiora y viuda, cual fue el motivo de rechazo contra Catalina? {S6lo porque era pobre y plebeya? Ella, digo yo, sabria «lo que supieran en Toledo...». Aqui entra en juego el olfato del investigador toledano Gé- mez-Menor: no encuentra justificado el rechazo de los Yepes sdlo porque Catalina les parezca, lo sea, «desigual en linaje y ha- cienda». Esta reaccién hubiera sido normal «de momento», en el primer instante, hasta que comprobaran las cualidades de la 63 chica. Pero sabemos enseguida que juraron a Catalina, y a Gon- zalo, odio eterno: con la boda consideraban que la familia Yepes recibia «una gran deshonra». Mas alld de las desigualdades «en linaje y hacienda». De hacienda, Gonzalo andaba flojo, ya sabemos: esta tra- bajando a sueldo de los tios, su padre al morir no le dejé un ochavo. De ahi mi sospecha sobre la ruina de su padre. El linaje, tampoco era para ponerse a presumir como locos. La no- bleza de los «hidalgos» provenientes del comercio estaba considerada en Castilla «nobleza de segunda clase»: nobles en serio habia los sesenta linajes reconocidos por el emperador Carlos V, que gota a gota va aumentando el rey don Felipe hasta llegar al centenar a finales del siglo XVI. Los «hidalgos» constituian una nube de familias que pagando «de una vez» sus buenos dineros a la Corona obtuvieron la credencial de nobleza y la exencién de impuestos. Ademds en el drea de Toledo los mercaderes utilizaban, como sabemos, la «trampa» del privilegio comercial para obtener la hidalguta sin someterse a las pruebas de «limpieza de sangre»: asi llegaron a hidalgos los Yepes, probablemente venidos de familia judeoconversa. Quiero decir que los hermanos, tios y demds parentela de Gonzalo no tenian por qué rechazar airadamente a una joven plebeya, si era honesta y bonita. Por si fuera poco, estaba garantizada la transmisién de nobleza fa- miliar a favor de los descendientes cuando el esposo casara con mujer plebeya: la hidalguta circulaba en lineas de varén. De acuerdo con el estilo medieval machista refrendado en las mismisimas «Siete Par- tidas» de Alfonso el Sabio: «Maguer la madre sea villana o el padre JSijodalgo, fijodalgo es el fijo que dellos nasciere». En las tascas de Toledo formulaban a lo bestia el mismo principio jurtdico: «Por el caballo viene al potro la nobleza, no por la yegua». A mi se me antoja plenamente fundada la intuicién de Gémez- Menor, quien respira el aire toledano: «Algo» hubo en Catalina Alvarez que constitufa «una mdcula misteriosa», intolerable para Ja mentalidad de una familia de mercaderes de Toledo en la tercera década del siglo XVI. éQue Catalina fuera de ascendencia «conversa», judfa de origen? No basta, probablemente los Yepes también lo eran. 64 Y a los toledanos les trafa al fresco entroncar con familias conversas. Pero si Catalina fuera morisca. Cuidado, aqui entramos en zona peligrosa, que explicaria el terror del clan Yepes. Los moriscos «ocupaban en Toledo el grado infimo de la escala so- cial». En Toledo... y en toda la Espatia del siglo XVI. Hombre, habta mendigos, y expésitos, esclavos negros, hijos de ajusticiados, existe una resaca de marginaci6n y de pobreza. En teorta los moriscos merecian mayor consideracion, ya que se trata de mu- sulmanes que «convertidos al cristianismo» han quedado en Espafia después de la reconquista. Pero la conversién ha sido «forzada» y por lo mismo, en la mayorta de los casos, falsa. Ni la gente ni la Inquisicion creen que la conversion de los moriscos sea sincera, pien- san que ellos viven acogidos a la formula de Mahoma llamada «ta- quia», o falsa apostasta, segin la cual los fieles musulmanes pueden mentir, fingiendo, para librarse de la persecucién: De modo que tampoco los moriscos sinceramente convertidos ganan la confianza de los cristianos. Concurren ademds dos circunstancias agravantes. La primera que los moriscos defienden con ufias y dientes sus modos de vestir, de hablar, de cantar y bailar. Esta terquedad enfada mucho a los demds. Las mujeres moriscas perfuman y tiften sus cabellos con flores de alhefta cogidas en primavera y secadas al aire libre. A las mujeres cristianas les parece la alhefia un ungiiento mdgico, quizd satdnico. La segunda circunstancia es peor, amenazante. El empe- rador don Carlos ha de habérselas por tierra y sobre todo por mar con los turcos, a cuya proteccién se hallan acogidos miles de musul- manes expulsados de Espaiia después de la toma de Granada. Nadie sabe hasta qué punto los moriscos forman una quinta columna turca en nuestro territorio, dispuestos incluso a respaldar ataques a nuestras costas e intentos de invasién. O si pasan informes a los piratas ber- beriscos que desde sus nidos africanos piratean las aguas del Medi- terrdneo. En resumen, el morisco aparece como merecedor de toda sospecha. Una frase de Cervantes en su «Coloquio de los perros» expresard estos recelos, sin duda injustos, por parte de la sociedad cristiana: «Espafia crta y tiene en su seno tantas viboras como mo- riscos». 65 Ni siquiera se sabe cudntos son: Sobre un total de siete a ocho millones de habitantes, Espafia, dicen, cuenta en el siglo XVI tres- cientos cincuenta mil conversos judeocristianos y trescientos mil mo- riscos. A los moriscos se asignan trabajos humildes, peor remune- rados, «constituyen una mano de obra semi-esclava» (Fernandez Alvarez). Las leyes los tratan como casi enemigos, los aprietan para «que olviden la memoria de sus origenes y no se junten»: El emperador don Carlos prohibi6 el afio 1529 «que los moriscos viviesen en barrios aislados», a fin de que se mezclaran con los cristianos viejos y pu- dieran «ser adoctrinados en la religién catélica». En Castilla suelen los moriscos habitar arrabales de las ciudades, pero existen curiosos enclaves por zonas rurales. El pueblo simple, que los ve apegados a sus costumbres, sus alimentos, su lenguaje, los considera «sectarios de Mahoma» falsamente injertados en Espafia. Les acusan de cere- monias obscenas, de practicar la magia, de pactos demoniacos. Cer- vantes los designa «canalla morisca». Aunque convertidos, incluso practicantes escrupulosos de la liturgia cristiana, son considerados «infrahombres». Muchas parroquias anotan sus nombres en la partida de bautismo escribiendo al margen el calificativo infamante: «Moris- co», «moriscote». Y en el tiltimo peldafio del vilipendio, hay mujeres y hombres infelices que son nacidos de musulmanes vendidos como esclavos en Castilla durante los ultimos aftos del siglo XV: restos desventurados del reino nazart. Pues ahi va la intuicién de Gémez-Menor, el mds concienzudo estudioso de los linajes toledanos: si Catalina Alvarez fue hija de moriscos conversos, hija de esclava morisca... Esta «mdcula secreta» explicaria el terror del clan de los Yepes cuando Gonzalo anuncié su propésito de casarse con la linda muchacha de Fontiveros. «Mera hipétesis de trabajo», advierte el investigador. Pero no la considero hipétesis descabellada: tuvo que haber un motivo gravisimo, por encima de la fortuna y de la hidalguia, en el rechazo brutal de los Yepes a la decisién de Gonzalo. Si osaba vincular su apellido al de una morisca, el agravio alcanzaria significado de «gran deshonra» para la familia. 66 Catalina procedfa de Toledo. La poblacién entera de la ciudad imperial podria conocer la infamia de semejante enlace. Asi es- tuvo de asustada la sefiora viuda protectora de Catalina... Sé que Gémez-Menor dispone de algunos elementos sobre los cuales apoyar el arranque de su investigacién acerca de los padres de Catalina Alvarez. Ojald termine pronto de fichar las piedras de la catedral primada y se ocupe de aclarar los orfgenes de esta mujer «desconocida», «cuya verdadera gloria» esté en ser la madre de su hijo. Les suele ocurrir, a las madres. : El investigador abulense Serafin de Tapia ha escudrifiado con- cienzudamente la presencia de moriscos en la Morajia, tierras de Arévalo y Medina. No halla indicios que unan a Catalina con la minorfa morisca. Es normal que si la joven procedfa de Toledo, evitara mezclarse ahora con moriscos. Hay que investigar en To- ledo, tarea que pertenece a Gémez-Menor. Démosle tiempo. Se casaron, boda hubo en Fontiveros: el distinguido galdn to- ledano cas6 con la pobre joven tejedora. Corria el afio 1529: en 1530 les nacera el primer hijo, Francisco. Sera €1, Francisco, quien pasando el tiempo contaré de la boda de sus padres: Casaron «pobremente». Por amor se casaron, como se casan los pobres. Nadie que sepamos vino del clan Yepes a la boda, s6lo el novio. Pero la sencilla gente de Fontiveros les harfan gran fiesta, que una boda por amor en la que el novio paga un precio tan caro como verse arrojado de su familia rica, vale un imperio, alegra el coraz6n. Y la novia era bonita. Se casaron en 1529, el mismo afio en que nuestro sefior el emperador don Carlos hace las paces con el papa Clemente VII, a quien los lansquenetes imperiales las hicieron pasar moradas durante el «saco» de Roma: Papa y emperador firman la paz. Don Carlos acude a Italia para que el pontifice Clemente lo corone «emperador de occidente y sucesor de Carlomagno». Deja como gobernadora de Espafia a la emperatriz Isabel, refulgente de sim- patfa y belleza en los veinticinco afios de edad. 67 Tsnoro si un dia tendremos prueba documental contundente, inapelable, de los origenes judios de fray Juan de la Cruz, por parte de padre. Y quizd de su ascendencia morisca, por parte de madre. Digame si no cobrarfa valor simbélico lo que ha signi- ficado sobre nuestro suelo el cruce de las tres culturas, las tres grandes religiones del Libro: en la voz mistica del mas fino de los escritores cristianos viajan esencias sanguineas provenientes de la arteria hebrea y de la arteria islamica. Estamos amasados asi, gloria a Dios. Fray Juan de la Cruz sf sabia lo que nosotros apenas tantea- mos, la verdad de su padre y la verdad de su madre. Por eso quiz4 quedaba de vez en cuando tan callado, tan absorto, hasta merecer de los otros frailes un curiosfsimo apelativo: «Lima sor- da», le decfan: «Procedia con tanto silencio —cuenta la monja Maria del Sacramento— .que le llamaban los padres mitigados (los calzados) lima sorda». Sabjia callar. Y sonrefr por dentro. «Si supieseis», pensaria. Tuvo motivos para callar, Y, por dentro, sonreir. 68 «Hijo nacf de un pobre tejedor» Fontiveros 1540 JESVS, MARIA. IOSEPH. VIDAVIRTVDES, Y MVERTE DEL VENERA BLE VARON FRANCISCO DE YE pes. Vezino de Medinadel Campo, que mu- tio elaiode 1607, Contienc muchas colas notables dela vidasy milagros del S. P. fi, luan dela Cruz Carmelita de(calgo, Enpantic a de oMucolsmansliabsdenvessadieen ween poco de carne de fu bendito cuetpo,fe mueftran. fimna,y fiempre Virgen Mavis Ma ra todas ftedes Eclefisflicos.y fegle me gue tient y por Les vegas de bien ‘vinir ,.y anifos para bien morte , que contigne, Sacada alas yorel P. fr, Lofeph de Velafca dele Ordende nutfira winciade Caftila, Y natural de Anil, Ef letra mney pronecbofe Ea Valladolid enlseapleneade Ind Godiste de Mi Gonzalo y Catalina. Casaron por amor, como se casan los pobres. Y soportaran desdichas, que siempre caen, naturalmente, so- bre las espaldas de los pobres. ¢Por qué después de la boda no fueron a establecerse en Toledo, donde alli a Gonzalo le hubiera sido mas facil ganarse la vida? No fueron a Toledo. Decidieron quedarse en Fontiveros. ¢Le dio miedo a Gonzalo el furor de sus parientes? Quiz4, pienso, temia Gonzalo que la familia, y los amigos, y el chismorreo de la gente sabedora del casamiento, importu- naran a Catalina, le amargaran la vida. Por otra parte, si aqui en Fontiveros les tenfan acogidos con carifio, preferian quedarse. Gonzalo «sabia bien escribir», cualidad entonces bastante rara entre los moradores de pueblecitos espafioles: Podria ganar dinero ejerciendo de escribano en Ia villa cuando algtin paisano tuviera necesidad. Y estaba la sefiora viuda, protectora de Catalina; trabajarén los dos en sus telares. Han decidido permanecer en Fontiveros. La Morajfia: Ustedes han de conocer la Morajia cuando de veras quieran tomarle el pulso a Castilla. Si Castilla ocupa el pecho de Espajfia, y trazamos un poligono que mds o menos tenga por vértices Avila/Segovia/Medina del Cam- po/Salamanca, habremos situado probablemente el corazén de 71 Castilla. O sea, el corazén de Espafia. El corazén de esta vieja cosa que Ilamamos Espafia. Pues el cogollo del cuadrilétero corazén de Castilla, lo ocupa la Morafia. No es por nada, vean qué casualidad: aqui nacieron Isabel la Catélica y Juan de la Cruz. Dofia Isabel en un pueblo llamado Madrigal de las Altas Torres, fray Juan en Fontiveros. El mismisimo corazén de Espafia. Sobre el mapa de la provincia de Avila, con la base apoyada en sierra de Gredos, dibujen ustedes una linea mas arriba de la capital para unir horizontalmente los linderos de Segovia y Sa- lamanca: vean cémo queda un tridngulo, la parte norte de la provincia, apuntando hacia Valladolid. Esas tierras son la Mo- rafia, mejor «las Morafias», regadas por el Adaja y el Zapardiel que suben a buscar el Duero. Tierras calladas, nada brillantes, silenciosas. Tierras hondas, son Castilla. La vieja Espafia. Don Miguel de Unamuno quedé por aqui embobado: «Sube de la tierra una gran serenidad a juntarse a la serenidad grandfsima que baja del cielo» «Morafia», significa, dicen quienes lo saben, tierra de moros, «nombre recogido en antiguos cantares de siega del siglo XII» (Ruiz Ayticar): Porque aquf entre Arévalo, Fontiveros y Madrigal ocurrié una curiosa coexistencia de moros y cristianos «durante largos siglos», ya comentaremos. Lo cual podria sugerir que no vino por pura coincidencia a buscar en Fontiveros cobijo una huérfana, morisca si fue morisca, quién sabe, de nombre Catalina Alvarez... La Morafia son las tierras Ianas de Avila. Como Arévalo queda muy arriba, casi en la linde de Valladolid, Fontiveros ejerci6 por aquellos tiempos de capital de la Morajia: fue una villa lucida con dos 0 tres mil habitantes, hoy cuenta mil qui- nientos. Segiin vienes de Avila, habra cincuenta kilémetros hasta Fon- tiveros, entras en la plataforma de una inmensa meseta asentada a mil metros de altitud sobre el nivel del mar. La primera franja de la Morafia: «Morajia baja» dice mi acompaiiante el labriego Daniel; todavia los caminos se retuercen entre clasicos pefiascales que rodean Avila: 72 —Usted ve, de Mujfiico a Mujiogrande tenemos un terreno Aspero que al ganado le va; lo que pasa es un desastre por culpa del ministro. —{Qué ministro? —El de agricultura, sefior, que parece mentira Ileva nombre de Romero, una planta aromatica. —Asi que el ministro Romero. —Mire, ahi tiene nuestras vacas famosas, véalas, que pro- ducen las terneras del chuletén: las vamos a tener que sacrificar por culpa del ministro. — Pues...? —Traen a Espafia importada un chorro de leche francesa, y se nos queda la leche de aqui sin vender; la Comunidad esa Econémica que Ilaman Europea ordena matar las vacas; yo digo, no sera buena leche, si es francesa... A mi viejo Daniel el Mercado Comin no le ha borrado ciertos recuerdos historicos. El terreno se abre Ilano, inmenso, segun entras en la Morafia, la verdadera, la «Moraiia alta». A Daniel le brillan los ojos: —Lo juro, manteca es, esta tierra, en secano la mejor del mundo: Manteca. Si la tierra es manteca y le ponen un pantano al curso del Adaja, la Moraiia podré convertirse en vergel. Con tal los nuevos labriegos, ya europeos, inventen productos atractivos para vender en los mercados nérdicos. La concentraci6n parcelaria y los tractores mejoraron el sis- tema ancestral de cultivo, aunque los productos continuaron como siempre: trigo, mucho trigo. —Pero no crea, cada pueblo trabaj6 sus huertos, con fruta y hortalizas, porque hay dentro del suelo agua, abundante; cavaron pozos para beber y regar. —{Muy duro el invierno? —Frio, aprieta el frio. Fue recia la existencia de los labriegos, pegados al arado de sol a sol, de frio a frfo. El puntilloso Madoz sefialé que aqui la elevacién del terreno enfria el aire haciendo el invierno «rigido e incémodo; aunque sano». La tierra estuvo repartida. 73 —Sabe, atin est4 repartida, en estos pueblos, uno mis otro menos todos tienen algo de campo; y como los jévenes marchan y no vuelven, pues da para vivir a los que quedan; pocos, la poblacién rebajada. Los gedgrafos calculan a la Morafia dos mil kilémetros cua- drados, que cambian de color segtin la estacién del afio y segiin la hora del dfa: siempre cubierta la inmensa Ilanada por un cielo sugestivo. Si miras atrés adivinas el trazado azul de la serrania de Gredos, lejos, muy lejos. Abundan entre los rastrojos manchas de verde remolacha. Daniel no dice hectdreas, dice «hestdreas»: —Miles de «hestéreas» con remolacha; y de pocos afios, girasol. —{Se da bien el girasol? —Se da muy bien, el girasol. Y me pregunto yo por qué a Unamuno le extraiié que aqui naciera fray Juan de la Cruz, el mistico. También dofia Isabel, Ja gran mujer de Espafia. Juan en Fontiveros, Isabel en Madrigal. Pienso si para nacer una reina pudo jamés inventarse un pueblo de nombre més hermoso que Madrigal de las Altas Torres. Hay cosas que ver, en Madrigal, pero «una» tendriamos que ponerla de obligacién. Si a mi me dejaran, cada ciudadano espafiol ven- drfa a que aqui le sellaran su documento nacional de identidad: «Visité el aposento natal de Isabel la Catélica». Ustedes diganme, para considerarnos iberos decentes. Asi que Gonzalo y Catalina luego de su boda, quedan a vivir en Fontiveros, capital entonces de la Morafia con una poblacién notable: Avila ciudad cuenta doce mil habitantes, Fontiveros dos © tres mil. Fontiveros ha venido a menos hasta bajar hoy a mil quinientos moradores. Pero no da estampa mortecina, ni mucho menos: El campo entorno aparece bien cuidado, las callejitas limpias, una bonita fuente ocupa en la plaza el centro de un suelo empedrado con gusto, hay lindos arbolitos. Esta dltima noche otofial ha llovido, hombres y mujeres ponen cara alegre y respiran aire fresco. Me llama la atencién el nimero de coches aparcados, 74 camiones que van y vienen. Fontiveros, para ciertas cosas, con- tinda cumpliendo oficio comarcal, por ejemplo han concentrado aqui dieciséis maestros que dan escuela a escolares traidos cada dia desde catorce pueblos vecinos. Otro signo de vitalidad, in- falible: veo abiertas varias sucursales bancarias: significa que hay dinero en movimiento. Calle Cantiveros Ilaman hoy la carretera que sale hacia el pueblecito cercano, Cantiveros de nombre. En aquellos tiempos seria no «calle» sino «camino de Cantiveros», En una casita de esta calle, afueras de Fontiveros, instalé Gonzalo su hogar. Alli vivi6 con Catalina unos afios felices, y les nacié el primer hijo a quien bautizaron Francisco. : Afios felices porque el amor da sabor a la vida, pero ellos penaron lo suyo. A Gonzalo brillante mozo toledano acostum- brado a viajar como agente comercial de su poderosa familia, y educado desde nijio en la corte imperial asentada en Toledo, tuvo que costarle acoplarse a Ja existencia monétona de un pueblo donde no habia més actividad, fuera del cultivo del campo, que el trabajo de unos cuantos telares. Enseguida comprendi6 que Fontiveros requeria muy de tarde en tarde la presencia de un escribano, asf que su dominio de letras y nimeros apenas le sirvid para nada. Aprendié a tejer, el oficio de Catalina: los dos, marido y mujer, trabajan para la «sefiora viuda» en cuya casa ellos se conocieron. Lo que yo darta por encontrar un telar antiguo en Fontiveros. Serfan telares de lana, y probablemente los habria de seda . Si la dama viuda cuya casa frecuent6 aftos atrdés Gonzalo y a cuyo sweldo él y Catalina trabajan ahora, tuvo conexidén comercial con los Yepes, traficantes de sedas en Toledo, parece probable que sus telares ademds de lana trabajaran también la seda, tejido al cual las familias moriscas dis- persas por la Morafia estarian apegadas: Los arabes habian estable- cido manufacturas de seda en Andalucia desde tiernpos del Califato. Cérdoba, Sevilla y Almerta surtian a los reinos cristianos. En Castilla los tejidos de seda fina ejercieron fascinacion notable, quizd a causa de su exotismo. Los comerciantes de Toledo conoctan viejas historias, que Gonzalo contaria a Catalina en las veladas irwvernales de Fon- tiveros: China consiguié guardar celosamente el secreto de los gu- 75 sanos de seda miles y miles de afios, utilizando mercaderes persas para vender sus telas en la cuenca del Mediterréneo. Los emperadores chinos habian dictado pena de muerte contra quien osara exportar capullos. Hasta que a mitad del siglo VI de la era cristiana, el em- perador bizantino Justiniano encomend6 a dos monjes nestorianos que robaran en China huevos del gusano: ellos trajeron orugas escondidas en el hueco de sus bdculos de bambi. De Constantinopla, el gusano de seda comenzé a extenderse por Grecia y las costas de Africa. En el siglo VIII los drabes propagaron la industria sedera desde el Cau- caso hasta Al Andalus, primera regién europea donde prosper6. Los moriscos esparcieron telares por todo el reino cristiano; luego de 1492, dofia Isabel y el emperador don Carlos limitaron la produccién imponiendo fuertes tributos tanto al cultivo de morales como a los tejedores de seda. No quedan telares en Fontiveros, valdria la pena que el sefior alcalde compre uno de los comercios de antigiiedades para colocarlo de recuerdo en la salita an llamada «del telar» donde estuvo la casa de Gonzalo y Catalina. No seria el suyo, pero serta idéntico: porque Ja estructura de los telares cldsicos permaneci6 prdcticamente inal- terada hasta que avanzado el siglo XVIII inventara John Kay su lan- zadera volante. A través de los tiempos, el telar manual consté de pocos elementos: un madero, llamado enjulio, que mantenia paralelos los hilos de la urdimbre; una lanzadera que provista de canilla fina hace prensar la urdimbre consiguiendo el tejido compacto. Estos te- lares manuales dieron resultados tan perfectos que hoy, a pesar de las maravillas técnicas, obtenidas con la lanzadera automdtica y los telares eléctricos, capaces de producir ingentes cantidades de telas a bajo costo, todavia son utilizados para realizar exquisitos tejidos ar- tesanos. Trabajaran seda o trabajaran lana, nuestros jévenes esposos Yepes defendieron honradamente su hogar en Fontiveros. { Cusntos afios duré la dicha de Gonzalo y Catalina? Les nacieron tres hijos, varones los tres. El primero Francisco, cuya fecha de nacimiento sabemos, afio 1530; y nos viene de perlas, para fijar un poco los datos, tan escasos, que del matrimonio Yepes en Fontiveros han llegado a nuestros dias. 76 Ignoramos por ejemplo el afio en que nacié el hijo segundo, a quien llamaron Luis. El tercero, Juan. Desconocemos por qué Gonzalo y Catalina eligieron para sus tres hijos los nombres, Francisco, Luis, Juan. gCémo Gonzalo no decidié prolongar su tradicién familiar co- locando en el 4rbol genealégico un «Gonzalo cuarto»? ,Tuvieron algo que ver estos tres nombres con los padres y abuelos de Catalina? O fueron simplemente un homenaje «al santo del dia», segtin costumbre rural? , : Por no saber, de Juan, quien directamente nos interesa, ig- noramos el dia y el mes de su nacimiento; ni siquiera tenemos certeza absoluta sobre el afio: si nacié en 1540, en 1541, 0 en 1542. Porque los documentos més antiguos oscilan entre 1542 y 1540. A mi me parece acertada la fecha de 1540. Aqui considero inexcusable recordar al lector una pequefia historia. A lo largo de la trayectoria biogréfica de Juan de la Cruz, aparece de vez en cuando la sombra de Francisco, su hermano mayor: un tipo notable, cuyas aventuras vamos a relatar enseguida. Francisco vivird dieciséis afios mds que Juan, y con- serv6 en su memoria, como en un archivo viviente, los recuerdos familiares. Un confidente suyo, el padre carmelita fray José de Velasco, le admiraba tanto, a Francisco, que redacté y publicd una biografia suya: por tanto las cosas contadas acerca de Juan de la Cruz por fray José de Velasco traen consigo un certificado de garantfa, ya que proceden de las confidencias de Francisco. Sobre el afio de nacimiento de Juan, el padre Velasco afirma tajante: «Nacié en Ontiveros —asf pronunciaban y escribian Fon- tiveros— el afio de 1540». Ha desaparecido la partida de bau- tismo: Los mismos frailes que vimos rastreando en Yepes an- tecedentes familiares de Juan de la Cruz, habian pasado por Fontiveros, y dejaron escrito su informe segtn el cual un incendio feroz, ocurrido en la parroquia el dos de julio de 1546, devoré libros y ornamentos. Ni la fecha del incendio ni los efectos del mismo parecen tan seguros, pero el libro de bautismo desapa- recié. Queda en pie el dato categérico del biégrafo de Francisco: su hermano Juan nacié «el afio de 1540». Un investigador actual concienzudo, Pablo M. Garrido, ha defendido la fecha con ar- gumentos convincentes: 1540. 77 A Juan lo bautizaron, naturalmente, en la iglesia de la pa- rroquia: Junto a la pila bautismal, espléndida pieza, colocaron, a finales del siglo XVII, una ldpida que da «el 24 de junio de 1542» como fecha segura del nacimiento de fray Juan. Le cuelgan el 24 de junio por ser la fiesta de San Juan Bautista. Sospechan que Gonzalo y Catalina le pusieron nombre «del santo del dia». Cualquiera sabe. La iglesia me ha dejado boquiabierto. Maltratada, pero es- pléndida. Cabe hoy todo Fontiveros. Una mole gigantesca, sdlida y airosa, con torre solemne. Tres naves que corresponden a dos €pocas: el cuerpo principal —«fue antes sinagoga», te dicen— con artesonado mudéjar, tiene traza roménicomorisca del siglo XII; y la cabecera gética pertenece al siglo XVI. Organo lucido, preciosos ptilpitos, retablo barroco, imagenes abundantes: de- vociones de muchos afios han impreso huella. Esta mezcla de estilos mudéjar y gético en la parroquia, da que pensar: Si en la mismisima iglesia quedan testimonios artisticos de presencia morisca, uno se pregunta qué habria en los hogares, cual serfa el peso mudéjar entre los habitantes de Fontiveros. Vuelve otra vez el interrogante acerca de la «emi- gracién» de la joven Catalina desde Toledo a la Morajia. La trajo una «dama viuda», desconocida. Ojal4 un dia alguien consiga descubrir quién fue la sefiora misteriosa, cémo vino a Fontiveros, y cudles sus relaciones con la huérfana Catalina. A mi no se me antoja «una pequefia intriga histérica» saber «si Juan de Yepes seria o no de estirpe judia». Tampoco veo asunto baladi si su madre Catalina procedia de raiz morisca. Considero que se trata de datos valiosos para conocer «la ur- dimbre» de fray Juan de la Cruz, digamos ese término ya que familia de tejedores tratamos. En las declaraciones acerca de fray Juan, recogidas en Fontiveros a mediados del siglo XVII con vistas a su inminente beatificacién, huelo una «sospechosa insistencia» sobre la «limpieza de sangre» de Gonzalo y Ca- talina, como si alguien hubiera dado la consigna de oscurecer aspectos «peligrosos»: de los «hijos de esta villa» afirma Je- rénimo de San José «que jamés nadie ha sido penitenciado por el Santo Oficio..., tienen seguro el decoro de su linaje los que 78 para colegios, h4bitos militares, estados y puestos honrosos que piden sangre limpia y noble prueban su descendencia de esta villa...». Varios testigos comentan en 1627 el origen fa- miliar de los Yepes: «Los dichos hermanos —Francisco y Juan— y sus padres y demas ascendientes fueron gente muy temerosa de Dios y buenos cristianos y limpios de toda raza...». Sospecho que «fray Juan lima sorda» hubiera son- reido para sus adentros oyendo estas defensas apasionadas de su limpieza de sangre. Que no estaba tan clara, ni mucho menos. Cualquiera sabe cudl hubiera sido el terremoto en Fon- tiveros si la Inquisicién Negara al pueblo en pie de guerra. Por fortuna, no vino. Cuanto dur6 la felicidad de Gonzalo y Catalina, no sabemos. Algunos afios, pocos. En 1530 les nacioé el hijo Francisco. Luego, Luis. En 1540, Juan, el tercero. Ni Catalina ni Gonzalo podian adivinar, el dia del bautizo en la pila parroquial, cual seria el destino de aquel pequefiin al que Ilamaron Juan. Vivian dichosos, en el pueblo. Con su trabajo. Pasaran muchos afios y fray Juan, el nifio de Fontiveros, ejerceré como prior en el convento de los carmelitas de Granada. Le verén trabajar la huerta con ahinco. «Viniéndole a visitar un fraile de cierta orden, le dijo»: —Vuestra paternidad debe ser hijo de un labrador, pues tanto gusta de la huerta. Fray Juan, también esta vez, sonreirfa en sus adentros. Res- pondis: ; —No soy tanto como eso, que hijo soy de un pobre tejedor. Didlogo, a primera vista, inocente. Probablemente ambos aludian al sentido oculto de aquellas palabras, en apariencia sencillas: los labradores fueron tenidos por «cristianos viejos», de sangre limpia; en cambio artesanos, mercaderes, hidalgos establecidos en la ciudad, solfan pertenecer a familias «con- versas». Confesarse «hijo de un pobre tejedor» no representaba menor nivel social que «ser hijo de un labrador»; pero servia de fundamento para sospechar impurezas, hebreas 0 moriscas, 79 en la sangre. Por eso adivino que fray Juan sonreirfa por dentro al satisfacer la curiosidad «inocente» del fraile preguntén: ca- balmente en Granada, ciudad plagada de moriscos, en la que fray Juan procuré mantenerse al margen de los circulos distin- guidos. Hijo era «de un pobre tejedor». Catalina y Gonzalo vivieron afios, pocos, felices en Fonti- veros. Pronto se despeiié sobre su hogar un torrente de desdichas. Suele ocurrir a los pobres. 80 7 Dios aprieta, pero no te suelta Fontiveros, Torrijos, Galvez 1540-1548 Gonzalo cay6 enfermo. Gravemente enfermo. De qué, no sabemos. Larga de dos afios, Gonzalo soporté su enfermedad con paciencia: el sufrimiento «le consumid». La que hubo de quedar también consumida aquellos dos afios, fue Catalina su mujer. Vean ustedes el drama silencioso de esta joven, que seria una muchachuela cuando la boda. Tal como corren las fechas en los escasos documentos disponibles, Gonzalo murié enseguida de nacer Juan, tiltimo de sus hijos. Quizé la enfermedad se le declarara a Gonzalo durante el embarazo de Catalina. Su hijo Francisco anota que ella «después de viuda pasé muchos trabajos». Los recontaremos. Pero su viacrucis comenz6 durante la enfermedad del marido. Prefiada, 0 con un crio de meses en brazos; el mayor de sus hijos no le ha cumplido los doce afios, y el segundo nifio andaria en seis o siete; cruzado el marido en la cama, Catalina estira las horas de telar porque ya s6lo hay su ingreso para sostén de la mindscula economia casera. Un peén tejedor de aquel tiempo dejé dicho que para ganarse la vida «disponia de catorce horas diarias», es decir, aseguraba un sueldo suficiente si le daba catorce horas al telar. Partida esa jornada laboral entre dos, Gonzalo y Catalina, significaba que con nueve o diez horas de trabajo cada uno pudieron Hevar su hogar adelante. Me pregunto cémo ahora ella se las compuso cuando necesitaba gastar mds en el cuidado del enfermo y dis- ponia de menos tiempo con los crios a sus espaldas. No cabe duda que la buena gente de Fontiveros, testigos del romdntico romance de la boda pocos afios atrés, les ayudaria ahora cari- fiosamente. Seguro. En todo caso Gonzalo murié «luego de cum- 83 plir sus deberes de buen cristiano»: lo atestigua el padre Velasco, bidgrafo de Francisco, a quien nunca agradeceremos bastante que nos recogiera este manojo de noticias, Gnicas salvadas del olvido. Asi es de implacable la vida con los pobres. También los ricos sufren, pero los pobres ademds pasan hambre. Joven viuda, Catalina con tres hijos: Estarén Francisco en once afios, Luis en cinco-seis, Juan quiz4 en uno, en dos... Qué ser de ella, qué sera de ellos? Me da gran pena pensar que cuando cristianaron a Juan, Ultimo nifio de Catalina, ya Gonzalo habia caido enfermo. Le toc6, sin duda, un bautizo amargo a fray Juan de la Cruz. Con lo divertidos que solfan salir los «bateos», bautizos, en Castilla Por aquellos tiempos. Lope de Vega recogié en sus comedias las coplillas de los chicos alrededor de la fiesta: «La dama que lo ha parido/se lleva la flor./Cuando legue a estar crecido/ha de ser un gran sefior./Se lleva la flor». Quisiera saber que los chavales de Fontiveros le cantaron a la puerta de la iglesia parroquial: «Cuando llegue a estar crecido...». Esfuerzo iba a costarle a Catalina viuda sacar adelante sus hijos, Hegarlos a «crecidos». Luché por ellos, cosidos los tuvo a sus faldas. Sabemos que siguié agarrada al telar y que ademas busc6é ayudas con otros trabajos. Por ejemplo, hizo de ama de cria para la nifia de alguna familia, y cumplié de maravilla: el padre de la criatura «preferia dar cuatro reales a la de Yepes» en vez de alquilar otras nodrizas baratas. En Fontiveros, Catalina y sus hijos continuaban siendo «los Yepes». Los labriegos de la comarca recordarfan durante muchos afios el bello romance del hidalgo toledano que vino a enamorarse de la pobre tejedora, romance que acab6 fatal por la muerte prematura de Gonzalo. De 1540 a 1545, en realidad hasta 1548, Espatia atraviesa una etapa durisima. Cierto que nuestro emperador don Carlos I de Espafia y V de Alemania, sefiorea el planeta. Duefto de un imperio que jamds vieron ni verdn los siglos: el suyo es el primer «imperio césmico», probablemente serd el tinico en la historia de la humanidad. Los 84 muchachos de Castilla y Aragén pasean el pendén imperial por ho- rizontes lejanos: Flandes, Alemania, Italia, América... Muchos jamds regresan, queda con ellos sélo un reguero de gloria. Ademds de los hijos, el emperador arranca dinero de los hogares espafioles. Nuestro pais podria haberse enriquecido con el tesoro que los bajeles traian de América. No fue ast. Ni hombres ni recursos tentamos suficientes para ejercer la responsabilidad imperial, que nos costé vidas y oro. Los generales de don Carlos se vieron forzados a contratar merce- narios. Habia que pagar viajes, virreyes, varias capitales de corte, rumbosas, el prestigio del cetro imperial. Castilla vio at6nita crecer desmesuradamente su antiguo presupuesto tan modesto, tan casero. Den Carlos convocaba las Cortes para exprimirlas con una zarabanda de cifras descomunales que enloquectan las haciendas privadas y puiblicas. ¥ nunca bastaba. Tuvo que recurrir a préstamos negociados con los grandes banqueros de Alemania y de Flandes, su hijo Felipe acudird a banqueros genoveses. Les dieron dinero, los banqueros, exigiendo como garantia jlos bajeles de Indias! Ast el chorro de las riquezas de América «pasaba» por Espaiia sin detenerse, subta camino de Amsterdam y de Augsburgo. A mitad del siglo a don Carlos los banqueros le tenian integramente embargados «todos los ingresos de América». En trances de apuro maximo el emperador llegé a vender bienes de la corona, eché mano a la dote de la emperatriz, dio las Molucas a Portugal, puso como garantia las minas de Almadén. Lo peligroso fue que al dispositivo econdémico de Espafia le alcanzaron alteraciones violentas: los agricultores, los industriales y los comer- ciantes se vieron de repente inmersos en una espiral de contactos mundiales y de trasiego de productos sin casi defensas aduaneras. Las ferias del interior de Castilla, acreditadas en los siglos medievales, iniciaron la cuesta abajo de una decadencia ante la atraccién co- mercial de los puertos periféricos. Mal que bien, Espaita tiraba adelante... si las cosechas ventan buenas: El desastre lo tratan «los aftos estériles», la sequia feroz. La década de 1540 a 1550 estuvo asolada por varios «aiios estériles». A nuestro emperador no lo hunden las desgracias, parece sobrehu- mano. Se le tuercen las cosas: los turcos atacan por tierra, al costado de Hungria; y por mar, lanzando piratas berberiscos sobre las riberas italianas de Calabria; le faltan soldados, no puede don Carlos él solo taponar todas las brechas que se abren alrededor de la cristiandad. El papa Paulo III quiere que don Carlos firme la paz con el rey francés Francisco 1, quien cada primavera siente la tentacidn de aliarse a los turcos: juntos el papa, el emperador y el rey francés, podrian acometer 85 las dos grandes tareas de Europa, una militar y la otra espiritual. La militar, dar batalla definitiva al turco Soliman en aguas del Medite- rrdneo. La espiritual, convocar el deseado concilio ecuménico para coser los desgarrones de la unidad religiosa producidos en Alemania por fray Martin Lutero, «papa» germano asentado en Wittenberg, y en Inglaterra por su majestad Enrique VII, «papa» britdnico a la vera del Tamesis. Don Carlos viaja y guerrea con una pena escondida en las entrahas: acaba de mortrsele la emperatriz, dofia Isabel, bien amada de su marido y de los stibditos. Ha muerto en Toledo, a los treintaicinco de su edad. Afligido estd el corazén de su esposo don Carlos, y entristecida Espaia. Peor que todo, la sequia. Para la sequia ni el mismisimo empe- rador tiene remedio. La sequia esparce una oleada de hambre sobre los pueblos de Castilla. E ramalazo de los «afios estériles» fue terrible en Fontiveros: «No se hallaba pan por ningén dinero, ni qué comer». De Catalina y sus nifios queda una referencia directa: «Cuando podian haber algtin pan de cebada, lo tenfan a buena dicha». Los telares, parados: Nadie compra tela en el mercado, las ferias se apagan. En sus «Historia de Carlos V», Sandoval dejé anotados los pre- cios «que nunca se habian visto en Castilla»: en Medina, en Toledo, en Valladolid, costaba siete maravedises una libra de vaca; la de carnero, diez y medio; una libra de aceite, diecinueve, «y valiera mds si no fuera por la de ballena»... A doce mara- vedises vendian una libra de peras, uvas o ciruelas; y a cuatro maravedises, la carga de agua. Echen las cuentas: un buen jornal oscilaba entre cincuenta y setenta maravedises diarios... Catalina ya no tenfa ni jornal. A mi me alegra coleccionar piropos de nuestros literatos «al cielo luminoso de Castilla», a la belleza «4spera y desnuda de sus tierras», al «paisaje duro que levanta el espiritu». De acuerdo, pero digame cudnta grasa podfa echar Catalina con esos piropos al puchero de sus tres hijos. {Qué remedio le quedaba? Pedir limosna. Espafia se lend aquellos afios de mendigos, que del campo iban a las ciudades recogiendo mendrugos y alguna fruta. Los municipios de Sala- 86 manca, Toledo, Zamora, emitieron decretos prohibiendo seve- ramente la entrada de mendigos, cuyas oleadas representaban una verdadera invasion. Pero quedarse en los pueblos significaba pasar hambre. El pensamiento de Catalina tuvo que ir en direccién a las tierras de Toledo, sus tierras. Ella y Gonzalo habian venido de Toledo. De su rama no quedaria familiar ninguno, pues hubiera pensado en pedirles auxilio: de nuevo tropezamos con el cerrado misterio de los origenes de esta mujer, trasplantada de jovencilla a Fontiveros. iY la familia de Gonzalo? Eran ricos... En los pueblos todo se comenta. Aquella época ofrecia es- casos entretenimientos para las veladas invernales, largufsimas yeladas. Los labriegos consumian horas y horas alrededor de la chimenea, en torno a la lefia que se quema lentamente. Si pasa un viajero, las noticias que traiga corren pronto de casa en casa. A muchos tratantes que de Salamanca, Toledo y Avila viajan hacia Medina, Fontiveros les da el alojamiento de la ultima jor- nada, como lo dio a Gonzalo Yepes. El casamiento famoso habia despertado curiosidad en torno a los parientes toledanos de Gon- zalo, que lo habian repudiado por su boda con Catalina. Podemos. dar por seguro que los hermanos y los tfos, ricos, de Gonzalo estaban perfectamente localizados desde Fontiveros. Asi no re- sulta extrafio que los convecinos, encarifiados con ella y apesa- dumbrados por el hambre de los nifios, animen a Catalina: «La aconsejaron que se fuese con sus dos nifios al reino de Toledo, donde estaban tfos que eran ricos y la podian favorecer». Tuvo que dudar, Catalina. Le darian miedo reverencial los parientes de su marido, gente importante, distinguida, que a ella la habfan rechazado como indigna de Gonzalo. Adivino sus no- ches de inquietud. Ella conocfa perfectamente los motivos del rechazo, apenas entrevistos hoy por nosotros. Pero veia sufrir a sus nifios, pasaban hambre, tema por sus vidas. Y se decidié, «con esperanza de hallar algin remedio a su mucha necesidad». Hasta es posible que uno de los hijos, Luis, el mediano, que por esta fecha de 1543-1544 estarfa en cinco-seis afios, haya 87 muerto. Acabo de copiar, media docena de Ifneas arriba, un parrafo del padre Velasco, nuestro estimado biégrafo de Fran- cisco: «La aconsejaron que se fuese con sus dos nifios...». Pone dos, no los tres. O se equivoca, 0 el nifio Luis habia muerto ya entonces. Sospecho que ni se equivoca ni da por muerto a Luis. Sefialard su muerte algunos aiios mas tarde. Y creo que tampoco se equivoca, no sé: si las vecinas de Catalina le aconsejaban que viajara hacia Toledo «con sus dos nifios», se referian a los dos mayorcitos, Francisco en trece-catorce afios y Luis en cinco-seis, alguno de los cuales podrian aceptar los tios de Toledo, como en efecto veremos que ocurrié. En cambio no era buen consejo que cargara en el viaje con los tres crios, cuando el tercero, Juan, apenas estaria en tres-cuatro afios: le hubiera sido de gran estorbo en el camino; sin contar con que le cayera malo. Y desde luego a tal edad no podria dejarlo a los parientes de Toledo. Lo cual permite entrever que las mujeres de Fontiveros, ademas de ra- zonables, eran bondadosas: pues ellas se harian cargo del pequefio Juan mientras Catalina iba y volvia «con sus dos nifios». En todo caso si el pequefio Luis hubiera muerto antes del viaje de su madre a Toledo, y hubiera muerto «de hambre», como sugieren los indicios, sin duda su muerte impuls6 la decisién de Catalina por encima de todas sus repugnancias. D. la parentela Yepes toledana, dos personas concretas cons- tituyen la meta de Catalina: son hermanos de Gonzalo, cufiados de esta pobre mujer que busca ayuda. Tios carnales de los nifios; habrén de compadecerse, quién lo duda. De los dos han trafdo estos afios noticias hasta Fontiveros algunos caminantes. Los consideran, en la comarca de Toledo, personas de respeto, aco- modadas. Uno, probablemente Diego de nombre, es clérigo dis- tinguido con residencia en Torrijos, la primera villa importante que encuentran los viajeros cuando pasan de tierras de Avila a tierras de Toledo. El otro, se llama Juan, Juan de Yepes, ejerce de médico en un pueblecito algo mas al sur, Galvez, segtin se baja de Toledo hacia la sierra Castafiar. : 88 Catalina no piensa acercarse a Toledo capital, quizd hasta le asuste el nombre de la ciudad. Entrar4 en Torrijos y en Galvez. Quieran los Angeles acompajfiar su viaje. Hoy es un camino placentero y lo seria entonces para quienes viajaran con el debido acomodo: a caballo, en yegua, en mulo y también sobre lomos de algtn asnillo; quiz4 en las caravanas, con carros que llevan toldo para proteger del frio y resguardar del sol. Pero Catalina no puede pagar: camina a pie, acompafiada de sus dos crios, Francisco, trece afios, Luis cinco. No quiero pensar que también cargé en brazos con Juan, el pequefiin de tres afios. No quiero ni pensarlo, déjenme adivinar que se lo cuidan entretanto las buenas mujeres de Fontiveros. Por algo padre Velasco, bendito sea, anota que llevé Catalina «dos» pe- quefios. La ruta estaba bien trillada: de Fontiveros a Avila; rebasada la capital, habia que seguir hacia el puerto de Arrebatacapas y atravesar el rio Alberche a la altura del Tiemblo, en cuya posada seguro que paré tantas veces un mozo mercader cuando de Toledo subia para traficar en la feria de Medina. Catalina reconece ahora nombres que sin duda Gonzalo le pronuncié en las tiernas tardes de su noviazgo. Dias amargos de viaje, qué puede hacer la pobre viuda: Pide limosna, agradece cualquier ayuda, consuela el can- sancio de los nifios. Sigue su camino por Escalona, Maqueda, y al fin Torrijos. Cudntas jornadas, qué comian, dénde durmieron: nada sabemos. Parece aquel viaje de la familia nazaretana es- capando de Belén a Egipto, s6lo que falta san José; y la mujer, en vez de uno, lleva dos nifios. Torrijos: Imagino con qué ansiedad entré Catalina en el fa- moso pueblo. Lo que a mi me gustaria ahora celebrar los encantos de To- trijos desde el cerro de la Mora Encantada; y qué injusto considero el sordo rencor que me ha nacido contra esta villa, cuando sus habitantes ninguna culpa tienen de lo mal que traté a Catalina su cufiado el cura. Mi viejo padre Velasco resumié el lance anotando que Catalina no hallé en el clérigo de Torrijos «la acogida que era razén». Muy resecas tendria el cura las entrafias para no conmoverse con el espectaculo lastimero de Catalina y sus nifios. Le pudo el orgullo herido por la boda de Gonzalo. 89 Este episodio de Torrijos, un clérigo bienestante que negé su ayuda a la madre de Juan de la Cruz, nos duele particularmente a los curas. Pierre Lauzeral, jesuita francés bidgrafo de santa Teresa y de san Juan, busca palabras piadosas que suavicen algo el pésimo comportamiento del sacerdote don Diego, si asf se Ilamé, clérigo distinguido de Torrijos: Lauzeral supone que seria «hombre de iglesia patrocinador de algiin comedor de pobres»; s6lo que herido su orgullo desde la historia del casamiento de Gonzalo, negé ayuda a Catalina. Imagina el bondadoso jesuita francés que antes de empujar a Catalina hacia su otro cufiado, médico de Galvez, «dio una comida abundante a la mujer y a los nifios». Lo dudo mucho, bien que lo siento. Nuestro colega se porté horriblemente mal. Hay un antecedente suyo en los evangelios: Era un sacerdote del templo de Jerusalén quien pasé de largo por el camino de Jericé donde los ladrones habian dejado malherido a un viajero. Alguna vez los curas olvidamos al buen samaritano. Torrijos ha sido y es una perla del reino de Toledo: JSértil agricultura, abundante ganado, industria, comercio, tuvo y tiene muchos motivos de complacencia. Atravesé, segtin cuenta, una mala €poca del XV al XVI. En la villa convivian desde siglos atrds cristianos viejos con Jjudios conversos y con moriscos también conversos: Al lado de una sola parroquia cristiana hubo dos sinagogas y una mezquita para uso de los respectivos fieles no conversos. Al Sormalizar los Reyes Ca- télicos la unidad religiosa de Espafia, parece que la comarca toledana mir6 con recelo las costumbres religiosas de Torrijos. Hasta que dofia Teresa Enriquez, célebre prima hermana de don Fernando el Catélico, «sefiora de Torrijos», cuya devocién eucartstica le gano el titulo «loca del Sacramento», dedicé sus esfuerzos y su caudal a enriquecer la villa con templos y fundaciones benéficas: el palacio y la colegiata ganaron puesto de honor en los catdlogos de arte gotico-renacentista. Pena que nuestra pobre Catalina no estuviera en condiciones personales de admirar tales joyas arquitectonicas, La tnica excusa que hallo al comportamiento del cura don Diego est4 en si le atemorizé reavivar, al recoger a su cufiada, las murmuraciones ocurridas cuando por la comarca circulé el «escdndalo» de la boda. Catalina le propuso que se quedara uno 90 de los nifios para sacarlo adelante y educarlo. A él la propuesta le parecié insensata: «Nifios tan pequefios...». Gracias al padre Velasco conocemos el 4nimo de Catalina después de la visita al cufiado don Diego: «Desconsolada», se fue. No era para menos. Otra vez al camino. Adiés a Torrijos. Y pensar que dofia Teresa Enriquez derramé sobre la villa un fortunén deseando ayudar a los mds necesitados. D. Torrijos a Galvez: seis leguas de aquella época, algo mas de treinta kil6metros nuestros, los cumpliria Catalina con sus crios en un par de jornadas. Comiendo de limosna, durmiendo acurrucados donde pudieran. «Desconsolada», misera mujer. Por fortuna, Galvez les guarda una estupenda sorpresa: El cufiado médico, Juan de Yepes, va a ayudarles. Seré el buen samaritano. Asi Galvez, situado al costado izquierdo de Toledo, en una zona que me dicen gana buenos dineros con la venta de muebles, me ha parecido, Galvez, un pueblo limpio, bonito. Lo miro con ojos agradecidos... Honor a Galvez. El médico Juan Yepes, casado con Inés Hernandez, sin hijos, gozaba excelente fama segtin certifica Velasco: «Persona de ca- ridad y que hacia mucho bien a muchos». A nuestra Catalina le hizo todo el bien del mundo, justo cuando ella estaria a punto de sucumbir agobiada por el peso de tantas tristezas: «Hallé buen acogimiento en él». Esta acogida compensa los rigores del viaje. Y borra la amargura de Torrijos. Hablarfan largo, cufiada y cu- fiado. Recordarfan los tiempos juveniles, el trafico feriante de Gonzalo, la tormenta familiar provocada por la boda. Catalina goz6 unos dias el carifio que los Yepes le habfan negado: «El tiempo que allf estuvo la regal6é y consolé lo que pudo». Catalina le cuenta a su cufiado las penurias que ha de soportar en Fontiveros: su problema son los nifios, sacar adelante los hijos en tiempos de carestia y de hambre. Don Juan de Yepes toma una decisién. Va a quedarse con él el sobrino mayorcito, el nifio Francisco: Lo instruiré, lo educara, le sostendré los estudios, quién sabe si para médico. Catalina Iloraria de agradecimiento, 91 éno les parece? Apenas puede creer verdadera tanta dicha: est4 recuperando el carifio de la familia de Gonzalo y ademas ve abierto un horizonte para el hijo mayor. Ella sacar4 adelante los otros dos. Don Juan de Yepes, «porque él no tiene hijos», adopta a Francisco «en lugar de hijo»; y piensa «dejarlo heredero de su hacienda» Comprobaremos enseguida que no pudo ser verdad tanta be- lleza. Pero dejemos que Catalina experimente alguna dicha, que vuelva feliz a Fontiveros. Quisiera yo saber cémo conté el lance a sus amigas. Francisco, el nifio mayor de Gonzalo y Catalina, queda a vivir en Galvez. Su madre, con el hijo Luis, emprende viaje de vuelta a Fontiveros. Esta vez los caminos le sonrien. Ella, Catalina, ignora que a sus espaldas queda en Galvez una nube amenazante. La vida es asi, para los pobres la felicidad suele durar poco. Quizd tampoco a los ricos les dure mucho. Pero en casa de pobres, qué corta, qué répida pasa. Vean la amenaza. El médico Juan Yepes y su esposa Inés Hernandez llevan casados ,cudntos afios? No sabemos, scrén algunos, bastantes: porque «no tienen hijos» esté dicho como si ya les pasara el tiempo. Piensan que no los van a tener. Asi al menos discurre el marido Juan, y por eso aparece alborozado recibiendo «en lugar de hijo» al sobrinillo Francisco: lo haré heredero suyo. Sin embargo Inés conserva la esperanza de en- gendrar un hijo. Ella confia, ha de ocurrir. Y si viniera un hijo, la presencia del sobrino Francisco significarfa un estorbo: Inés ve a su marido resuelto a nombrar heredero al sobrino. f Esta es la nube; por fortuna Catalina no es bruja, ignora el futuro. La vida en Fontiveros continéa igual de dura, pero a Catalina le han nacido fuerzas nuevas. Trabaja en su telar. Cuida los dos pequefiines. Le conforta sofiar que a la sombra del cufiado mé- dico, el nifio Francisco creceré hecho un hombre de bien. Slo le intranquiliza tenerlo tan lejos y sin noticias. He aqui un fallo 92 que escapa a la bondadosa sensibilidad de don Juan Yepes: 4Cémo no se le ocurre que de vez en cuando debiera enviar noticias del nifio a la madre lejana? Mas cosas escapan a don Juan el médico. En su propia casa de Galvez. La mujer Inés se ha tragado el disgusto de cobijar al sobrino, hipotético contrincante de los hijos que «todavia» pueden venir. Es notable, Inés experimenté lo que ahora Ilamamos, creo que sin beneplacito de la Real Academia de la Lengua, un «pél- pito»: percibid la intuicién de que tendrian hijos, contra toda esperanza. Y los tuvo, vendrian dos hijos, Juan y Diego. Juan nacera el afio 1547, es decir, dos o tres afios después de los acontecimientos que estamos narrando. Inés, quiza ella sf seria bruja, quiso proteger «sus hijos futuros» frente al sobrino «in- vasor» que le han metido en casa. No considera prudente plantar cara al marido, quien da por descontado que ya no tendran des- cendencia. Inés resuelve hacer la guerra por su cuenta, volcando sobre el nifio Francisco un rencor sordo, implacable. En vez de mandarlo a la escuela, lo retiene con servicios en casa, los mas desagradables. Le escatima la comida, el chaval pasa hambre. Si a mano viene, con cualquier pretexto, Inés maltrata a Fran- cisco, gle golpea? El muchacho aguanta en silencio, ni se le ocurre contar al tio Juan estas cosas. A solas, llora. Piensa en sus hermanos y en su madre. A Catalina, pasado un afio de su viaje toledano, se la come una intranquilidad, una desaz6n: le preocupa tanto el silencio de Galvez que decide ponerse otra vez en camino. Ahora tampoco sabemos si lleva consigo los dos pequefios, 0 quizé solo a Luis. No ha mandado previo aviso, llega inesperadamente a la casa de su cufiado. Sospecho que el susto fue para Inés: el nifio contard a su madre lo que pasa. Francisco lo conté. Se:harté de sollozar en brazos de su madre: la tia lo maltrataba, é1 sufre mucho, no va a la escuela. Quiere volver con su madre a Fontiveros. El médico don Juan cae del nido: nunca sospeché el com- portamiento de su mujer. Le rife, habran tenido explicaciones a solas. Don Juan promete a su cufiada que va a cambiar las cosas, él remediaré los errores y forzaré a Inés a cuidar carifiosamente 93 del chico. Francisco llora, suplica a la madre que lo Ileve con- sigo... Catalina parte llevandose a Francisco. Ha perdido una es- peranza, la oferta del cufiado le parecia el afio pasado un milagro. Pero ella no tiene entrafias para dejar en Galvez a su hijo. El disgusto del tio médico debié de ser soberano. Inés le trajo luego dos hijos, asi que una alegria borra una pena. Fontiveros queda lejos, don Juan de Yepes nunca volvié a saber de su cufiada y sus sobrinos. Al menos ningtin rastro existe donde comprobar si se ocupé de ellos. Lastima, Inés, la mujer del «buen samari- tano», fastidié la bella historia. De 1543 a 1548, Catalina brega reciamente en Fontiveros. Los campos de Castilla soportan una de las mds feroces sequtas del siglo XVI: «Afios estériles». Van de mal en peor. No hay quien comprenda de donde saca energias el pueblo espafiol para continuar sin desfallecer bajo los estandartes de nuestro emperador don Carlos. Serd la fiebre de aventuras. Al mismo tiempo que en América ensanchan el horizonte del Nuevo Mundo, en el corazon de Europa los tercios del emperador tienen a raya las embestidas de los principes protestantes que intentan atacar la ciudad de Trento donde esté abierta la primera sesién del Concilio. Don Carlos ha concertado la boda de su hijo Felipe con dofia Maria Manuela, hija del rey portugués: Cuando Manuela y Felipe se casan en Salamanca, ambos jévenes de dieciséis afios, el emperador anda guerreando por Europa: ha dejado a don Felipe la regencia de Espafia, con un escogido lote de consejeros y un pliego de avisos para el buen gobierno. Lo malo es que el joven principe regente, con los afios horribles de carestia que el pats atraviesa, ha de convencer a las Cortes para que manden subsidios a su padre, quien consume recursos y hombres frente a los muiltiples enemigos de su imperio. Los espafioles saben que don Carlos soporta la carga el primero de todos: en Miihiberg ha ganado gloriosamente la batalla permaneciendo veinte horas a caballo. A pesar del cruel dolor de gota. En Fontiveros, los sufridos vasallos del emperador, como en tantos pueblos de Castilla, pasan hambre. Sufren silenciosos, tenazmente fieles. De Catalina Alvarez, viuda con tres hijos, no 94 encontramos una queja. Estudiando los documentos relativos a esta durisima etapa soportada por la madre de Juan de la Cruz, me viene a la memoria un dicho de mi hermana Ana, es mi cufiada, casada con Andrés: nos queremos como hermanos. Ana ha corregido sutilmente aquel viejo proverbio «Dios aprieta pero no ahoga». Ana, que sabe bastante de aguantar las pruebas, dice asi: «Dios aprieta, pero no te suelta». Exactamente asi pas6é con Catalina Alvarez por aquellos afios en Fontiveros. Ella, ni una queja. En estos cinco afios, Francisco se hace un hombre: crece de 13 a 18 de edad. Le repugna la escuela, no hay quien le haga estudiar. Cumple los 15 y todavia no sabe ni leer ni escribir. Acaba convenciendo a su madre que le libere de aquel martirio y lo ensefie a trabajar en los telares. Catalina cede. Le vendria de perlas tener un hombre trabajando a su lado, como estuvieron ella y Gonzalo: Entre dos pueden con los gastos de la casa... si hubiera ventas. El mercado falla, las ferias de Medina langui- decen. De modo que el esfuerzo de Francisco apenas sirve de ayuda. Pero al menos el chico aprende bien un oficio: se ganar el pan como tejedor. Catalina empieza a cavilar sobre las ventajas que a los nifios proporcionaré si los leva a vivir a otro pueblo mayor que Fontiveros, donde haya ofertas de trabajo. Por ejemplo Arévalo, la poblacién mayor de la Moraifi Los dos pequefiajos, Luis y Juan, asisten a la escuela. Luis, al parecer, poco tiempo. Muere, sin que podamos precisar la fecha. Lo unico que apuntan los documentos es que la causa de su muerte fue alimentaci6n insuficiente: los testigos de la época lo califican «muerto por hambre». Hoy se nos pone la carne de gallina pensando que en pleno siglo de oro espafiol podian morir de hambre los nifios de Castilla; entre ellos tocé a un hermanillo de Juan de la Cruz. El caso era frecuente, por desgracia. Los afios «negros», etapas de mala cosecha, extienden por pueblos y aldeas una espiral de «hambre endémica», que favorece la expansién de «pestes» célebres. También los mayores, pero es- pecialmente los nifios, caen como moscas. El nivel medio de vida no alcanza en aquellos tiempos a treinta afios. Con raz6n subrayan los investigadores la diferencia entre nifios de familia 95 rica y nifios de familia pobre. En casa de gente poderosa, los chavales estén bien alimentados. Tenemos un ejemplo a mano. La biografia del nifio Juan, cuyas peripecias escrudrifiamos,. ha de cruzar dentro de poco la biograffa de una mujer nacida en Avila veinticinco afios antes que Juan de Fontiveros: Teresa de Ahumada, Teresa de Jesés. Si los Yepes no hubieran arrojado de su clan a Gonzalo con motivo de la boda, quizé los hijos de Catalina disfrutarian un estado econémico y social parecido al que disfruté de nifia Teresa de Ahumada. Da la coincidencia de que los abuelos de Teresa, Ilamados Sanchez de Cepeda, eran mercaderes en Toledo casi por los mismos afios que los abuelos Yepes. Incluso hay indicios de parentesco entre las dos ramas. Mercaderes toledanos; de sangre judia, por supuesto. Conversos. Las peripecias de la fortuna hicieron caer a la nifia Teresa del lado de familia rica, y al nifio Juan del lado de familia pobre. Vean lo resultados: El padre de Teresa, Alonso Sénchez de Ce- peda, engendré, de dos mujeres, doce hijos, once de los cuales salvaron la terrible raya de la mortandad infantil; llegaron a ma- yores. El padre de Juan, muerto prematuramente, sélo tuvo, de su mujer Catalina, tres hijos, uno de los cuales, Luis, murié pequefio. Pero es que Francisco, el hermano mayor de Juan, casaré joven y engendrard ocho hijos. Le mueren, de crfos, siete; sélo se salva una nifia. Francisco, a quien acabamos de ver aprendiendo su oficio de tejedor, fue, toda su vida, pobre. Y los hijos le morian... Desde mitad del siglo XIII existia en las afueras de Fon- tiveros un convento de monjas que a primeros del siglo XVI decidieron unirse a la orden carmelitana. Hoy el convento de carmelitas no esta en las afueras del pueblo. A mitad del siglo XVII se trasladaron dentro, cabalmente a calle Cantiveros, al ladito mismo de la casa donde habfan residido Gonzalo y Ca- talina. Lastima que en vida de Catalina no estuviera ya tras- ladado el convento, porque a la pobre viuda le hubieran servido de cobijo las buenas monjas. He preguntado a la madre priora si piensan que la familia Yepes tuvo alguna relacién con el convento, ella cree que si: 96 — Aunque estébamos en las afueras, éramos las tinicas monjas del pueblo; seguro que Catalina vino de vez en cuando a rezar ante la Virgen del Carmen; traeria sus hijos con ella, y nos alegra pensar que en nuestra casa oyé Juan por vez primera hablar de la orden del Carmen. Al nifio Juan las calamidades de su casa no le impedian, segtin crecié, disfrutar la infancia propia de los chavales de pue- blo: de la escuela a corretear por las calles. Los juegos que divertian a los crios de Fontiveros han dejado noticia de un epi- sodio notable. Ocurrié en las afueras, por la zona de los Arenales, donde estaba por entonces, el convento de las monjas carmelitas. He ido a visitar el sitio sefialado tradicionalmente. Quedan rastros de terreno fangoso: hubo «laguna», charcas mds 0 menos pro- fundas, alimentadas por el agua subterranea que de siempre de- tectaron los habitantes de la, Morajia. A esta condicidn del suelo deberfa su nombre, «los Arenales», el area del convento de las monjas carmelitas. Pues alli, en la charca de los Arenales, ocurrié el susto que a poco estuvo de ahogar la vida del pequefio Juan. Una tarde como otra cualquiera, los chavales de Fontiveros correteaban por las calles, y decidieron divertirse a orillas de la laguna: el juego consistfa en meter una vara vertical en el agua, clavarla con fuerza, soltarla y cazarla répidamente cuando salta hacia arriba. Juanillo se incliné demasiado desde el borde de la laguna inten- tando rescatar su vara, y cay6 dentro del agua. Se hundié hasta el fondo, que no estaria demasiado profundo pero s{ bastante para ahogar un crfo de seis o siete afios. El nifio braced lo que pudo, salié a flote y volvié a hundirse. Los gritos de los chavales alertaron a un labriego que por allf andaba, quien efectivamente acudi6 a la laguna, alarg6 una gayata al nifio y lo sacé. Esta es la breve crénica «externa» del suceso. Pero dentro, en la experiencia vital de Juanillo, quedaba indeleble una im- presi6n misteriosa. Pasardn los afios. Juanillo sera fray Juan de la Cruz. Poco dado a las confidencias tocantes a su persona. Sin embargo, un par de veces relaté el episodio de la charca de Fontiveros, con un comentario que repitieron quienes le escu- charon: «Vido, estando dentro (de la laguna) una sefiora muy 97 hermosa que le pedia la mano, alargdndole la suya, y él no se la queria dar por no ensuciarla; y estando en esa ocasién llegé un labrador...» que le sacé del agua. No parece dificil hallar una explicacién psicolégica «normal» a la «experiencia» fantastica de un nifio atrapado en aquel peligro. Pero considero que serfa poco honesto dar de lado a los docu- mentos donde consta el caso. Que ejercié cierta fascinacién entre los discipulos y devotos de fray Juan: El relato se repite varias veces atribuido a diversos momentos de la biografia del prota- gonista, con escenarios distintos y un contenido idéntico que invita a descubrir «la matriz» en este recuerdo de Fontiveros. Es la primera ; de la cual sale sereno, tan contento. En cambio al emperador le va a durar el berrinche, y tiene por cierto un choque frontal. Don Carlos desde Flandes ha confiado al «padre Borja», su antiguo 127 virrey de Catalufia, que suavice cuanto sea posible los contactos con la diplomacia pontificia. Al padre Francisco de Borja, nuestro «jesuita duque», amén de sus gestiones confidenciales ante la sede papal, le toca venir a Espafia y cerrar piadosamente los ojos a la infeliz dofia Juana la Loca, que muere en Tordesillas con setenta y seis afios de edad: ha sido durante medio siglo la reina més desgraciada de todos los tiempos. Ella ni supo siquiera que su hijo el emperador don Carlos es sefior del orbe. La noticia del fallecimiento pillé al hijo Carlos en Bruselas, y al nieto Felipe en Londres. Porque hay alianza matrimonial hispanobritdnica: El principe Felipe, heredero de Espafia, ha casado con la reina de Inglaterra, su tia Marta Tudor. La imparable riada de la historia le esté tomando el pelo a Enrique VIII, quien degollé esposas y traicioné a la Iglesia catélica por afan de «tener sucesor var6én»: lo tuvo, Eduardo VI: pero no ha durado nada. La corona inglesa pasa a Maria, hija de la primera mujer de Enrique VIII la espafiola dona Catalina, ultima hija de los Reyes Catélicos, la mds amada —seguin los cronistas— de Fernando, «y el mds cabal retrato de su madre Isabel»: Enrique VIII repudié a Catalina, la encerré de por vida en el castillo de Kimbolton. Qué ironta, ahora una hija de Catalina ocuparé el trono de Enrique VIII. Tampoco va a durar... Marta Tudor lleva doce afios al principe Felipe, pero don Carlos ve con este matrimonio una compensacion a la ne- gativa de los principes alemanes que rechazaron la candidatura de Felipe a la corona imperial. La nueva reina es catélica, desea res- tablecer la sumisi6n al papa en las islas britdnicas. Don Carlos suena Para su hijo un nuevo imperio «hispanobritdnico» en sustitucién del «hispanogermdnico». Excelente diseno politico: ldstima que Maria moriré enseguida; y sin hijos. El emperador ha firmado «la paz de Augsburgo» que da libertad religiosa a los protestantes de Alemania. Don Carlos esta cansado. Sus negros presagios se han convertido en realidad: el papa Paulo IV, viejo cascarrabias de ochenta aiios, provoca un choque frontal. Paulo IV, asceta de vida mortificada, ejemplar, no se parece nada a los pontifices renacentistas que le han precedido: pero carece por completo de dotes politicas, lo cual sig- nifica un peligro serio mientras el papa, ademas de ser guta espiritual, disponga como principe temporal de soldados, cafiones y barcos. Le sobra raz6n para odiar a los espatioles que ocupan su patria, el reino de Ndpoles. Y dejdndose llevar de su temperamento irascible, ataca 128 al:emperador y al hijo Felipe, que ya tiene cedido por don Carlos el titulo del rey de Ndpoles. A Paulo IV le respalda, naturalmente, el rey francés Enrique I. El papa Carafa ha prometido que le coronard a su hijo rey de Ndpoles si le ayuda.a arrojar de Italia al ejército espafiol. Los tercios del emperador no dieron tiempo a nada: avan- zaron sobre Roma y el papa se entreg6. Dos sobrinos del pontifice, que le hactan de estrategas, huyeron a refugiarse en Francia. Cansado, viene don Carlos este invierno de 1556 a buscar alivio en el monasterio de Yuste. Ha otorgado el cetro imperial 1 su hermano Fernando, y las coronas hispanicas a su hijo Felipe. Hspera morir sereno en la paz del monasterio extremefio. : Viene desde Flandes el emperador. Decide pasar por Medina: quiere cumplir con su viejo amigo don Rodrigo de Duefias. Hubo en Medina un jolgorio sensacional a honor del empe- vador don Carlos. Le alojaron en el palacio de los Duefias, claro. Entrado el otofio, hacia frio. Don Rodrigo mando caldear convenientemente las estancias. En el aposento de su majestad, prepara don Rodrigo un brasero aromatizado con canela- fina de Ccilén. Lo prendié, ya presente el emperador, quien miraba con ojos de inmenso agradecimiento: porque don Rodrigo esta encendiendo el brasero con un «pagaré» que por valor de cin- cuenta mil ducados tiene pendiente hace afios su amigo don Carlos, su majestad don Carlos, primero de Espafia y quinto de Alemania. ; Opino que alguna vez debiera el cielo consentir a los An- geles meter la nariz en nuestras cosas. Qué trabajo hubiera costado al angel custodio del muchacho Juan sefialarle al em- perador, entre los vasallos que aplaudian en la plaza mayor de Medina, la presencia de una pobre familia Yepes cuyo nombre marchando eli tiempo dard lustre a'la santidad'de Espafia. Total, mientras duerme su majestad en el palacio Duefias, los Yepes estén ahi mismo, en una casita; con sélo cruzar la calle, acera de enfrente. ; i Don Carlos, pienso, tuviera consuelo con bajar a visitarles. Los angeles callaron, a nadie avisaban que aquel nifio de los Yepes ha de llamarse un dia fray Juan de la Cruz. 129 Vaya de urgencia este ultimo apunte. Por escrépulo de fidelidad historica. La tradici6n medinense afirma que don Rodrigo le encendié el brasero al emperador con su pagaré. Los documentos escriben sencillamente: Don Rodrigo entregé a don Carlos el pagaré en una bandeja de plata. El emperador «estimando en mucho el servicio», eché a don Rodrigo los brazos al cuello. 130 10 Que no lo pinten de caramelo, por favor Medina del Campo 1555-1562 Hay por aquellos tiempos en Medina un hospital dedicado a enfermedades venéreas: «Hospital de lax bubas», lo Haman po- pularmente. Su titulo exacto es «Hospital de Nuestra Sefiora de la Concepcién», «Bubas», palabra hoy en desuso, significa los tumores blandos que se presentan en la regién inguinal como consecuencia del mal venéreo, Contaba Medina en la segunda mitad del siglo XVI con catorce hospitales, abundancia debida en parte a la necesidad de atender una poblaci6n flotante atraida por las ferias. Este carécter ferial de Medina explica la existencia de un centro dedicado especfficamente a las «bubas», resaca triste de ciudades con promiscuidad internacional de viajeros. Un hospital apenas tenia entonces nada que ver con nuestros centros sanitarios actuales, en Medina eran realmente catorce asilos donde acoger a los enfermos pobres segtin la clase de su mal: Hospitales «generales» (Palmeros, Quintanilla, San Blas, Compaiieros...); 0 «especfficos» para ciertas enfermedades con- sideradas contagiosas como la lepra y la tifia. A finales de siglo, exactamente el afio 1592, un comerciante y banquero burgalés establecido en Medina, con éxito y categoria semejantes a don Rodrigo de Duefias, llamado Simén Ruiz Embito, crearé un hos- pital general que retina todos los pequeiios hospitales dispersos por la ciudad. Simén Ruiz ocupé el cargo de gobernador general de la Santa Hermandad, guardia civil de la época; y del 1584 a 1592 ostenté la autoridad suprema de Medina. Murid en 1597, pero su proyecto continu6 adelante y el hospital ha durado hasta nuestros dias. Cualquiera comprende que las familias cristianas de Medina dedicaran mayor compasién al Hospital de las bubas, testigo 133 doliente de la prostitucién, arrabal inevitable del esplendor ferial. Esta situado en el extrarradio, cabalmente hacia el norte de la ciudad siguiendo la calle Santiago donde viven nuestros Yepes. Dispone de cuarenta camas, y se dice que pasan de doscientos los enfermos asistidos al afio en el hospital: unos mueren; otros marchan, siguen su triste camino. Segin costumbre medieval, gobierna el centro una «hermandad» constituida por caballeros de la villa, quienes designan al administrador y respaldan eco- némicamente la casa. Es pobre, el hospital, carece de bienes propios. El administrador ha de ocuparse de recoger limosnas con arreglo a un calendario que toda Medina conoce. «Limos- neros» enviados de casa en casa los sdbados, a la plaza mayor los dias de feria, a las eras en agosto y a las vifias en otofio, también a la puerta de las iglesias algunos domingos; recogen dinero y subsistencias para el Hospital de las bubas. Ya ven, Medina tiene organizada una colecta especial para enfermos ve- néreos. Y vaya coincidencia, en el Hospital de las bubas ofrecen trabajo como enfermero y como limosnero al muchacho Juan de Yepes, que mds o menos andar por los quince o dieciséis afios de su edad. Digo coincidencia no sdlo a causa de la sorpresa que produce ver al futuro fray Juan de la Cruz metido a cuidar enfermos venéreos. Catalina su madre hubiera tenido un sobresalto si le dijeran quién fue fundador, exactamente fundadora, del Hospital medinense de las bubas: Dofia Teresa Enriquez, la «sefiora de Torrijos», que también fundé en To- trijos aquella colegiata donde celebra misa un cura hermano dei difunto Gonzalo, un cura que ojal4 esté sintiendo remor- dimientos al leer la parabola evangélica del buen samaritano. El cura Yepes dejé tirada en la miseria a su cufiada pobre viuda con tres nifios colgados al cuello... Dofia Teresa Enriquez si fue caritativa, hasta aqui Ilegé su mano. Bienquista de los Reyes Catélicos, parienta de Fernando y amiga de Isabel, los visitaba en el Castillo de la Mota. Deseosa de regalar a Medina una muestra de su afecto, fund6 este hospital para la mas penosa de las enfermedades, el Hospital de las bubas. 134 Hacia 1555 la «hermandad» nombra administrador de] Hospital de las bubas a un tipo de grandes cualidades: Alonso Alvarez de Voledo, joven caballero que ha resuelto consagrar su existencia al cuidado de los enfermos. Comienza entregando sus bienes personales al patrimonio del hospital. Le ayuda una hermana suya que ha quedado viuda. Pasardn veinticinco afios, y cuando cl gobernador Sim6n Ruiz reorganice los hospitales de Medina, tira este juicio sobre el administrador Alonso: «Prescindir de Alonso Alvarez serfa la peor desgracia, porque él beneficia ver- daderamente a la ciudad». Su diligencia en el trabajo y la bondad con que cuida a los enfermos le ganan la confianza de cuantos bienhechores dan apoyo al Hospital. Las limosnas aumentan. Alonso Alvarez busca jévenes enfermeros y limosneros que pon- gan empefio, ilusién. Espafia producia en aquellos tiempos ejem- plares humanos de esta categoria: hombres y mujeres resueltos 4 cumplir desinteresadamente un trabajo dificil en favor de po- bres, enfermos, nifios huérfanos. Alonso Alvarez de Toledo ten- dr4 un siglo mas tarde una réplica famosa en el puerto de Sevilla: Miguel Majiara, caballero de familia genovesa, recorreré el «are- hal» junto al rio Guadalquivir prestando auxilio a viajeros de- sumparados, llevando enfermos a los hospitales, asistiendo mo- ribundos, enterrando ajusticiados. Y obtendra permiso del cabildo para pedir limosna «todos los dias de fiesta a las puertas de la catedral». Alguien informé a don Alonso Alvarez sobre un muchacho que asiste a la escuela de los Doctrinos y sirve de sacristén a las monjas agustinas de calle Santiago. Juan de Yepes ha crecido, ha de hallar un trabajo mds sustancioso que el de simple mo- naguillo. Quienes le conocen hablan bien del chico y de sus parientes. La madre teje, su hermano Francisco tiene fama de hombre devoto. Alonso Alvarez llama al muchacho Juan y le ofrece un puesto de enfermero en el Hospital de las bubas. Juan acepta, en su casa todos se ponen contentos. Ya tiene un trabajo seguro. Asi funciona la peripecia humana: el mds exquisito poeta lirico de la lengua hispana, el futuro mistico absorto en divinos en 135 coloquios, va a pasar seis afios de su juventud cuidando enfermos sifiliticos en un arrabal de las ferias de Medina. Se dice pronto. Imaginen lo que significa pasar la noche junto al camastro donde se pudren individuos convertidos en piltrafas a fuerza de recorrer los prostibulos del planeta desde Macao hasta Rotterdam. La enfermedad los ha vencido en la feria de Medina, adonde Ilegaron con la esperanza de encontrar satisfaccién a su lujuria y remedio al mal que les corroe las entrafias. Evoquen ustedes los quejidos, las blasfemias, el estertor de las agonias. El Hospital carece de utillaje para curarlos, apenas puede hacer otra cosa que acompafiar unos meses de su vida secdndoles el sudor y dandoles un vaso de agua fresca. Tenemos el dato de las cuarenta camas disponibles, y pasan por el Hospital doscientos enfermos al aiio: ,Cudntos mueren alli, cudntos marchan a seguir su extrafio camino? Buen entrenamiento para un mistico. Lastima que Juan de Yepes, quien luego describird las singladuras del alma hacia Dios, no llevara un diario de sus noches hospitalarias en Medina. La sifilis ha catdo sobre el planeta como una peste nueva en el paso del siglo XV al XVI. Hay quien le atribuye origen americano, aseguran que vino con los marineros regresados del nuevo mundo. Sin embargo, esté comprobada su existencia en Europa antes de 1492, y de hecho «las bubas» llevan nombre cientifico expresivo: «morbus gallicus», peste francesa, mal francés. Los escritores de la época describen «las pustulas que aparecen primero en las partes pudendas y después por todo el tegumento», con chancros y ulceraciones bucofaringeas te- rribles. Advierten que el contagio se produce con la cépula carnal; por eso las autoridades ordenaron vigilancia sanitaria en los lupa- nares, dudosamente eficaz. El tratamiento, largo y costoso, podian permitirselo sefores ricos de la corte en sus mansiones privadas, pero un hospital carecia de médicos instruidos y de medicinas. General- mente, aplicaron a las llagas el «ungiiento sarracénico», con una elevada proporcién de mercurio en vehiculo graso. Mediante friccio- nes calientes y vendaje de la superficie emplastada intentaban que el mercurio alcanzara las lesiones internas. De las Indias llegé un re- medio, el «palo santo», utilizado alld por los indigenas del nuevo mundo: una infusién obtenida pulverizando, macerando y cociendo la madera del guayacdn. Sometido el enfermo a dieta de hambre, le 136 forzaban una sudoraci6n intensa respirando la infusion caliente, De momento «el palo santo» obtuvo éxitos clamorosos, pero cay6 pronto en descrédito; unos atributan la pérdida de eficacia a la falsificacién de la madera, otros «a la pérdida de su virtud en tan largo viaje» (Paniagua, «Historia Universal de la Medicina» de Lain Entralgo). Ya ven, andaban en la época tan desconcertados con la sifilis como estamos hoy frente al sida. Hasta hubo en la corte del emperador don Carlos un erudito y poeta médico zamorano, judio converso, que al redactar su «Tratado sobre las pestiferas buvas» —él escribia con uve — ironiz6 a cuenta «de la forzada castidad que el miedo impone». A Juan de Yepes asigné don Alonso Alvarez dos funciones, la de enfermero en el hospital y 1a de limosnero por la calle. Para esta segunda estaba Juan entrenado, porque habia recogido dinero a favor del Colegio de la Doctrina. De enfermero aprendié como aprende cualquier auxiliar sanitario: poniendo caridad y pacien- cia. En aquellas circunstancias, por arrobas: carifio y aguante. Personas que pertenecieron a la Grbita del administrador, alguno trabajo en el Hospital por las mismas fechas que nuestro joven enfermero, dejaron testimonio de su comportamiento excelente. Seria verdad, porque las notas del siempre vigilante hermano Francisco, certifican la satisfaccién de don Alonso Alvarez: «El cual caballero y todas las personas del hospital le querfan mucho». Tampoco le supondria gran esfuerzo dado el entrenamiento familiar que trae. La familia Yepes no afloja en su dedicacién a tos pobres. El hogar que Catalina preside, alterna en Medina dias de gran gozo con noches amargas a causa de los hijos concebidos por Ana. Nacen crios a chorro, estos afios, del matrimonio Ana y Francisco: hasta ocho hijos. Parto, bautizo, alegria con los amigos del barrio. Pero mueren también a chorro. Los Yepes pagan, como todas las familias pobres de Castilla, el tributo de la escasez, de la alimentacidn deficiente, de las pésimas condi- ciones sanitarias. Les mueren los nifios, todos, uno tras otro, victimas de la miseria ambiental. S6lo salvan la nifa: creceré, les alegraré el hogar; y pronto marcharé monja al convento de las bernardas en la villa de Olmedo, unas leguas a la derecha de Medina. La monja Yepes Ilevé de nombre Bernarda de la Cruz. Les apenaron las muertes de los hijos. Una nifia, Ana, como la 137 madre, alcanz6 los cinco afios. Cuenta Velasco que era un en- canto. Murié, todos morian... Quiza esta experiencia dolorosa de hijos que mueren, impulsa a los Yepes a un particular aspecto en su actividad misericordiosa. Era frecuente hallar nifios recién nacidos, abandonados por sus padres al portal de una iglesia. A Francisco le dio la curiosa mania de hacer ronda nocturna a la bisqueda de infelices cria- turas. Lleva el bultito a casa; donde Ana y Catalina limpian, adecentan al nifio. De madrugada busca un sacerdote, preparan el bautizo. Los registros parroquiales de Medina conservan par- tidas de bautismo en las cuales Francisco, Catalina su madre, la mujer Ana, el mismo Juan, aparecen como padrinos de nifios «cuyos padres son desconocidos». Conoce amas de cria a cuyos pechos confia el cuidado del lactante. Y no le da ningtin empacho colocarse los domingos con varias amas y los peques a la puerta de una parroquia y pedir limosna con que sacarlos adelante. A estas alturas Francisco es popular en Medina, le ayudan. Una tarde Francisco encuentra un enfermo tendido en la calle: lo carga a sus espaldas y lo lleva al Hospital de las bubas donde trabaja su hermano. A las puertas de casa puede llamar quien sea con la certeza de hallar acogida, caras sonrientes y un pedazo de pan, que quizi Catalina y Ana se quitan de la boca. Hacen mas los Yepes: Medina contiene dentro de su recinto burgués, como suele ocurrir a todas las ciudades, pobres «vergonzantes». Familias venidas a menos, incluso empobrecidas, mfseras, cuyo brillo social anterior les fuerza al disimulo. No se atreven a pedir limosna. Francisco descubrié algunos hogares cafdos en angustia. Buscé para ellos dinero, comida, ropa. Les auxilié discretamente. Me pregunto cémo nunca sintieron los Yepes la tentacién de aprovechar para si mismos las limosnas pedidas a favor de otros. Hubo quien formulé en Medina el mismo interrogante con peores intenciones que yo ahora. Acusaron sordamente a Fran- cisco: «Es un vago, por no trabajar se dedica a pedir limosna». Estos rumores con facilidad crecen. Y engordan. La murmuracién dio un paso mas: en qué emplea los dineros recogidos. Hubo ya una denuncia formal: «En comer y beber, él; no da a los pobres». Recibié Francisco un aviso judicial: le prohiben pedir limos- na; si lo hace, ira a la carcel. 138 Lo hizo, claro; ni caso de la prohibicién. Continud su acti- vidad habitual como si tal cosa. Vinieron guardias a buscarlo a su casa, lo encerraron. Hubo inmediatamente «una movida» entre quienes conocfan bien su caso. Acudieron a personas relevantes. El clérigo Porras hablé con los jueces, conté de pe a pa el «estilo cristiano» de los Yepes. Los soltaron y le dieron permiso oficial para proseguir «su rara faena». Tedfanes Egido, puntiagudo historiador carmelita, opina que lrancisco fue realmente un vividor: dirfiamos «un picaro a lo divino», que supo sacar provecho a la pobreza y a la piedad. Considero excesivamente sutiles los razonamientos de Teéfanes: Juan de la Cruz no era bobo y veneré a su hermano. Saben qué pienso, segtin estoy relatando la vida de los Yepes: quizd también a ustedes les ha venido a la mente la imagen de la madre Teresa de Calcuta... Quien lo discute, los jesuitas son gente talentuda. Nada mas llegar a Medina, toman el pulso a la ciudad y descubren la carencia social mas agobiante. Afronténdola, ellos consiguen dos objetivos: prestan el mejor servicio; y se introducen dentro de la malla civica haciéndose insustituibles. jCudl era esa carencia en una Medina que ha revitalizado sus ferias? La cultura. A Medina le falta un centro cultural de categorfa: que esté a la altura de su renombre mundial como mercado. Llegan los jesuitas y abren colegio. De categorfa. En pocos afios dan a la villa una atmésfera literaria de calidad excelente. Porque su colegio no lo tienen los jesuitas cerrado, ensimismado, qué va: celebran actos académicos ptiblicos, programan repre- sentaciones teatrales, certamenes, invitan autoridades, parientes de los colegiales, amigos. Desatan sobre Medina una fiebre artis- tica, una espiral humanistica. Han traido los jesuitas magnifico equipo, en realidad dos equipos. Uno de sacerdotes ya maduros, cuajados, tiene asig- 139 nadas la direcci6n de la casa y la formacién de jévenes novicios aspirantes a entrar en la Compafifa. Otro equipo, los «maestri- llos», dan las clases del colegio: son «cachorros» de jesuita, profesos ya preparados en varias disciplinas, pero todavia pen- dientes de los estudios teoldgicos previos a la ordenacién sacer- dotal. Entre los «padres maduros» pasarén por Medina figuras de tanta calidad como Baltasar Alvarez y Cristébal Caro, amigos y confidentes de Francisco Yepes. Los «maestrillos» de la pri- mera etapa del colegio, aparte del flamenco Maximiliano Calleja que abre las clases, forman un «cuarteto» juvenil de empuje: Juan Guerra, Miguel de Anda, Gaspar Astete, Juan Bonifacio. Astete seré célebre luego por su «Catecismo» en preguntas y respuestas llegado hasta visperas del ultimo Concilio. Juan Bonifacio ha obtenido entre los veinte y los veinticinco de su edad categoria de excelente humanista: en Medina revela cualidades pedagégicas notables. Tres grupos de jévenes integran el alumnado del colegio, unos cuarenta muchachos. El primer grupo, nticleo fundamental de la casa, son estudiantes y novicios con vocacién de jesuitas. A ellos se afiade otro grupo de jévenes nacidos de familia rica capaz de pagarles la estancia y los estudios en el internado. Admite, ademas, el colegio algunos alumnos externos gratuitos. Todos ellos ajustan su horario a la severa disciplina pedagégica de la Compafiia, orientada simulténeamente a instruirlos y edu- carlos; es decir, estimula su desarrollo humano y cristiano. A partir de la Ilegada en 1551, los jesuitas, comprobado el éxito, desarrollan progresivamente su colegio, escoltados por la generosidad de varios mercaderes de Medina. Nuestro conocido caballero Rodrigo de Dueijias entra en el primer lote de bienhe- chores; le sucedié luego en el patrocinio otro poderoso medi- nense, don Pedro Cuadrado, quien habia respaldado en Amberes a Ignacio de Loyola. {C6mo entr6 en contacto Juan de Yepes, enfermero y li- mosnero del Hospital de las bubas, con el distinguido colegio jesuitico de Medina? Como y cuando, son dos interrogantes cuya respuesta no dan clara los papeles. 140 Veamos el cudndo: porque Juan crece, ya no es un chiquillo. a comenzado los afios decisivos para imprimir estilo personal 4 su aventura biografica. Hacia los 15 de edad lo incorporé Alonso Alvarez al Hospital de las bubas, afio 1555. De 1559 a 1563 va a realizar los cursos académicos del colegio jesuftico. Quedan, de 1555 a 1559, cuatro afios en medio. Trabaja: enfermero y limosnero. Cumple a con- ciencia: De los quince a los diecinueve, Juan asienta los pilares de su propia personalidad cuidando enfermos de sifilis. iY los estudios? ;Qué pasa durante estos cuatro aiios con aquel nifio tan aplicado en las clases del Colegio de la Doctrina? Los documentos sugieren que Juan continué apegado a los libros, pero no dan pistas para situarlo. Pienso dos cosas. Primera, que al Hevarlo al Hospital don Alonso no le obligaria a romper por completo la asistencia a clases de la Doctrina, si todavia tenfan para él interés: pudo muy bien combinar el horario de trabajo con el horario de clases. La segunda cuestién, interesante, va conectada con la pregunta que arriba dejamos pendiente: como entra Juan Yepes en contacto con el colegio jesuitico. Al estrenar su colegio, los jesuitas dieron algunas clases «abiertas» y «gratuitas», ciclos que servirian de presentacién publica, y de propaganda del nuevo centro: légica, gramatica, y sobre todo «filosofia moral» fueron materias escogidas. Las «me- inorias hist6ricas» de la Compaiiia subrayan el interés de la moral para Medina, ciudad «donde los comerciantes cometian trampas ¢ injusticias al extender sus contratos». El revuelo de tal novedad interesarfa indudablemente a un joven como Juan deseoso de llevar adelante sus estudios. Hay que contar durante estos afios de infancia, adolescencia y juventud de Juan, con la influencia del «factor Francisco»; a Francisco Yepes le tiene al fresco la actividad intelectual de los jesuitas, pero estima y aprovecha su magisterio espiritual. Francisco frecuenta la iglesia, y la resi- dencia, de la Compafifa; es «de casa». No le pas6 por alto, tan pendiente de las conveniencias para su hermano, la importancia del dispositivo estudiantil montado por los jesuitas. Me atrevo a conjeturar que hablé de Juan a los jesuitas; cuando Juan se ins- criba como alumno «externo» y «gratuito» en los cursos aca- 141 démicos regulares del colegio, estar4 detrés Ia mano de Francisco; seguro. Sea lo que fuere la aficién de nuestro joven a los libros durante cuatro afios silenciosos, sabemos que don Alonso autorizé a su enfermero Juan de Yepes «para que fuese a oir lecciones de gramatica en el colegio de la Compajiia de Jestis», tomando para las clases «un poco por la mafiana y otro rato por la tarde». Estamos ya en 1559, anda Juan por los diecinueve de su edad: los «cuatro afios silenciosos» nos lo han hecho un hombre. Las idas y venidas las tiene faciles: del hospital al colegio habr4 sélo doscientos metros de distancia, instalados ambos, colegio y hospital, en el barrio norte de la villa, al remate de calle Santiago. Como si Juan entrara en la universidad: los cursos académicos del colegio jesuitico de Medina funcionan con tal seriedad que nada envidian a una facultad universitaria. Cierto, los «maestri- llos» profesores no tienen el aspecto solemne de catedrdticos salmantinos, pero poseen preparacién s6lida y traen una ilusién juvenil imparable. Hace dos ajios, el 1557, Iegé al colegio un joven profesor llamado Juan Bonifacio: la estrella del equipo jesuitico ensefiante. No es sacerdote, sélo tiene veinte afios. En- seguida Medina celebra la valia del «padre Bonifacio». Cuando Juan Yepes acude a oir sus lecciones, Bonifacio ha cumplido un par de cursos de magisterio: esté en veintidés de su edad, sdlo tres mayor que su discfpulo. A Juan Bonifacio tuvo que Ilamarle la atencién el «enfermero estudiante», mas viejo que los demas alumnos, pero que no se hace notar gracias a su pequefia estatura. La curiosidad intelectual del jesuita Bonifacio abarca el horizonte inmenso de las ciencias humanas y divinas; le interesaba todo, le apasiona el estudio, saber. Esta poseido por el espiritu hu- manista caracteristico del Renacimiento europeo. Y goza ense- fiando, es un pedagogo. Bonifacio se rie de si mismo: «Comencé a ensefiar a los muchachos cuando yo mismo era un muchacho». Pero al llegar a Medina traia cumplidos en la Universidad de Salamanca tres cursos de derecho y uno de artes, amén de haber 142 vivido su primer afio de jesuita novato. Le han asignado «la cuarta clase», letras cldsicas. Apasionado con los grandes autores, Bonifacio pone sus discipulos cara a cara con Suetonio, Plinio, Cicerén, Virgilio, Horacio y Marcial. Acostumbra a los chicos a interpretar por sf mismos el texto latino, les descubre la riqueza subterranea de] griego, del latin, de la retérica. Con Bonifacio de maestro, las clases son una fiesta alegre, entusiasmante. Cuan- do pasen afios, este jesuita insigne recoger4 en un libro sus im- presiones de maestro y expondrd las metas de su trabajo, el estilo de su pedagogia: Ve sus alumnos «como tierra fértil» que «cul- tivada por nosotros jesuitas» dar4 cosechas abundantes. Entre los misterios jesuiticos, el invento de «maestrillos» representa un hallazgo genial. Ha producido maravillas. Yo de joven conoci un maestrillo jesuita calcado de Bonifacio. Certifico que son un regalo de la providencia divina para los jévenes que caen en sus manos. Juan de Yepes cay6 en manos del «padre» Bonifacio y de sus compafieros de patrulla. Fueron cuatro afios impagables, su primera «universidad». Ignoramos el «curriculum» exacto cumplido por Juan Yepes en el colegio jesuitico de Medina. Las clases comprendian griego, latin, retérica, literatura hispana: circulan por Castilla, junto a romances medievales, los poemas de Boscén y Garcilaso. Las universidades de Salamanca y Alcalé rivalizan en la glosa literaria de los libros biblicos. Los «maestrillos» de Medina sirven de puente a sus alumnos con las corrientes de pensamiento que agitan Espafia. Aunque nuestro pais ha entrado en una etapa de retrai- miento ideolégico, en contraste con la apertura europea del em- perador don Carlos: Felipe II y la Inquisicién tienen a raya los intentos de penetracion luterana. Lo que no ignoramos es el tesén del joven Juan Yepes de- dicado a los estudios. Ha de gastar algunas horas cada dia en sus obligaciones de enfermero y limosnero, le falta tiempo. Lo saca de la noche, no cabe otro remedio. Los compajieros de trabajo de Juan en el Hospital, han contado a Francisco: «Andandole a buscar de noche, no le podian hallar y, al cabo, venian a verle entre las tenadas de los manojos estudiando». Juan se refugia a 143 leer «entre las tenadas de los manojos» (haces de lefia), en la lefiera, cobertizo donde amontona el Hospital sus reservas para Jas chimeneas. La noche le da horas largas, serenas. A los maes- trillos jesuitas les ha salido un discfpulo de su mismo percal. Cuatro afios fecundos. Cudnto pagariamos por encontrar los primeros versos compuestos por Juan. El colegio ejercitaba a sus alumnos en versificacién latina y espafiola, ademds de compo- siciones de prosa. Juan emborrona sus primeros papeles: {Qué opiné al leerlos el padre Bonifacio? Francisco da, con su con- cisi6n habitual, el parte de aprovechamiento de su hermano: «Diése tan buena mafia en su estudio», «aproveché mucho en poco tiempo». Del padre Velasco tenemos una evaluacién «mas técnica», para eso era fraile: «En pocos afios salié buen latino y retérico». Afios fecundos, aprestan al escritor futuro. A\nos en los que le ocurren a Espajfia un porrén de cosas. En otofio de 1558, 21 de septiembre, ha muerto en Yuste el emperador don Carlos. Le consolé a ultima hora la compaiiia de su antiguo amigo el duque de Gandia, ahora padre Francisco de Borja, quien por cierto también ha perdido a su padre Ignacio de Loyola un par de afios atrés. Don Carlos se fue al otro mundo con varias alegrias y una inquietud. La gran alegria de que los ejércitos de su hijo Felipe han propinado un par de sonoras bofetadas al rey francés y al mis- misimo papa de Roma. El viejo cascarrabias Carafa, que gobierna la Iglesia Catélica con titulo pontificio Paulo IV, volvié a levantar sus armas decidido a liberar Ndpoles de la «prepotencia espanola»: os6 alzar la voz porque el rey francés Enrique II envid en su apoyo un ejército al mando del duque de Guisa. En primavera de 1557, las tropas galas se descolgaron desde los Alpes hasta Roma; el viejecito Paulo IV recibié tales dnimos que aprovechando la festividad del jueves santo lanz6 la excomunién contra el emperador don Carlos y el rey don Felipe, retiré el nuncio de Madrid, amenazé con penas terrorificas a quienes se pusieran del lado de Espana. Le fallaron los cdiculos. El duque de Guisa intenté avanzar hacia Ndpoles y tropezé con la resistencia de los soldados de Alba: nuestro duque puso en fuga a los franceses y les pisd los talones camino de Roma. Entretanto Felipe II habia descolgado tropas desde Flandes 144 hacia Parts: el diez de agosto gané una memorable batalla al pie de la plaza fuerte llamada San Quintin. Esta victoria llend de pdnico a los franceses, pues dejaba desguarnecida su capital. El papa com- prendié el fracaso. Pidié la paz. Felipe II ordené al duque de Alba entrar en Roma, ponerse de rodillas ante Paulo IV, besar su pie y pedir perd6n por haber guerreado contra él. Alba cumplié las 6rdenes, devolvié al papa las plazas conquistadas y le solicité humildemente levantara la excomunion lanzada contra nuestros soberanos. Fuera hictica, fuera convencimiento, el cascarrabias Paulo IV manifesté desde entonces gran afecto a Felipe II: el papa y el rey decidieron unir sus fuerzas para detener la penetracién de la herejia luterana en los paises catélicos. Esa fue cabalmente la inquietud que don Carlos emperador se lleva al otro mundo, Desde Yuste avisé repetidamente a su hijo Felipe la urgencia de cortar el paso a la entrada del protestantismo en Expafia. El rey francés también estaba alarmado por el avance de las ideas protestantes. Paulo IV, Felipe II y Enrique II entendieron que hubia legado la hora de sumar esfuerzos si querian evitar luchas religiosas dentro de Italia, Francia y Espafia. Carlos V habia expe- rimentado en su imperio germano las consecuencias politicas de la lwrejta protestante y repetia a su hijo la necesidad de impedir que las disensiones religiosas minaran Espana. Los libreros alemanes y fla- mencos, impulsados quién sabe si por esptritu comercial o por fervor proselitista, empleaban procedimientos astutos para introducir en Es- paiia libros de Lutero y de sus disctpulos: les ponian encuadernacion de obras cldsicas, a veces de un santo padre; los escondian, revueltos centre encajes, o colocados en el doble fondo de un tonel de vino. La Inquisicion perseguta ese trdfico y registraba el equipaje de los via- jcros sospechosos. El forcejeo en torno a los libros protestantes cons- titufa la preocupacion primordial en el dnimo del asturiano Fernando de Valdés, arzobispo de Sevilla, nombrado inquisidor general por Carlos V: quem6 pilas de libros luteranos, mont6 comisiones de cen- sura que analizaran minuciosamente cualquier publicacién dudosa, dedicé un grupo de expertos a preparar una nueva edicién del «Indice» de libros prohibidos, puesto al dia. Y le arrancé a Felipe Il, residente cn Bruselas, una feroz, incretble, «ley de sangre», dictada el 13 de septiembre de 1558: pena de muerte a quien sea convicto y confeso de introducir, editar, poseer o escribir libros impresos en romance sin licencia del rey refrendada por los miembros del Consejo real. Valdés localizé dos focos de penetracién protestante, uno en Se- villa y otro en Valladolid. Desat6é una caza histérica de herejes. 145 Durante la ausencia de Felipe I, ejercta de gobernadora de Cas- tilla, asentada la corte en Valladolid, la hermana del rey dofia Juana. Felipe II desde Flandes y don Carlos desde Yuste le urgian que tomara medidas tajantes contra el avance de la herejia. El inquisidor Valdés aceleré las investigaciones. En la primavera de 1558 tenia en su mano los hilos de la madeja protestante y comenzé a preparar un auto de Je, cuya celebracién se retrasé porque en el proceso surgié una sor- presa: la Inquisicién consideraba sospechoso de herejia al arzobispo de Toledo, fray Bartolomé de Carranza, recién consagrado obispo, tres meses antes, en Bruselas con asistencia del rey ante la flor y nata de la grandeza europea. El emperador retirado y el rey don Felipe quedaron boquiabiertos al recibir los informes de Valdés. Carranza afront6é la situacién: el uno de agosto entré en Espafia, y camino de Toledo pas6 por Yuste. Pero encontré moribundo al emperador... Con Valladolid a cuatro pasos, la resonancia de semejantes acontecimientos en la «mintiscula universidad», montada por los jesuitas en Medina, era fortisima. Aquel otofio de 1558, a Felipe TI las desgracias le sobrevinieron a chorro. Supo en Bruselas la muerte de su padre; y a los dos meses murié su mujer, la reina inglesa Maria Tudor. Después de pasar algunos dias a solas en una abadia, don Felipe cumplié funerales en sufragio de su padre y de su mujer: en santa Gtidula, de Bruselas. Y anuncié su vuelta a Espafia. Necesitaba un afio para resolver algunas urgencias europeas: seguir de cerca los acontecimientos de Inglaterra, cuya corona habia heredado Isabel, la hija de Enrique VIII y Ana Bolena; y firmar definitivamente la paz con Francia, cuyo rey veia invadido su pais por los emisarios protestantes que desde Ginebra enviaba el francés Juan Calvino. En primavera de 1559, Felipe de Espafia y Enrique de Francia firmaron la paz, reajus- taron sus fronteras y juraron defender la santa Iglesia cumpliendo las decisiones del concilio de Trento. Acordaron que el reciente viudo Felipe II casara con Isabel de Valois, hija de Enrique Il: el duque de Alba, rodeado de nobles y prelados, bajé hasta Paris a formalizar los desposorios en nombre de don Felipe. Hubo gran fiesta. Lastima, durante los torneos una lanza entré justamente por las aberturas de la visera del rey francés, le atraves6 un ojo, se hundié en el cerebro y maté a Enrique II. Don Felipe vistié 146 en Bruselas luto en honor de quien fuera su enemigo y habia pasado a ser su suegro. Media Medina viajé a Valladolid el 21 de mayo de 1559 para presenciar el auto de fe celebrado en el Campo Grande bajo presidencia de la princesa gobernadora dofia Juana, ausente el rey todavia en Flandes. La multitud oy en silencio un sermén de fray Melchor Cano y escuché pacientemente la lectura de las wentencias para cada reo. Fueron absueltos dieciséis «reconcilia- dos», a quienes el tribunal impuso penas econémicas, cércel, perdidas de titulos. Los quince condenados a morir en la hoguera pasaron a poder secular: las «justicias civiles» agarrotarén a los que se conviertan antes de encender la hoguera. Tres de los hermanos Cazalla murieron quemados. El tribunal ordené ademas iderribar la casa donde los herejes habian celebrado sus encuen- (ros. Valladolid parecia, por la abundancia de tropas, una plaza fuerte. Habfa acudido de pueblos y ciudades cercanas un gentio nunca visto. A 18 de agosto murié en Roma el cascado pontifice Paulo IV. Don Felipe, que dos dias mas tarde, el 20 de agosto, embarcé en el puerto flamenco de Flesinga rumbo a Espajfia, quiso confiar que no eligieran otro papa semejante al 4spero Juan Pedro Carafa; por si acaso, buscé apoyos cardenalicios para influir en un cén- clave que se anunciaba diffcil. Antes que el rey llegara, el in- quisidor Valdés edité su «Indice de libros prohibidos» que sembré vl pdnico en conventos y familias piadosas: incluia libros tan estimados como el tratado sobre la oracién de fray Luis de Gra- nada, el «Audi, filia» del maestro Juan de Avila, y las «Obras «cl cristiano» compuestas por Francisco de Borja. Buena gente, los autores aceptaron la condena: Borja marché silencioso a Por- tugal, Juan de Avila corrigié su obra y quemé apuntes antiguos. Me gustarfa conocer los comentarios del padre Bonifacio con sus discfpulos de Medina. ;Y no le daria algtin temor, a Francisco Yepes, de caer con sus métodos de oracién en manos inquisi- toriales? Don Felipe desembarc6é en Laredo el veintinueve de agosto. Iiez dias después llegé a Valladolid. Un mes més tarde, ocho de octubre, presidfa el segundo auto de fe, que mand6 a la hoguera 147 seis condenados. La herejia protestante quedaba aniquilada en Castilla nada mds nacer. Don Felipe cumplia la recomendacién fundamental de su padre el emperador, quien le insistié no dejara penetrar las divisiones religiosas si deseaba mantener sus reinos en paz. Otofio del mismo 1559 y diciembre de 1560 vieron en Sevilla dos autos de fe que arrasaron los nicleos luteranos an- daluces. Qued6é extendida por Espafia una nube de miedo, sobre todo entre los escritores espirituales. Por Medina cuentan en la primavera de 1560 los apuros de algunas monjas de Avila, mds que ninguna dofia Teresa de Ahumada: dicen que por escaparse de la Inquisicién piensa esconderse lejos, en algin monasterio desconocido. Catalina Alvarez se pregunta cudl va a ser el camino de su hijo Juan en la vida. Hace un par de afios pasé Juan la raya de los veinte, ahora termina estudios en el colegio jesuita. También Francisco cavila. Y don Alonso Alvarez, el administrador que lo trajo consigo al Hospital de las bubas: esta prendado de Juan, le ve inclinado decididamente a los estudios. Si Juan se hace sacerdote, don Alonso quisiera tenerlo a su lado: «Le rogaba que cantase alli misa y se quedase por capellén de! Hospital». ~No tiraran de él los jesuitas del colegio para traérselo a la Compaiiia? A partir de ahora, Juan de Yepes va a tener su propia bio- grafia. Le vimos hasta hoy atado a la biografia de Francisco, su hermano mayor. Los datos recogidos acerca de la infancia y de la juventud de Juan, hemos tenido que rebuscarlos en las paginas donde se cuenta la trayectoria de Francisco, el notable y a ratos pintoresco tejedor de buratos que desde su boda en Arévalo ejerce como cabeza de la familia Yepes. Ahora Juan se despega de la tutela de su hermano. Y de las faldas carifiosas de su madre. {Cual seré su camino? Est4 para cumplir los veintitrés afios de edad. Lleva consigo una experiencia dura, incluso brutal, de la vida. La familia, es verdad, le tejié la tela de su existencia con la urdimbre del amor y la trama de una pobreza limpia, neta, recibida mansamente como voluntad de Dios. Pero luego ha vivido ocho, casi diez 148 dos, inmerso en el Hospital de las bubas, a la orilla misma del pestilente rio de las miserias humanas. A fray Juan de la Cruz suclen pintarlo en estampas beatificas, de caramelo, torcido el Ilo, arrobada la mirada. Por aquello de que fue «un santo mistico». Me pregunto qué derecho tenemos a pintarlo asi. Este muchacho nada mas salir de los juegos infantiles cay6 como enfermero en un hospital que era pozo negro de sangre podrida. Cuando él percibiera los primeros impulsos del sexo y experi- tientara ensofiaciones del amor, vio ante si el formidable espec- tticulo de la sifilis corroyendo implacablemente los tejidos del cuerpo humano, le tocé poner emplastos de mercurio sobre tl- repugnantes. Escuché historias de néufragos que chapo- teaban desesperadamente por sacar la cabeza del mar de porqueria donde iban a morir ahogados. Juan Yepes ha gozado unas horas cada dia recibiendo las finas lecciones de los maestrillos en el colegio jesuitico. Pero de los catorce 0 quince afios de edad hasta los veintitrés ha consumido la jornada pegado al catre donde penaban, blasfemando en idiomas desconocidos, piltrafas hu- manas. En cuarenta camas, doscientos al afio. Juan vino nifio al Hospital de las bubas y sale marcado a fuego. Lo sabe todo sobre el sexo, sobre las trampas del placer. Cuando él hable o escriba la palabra amor, voy a escudrifiar escrupulosamente lo que dice. No comprendo cémo pudo con- servar un ideal amoroso habiendo visto lo que vio, habiendo tocado lo que tocé. Conoce al dedillo el tramite biolégico de la vida en sus referencias sexuales. Ha visto morir los hombres jadeando, desencajados los ojos de sus cuencas. Y ahora me harnizan sus retratos color caramelo... Cuentan que luego fue un fraile mds bien silencioso, algo introvertido. No me extrafia. Seguro que desde el parapeto de sus silencios miraba con cierta ironfa la marcha de la caravana que somos los hombres en la tierra. El, Juan de Yepes, se hizo hombre en el Hospital de las bubas, Medina del Campo. All{. Cuarenta camas, cuarenta piltrafas: doscientas al afio. 149 Atfuera del hospital, resplandecfa el mundo financiero de Me- dina, la vida lujosa de las damas, el porte noble de los caballeros, jolgorio en la plaza mayor, iglesias estallando de velas y mtisica. Juan Yepes bajaba del extrarradio norte, donde estuvo ubicado el Hospital, a pedir limosna para sus enfermos. {Qué pensarfa, qué pensaba? Hemos de investigar enseguida su camino en la vida, ter- minados los estudios. No 0s extraiie si comienza a preguntar por la Virgen Maria. Quizé esté buscando una salida limpia al estercolero de la existencia humana. Juan de Yepes: un caso limite. Con pena soltaré la compafifa de Francisco a cuya vera hemos visto discurrir los afios infantiles y juveniles de su hermano Juan. Le debemos a Francisco tres cuartas partes de las noticias que hasta aqui llevamos contadas. A partir de ahora Juan camina su ruta propia. Deseo recoger como despedida un rasgo que de alguna manera nos deje huella del honrado buratero Yepes. Despedida provisional, adiés tactico: de hecho encontraremos frecuentemente a Francisco mezclado en las historias de fray Juan su hermano. Pero ya el protagonista sera fray Juan. Francisco queda quieto para siempre en Medina, salvo viajes r4pidos para visitar la hija monja en las bernardas de Olmedo; algunos amigos del entorno; y un par de veces, creo fueron tres, a los conventos de su hermano Juan. Cincuenta y Seis afios vivid Francisco Yepes en Medina: de 1551, le vimos llegar, hasta 1607. Lo habjan tenido por medio bobo; le ereyeron vividor y lo en- cerraron unos dias en la carcel, ustedes lo saben; siempre aparecia pobretén, a temporadas mendigo. Pues acabaron en Medina dén- dole fama de santo. La biografia que escribié su amigo y con- fidente padre Velasco lleva un titulo barroco, al estilo de la Epoca: «Vida, virtudes y muerte del venerable varén Francisco de Yepes, vecino de Medina del Campo, que murié el afio 1607. Es lectura muy provechosa para todos estados eclesidsticos y seglares por 150 lu mucha moralidad que tiene y por las reglas de buen vivir y avisos para bien morir que contiene». jHan visto qué lindeza? tuancisco, de profesién buratero. Mientras hubo salud, jamas dejé de trabajar: «Para evitar la «ciosidad, decia, que es polilla de muchas almas aunque sean perfectas, y para que no se coman los sudores ajenos sin merecerlo primero con su trabajo». Pidié a Dios cuatro cosas: dolor de sus pecados, ser obediente, menosprecio de los bienes temporales jy ser pobre! Queria que- «arse pobre, siempre. Fue una obsesién de su vida, «no sdlo por cl deseo de imitar mejor a su Sefior Jesucristo, sino también como denuncia muda de la mentalidad mercantilista que se respira en Medina, con la que los hombres se afanan sin descanso entre tratos y contratos» (Pablo M. Garrido). Asi, pobre, pudo «sin embarazo, con mds firme fe y esperanza, fiarse de su Majestad y entregarse en sus manos» (Velasco). Fiarse de Dios. Francisco Yepes el bueno: de profesién, buratero. Ni provisionalmente seria justo quedaran ustedes con la impre- sién de que Juan de Yepes ser4 incapaz de levantar su tono animico por encima del espectaéculo pavoroso del Hospital de las bubas. Cuando en Granada, veinticinco afios adelante, escriba su comentario a la cancién treinta del «Céntico espiritual», fray Juan de la Cruz Iamard la juventud «fresca mafiana de las edades»: «Porque asi como es agradable la frescura de la mafiana en la primavera mds que las otras partes del dia, asi lo es la virtud de la juventud delante de Dios. Y aun puédense entender estas frescas mafianas por los actos de amor en que se adquieren las virtudes, los cuales son a Dios mas agradables que las frescas majianas a los hijos de los hombres». Ya ven, valié la pena el Hospital de las bubas. 151 11 Evadido Medina del Campo 1563-1564 S le invitaron 0 no le invitaron los jesuitas a entrar en la Com- pafifa, me gustarfa conocer la respuesta. Meterse jesuita comenzd a estar de moda gracias a los peces gordos que Ignacio de Loyola pescé en familias nobles y ricas. Al principio las «érdenes religiosas hist6ricas» miraron con algin desprecio aquella «religién de nuevo cufio» cuyos «frailes» ni siquiera eran frailes; ni cantaban el breviario en el coro; la mayoria de ellos, jovencillos estudiantes. La primera vez que el emperador don Carlos vio ante sf a su fiel servidor y amigo Francisco de Borja, duque de Gandia, vestido de jesuita, le confesé su asombro porque habia elegido «una religién nueva» en vez de afiliarse a 6rdenes antiguas, los jerénimos, por ejemplo. Borja respondié que huia de las honras: —La Compaiifa, religién nueva, no es conocida ni estimada, antes aborrecida y perseguida de muchos. Don Carlos insistié: —j{Me responderéis a esto que se dice, que todos son mozos en vuestra Compaiiia y que no se ven canas en ella? El duque, dicen que mansamente replicd: —Sefior, si la madre es moza {c6mo quiere vuestra majestad que sean viejos los hijos? Si ésta es la falta, presto la curard el tiempo, pues de aqui a veinte afios tendrén hartas canas los que agora son mozos. A Juan de Yepes, a causa de sus maneras discretas, no ha sido un chico bullanguero, «lo codician» varios conventos de Medina. Por lo visto le ven todos camino de fraile, y querrian traérselo a casa: franciscanos, dominicos, premonstratenses, be- nedictinos, trinitarios, agustinos, hay en Medina media docena 155 de «las 6rdenes antiguas» que le gustaban al emperador. Y ade- mas, jesuitas, el dltimo invento. Los «maestrillos» del colegio, jévenes profesores con fuerte capacidad de seduccién, aprovechan el tiempo de veras, padre Bonifacio a la cabeza: cuando Bonifacio Ilegue a viejo, le echaran cuentas y saldra que ha empujado a érdenes religiosas «mil dos- cientos alumnos». Quién lo dijera de él, poniendo siempre a Virgilio y Cicerén por delante. Los chicos del colegio jesuitico de Medina que se metian frailes, causaban asombro a los maestros de novicios, quiza inicialmente recelosos por si venian con em- pacho de literatura clasica: les encontraban «tan bien instruidos en virtud como en letras», sélo tenfan que ocuparse «de procurar que no perdiesen lo que trafan». Caray con el colegio. A Juan de Yepes quienes lo conocen bien son don Alonso Alvarez y los jesuitas. Don Alonso Alvarez lo Ilevé consigo, le ha tenido nueve afios bajo sus érdenes como enfermero en el Hospital y limosnero por Medina. Probablemente han dialogado: conoce don Alonso el propésito religioso de Juan. Encantarfa a don Alonso que Juan, ordenado sacerdote, quedara de capellén en el Hospital. Quiza este deseo ayud6 a que diera de buena gana permiso para que su «enfermero» cursara estudios en el colegio de los jesuitas. La incorporaci6n de Juan al colegio no pas6 inadvertida, pues concurrian circunstancias que hicieron de Juan un alumno «es- pecial»: externo, gratuito, trabajador al mismo tiempo que es- tudiante. Los profesores del equipo trataron el caso, sin duda, y le tuvieron de ojo al principio controlando su rendimiento. Ca- recemos de pistas para conocer el comportamiento escolar de Juan Yepes en esta su «primera experiencia universitaria>; pero le veremos pronto en Salamanca, Alcalé, Baeza, y debemos suponer que no desmerecié su arranque medinense. Llevaba den- tro dos fuerzas cuya manifestacién posterior seré vigorosa: el fervor religioso y la inspiracién poética. De ambas energias daria asomo ante los jesuitas. Bonifacio entrenaba sus jévenes con ejercicios obligados de versificacién latina y castellana. Juan Yepes cumplia como todos: Bonifacio goz6 el privilegio de co- rregir los primeros poemas del futuro fray Juan. «Algo» habria en ellos, digo yo... 156 Le «codiciaron» también los jesuitas? Me gustarfa saberlo. En todo caso, Juan Yepes dio quiebro a las expectativas en tomo a su futuro: toma un camino inesperado. A dos amigos confié su decisién, sospecho. Ignoro si a Catalina, Francisco y Ana: comentarfa también con ellos en casa. Sus dos amigos trabajan en el Hospital, tendrian consumidas largas horas de guardia junto a los enfermos. De Pedro Fernandez, nada mas sabemos. El otro, Juan Lépez Osorio, fue compaiiero de infancia: acudia quizd con Juan Yepes al colegio de la Doctrina; y pasaron los dos al Hospital cuando buscé don Alonso nuevos enfermeros. Llevan quince afios de convivencia. Lépez Osorio, observador reflexivo, acabard historiando los acontecimientos de su ciudad natal, Medina. Lé6pez Osorio y Pedro Fernandez manifiestan sin vacilaciones el motivo secreto de la eleccién de su amigo Juan Yepes: escogié los carmelitas por devocién a la Virgen Maria. Ellos lo sabian. «Con la devocién tan grande que tenia de Nuestra Sefiora —son palabras de los dos amigos—... se salié del dicho Hospital donde estaba y se fue al convento de Santa Ana, de la orden de Nuestra Sefiora del Carmen». Juan Yepes ha decidido meterse a fraile. Serd un fraile de cuerpo entero, en serio: un fraile absoluto. Caiga en el convento que caiga. Escoge los carmelitas «por devocién» a la Virgen Marfa. Hemos de suponer que, dado su temperamento reflexivo, habia frecuentado la iglesia y la comunidad del con- vento a cuyas puertas Ilama: consta que aquellos pocos frailes carmelitas Ilevaban vida ejemplar; pudo conocer incluso al padre Diego Rengifo, prestigioso «ex-confesor» de Carlos V. Los carmelitas estén recién llegados a Medina. Pero la familia Yepes conoce desde Fontiveros la orden carmelitana: en los Are- nales, afueras del pueblo, visitaron frecuentemente a las monjas y rezaron a la imagen de la Virgen del Carmen. Los investigadores han encontrado rastros de un fraile carmelita Diego de Yepes por tierras toledanas en afios 1520. Preguntan si seria pariente de Gonzalo Yepes y pudo influir en la vocacién de Juan, Pariente seria, mas la distancia en afios y kilémetros, amén de la ruptura 157 familiar, hacen improbable ningin contacto del joven Juan con su viejo posible tio fraile. Los carmelitas donde cae Juan de Yepes forman una extrajia maravillosa familia. Extrafia: tienen, nada menos, la pretensién de empalmar las dos edades biblicas, el nuevo con el antiguo testamento. Llaman al profeta Elias «nuestro padre» y consideran hermano al profeta Eliseo. Imaginen, cualquiera sitéa en las tablas de Ja historia antigua el tiempo en que vivid Elias, gran profeta, gigantesco personaje del pueblo palestino. Elias fue aquel profeta titénico que arranc6 milagros del cielo poniéndose a orar curvado el lomo sobre la tierra mientras gritaba stplicas esca- lofriantes: «Yahvé, Dios mio, jes que también vas a hacer mal a la viuda en cuya casa me hospedo, haciendo ti morir a su hijo?». El parentesco de los carmelitas con Elias tiene fundamento poético. Ocurrié una gran sequia en el reino de Israel. Sobre la cima de los montes, Elias desafié él solo a cuatrocientos cincuenta sacerdotes del dios Baal para ver si él 0 ellos conseguian traer agua sobre los campos calcinados. Los servidores de Baal fra- casaron. Elias oré: «Respéndeme Yahvé, y que todo este pueblo sepa que ti, Yahvé, eres Dios». Oyeron el rumor de la Iluvia, «y vino del mar una nube como la palma de un hombre»; llovié «gran Iluvia». Ocurrié este reto en la cima del monte Karm-El, pequefia cordillera de veinticinco kilémetros de largo, seis de ancho, con alturas maximas de quinientos metros, situada al norte de Pales- tina, frente a la ciudad hoy llamada Haifa. En las cavernas del monte Carmelo han encontrado los arquedlogos algtin vestigio de hominidos que al parecer unen nuestra raza al ilustre ante- pasado el hombre de Neanderthal. Desde tiempo remoto existie- ron anacoretas refugiados en esas grutas y dedicados a venerar la memoria del profeta Elfas. Después de Cristo y después de Mahoma les sucedieron ascetas, cristianos y musulmanes, a los que no consiguieron aniquilar los turcos. 158 Veregrinos: europeos del siglo XII buscaron las huellas de aquellos ermitanios entre los olivos y laureles, mirtos, algarrobos, lentiscos y nogales del monte. Por los matorrales del Carmelo habitaban corzos, leapardos y gatos silvestres. Nuestros peregrinos establecieron ere- mitorios en las grutas y decidieron llamarse las reglas mediante una bula del papa Eugenio IV, les autorizaba, por ejemplo, comer carne tres veces por semana y suavizaba las normas de permanencia en la celda. Esta nueva mitigacién reaviv6 las tensiones entre carmelitay encantados con su oficio de predicadores, y carmelitas nostalgicoy del antiguo ideal contemplativo: los primeros consideraron acer, tado subordinar la penitencia a la caridad; los segundos deseaban, mayor pobreza, mayor austeridad. Un padre general santo, Juan, Soreth, evité la ruptura ofreciendo, a quienes pedian «més pe, nitencia», casas especiales donde practicaran el rigor primitivo. Reorganizada la Orden, participaron los carmelitas en el desey general de reforma religiosa, creciente por toda la Iglesia segtin pasamos del siglo XV al siglo XVI. Pero los grupos de carmelitay «reformados» y «observantes» tuvieron cardcter pasajero: que, daron absorbidos sin ruptura en el seno de la Orden. Mientras el concilio de Trento celebra sus sesiones, Nicolay Audet, general de los carmelitas, impone a sus frailes una notable 167 mejoria espiritual, reflejada en un famoso informe suyo sobre el estado de la Orden entre 1550 y 1557. Espafia obedeci6 sus mandatos, en parte: el informe considera «totalmente reformada» la provincia de Castilla. En cambio la provincia de Andalucia era un desastre, dominada por los hermanos Nieto, tres extre- mefios, uno de los cuales ejercia de provincial. Afortunadamente, Juan ha cafdo en el érea buena. Las pocas noticias Hegadas a nosotros cuentan que el novicio Yepes ha encajado como la mano en un guante. A los frailes parece asom- brarles «su grandisima humildad»; y la sencillez con que acepta cumplir «oficios trabajosos». Los moradores del convento ig- noraban cémo habia sido por dentro la vida en el Hospital de las bubas, donde Juan «se ha entrenado» para cualquier sacrifici {Qué puede costarle a él una penitencia m4s 0 menos? Recibidé en el convento de Medina trato carifioso, exquisito, lo sabemos por un testimonio concreto: «Para todos los buenos exercicios de virtud, hallé ensefianza y buena ocasién en aquel convento». Mi amigo el investigador Pablo Garrido describe la situacién con palabras exactas: «El convento de Medina gozé desde el principio de buena reputacién y en él encontré fray Juan ambiente adecuado para una buena formaci6n religiosa». Hallé paz, hallé silencio. Compafieros suyos de la época sefialan c6mo «ayudaba las misas con deleite y gozo», y su «gran deseo fervoroso de amor del Santisimo Sacramento». A los veintitrés afios de su edad, Juan de Yepes dispone de todas las horas del dia y de todas las horas de la noche para rezar y para estudiar. Le parecia un milagro. Porque los novicios oran y estudian. Fry Juan realiza en el convento carmelitano de Medina lo que pudiéramos llamar su segunda «experiencia intelectual»: aunque ni el colegio de los jesuitas ni esta casa de los carmelitas funcione con dispositivo universitario, en ambos centros se estudia en serio. No es cosa de chiquillos. Juan divididé sus afios de Hospital entre los enfermos y el estudio, ahora alterna la oracién con los libros. 168 El padre Diego Rengifo, verdadero fundador del convento de Medina, puso una cldusula a la donacién de sus bienes: el con- vento adquirfa la carga de abrir aulas de graméatica y de artes (filosofia), regentadas por religiosos de la orden. Consta que las clases funcionaron inmediatamente. Desde el colegio de los jesuitas vigilaban la naciente com- petencia escolar: un jesuita de Medina escribia venenosamente el afio 1563 que «ahora ha levantado un religioso su colegio donde se leen artes, teologia y gramética», pero «nosotros te- nemos mas de 120 estudiantes» y el nuevo colegio «dos o tres». Habla del colegio carmelita, esos «dos o tres» colegiales del nuevo centro serian sin duda los tres novicios: Juan de Yepes, Pedro de Orozco, Rodrigo Nieto, «emigrados» los tres desde los jesuitas al Carmelo una vez cumplido el ciclo literario bajo la batuta del padre Bonifacio. Estos novicios, cuando hayan profesado, partirén los tres a la Universidad de Salamanca, en cuyos registros consta su ma- tricula el 6 de enero de 1565. Asf que permanecen durante 1563 y 1564 en el convento de Medina: un afio entero lo dedican al noviciado, con los ejercicios espirituales que la regla dispone como preparacién a los votos. Pero incluso durante el afio de noviciado estricto, la regla les autorizaba, en aquella época, a cursar estudios. En los jesuitas han ofdo «gramatica», es decir, humanidades. Aqui perciben sus primeras lecciones de «artes» (filosofia) y de teologia. Son un grupo mintsculo, sdlo tres: un plato delicioso para los profesores, que pueden orientarles dia a dia, lectura a lectura. Dirige los estudios el prior del colegio, fray Alonso Ruiz, recién llegado de Salamanca en cuya univer- sidad se ha graduado. Resulta facil imaginar a Juan entregado a los textos de filosofia y de teologfa, avariciosamente: le abren al fin horizontes inmensos de pensamiento, enriquecen sus viven- cias religiosas con un soporte ideolégico fascinante. Los tres muchachos —demos todavia a Juan apelativo juvenil, ya que su ¢poca cronolégicamente joven le tocé consumirla en el Hospi- tal— lIegarén a la universidad salmantina pertrechados con ex- celente apresto propedéutico. 169 Ha quedado en los recuerdos del convento de Medina un pormenor curioso: «Aquellos» novicios, Juan y sus dos com- pafieros, componfan canciones y las recitaban ante los frailes. Venian bien adiestrados por el padre Bonifacio. Al joven «maes- trillo» jesuita le enaba de gozo el estro poético de sus alumnos: presumia por la aceptacién del publico asistente a representacio- nes teatrales de los estudiantes. Pasando el tiempo, Bonifacio afioraré la primera plantilla de sus discfpulos: «Los que tengo ahora no son como los que tenia». De las composiciones reali- zadas por el alumno Yepes, no existe rastro. La pena es que tampoco tenemos el texto de las canciones 0 poemas compuestos en el convento de Medina: serfan la primacfa poética de Juan de la Cruz. Sabemos s6lo que «unas canciones en verso heroico, en estilo pastoril» celebraban su agradecimiento por «la merced» de hallarse «en la dicha religién» —el Carmelo— «debajo del am- paro» de la Virgen Maria. Juan de Yepes a la hora de formular sus votos de pobreza, castidad y obediencia, abandona el apellido y firma con este nombre raro: Fray Juan de Santo Matia. Asi decfan los castellanos viejos, hoy dirfamos fray Juan de San Matias. éPor qué borra su apellido? Desde los archivos de Toledo acepta Gémez-Menor que fray Juan realiza un acto de humildad «borrando su pasado», desde luego no tenfa motivos para sentirse atado a la saga familiar de los mercaderes de la ciudad imperial, tan dsperos con su madre viuda; pero ademas «sospecha» que al borrar su apellido borra también el perfume del origen judio de sus antepasados. Sostiene Gomez-Menor que fray Juan «durante los afios de escolaridad es el Gnico carmelita de Salamanca que no usa su apellido». Desde los archivos de Roma no ve tan claro el asunto Pablo Garrido: colocarse un sobrenombre en lugar del apellido «era de uso bastante comin». Sea la que fuere su raz6n profunda, Juan elige «Santo Matia». Suena bien, aunque extrafio. De todo el santoral, Matias. Si comenz6 su noviciado a principios de 1563, pudo tocarle vestir el hdbito hacia fin de febrero; y recitar su profesién, sus 170 votos de fraile, a fines de febrero de 1564. La fiesta de san Matias cae ahora el 14 de mayo, pero entonces la celebraban a 24 de febrero. Eligié Juan el nombre para honrar el santo del dia? No parece explicacién peor que otras. Lo cierto es que ha desaparecido Juan de Yepes y ha nacido en Medina un fraile: Juan de Santo Matia. Preside la ceremonia de la profesién el provincial de Castilla fray Angel Salazar; y recibe los votos el padre Alonso Ruiz, superior de la casa. Los papeles nada dicen de Catalina, Francisco y Ana: Asistieron, quién lo duda. Si consta la presencia de don Alonso Alvarez, jefe tantos afios de Juan de Yepes en el Hospital de las bubas; y los dos amigos, Juan Lépez Osorio y Pedro Fernandez. A estas alturas todos conocen bien al nuevo fraile: saben que con él puede traer el futuro cualquier sorpresa. Lis carmelitas han elegido nuevo padre general. A disgusto del rey de Espafia. Muerto Nicolés Audet, Felipe II vio la oportunidad de atacar a fondo la reforma carmelitana imponiendo un general «de confianza»; espafiol, por supuesto. Maniobré cuanto pudo, sin resultado practico: en mayo de 1564, quinientos carmelitas delegados de todo el mundo eligieron general al italiano Juan Bautista Rubeo, quien estaba ejerciendo de vicario. El capitulo carmelitano se comprometié a la reforma segtin las normas del concilio tridentino, consideradas suaves por Felipe II. Eso si, el capitulo acepté, «por evitar disgusto a tan catdlico monarca», que el nuevo general visitara Espafia «cuanto antes»: si tardaba dos afios, «las provincias espafiolas clegirian un vicario general» que realizara la reforma querida por cl rey. De Avila suben a Medina noticias estimulantes para la familia carmelitana. La monja dofia Teresa de Ahumada no tuvo que huir de la Inquisicién, la dejaron en paz. Con permiso de Roma, dofia Teresa ha montado un convento pequefiito, de clausura estrecha, Sus monjas «se descalzan». El provincial fray Angel de Salazar vacilé a la hora de aprobar la fundacién; pero dofia 171 Teresa le ha convencido, y por la navidad de 1562 le autoriza fray Angel para trasladarse del monasterio de la Encarnacién al convento de San José llevando las monjas que deseen seguirla. Ha comenzado una gran aventura en la cual fray Juan de Santo Matia se veré complicado. Alguien mueve los hilos... Fray Juan «se ha evadido»: «A refugiarse en las grandes soledades del Amor». ,Cudles son? «La poesia y la religién» (Juan Ramén Jiménez). Las grandes soledades, refugio del amor. Ha escapado un evadido, fray Juan. ,Hacia dénde? 172 12 {Esta feliz en Salamanca? Salamanca 1565-1566 En el paso de 1564 a 1565 fray Juan de Santo Matia lleg6 a Salamanca. Los superiores de la orden carmelitana lo matriculan en la famosa universidad de Espaifia. Me pregunto si a los estudiantes de matricula nueva, recién llegados, sus colegas veteranos los plantarian, frente a la fachada plateresca de la universidad, como planta hoy el guia a los turistas: reténdoles a «encontrar la rana», esa mintscula rana que juran anda oculta en el portentoso laberinto de piedra labrada. La le- yenda augura buena suerte al estudiante cuyos ojos descubran la tana. Empejio arduo hallar el cobijo del pequefio batracio, igual se protege bajo la cenefa del medallén de los reyes don Fernando y dofia Isabel; o disimula su piel bajo las joyas de la corona imperial de don Carlos; quién sabe si ha buscado escondite bajo la capa pontifical de Martin V. Si es seguro que fray Juan, con los dos compaiieros Pedro de Orozco y Rodrigo Nieto que desde Medina le acompajian, ha quedado tieso de asombro contemplando aquel portal increible que da entrada a las aulas rec6nditas de la sabiduria salmantina. Quién podré numerarnos, cudntos jévenes espaiioles hemos sido en Salamanca estudiantes felices. Cuando lleg6 fray Juan, aqui habia, entre los cerca de siete mil matriculados, apellidos que serén sonoros en varias parcelas de la politica, de las letras, del arte. Por ejemplo lleva en Sa- lamanca dos afios cierto muchacho, de nombre Miguel de Cer- vantes. Si estudiara como mandan Dios y los Estatutos, Cervantes seria condiscfpulo de fray Juan. Qué venturosa coincidencia. Pero Miguel anda suelto por las calles de Salamanca sin atarse a 175 disciplina escolar. Tiene decidido ser poeta, quiere dedicarse a escribir. Porque de algtin modo habré de ganarse la vida, piensa sentar plaza de soldado en las compajifas del rey don Felipe, quizé la fortuna le destine a tierras de Italia donde florecen los endecasilabos. Su padre el doctor Cervantes, mientras Miguel alcanza edad militar, lo ha mandado de criado al servicio de ciertos mozos aristocraticos, estudiantes en Salamanca. Miguel estd gozando las aventuras de la estudiantina sin pagar el precio de los exdmenes. La bicoca le durard cinco cursos, marchard un afio antes de que fray Juan acabe. Tan a gloria le supo Salamanca, que la ciudad ha grabado en piedra un delicioso piropo firmado cuando ya era el célebre «principe de los ingenios» don Miguel de Cervantes Saavedra: «Salamanca que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado». Veremos qué tal le sienta Salamanca a nuestro fraile, que ha venido a estudiar. En serio. Liego le daré puesto de honor el catélogo de alumnos insignes. Tres «santos» frecuentaron aquellos afios la universidad salman- tina: Juan de Avila, Juan de Santo Matia, Juan de Ribera, por su orden cronolégico y «Juan» de nombre los tres. No pretendo que los angeles advirtieran al rector de la universidad el tipo especial de estudiante recién matriculado con la firma de Juan de Santo Matia, pero al menos me encantaria si le dieran soplo confidencial a un brillante profesor amado fray Luis de Leon... Siete mil y pico estudiantes Ilenan a rebosar la pequefia dorada ciudad, apacible ciudad. Segiin el color de su colegio, lucen los muchachos becas encarnadas, azules, pardas. Cervantes oye acentos de todas las regiones de Espafia y anota como les ve: a los vizcainos, cortos de razones y largos de bolsa; los manchegos, hombres avalentonados; los aragoneses, valencianos y catalanes, gente pulida, olorosa, bien criada y aderezada; los castellanos, nobles de pensamiento; los andaluces, agudos y perspicaces de ingenio, astutos, sagaces y jams miserables. La ciudad exhala perfume de grandeza intelectual, olor a gloria. Vive Salamanca 176 el momento cunibre de su universidad. Ahora mismo Europa le reconoce mayor prestigio que Paris, mayor que Bolonia, que Oxford. Arrancaron con retraso, las universidades de Espafa. Nacieron tar- dias, cuando ya sus hermanas europeas tenian conquistada fama y esplendor. Estdbamos ocupados en la Reconquista. Segtin avanz6 la linea fronteriza con los moros, reyes y obispos ensayaron timidamente la apertura de centros de estudio. Para el reino de Castilla, Alfonso VIH dio en 1208 categoria de universidad a los estudios establecidos a finales del siglo anterior en los claustros de la catedral de Palencia. Para el reino de Leén, Alfonso IX fundé durante el invierno de 1218, con previo consenso del obispado y la ciudad, el estudio salmantino. El afio 1230 se unen Castilla y Leon. Dicen los historiadores que Leén presentaba la herencia de la monarquta visigotica, y en cambio Castilla miraba hacia el futuro. Sin embargo, de las dos universidades nacientes, prosperé la del reino leonés, Salamanca. Aunque no podian darle gran vuelo, la universidad de Salamanca g0z6 la proteccién de tres reyes insignes: Alfonso IX de Leon, su hijo Fernando III el Santo, su nieto Alfonso X el Sabio. Alfonso X le otorga el estatuto de 1254, «carta magna» del Estudio Salmantino con bases juridica y econémica. Parece indudable que agradé Salamanca como sede universitaria a don Alfonso, pues hay este curioso texto en sus «Sietes Partidas» al descubrir el paraje donde instalar universidades: ade buen ayre et de fermosas salidas debe ser la villa do quisieran establecer el Estudio, porque los maestros que muestran los saberes et los escolares que los aprenden vivan sanos en él, et puedan folgar et recibir placer en la tarde cuando se levantaren cansados del estudio. Otrost debe ser abondada de pan et de vino et de buenas posadas». Delicioso, majestad. Pasardn tres siglos y don Miguel de Cervantes compendiard esa ley segunda del tftulo 31 de la segunda Partida en este piropo a Salamanca: La apacibilidad de su vivienda. Cosas que ocurren, munifico protector de la universidad salman- tina en el arranque del siglo XV fue Benedicto XII, el antipapa Luna, a quien Salamanca correspondié defendiendo su causa durante la querella pontificia. Sin embargo todavia el alumnado apenas alcanza la cifra modesta de seiscientas matriculas: Juan II y los Reyes Ca- télicos le imprimen un impulso que a las puertas del siglo XVI aumenta los escolares a tres mil. Llega el esplendor con el siglo XVI. No esté claro si fue don Fernando el Catélico o fue su nieto el emperador don Carlos quien 177 lamé a la Universidad de Salamanca «el tesoro de donde proveo a mis reinos de justicia y de gobierno». Porque de aqut salen juristas, funcionarios, consejeros. Durante los siglos iniciales, la Universidad ha elegido la tendencia «bolofiesa», es decir, el modelo Bolonia, que cultiva preferentemente ciencia y practica jurtdica, le interesa sobre todo el derecho. Parts, en cambio, dedica su plantilla mejor a filosofia y a teologia. Bolonia y Salamanca retribuyen las cdtedras juridicas con paga excelente. De modo que los estudiantes encuentran en la universidad un magnifico trampolin para encaramarse a puestos de gobierno, civiles y eclesidsticos: comprobard, fray Juan, cierto afan de hacer carrera entre los jévenes salmantinos; quizd sea la primera sensaci6n molesta que ha de impulsarle luego a «desear otros hori- zontes». Alcalé de Henares, América y el maestro Francisco de Vitoria fueron los tres aguijones que durante la primera mitad del siglo XVI espolean a Salamanca. Desde Alcal4 vino la amenaza de competencia cuando Cisneros fund6 la universidad complutense dotaéndola de un profesorado abierto a las corrientes intelectuales europeas: cultivan el estudio critico de la Biblia, acogen el hu- manismo erasmiano, ejercitan la espiritualidad cristiana. Alcalé favorece una apertura mental que Salamanca habia considerado peligrosa. El famoso Juan de Medina, profesor de Alcala, con- cede a la vida afectiva de los cristianos una importancia que los dominicos de Salamanca juzgan exagerada, si no arriesgada. La familia franciscana desarrolla en Alcalé un programa de adap- taci6n, impulsando a los estudiantes a descender de las frias cimas del pensamiento hasta la caliente experiencia de las vivencias personales: quieren pasar del «saber» al «sabor», de la «ciencia» a la «sabiduria», de la «teologia escoldstica» a la «teologia m{s- tica». De Alcala llega a Salamanca un sarpullido inquietante: la vieja universidad castellana puede verse desplazada del prota- gonismo intelectual hispano antes de conseguir pleno esplendor. Al descubrimiento, conquista y colonizacién de América es- tuvo vinculada Salamanca desde que Colén dialogé con fray Diego de Daza el invierno de 1486 cuando en la ciudad residieron los Reyes Catdlicos. Daza conocfa las teorfas a favor de la es- fericidad del planeta y asintié al proyecto colombino. La carta 178 que fray Juan Pérez escribié de La Rdbida al campamento gra- nadino de Santa Fe para rogar a dofia Isabel una reconsideracién seria de las propuestas de Colén, tuvo un respaldo discreto y cficaz en las conversaciones de fray Diego de Daza con don Fernando, a quien el tedlogo salmantino convencié de que la aventura Hevaria al éxito. Acaece luego el prodigio del descu- brimiento, Espafia vuelca un chorro vital sobre el nuevo mundo. la universidad salmantina recibe el impacto a través de tantos hombres suyos incorporados a la gran empresa. Sus cdtedras revisan los esquemas geogrdficos y antropolégicos donde estuvo sustentada la ciencia medieval. Plantean la nueva visién del gé- nero humano, su unidad, su vocacién universal a la fe cristiana, los derechos de la persona indigena, la ética de la guerra justa e injusta, los fundamentos juridicos de la ocupacién de territorios. la reina dofia Isabel ordena que la junta designada para «el negocio de Indias» oiga los pareceres de Salamanca. De Sala- munca sale fray Antonio Montesinos a lanzar en los ptlpitos umericanos el grito profético a favor de la dignidad del hombre: los derechos humanos aplicados a los indios estan defendidos con rotundo vigor por los maestros salmantinos. Nada extrafio «ue Salamanca sirva de matriz y modelo para la ereccién de universidades americanas a lo largo del siglo. En el momento justo aparecié el hombre decisivo. Natural- mente no surge como una palmera solitaria en el desierto. Sa- lamanca trafa del XV una herencia intelectual simbolizada por juristas y tedlogos relevantes, a la cabeza el célebre Alonso de Madrigal, el Tostado. Abrieron el siglo XVI Juan Lopez de Palacios, Martin de Frias y Matias de Paz. Y en 1526, ocup6 la «cétedra de prima», aula de alto bordo en Salamanca, fray Fran- cisco de Vitoria. Lo escoltan en filosofia Martinez Siliceo, ex- velente pensador que desgraciadamente se aferraré cuando car- denal en Toledo a los «estatutos de limpieza de sangre»; y en derecho, Martin de Azpilcueta, el famoso «doctor navarro» pa- riente de Francisco Javier. Los tres han estudiado en Francia: Siliceo y Vitoria frecuentaron la Sorbona; Azpilcueta, la uni- versidad de Toulouse. 179 Cuando fray Juan de Santo Matia inicia sus estudios en Sa- Jamanca, hace ya casi veinte afios que Francisco de Vitoria dejé la cdtedra: «Ptisose el sol de Salamanca y de toda Espafia en su muerte» (G. de Arriaga). Pero la universidad sigue repleta de sus ecos. Fraile dominico burgalés, nacido de familia conversa y forjado en el convento parisino de Saint Jacques, el maestro Vitoria, que fue bautizado el mismo ajio del descubrimiento de América, desaté a los treintaicuatro de su edad un huracdn re- novador en las aulas salmantinas. Su mérito germinal consistié en bajar de las nubes los postulados juridicos y teolégicos, para encararlos con las urgencias apremiantes de su época, las cues- tiones quemantes: discute el derecho de Espafia a la conquista de América, los limites del poder pontificio y del poder imperial, las condiciones de la guerra justa, el cardcter sacramental del matrimonio, Ia validez del casamiento de Enrique VIII de Ingla- terra con Catalina de Aragon, los abusos simoniacos en la com- praventa de dignidades eclesidsticas. Maneja un lenguaje limpio, claro, abandona los floripondios, las sutilezas dialécticas, las disputas intitiles. Acude a las fuentes del pensamiento, a la Biblia, los santos padres, los documentos conciliares y pontificios. Sus- tituye como texto basico los complicados «libros de las Senten- cias» de Pedro Lombardo por la nitida «Suma Teoldgica» de Tomés de Aquino. Dicta pausadamente las lecciones para fa- vorecer los apuntes de sus alumnos. Ellos, sus jévenes, le adoran: «Supremo maestro de teologia», lo llaman, «nuevo Sécrates», «maestro de los mayores maestros». Hoy los expertos reconocen la categoria del maestro Vitoria: «A él debe la Universidad de Salamanca ocupar en el siglo XVI el lugar que la de Paris ocupé en el siglo XIII» (F. Ehrle). La plantilla de profesores que fray Juan de Santo Matia en- cuentra, han salido del horno encendido por Vitoria, Silfceo, Azpilcueta. Incluso quienes han venido aqui desde otras univer- sidades a ensefiar en Salamanca, participan en la atmésfera creada como «escuela salmantina». Que no dispone de un nicleo ideo- légico peculiar, representa mds bien «un estilo». Figuras valiosas, cada una celosa de su libertad intelectual y con trayectorias tan distintas que van desde Melchor Cano hasta fray Luis de Leén; 180 entre los dominicos de la «escuela» cuentan Sotomayor, Juan de la Pefia, Domingo de Soto, Mancio de Corpus Christi, Medina, BAfiez. Junto a ellos trabajan maestros de otras 6rdenes religiosas y clérigos seculares: Enrique Hernandez, Aguilera, Peralta, Zi- mel, Ponce de Le6én, Juan Guevara, el curioso tipo Francisco S4nchez llamado Brocense. Soportan tensiones internas, los pro- fesores de Salamanca. Pelean para conseguir las c4tedras distin- guidas. Estos afios nadie diré que la universidad vegeta, nadie la tacha de anquilosada. Corrientes poderosas de pensamiento uzotan la mente de los jévenes. Quizd fray Luis de Leén, a quien Juan de Santo Matia conoce en 1565, cuando el agustino cumple (reinta y ocho afios, sea representativo. Porque en él se da un caso notable. De joven ha estudiado en Salamanca y en Alcala, lleva sangre de las dos universidades rivales. Mistico y poeta, mén de tedlogo, el fraile agustino sabe leyes, matemiaticas, medicina, le encanta pintar y maneja, ademds del latin, griego, hebreo, caldeo, asirio... Salamanca posee en fray Luis el hu- manista ideal. Dicen que trabaja una traduccién directa del hebreo del «Cantar de los Cantares», libro biblico que la Inquisicién tiene de ojo. Puede costarle a fray Luis algtin disgusto. é Que tipo humano vieron los estudiantes de Salamanca cuando entré en la Universidad el fraile carmelita Juan de Santo Matia? Una cosa es lo que ven sus compaiieros por fuera; otra la que fray Juan leva dentro... Por fuera. Un fraile joven, «pequefio y barbinegro» dejan escrito quienes le conocieron. Los rasgos pertenecen a frailes y devotas que le trataron de hombre maduro, ya repasaremos en el lugar debido: los muchachos de Salamanca cémo iban a adi- vinar cudnto nos interesarfa hoy leer la descripcién fisica, y espiritual, del bueno del fraile. ¢Cual su estatura? Le dicen «me- diano cuerpo»; y alguno, como queriendo atenuar la impresién de pequefiez, aventura: «De estatura entre mediana y pequefia». i.Cémo de pequefio, cé6mo de mediano? Enanillo no era, lo hu- bieran escrito. En cuanto pase tres afios en Salamanca, viajara a Medina para celebrar su primera misa. Entonces lo conocera 181 madre Teresa de Jestis, a quien le cayé en gracia «todo fray Juan» hasta la pequefiez. Con aquel salero suyo, Teresa escribié «cudn chico» era su nuevo amigo. A ella se debe quizd la pregunta si alcanzaba fray Juan el metro y medio de estatura, pues Teresa solt6é su exclamacién alegre: «Ya tengo fraile y medio». Fraile de tamajio natural tenia con fray Antonio de Heredia, corpulento, a cuyo lado fray Juan resultaba empequefiecido. Asf que «el medio fraile» seria fray Juan. De ahi vendré lo del «metro y medio» de alto; pero las pistas de los testigos dan para concluir a favor del metro sesenta, mas 0 menos: pequefio; no pequefiajo. no enano. Trae la cara morena, ancha la frente, cejas arqueadas, nariz ligeramente aguilefia. Sin ver la fotografia, entonces imposible, o un buen retrato pintado, estas descripciones escritas nunca te dan la imagen exacta del sujeto. Mads adelante contaré cémo es que no tenemos pintura segura de fray Juan. En todo caso, in- tentaron retratarle de mayor, no ahora jovencillo, Regular de jovencillo, pues ya nos ha entrado en los veinticinco aiios. Severo de expresién, mas bien silencioso, tranquilo, Ilano, come lo que le ponen, come poco, sospechan que duerme poco, cumple sin darse aires el oficio que Je toque, barter, fregar, y todos anotan, vean ustedes, cierto aire suave, grato, en torno a su persona. Pienso que un poco asustado andarfa los primeros meses de experiencia salmantina. A las clases de la universidad acude como van los carmelitas: enfundado en su hdbito pardo con encima la capa blanca, llamativa, que pone una pincelada colorista en las litograffas escolares de aquella Salamanca. Y por dentro, ,qué trae fray Juan a Salamanca? El lector le conoce mucho mejor de como le conocieron sus compaiieros estudiantes, fray Juan no es hombre para ir relatando a unos y otros su biografia. Por dentro viene trabajado, bien trabajado. La vida no le ha sido facil. Juan de nifio lo pasé bien en Fontiveros, como gracias a Dios lo pasan bien todos los crios del mundo, mejor incluso si pueden corretear por las eras del pueblo que si los tienen aislados en un palacio. Eso sf, aguanté hambres y frio: la escasez de los afios estériles no fue una broma. Alguna noche, a rafz de la muerte del hermanillo Luis, Francisco 182 y Juan verian llorar a su madre. Sabfan que no lloraba por Luis, ya muerto, Iloraba por ellos dos. Temia perderlos, de hambre tra vez, de miseria. Crecié en el seno de una familia de emigrantes, Juan em- jwzaba a preguntarse cémo funciona el mundo cuando su madre ley traslad6 de Fontiveros a Arévalo, de Arévalo a Medina. Vio « su madre y a su hermano mayor contando pausadamente las monedas del salario. Aprendié a cobijarse donde haya un rincén, y se cabe. También aprendié a mirar con ojos compasivos a otros pobres més pobres, tirados en la calle, al portal de las iglesias, privados incluso de madre y de hermano mayor, privados del tinc6én de casa donde apretados se cabe. Asi crecié, pobre de dineros, pobre como las ratas, y rico de curifio. Muy caudaloso de carifio. Supo temprano que al Sefior lesucristo y a la Virgen Maria les gusta vernos inclinados a tender la mano para quien haya menester de ayuda. De los quince a los veintitrés afios atravesé silenciosamente lu formidable experiencia del Hospital de las bubas. No entiendo edmo esos afios decisivos han ocupado escasas paginas en las iejores biografias escritas sobre fray Juan. Entr6 «nifio» atin, y los sifiliticos le hicieron «hombre». Cumplié en el Hospital cursos intensos de educacién sexual: pingajos humanos arribaron «a la ciudad de la feria» buscando ungiientos para refrescar sus ptis- tulas. Habfan putafieado en todos los puertos del Mediterraneo y se arrastraban hasta el corazén de Castilla sin saber siquiera cudl era el norte. Unos venian a morir, otros descansaban un par de meses y otra vez salfan a andar caminos inttiles. La corta patrulla de muchachos comprometidos por don Alonso Alvarez, Juan Yepes uno, cumplfa el encargo de limpiar las Ulceras, aliviar la soledad, pedir limosna para los enfermos. Oirles, escucharles durante largas noches el relato de viajes y aventuras, tejido de lamentos, ofrles tuvo que ser lo peor. Para cierta clase de con- denados resulta imposible llevar consuelo. Da la impresién que desde chiquillo una fuerza interior im- puls6 a Juan Yepes hacia el estudio. Por los frutos poéticos posteriores sabemos cémo Juan absorbia como una esponja, mis- mamente. De Medina se trae a Salamanca el trato con los es- 183 critores clésicos preferidos del jesuita Bonifacio. El paladar y el ofdo los tiene acostumbrados a la métrica. Por el gran escenario de la feria medinense ha visto desfilar, declamar y cantar a per- sonajes de vario pelaje, ricos mercaderes, damas empingorotadas, comerciantes, artesanos, truhanes, soldados idos y venidos a Flandes, a Indias, pfcaros, la colmena colorista, el carrusel in- cesante. Trae aprendidas canciones de enamorados, alegrias de la gente joven, ternuras que Juan quisiera que sean verdad, desea que sean verdad. Si de Medina a Salamanca los tres noveles universitarios car- melitas hicieron el camino a las puertas del invierno, seguro vinieron avanzado el otofio, frios estarfan los campos y las de- hesas, severas las encinas, ateridos los alcornoques, escondidos los toros a la espera de un rato de sol templado. Cervantes narra cémo procuraba la gente agruparse para salir en compafifa de pueblo a ciudad, de ciudad a pueblo, y cémo alguien montaba caballo, alguien mula, alguien asno, a pie la mayoria. Gober- naban la caravana los arrieros, y don Miguel, de acuerdo con todos los escritores de la €poca, deja ir sus iras: «Arrieros, gente impfa y sin caridad, tratan con bestias y asi se van convirtiendo en su naturaleza: todos los mozos de mulas tienen su punta de rufianes, su punta de cacos y su es no es de truhanes, la mas ruin canalla que sustenta la tierra; prefiero los asnos y los arrieros de asnos, pues aunque los defectos de arrieros son tan sinnimero, los de asnos tienen un no sé qué de més nobleza». Los pone a parir. Nuestros tres frailecillos toparon su colegio, el convento don- de iban a residir, pegado al rio; antes de entrar a la ciudad, cerca del puente romano. Lleva por titulo «Colegio del sefior San Andrés». Aqui, en el vallecito del Tormes y fuera del recinto amurallado, existié una ermita dedicada al santo hermano de Pedro. A su lado crearon los carmelitas hacia 1470 un convento, en realidad conventito, que una avenida del rio se tragé. Lo reconstruyeron en 1480, cobijado a la sombra de los muros de la grandiosa fabrica do- 184 minicana de San Esteban, el mas bello y campanudo y sabio de los colegios salmantinos. La vecindad de San Esteban pone de telieve la pobreza carmelitana de San Andrés. Haganse cargo, en 1565, al llegar fray Juan, los carmelitas tienen una veintena excasa de estudiantes en su colegio, los dominicos doscientos. Sin embargo, la austeridad arquitect6nica no coarta el decidido Impulso del colegio San Andrés hacia metas intelectuales am- \nciosas: los capitulos generales de la Orden decidieron a mitad cl siglo XVI convertir San Andrés en residencia de estudios para j6venes carmelitas de toda Espafia. Necesita la Orden una vasa de formacién intelectual exigente, como las tiene a la sombra de las grandes universidades europeas. El difunto general Audet concede al monasterio salmantino categoria de «colegio comin» para las provincias hispanas. Normas dictadas al caso imponian al rector acoger los estudiantes provistos de «letras dimisorias» tumadas por el respectivo superior; cuidarlos, alimentarlos «dig- nut y abundantemente». Justo el afio pasado, 1564, en el capitulo veneral celebrado bajo la presidencia del padre Juan Bautista Kubeo, recién elegido, los capitulares ordenan ampliar el colegio nulmantino; recuerdan al prior su deber de buena acogida y le tnsisten «que dé bien de comer» a los jévenes. El capitulo impone, desde luego, a los colegiales normas estrictamente religiosas: las salidas del colegio son para ir y venir a la universidad, de dos en dos, vestida su capa blanca y dando ejemplo de compostura; ni algtin colegial escapa de picos pardos, el prior lo encarcelaré ocho dias, y a los reincidentes les propinar4 tres disciplinas de- |andolos un dia a pan y agua; a la tercera, debe expulsarlos del colegio, sin devolver los diez escudos que cobré a cada uno como pago de pensién anual. A pesar del corto nimero de residentes, buen tono tendria San Andrés cuando la universidad le reconocié categoria de «Es- tudio general», al mismo nivel de las érdenes religiosas de antiguo usentadas en Salamanca. El régimen de los colegios salmantinos establece que los escolares oigan paralelamente dos series de lecciones: una serie ucudiendo a la universidad, en cuyas aulas ensefian maestros de tenombre universal; otra serie dentro de su mismo colegio, en 185 casa, con profesores de Ja misma orden rectora del colegio. Esta distribucién de ensefiantes lleva consigo un clima intelectual c4- lido a lo largo de toda la jornada estudiantil, impide que los jOvenes bajen la guardia; ademds permite a cada congregacién religiosa cultivar la vigencia de sus escritores tradicionales. Salamanca cuenta con una treintena de colegios. Cuatro so- noramente llamados «mayores», nacieron a la sombra de la mitra: el primero, San Bartolomé, lo fundé el obispo Diego Anaya, a quien de paso por Bolonia enamoré el «colegio de los espafioles», establecido por el cardenal Gil de Albornoz a la vera de la uni- versidad bolofiesa. Este colegio San Bartolomé, creado por el obispo Anaya en 1417, sirvi6 de modelo para cuantos colegios salmantinos nacieron durante los siglos XV y XVI: ofrecian a sus colegiales un sistema de vida casi monacal, sustituyendo el trabajo del campo por los estudios universitarios. Pretenden for- mar «hombres bien nacidos, virtuosos y profesores de letras» (Covarrubias). Ademds de «profesores» dieron funcionarios para servicio de la Iglesia y de la monarqufa, gracias a la «educacién y crianza» de los colegiales. Las 6rdenes religiosas acoplaron sus centros de estudio al sistema de colegios, con resultados exce- lentes, tanto en casas relumbrantes al estilo de San Esteban, como en monasterios humildes tipo San Andrés. Los registros histéricos de la orden carmelitana muestran un elenco de frailes distinguidos —Ppriores, tedlogos, maestros de espiritu, provinciales— for- mados en el colegio salmantino. A fray Juan le tocé en San Andrés una celda estrecha, lo su- brayan sus contempordneos sugiriendo que la buscé por espiritu penitente: la verdad es que la casa no disponia de habitaciones lucidas, y fray Juan acept6 como todos la suya en el reparto del Prior. Suerte tuvo porque la celda, con su tronera en el techo para recibir la luz, disponia de una ventanita sobre la iglesia, cabalmente a la altura del sagrario: podrd estudiar y rezar a placer. De dia, de noche... Ciertamente la encontrarfa Juan m4s cémoda que los tugurios comunes del Hospital de las bubas. Salamanca no imagina cémo vivia en Medina; les asombra ahora verlo ser- 186 vicial, mortificado, cumplidor. A él Salamanca ha de parecerle un paraiso. La vida en el colegio, cémoda, descansada. Dios bendito, cuatro afios completos tiene fray Juan por delante sin més tarea: rezar y estudiar. El mozo Yepes nunca confié en Medina tales sentimientos, pero eva dentro de su piel un dnimo codicioso de virtud, codicioso de sabiduria. Y ahora le regalan cuatro afios integros sin mas trabajo: rezar y estudiar. Los frailes de casa le ven cumplir honradamente, desde el primer dia. Un compajfiero suyo, fray Alonso de Villalba, cuando viejo volverd la mirada a los afios juveniles y comentar4 sus recuerdos con una carta fechada en Segovia, a 12 de enero de 1606. Alonso fue «varén docto, tedlogo de graves costumbres, religi6n y celo», predicador elegante. Le preguntaron por fray Juan, cémo era de joven, y respondié: se acordaba, ya lo creo. Alonso conocia la celda colegial de fray Juan, la cama le parecié una artesa, un cajén alargado «con un madero por cabecera». Comenta sabrosamente la idea que de Juan tenian los frailes: «Siempre of decir que Ilevaba adelante en aumento». El giro sintactico, raro, resulta expresivo: va delante, fray Juan, en au- mento; los compafieros se preguntan dénde acabar4. A 6 de enero, dia de Reyes de 1565, diez colegiales carmelitas de San Andrés formalizaron su matricula en la universidad. No impide tal fecha que ya Ilevaran antes de Navidad varias semanas ucudiendo a clase, la matricula corresponde al curso 64-65. De los diez, seis firman como «tedlogos»; cuatro, «artistas», es decir, filésofos. El} tercero de los filésofos, Juan de Santo Matia. Por cada matriculado, el escribano cobra cinco maravedises. Haria la matricula un fraile por todo el grupo. A fray Juan lo inscriben «natural de Medina del Campo»: de alla viene con otros dos. El escribano avisa al fraile la obligacién pendiente, que habrén de cumplir los matriculados cuando la universidad les avise: prestar unte el rector juramento del estatuto. Tuvo que gustarle la orilla del rio, las callejitas en pendiente, Patio chico, Setenil, Tentenecio, tuvo que gustarle la torre del Gallo coronando la vieja catedral y le maravillaria el delicado resplandor dorado de los sillares frescos segtin avanzan las obras de la catedral nueva, quedarfa embobado ante la portada soberana 187 de la universidad, a fray Juan tuvo que gustarle Salamanca. Era su camino de San Andrés al patio de Escuelas. Resplandeciente, magica Salamanca. Universal y tan intima. Nadie ha conseguido fijar con exactitud las lecciones oidas por fray Juan en Salamanca. Conocemos, eso si, el lote de maes- tros ofrecidos a la eleccién del alumno. Teologia la ensefia un equipo de hombres acogidos a la sombra del maestro Francisco de ria, poderoso equipo: Luis de Leén, Mancio de Corpus Christi, Juan de Guevara, Gregorio Gallo, Cristébal Vela. Ba- rajan textos de Tomas de Aquino, de Escoto, Durando, la Biblia, los Padres, agitan Ja curiosidad de los discfpulos. En artes ilustran diversas laderas filos6ficas Francisco Navarro, Enrique Hernan- dez, Francisco Sanchez dicho «el Brocense», Martin de Peralta, Hernando de Aguilera. Las obras magistrales de los profesores salmantinos recorrerdén el mundo gracias a ediciones realizadas en Venecia, Lyon, Amberes: Salamanca dispone de limitado complejo impresor. Desde 1556 circula el «Arte de expresarse» publicado en latin por el Brocense, helenista y filésofo que a todos sus titulos prefiere el de profesor «in inclyta Salmanticensi academia». Incluidas lenguas, derecho y medicina, la universidad cuenta con setenta cdtedras. Fray Juan cumplira desde su Ilegada tres cursos oficiales de artes y uno de teologfa; sin embargo, trae del convento de Medina una preparacidn filoséfica y teolégica que le permite asimilar desde el primer instante las lecciones mds apetitosas. Respira a pleno pulmén aquel aire intelectual enri- quecido con afluencia de corrientes vigorosas. Dentro de unos afios Salamanca endureceré sus esquemas escoldsticos, pero en esta época el tomismo representa un s6lido andamiaje alzado como una torre desde la cual otear amplios panoramas de la aventura humana. E «poste» y la picaresca, dos alicientes juveniles de aquella Salamanca. La disciplina severa de los colegios tenia sometidos a régimen riguroso una parte de los siete mil estudiantes: comen en refectorio comtn, silenciosos, mientras un lector declama pausadamente pérrafos de libros selectos; los actos académicos 188 xon de asistencia obligatoria; nadie sale del colegio sin permiso, al anochecer se cierra el portal; recibe castigo quien cometa falta de disciplina. Estas normas no alcanzan légicamente a los tres 0 cuatro mil estudiantes cobijados a la buena en la ciudad. Jévenes de familia rica toman alquilada casa 0 apartamento que amueblan su costa, donde alojan también su personal de servicio. Los umos de Cervantes, por ejemplo, trajeron de Madrid la mayor parte del mobiliario, en Salamanca completaron su ajuar. A los escolares pobres, la ciudad ofrece pupilajes comunes bajo vigi- lancia de un bachiller aprobado por la universidad. Quedaba, en fin, una resaca repartida en camaraderias de tres 0 cuatro por cuartos de alquiler miserables. Varios cientos de estos estudiantes ulojados fuera de colegio, ni acuden regularmente a clase ni se presentan a exdmenes: dejan pasar lindamente los afios alegres, u costa del padre rico si lo tienen, o cazando al aire raciones gratuitas. Son los picaros profesionales. Las crénicas del siglo XVI cuentan que por los tiempos de fray Juan hubo «estudiantes ile nunca acabar». Por lo visto la tradicién le viene de lejos a Salamanca, porque conocf en mi etapa escolar un muchacho canario a quien los afios de estancia le habfan permitido cumplir sompleto dos veces el ciclo de medicina: cada afio escribia a su cusa pidiendo el dinero y enviaba notas ficticias del curso. ¢Habr terminado ya su carrera? Pero «el poste» no ha llegado a nuestra época. Qué prodigioso invento, del que fray Juan pudo disfrutar. Una delicia, se la envidio. Vean en qué consistia. Rematada su perorata en el aula, cl profesor sale al patio, pasea un rato dando tiempo a que los alumnos recojan sus apuntes. Cuando los jévenes salen, los espera cl profesor apoyado a una de las columnas del claustro, cada tmuaestro tiene asignada su columna, el poste. Le rodean los mu- chachos. En el hueco de un bonete, echan los estudiantes que lo «desean un papel con la objecién, la pregunta, el reproche, o la wlabanza en torno a la materia de la leccién ofda en el aula. El profesor va sacando uno a uno los papeles del bonete y responde ull tema planteado. Los chicos felices: tienen su maestro «al poste». 189 Una gran pelea por la libertad universitaria se rifie en Sala- manca a cuenta del latin. Fray Luis de Leén capitanea los re- beldes. El maestro Luis tiene embobados sus alumnos y albo- rotada la universidad. Su prestigio crece cada curso. La primavera de 1565, primer aio universitario de fray Juan de Santo Matia, Luis de Leén alcanza un éxito clamoroso. Ignoramos si tocé a fray Juan participar en las elecciones. Salamanca funciona con un sistema democratico impresionante: los votos de los estu- diantes deciden la promocién de los profesores desde una cdtedra inferior a otra de mayor relieve. Sistema ciertamente arriesgado. La mafiana del 16 de marzo de 1565, la grey estudiantil acudié en tropel bullicioso al patio de Escuelas para decidir por votacién a cual de los profesores candidatos asignaba la prestigiosa «cé- tedra de Durando», vacante por fallecimiento del maestro agus- tino fray Juan de Guevara. Concurrian cuatro profesores, los maestros Espinar, Vela, Rodriguez, Luis de Leén. Los tres pri- meros con orientacién teoldgica tradicional; e] cuarto, renovador. Fue una fiesta rebosante de profesores y de alumnos, habitos, becas, borlas de todos colores, cdbalas, predicciones. El escru- tinio de votos emitidos decanté enseguida la mayoria a favor de fray Luis, quien gan6 por veinte papeletas al maestro Rodriguez, por cien a Espinar, por centenar y medio a Vela. La eleccién demostr6 que Salamanca continuaba en el camino abierto por Francisco de Vitoria: Luis de Leén podia Ilevar adelante su ba- talla. {Cul era la rebeldia de fray Luis? Importa subrayarlo, a largo plazo fray Juan tendré que ver con esta pelea. Los estatutos de la universidad incluyen dos normas molestas, para profesores y alumnos. La primera, prohibicién de dictar apuntes en clase. Comenzé a saltérsela el maestro Francisco de Vitoria. Era curioso el sistema. Al profesor le sitdan en su «cdtedra», especie de tribuna de madera, frente a los alumnos que sentados en bancos, o de pie cuando falta sitio, le oyen atentamente. Junto a la cétedra un auxiliar, sentado, sostiene sobre sus rodillas «el texto», la obra biblica 0 teolégica o juridica objeto de comentario aquel dia. Este auxiliar llamado «actuante», lee los fragmentos pre- viamente sefialados por el profesor. A continuacién el maestro 190 wranca, sin libros, sin papeles, sin cartapacio alguno. Puede tepetir los pasajes de su disertacién que considere dificiles. El mandato de no dictar, y la prohibicién de tomar apuntes, viene tiguo, al parecer con objeto de asegurar las asistencias a clase. De hecho los profesores dictan y los chicos anotan. La niversidad disimula; aunque de vez en cuando el rector siente exertipulos y multa con un ducado a los profesores. La querella fuerte no son los apuntes, es otra. Los estatutos |mponen el latin como lengua oficial, exclusiva. El profesor debe explicar en latin, examinar en latin, los alumnos han de responder en latin. Ha sido y es norma recibida, se cumple: maestros y discfpulos manejan fluidamente la lengua latina, digamos mejor, tina variante escoldstica del idioma ciceroniano; pero latin, sin tluda. En las cdtedras de miisica, astrologia y gramatica, los estatutos autorizan al profesor usar el castellano. Y a los juristas cuando deban alegar una ley del reino. Fuera de tales excepcio- tes, al maestro impone la universidad tres reales de multa cada vez que se le vaya la lengua al idioma vulgar. Fray Luis de Leon ha cumplido durante afios la norma, explicé en latin, Pero dice basta, se subleva. Fray Luis, que posee un dominio soberano de nuestro idioma, expone abiertamente, para «ue le oigan profesores y alumnos, la validez del castellano como vehiculo de controversias filos6ficas y teolégicas. La postura del maestro Luis suscita un tiberio entre los estudiantes, que leen von avidez los poemas del profesor poeta y aplauden sus leccio- nes, Algunos catedrdaticos jévenes respaldan el intento de fray \uis, comienzan a utilizar el castellano en las aulas. Un terremoto reformista sacude la universidad. Lastima, nadie puede avisar a luis de Leén la presencia de un muchacho, de nombre Miguel de Cervantes, entre los jdvenes entusiasmados con la rebeldia a favor del castellano. Fray Luis pregunta por qué, si la lengua romance ha madurado en Espafia con entregas literarias de subida calidad, si se la ve avanzar de dia en dia, por qué esa misma lengua romance no ha de tenerse por valida para expresar los vontenidos de la Biblia, los razonamientos filos6ficos, el discurso teolégico: utilizando el castellano, las verdades religiosas tendran wcceso a la vida corriente, impregnardn la inteligencia de los de 191 j6venes. Pone los ejemplos de Francisco de Osuna, Bernardino de Laredo, Luis de Granada, Juan de Avila, escritores espirituales cuya doctrina no hubiera salido de circulos eclesidsticos si es- cribieram er latin. A fray Juan de Santo Matfa esta querella del maestro fray Luis de Leon tuvo que sacudirle los tabiques del alma. Ninguno, ni Luis ni Juan, adivinaron que un dia el maestro salmantino quedar4 arrebatado de fervor, religioso y poético, cuando lea poemas y comentarios del alumno desconocido: presente en el patio de Escuelas aquella primavera... Sobre un anaquel de la antigua biblioteca universitaria de Sa- lamanca hay un cuadro pintado por Martin Cervera donde apa- recen los estudiantes dentro de un aula. escuchando la leccién del maestro. Toman apuntes descaradamente. E] maestro: maneja un texto, sin disimulo. No podemos ofr, claro, si habla latin o habla castellano. En primera fila de alumnos aparece un grupito de j6venes vestidos con la capa blanca caracteristica de los car- melitas. Son poquitos, Juan y sus compafieros, diseminados entre la marea de casi dos mil canonistas, casi mil tedlogos y mil fil6- sofos, varios centenares de médicos, multitud de filésofos, la marea juvenil que circula por las venas de la ciudad yendo y viniendo al patio de Escuelas. Abundan estudiantes dominicos y franciscanos, pero acuden frailes a todo color, benedictinos, agus- tinos, trinitarios, teatinos, jerénimos, mercedarios, el arca de Noe, dicho sea con la debida reverencia. Madrugan, el frio de las mafianitas pone relucientes los rostros. La cétedra més licida, llamada «de prima», abre a las ocho en invierno, a las siete desde pascua florida en adelante. Cada jornada lleva su trajfn. Complace a los alumnos el clima de libertad académica propio de Salamanca en estas décadas a mitad de siglo. Pronto Ilegaré un frenazo, a fray Luis hay personajes que se la tienen jurada. Pero ahora cada maestro, aunque todos apoyan las disertaciones en Aristdteles y en Tomas de Aquino, defiende sus puntos de vista con total independencia; nada digamos desde las cdtedras dedicadas ex- 192 presamente a Escoto y Durando, criticos perspicaces de la Es- coldstica. Los escritos de Platén son analizados con interés, los comentarios de Avicena y Averroes pasan de mano en mano. Salamanca, maravilloso enjambre. Los colegiales del «Sefior San Andrés» vivieron durante el afio 1566 en nerviosa expectativa: anuncian de Roma que el padre general viene a visitar sus carmelitas de Espafia. Juan. Bautista Rubeo ha de satisfacer el deseo del rey Felipe II y cumplir la decisién del capitulo general carmelitano. Al rey de Espafia le hubiera encantado mangonear a placer los conventos carmelitas del reino; al menos le alegraré una inspeccién con- cienzuda del padre general por las casas de la orden. Felipe I] estd para cumplir cuarenta afios, Ama tiernamente a su nueva mujer, Isabel de Valois. Este verano de 1566 le nace su nifia Isabel Clara Eugenia, le han puesto nombres cristalinos, quizd para contrapesar la tristeza que al rey le causan los defectos fisicos y psiquicos del hijo Carlos, nacido de la primera esposa Maria Manuela de Portugal; el principe trajo claros sintomas de haber heredado la locura de su bisabuela Juana. Don Felipe confta en la influencia bienhechora de don Juan de Austria sobre don Carlos. Felipe adora a su hermanastro Juan. Al volver de Flandes, recién muerto el em- perador, don Felipe quiso enseguida conocer a don Juan, muchacho entonces de catorce afios: le cif la espada y le colgé al cuello el toisén de oro. Don Juan miraba aténito al rey, quien le serend con estas palabras carifosas: —Buen dnimo, nifio, pues sois hijo como yo del emperador don Carlos, que en el cielo vive. Don Juan era una delicia de muchacho. Tenia emparejada la edad con su sobrino el principe Carlos, nacidos los dos en 1545. El rey los envi6é juntos a estudiar tres afos en la Universidad de Alcald. Vueltos a Madrid, don Juan, en los veinte de su edad, salié a escon- didas de la corte hacia Barcelona con el propésito de embarcar en la flota, enviada por don Felipe para socorro de la isla de Malta, acosada por galeras turcas. El rey mand6 detenerlo, pero se sintié complacido y abandoné la idea de introducir a su hermanastro en la carrera eclesidstica: le preparé el titulo de «capitan general de la mar». No podia:hacerle mejor regalo. Lastima que ni la simpatta:de don Juande Austria puede frenar el proceso de locura-en los.recovecos cerebrales del principe don Carlos. 193 Aparte la enfermedad de su hijo, tres problemas inquietan al rey de Espana: Francia, Flandes, los moriscos. La situacién interna de Francia sufre un deterioro inquietante a causa de la penetracién calvinista por el costado suizo. En realidad Francia experimenta un estado permanente de guerra civil religiosa. Los «misioneros» calvinistas, preparados concienzudamente en la «academia» ginebrina creada por Calvino, han conquistado amplios sectores de la nobleza francesa. Ciudades y campiiias al sur y al oeste de Francia ven crecer aparatosamente las comunidades protestantes. En 1564 muri Calvino: su doctrina contaba ya con setecientas «igle- sias constituidas» en suelo francés y dos mil comunidades. La reina regente Catalina de Médicis intenté crear una plataforma de tolerancia mediante coloquios teoldgicos y edictos conciliantes: fracasé. Las grandes familias feudales buscan apoyo extranjero: los catdlicos Gui- sa, en Felipe II; los hugonotes Chantillon, en Isabel de Inglaterra. Desde 1562 hasta fin de siglo un raudal de sangre mancha campos y ciudades francesas. En Flandes hay tormentas: la gobernadora Margarita de Austria no domina el complejo tablero sobre el cual mueven peones politicos y religiosos la reina de Inglaterra, los hugonotes franceses, los cal- vinistas suizos. Todos atizan la conspiracién de los nobles flamencos contra el rey. Los turbios manejos de la nobleza van creando un foso de rencor entre catélicos y protestantes, hasta provocar en agosto de 1566 choques sangrientos: los calvinistas asaltaron iglesias, que- maron conventos, mataron frailes y monjas. Donde tuvieron armas, los catélicos replicaron duramente. La duquesa gobernadora intenté apaciguar la revuelta y después llevé su ejército a las zonas agitadas. Entretanto Felipe II decide en Madrid enviar a Flandes fuerzas ex- pedicionarias al mando del duque de Alba. Si Alba fracasa, piensa acudir él en persona, dispuesto a consumir en la defensa de Flandes el millén de ducados recibidos por la corona como parte del tesoro americano recién desembarcado en Sevilla por los bajeles llegados de Indias. El rompecabezas de los moriscos granadinos viene de tiempos del emperador don Carlos: las galeras de corsarios turcos y berberiscos contaban en sus piraterias con el apoyo de moros esparcidos por las costas de Levante y del Sur después de la reconquista: estos moriscos, convertidos al cristianismo a la fuerza, continuaban apegados a sus creencias mahometanas, y practicaban en secreto los ritos tradicio- nales de su raza. Constitufan légicamente una quinta columna favo- rable a los corsarios. En 1560 ordené el Consejo de Castilla que los 194 moriscos de Valencia y de Granada entregasen todas las armas: por tumor a que aprovechando algtin ataque turco planearan una sedicién, pues Soliman lena de bravatas el Mediterrdneo. Los moriscos de Granada siguieron el ejemplo que sus hermanos de Valencia les habian dado en tiempos del emperador: huyeron a los montes; y organizaron desde las Alpujarras una rebelién armada. En otofio de 1566 muere Nolimdn en tierras de Hungria, pero a los moriscos ya no hay quien los detenga: han elegido caudillo en las Alpujarras a un descendiente lnjano de los califas Omeya, Aben Humeya, quien conquistard en 1568 la villa de Laujar y la declarard capital de su reino. Ha de comenzar una guerra dura, feroz. Al rey don Felipe, mds que los problemas politicos de su reino, le preocupan los asuntos religiosos. En primera linea, la reforma de costumbres del pueblo cristiano. Frailes y monjas, los primeros. Muerto Pfo IV a finales de 1565, ocupa la silla de Pedro un fraile dominico que toma el nombre de Pio V. Con él la corte pontificia entra en una etapa nueva, dejando atrds la atmésfera rutilante del Renacimiento: desde el siglo XII no habia habido cn Roma un papa santo. Nacido de familia pobre en el norte de Italia, Miguel Ghislieri obtuvo fama de fraile austero y bondadoso; aquel anciano y terrible Paulo TV, que se atrevié a excomulgar a los reyes de Espafia, lo hizo cardenal. De cardenal, el dominico se dejé crecer una barba candida de profeta hebreo. Flaco, majestuoso el porte, sus ojos denunciaban un espiritu comprensivo. También ser4 tenaz y resuelto. Recién elegido papa, los romanos le han visto andar a pie por las calles hacia leproserfas y hospitales, donde le gustaba consumir largas horas conversando con enfermos con- tugiosos a quienes curaba y besaba. Evidentemente, la renovacién cristiana programada por el concilio ha encontrado un guia ex- celente. Felipe II dispone ahora de un magnifico dialogante. Por si fuera poco, los tres mil quinientos jesuitas que ya forman la Compajifa de Jestis por estas fechas, estan capitaneados por el padre Francisco de Borja: todos menos é! daban por seguro que al padre Borja tocarfa ocupar algtn dia el generalato de la Com- pafiia. El nuevo pontifice Pfo V, santo fraile, austero y «observante», coincidfa por completo con los puntos de vista del rey don Felipe: 195 hay que rematar a fondo la reforma. Aun a costa de eliminar definitivamente a los «claustrales». Y sobre todo, poniendo mano a tres 6rdenes religiosas que hasta el momento no han completado su reforma: mercedarios, trinitarios, carmelitas. Los carmelitas de Espajia tenian a medio recorrer el camino: Nicolas Audet, el general anterior, habia conseguido reformar los conventos de Castilla; pero el Sur, concretamente Andalucia, se resistié: algunos conventos vivian muy a gusto al margen de las reglas. Al rey don Felipe obsesiona la urgencia de poner mano dura a Jos carmelitas. A primeros de abril de 1566, el nuevo padre general Juan Bautista Rubeo parte de Roma camino de Espafia. Los colegiales del «Sefior San Andrés» de Salamanca saben que pasar a visi- tarles. Ya cercano a los sesenta de edad, cuando Rubeo viene a Espajia ofrece la estampa ideal de un fraile sabio y bondadoso. Acaso, una pizca ingenuo. Alto, robusto, espaciosa la frente, sus modales recuerdan el aire aristécrata de su casta. Nacido de familia noble y huérfano prematuro, entré carmelita muy joven- cillo, Estudié teologia y letras clésicas. Colaborador del anterior padre general Audet, le complace aparecer como un superior severo, y en alguna ocasién ha llamado al barbero para que en presencia suya repase la barba a Jos frailes presumidos. Sin em- bargo, conocen todos su buen coraz6n, y utiliza la ternura en los momentos comprometidos. Contorneando las costas italiana y francesa, cruzé Rubeo la frontera catalana. Por Barcelona y Zaragoza llegs a Madrid, donde «fue bien recibido de su majestad» Felipe II, el doce de junio. Al rey no le inspira confianza la «reforma» que este bon- dadoso italiano sea capaz de imponer a los frailes discolos, pero le acoge correctamente y aprueba sus papeles. Los acompajfiantes de Rubeo se sintieron felices con haber conocido a su majestad catélica. Bajé por Toledo hacia Andalucia: tenia prisa por entrar en la madriguera de los carmelitas del sur, la fama de cuyas trapisondas habia Ilegado hasta Roma. Visité Jaén, Granada, Antequera, Cérdoba, otras ciudades. El 30 de agosto Ileg6 a Sevilla. Es- 196 pantado, aturdido: habia escuchado relatos increfbles de fechorias cometidas por sus frailes. Esperando cambiar la cara a la pro- vincia, reunié en Sevilla capitulo provincial y consiguiéd que cligieran superior a un fraile aceptable. Respiré, al fin, camino de Lisboa. Dejaba atrds una pesadilla. Y traia clavado en el pecho un interrogante: cémo conseguir la reforma de aquellos conventos imposibles. Entré de nuevo en Espafia por Salamanca. Castilla levant6é la moral del padre Rubeo. Esta provincia carmelitana habia acep- tado tiempo atrés las reformas del general Audet: los frailes discolos huyeron; quedaron los carmelitas cumplidores. Lo primero que hizo fray Angel de Salazar, provincial de Castilla, fue llevar al padre Rubeo a Salamanca. La comunidad del convento de San Andrés acogié al padre general con reverencia y con carifio. Reina en la casa un clima de piedad, de observancia fiel. Los frailes mayores son personas de valia intelectual, varios dan lecciones a los estudiantes del convento. Los colegiales cumplen las reglas de silencio, de sa- lidas, dedican su tiempo a los libros. A la Hegada de Rubeo son nueve los colegiales residentes en «Sefior San Andrés». El padre general les dedica horas largas de coloquio. Rubeo ha dirigido en Italia tiempo atrés varios «Es- tudios Generales» de la Orden, conoce la tropa joven. Conoce también la vida universitaria, fue profesor en la «Sapienza», universidad de Roma. Llama «coraz6n de la orden carmelitana» a los j6venes estudiantes. En sus visitas a las casas, Rubeo utiliza un sistema cordial que favorece los coloquios: pide a los religiosos la promesa formal de contarle las cosas como son, sin tapujos; repasa con ellos el cumplimiento del rezo, de las ceremonias littirgicas, de las horas de silencio y de oracién; pregunta por el cuidado de los enfermos, por la serenidad en el convento y el trato afectuoso entre los frailes; se interesa por la marcha econémica de la casa y por el ejemplo que deben dar los superiores. Ojala encontréramos algtin cuadernillo de las notas que por la noche escribiria el padre general cuando visit6 los conventos de Espafia. Alli veriamos cudntas lineas dedicé al estudiante, 197 mitad «artista» —filésofo— mitad «tedlogo», fray Juan de Santo Matia. Nadie ha dado hasta hoy con los cuadernillos de Rubeo. Uno de los frailes dejé luego dicho: el «padre generalisimo», asi lo Hama, «habia visto y conocido a fray Juan en su convento de Salamanca, y por el nombre de su santidad conservaba memoria de él». Sélo estas palabras quedaron escritas. Era el otofio de 1566. (Esa feliz fray Juan en Salamanca? Déjenme contarles un susto que acaba de ocurrirle al mozo Miguel de Cervantes mientras aguarda el afio de sentar plaza en las compaiifas del rey. Entretanto, el bullicio estudiantil le di- vierte. Cervantes sf es feliz en Salamanca. Pues ha recibido Miguel carta de su familia. Escribe su her- mana Luisa. Le da una noticia: ha decidido entrar monja en el convento de la Imagen, Alcalé de Henares, donde, le dice, hay «carmelitas descalzas». A Cervantes le suena rarfsimo: qué sig- nifica eso de «carmelitas descalzas»? Conoce las monjas car- melitas, naturalmente. ,Pero descalzas? Su hermana le aclara: hay cierta santa mujer llamada Maria de Jestis... Hoy conocemos la biografia de aquella «santa mujer» que invent las carmelitas descalzas el mismo afio que Teresa de Jestis. Se llam6é Maria de Jess Yepes, vaya coincidencia de ape- llido. Le murié el marido y habia decidido entrar carmelita en el monasterio de Granada. Se sintié llamada a penitencias ma- yores; asi que abandoné el convento, vendié su hacienda, cosié los dineros al forro. de sus ropas y caminé como peregrina hasta Roma. Vio al papa y le confié su deseo de fundar un convento con todo el rigor de pobreza que tuvieron los primeros ermitaiios del Monte Carmelo. El papa la bendijo, los cardenales consi- deraron su caso; y al fin le dieron un «breve» pontificio autori- zardo el nuevo convento. Pero las monjas de Granada le ame- nazaron si fundaba: piensan que existen ya demasiados conventos. Maria Yepes subi a Madrid buscando apoyo de la 198 corte. Encontré ayuda de los padres jesuitas. Abrié su convento en Alcala. Luisa, la hermana de Cervantes, cuenta en su carta a Miguel «que otra monja de Avila habia sido inspirada de Dios el mismo ufo y mes que la beata de Alcal4 para hacer monasterios com- pletamente pobres». Efectivamente, el afio 1562, Maria Yepes, con carta de pre- sentacién firmada por el padre jesuita Gaspar, visité6 en Toledo u dofia Teresa de Ahumada: Madre Teresa, por orden del pro- vincial carmelita, habia acudido desde el monasterio de la En- carnacién de Avila al palacio toledano de dofia Luisa de la Cerda; pas6 unos meses haciendo compafiia y consolando a la ilustre dama toledana, afligida por la muerte del marido Arias Pardo, mariscal de Castilla y una de las fortunas mas sdlidas del reino. Allf, en un palacio de portones labrados, escaleras de mérmol, alfombras de Flandes, arabescos, arafias de cristal de roca, alli dos mujeres, Teresa y Maria, cambiaron sus confidencias con propésito de fundar conventos «sin renta>, es decir, sin capital ninguno de respaldo, en pobreza total, «enteramente confiados a la providencia divina», explicaba la carta de Luisa Cervantes a su hermano Miguel. Qué cosas ocurrian entonces en Castilla. A Miguel de Cervantes le asusté la idea: su hermana es todavia una nifia, dieciocho aijios. Pero... fray Juan en Salamanca jes feliz? Y yo qué sé, cuando una persona es feliz del todo. Ni siquiera conozco en qué consiste la dicha completa. Si la hay, completa. Fray Juan ahora mismo, estos afios de Salamanca, Ileva entre pecho y espalda un problema gordisimo. {Puede ser feliz con- viviendo con su problema gordisimo? Yo qué sé. A mi me toca contarles a ustedes el problema. 199 13 Codiciado también por madre Teresa Salamanca - Medina - Salamanca 1567 Axndamos a tientas. Coloco por orden las escasas noticias de fray Juan estudiante en Salamanca. Hay un dato cierto: cuando pasa el padre general Rubeo, avanzado el otofio de 1566, arranque del tercer curso salmantino de fray Juan, nuestro estudiante ya destaca entre sus compaiieros: el colegio San Andrés le reconoce protagonismo. Los indicios son elocuentes. El primero, que al padre general le sefialan, superiores y condiscipulos del colegio, la ejemplaridad, la «santidad» de fray Juan. A mi me ha tocado gastar algunos afios de trabajo sobre biografias de hombres y mujeres aureolados con el nimbo caracteristico de «tipos ejem- plares». Apoyado en la experiencia suelo aconsejar, a quienes desean contrastar si efectivamente una persona ha sido «santa», este medio infalible: investiguen cémo piensan del «candidato a santo» sus compafieros de residencia, frailes 0 monjas si es el caso, familiares quiz4, aposentados por el protagonista en su casa, en su convento. Porque de puertas afuera, todos tratamos de acoplar nuestra conducta a la imagen publica que nos vemos atribuida: una persona «tenida por santo» responde inconscien- temente a la expectativa circundante. A los suyos, sus intimos, con los cuales comparte cobijo y mesa, no los desorienta, ellos le conocen de veras, tal cual. Es la que suelo llamar «prueba del pijama». A un personaje lo pones en pijama y le has despojado de toda la bambolla. Le quitas las defensas «publicas». Imaginen, los carmelitas de San Andrés a mitad del siglo XVI no usan pijama, duermen en camisa. Pero dentro del con- vento se conocen perfectamente unos a otros. Por eso considero una pista significativa el juicio de los frailes sobre la calidad personal de fray Juan. 203 Otro indicio nos lo van a servir en bandeja cuando llegue la primavera de 1567: le asignaran un cargo interesante. Acerca de un punto existe oscuridad: si fray Juan solicité permiso de los superiores para cumplir la regla primitiva de los carmelitas, es decir, ajustarse al estilo de vida propio de la Orden en tiempos lejanos, antes que los papas «mitigaran» sus peni- tencias adapténdolas a costumbres de los frailes mendicantes europeos. Parece que de hecho fray Juan apreté por su cuenta en Salamanca la austeridad religiosa, «viviendo con mucho rigor y exemplo». Sus compajieros lo notaban, claro. Les recordaba «la regla primitiva». ;Pidid y obtuvo permiso explicito del padre provincial? De verlo asi, «excedido» en austeridades, deducfan los frailes «que algo lleva dentro fray Juan». A lo mejor no lo pensaron entonces; y luego, segtin venian los acontecimientos, pusieron sus recuerdos en pie. Nosotros hoy conocemos «qué lleva dentro» fray Juan: una desazén. Por situar el caso de algtin modo concreto, podriamos decir: una crisis vocacional, es decir, la pregunta cldsica de si realmente ha elegido el camino adecuado. jLe desconcierta el clima estudiantil de Salamanca? Circula por la universidad aire triunfal, exitoso. Profesores y alumnos tienen conciencia de la categoria que Salamanca ha conseguido ante el rey, ante el papa, ante toda Espafia. De aqui saldran, han salido y estén saliendo, obispos, arzobispos, consejeros del reino, catedréticos famosos, funcionarios reales. De los casi siete mil estudiantes distribuidos por las aulas, un millar ocupardn puestos de honor en Espajia y en Indias. Ellos lo saben. Hasta los co- legiales carmelitas de San Andrés serdn Ilamados a regir la orden. Estudian en serio, llevan vida ejemplar, se capacitan concien- zudamente. A cada escolar de Salamanca le ha caido una estrella en la frente. Promesa de honrosos destinos. Fray Juan desea otros senderos para su existencia. Ha es- cogido la Orden por carifio a la Virgen Marfa. Al pedir un habito en el convento de Medina es posible que todavia su deseo de vida retirada y penitente fuera genérico, inconcreto. Ahora lleva cumplidos un par de aiios con los carmelitas medinenses y otros 204 dos en San Andrés. Entrevé oscuramente horizontes inéditos, personales. La imagen del Monte Carmelo se le dibuja como una promesa y una incitacién: hacia el retiro, la soledad, didlogos personales con la sombra misteriosa de Dios. Fray Juan est tomdndose en serio la fe cristiana. Salamanca lo aguijonea, le desaffa con ofertas radicales. Fray Juan ha madurado. Va a con- vertirse en creyente radical. Quizd sea ya, cumple veintisiete udos, un hombre radicalizado. Las palabras de la Biblia empapan su espiritu. Los maestros Luis de Leén y Mancio de Corpus Christi entusiasman a sus alumnos con el andlisis riguroso de los pirrafos biblicos, pagina a pagina. Fray Juan se nos va quedando ensimismado en cualquier recodo de los salmos. Es una maravillosa crisis con peligro, la suya. Le descubre soluciones radicales. éPor qué pensé en la cartuja? Ha meditado irse cartujo. Vamos, est4 preguntandose: si la cartuja ser su cobijo. Ignoramos el motivo por el cual la cartuja se le ofrece. Para un carmelita, la orden mds recoleta entre las mendicantes, apenas habria otro camino «de mayor recogimiento». ,Estard experi- mentando fray Juan la tensidn histérica de los carmelitas con el alma nostdlgica por la soledad eremitica? Ningtn rastro documental existe, pero los investigadores se- Nularon desde antiguo El Paular, en la vertiente oriental de Gua- darrama, como «meta cartujana» de fray Juan. Pudo ser asi. En cl paso del siglo XIV al XV, los reyes de Castilla asignaron una reserva de caza para monasterio de cuatro monjes procedentes de la cartuja Scala Dei catalana. Don Fernando y dofia Isabel, ids tarde su nieto don Carlos, mimaron «su cartuja» del valle «el Lozoya. Desde hace cien afios, la comunidad de cartujos de 1:1 Paular ora y estudia. Cada monje, a solas: toma un libro de la biblioteca y lo Heva a su celda... Si fray Juan es feliz en Salamanca, quién sabe. Ni siquiera sabemos nadie cémo se es feliz, ni cudndo. Fray Juan estudia dia y noche, sin respiro. Digamos que quizé es un fraile feliz con el aguijén clavado... El aguijon, esta duda: gla cartuja? 205 Tampoco vemos claro el reparto de los estudios de fray Juan entre su colegio San Andrés y la Universidad. Oficialmente cubre tres cursos de artes —filosoffa— y uno de teologia, segtin consta por sus matriculas en la Universidad. El colegio San Andrés todavia no ha estrenado clases de teologia: proporciona a sus colegiales una lecci6n diaria de sagrada Escritura, disputas es- colasticas cada semana, y un coloquio también diario sobre puntos de moral practica. Fray Juan trajo de Medina su excelente preparacién literaria obtenida en los jesuitas, mas la introduccién filoséfica y teolégica del convento carmelitano. Asi aparece en magnifica disposicién para escoger en Salamanca un cuadro de lecciones, dada la rica oferta presentada ante sus ojos. Habra tenido presente la con- validacién completa de los cursos teoldgicos exigidos para or- denarse sacerdote. Y habr4 preparado el examen global de artes, especie de revdlida filoséfica requerida por la universidad antes de convertir la matricula oficial de un alumno en los cursos de teologia. Sabemos que cumplié en 1567 la formalidad filoséfica, porque el curso siguiente aparece matriculado como tedlogo. ‘YY sabemos que cumplié ese mismo afio los requisitos teo- légicos, porque a las puertas del verano de 1567 le consagran sacerdote. De ninguna de las dos dreas, filosdfica y teolégica, consta la calificacién obtenida por nuestro estudiante. Pero cae de su peso el resultado brillante de las dos pruebas. Fray Juan de Santo Matia es nombrado «prefecto de estudiantes» del colegio San Andrés, cargo que se confiere al mas aventajado de los colegiales. La tarea del «prefecto» no corresponde a la disciplina religiosa, misi6n que podrian encomendarle a causa de su edad y de su ejemplo: al «prefecto» toca dar algunas lecciones que aclaren para sus compaiieros un punto enrevesado; plantear los temas de discusién en las disputas escolasticas; colaborar con el maestro en la réplica a las objeciones. El cargo no se atribuye a un colegial piadoso, se atribuye a un estudiante «aventajado», al mas agudo de los colegiales. Y la designacién reviste cierto empaque. No eligen al «colegial perfecto» los superiores inmediatos de la casa; 206 lo designa el «capitulo provincial», asamblea de los priores y trailes notables de los conventos de la zona. A fray Juan de Santo Matia lo elige «prefecto» del colegio San Andrés el capitulo provincial celebrado en Avila a 12 de ubril de 1567. Un capitulo «extraordinario»: lo preside el padre general Rubeo, un par de meses después de su visita a Salamanca. Al buen general Rubeo le hacemos pasar durante su recorrido por Espafia lo que no esté en los escritos: los frailes andaluces y la corte del rey le traen por la calle de la amargura. Desde Salamanca viajé a Piedrahita; y a los cuatro dias, atardecer del 15 de febrero de 1567, entré en Avila. Fue recibido con la debida deferencia. Dos candnigos le pre- sentaron los respetos del cabildo catedral. El obispo le senté a su. mesa. Alterna el padre general las sesiones de visita entre frailes y monjas; un dia el convento de los carmelitas, y otro dia las monjas del monasterio de la Encarnaci6n. Reposadamente, como a él le gustaba. Desconocemos el dia exacto, pero quiso conocer pronto a la madre Teresa de Jestis, la carmelita «emigrada» de la Encarnacién que acaba de abrir el pequefio convento «observante» de San José. Tendria Rubeo ganas de ver a madre Teresa. El provincial de Castilla, los frailes, las monjas de la Encarnacién, todos le hablaron de «San José». Y el obispo también, don Alvaro de Mendoza, a cuya proteccién habia encomendado Roma «de al- guna manera» la nueva fundacién. Madre Teresa, muy preocu- pada por las reacciones del padre general ante su conventillo, habia consultado con el obispo don Alvaro acerca de la visita: iqué le habrian contado al jefe supremo del Carmelo sobre el convento que dentro de las espléndidas murallas abulenses en- cerraba trece monjas «disidentes» en clausura total? ;Qué le habrdén contado? Esta pregunta trafa turbada la paz interior de madre Teresa. Ella pertenece al Carmelo. Se siente stibdita suya... en cir- cunstancias especiales. Diffciles, comprometidas. ;Qué juicio merecerd el monasterio de San José al padre general? 207 Dos aspectos inquietan a madre Teresa. Uno, que al padre general le disguste encontrar «San José» colocado no bajo la obediencia de la orden carmelitana, como lo esta la Encarnacién, sino a la sombra de la autoridad episcopal. Segundo aspecto, la situaci6n juridica de la priora, ella misma. Teresa procede de la Encarnacién, a la Encarnacién ha pertenecido. El provincial le autoriz6 residir en San José, primero un afio, después otro afio. Luego el nuncio y Roma le pusieron bajo obediencia del obispo. Sin embargo, la dejaban siempre subordinada a la Orden, cosa que ella desea y le sirve de consuelo. ,Cémo enfocard el padre general esta situacién extrafia? Teresa se pone «en los brazos de Dios» y «venga lo que viniere». Pero anda desasosegada. El obispo don Alvaro acompafié al padre Rubeo. Le deja en San José con una consigna bien clara: que las monjas «le hiciesen toda la cabida que a su mesma persona». Lo fascin6, Teresa, al buen fraile general. A ella le parecié «siervo de Dios, discreto y letrado»: —Yo le di cuenta con toda verdad y llaneza, porque es mi inclinaci6n tratar ansf con los prelados, suceda lo que sucediere, pues estén en lugar de Dios. Luego veremos cémo el padre Rubeo lo pasé de bien: Avila le consol6 de las trapisondas que frailes y cortesanos tejieron en contra suya. A mitad del mes de marzo lIlegé hasta Avila una noticia inquietante: Felipe II, al mando de un ejército poderoso, partfa camino de Flandes, a sujetar los rebeldes que despreciaban la autoridad de Margarita de Parma, gobernadora real de aquellas provincias. Rubeo quiso ver al rey antes de su partida, el general de los carmelitas ansiaba referir a su majestad cuél era el estado de la Orden tal como la va encontrando durante la visita. Y cortar las maniobras que sospeché estarian realizando los descarados frailes andaluces en la corte. Acertaba, ya lo creo, 208 El rey permanecié en Madrid, no leg a partir. Era el papa quien le urgia viajara en persona a poner paz en Flandes. Felipe Il consideré suficiente acelerar la salida del duque de Alba, segiin la resolucién tomada en verano del afio anterior con motivo de las reyertas entre calvinistas y catélicos. Alba, a punto de cumplir los sesenta de su edad, goza fama de duro. Curtido en las campaiias africanas y eu- ropeas del emperador don Carlos, generalisimo en Italia y virrey de Napoles, fue quien doblegé la voluntad del papa Paulo IV. No le asustan los rebeldes de Flandes. Embarcé en Cartagena, para sustituir parte de sus tropas, bisofias, con tercios aguerridos de guarnicién en Italia. Al frente de mil doscientos jinetes y nueve mil infantes, sube por Suiza, Lorena y el Franco Condado, hasta Flandes. A mitad de agosto entrard en Bruselas. Lleva poderes absolutos, militares y po- Ifticos, del rey. Implanta el terrible «tribunal de sangre». Los jefes rebeldes huyen, pero desde Inglaterra y Alemania preparan su asalto definitive a los Patses Bajos. Nuestro padre carmelita Juan Bautista Rubeo, temeroso de que el rey se le fuera, solicité audiencia al llegar a Madrid. Felipe II le recibi6, con la reina y sus hijos. El carmelita repartié es- capularios a la familia real. Habja estado acertado con venir a Madrid. Sus frailes an- daluces conspiraban a chorro abierto, qué tipos implacables: as- tutamente, apoyaban sus intrigas «en el brazo secular», recu- triendo de la «reforma romana», representada por el padre general, a la «reforma del rey», respaldada por la corte. Sospecho que el mismisimo Felipe II tom6 el pelo al padre Juan Bautista Rubeo. Devotamente, eso si, pero le tomé el pelo. Cosas de la politica. Mientras besaba la mano del general car- melita, venido de Roma para implantar en Andalucia y fortalecer en Castilla la «reforma» de la orden, el rey de Espajia conseguia del papa, por medio de sus diplomaticos, licencias que le per- mitian verificar «su reforma» gracias a un sistema astuto: colo- caban los conventos, cuyos frailes aceptaban hacerse «observan- tes», bajo autoridad directa de los obispos de cada didcesis, sustrayéndolos asi a la obediencia del padre general. En una segunda etapa, repartirfan a los frailes «claustrales» por conventos «observantes», hasta diluir su resistencia. 209 La fechoria contra Rubeo subja de tono y alcanzaba categoria de sarcasmo a causa de un pormenor: los agentes del «Consejo Real», comisionado por el rey para este negocio, utilizaban en descrédito del padre general a los frailes carmelitas andaluces: descarados, truhanes, nada dispuestos a cumplir reformas ni de rey ni de roque. Taimados, sembraron los mentideros de la corte con infamias a costa del padre Rubeo. El padre general estuvo bravo. Desde Madrid envié un «mo- nitum»> 0 «aviso canénico» a los cabecillas andaluces ordendn- doles presentarse a él en Avila antes del 15 de abril. Ellos, ni caso. De Madrid, conmovido por las finuras del rey —quien, segin el mismo Rubeo, le habfa escuchado «umanissimamente», asi, con las dos esses italianas, bendito ingenuo fraile—, pas6 el padre general por Medina, Valladolid y Fontiveros, hasta recalar de nuevo en Avila. Donde tenia convocados a los carmelitas de Castilla para «capitulo general». Lo celebraron de postin: bajo presidencia del padre general. Veinte vocales tenfan derecho a voto para designar provincial nuevo y elegir los cargos mds representativos de la provincia. Con objeto de dar realce a la fiesta y honrar al general, trajeron de Salamanca los colegiales de San Andrés, sostendrian durante las sesiones capitulares varios actos académicos, muy del gusto de la época: unos en el convento y otros solemnisimos en la catedral, nada menos. Sucesor del padre Angel Salazar, provin- cial saliente, eligieron un bondadoso viejo de mucho predica- mento, fray Alonso Gonzalez. Hubo clausura solemne, con pon- tifical del obispo don Alvaro. Rubeo se vefa satisfecho. Entre fos colegiales salmantinos acudié, naturalmente, fray Juan de Santo Matia. Debié de lucirse durante las sesiones aca- démicas porque sali nombrado por el capitulo, en presencia del general, «prefecto» del colegio «Sefior San Andrés». Los decretos capitulares de Avila dejaron establecido, en el parrafo dedicado a «Estudios y estudiantes», con latin campanudo, esta norma: «Noémbrese prefecto al mas apto de los estudiantes». Poco es, pero lo que sabemos da buena pista sobre fray Juan colegial salmantino de San Andrés: el mas apto de los estudiantes. 210 Le consagraron sacerdote avanzado el verano de 1567, final de curso. Viaj6 a Medina para celebrar misa rodeado de Ja familia: su madre, Francisco y Ana, los sobrinos que entonces vivieran. Y inedia docena de amigos. La ceremonia no revestia en aquellos tiempos aparato publico. In realidad fue «alguna de sus primeras misas». Hace tres afios Juan partié de Medina. De entonces ac4 no han mejorado gran cosa las condiciones econémicas de la familia Yepes. Sin embargo, viven serenos. Tienen ya echadas raices en Medina. Francisco ha ganado popularidad a causa del servicio a los pobres. Cada dia mds apegado a sus jesuitas; y a sus car- melitas: éstos le consideran de casa. Una capilla construida, al parecer a principios del siglo XX, sobre un retazo del solar donde estuvo el convento de los car- melitas de Medina, sirve hoy de vestigio: «Aqui canté su misa San Juan de la Cruz». Es un decir, «por aqui» andaba el convento. La capilla, adosada a edificios civiles y a punto de caer cualquier d{a desplomada, guarda colgados en sus paredes desconchadas cuadros procedentes del viejo desaparecido convento. Uno estad dedicado a reproducir fantdsticamente la primera misa de fray Juan, La pintura tiene su encanto; alguien debiera ocuparse de sulvarla, antes que perezca bajo un alud de cascotes. Serfan monjas poco devotas si andando el tiempo sus disci- pulas espirituales hubieran olvidado preguntar a fray Juan por los sentimientos intimos de sus primeros dias de sacerdote, sus primeras misas. No me fio demasiado, porque lo miraban como un ser angélico; pero una de ellas, Ana Maria, monja de la Uncarnaci6n, certificé haber obtenido respuesta de fray Juan: el misacantano pidié a Dios le librase de cometer jamas pecado mortal. Mas cosas, «certificé» la monja: la verdad, desconffo. Lo que a mi me gustarfa conocer es la nube de asombros caida sobre la pobre Catalina Alvarez, arrodillada a los pies de aquel altar. Luego de tantos afanes. Francisco, ya sé, reventaba de juibilo. Y por la noche com- pondria, de memoria, él nunca llegé a escribir, un par de coplas pias a honor de su hermano. 211 Un mes, quizi mes y medio antes de la misa de fray Juan, ha entrado en Medina una mintscula caravana de monjas capita- neadas por madre Teresa de Jestis. A fray Juan le contarian todos la gran novedad. Los frailes del convento carmelitano, Francisco, su madre, los amigos. Los frailes, porque Ja instalacién de las carmelitas de Avila en Medina ha sido realizada con el apoyo del prior, fray Antonio de Heredia. Francisco tiene ahora como director espiritual un jesuita trasla- dado desde Avila, donde fue amigo y confidente de madre Teresa, el padre Baltasar Alvarez, quien esta al corriente de los planes de la monja. Catalina y Ana presencian desde mitad de agosto el trajin de albafiiles y carpinteros en un viejo caserén de su misma calle, vaya coincidencia, la acera de enfrente, algo mas arriba del espléndido palacio de don Rodrigo de Duefias. Alli ha de instalar la monja de Avila su nuevo convento. Asi fray Juan, al poner pie en Medina, recibe una catarata de noticias en torno a madre Teresa. Nadie puede avisarle c6mo aquella mujer le torcerd la vida. Ahora, querido lector, al cuitado biégrafo que soy se le plan- tea un problema conturbante. En la trayectoria existencial de fray Juan se cruza una mujer, la monja Teresa. Decisiva, absoluta. Sin comprenderle a ella, seria esttipido escudrifiar la biografia de nuestro fraile. Por tanto, debo asumir la obligacién de contar aqui quién y cémo es Teresa de Jestis. Explicar sus ideas, sus proyectos. Y aclarar el rumbo de las conversaciones sostenidas por la monja con el padre general Rubeo en el encuentro de Avila. Me sé bien la papeleta. Estaria yo loco de atar pretendiendo componer en cuatro paginas una semblanza que a ustedes les permita conocer Ja estatura humana de Teresa, admirar su impetu espiritual, entrever las rec6nditas riquezas escondidas en su alma, saborear los deliciosos lances resueltos por ella con donaire. Asi que prefiero echar mano de piadosa candidez: rebuscaré un pufiado de trazos «teresianos», un boceto de la dama singular. 212 Luego segtn avance nuestra historia tomaré de la biografia ie madre Teresa los datos que afecten a fray Juan en cada recodo del camino. Al revés que Juan Yepes, Teresa de Ahumada nacié, pri- mavera de 1515, en familia rica. También originaria de Toledo y con sangre judia, vean qué cosas. Al revés que Juan, Teresa goz6 una infancia repleta de golosinas y de mimos. Los padres, don Alonso y dofia Beatriz, tenian casa sefiorial en Avila y cortijo en el pueblo Gotarrendura. Del matrimonio nacieron diez hijos, mas dos de las primeras nupcias de don Alonso, total doce her- manos, Bien alimentados, no pasan hambre. Teresa, bonita, in- teligente, graciosa, fue «la mds querida». Crecié mozuela dis- tinguida, romantica, subyugada por las novelas caballerescas. Le murié temprano la madre. Don Alonso la interné en el selecto colegio de las agustinas, donde miré hacia dentro de sf misma, preguntandose cual seria su camino para bien servir a Dios: ya cuando criajilla habia demostrado intrepidez prematura conven- ciendo a su hérmanillo Rodrigo para «irse los dos a tierra de moros» donde moririan descabezados por Cristo. Vio partir a sus hermanos mayores a las Indias, y contra la voluntad de don Alonso ingresé carmelita en el monasterio de la Encarnacién. Pronto de haber profesado, cay6 sumida en una enfermedad larga y extrafia. Desorientados los médicos, don Alonso Ilevé su hija a una curandera de Becedas, en la raya de Extremadura. La experiencia resulté un desastre, y la devolvieron a Avila deshidratada, mo- ribunda. El 15 de agosto de 1539 entréd en coma, la creyeron muerta: la amortajaron, incluso. Y no la enterraron viva de mi- lagro. Qued6 tres aiios paralitica. Volvid al convento donde atra- ves6 una larga etapa, dieciocho afios, con altibajos espirituales: tan pronto ascendia cumbres misticas como decaia en vulgari- dades. Al filo de sus cuarenta, recibi6 un empujén de gracia divina contemplando la imagen de Cristo «tan devota, que en mirandola toda se turbé en verla tal». De momento, nadie }o supo. Que dofia Teresa anduviera un poco sonémbula, «embebecida», ni les chocé a sus compaiieras monjas traténdose «de una criatura bastante original» capaz de 213 ofrecer alternativamente profundos ensimismamientos y simp4- ticos desenfados. De todas las mujeres moradoras del monasterio de Ia Encarnacién, quiz4 sea dofia Teresa de Ahumada la menos a propésito para pasar disimulada si algo serio le ocurre. Lleva vividas aqui tres etapas. La primera, cuando Ilamé de madrugada pidiendo sitio, huida de su casa: las monjas la acogieron entonces como a una chica lena de encantos, portadora de juvenil energia. Vino luego el fuerte latigazo de la enfermedad, su viaje a la curandera de Becedas, la muerte aparente, el convento dispuesto para enterrarla, su retorno tullida con el esfuerzo heroico de sobrevivencia hasta el «medio-milagro» de san José. Por fin, esta larga docena de afios que han madurado a dofia Teresa de los veintitantos a los cuarenta, tenida por «pieza de lujo» de la En- carnaci6n: religiosa pia pero nada melindrosa, servicial siempre y con un aire de gracioso desenfado. El largo ntimero de monjas, muchas nacidas en familia dis- tinguida, atrae la atencién de la ciudad sobre el monasterio. Hay un trasvase continuo de noticias entre la Encarnacién y Avila. Dojfia Teresa entra y sale frecuentemente, designada por la priora para cumplir oficios amistosos en algtin palacio aristécrata. La simpatia del trato favorece su influencia sobre quienes la conocen de cerca; su celda sirve de tertulia donde un grupito de monjas y damas seglares, residentes o visitantes, charlan de lo divino y de lo humano. De repente le ha ocurrido a Teresa la sacudida interior, y anda como perdida por sus nuevos horizontes. Est4 intimamente feliz, paladea una especie de plenitud. También est4 asustada, le parece haber desembarcado en otras playas. Lo cuenta inge- nuamente, explicando cémo al imaginar la cercania de Cristo —«ponerme cabe Cristo», dice, con un giro expresivo insupe- rable— sentiase invadida por «un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podfa dudar que estaba dentro de mi o yo toda engolfada en él». Tiene gracia, ella anota que tal fendémeno le ocurrfa incluso «a deshora», aludiendo quizd a si- tuaciones embarazosas en presencia de otras monjas 0 personas seglares. {Qué podia hacer, cémo disimular aquellos fenémenos? 214 No basté el disimulo: El «caso dofia Teresa de Ahumada» adquiere relieve piblico: primero las monjas del monasterio y luego todo Avila se preguntan si los fenémenos misticos de dofia Teresa serén dones de Dios o supercherfas del diablo. Ella te- merosa, asustada, pide consejo, acude a curas letrados y a frailes con fama de santos. Conffa en los jesuitas. Circula por la ciudad el cuchicheo de que la Inquisicién pondré mano en el asunto, estamos en visperas de los autos de fe preparados en Valladolid. Entre desazones externas e internas, Teresa se ve empujada hacia un plano espiritual de experiencias asombrosas, culminadas en su célebre «transverberacién». Pasa por Avila fray Pedro de Al- cdntara, hombre de leyenda venerado en toda Castilla. Madre Teresa le confia su alma, le abre sus dudas. Hablaron tranquilos, repetidamente. Teresa supo que fray Pedro anda «embebecido» como ella en la presencia permanente de Dios. Le dio el fraile aclaraciones acerca de un fenémeno inquietante para ella: c6mo era posible «verse dentro» apariciones que no estaban «corpo- ralmente fuera». Fray Pedro le explicé la verdad de semejantes fendmenos. La tranquilizé por completo: —Andad, hija, que bien vais, todos somos de una librea. Le gustaba a fray Pedro soltar sentencias. Toda Avila supo que Pedro de Alcantara «habia aprobado el espiritu» de madre Teresa. La salvé de la Inquisicién. Dofia Teresa cavila sobre el papel de las monjas de clausura: {Qué pueden hacer «ellas» para librar a los pecadores de la caida en el infierno, cémo podrian colaborar con el trabajo apostélico de los misioneros dedicados a difundir el mensaje de Cristo? Estas preguntas hoy nos resultan normales. En aquel momento representaban un planteamiento absolutamente nuevo, revolucio- nario, en torno a la existencia religiosa de mujeres acogidas a la paz de los monasterios. A una mujer del siglo XVI no le pasaba por la mente la idea de participar en la gran aventura misional americana. Ni tampoco en la batalla teolégica refiida frente a los herejes protestantes. Hubiera sido tan absurdo como solicitar un puesto en los tercios que defienden las banderas del rey. 215 Ve dofa Teresa a sus companeras carmelitas del monasterio de la Encarnacién. Casi doscientas monjas cobija el convento. Algunas, quizd varias docenas, han venido buscando resignadas un consuelo apacible para la solterta perpetua que la falta de mozos impone a las jévenes casaderas de Castilla: primero el emperador don Carlos yahora el rey don Felipe, alistan los hombres llamdndolos a cumplir hazafias guerreras. En los hogares de ciudades y aldeas quedan las mujeres solas, a la espera, dramdtica, de que vuelvan los va- rones. Otras monjas llegaron al convento traidas por una verdadera vocacin religiosa, una llamada. Llamada ghacia dénde? Qué bus- can? Quizd buscan, las venidas en edad madura, un marco apropiado para hacer penitencia por los pecados de su vida Pasada: las impulsa el remordimiento, 0 quién sabe si fuertes desengafios. Incluso, para algunas, la viudedad prematura. Desean, en definitiva, asegurar su salvacion eterna, éY si vinieron jovencillas? A unas las trajo la huida de tentaciones mundanas. A otras, un fervor ardiente que las incita al sacrificio total de su vida, fascinadas por el amor de Dios entrevisto misteriosamente en los profundos repliegues del alma. Todas ellas, unas y otras, viejas, jévenes, baqueteadas, intactas, todas han resuelto ajustar el ritmo de su existencia a una regla con- ventual que distribuye su jornada, en espacios. ‘fijos, segtin el horario: oraci6n, lecturas, celebraciones litirgicas, comidas, descansos, tra- bajo manual, penitencias privadas 0 comunes. Pero nunca han empalmado este sistema suyo de vida con los problemas del contorno geogrdfico, histérico, social 0 politico; ni Siquiera con los afanes apostélicos de la Iglesia, sus dificultades, sus esfuerzos, los éxitos y los fracasos. Cualquier monja en su oracién privada, y también la comunidad en sus preces comunes, rezan a favor del papa, de los obispos, sacer- dotes, misioneros. Lo que no ha existido antes de esta «fermentacién» que empieza a bullir en el cerebro de dota Teresa, es la conexién esencial de la vida contemplativa femenina con la dindmica evange- licadora: dofia Teresa se pregunta si en vez de encerrar el alma de una religiosa en el circulo de su propio esptritu, no seria hermoso y estimulante lanzarla por su itinerario de santidad con los ojos puestos en «el servicio» consciente a los intereses de la iglesia misionera y salvifica. Como quien dice, «romper» la soledad de las monjas so- 216 litarias extendiendo su mirada sobre inmensos horizontes. ¥ ast lenar la clausura con resonancias apostélicas. En los apuntes personales de dofia Teresa aparecen desde ahora referencias constantes al drama de la cristiandad dividida por los discipulos de fray Martin Lutero. Teresa no puede mirar la ruptura ocurrida en nuestra familia cristiana con la mentalidad ecuménica cultivada hoy entre hermanos catélicos y hermanos protestantes; para Teresa, monja espajiola del siglo XVI, no cabe la m4s minima duda de que «los luteranos» de fray Martin han traicionado la fidelidad a Cristo rasgando la unidad de su iglesia. Por tanto, «los luteranos» se van al infierno; ellos «en especial, porque eran ya por el bautismo miembros de la iglesia». Lo ve asf de claro. Y se pregunta si puede hacer algo a su favor, si puede salvarlos. Se pregunta cual es el papel de una monja de clausura en el grandioso mapa de la iglesia militante. Esta nueva, original inquietud de Teresa, abriré brecha en los muros del monasterio abulense de la Encarnacién para iniciar un cambio, una «reforma» de la existencia carmelita: el hondo subsuelo de la «reforma teresiana» tiene como roca donde asentar la construccién este propésito concebido por dofia Teresa en el par de afios que van de agosto de 1560 a agosto de 1562: consolar u Cristo atribulado en su pasién a causa de los pecadores y respaldar, con la oracién y el sacrificio sin limites, la tarea sal- vifica de la Iglesia. Es decir, una vida contemplativa inserta vitalmente en los en- granajes apostélicos. Escribié dofia Teresa con lenguaje robusto: —Mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las muchas que vfa perder; y como me vi mujer y ruin, y imposibi itada de apro- vechar en nada en el servicio del Sefior, que toda mi ansia era, y atin es que, pues tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, que ésos fuesen buenos; y ansi determiné a hacer eso poquito que yo puedo y es en mf, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfeccién que yo pudiese; y procurar estas poquitas que estan aqui, hiciesen lo mesmo. «Eso poquito que yo puedo y es en mi», eso poquito... 217 Andan alborotadas las monjas de todos los conventos de Avila. {Cudntas monjas hay en la ciudad? Muchas; los caballeros del Consejo piensan que demasiadas, porque a varios monasterios la renta no les alcanza y naturalmente han de vivir con donativos. Avila, ciudad pequefia, no da para tanto. Por ejemplo, las casi doscientas carmelitas de la Encarnacién. Pasan necesidad. Frio... y algunas noches hambre. ,Cémo se les puede ahora ocurrir la idea de formar otro monasterio nuevo? El rumor viaja por sacristias y conventos: dofia Teresa de Ahumada, con ayuda de su amiga la sefiora Guiomar de Ulloa, planea separarse de la Encarnacién y abrir convento indepen- diente. Los caballeros del Consejo estiman el proyecto un de- satino. Y las monjas de la Encarnaci6n estan indignadas: — Es que dofia Teresa tiene a menos nuestro monasterio? {quién le impide santificarse en esta casa? {quiz4 considera nues- tra compaiifa indigna de su «mistica teolégica»? Mal, muy mal lo pas6 madre Teresa. El confesor, el provin- cial carmelita, sus consejeros le animaron. Que fundara su «con- ~ vento pequefiito» dedicado a vivir «en mayor perfeccién». Le vuela el pensamiento hacia los orfgenes del Carmelo, cuando la el rigor de la regla primitiva, luego suavizada con permiso de los papas. Dofia Teresa siente deseos «de mayor perfeccién»; hasta le da cierta envidia el monasterio de las des- calzas reales recién fundado en Madrid por la infanta dofia Juana, en el cual dicen practican la oracién y austeridad un pequefio numero de monjas; sin el alboroto y la relajacién de estas casas grandisimas donde habita una muchedumbre. Como un rio que sale de madre, los murmullos rebosaron de conventos y sacristias a las calles de Avila. El proyecto de mo- nasterio nuevo se ha convertido en tema de controversia general. Teresa soporta lo que no est4 en los escritos. La gente se chunguea en torno a las visiones de la carmelita. Algtn hipécrita viene con cara compasiva a recomendarla a los inquisidores. No esperaba el melifluo asesor la reaccién de la monja: Teresa se echa a reir. Y explica que no teme a la Inquisicién: por cualquier verdad de la sagrada Escritura y por la menor ceremonia de la Iglesia «me pondria yo a morir mil muertes»; si sospechara tener 218 encerrado en su alma un desvio, ella misma iria a buscar limpieza en la Inquisicién. ,Esté claro? Las amenazas externas no la turban. Pero mucho le duelen los desvios de sus amadas carmelitas, compafieras de la Encar- nacién. Escribe un lamento impresionante: —Estaba muy malquista en todo mi monasterio, porque querfa hacer monasterio mds encerrado. Decfan que las afrentaba, que alli podia también servir a Dios, pues habia otras mejores que yo; que no tenia amor a la casa; que mejor era procurar renta para ella que para otra parte. Unas decian que me echasen en la cércel; otras, bien pocas, tornaban algo de mi. Yo bien vefa que en muchas cosas tenfan raz6n... No puede contarles «lo principal, que era mandérmelo el Sefior». Calla; oye, resignadamente. El lunes 24 de agosto de 1562, dofia Teresa de Ahumada estren6é su «conventillo» de San José de Avila. Ha venido de Roma un permiso seguin el cual Pio IV autoriza el convento nuevo de monjas carmelitas «debajo de la obediencia y correccién del obispo de Avila». Aquella mafiana, a cuenta de las monjas, se armé en la ciudad la marimorena. Pasada enseguida la borrasca, el grupito de arriesgadas carmelitas «descalzas» iniciaron man- samente una epopeya. Sus amigas preguntan a madre Teresa si no le da pena este conventillo pobre, tronado, diminuto, comparado con la Encar- nacién: por qué buscé una casa pequefia? Madre Teresa les sonrfe; y contesta que asf su convento har4 menos ruido cuando el dia del juicio los edificios se desplomen: «jquién sabe si seré presto?». Lo curioso es verlas tan alegres. Las monjas de madre Teresa llevan una vida penitente. Rigurosa. Pero nada triste, qué va. Son alegres, risuefiamente alegres. Y ademés normales, gente no afectada, sin aspavientos ni empaque. Miren que dentro del convento cualquier sorpresa tiene cabida, lleno a rebosar de fe- némenos misticos, con una priora capaz de complicarle la exis- tencia al mismfsimo Satén. Pues ellas se comportan llanamente, afables, esponténeas. Vale la pena que observemos el convento 219 por dentro: aqui en San José, de 1562 a 1567 pasa Teresa los cinco afios mejores de su vida, los més serenos. Feliz. Ella los Ilam6 sus afios «descansados». Las carmelitas de San José ponen a cada nombre de pila un apellido piadoso: dofia Teresa de Ahumada cambia el suyo en madre Teresa de Jestis. Ya es «la madre», madre Teresa. Durante unos meses quiso ella que la mds anciana de las monjas venidas de la Encarnacién ejerciera de priora en el nuevo convento. No funcion6, légicamente; era la fundadora quien debia imprimir como priora el estilo peculiar a la casa nueva; el obispo «hizo tomar el oficio a la madre Teresa». Asi ha Ilegado el instante decisivo: ella puede ahora «inventar» su convento y «fabricar» carmelitas a gusto suyo. Comentando el porte rural de su mintisculo monasterio, madre Teresa bromea con las monjas. Cuando venga el dia del juicio y los edificios se desplomen, el convento de San José haré poco ruido: «haber mucho ruido al caer (la casa) de doce pobrecillas no es bien; que los pobres nunca hacen ruido». Ella lo ha meditado a fondo; «si por el mucho encerramiento tuvieren campo y ermitas para apartarse a orar, y porque esta miserable naturaleza ha me- nester algo, norabuena. Mas edificios ni casa grande ni curiosa, nada; Dios nos libre». El convento esta distribuido en dos clases de habitaciones: celdas para las monjas y salas comunes. Cada celda es un cuartito estrecho donde no hay nada que distraiga la atencién. Bueno, realmente las celdas no tienen nada fuera del camastro y del crucifijo; ni silla, ni mesa, ni armarios o alacenas. El colchén de paja sobre una tarima; y como asiento, junto al poyete, un trozo de corcho. Pegada a un rinc6n de cada celda, la jofaina con su jarra de loza. Nada més, nada que distraiga a las carmelitas de su atencién profunda, nada que les ate a bobadas o caprichos. Un chisme de trabajo: la rueca, el huso, una lanzadera, o hilos y agujas. A mayor altura de la cabeza, una ventanita mete en la celda un trozo de cielo, azul por el dia, negro de noche. Dice un escritor que aquel convento de madre Teresa lo veian los Angeles como un drbol leno de pajaros; pienso que si, que acierta, 220 porque cada celda era un nido colgado al drbol y su pajarillo dentro. Recogidas en sus celdas, las carmelitas de madre Teresa han de vivir su aventura personal hacia Dios: a solas, en profundidad, distanciadas de los ruidos y de la algarabia. Sin embargo, no estén «aisladas», forman una familia, una «comunidad», cuyo ambiente colectivo estimula y apoya esta trayectoria espiritual de cada una. Les sirve de atmésfera el carifio, matizado por la ternura que nace de saberse todas embarcadas en la maravillosa empresa de abrir sus almas a didlogos misteriosos. Para realizar la «vida comtin», el convento dispone de algunas piezas destinadas a coro, capitulo, comedor, sala de recreo. En el coro recitan salmos, plegarias, oyen misa a través de celosfas, cantan, apretujadas en un espacio estrecho. El «capi- tulo» le sirve a la priora para instruir a sus hijas; alli, ademas de discutir los asuntos, celebran las famosas «correcciones», en que una oye de sus hermanas la relacién afectuosa y Ilana de sus defectos, de sus faltas. Al comedor Ie han dado un aire de casa rural castellana, con hermosos cacharros risticos de barro. Tam- bién la cocina, el hogar, la chimenea y su elemental menaje parecen trafdos de una mansién de labriegos. A la salita de recreo madre Teresa le atribuye gran importancia, como serena y alegre vAlvula de escape para la tensién psicolégica de sus monjas. Afiadan ustedes a esta descripcién del convento la gracia, el encanto: con elementos arquitecténicos vulgares y un trazado laberfntico, a causa de empalmes forzosos, madre Teresa ha creado un espacio atractivo, pintoresco y sugerente. {Gracias a qué? Ser4 la limpieza, relucientes los objetos, los suelos, las paredes; ser4 la noble autenticidad de los ladrillos, la cal y la madera; 0 quizd ese toque cautivador de imagenes coloristas que a madre Teresa le encanta situar en cada rincén, pinturas y es- culturas de Jesucristo, la Virgen, los santos, las 4nimas, los Angeles, todo el repertorio de la piedad popular incorporada sa- brosamente a las estancias del convento de San José: y te sientes invadido por el apacible perfume de una ingenua coqueteria, deliciosa, sutil. Qué fina mujer la que fue capaz de obtener semejante prodigio. 221 Ha inventado para sus monjas un estilo de vida sacrificado y a la vez deliciosamente humano. Horario y calendario, bien me- didos. Las quiere «siempre aseadas y limpias». Pobres. Nunca comen came; sdlo las enfermas, que ademis se resisten bravamente. Hoy para nosotros esta norma de no comer carne ha perdido fuerza penitencial: un fino ment de pescado y mariscos sustituye dignamente al solomillo. Hay que pensar en la viandas de Avila siglo dieciséis: renunciando a todo tipo de carne, las carmelitas tendrian que alimentarse de patatas, legumbres, hor- talizas, huevo: y alguna sardina. Ayunan desde septiembre hasta pascua de resurreccién, excepto domingos y fiestas. Madre tiene dicho que cuando no haya comida para todas, tomen primero quienes «mas lo hubieran menester»: asf una sardina o un huevo dan tres vueltas por la mesa larga del comedor entre un regocijo silencioso sin conseguir el ataque de ninguna. Si hay para todas, deben tomar lo que les pongan por delante, necesitan permiso especial para privarse. Un dia del Corpus no tuvieron ni pan: suplieron la comida cantando coplas al nifio Jestis en una pro- cesién festiva. Madre Teresa coment6: —Es para mi grandisimo consuelo de verme aqui metida con almas tan desasidas. A fuerza de plantar arbustos y cuidar los pocos arboles, con- siguieron algo parecido a una huerta. Ciertamente, la huerta de San José no copia el parque de las abadias benedictinas, pero al menos ofrece desahogo para paseos de las monjas ensimismadas. A la Madre se le ocurrié una idea genial: que por los rincones de la huerta sus hijas establecieran pequefias ermitas donde pu- dieran esconderse a orar imitando las cuevas del monte Carmelo. Fue una maravilla, en poco tiempo diez rincones de la huerta tuvieron categoria de ermita: un desnivel de terreno, los restos de un pajar, el socavén del pozo abandonado, una casita que antes quiz4 serfa gallinero, las monjas aprovecharon todas las oportunidades para establecer ermitas dedicadas a un misterio de la fe cristiana o al recuerdo de un santo. El invento de las ermitas proporcioné amenidad al convento, estimulaba la iniciativa piadosa de las carmelitas. Las vocaciones pictéricas ejercian fuerte atractivo sobre las monjas. Madre Teresa pasaba horas muertas en la ermita de su 222 «Cristo de los lindos ojos». También gozé en la de Nazaret, donde tenia media docena de libros queridos. Las doce mujeres alojadas en San José tienen conciencia del ilegio que disfrutan viviendo cabe la madre Teresa, guiadas por ella en el camino hacia Dios. Saben que Madre «las lleva en las entrafias». Les habla con amor, cortesfa, y, vean qué sabrosa expresién, «con tanta crianza». Les muestra gran respeto; y nada exige sin ir ella por delante, lo atestiguan todas: «hacia el oficio de cocinera y de enfermera, barria y fregaba como las demas». La vefan libre de espiritu, pero atenta a cualquier minucia de la regla. Les avisa la importancia de las faltas: —Es nifierfa, no lo hagan: que eso poquito estorba mas de lo que piensan. La oracion de Madre ha Ilegado a identificarse con su exis- tencia misma. Un didlogo permanente con Dios. Una presencia. Que a veces toma formas insdlitas, Ilamativas, con arrobos, le- vitaciones y resplandores. Pero tales fenémenos, muy molestos para ella, apenas valen nada en comparacién de la constante compaiftia. A las carmelitas les parece que la mesura y el equilibrio de su Madre, su tranquilidad y su alegria, nacen de una fuente honda escondida en su pecho. Dios la lena de dicha, y Teresa teparte felicidad como puede. Toda la que puede. Les aconseja lecturas, y las adoctrina en «todo lo que la santa madre iglesia manda saber a un cristiano». Trae tedlogos de valia que den lecciones. Fomenta el amor a la Iglesia, «de la cual quiere se sientan hijas». Desea verlas alegres, abiertas, le dis- gustan «las personas encapotadas». De ningtin modo consiente que pretendan simular santidad ante los seglares; le repugna la mentira y la afectacién. Contesta siempre la verdad, sin rodeos ni apafiijos. Rechaza los melindres, las nifierias. Estimula el impetu de sus hijas hacia ideales altos, pero cuida que conserven claridad de juicio y buen sentido. Incluso de las penitencias des- confia, si en algtin caso debilitan la humildad o la prudencia. A un confesor ha explicado madre Teresa el tiltimo secreto de su convento. El confesor quiso saber cémo reparten la jornada entre la oracion y los trabajos. Teresa le ha sonrefdo, se trata de una divisién mal planteada. Ella y sus hijas no se alejan de Dios, 223

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