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AES IMPOSIBLE __ PABA DIOS KATHRYN KUHLMAN Nada es imposible para Dios Kathryn Kuhlman Publicado por: Editorfal Peniel Bocdo 25 Buenas Aites C1206AAA - Argentina Tel, (4-11) 4981-6034 / 6178. e-mail: info@peniel.com wwweditorialpenicl com Originaimente publicado en ingles con el titulo:*Nothing is impossible with God" by Bridge Publishing. Copyright © 1974 hy The Kathryn Kublman Foundation Diseno de cubienta e interior: arte@peniel.com Ningona parte de esta publicacign puede ser reproducida en ninguna forma sin el permiso por eserito de Editorial Pentel Impreso en Colombia Pinted in Colombia han, Kay Kalas impostble pts Dios, ~ 2a ed. ~ Buenos Aires: Pen, 2008 Traci po. Vina Lape Grogan ISBN 987 357-088 5 1 vida Cast 1, Laper Gren, Vigna Titulo COD 248 | ips dixttam Indice Prologo de David Wilkerson, 1. El que llegé tarde Tom Lewis. - ceed 2. No hay escasez en el deposito de Dios Capitan John LeVrier...... seven 25 3. Caminando en las sombras Isabel Larios. sesee 55 4.1 dia que la misericordia de Dios se hizo cargo Dr. Richard Owellen....... 7 5. Cuando el cielo baja a la Tierra Gilbert Strackbein.... 91 6. Dile a las montanas Linda Forrester........ een 3 7. dEs este un autobiis protestante? Marguerite Rergeron a 145 8. La sanidad es solo el comienzo Dorothy Day Otis... 163 9. Un vacio con forma de Dias Elaine Saint-Germaine........... we LTT 10. La escéptica del sombrero de piel Jo Gummelt . 193 En estas paginas. usted conocera a Sam Dous, wr capitan de barco pendenciero y Iteno de odio que fue sanado de cancer intestinal y sintio que se liberaba el amor que habia en él... Elaine Saint- Germaine, una actriz euya caida barranca abajo en un camino de drogas y satanismo fue detenida por milagro... el Dr: Harold Daebritz, cuya esposa fue sanada en segundos de una lesion en la espalda que habia resistido a veinte anos de tratamientos en manos de especialistas... » muchos, muchos mas Maravillosos, autenticos ¢ inmensamente conmovedores, estos relatos son testimonios invefusables de la increible transformacion que Dios puede producir en cualquier persona que lo busque. Proélogo Un tributo a Kathryn Kuhlman Yo creeria que a esta altura todos la conocen. Du- rante casi tn cuarto de siglo ella ha sido una vasija de Dios que ha hecho que la sanidad y la restauracien flu- yeran en las vidas de miles de seres humanos, Es amada y admirada por millones de personas y di- famada solo por aquellos que no creen en la sanidad divina 0 por quienes no han hecho ningiin esfuerzo por comprender a ella o a lo que ella representa. Pero yo la he visto entre bambatinas, antes de presentarse ante una multitud para expresar su ilimitada le en Dios, y la he observado cuidadosamente. Una y otra vez decia: “Querido Dios, a menos que wt me unjas y me to- ques, yo no soy nada, Cuando la carne se interpone en el camino, yo no tengo ningtin valor, Si ui no te Hevas toda la gloria, yo no puedo salir a ministear™ Y de repente, sube a la plataforma, Es explosive, casi increible, No es tanto lo que dice, porque siempre es tan claro y simple como el estilo de predicacion que usaba el mismo Sefior Jestis. No lo comprendo, y ella tampoco; pero cuando el Espiritu comienza a moverse sobre ella, (y se siente repentinamente movida a desa- fiar el poder del diablo en el nombre de Jestis), comien- zan a suceder los milagros. En todo lugar, todos, aun los mas rigidos y dignos, caen postrados al suelo. Caté- Jicos y protestantes alzan las manos y adoran a Dios unidos... todo decentemente y con orden. El poder del Espiritu Santo cae sobre la gente como las olas del ‘océano. Los representantes de los medios televisives pronto comprendieron que ella no era falsa, ni una fa- natica. Conocian personas que habian sido tocadas por su ministerio. Su sabiduria divina y su capacidad no te- nian igual. No es rica, ni esta aferrada a} materialismo. iLo se! Ella personalmente reunié y entreg6 a Teen Challenge el dinero necesario para construir en nuestra granja un lugar para la rehabilitacion de adictos. Sus oraciones han traido el dinero necesario para construir iglesias en paises subdesarrollados de todo el mundo. Ha apoyado Ta educacién de nifios poco capacitados y tambien otros jovenes superdotados han recibido su amor y su cuidado. Ha entrado conmigo a los guettos de Nueva York y ha inmpuesty us manos cariniosas $0- bre sucios adictos. Nunca dudo ni se echo atras: su preocupacion era genuina, ;Cual es la raz6n por la que hago este tributo? jPorque el Espiritu Santo me indicé que lo hiciera! Ella no me debe nada, y yo no le pido nada mas que el mismo amor y Tespeto que me ha mos- urado durante anos. Pero muchas veces damos tributo unicamente a los muertos. Ahora, pues, a una gran mujer de Dios que ha tocado tan profandamente mi vida y las vidas de millones de personas mas, ;te amamos en el nombre del Senor! La historia dira sobre Kathryn Kuhlman: Su vida y su muerte dieron gloria a Dios. Davin WILKERSON, autor de La cruz y el punal. CAP{[TULO Fl que lego tarde Tom Lewis Tom Lewis, coronel retirado del Ejército, es uno de os productores de peliculas mas conocidos de Hollywood. Su lista de crédi- tos en Quién es quién en América cubre tan- to espacio como las medallas sobre su pecho. Fue el productor fundador del Screen Guild Theatre; fundador del Servicio de Ra- dio y Television de las Fuerzas Armadas Es- tadounidenses, det cual fue comandante durante toda la Segunda Guerra Mundial; y creador y productor ejecutivo de “El Show de Loretta Young”. Como regente de la Uni- versidad Loyola ha rectbido numerosos premios por excelencia en producciones te- levisivas, tanto en el pais como de Jas fuer- zas armadas estadounidenses establecidas en todo el mundo. Devoto catdlico romano, se cuenta ahora entre el creciente grupo de quienes se aman “catslicos carismaticos” ] 14 Nada es imposible para Dios El invierno pasado, mi hijo Goven director de peliculas), y un productor de su misma edad pensa- ban realizar un programa especial de TV sobre la “gente de Jess”. Acepté escribir la presentacion, pero a reganadientes. Dado que los “Nios de Jesus” eran jovenes también, yo pensaba que mi hijo y su socio deberian emplear para todo gente de similares edades. Mi investigacion preliminar sobre los jovenes acer- cade los cuales deseaba saber mas, generé en mi gran interés y respeto por ellos. Muchos habian salido del infierno de Ia drogadiccion a través de una fe renaci- da en Jesucristo, En este momento yo atin no habia estudiado la motivacion religiosa del movimiento, Sin embargo, desde el punto de vista humano, no pude menos que senurme tan impresionado por su sinceri- dad como asombrado y pasmado ante su manera tan familiar de hablar sobre Jesus, como si El estuviera alli mismo con ellos. Siempre me habia considerado un hombre razona- blemente religioso, que disfrutaba de la vida sacra- mental de la Iglesia Catélica Romana. Yo no iba por ahi refiriéndome a Jesucristo como si me encontrara con El personalmente con frecuencia. En realidad, muy rara vez lo mencionaba por su nombre. Pensaba que era mejor evitar el trato muy personal y preferia una referencia mas reservada, como “mi Sefor”, 0 “el buen Seitor” Como parte de mi tarea, se me pidio que estudia- ra el ministerio de Kathryn Kuhlman, una persona muy estimada por “la gente de Jestis”. La senorita Kuhlman venia una vez por mes al auditorio Shrine El que Neyo tarde 15 de Los Angeles para realizar un culto de milagros Pedi dos asientos, en Ja seccion del centro, sobre el pasillo, cerca del frente. Sin embargo, aparentemen- te no era asi como se obtenfan las entradas. Habia que hacer una fila y arriesgarse a ver si se conseguta la ubicacion deseada. La capacidad del auditorio era de 7.500 personas, y me dijeron que algunas veces trataba de entrar el doble de esa cantidad de gente. Esto me dejé pasmado, y me temo que esa sensacion continuo durante cuatro 0 cinco meses, ya que fue ese el tiempo que tuve que esperar hasta poder llegar a formar la fila. El dia que legué a ese lugar era irrazonablemente célido para el mes de marzo, aun en la soleada Cali- fornia. Sali de la autopista en la calle Hoover para ev tar el transito de la zona cercana al auditorio. Normalmente esa zona del centro de la ciudad estaria casi desierta un domingo. Pero mientras me aproxi- maba al estadio, todos los lugares destinados para es- tacionar y las calles estahan ocupadas. Los autobuses legaban uno tras otro a la entrada principal, donde descargaban sus pasajeros. Algunos tenian carteles que decian “charter”; otros tenian el nombre de sus puntos de origen. Recuerdo uno que decia “Santa Barbara”, y otro, “Las Vegas”. Para mi asombro, habla uno, leno de polvo, que tenia un cartel que decia “Portland, Oregon”... vaya viajecito que habian hecho solamente para asistir a un culto de milagros de Kathryn Kuhlman, Me pregunté qué seria lo que la se- Aorita Kuhlman daria alli adentro. No podia ser comi- da; habia demasiadas personas. Tampoco podia ser un bingo... ;como manejar 7.300 tarjetas de bingo? 16 _Xada es imposible para Dios El que llegs tarde 17 Una larga fila de personas en sillas de ruedas avan- zaba por la calle Jeferson hacia una entrada lateral, por la cual eran inmediatamente admitidas. Algo si- milar sucedia con un gran grupo de hombres y muje- res con himnarios en las manos; aparentemente eran los miembros del coro. También habia muchos con cuellos de sacerdotes y mujeres vestidas sobriamente Me pregunté qué estarian haciendo alli todos esos sa- cerdotes y monjas. Encontré una estacion de servicio donde estacioné mi auto, y Iuego me sume a los miles de personas que esperaban ante la entrada principal del estadio. Mi re- loj marcaba las once en punto. Las puertas se abrieron a la una, Normalmente, yo no hubiera esperado tanto tiempo por nada, ni siquiera por la segunda venida Pero pronto comprendi que esa era una definicion apresurada Comenzé a reunirse una gran cantidad de gente detris de mi, y me encontré cerca del centro de una gran multitud. Esto me dio una ligera sensacion de claustrofobia, por lo que me concentré en tomar no- tas mentales con las cuales construiria mi presenta- cion: gran multitud, muy ordenada; varios jvenes que respondian a las caracteristicas de los “Ninos de Jesus” Estos jovenes tendian a formar grupos, como islas en un mar de cuerpos. Cantaban mientras esperaban, no muy fuerte, no necesariamente para que otros los oyeran; ni siquiera actuaban como si tuvieran mucha conciencia de Ia presencia de los demas, Cantaban en forma bastante quieta y meditativa, Esto me parecio ex- trano, inusual. Me recordaba a un grupo de cristianos coptos que vi una vez en Roma, orando en forma au- dible pero no al unisono, independientemente de los demas, pero juntos. Ahora la cantidad de gente habfa aumentado mu- cho, verdaderamente, y alguien que estaba adentro se compadecié de nosotros. Las puertas se abrieron unos veinte minutos antes de la una. Las personas que es- taban detras de mi se lanzaron hacia adelante, y me empujaron mas allé de la entrada, Esto me sorpren- dis, porque tenia la mano en ka billetera, listo para pa- gar mi boleto. Una seftora que estaba justo detras de mi lo vio, y rid. “Aqui, el dinero no lo llevaraa ninguna parte”, di jo. “Pero si le quema en el bolsillo, habra una ofrenda voluntaria mais tarde.” Asi se comportaba toda la gente: en orden, no fes- tiva, como la multitud que asistiria a un partido en el estadio, bastante quieta, no muy comunicativos unos con otros, aunque amistosos, cuando se daba la oca- sion para charlar. Encontré un asiento bastante atras y hacia el cos- ado. La plataforma, brillante y muy iluminada, estaba Mena de actividad. Hombres y mujeres con himnarios en las manos buscaban sus lugares en una especie de gradas que ocupaban todo el espacio. A ambos lados habia dos grandes pianos. Parecia que habfa cientos de personas en el coro, pero asi como entre el resto de la gente, no habia desorden ni confusién. A pesar del constante movimiento debido a los que Hegaban tar- de, el coro seguia cantando como si estuviera en una silenciosa catedral. El director, un hombre delgado, 18 Nada es imposible para Dios blanco y de aspecto aristocratic, guiaba el ensayo con precision ¢ incuestionable autoridad. Una anciana de aspecto encantador se sent a mi derecha. Por la atencién que me presté a mio a los miles de personas que la rodeaban, era como si es- tuyiera sola en la Capilla de Nuestra Senora de la Catedral de San Patricio. Tenia una Biblia abierta so- bre su regazo, y algunas veces la lefa en silencio. La Biblia parecia el equipamiento comuin de mu- chos de los presentes. Dos jovenes sentados detras de mi tenan Biblias, pero no las leian. Simplemente tarareaban o cantaban las letras de los himnos que el coro ensayaba en Ja plataforma Eso no me gustd. Nunca me han gustado los teatros © conciertos 0 cines en los que participa la gente, sobre todo cuando no se les solicita especialmente que lo hagan, Pero iba a escuchar mucho mas de es- cos jovenes. Mientras tanto, las luces brillantes sobre la plata- forma bajaron un poco, y se les aiiadié color. Los co- lores pastel de los vestidos de las mujeres del coro hacian un agradable contrast con el azul del telon curvo que rodeaba todo Una vez terminado el ensayo, el coro comenz0 a cantar segun el programa. La mayoria de los himnos eran conocidos y muy queridos: “Cuan grande es él”, “Sublime Gracia”. Los cantantes eran excelentes; mas tarde supe que provenian de iglesias de todas las de- nominaciones de la zona de Los Angeles. Sin interrupeion, el coro comenzo a cantar “El me toc6”, Senti que una tensa expectativa se apoderaba de la gente. La Tuz de un spot se concentr6 en un atea El que lege tarde 19 ala derecha del publico. Todos se pusieron de pie y aqui y alla algunas personas empezaron a aplaudir. La sefiorita Kuhlman, una figura fragil y delgada vestida con un encantador vestido blanco, subié a la platafor- ma, cantando con el coro. Se acercé a una pita de par- lantes a la derecha del centro del escenario, tomé un microfono colgante que se colocé alrededor del cue lo, y sin detenerse, dirigis al publico en el coro de “| me toco”, enérgicamente, varias veces, y finalmente en forma decreciente. Luego, sin explicar ni una pala- bra, continud con “Es el Salvador de mi alma”. El pi blico y Kathryn Kuhlman parecian concordar en que estos himnos eran especiales para ella, Sin explicacio- nes, una vez, mas, comenz6 a orar en voz alta. La gen- te se quedé de pie, con las cabezas inclinadas, siguiendo su oracién en silencio. Supe entances qué eta lo que habia sido distinto en el canto de esas “islas” de javenes que esperaban fuera del auditorio; qué era eso tan especial en el canta de ese gran coro que estaba sobre la platafor- ma, Estaban cantando, sf, pero era mds que cantar. No estaban actuando: estaban adorando. ¥ la gente del publico reaccionaba de forma diferente. No eran publico, eran una congregacion. Cantaban a una voz con el coro, cuando se les indicaba. Oraban al unisono con la seforita Kuhlman. Esto no era un show: era una reunion de oracion. No s¢ como me senti en ese momento; probablemente impresiona- do, y complacido por haber hecho un descubri- miento interesante. Pronto descubri otra cosa. sin embargo, que me sor- prendio mucho, Una y otra vez, los jovenes que estaban sentados detras de mi gritaban “Amén”, y “Alabado sea Dios”, aparentemente en respuesta a wna oracion o a una afirmacion. Muchos otros en el lugar hacian lo mismo. Otros levantaban las manos en un gesto de st- plica que relacioné con la posicion de las figuras bibli- cas que se representan en los vitrales. “Ya me imagino adonde terminara todo esto”, pensé, y automaticamen- te empecé a buscar la salida mis cercana, Una de las cosas que mas me molestaba era un joven que estaba en una de las filas superiores del coro. Estuyo casi todo el culto con las manos en al- to. Este debe de ser “el” milagro del culto de mila- gros, pensé. Ningwin sistema circulatorio puede soportar la tension de una postura como esa duran- te mucho tiempo. Seguramente sus brazos caerian a plomo en poco tiempo. Pero después me olvide de el; me olvidé de todos. Como la seriora que estaba sentada a mi lado, era co- mo si estuviera en ana capilla remota, excepto, tal vez, por una Presencia que normalmente no se siente en un auditorio tan grande. Si, era eso. Habia una Presencia alli, y era por eso que esta multitud de tantos miles de personas se quedaba tan callada por momentos, que yo podia escuchar el sonido de mi propia respiracion. Era por es0 que se perdia la nocién del tiempo. Habia algo diferente alli; habia amor, especifico y real. Si, y mas que amor, estaba esa Presencia. Recordé las palabras de una cancin de los Ninos de Jestis: “Sabrin que somos cristianos por nuestro amor, por nuestro amor. Sabrén que somos cristianos por nmestro amor” El gue Heyo tarce 21 Comenzaron las “sanidades": dos en la fila cerea de donde yo estaba. Los vi antes de que la senorita Kuhlman los Ilamara. Vi la expresién maravillada de quienes eran sanados, después su incredulidad, la comprension del hecho y su felicidad. Habia muchas, muchas sanidades en la plataforma en ese momento. Algunos se levantaban de las sillas de ruedas. Una monja paralitica camin6; hacia afios que no podia hacerlo. Vi gratitud en los que fueron sa- nados, un agradecimiento tan palpable que casi podia tocarse. Los drogadictos eran liberados, y en la evi- dencia de sus rostros transformados, luminosos, vi re- nacimientos interiores y regeneraciones morales. Perdi la cuenta de lo que wi, porque en algin pun- to desconocido para mi, dejé de ver y comence a sen- tir. Sentt en lo mas profundo de la conciencia que poseo. Comprend{ que participaba de una conversacién, la mas asombrosa, desnuda, honesta conversacion de mi vida. Estaba hablando con Dios. En algun lugar desde mi interior, estaba contandole a Dios cosas que nunca habia sabido antes, 0 que no habia podido o querido admitir. A pesar de toda la evidencia de mi carne, de los he- chos visibles y aparentes de mi ajetreada vida, el amor y la compania de mis hijos y sus amigos, mis propios amigos, que eran muchos, mis intereses en el mundo, mis hobbies, a pesar de toda esa evidencia, le estaba di- ciendo a Dios que estaba inquieto y solo, Profunda, desesperadamente solo. No de gente, ni de cosas. Te- nia mucho de eso, Le dije a Dios que estaba vacio. En- tonces me invadi6 la emocion mas fuerte que haya 22 Nada es imposible para Dios experimentado jamas: hambre. Un hambre salvaje, ru- do, primitivo. Vi que la plataforma y los pasillos estaban Tenos de gente. La seforita Kuhlman invitaba a aquellos que querian a Cristo en sus vidas a que pasaran adelante, reconocieran sus pecados, recibieran a Jestis como su Salvador personal, y se entregaran completa ¢ irrevo- eablemente a El Los segui. Me meti enue ellos. Yo, el que no parti- cipaba, el que se habia hecho solo, el sofisticado. Yo estaba tomando ese compromiso, y lo hacia sorpren- dentemente consciente de todo la que significaba y de la responsabilidad que asumia. Le pedi a Dios que me librara de temer a esto. Lo ha hecho. Fsa noche, mientras volvia en mi coche a mi pe- quena ciudad de Ojai, lloré. Lloré durante todo el ca- mino. No me sentia ni triste ni feliz; me sentia... limpio. Durante la noche me desperté y senti que com- prendia instantanea y plenamente lo que habia suce- dido. Me reconsagré a Cristo, observé que no dudaba ni temia a este compromiso, y me dormi profunda- mente una vez mas, sin sofia Bien entrada la manana siguiente, fui caminado desde mi hogar en el campo hasta la pequena ciu- dad de Ojai. Me sentia bien, descansado y en paz Las emociones del dia anterior ya habian quedado atras. Pasé junto a la capilla a la que solia asistir, una capillita de estilo colonial espanol ubicada en la calle principal. Era la época de Cuaresma, Eran aproxima- damente las 11:30, y yo sabia que debia de estar cele- brandose la misa. EL que Tegd tide 23 Asf era. Llegué a tiempo para la celebracion eu- caristica a la que comunmente liamamos Santa Co- munidn. Fui hacia el altar automaticamente, y dado. que solo habia seis u ocho personas presentes, reci- bimos la Santa Eucaristia en ambas especies, pan y vino. En vez de volver a la parte de atras de la capi- Ika, me arrodillé en el primer banco. Fue bueno que lo hiciera. Lo que yo habia toma- do en mi cuerpo no era pan y vino, no era un sim- bolo, no era un recuerdo. Era el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y resultado en mi fue el mas profundo conocimiento de la real presencia de Cristo. Fue una experiencia de gran e inexpresable gozo, y mi cuerpo se estremecié violentamente debido al es- fuerzo que realizaba para contenerlo. Jestis, el Cristo, estaba alli conmigo, y cada cé- lula de mi cuerpo era testigo de que El era real. Descansé mi cabeza en los hombros y por un mo- mento el tiempo quedo en suspenso, Dios vive. Dios vive verdaderamente. y s¢ mue- ve entre nosotros, y exhala su Santo Espiritu sobre nosotros. Y por merito de la sangre derramada por nosotros por su divino Hijo, El nos prepara todo lo qute nos espera en este mundo de dolor... y mas alla. jAlabado sea Dios! > “Jesus People”, un movimiento cristiano surgiclo en la dé- cada del 70. CAPITULO 2 No hay escasez en el deposito de Dios Capitan John LeVrier Recuerdo la primera vez que estuve ca- ra acara frente al capitan LeVrier, Todo un policia, y todo un didcono bautista. Fstaba en una situacion critica. Desesperado, ha- bia volado desde Houston hasta Los Ange- les. Pero dejemos que él mismo cuenie su historia. Soy policia desde que tenta veintitn afos, En 1036 comencé en el Departamento de Policia de Houston, y Hegué a ser capitan de la Divisién Accidentes. En to- dos esos anos jams estuve enfermo, Pero en diciem- bre de 1968 me hice un examen fisico, y todo cambid. Yo conocia al doctor Bill Robbins desde que él era un interno y yo era un novato en mi profesién. Cuan- do comencé mi carrera, él solia acompaiarme en el auto de la patrulla. Luego de lo que yo pensaba que era un examen fisico de rutina en su consultorio en el 26 Sada es imposible para Dies Sanatorio Saint Joseph, el doctor Robbins se quits los guantes de goma y se sento en el borde del escritorio. Sacudié la cabeza. “No me gusta lo que encontré, John”, dijo. “Quiero que veas a un especialista.” Lo miré de teojo mientras terminaba de ajustar mi camisa en el pantalén y aseguraba mi cinturon con el arma. “;Un especialista? Para qué? Me duele un po- co la espalda, pero a que policia...2” El no me escuchaba. “Voy a enviarte a ver al doc- tor McDonald, un urélogo del sanatorio.” Yo sabia que era mejor no discutir. Dos horas des- pués, luego de un examen atin mas cuidadoso, escu- chaba a otro médico, el doctor Newton McDonald. El no traté de suavizar las cosas. “;Cudndo puede inter- narse, capitan? Internarme?” Detecté un poco de temor en mi voz. “No me gusta lo que encuentro”, dijo deliberada- mente, “Su prostata tendria que ser del tamano de una pequenia nuez, pero esta grande como un limon. La unica forma de averiguar qué es lo que anda mal es hacer una biopsia. No podemos esperar. Usted deberia intemnarse, como maximo, manana por la manana.” Fui directo a casa, Luego de la cena, Sara Ann mandé a los nines a la cama. John tenia solo cinco amos; Andrew, cinco, y Elizabeth, uueve. Entonces le di la noticia. Ella escuché en silencio. Habiamos sido felices juntos. “No lo pospongas, John”, dijo con voz calma. “Tenemos mucho porqué vivir.” ‘Apoyandome contra el borde de la mesada de la cocina, la miré. Era tan joven, tan bonita, Pensé en No hay escasez en el deposito de Dios 27 nuestros tres hermosos hijos. Ella tenia razon, yo te- nia mucho porqué vivir, Esa noche llamé a mi hija Lo- Taine, que esta casada con un pastor bautista en Springfield, Missouri. Me prometio que le pediria a su iglesia que orara por mi. Ties noches después, luego de extensos examenes {incluyendo la biopsia), yo estaba sentado en mi cama en el hospital, comiendo la cena, cuando la puerta de la habitacion se abrid. Era el doctor McDonald con uo de los médicos del hospital. Cerraron la puerta y acercaron dos sillas a mi cama. Yo sabia que los medi- cos generalmente estan muy ocupados y no tienen tiempo para charlas sociales, y comencé a sentir que mi pulso se aceleraba El doctor McDonald no me dejo especular dema- siado. “Capitan, me temo que tenemos malas noti- cias.” Hizo una pausa. Era dificil para él pronunciar estas palabras, Espere. tratando de mantener los ojos fijos en sus labios. “Usted tiene cancer.” Vi como sus labios se movian formando la palabra, pero mis oidos se negaron a registrar el sonido. Una y otra vez, podia ver como se formaba la palabra en sus labios. Cancer, asi, simplemente. Un dia soy fuerte co- mo un buey, un veterano con treinta y tres atios de servicio en la Policia, Al otro dia, tengo cancer. Pareciv que pasaba una eternidad hasta que pude contestar. “Bien, ¢qué hacemos? Supongo que tendra que extirparlo.” “No es tan simple”, dijo el Dr. McDonald, aclaran- dose la garganta. “Es maligno, y esta demasiado ayan- zado para que podamos manejarlo aqui. Lo derivaremos a los médicos del Instituto del Cancer 28 Nada es imposible para Dios No hay escasez en el deposit de Dios 29 M.D. Anderson. Ellos son famosos en todo el mundo por sus inyestigaciones en el uratamiento de esta en- fermedad. Si alguien puede ayudarlo, son ellos. Pero no se ve muy bien, capitan, y mentirfamos si le diéra- mos alguna esperanza sobre el futuro.” ‘Ambos doctores fueron muy compasivos. Yo me daba cuenta de que estaban conmovides, pero sabfan que yo era un policia veterano, y quertia conocer los hechos. Me los hicieron saber, francamente, pero con la mayor suavidad posible. Luego se fueron. Me sente, mirando la comida que se enfriaba en la bandeja. Todo parecia sin vida: el café, el bife a medio comer, la compota de manzanas. Aparté todo de mi y me senté a un costado de la cama. Cancer. Sin espe- ranzas ‘Caminé hacia la ventana y miré afuera, a la ciu- dad de Houston, que yo conocia como la palma de mi mano. Ella también tenia cancer; estaba llena de delitos y enfermedades, como cualquier gran ciu- dad. Durante un tercio de siglo yo habia trabajado, tratando de detener el avance de ese cancer, pero era una tarea interminable, EI Sol se estaba ocultan- do, y sus rayos moribundos se reflejaban en las to- rres de las iglesias por sobre los techos. Nunca lo habfa notado antes. Houston parecia estar lena de iglesias. ‘Yo era miembro de una de ellas, la Primera Iglesia Bautista de Houston. En realidad, era un activo didco- no de mi iglesia, aunque mi fe personal no era mucha Algunos amigos mios bromeaban diciendo que yo era de la misma clase de bautista que Harry Truman: de los que bebian, jugaban al poker y maldecian. Aunque yo habia escuchado a mi pastor predicar poderosos sermones sobre la salvacion, nunca habia tenido nin- guma victoria en mi vida personal. Era didcono por mi posicidn en la comunidad, mas que por mi calidad es- piritual. Aqui estaba yo ahora, cara a cara con la muerte, desesperado por hallar algo a que aferrarme. Pero al poner los pies en el agua, no habia fondo. Sen- tia como si me estuviera hundiendo. Miré hacia abajo desde el noveno piso. Seria facil saltar desde la ventana. Yo habia visto morir de cancer a algunas personas, con sus cuerpos carcomidos por la enfermedad. Cudnto més facil seria terminar con todo ahora. Pero algo que Sara habia dicho habia que- dado grabado en mi mente: “Tenemos mucho porqué vivir...” Volvi a la cama y me senté en el borde, mirando en lo profundo de esa gran nube gris y negra que parecta estar cerrandose sobre mi. ;Cémo decirle a ella, y a los ninos, que iba a morir? Al dia siguiente vinieron los médicos del Instituto M. D. Anderson. Hubo mas examenes, El doctor Del- close, que estaba a cargo de mi caso, fue realmente ho- nesto conmigo. “Lo tinico que puedo decirle es que sera mejor que se prepare para ver a muchisimos mé- dicos”, me dijo. ~zCuanto tiempo me queda?”, pregunte. “No puedo darle ninguna esperanza”, dijo franca- mente, “Quizd un afto, quizd un aito y medio, El can- cer esté muy extendido en toda la zona baja del abdomen. La unica forma en que podemos tratarlo es con grandes dosis de radiacion, lo cual significa que al mismo tiempo mataremos muchos Lejidos sanos. Pero 30 Nada es imposible para Dios si queremos prolongar en algo su vida, debemos co- menzar ya.” Firmé la autorizacion, y comenzaron el tratamien- to con cobalto ese mismo dia. Yo crefa en la oracion. En la Primera Iglesia Bautis- ta orahamos todos los miércoles por los enfermos, Pe- ro siempre iniciabamos nuestra oracion por sanidad con las palabras: “Si es tu voluntad, sanalo...” Ast me habfan ensenado. Yo no sabia nada sobre orar con au- toridad, la clase de autoridad que tenian Jestis y los discipulos. Realmente yo creia que Dios podia curar a la gente, pero no creia que El hiciera milagros en la actualidad. Por lo tanto, cuando fui a que me hicieran el ura- tamiento con rayos, con el cuerpo rasurado y mat- cado con un lapiz azul como si fuera una res lista para el cuchillo del carnicero, la tmica oracién que hice fue: “Senor, que esta maquina haga lo que debe hacer" Ahora bien, esta no es unia mala oracion, ya que la maquina estaba hecha para matar células cancerosas. Por supuesto, los médicos trataban de evitar que la 1a- diacion afectara otos érganos, asi que yo estaba mar- cado al milimetro. El cancer estaba en la zona de la prostata y debia ser tratado desde todos los angulos, asi que la gigantesca maquina que irradiaba cobalto rodeaba la mesa, y la radiacion penetraba en mi cuer- po desde todos los angulos. Los tratamientos diarios duraron seis semanas. Fi dado de alta en el hospital y se me permitio volver al trabajo, aunque debia volver todas las maianas para recibir la dosis. ssctreasnccintnan soning ie No hay escasez en el deposito de Divs 31 Habian pasado cuatro meses desde que se habia diagnosticado mi enfermedad. Se acercaba la Pascua, y Sara comenté que parecia que iba a ser mejor que la Navidad. Quizé el cobalto habia logrado su objetivo. O, mejor atin, quiza los médicos se habian equivoca- do. Entonces, ciento yeinte dias despues del primer diagnostico, leg el dolor. Era un viernes al mediodia. Yo le habia prometido a Sara que nos encontrariamos en el pequefo restau- rant donde soliamos reunirnos para almorzar. Ella ya habia Hlegado. Yo sonrei, apoyé mi gorra de policia en el alléizar de la ventana, y me. senté junto a ella. Mien- tras lo hacfa, senti como si hubiera sido apuitalado con una daga al rojo vivo. El dolor atravesaba mi ca- dera derecha en terribles espasmos. No podia hablar, solo podia mirar a Sara en una muda agonia, Ella me tomo del brazo. “John”, susurr6. *“;Qué sucede?” El dolor se disipé lentamente, dejandome tan dé- bil que apenas podia hablar. Traté de contarle; enton- ces, como Ia marea que retorna a la orilla, el dolor volvié, Era como fuego en los huesos. Mi rostro bri- aba de tanspiracion y tiré del cuello para aflojar mi corbata, La camarera que habia venido a servirnos no- {6 que algo andaba mal. “Capitan LeVrier,” dijo, preo- cupada, *jesta usted bien?” “Estare bien”, dije finalmente. “Es que tuve un do- lor repentino.” Decidimos no comer. En cambio, fuimos directa- mente al hospital, y el doctor Delclose ordend inme- diatamente nuevas radiografias. Mientras me preparaban, puse la mano sobre la cadera derecha y 32 Nada es imposible para Dios nea No hay escasez en el depdsito de Dios 3D senti la hendidura. Era del tamano de una moneda grande y parecia un hueco bajo la piel. Los rayos X mostraron lo que era: el cancer habia hecho un hue- co que atravesaba la cadera. Solo la piel cubria la ca- vidad. “Lo siento, capitan”, dijo el médico. “El cancer se estd extendiendo como lo esperabamos.” Luego, en un tono mesurado, concluys: “Comen- zaremos nuevamente las aplicaciones de cobalto, y haremos todo lo posible para que el tiempo que le queda sea lo menos doloroso posible.” Los viajes diarios al hospital comenzaron otra vez. Sara trataba de mantenerse en calma. Ella habia trabajado en el Departamento de Policia antes de que nos casaramos, y habia estado expuesta a la muerte muchas veces. Pero esto era diferente. Yo no lo sabia entonces, pero los médicos le habfan dicho que probablemente yo no tuviera mas de seis meses de vida, Segui trabajando, aunque cada vez estaba mas dé- bil. Era dificil saber si era debido al cancer 0 al cobal- to. Una tarde Sara me recogié al salir del trabajo y me dijo: “John, he estado pensando. Hace bastante que estoy fuera de circulacién. ;Qué dirias si vuelvo a tra- bajar?” “Ya tienes trabajo”, le dije. en tono de broma, “so- lamente cuidando de los nifios. Yo ganaré el pan pa- ra esta casa. Todavia me quedan muchas millas por recorrer.” “Sigues siendo el policia duro, jno?”, dijo ella. “Bien, yo también soy dura. Voy a inscribirme en la fa- cultad.* Comence a comprender lo que ella estaba hacien- do: estaba poniendo las cosas en orden. Era hora de que yo hiciera lo mismo. Pero antes de que pudiera, hubo una novedad. Cirugia. “Es la tinica forma de mantenerlo vivo”, dijo la ci- rujana, “Este tipo de cancer se alimenta de hormonas. Vamos a tener que redirigir el curso de las hormonas en su cuerpo por medio de la cirugia. Si no lo hace- mos, realmente le quedara poco tiempo.” Acepté la operacion, pero antes de los ciento veinte dias el cancer aparecié nuevamente en la super- ficie, esta vez en la columna. Me di cuenta por primera vez una tarde de do- mingo, en junio. Sara se habia levado a los nifos a un picnic de la Escuela Biblica de Vacaciones, y yo estaba en casa, tratando de transplantar una plantita aun cantero. Estaba tan debil que me resultaba difi- cil inclinarme, pero pensé que el ejercicio me harfa bien. Habia cavado un pequefio hoyo en la tierra, y cuando me incliné para tomar la plantita, un dolor como si me hubieran aplicado un rayo de mil voltios me paraliz6 la region baja de la espalda, Cai hacia adelante en la tierra, Nunca habia imaginado que podia existir un dolor tan terrible. No habia nadie a mi alrededor para ayu- darie, asi que arrastrandome, un poco a gatas, un po- co sobre el estomago, subi los escalones y entré en la casa, Entonces, por primera vez, me rendi, Tirado allt en el piso, en la casa vacia, lloré y gemf sin control. Habia estado reprimiendolo por Sara y los ninos, pe- ro esa tarde, con la casa vacia, me quedé alli Itorando y gimiendo hasta que el dolor finalmente se disipo. 34 Nada es imposible para Dios A esto le sigui6 una nueva serie de aplicaciones de cobalto y mas miradas desesperanzadas de los mé cos, Habia recibido mi sentencia de muerte. El cancer lo destruye a uno desde adentro, y yo no era el unico en la familia que lo habia sufrido. Los es- posos de mis dos hermanas, que también vivian en Houston, habian muerto de cancer. Ambos tenian aproximadamente cincuenta anos, como yo. Parecia que ahora era mi turno. Era hora de terminar de po- ner mis cosas en orden, Siempre habia querido tener un gran auto antiguo. En un impulso de derroche, compré un Cadillac que solo tenia tres anos de uso. Cuando termine el verano, metimos a toda la familia en el auto y partimos en lo que yo crei que serian mis ullimas vacaciones. Queria que fuera especial para los niftos. Atos antes, habia via- jado por la costa noroeste del Pacifico, y ahora queria ‘que Sara y los nintos conocieran esa prte del mundo que habia significado tanto para mt: el recorrido del rio Co- lumbia, el monte Hood, la costa de Oregon, lago Loui- se, Yellowstone y las Montanas Rocosas. Los niftos no lo sabian, pero Sara y yo crefamos que seria nuestro wl- timo verano juntos, como familia. Volvi a Houston para tratar de atar algunos cabos sueltos. Pero cuando la vida esta deshecha mas alla de tuda posibilidad de atreglo, es imposible recoger los tr0z0s. Lo tinico que puede hacerse es dejarlos sueltos y esperar el final Un sabado por la mafana, a comienzos del oto, entré a la casa y encendi la TV, Nuestro pastor de la Primera Iglesia Bautista, John Bisango, tenia un pro- grama llamado “Tierras Altas”. John habia venido a sa No hay escasez en el deposite de Dios 3D) Houston de Oklahoma, donde su iglesia habia sido re- conocida como la iglesia mas evangelistica de la Con- vencion Bautista del Sur. Lo que habia sucedido en Oklahoma estaba comenzando a darse también en Houston, mientras este dinamico y joven pastor daba vuelta Ia iglesia. Yo estaba muy entusiasmado con su ministerio. Demasiado debil para levantarme, me quedé echa- do en la silla mientras terminaba ese programa y co- menzaba otro. “Yo creo en milagros”, dijo la voz de una mujer. Miré a la pantalla. No me impresionaba, muy pocos bautistas se sentirian impresionados por uma mujer que predica. Pero a medida que avanzaba el programa y esta mujer, Kathryn Kuhlman, hablaba de maravillosos milagros de sanidad, algo dentro de mi se encendid. “ :Sera real esto?”, pense. El programa termino, y comenzaron a pasar los créditos en la pantalla. De repente, vi un nombre co- nocido: Dick Ross, praductor. Yo conocia a Dick; lo conacia desde 1952, cuando él estaba en Houston trabajando con Billy Graham en a produccién de “Oiltown, USA”. En realidad, yo ha- bia tenido un pequeto papel en esa pelicula, y a par- tir de allf me converti en amigo de Billy Graham y su equipo, y me hacia cargo de la seguridad cada vez que yvenian a Houston. Y ahora veia cl nombre de Dick Ross relacionado con esta predicadora que hablaba de milagros de sanidad, Yo me habia mantenido en contacto con Dick a través de los anos. Toda vez que iba a California por razones de trabajo, lo buscaba. Lo habia visitado en su hogar y hasta habia asistido a su clase de escuela 36 Nada es imposible para Divs dominical en la iglesia presbiteriana, Tomé el telefono y lo llamé. “Dick, acabo de ver el programa de Kathryn Kuhl- man, ¢Son verdaderas esas sanidades?” “Si, John, son de verdad”. respondis Dick. “Pero lendrias que asistir a una de esas reuniones en el au- ditorio Shrine para verlo por ti mismo, gPor qué lo preguntas?” Dude por un momento, y luego hable. “Dick, ten- go cancer. Ya ha aparecido en tres areas de mi cuerpo, y temo que la proxima vez me matara. Sé que parece que estoy tratando de aferrarme a algo imposible, pe- ro eso es lo que hace un hombre que va a mori “Voy a hacer que la senorita Kuhlman te llame per- sonalmente”, dijo Dick. “Oh, no”, protesté. “SE que ella esta demasiado ocupada como para atender a un policia de Houston. Sole dime donde puedo conseguir sus libros.” “Yo te enviaré sus libros”, dijo Dick. “Pero tambien le pedire que te lame, como un favor personal para mi.” En menos de una semana, ella Hamé a mi casa “Siento como si ya lo conociera”, me dijo, y su voz so- naba exactamente igual que en el programa de TV. “Hemos puesto su nombre en [a lista de oracion, pero no deje de venir a alguna de las reuniones.” Aunque Saray yo leimos sus libros y nes conver- timos en avidos espectadores de su programa de TV, en realidad yo posponia el momento de asistir a algu- na reunion de Kathryn Kuhlman. “{Donde hemos es- tado durante toda la vida?”, preguntaba Sara. “Esta mujer es famosa en todo el mundo, pero nunca escu- ché hablar de ella antes.” No hay escasez en el deposito de Dios 37 Como tantos otros bautistas, simplemente no. comprendiamos que habia otras cosas que sucedian en el Reino de Dios, aparte de la Convencién Bautista del Sur. Ahora nuestros ojos estaban siendo abiertos, no solo a otros ministerios. sino a otros dones del Es- pitita y al poder de Dios para sanar, Era todo tan nue- vo, tan diferente. Pero yo comprendia que era biblico. A pesar de mi ignorancia de las dones sobrenaturales de Dios, me habfan enseftado a aceptar que la Biblia es la Palabra de Dios. Cuando comenzamos a ver todas esas referencias al poder del Espiritu Santo, zeferen- cias que nunca habiamos visto antes, nuestros corazo- nes comenzaron a sentir hambre, no solo de sanidad, sino de recibir la llenura del Espiritu Santo. En febrero supe que mi tiempo se estaba acaban- do. Sara y los chicos también lo sabian. “Papa”, me dijo Elizabeth, “ti vé a California, y nosotros nos quedaremos en casa y oraremos. Creemos que Dios te sanara”, Miré a Sara Ann, Con los ojos huimedos, asintié y dijo: “Creo que Dios te sanara.” El viernes 19 de febrero volé desde Houston hasta Los Angeles. Unos viejos amigos de Los Angeles me prestaron su auto, y encontré un hotel donde quedar- me en Santa Monica. Como policia y como bautista, queria formarme una idea sobre la sefiorita Kulinan antes de asistir a la reunion el domingo. Supe que ella generalmente venia desde Pittsburgh el dia antes del culto en el Shrine. También hice algu- nas preguntas, usando mis técnicas de policfa, y ave- rigité donde se alojaba. Pronto tuve toda la informacion que necesitaba. 38 Nada es imposible para Dios A la mahana siguiente, temprano, fui a su hotel. Como policia que era, me resulto facil conectarme con los oficiales de seguridad y sacarles informacién. Poco después me dijeron a la hora que generalmente Hegaba la senorita Kuhlman. Me senté en el lobby del hotel y esperé. Una hora después se abrio la puerta y ella aparecié. Era exacta- mente como me la habia imaginado. Sabia que era un descarado, pero la intercepté cuando iba hacia el ele- vador. “Seforita Kuhlman’, le dije, “soy ese capitan de la policia de Texas.” Ella me mostré una amplia sonrisa y exclamé: “Ah, st! Usted vino para ser sanado” Hablamos durante unos instantes. Luego le dije: “Senorita Kuhlman, soy un creyente en Jesucristo naci- do de mievo. Sé que no tengo que ser sanado para ser creyente, porque ya lo soy. Pero usted habla de algo en sus libros que yo quiero tanto como la sanidad fisica” “;Qué es?”, pregunté ella, escrutando mi rostto. “Quiero ser leno del Esptritu Santo.” “Oh,” sonrié dulcemente, “Ie prometo que puede tenerlo. “Bueno, estoy gravemente enfermo, pero todavia estoy fuerte como para ir al auditorio y esperar en la fila, He leido sus libros y conozco la forma en que se conducen sus reuniones. Estare levantado bien tem- prano para conseguir un buen asiento.” Me despedt y comence a retirarme. “;Espere!”, dijo ella, “Estoy sintiendo algo, y ten- go que ser obediente al Espiritu Santo. Venga aqui por la manana, ¢ iremos juntos hasta el auditorio. Puede seguirnos en su auto.” —— ar emnivon rnin ti: Xo hay escasez en el deposito de Dios 39 Dude por un instante. “Senorita Kuhlman, hace tanto tiempo que soy policia, y he aprovechado mu- chas veces las situaciones para lograr lo que queria mas répidamente... Esta vez no quiero hacer nada que pueda ser obstaculo para mi sanidad, Simplemente ire y me pondré en la fila con los demas.” Su voz soné encolerizada, y sus ojas brillaron. “Ahora, dejeme decirle algo”, dijo marcando cada pa- labra. “Dios no va a sanarlo porque usted se compor- te bien. El no va a sanarlo porque usted sea un capitan de la policia. Y seguramente no va a sanarlo por la for- ma en que Hegue a la reunion.” No fue necesario que dijera nada mas. A la matia- na siguiente la segui desde el hotel hasta el auditorio Shrine. Llegamos a las 9.30, Aunque la reunién no co- menzarfa hasta la una de la tarde, la acera donde esta- ba la entrada al enorme auditorio estaba lena de personas, miles de personas. Entramos por la parte de la plataforma, y la seno- rita Kuhlman me dijo: “Ahora, siéntase en libertad de andar por este lugar hasta que vea que me retino con los ujieres. Cuando eso suceda, quiero que usted esté conmigo.” Acepté, y anduve recorriendo el vaste auditorio. Cientos de ujieres. que habian viajado muchos kilémetros para colaborar voluntariamente, estaban ocupados colocando las sillas para el coro de qui- nientas personas, preparando la seccién donde esta- rian quienes venian en sillas de ruedas, acomodando a quienes habian venido en autobuses alquilados es- pecialmente, y acondicionando el lugar para lo que iba a ocurrir. Yo casi podia sentir la expectativa 40 Nada es imposible para mientras recorria el salon. Era como electricidad. To- dos susurraban en voz baja, como si el Espiritu Santo ya estuviera presente. |Qué distinto de las experien- cias que habia tenido en los cultos de la iglesia! Yo también lo sentia, y repentinamente, ya no fui mas un. policia, ni un didcono de una iglesia bautista. Era so- lamente un hombre que sufria de cancer, que necesi- taba un milagro para vivir. Si ese milagro sucedia alguna vez, seria en este lugar. Uno de los hombres se presenté como Walter Ben- nett, Reconoci su nombre inmediatamente. Habéa let- do su testimonio en Dios puede hacerlo otra vez. Su esposa Naurine habia sido sanada de una horrible en- fermedad. El me Hevé hacia la puerta que daba a la plataforma, donde ella montaba guardia. El solo he- cho de verla tan radiante, sabiendo que habia estado a punto de morir, me dio nueva esperanza y fe. Senti ga- nas de llorar. “John”, me dijo Walter, “tenemos algo en comun. Tu eres un diacono bautista, y yo era un didcono bau- tista, también. Vamos a tomar una taza de café.” Salimos por una puerta lateral y encontramos un café por alli cerca. “Después de que seas sanado,” dijo Walter, “es po- sible que tus companeros bautistas no quieran tener nada mas que ver contige.” Sonrié curv si supieris. Hablaba con tal fe, como si estuviera seguro de que yo iba a ser sanado. “No me importa lo que piensen los demas sobre mi si soy sanado,” dije, “mientras Dios toque mi cuerpo.” Walter sonrid, Senti mucho amor por este nuevo amigo. — No hay escasez en el deposito de Dios 41 “Bueno, hay algo de lo que podemos estar segu- ros”, dijo suavemente. “Dios no te ha traido de tan le- jos hasta aqui para nada. Vas a volver a Houston siendo un hombre nuevo.” El hecho de que este dia- cono bautista hablara con tal fe me llenaba de entu- siasmo. Estaba ansioso porque empezara la reunién. Alli en el auditorio, la sefiorita Kuhlman se estaba reuniendo con los ujieres para darles las tiltimas ins- trucciones antes de que se abrieran las puertas. Me unia ellos sobre la plataforma. “Hoy tenemos aqui con nosotros a un hombre que es capitan de la policia de Houston”, dijo Kathryn. “El tiene cancer en todo el cuerpo, y voy a orar por él ahora. Quiero que cada uno de ustedes, hombres, se inclinen en oracién mientras ruego al Senior por él.” Me di cuenta de que esto era algo especial. Sabia que el ministerio de la senorita Kuhlman era simple- mente decir Io que Dios hacia a medida que se desa- rrollaban los grandes cultos de milagros; que ella no tenia ningun don de sanidad propio en particular. Me hizo una sefia para que me acercara y estiro sus ma- nos sobre mi. Aunque este era el momento que yo habia espera- do, dudé. Recordé lo que habia leido en sus libros, que muchas veces, cuando ella oraba por alguien. la persona caia al suclo, Yo pensaba que cso de cacrse es- taba muy bien para algunos pentecostales, pero no era para un bautista, y mucho menos para un capitén de la policia. Pero no tenia opcién. Di un paso al frente y dejé que orara por mi, Apoyando firmemente los pies en mi mejor postu- ra de yudo, esperé mientras ella me tocaba y oraba por 42 Nada es imposible para Dios mi sanidad. No sucedio nada, y cuando comenzaba a relajarme, la escuché decir: “Y llénalo, bendito Jestis, con el Espiritu Santo”. Senti que me tambaleaba, y pensé: “;No puede ser!” Me reafirmé sobre mis pies, colocdndolos uno detras del otro, y la escuché decir por segunda vez: “Y Menalo con tu Santo Espiritu”. Senti como si alguien hubiera puesto sus manos sobre mis hombros y me estuviera empujando hacia el piso. No pude resistirme, y me desplomé sobre la pla- taforma, Luche por recobrar la posicién vertical, jus- to cuando la escuchaba decir por tercera vez: “Llénalo con tu Espiritu Santo”, Y cai de nuevo. Esta vez quedé en el suelo durante varios minutos Sentia como si estuviera hundiéndome en una piscina Ilena de amor. Alguien me ayudo a levantarme, y es cache que ella me decia: “Ahora, biisquese un asien- to. Vamos a abrir este lugar, y en unos pocos minutos todos los asientos estaran ocupados”. Deberia haberla escuchado, porque momentos después se abrieron las puertas y la gente entro co- rriendo pot los pasillos como la lava de un volcan. Pu- de subir por une de los pasillos, y me detuve a mirar una seccién entera del auditorio Ilena de gente en si- las de ruedas. No podia quitar mi mirada de sus ros- tos, Algunos eran tan jovenes y ya estaban tan deformados... senti deseos de llorar nuevamente. “Oh, Senior. ges que soy lan egoista como para desear sanar- me cuando hay tantas personas aqui, algunas de ellas tan jovenes?” Mientras estaba asi parado, mirandolos, por pri- mera vez en mi vida, escuché la voz de Dios en mi No hay escasez en el depdsito de Dios 43 interior, que decia: “No hay escasez en el depdsito de Dios”. Con nuevas fuerzas volvi a la parte de atras, y len- ta, dolorosamente, subi las escaleras hasta encontrar un asiento en la primera fila de la planta alta, Faltaba aim un poco antes de que comenzara la reunion, El enorme coro habia tomado su Tugar en la plataforma y hacia los tiltimos ensayos, Me entretuve observando las distintas personas que estaban senta- das a mi alrededor, y me presenté al hombre que esta- ba sentado junto a mi. “Soy el doctor Townsend”, me saludo, “1Es usted médico?", le pregunté, asombrado de que un médico estuyiera asistiendo 4 un culto de sa- nidad “Si", contest, sacando su tarjeta. “Vengo porque soy muy bendecido. Me gusta ver el enorme poder de Dios en accidn.” Luego me presente a su familia. “Tra- je a mi padre, que viene de otro Estado. Esta es la pri- mera reunion a la que asiste.” Sentado al otro lado del pasillo estaba uno de mis actores favoritos de TV. “Bueno, qué les parece”, pensé. “;Médicos y estrellas de TV que vienen y se sientan aqui arriba! No vinieron para ser reconoci- dos, sino para participar de la reunion.” Estaba im- presionado. El culto comenzo. Una hermosa joven, una mode- lo cuyo rastro yo habia visto en la tapa de las revistas femeninas que leia Sara, did un breve testimonio so- bre lo que Jesucristo significaba en su vida. Yo habfa estado en muchas reuniones evangelisti- cas, pero esta era inusual. Quizé era Ja expectativa que 44 Nadas imposible para Dios habia en el ambiente, quiza la sensacion de maravilla. Fuera lo que fuere, era diferente de cualquier otra reu- nion a la que hubiera asistido. La sefiorita Kuhlman hablaba desde la plataforma. “Saben, me han pedido que aparte este domingo para los jovenes, pero hay personas que han venido desde tan lejos, que no me atrevo a decir: ‘Solo para los j6- venes’. Sin embargo, dado que hay tantos jovenes aqi hoy, debo hablarles. Su mensaje fue breve y dirigido a los jovenes. Ha- bis del amor de Dios y luego presento uno de los lla- mados més desafiantes que he escuchado jamais. Ahora bien, si hay algo que impresiona a un bautista, son las cantidades y el movimiento. Y cuando vi a ca- si mil jovenes dejar sus asientos ¢ ir hacia adelante pa- ra tomar una decision por Cristo, eso me impresiond. Al contrario de la mayoria de los cultos evangelisticos a los que habia asistido, esta reunion no tenia fanfa- rrias, ni testimonios lacrimogenos. Solo una simple invitacion de esta mujer alta que habia dicho: “{Quie- res nacer de nuevo?” Los jévenes respondieron, mu- chos de ellos literalmente corriendo por los pasillos para aceptar ese desafio. Ella parecia haber olvidado el paso del tiempo mientras los atendia sobre la plataforma, orando por muchos de ellos individualmemte. Finalmemte, volvie- ron a sus asientos, pero la congregacin estaba perci biendo que iba a suceder algo mas. “Padre”, susurré la senorita Kuhlman, en voz tan baja que yo apenas podia oftla, “creo en milagros, Creo que tt sanas en el dia de hoy, como lo hacias cuando Jesucristo estaba aqui. Tit conoces las necesidades de No hay escasez en el depdsito de Dios 45 las personas que estan aqui, en este inmenso audito- tio. Te lo pido en el nombre de Jesus. Amén.” Luego hubo un silencio. Yo sentia a mi corazon golpeando dentro de mi pecho. Tenia conciencia de cada célula de mi cuerpo y casi podia sentir la batalla espiritual que estaba ocurriendo mientras las fuerzas del Espiritu Santo luchaban contra las fuerzas del mal en mi cuerpo. “Oh, Dios”, oré, en adoracién. “Oh, Dios.” De repente, la sefiorita Kuhlman estaba hablando otra vez, y su voz hablaba ripidamente a medida que recibfa conocimiento de lo que sucedia en el audito- rio. “Hay un hombre en la parte alta del auditorio, en el extremo derecho desde donde estoy, que acaba de ser sanado de cancer. Levantese, senor, en e] nombre de Jesucristo, y reclame la sanidad.” Miré. Ella senalaba al lado opuesto de donde yo es- taba, Era extraordinario. Yo solamente podia observar, maravillado, mientras sentia un entusiasmo creciente. Esto era real. Lo sabia. “No venga a la plataforma a menos que sepa que Dios le ha sanado”, enfatizaba ella. Miré a mi alrededor y via los consejeros caminan- do por los pasillos. Estaban hablando con personas que creian haber sido sanadas, asegurandose de que sulu ayuellus que verdaderamente habian recibido sa- nidad pasaran a dar testimonio. La mayoria de las personas sanadas que daban tes- timonio habian estado sentadas en la parte alta del au- ditorio. Iban de la derecha a la izquierda: “Dos personas estan siendo sanadas de problemas en la vista.” 46 — Xadaes imposible para Dios “Una mujer esta siendo sanada ahora mismo de ar- tritis, Levantese y reclame su sanidad.” “Usted esta sentado en la parte del medio de la pla- ta alta.” La sefiorita Kuhlman decfa: “Usted vino hoy a re cibir sanidad. Dios lo ha restaurado. Quitese el audt- fono. Puede oir perfectamente.” Miré. Una mujer de aproximadamente cuarenta aftos estaba poniéndose de pie, quitandose los audifo- nos de los dos oidos. Un consejero detras de ella le susurraba algo, Pensé que la mujer iba a gritar mien- tras levantaba las manos sobre su cabeza, alabando a Dios. Podia oir. Fl doctor que estaba sentado a mi la- do Moraba, diciendo: “Gracias, Jess”. Las sanidades se producian en direccion adonde yo estaba sentado en la planta alta. “Senior, que no se acaben”, oré. Entonces recordé lo que El me habia su- surrado cuando estaba en el pasillo, abajo: “No hay escasez en el depdsito de Dios”. Repentinamente vi que la seforita Kuhlman esta- ba sefialando hacia arriba y a la izquierda, donde yo estaba sentado. “Usted ha venido desde muy lejos pa- ra ser sanado de cancer”, dijo. “Dios lo ha sanado Pongase de pie en el nombre de Jestis y reclamelo.” jEstaba tan lejos de la plataforma! Quiza ella ni se imaginaba que yo estaba alli, Peru su dedo, largo y delgado, apuntaba en direceion a mi. “Oh, Senor,” murmuré, “por supuesto que quiero. ser sanado. Pero, {como sé que esto es para mi?” En ese mismo instante, la misma voz interior que habia escuchado abajo, cuando miraba a los que esta- ban en sillas de ruedas, me dijo: *jPonte de pie!” No hay eseasez en el depésito de Dios 47 Me puse de pie. Sin sentir nada, simplemente lo hice en obediencia y fe Entonces lo senti. Fra como ser bautizado en ener- gia liquida. Nunca habia sentido una fuerza asi reco- rriendo todo mi cuerpo. Senti que podria tomar en mis manos la guia telefénica de Houston y partirla en pedazos Una mujer se me acercd, “jHa sido usted sanado de algo?” “Si”, declaré, con ganas de saltar y correr al mismo tiempo. “3Como lo “Nunca me he sentido tan gloriosamente bien. Apenas tuve fuerzas para Megar hasta este asiento, y ahora, jme siento tan bien!” Mientras tanto, yo me es- tiraba y me doblaba, haciendo cosas que no habia po- dido hacer durante mas de un ano, “Siento que podria correr mas de un kilometro. “Entonces corra hasta la plataforma y testifique”, dijo ella. Me lance a correr. Pero mientras lo hacia, comencé a preguntarme: “;Que pasaria si hubiera aqui alguien de Houston? Voy a legar corriendo a la plataforma, y la seftorita Kuhlman va a poner sus manos sobre mi y me voy a caer al suelo, {Qué pensaran?” Emionces ime di cuenta de que no me importaba Momentos después estaba junto a la senorita Kuhl- man en Ja plataforma. Ella caminé hacia my dijo sen- cillamente: “Te agradecemos, bendito Padre, por sanar este cuerpo. Llénalo con tu Espiritu Santo™ jBam! Al piso otra vez. Pero esta vez, debido a la nueva energia sanadora que lenaba todo mi cuerpo. 48 Nada es imposible para Dios No hay escasez en el depésito de Dios 49. me levanté inmediatamente. La segunda vez ni siquie- ra me tocd, Solo or6 en mi direccidn, y la escuché de- cir; “Oh, el poder...” ¥ cai de nuevo al suelo. Esta yez me quedé allt, regocijandome nuevamen- te en esa marea de amor liquido. Pero atin alli, Sata- nds me atacé. Vino como leon rugiente. *; Qué te hace creer que has sido sanado?” La seforita Kuhlman ya habfa puesto su atencién en otra persona, Rodé y me puse de rodillas, con la cabeza en las manos, orando: “Oh, Padre, dame la fe para acep- tar lo que sinceramente creo que me has dado” Durante muchos attos yo habia tomado muchos estudios biblicos bautistas. Mi mente habfa sido ver- daderamente expuesta a la Palabra de Dios, y en ese momento un versiculo vino a mi mente: “Probadme ahora, dice el Seftor...” Pensé en todos esos cuerpos deformados que habia visto. “Padre, muéstrame una sefal visible para que mi fe se fortalezca.” Abri los ojos, y via una ninita de nueve anos que se acercaba a la plataforma. Nunca he visto a nadie mas fe- liz, Estaba corriendo y saltando, descalza, Bailaba de la- do a lado frente a la plataforma, junto a la sefiorita Kuhlman, que se estiraba para tomarla de la mano, pero no pudo alcanzarla. Se dio vuelta y comenzé otra vez. Nuevamente la senorita Kuhlman quiso tomarla, pero otra vez se le escapo danzando. Para este momento ya la madre de la nina estaba sobre la plataforma. En las ma- nos tenfa un par de zapatos con rigidas guias de metal. Sin poder alcanzar a la nittita, que seguia saltando y danzando, la sefiorita Kuhlman se valvio hacia la madre: “;Qué tenemos aqui?” “Esa es mi hijita”, sollozaba la madre. “Tuyo parali- sis infantil cuando era bebé y nunca pudo volver a ca- minar sin estos zapatos especiales. ;Pero mirela ahora!” Toda la congregacién prorrumpid en estruendosos aplausos. *zComo sabe usted que Dios la ha sanado?”, pre- gunto Kathryn Kuhiman. “Oh, senti el poder sanador de Dios recorriendo su cuerpo”, casi grité la madre. “Le quité los zapatos or- topédicas, y ella comenz6 a correr.” Detras de ella habia otra madre, que tenia en bra- zos una nitia de dos aftos. “;Qué pas6 aqui?”, pregun- to la senorita Kuhlman. “Dios acaba de sanar el piecito de mi hijita.” La voz de la madre temblaba tanto que era dificil enten- der lo que decia La sefiorita Kuhlman tomé el piecito de la nifia. *;Era e ste el pie dariado?” “Si, si, era ese”, dijo la madre, sosteniendo en la mano un zapato especial, “La nifia nacio con pie pla- no. Ha sufride muchas operaciones. Si usted le hubie- ra masajeado el pie antes como lo esta haciendo ahora, hubiera gritando de dolor.” “Aqui en la plataforma hay varios médicos”, dijo la sefiorita Kuhlman. “Ellos me conocen, ;Hay algun medico entre el publico que no me conozea y que no conozca a estas nifas? ;Podria venir y examinarlas, por favor?” Un hombre se puso de pie. “;Es usted médico?”, pregunt6 la sefiorita Kuhlman. “Si”, respondio é “Donde ejerce?” 50 Nada es imposible para Dios No hay escasez en el deposito de Dios OL “En el Hospital St. Luke’s, aqui, en Los Angeles.” “gPodria hacernos el favor de venir y examinar es- tas niflas?” El médico fue y subié a la plataforma. “Lo prime- ro que puedo decir es que esa nifita que salta y co- rre alla, con esas piernecitas tan delgadas, es un milagro. Sino fuera por un milagro, no podria estar parada, y mucho menos saltar de goz0.” Luego tomo los piececitos de la nifia mas pequena. “Senorita Kuhlman”. dijo con voz seria, “no veo ninguna dile- rencia entre los dos pies de esta criatura. Creo que su madre puede tirar el zapato ortopédico. No necesité més pruebas. Tambaledndome, sali por la parte posterior de la plataforma, busqué un te- léfono publico y llamé a Sara en Houston. Estaba ocu- pado. Pedi a la operadora que interviniera la llamada, *No puedo hacerlo a menos que sea un asunto de vida o muerte”, me dijo ella. “Es exactamente eso, operadora. Y puede quedar- se en linea a escucharlo, si desea.” Repentinamente, Sara estaba al teléfono. Traté de hablar, pero solo podia sollozar. Nunca he llorado mas en mi vida que en ese momento, con el teléfono en la mano, detras de la plataforma, en el auditorio Shrine. Sara me repetia: “John, John, ghas sido sanado?” Finalmente pude darle el mensaje. Estaba sano. Entonces ella comenzé a lorar. Deseé que la operado- ra estuviera escuchando. Era un asunto de vida, no de muerte. Volvi junto a la plataforma y observe. Cineo sa- cerdotes catolicos, uno de ellos un “monsefior”, es- taban sentados en la primera fila sobre la plataforma. El monsenor estaba sentado en Ja pun- ta de su silla, absorbiéndolo todo. Al pasar, la sefio- rita Kuhlman lo vio y vio la expresion de ansiedad en su rostro. “{Le gustaria experimentar esto?”, le pregunto. El sabia perfectamente de qué le estaba hablando, ya que se puso en pie, con los pliegues de su sotana sacudiéndose en el aire, y dijo: “Si”. Ella le impuso las manos y dijo: “Llenalo con tu Espiritu Santo”. El cayé al piso. Ella se volvié hacia los otros sacerdotes y les dijo: “Vengan’, Cada uno de ellos cayé al suelo como el monsefior. Los hippies eran salvos. Las extremidades torcidas eran enderezadas. Mi propio cancer habia sido sana- do. Los sacerdotes catolicos eran lenos del Espiritu Santo. Sal{ como en una nube y volvi al hotel. Era mas. de lo que podia comprender. En el hotel hice todo tipo de ejercicios: sentarme y levantarme, empujar, cosas que no habia podido hacer durante més de un afio. Y las hice sin problemas, Aun cuando no me habian hecho un examen médico, yo sa- bia que estaba sano. Durante esa noche me desperté va- rias veces, no pata tomar calmantes (habia dejado de tomar mi medicacion esa manana, antes de ir al culto), sino para poder decir en voz alta en medio de la oscuti- dad. “\Gracias, Jesus. Bendito sea ¢l Seftor!” Entonces lego el momento de reunirme con Sara y los nintos, Cuando legue al aeropuerto de Houston, ime estaban esperando. Corti hacia ellos, y abracé tan fuerte a Sara que literalmente la levante del suelo. Mi fuerza la dejo sin aliento. Luego tomé a los nittos, pri- mero a Andrew, luego a John, levantandolos por sobre 52 _ Nada es imposible para Dios mi cabeza. Abracé a Elizabeth. Todos hablabamos al mismo tiempo. “Tu rostro, John”, decia Sara. “Esta leno de color y vida.” “Yo sabia que ibas a ser sanado”, decia Elizabeth, “Oraba por ti todos los dias a las nueve, a las doce, y a Jas seis. “Nosotros también, papa”, se asomé el pequenio John. “Nosotros tus hijitos también orabamos. Sabia- mos que Dios te sanaria.” Fra demasiado, y este veterano capitan de la poli- cia, parado en medio del aeropuerto de Houston, se eché a llorar. Poco después volvi al Instituto M. D, Anderson pa- ra hacerme un examen fisico. Tenia una cita con dos médicos en el mismo dia. La primera que me revisé fue la que habia reco- mendado la operacion. Le di un ejemplar del libro de Kathryn Kuhlman, Creo en milagros. Ella lo oje6, es- cucho el relato de mi historia, y luego me miro como si yo estuviera loco. “Dejeme decirle algo”, dijo. “El Gnico milagro que le ha sucedido es un milagro médico. Fso es to- do. Le tnico que lo esta manteniendo vivo es su me- dicacién, Siga tomandola, y veremos cuanto tiempo vive.” Yo sonrei, “Bueno, no he tomado ninguna medicacién desde el veinte de febrero, ya hace mas de un mes.” Ella se mostré sorprendida y enojada. “Usted ha hecho una verdadera tonteria, senor LeVrier", dijo. “No pasara mucho tiempo antes de que el cdncer aparezca en otra area de su cuerpo, y usted se ira.” No hay eseasez en el deposito de Dios OS iQué actitud tan extrafa, pense, para una cientifica! Sali de alli y fui al consultorio det doctor Lowell Miller, jefe del Departamento de Terapia de Radiacién del Hospital Herman. Esperaba que su reaccion fuera mas positiva, pero después de la reciente experiencia, decidi no contarle nada sobre el milagro. Que lo des- cubriera por si solo. Su enfermera me pidié que pasara al cuarto conti- guo y me preparara para el examen fisico. Entonces no- té algo extraio, Como muchos policias veteranos, yo habia sufrido de varices en las piernas. En realidad, no usaba bermudas en publico, porque no me gustaba que yieran los nudos en mis piernas. Por supuesto, cuando se estd muriendo de cancer, uno no se preocupa dema- siado por las varices, pero a la brillante luz del cuarto, miré mis piernas por primera vez desde que volvi de Los Angeles. El Senior no solo me habia sanado de can- cer, sino que también habia hecho desaparecer mis vé- rices. Mis piernas estaban lisas y suaves como las de un. adolescente. Cuando el Dr. Miller entro al cuarto, yo estaba regocijédome y alabando al Sefor. Extratiado de ver un paciente de cancer tan gozo- so, el Dr, Miller retrocedio. *jBueno! ;Qué es lo que Je ha sucedido?” Eso fue todo lo que necesité para contarle toda la historia de como Jesucristo habia curado mi cancer. “Veamos”, dijo el Dr, Miller. “Yo también soy cri tian, pero Dios nos ha dado suficiente sentido co- mun como para que nos cuidemos a nosotros mismos.” “No voy a discutir eso”, dije alegremente. “Esa es la razon por la que estoy aqui para someterme a 54 Nada es imposible para Dios este examen. Hagame todos los exdmenes que de- see. Pero le digo que no encontrar nada mal.” “Okey”, dijo el médico. “Vamos a hacerlo.” Y a continuacion me sometid al examen fisico mas com- pleto que me hubieran hecho jams. Al terminar, dijo: “Sabe, desearia que mi préstata estuyiera tan bien como Ia suya,” Luego examin la columna, golpeando vertebra por vértebra. “Notable”, repetia. “Notable,” Me enyid a rayos X, y dijo después: “Lo Mamaré dentro de uno 0 dos dias, luego de que haya tenido tiempo de comparar estas radiografias con las anterio- es. Pero por todas las indicaciones que tengo, usted ha sido sanado.” Tres dias después sono el teléfono de mi escritorio en el segundo piso del Departamento de Policia de Houston. Era el doctor Miller. “Capitan”, dijo, “tengo buenas noticias. No encuentro absolutamente ningiin rastro de cancer. Ahora, quisiera hacerle una pregtin- ta. ;Suele usted dar charlas?” *;Charlas sobre mi trabajo como policia?”, pregunté. dijo él, “no sobre eso, Quiero que venga a mi iglesia y le cuente a la congregacion lo que Dios ha he- cho por usted.” Eso fue el comienzo. A partir de entonces viajo por todo el pais, contandoles a las personas que no tienen esperanza sabre el Dios que no tiene escasez en su de- posito de milagros CAPITULO Caminando en las sombras Isabel Larios La Navidad es una época de mucho gozo para mi, Recibo miles de tarjetas de amigos queridos de todo el mundo. Leo cada una de cllas. Pero las mds preciosas para mi son las que escriben los nifios. Ellos son tan abier- tos, tan sinceros. Cuando un nino me dice: “Te amo”, nunca dudo que realmente lo sien- te. Por eso, cuando recibi una pequetia y sencilla tarjeta de una dulce ninita mexica- na-americana que vive en California, supe que realmente senite lo que escribta. Escribio para agradecerme por hacerle posible vivir otra Navidad. Lisa me agradecia porque po- dia verme. Pero yo sabia lo que ella queria decir: Y, Dios lo sabe, no fue Kathryn Kuhi- man; fue Jestis. Lisa Larios estaba murien- do de cancer 6seo hasta que Jestis la sand en 96 Nada es imposible para Dies el quditorio Shrine. La madre y el padre adoptivo de Lisa, Isabel y Javier Larios, vi- vian en un modesto complejo de apartamen- tos en Panorma City, California. Isabel nacié en Los Angeles, pero se crio en Guadalajara, México. Javier, que pasa gran parte de sw tiempo trabajando con su caballete de pintor en su apartamento, es un respetado camarero en Casa Vega, uno de los restaurantes mas elegantes de Sherman Oaks. Ademis de Lisa, tienen dos hijos mds: Albert y Gina. “Son solo los dolores del crecimiento, Lisa”, di- je mientras mi hija de 12 aos se quejaba de dolor en la cadera derecha. Yo estaba sentada al borde de la cama, en la semioscuridad, frotandole la cadera y la espalda con linimento. Lisa crecia rapidamen- te. Ya tenia el cuerpo de una jovencita de quince aitos y parecia la imagen viva de la salud. Pero aqui, en la penumbra de la noche, mien- tras frotaba su suave piel, senti que este dolor en particular era algo mas que esos dolores muscula- res normales que las nihas experimentan cuando estan creciendo. Lisa también lo sentia. El miedo entré en el cuarto junto con el dolor. “Mama, prende la luz del cuarto cuando te vayas”, susurré Lisa. “No quiero estar aqui sola en la oscuridad.” Javier se habia ido a trabajar al restaurante. Los otros dos niftos ya estahan durmiendo. Le di unas pal- madas en la espalda y le arreglé el pijama. “No hay na- da que temer”, dije ill Caminando en las sombras OF “No me gustan las sombras”, respondio ella, con su cabecita metida en la almohada. “Me dan miedo.” Prendi la luz del corredor y dejé la puerta de su ha- bitacion abierta. Por un momento me detuve en la puer- ta, mirandola. De donde habia venido ese repentino temor? Lisa nunca habia tenido miedo antes. Ahora yo podia sentirlo en todo el cuanto, como una red que des- cendia desde el techo y cubria toda la cama. ;Era que Li- sa sospechaba algo que yo no podia sentir? El dia siguiente fue uno de esos extrafos y hermo- sos que a veces se dan en la cuenca de Los Angeles. Era el ultimo dia de marzo, y una fuerte Iluvia justo antes del amanecer habia lavado el aire, dejandolo cla- ro y limpio. El sol brillaba con toda su fuerza, el cielo era azul radiante, y se podia ver claramente las mon- tanas cubiertas de nieve sobre el horizonte, al este. Ja- vier se habia levantado para tomar el desayuno con los nitios antes de que se fueran a la escuela. Después, ély yo fuimos a Van Nuys a hacer compras. Yo busca- ba un suéter para Lisa, y Javier querta unas carboni- las pata terminar un dibujo que estaba haciendo en su caballete. Cuando volvimos, poco antes del medio- dia, la puerta del apartamento estaba entreabierta. Li- sa estaba adentro, echada sobre el sofa, llorando. Alarmado, Javier se arrodillo junto a ella y sua- vemente le quito el cabello de sobre los ojos. “; Que pasa, Lisa?”, pregunto con dulzura, y el sonido mu- sical de su rico acento mexicano sond en los ofdos de la niita “Es la cadera, papa’, sollozo ella. “Empez6 a doler- me mucho, asi que un vecino me fue a buscar y me trajo de la escuela.” 58 Nada es imposible para Dios Lisa me alcanzé una nota arrugada de una de las hermanas de la escuela Santa [sabel. “Por favar, octi- pese de esto: Lisa tiene mucha dificultad para cami- nar. Creemos que deberfa consultar un médico.” Javier asintié. “Llama al doctor Kovener”, dijo. “No debemos esperar mas.” El doctor Kovner era un amigo de la familia. Nos habia atendido antes, y siempre decia que Lisa era su paciente favorita. Su secretaria nos cito para el dia si- guiente por la tarde. El doctor saco algunas radiografias y realize un examen preliminar. Luego me llamd a su oficina. “Se- nora Larios, esto puede ser una de varias cosas. Te- hemos que comenzar con las mas obvias y empezar a trabajar con eso. Voy a hacer ingresar @ Lisa en el hos- pital, donde podremos hacerle otros estudios.” En el Hospital Comunal Van Nuys se le hicieron nuevos examenes. Lisa trataba de ser valiente, pero es- tar constantemente dolorida, pasando la noche fuera de su casa, en un lugar extrano, rodeada por gente que no conocia, no era facil para ella. Todas las mananas yo lle- vaba los nifios a la escuela, y luego iba hacia el hospi tal, llorando durante todo el camino, preguntandome si la gente que pasaba a mi lado sabria del gran dolor que yo sentia. En el hospital, yo era toda sonrisas, pero s6- Io era una mascara. Por dentro, estaba destrozada. “Es posible que el dolor sea causado por un apen- dice agrandado que esté presionando un nervio", dijo el médico. *Vamos a extrzer el apendice y veremos si eso resuelve el problema.” Pero el dolor continué después de que Lisa volvia de la operacion. Aparentemente nadie sabia qué hacer Caminando en las sombras 99 ahora. El 12 de mayo volvio a casa, Se suponia que de- bia caminar con muletas, Hubo mas visitas al médico. “Esto me deja perplejo”, dijo el doctor Kovner al exa- minar las radiografias nuevamente. “Creo que debe- mos consultar a un especialista.” El doctor Gettleman, cirujano, era muy metddico. Ordeno tomar mas radiografias y realizé un nuevo es- tudio él mismo. “Que continue usando las muletas durante una semana mas”, dijo. “Trdigala otra vez el proximo jueves.” A pesar de las muletas, el dolor era cada vez mas fuerte. Dado que no podia ir a la escuela, Lisa vagaba por la casa con las muletas, llorando y tratando de pa- recer valiente, La mayor parte del tiempo la pasaba en cama. Al final de esa semana volvié al hospital, esta vez al Saint Joseph, de Burbank. “Tendremos que operar de nuevo”, dijo el Dr Gettleman. “Hemos visto algo en las radiografias. Podria ser una bolsa de pus que causa presion. Pero también podria ser un tumor. Hay dos tipos de tumores, benignos y malignos. Si es un tumor benigno, no tendremos problemas. Si es maligno. podria llegar a ser muy serio.” Aunque perteneciamos a una iglesia cat] mana, y nuestros hijos asistian a una escuela cato- lica, ni Javier nl yo ramos muy religiosos. Rara vez ibamos a misa, y casi nunca nos confesdbamos. Pe- ro yo siempre me habia sentido muy cerca de Jestis, y las tarjetitas que las companeritas de escuela de Lisa le enviaban, diciendo que estaban rezando por ella, me ayudaron a mi también a volverme a Dios en oracion ica ro 60 Nada es imposible para Dios Caminando en las sombras_ 61 La noche anterior a la operacin yo estaba en casa, sola, con Albert y Gina. Ellos se fueron a la cama tem- prano, y yo fui a mi dormitorio y me eché sobre la ca- ma en la oscuridad. Parecia que todo mi mundo se hacia pedazos. Habia Hevado a Lisa en mi cuerpo du- rante nueve meses. Hubiera deseado morir en el parto para que ella pudiera vivir. La habia cuidado, habia es- tado con ella en las noches oscuras, habia reido con ella, habia corrido por el campo con ella, habia llorado y orado por ella. ¥ ahora los médicos me decian que quiz muriera. Ya habia lorado hasta no tener mas la- grimas. Todo parecia tan inutil, tan futil. Mientras estaba asi en la cama, mirando las som- bras en el techo, comencé a orar. “Querido Senor, Lisa realmente no es mia, ;no? Es tuya. Solo nos has dejado tenerla para criarla, alimentarla, educarla y amarla, Un dia nos dejara, se casara y criaré a sus propios hijos. Si quieres Ilevartela antes de que eso pase, yo te la devuelvo y te agradezco porque nos la has dejado este tiempo para bendecirnos.” Fue una oracion simple, sin grandes emociones. Pero era sincera. Mientras seguia mirando las som- bras, me adormeci. Soné que estaba sentada en un pequefio cuarto os- curo, Javier estaba junto a mi, tomandome de ia mano. Una puerta se abrio frente a nosotros, y por el pasillo se aproximaron dos hombres vestidos con batas de las que usan los cirujanos. Uno de los médicos estaba llorando y no podia hablar. El otro se paré frente a nosotros y di- jo: “Su hija esta muy enferma, Tiene cancer", Me desperté, sobresaltada. Era pasada la media- noche, y yo tadavia estaba echada en la cama sin } i i acostarme. La casa estaba en silencio. Solo la luz del corredor se filtraba en el dormitorio. Me levanté y fui a ver a los otros ninos. Dormtan tranquilamente. Fui hacia el living y me senté en el borde del sofa, en medio de la oscuridad. Ese sueno, era del dia- blo? ¢Estaba tratando de asustarme? :O era de Dios, para advertirme y prepararme? ¢Cémo saberlo? Cuando escuché los pasos de Javier en la escalera, me deslicé hacia nuestra habitacion y me met! en la cama antes de que él entrara al cuarto, No queria que supiera cuan preocupada estaba. Lisa necesitaria en- contrarnos fuertes a ambos al enfrentar la operacion, a la manana siguente. Javier y yo nos sentamos, tomados de la mano, en la pequeria sala de espera junto a la sala de operacio- nes en el hospital. Era natural que ambos ordramos, y lo hicimos en silencio, Los médicos entraban para in- formar a otras personas que también estaban esperan- do. “Su padre esta muy bien. Ni siquiera tuvimos que operarlo.,.” “No tiene de qué preocuparse, su esposa esta perfectamente.” “Puede Mevarse a su hijo a casa esta tarde.” ‘A las dos de la tarde miré y vi que venian dos mé- dicos por el largo pasillo. Uno de ellos era el doctor Kovner. Su rostro estaba gris. El otro era el doctor Gettleman. Javier se levanto de un salto y fue hacia ellos, pero yo me quede sentada. Sabia lo que pasaria, y mis piernas parecian de goma. Era la misma escena que habia vivido en mi sueno. “Encontramos un tumor”, dijo el doctor Gettle- man. “Es inoperable. Si hubiéramos cortado, ten- drfamos que haber amputado toda la pierna.” 62 Nada es imposible para Dios *gEs céncer?”, pregunto Javier. “Temo que si”, respondio el médico. “Esta muy, muy mal. El hueso de su cadera es como manteca. Si tuviera una cuchara, podria haberlo sacado todo. La carne que rodea al hueso es como queso gruyé- re, llena de agujeros. El laboratorio ya ha hecho un andlisis, y es el peor tipo de cancer. Lo tinico que pudimos hacer fue coserla otra vez.” *jNo hubo nada que pudieran hacer?”, clamo Ja- vier, con el rostro demacrado y ojeroso “Nada por ahora. Después de que se recupere de la operacién, comenzaremos el tratamiento con cobalto. Hablaremos luego sobre eso.” “;Pero se pondra bien, no es cierto?”, pregunté Javier. El doctor Getdeman sacudio la cabeza. “Lo unico que puedo decir es que trataremos de prolongarle la vida. No puedo prometer nada mas.” Miré al doctor Kovner. Aunque no decia nada, su rostro expresaba todo. Sus ojos estaban Nenos de li- grimas. Lisa estaba muriendo, y ninguno de nosotros podia hacer nada al respecto. Yo se la habia devuelto a Dios, y él habia aceptado mi ofrecimiento. Los médicos acordaron que no deberiamos de- cirle nada a Lisa sobre su estado. Dos semanas des- pues la trajimos nuevamente a casa en una silla de tuedas, decididos a darle el verano mas feliz de su vida. Et doctor Kovner no estuvo de acuerdo con nues- tros planes de llevar a Lisa a unas largas vacaciones. “Debemos comenzar el tratamiento de cobalto ense- guida”, dijo. Caminando en las sombras 63 “Si firmamos la autorizacién y le permitimos hacer el tratamiento con radiacion,” pregunté, “yqué puede prometernos?” “No podemas prometerle nada”, respondis él. “Pe- ro nunca sabra si ayudara, a menos que lo haga.” “@Qué pasara si no permitimos que le haga el tra- tamiento?” “No me agrada contestar preguntas como esa”, di- jo el doctor Kovner. “Pero aun con el tratamiento, lo mas que podemos oftecerles es seis meses. Y estar muy, muy, muy mal cuando muera.” Prometf conversar del tema con Javier. Ambos sen- Uamos que seria cruel que Lisa debiera pasar sus ulti- mos meses de vida sujeta a ese tratamiento de radiacién. E19 de junio Lisa ingresé al Hospital Pedidtrico de Los Angeles. Era el tercer hospital al que entraba en ues meses. La doctora Higgins, que estaba a cargo de su caso, dijo que habia tres areas en que podia exten- derse el cancer: al higado, al pecho o al cerebro. Cual- quiera podria ser fatal. Aparentemente, el cancer se extiende rapidamente en los nifios en edad de creci- miento, y la tica forma de salvar su vida era por me- dio del tratamiento con cobalto y quimioterapia. Finalmente dimos nuestra autorizacion para que se le realizara el tratamiento preliminar, y comenza- ton colocarle una serie de inyecciones, Lisa reac- cioné violentamente. Yo me sentaba con ella durante toda la noche, mientras ella vomitaba y pre- guntaba: “Mama, squé me pasa? ;Por qué estoy tan enferma?” Era mas de lo que yo podia soportar. Javier y yo con- versamos nuevamente y decidimos que sus ultimos dias 64 Nada es imposible para Dios transcurririan en nuestro hogar, con nosotros, en vez de en el hospital. La llevariamos a casa. El capellan de la escuela a la que Lisa asistia se ha- bia enterado de su enfermedad y la visitaba todas las noches, Ilevandole la comunion. Le comentamos nuestra decision de interrumpir el tratamiento de co- balto. El estuvo de acuerdo. “Si ella esta muriendo, deberia pasar los ultimos dias de su vida lo mas feliz que sea posible.” “Lisa no tiene absolutamente ninguna posibilidad de recuperacién sin la terapia de radiacion”, objeto la doctora Higgins cuando le comunicamos nuestra de- cision. Los otros médicos opinaban igual. “Si se queda en el hospital, quiza podamos aprender algo que pueda ayudar a otra ninita dentro de cinco o diez afios.” “No me interesa que mi hija se convierta en un experimento médico”, les dije con total honestidad. “Solo quiero que se sane. ;Pueden ustedes prometér- melo?” “Lo siento, sefora Larios”, dijeron los médicos. La medicina no puede prometerle nada.” Al dia siguiente nos Mevamos a Lisa para que mu- riera en nuestro hogar. Pasamos el resto del verano tratando de hacerla fe- liz, Nos endeudamos mucho para Ilevarla de paseo por la costa, comprarle las cosas que querfa, como grabadoras y otros objetos materiales. Pero todo pare- cia tan patéticamente vacfo. No era bueno que estu- viéramos sentados a su alrededor cubriéndola de regalos, esperando su muerte. Caminando en tas sombras 69 Una tarde, a mediados de julio, alguien golped a la puerta de nuestro apartamento, La abri y vi a nuestro yecino, un joven soltero llamado Bill Truett, parado en el corredor. "Como esta Lisa?”, pregunto Bill. “No esta bien", contesté. “Ha empeorado desde que la sacamos del hospital.” Bill sonrié debilmente y me mir6 fijo a los ojos “Se pondrd bien”, dijo con voz confiada. Me encogi de hombros. “Espero que st.” “No, usted no me ha comprendido”, dijo seria- mente, “Ella se va a poner bien. ¢Alguna vez oy6 us- ted hablar de Kathryn Kuhlman?” “Bueno, la he visto un par de veces en la TV, pero nunca le presté mucha atencion “Este préximo domingo ella va a estar en el audi- torio Shrine de Los Angeles”, dijo Bill, “Quisiera Lle- var a Lisa a la reunion.” Dude por un momento. Realmente no conocta muy bien a Bill, y habia oido decir que las reuniones en el Shrine eran muy prolongadas. Pero él insistio tanto que finalmente accedi a ir junto con Lisa y él, solo para sacérmelo de encima. Despues de decirle que iriamos, cerré la puerta y me recosté contra la mesa de la cocina. Javier estaba traba- Jando en un dibujo junto a la ventana, mirando al pa- tio. Varios de sus dibujos estaban colgados en las paredes de nuestra casa. Yo sabia que él estaba interesa- do en desarrollar su talento, pero también sabia que la pintura era una forma de escape para él. Cuando esta- ba ocupado con sus dibujos no tenia tiempo para pen- sar en Lisa, Observe su rostro, como tallado en piedra, 66 Nada es imposible para Divs ‘Caminando en las sombras_ 67 concentrado en sus carbonillas. Senti que las unas se me clavaban en la mano al cerrar ¢l puno tratando de detener las lagrimas. Javier estaba perdido en su arte Bill sugeria cosas extranas. Pero yo era la madre de Li- sa, y tenia que enfrentar la realidad. No podta aferrar- me al arte para escapar, ni dejarme Ievar por las tonterfas que decia Bill sobre milagros. Yo tenia que en- frentar las cosas como eran, Lisa iba a morir. Bill yolvi6 a la maana siguiente y me recordé mi promesa de ir con ét y Lisa al auditorio. “Bill, no quie- To apagar tu entusiasmo”, dije, “pero los medicos me han dicho que Lisa no puede curarse, Nadie puede ha- cer nada.” “Entonces veamos qué puede hacer Dios”, dijo él sencillamente. Quise retroceder. Sentia que Bill me estaba pre- sionando. Ademis, detestaba tener que levantarme temprano un domingo por la mahana y conducir por toda la ciudad solo para esperar en fila durante horas, Bill se negaba a desalentarse. “Sé que ella sera sanada. Mi madre esta muy cerca de este ministerio. Conoce a muchas personas que [ueron sanadas.”Yo no tenia nada de fe. Solo agradecia que Lisa no supie- ra lo serio que era su estado. Aunque yo no lo sabia, Lisa sospechaba algo, Al me- nos sabia que su pierna no podia soportar su peso. Pocos dias antes habia visitado a una amiga en un apartamen- to cercano, al otro lado del pasilo, y trato de andar sin las muletas. Su cadera se doblé como una esponja mojada y cayé al piso. Aunque no sabia qué era, podia darse cuen- ta de que tenia algo muy mal en la cadera El sabado por la tarde Bill volvié a golpear a la puerta, “Recuerde, mafana es el dia. Lisa recibira un milagro.” “Muy bien, Bill”, dije, cerrando la puerta. Pero por dentro sabia que no habia forma de que sucediera, Ya no se producian milagros, al menos no para quienes eran como nosotros. Si habfa milagros. eran para los icos, los piadosos, los santos de la iglesia. Nosotros éramos solamente unos pobres mexicanos catslicos que ni siquiera ibamos muy seguido a misa. ;Como podtamos esperar un milagro? Al dia siguiente. 16 de julio, muy temprano por la manana, Bill ocd a la puerta. “Déjame terminar el ca- {é", grite. Por dentro, deseaba que se fuera sin nosotras. Bill y su novia Cindy nos estaban esperando con una silla de ruedas. Ayudaron a Lisa a bajar las escale- 1as, hwego rodearon la piscina, recorrieron la acera an- gosta y la metieron en el auto. Poco despues salimos de la carretera Harbor hacia el sur, hacia Los Angeles y el auditorio Shrine. Lisa estaba en la silla de ruedas, mientras yo espe- raba apoyada sobre una vieja frazada contra la pared del auditorio Shrine, pregunténdome cuando abririan las puertas. Todo esto parecia tan estupida: pasar toda la manana sentada en la acera, calcinindome bajo el Sol. esperando por nada. Finalmente abrieron las puertas. Bill empujo la si- lla de Lisa hacia la seccion reservada para sillas de ruedas y yo me senté junto a ella. El y Cindy fueron a sentarse en otra parte del auditorio. Yo estaba maravi- llada por la cantidad de gente y la calidez, la amistad y el amor que sentia en ese lugar. G8__ Nada es imposible para Dios Caminando en Tas sombras 69 La reunion comenzé con el coro cantando “El me toco", Kathryn Kuhiman, con un vestido blanco vapo- roso, aparecio en la plataforma. Lisa me tocé el brazo. Mama, si entrecierras los ojos al mirarla, veris un ha- lo a su alrededor.” Me encogt de hombros y no hice ningtin intento por descubrir el halo. Entonces la senorita Kuhlman predicé un breve sermon al que ni siquiera presté atencion. Yo sacudia Ja cabeza. Todo esto era muy lindo, pero, spor qué es- tabamos perdiendo el tiempo aqui? Entonces, sin aviso previo, comenzaron a suceder cosas. La seftorita Kuhlman sefialaba hacia el balcén, “Hay un hombre que esta siendo sanado de cancer aho- ra, Pongase de pie, sefior, y acepte su sanidad,” Me di vuelta y traté de mirar hacia arriba. Pero es~ taba muy lejos. Lo Gnico que podia ver eran rostros que se perdian hacia atrés en la oscuridad Pero al mismo tiempo parecia haber luz; no la cla- se de luz que puede verse, sino la que se siente, Esta- ba en todo el edificio. Luz y energia, como si hubiera pequenias llamitas de fuego que danzaran de una ca- beza a otra. Me sent electrizada. La senorita Kuhiman seguia senalando otros lugares en el auditorio donde se estaban produciendo sanidades. Luega senalé al area donde estaban las sillas de ruedas, justo donde nosouas esttbamos sentadas “Hay un cancer allt”, dijo suavemente. “Parate y acep- ta tu sanidad.” Miré a Lisa, pero ella no se movid. Por supues- to. Como sabria que tenfa céncer? Nosotros no se lo habiamos dicho. Si yo le decia que la seforita Kuhlman le hablaba a ella, y si se ponia en pie, su we ll cadera y su pierna podrian torcerse. {Qué deberia hacer? La sehorita Kuhlman sacudié la cabeza y se dirigio a otra seccion, senalando nuevas sanidades en otras partes del auditorio. Mi corazon se detuvo. ;Habia pa- sado ya el ttempo de Lisa? {Seria demasiado tarde? Entonces la sefiorita Kuhlman volvié a mirar ha- cia nuestra seccion, donde estabamos, senalando el lugar donde estabamos. “No puedo olvidarme de es- to”, dijo. “Alguien alli esta siendo sanado de cancer, Debes levantarte y aceptar tu sanidad.” “Mama,” dijo Lisa, “siento caliente el estémago.” No habiamos comido desde la mafiana temprano, y comencé a buscar alguna golosina en mi bolso. “No, no es ese tipo de calor”, dijo Lisa, rechazan- do la golosina. La senorita Kuhlman seguia senalando en direc- cin a nosotras. Miré a mi alrededor. No habia nadie mas de pie en nuestra area. Yo sabia que Lisa debia ser quien estaba siendo sanada, pero te- nia miedo. ;Qué sucederia si no era para ella? Qué su- cederia si se ponia de pie y cata? O, lo peor... qué sucederia si era Lisa... y no se ponia en pie? Cuando pensaba que motiria de incertidumbre, de duda, Lisa se incliné y me susurrd: “Mama, creo que voy a subir a la plataforma, Creo que estoy siendo sanada.” “Haz lo que quieras”, le dije, sintiéndome aliviada de que ella bubiera decidido por mi. Pero temfa por ella cuando intentara caminar sin las muletas. Uno de los consejeros sintié que algo le estaba suce- diendo a Lisa y se acerco a nosotras. “Creo que me sien to mejor”. le dijo Lisa. “Quiero subir a la plataforma.” 70 Nadas imposible para Dios El la ayudo a salir de la silla de ruedas. Contuve la respiracién mientras ella se paraba. En un momento pensé que se desplomaria, pero repentinamente com- prendi algo. Ese mismo fuego que yo habia sentido que danzaba de una a otra cabeza, estaba ahora des- cansando en Lisa, Casi podia ver una nueva fortaleza fluyendo en su cuerpo. El consejero la ayudo a que se apoyara en él, y co- menzaron a bajar por el pasillo. Lentamente al princi- pio, luego con mas seguridad, egaron junto a la plataforma donde una mujer intercambio unas pala- bras con ellos. Bill Truett se unio a ellos alli, y luego de una breve conversacion, stbieron a Lisa a la plata forma. La senorita Kuhlman escucho mientras la mujer le daba algunos detalles. Luego se aproximo a Lisa. Lisa retrocedié un paso. y luego cayé al suelo. Contuve la respiracién, pensando que su pierna habia cedido. Pe- ro Lisa se puso de pie nuevamente, “Dedico esta nifia al Sefior Jesucristo”, dijo la se- forita Kuhlman, mientras Lisa permanecia de pie frente a ella, con el rostro banado en kigrimas. “Aho- ra, veamos como caminas.” Lisa comenz6 a correr de un lado a otto del escenario, y todos empezaron a aplaudir, alabando a Dios. Entonces, como si los an- geles camaran, el coro comenz6 # elton suavemen- te “Aleluya, aleluya” “Quiero que esta sanidad sea verificada”, dijo ka se- norita Kuhlman. “Quiero que vuelvas a ver a tu médi- co y le pidas que te haga un examen completo. Luego vuelve a la proxima reunion y testifica de lo que Dios ha hecho por .” Caminando en las sombras_ 7] Mire de reojo a Bill. Estaba exultante, como si fue- ra su propia hermana la que hubiera sido sanada. Lue- go, yo aprenderia que en la familia de Dios somos verdaderamente hermanos y hermanas, Pero en ese momento solo podia pensar en Lisa. Ella seguia co- triendo de un lado a otro de Ja plataforma, atin ren- gueando un poco, pero pisando fuerte. Me mordt el labio. Sabia que su cadera era como manteca y cede- nia ante la mas minima presion... pero no sucedis jPodria ser? {Habia sido sanada? Tenia miedo de creer. Habta sufrido una vez, y tan- to, cuando el doctor nos habia dicho que no habia es- peranza. Creer ahora, solo para descubrir después que era una falsa esperanza, seria mas de lo que podria re- sistir, Era mas seguro no creer nada Javier salfa para su trabajo cuando yolvimos a ca- sa. Le dijimos lo que habia ocurrido, “Entonces co- menzaremos a tener esperanzas”, dijo. “Eso es algo que no tuvimos antes. Hemos tenido tanto amor por nuestra nitita, Ahora tenemos esperanzas. Tarde o temprano, quiza Dios nos dard la fe para aceptar esto maravilloso que esta haciendo.” Fueron las sabias pa- labras de mi maravilloso esposo. Bill y Cindy entraron con nosotras al apartamento. “Quitele las muletas", dijo Bill, cuando yo trataba de darselas otra vez a Lisa. “:Es que no comprende? Ella fue sanada.” Durante el resto de la noche Lisa anduvo cojeando por el apartamento. Yo observaba cada uno de sus pa- sos, temiendo que pudiera caer. Pero no cayo. En rea- lidad, parecia que se estaba poniendo cada vez mas fuerte ante mis propios ojos 72__Nadia es imposiile para Dios Caminando cn tas sombras_ 73. Al dia siguiente lo primero que Javier pregunto fuc: “:Dénde esta Lisa? ;Como esta?” Yo me habia levantado mas temprano, asi que lle- vyé a Javier hacia la ventana. “Mira”, le dije, sefialando hacia el patio. Alli estaba Lisa, andando en su bicicle- la alrededor de la piscina, jugando con los demas ni- fos del edificio. Cuando Javier se aparto de la ventana, su rostro es- taba surcado por las lagrimas. Creyera yo o no, era lo mismo, El si creia. A la semana siguiente Hlevé a Lisa al Hospital de Ni- fos. Luego de una serie de andlisis de sangre y varias ra- diografias de la cadera y el pecho, el radidlogo dijo: “La llamaremos por teléfono cuando tengamos algo” Los ojos de Javier danzaban cuando me abrio la puerta del apartamento. “Bien, qué dijeron?” Le expliqué la situacion y le dije que tendriamos que esperar. El insistié en que lamara a la doctora Higgins. “Estaba a punto de lamarla”, me dijo la doctora cuando finalmente logré comunicarme con ella, “Pero he estado en consulta con otras siete médicos sobre el caso de Lisa. No sé qué decirle.” Trague saliva. “;Quiere decir que algo anda mal?” {Podria ser que esto fuera solo un cruel truco, que mis esperanzas hubieran surgido solo para ser hechas pe- dazos ahora? “No sé cémo pudo haber sucedido”, continuo la doctora, como si no me hubiera ofdo. “Todos vemos lo mismo en las radiografias. El mor se ha reducido muchisimo en vez de extenderse. Hay evidencias de curacion.” Por supuesto, ella no sabia nada sobre la reunion de Kathryn Kuhlman, pero habia dicho “evidencias de curacién”. ;Cudnto mas seria necesario para que yo me convenciera de que Dios habia tocado la vida de Lisa? “Doctora, gtiene usted un minuto?” le dije. “Quie- ro contarle algo. Sé que le resultara extrafio, pero Ile- vamos a Lisa a una reunion de Kathryn Kuhlman. Desde entonces ella camina sin muletas, corre, anda en bicicleta, nada y se comporta normalmente. Cree- mos que Dios la ha sanado.” Hubo un largo silencio del otro lado de la linea. “Quiero comprender bien esto”, dijo finalmente la doctora. “Usted no le ha estado dando ninguna medi- cacion, gverdad?” “Ninguna”, conteste, “Usted se nego a que hiciera el tratamiento con co- balto y quimioterapia, jverdad?” “S1", respond. Nuevamente hubo un largo silencio. “Bueno, pue- de ser que su cuerpo esté armando un cierto tipo de resistencia y echando fuera esto, lo cual no parece na~ tural. O podria ser su Kathryn Kuhlman, Sea lo que fuere, el tumor esta desapareciendo. Y hasta donde yo sé, es el primer caso en la historia de la medicina en que esto sucede. Yo estaba llorando. Recordaba haber leido, hacia ya tiempo, la historia de Tomas, en la Biblia. El creyo que Jests habia sido levantado de los muertas cuando finalmente vio las marcas de los clavos en sus manos. Como me parecia a él... Pero aun asi, Dios habia per- mitido que yo viera este milagro en mi hija. 74 _ Nadu es impasibie para Dios “Le diré algo mas”, dijo la doctora Higgins suave- mente. “Todos se alegraran mucho en hospital por lo que Te ha sucedido a Lisa, porque este es un caso en el que habiamos perdido toda esperanza.” Lisa ingresé nuevamente a la escuela en el otoho, sin muletas. Un mes después la Ilevé al médico. El tu mor continuaba reduciéndose. Se estaba retirando. Li- sa estaba casi normal. *,Como se explica esto?”, preguntaba yo. “No tenemos explicacion”, dijo el médico. “Nunca ha habido un caso de curacién como este antes. Si le hubiéramos dado tratamiento con cobalto, y el tumor hubiera retrocedido, lo hubiéramos considerado un milagro de la medicina, Pero sin tratamiento alguno... bien, gqué podemos decir?” Nuestro sacerdote, sin embargo, podia decir algo: “Dios tiene muchas formas de hacer las cosas. Segura- mente esto viene de Fl.” Ahora que Lisa esta completamente sana, muchos de nuestros amigos preguntan: “;Por qué sucedié to- do esto?” Creo que Dios permitio esta enfermedad en nues- tras vidas para acercarnos mas entre nosotros y acer- carnos mas a El. En la Biblia encontré un relato que explica todo, Cierto dia Jestis estaba caminando por um calle y vio a. un hombre que era ciego de nacimien to. Sus seguidores le preguntaron: “Maestro, gpor qué es ciego este hombre? ;Es porque él peco, o porque pecaron sus padres?” El Maestro respondio: “No, ninguna de las dos cosas. El es ciego para que Dios pueda ser glorificado por me- dio de su sanidad.” Entonces lo tocd, y el ciego pudo ver. Caminando en Tas sombras 79 Creo que Lisa llegs @ estar tan enferma para que Dios pudiera glorificarse en su sanidad. Darle la gloria a Dios no es algo que se aprenda a través de los libros. Tiene que ser aptendido al cami- nar con £1 por el valle de sombras. Si uno vive en la cima de la montana todo el tiempo, se vuelve duro e insensible, sin reaccionar ante las cosas mas delicadas de la vida. Solo en la sombra det valle crecen estos tiernos pastos. He estado muchas veces observando a Javier cuan- do dibuja. Le encanta usar carbonillas y mezclar som- bras, “El briilo del sol resalta los detalles”, dice, “pero las sombras son las que hacen resaltar el caracter.” Solo cuando caminamos en sombras aprendimos a alabar a Dios por las pequefias cosas. Fue enton- ces que aprendimos que Lisa no era realmente nues- tra, sino de Dios. En los momentos mas escuros, la devolvimos al Padre Celestial. Alli, en el valle, des- cubrimos el secreto del renunciamiento. Pero cuan- do se la dimos, El tuvo la misericordia de devolvernosla... sanada. Lisa ya no teme a las sombras. Como nosotros, ha comprendido que aun en el valle, Dios esta con nosotros, Su vara y su cayado nos confartan, ha- ciendo que nuestra copa rebose de su bondad y su misericordia. CAPITU El dia que la misericordia de Dios se hizo cargo Richard Owellen, Ph.D., M.D. El doctor Richard Owellen es un viejo amigo. Lo conoct cuando cantaba en nuestro coro en Pittsburgh, mientras tra- bajaba para lograr su doctorado en qui- mica orgdnica en Carnegie. Luego de dos anos de estudios post-doctorado en la Universidad de Stanford, paso a la Uni- versidad Johns Hopkins en Baltimore, donde completo su doctorado en medici- na en tres aos, Despues de un ane como interno y dos de residencia en medicina interna, fue contratado por esta universi- dad como profesor ayudante de medici- na, por lo cual debid repartir su tiempo entre la investigacton del cancer, la aten- cion de sus pacientes y la ensefanza. LO 4 78 Nada es imposible para Dios Mientras trabajaba para lograr el doctorado en quimica en Carnegie, comenceé a asistir a las reunio- nes de Kathryn Kuhlman, que se realizaban todos los viernes en el viejo auditorio Carnegie, al norte de Pitisburgh. Alli, por primera vez en mi vida, sen- tel poder de Dios obrando mientras la gente se reu- nia para adorar, Poco después me ofteci como voluntario para cantar en el coro, y alli conoci a Ro- se, que habia crecido literalmente dentro del minis- terio de la sefiorita Kuhlman. Rose y yo comenzamos a salir, nos enamaramos, ¥ en abril de 1959 la senorita Kuhlman celebré nuestro matrimonio. Un ano despues nacio la pequena Joann. Rose tu- vo un embarazo y un parto normal, pero cuando Ile- vamios la nifa a casa, notamos una gran magulladura en una de las nalgas. Le pregunté al doctor qué era eso, pero nos asegiiré que no habia nada que indicara que algo anduviera mal Pero tanto mis padres como la hermana de Rose notaron algo extraio en el comportamiento de la be- ba. Era extremadamente nerviosa; demasiado, decia mi madre. Lloraba y gemia constantemente y no que- ria alimentarse. rechazaba la mamadera, vomitaba ¥ gritaba si la moviamos mientras se la alimentaba. Ade- mas, notamos que una pierna estaba siempre dablada hacia el cuerpo, con la rodilla y el piecito girados ha- cia afuera, algunas veces en un angulo de hasta noventa grados. Era imposible hacerle estirar las dos piernecitas al mismo tiempo para ponerlas derechas. Cuando la llevamos nuevamente al médico de la fa- milia, reviso sus piernas y caderas, “Si, verdaderamente a Fl dia que la misericordis de Dios se hizo cargo 79 hay algo que anda mal en la pierna derecha”, dijo. “No estoy seguro de que es en este momento, pero espere- mos un tiempo. Algunas veces estas cosas se arreglan solas.” Fsperamos varios meses, pero nada se arreglo. En cambio, se puso peor. Joann continuaba siendo muy nerviosa, y muchas veces Ioraba cuando la to- cabamos. Cuando tomaba su mamadera. frecuente- mente paraba para llorar. Estos sintomas nos comunicaban que sufria fuertes dolores. Pero, qué era? ¢Y donde? Después de los tres meses Joann ya deberia haber sido capaz de levantar su cabecita del colchén, pero no lo hacia, Cada vez més preocupados, Ia Hevamnos nuevamente al médico. Esta vez, luego de examinarla, el doctor me hizo se- has de que me acercara a él. La pequefa Joann estaba de espaldas sobre la camilla. El doctor tomo su piecito derecho en una mano y puso la otra bajo su rodilla. Luego comenzé a doblar lentamente el piecito hacia adentro. La nitia grito de dolor. “La pierna no gira en lo mas minimo”, dijo el doctor. “Ahora mire esto.” Suave- mente comenzé a rotar la piernecita hacia afuera. Que- dé boquiabierto y luego contuve la respiracion mientras la piernita de mi hija giraba en su mano, no slo de arriba abajo, sino en lo que fue casi una rota- cidn completa de 360 grados. Solo cuando habia termi- nado la rotaci6n la beba comenz6 a gemir de dolor. El doctor coloco cuidadosamente la piernecita en su posicién original. Después me senalo los pliegues en la piel a lo largo de su muslo. “Esta es una de las cosas que observa un médico”, me dijo. “Fijese que hay dos 80 Nada es imposible para Dios El dia que la misericordia de Dias se hizo cargo 81 pliegues de este lado, pero solo uno en Ia otra pierna, Una criatura normal tendria los mismos pliegues en am- bas piernas. Una diferencia como esta sefala algun tipo de alternacion interna, es decir, que hay algdn defecto en la estructura de la cadera, la columna o la pierna. En este caso, estoy seguro de que se trata de la cadera.” Rose tomo a la nitia y la apreté contra sf. “;Qué es- té tratando de decimos, doctor?”, pregunt6, con los ojos lenos de lagrimas. El doctor puso su mano sobre el hombro de Rose. “No puedo decizlo con total seguridad”, contesto, “por eso quisiera que la examine un cirujano ortopé- dico. Fl podra darnos un diagnostico definitive, Pare- ce una cadera dislocada.” Rose se senté en la silla que estaba junto a la camilla, sosteniendo aun a la beba junto a su pecho. El médico si guid hablando, y en forma muy suave y amable, nos di- jo qué era lo que podiamos esperar. Joann posiblemente necesitara aparatos ortopédicos, quiza, incluso, un corsé E] tratamiento llevaria un largo tiempo, y aun asi, no ha- bia un ciento por ciento de probabilidades de que se cu- rara totalmente. Existia la posibilidad concreta de que fuera una lisiada durante toda su vida, y carninara siem- pre con impedimentos. Podria tener una pierna mas cor- ta que la otra, u otra clase de anormalidad “No deben esperar”, dijo el médico. “Llévenla a un cirujano ortopédico.” Hicimos una cita con el cirujano para el lunes si- guiente, y Hevamos a Joan a casa. Esa noche, en casa, Rose y yo nos sentamos a hablar. Ambos estabamos destrozados, y no solo por la idea de tener una nifia lisiada. Todo parecia muy injusto. “No comprendo”, le dije a Rose. Los dos estdba- mos molestos, sentados en nuestro pequeno living “Aqui estamos, tratando de servir al Seftor, y él deja que esto nos suceda." Rose estaba callada; su bello rostro estaba tenso, los labios le temblaban un poco. Yo queria pararme, cruzar el cuiarto, tomarla en mis brazos y consolarla, Pero estaba demasiado molesto en mi interior. No te- nia nada para dar, “Hemos estado diciendoles a otras personas que creemos en Ia sanidad,” exploté, “y ahora tenemos una hija deforme.” “Si Dios permitio que tuviéramos una hija defor- me,” dijo finalmente Rose, “seguramente espera que nos acupemos de ella y la cuidemos.” “No discuto eso”, dije amargamente, “Amo a esta nif y haré todo lo posible para que sea sanada. Si no se sana, la criaremos y la amaremos toda la vida. Es que no parece justo. El mundo esta Ileno de gente que no ama a Dios, que ni siquiera lo conoce. Muchas de estas personas odian a Dios, pero tienen hijos norma- les. ¢Por qué tenemos nosotros que tener una hija de- forme?” Era una pregunta injusta. Yo sabia que Rose no te- nia la respuesta, asi como yo no la tenia. También sabia que la gente que cuestiona a Dios esta mostrando su falta de fe, Estaba dindome cuenta de que no tenia nin- guna fe, al menos no la clase de fe que creia que era ne- cesaria para que nuestra hija se curara, A la manana siguiente, mientras me vestia para ir a dictar clase, Rose se senté al costado de la cama. Habia estado despierta la mayor parte de la noche, cuidando a 82 Nada es imposible para Dios la beba, y sti rostro mostraba las huellas de la falta de sueno. “Dick”, dijo, dubitativa, “hemos visto al Espiritu Santo hacer tantas cosas maravillosas en los cultos de la senorita Kublman, ;No crees que tendriamos que evar a Joann y tener fe en que Dios la samara?” Rose se habia retirado del coro de la sefiorita Kuhl- man justo antes de que la beba naciera, y aunque ha- biamos vuelto a ir a algunas de las reuniones. tanto en Pittsburgh como en Youngstown, Ohio, la vergtienza habia hecho que no le contaramos a nadie sobre el es- tado de la nifia. Solo mis padres y la hermana de Ro- se lo sabian Con la pregunta de Rose dandome vueltas en la ca- beza, me detuve frente al espejo durante largo tempo, jugando con el nudo de mi corbata. {Fe? Acababa de darme cuenta de que no tenia ninguna fe, al menos no la que se requeria para que Joann fuera sanada, Pe- ro recordaba algo que habia escuchado decir a la se- forita Kuhlman una y otra vez: “Haz todo lo que puedas, Entonces, cuando hayas Ilegado al fin de tus recursos, deja que Dios se haga cargo” Habiamos ido al médico. Los tnicos recursos posi- bles eran los aparatos ortopédicos y una posible ciru- gia, sin garantia de que la nitia se sanara. Rose tenia razon. Ahora era el momento de confiar por comple- to en Dios. E] viernes por Ja mafiana salimos del apartament pa- ra llevar a la nina al culto de milagros en el auditorio Carnegie, Sentados en el auto, inclinamos nuestras eabe- zas para orar. “Seftor Jesus, tu has escrito en tu Palabra que tenemos el privilegio de venir ante ti y pedirte que, en tu misericordia, toques el cuerpo de nuestra hijita | | | | | L | | | \ i Ll dia gue la misericordia de Dios se ise cane 8B Pero no lo demandamos de ti, Senor. Ni siquiera lo re- clamamos, porque aunque ya nos ha sido dado. sabemos que aun depende de tu misericordia. Simplemente te pe- dimos, Sefor Jesus, que sanes a nuestra pequena hija.” Fue una oracién muy sencilla, no de la clase que yo me habia imagmado muchas veces que diria. En mi imaginacién yo irrumpia ante el ono de gracia y le ti- raba a Dios sus promesas a la cara, demandandole que las cumpliera. Peto ahora, cara a cara con un problema que era mas grande que nosotros, mayor que la ciencia médica, Rose y ¥o comprendiamos que lo tnico en que podiamos descansar era en la misericordia de Dios. El culto fue similar a los cientos de reuniones a las que ya habiamos asistido antes, solo que esta vez no estabamos simplemente como espectadores. Venia- mos a esperar un milagro Parecia que era uno de esos dias en que la peque- ha Joann estaba especialmente incomoda. Varias veces gimio y grito de dolor, No queriamos que molestara en el culto, por lo que nos quedamos en la parte de atrds del auditorio, mientras Rose la tenia en brazos. Cuando Joann lloraba, Rose la Hevaba al hall, y volvia cuando la nina se calmaba. Le habiamos dado nues- ros asientos a otras personas y estilamas apoyados contra la pared del fondo del gran auditorio mientras se desarrollaba el culto de milagros. Joann estaba envuelta en una manta, y de a ratos Rose levantaba un poco el borde y miraba. Crefa que cuando Dios comenzara a obrar, ella veria algo Casi al final del culto, algo sucedié. Desde que Joann nacid, los deditos de su pie derecho habian esta- do doblados firmemente hacia abajo. Ahora, mientras 84 Nada es imposible para Dios estabamos apayados contra la pared, esos pequeftos de- ditos rosados comenzaron a relajarse, hasta parecerse a los de cualquier nitia sana de cuatro meses de vida Rose me coded. Su rostro estaba radiante. “Dios ha comenzado a obrar”, dijo. “Su presencia esta sobre la nina, Voy a la plataforma.” Estaba decidida, y vi que serfa inutil tratar de detenerla. Comenzamos a avanzar por el pasillo. Yo esperaba que en cualquier momento algiin ujier nos detuviera, ya que tenian estrictas ordenes de evitar que cualquer persona bajara, a menos que algtin consejero hubiera hablado con ella antes. Pero no habia ningun ujier cerca. Seguimos bajando por el pasillo. Mientras ca- minabamos, la sefiorita Kuhlman bajo de la platafor- ma y se aproxims a nosotros. Nos encontramos en el centro del auditorio. “Rose”, dijo, mirando sorprendida a mi esposa. *sLe pasa algo malo a la nina?” Rose trato de hablar, se atraganto, y trato nueva mente, “S-s-si, seforita Kuhlman. Tiene una cadera dislocada desde que nacié.” La senorita Kuhlman sacudié la cabeza, asombra- da. “;Por qué no me dijiste...2” Se interrumpia y vol- viendose al auditorio atestado de gente, dijo: “Quiero que todos se pongan de pie y comiencen a orar. Dios va a sanar a esta preciosa criatura.” Rose le quité la manta a Joann y la extendié hacia la seforita Kuhlman. En todo el lugar la gente estaba de pie, con los ojos cerrados, orando. Yo tambié oraba, pe- ro tenia los ojos abiertos. Queria ver lo que sucedia. Observe cuidadosamente. La senorita Kuhlman extendio sus dedos sensibles y toco los deditos de EI dia que la misericordia de Dios se hize cargo 85 Joann muy suavemente. No tird. Ni siquiera cerro los dedas. Solo la tocé ligeramente y comenz6 a orar. “Maravilloso Jesus, toca a esta preciosa bea...” iLo vit {Lo vi con mis propios ojos! Esa piernita, torcida en forma tan grotesea hacia la derecha, co- menzé a enderezarse. Giro lentamente hasta que los deditos quedaron apuntando hacia arriba, como los del otro pie. Todo parecia perfectamente natural. Pe- ro yo sabia que lo que estaba viendo era imposible. Alguna fuerza exterior estaba moviendo esa pierna. Pero la senorita Kuhlman no lo habia hecho. Rose, con los ojos cerrados y el rostro clevado hacia el cie- lo, no lo habia hecho. Y por supuesto, la pequenia Joann no lo habia hecho. ;Quién podia haberlo he- cho, entonces, sino Dios! Mantuve los ojos fijos en la piernita que descansa- ba en posicién natural, y supe que la sanidad era to- tal. “Gracias, Sefior”, repeti una y otta vez en silencio “Gracias.” La senorita Kuhlman dejo de orar, y todos se sen- taron. Rose envolvid a la nina en la manta, y comen- zamos a volver a la parte de atris del auditorio “ {Lo viste?”, le susurré cuando Hegamos atras. “;Ver qué?*, pregunto Rose. “Estaba orando. qT no?” “Yo también estaba orando, pero con los ojos abiertos. ;No lo sentiste?” *;Sentir qué?” Rose me miraba intrigada “La pierna de Joann, su pie. Vi como se movia su pierna. Se enderezo. ;Vi cuando fue sanada!” Estaba tan entusiasmado que apenas podia controlarme para no gritar: 86 ada ¢s imposible para Dies Rose abrio mucho los ojos, y el gozo se reflejo en su rostro, “jJestis!”, susurr6. “Oh, Jestis, gracias.” Empujamos la puerta vaivén y casi corrimos al hall. Ally quitamos la manta y observamos las piernecitas de Joann, Estaban perlectas. La pieritita derecha ya no es- taba doblada hacia adentro como antes. El piecito dere- cho ya no estaba doblado hacia afuera. Ambas piernas estaban derechas. y los pies estaban bien colocados. “Vamos a casa”, dije. “Quiero pasar el resto del dia alabando a Dios.” No solo pasamos el resto del dia alabando al Senor. sino también la mayor parte de la noche, Después de la cena, que ls beba tamé sin problemas, la acostamos bo- ca abajo en la cuna. Nos quedamos tomados de la ma- no junto a lacuna y la observamos. Por primera vez en su vida Joann levanto la cabeza del colchén y miré a su alrededor. Nos quedamos despiertos hasta las tres de la madrugada, observandola. Se dornvia, luego desperta- ba, hacia gorgoritos, gorjeaba y volvia a dormirse. Fra como si estuviera compensando el tiempo perdido en que su vida no habia estado Nena de gozo. A la manana siguiente aim podiamos ver la perfecta sanidad obrada en sus piemnas. Yo podia manipularlas sin problemas. La tinica ocasion en que Hor fue cuan- do quise torcérsela hacia aluera, como habia podido ha- cer el dia anterior. Nuestra Joann era perfectamente normal, La tnica diferencia entre sus piernitas era que una tenia un pliegue en la piel, y la otra dos... un recor- datorio de que habia tenido algo mal en su estructura Al lunes siguiente fuimos a la cita con el cirujano ortopédico. £1 miré a la nina y leyé lo que habia ano- tado nuestro médico de familia. ;Para qué los envio su Ci dia que la misericardia de Dios se hizo cargo 87 meédico aqui?”, pregunto mientras tiraba de las pier- nas de Joann. “El ereia que la cadera derecha estaba dislocada”, dije. El medico la examiné cuidadosamente una vez més, y sacudio Ia cabeza, *No lo entiendo. Esta nitia no tiene nada mal. Su pierna izquierda se tuerce un poco, pero eso no es anormal, Ustedes no me necesi- tan. Para mi, esta nina esta perfectamente bien.” Nosotros estabamos encantado de escuchar la con- firmaci6n de su sanidad en boca de un médico. Y ahora Joann comia normalmente; ya no paraba para lorar El viernes, justo una semana después de que Joann fuera sanada, volvimos a ver al médico de la familia Nos pregunté qué habia sucedido y por que habiamos vuelto tan pronto. Le contamos toda la historia, sin omitir detalle. Durante todo el relato et doctor ni siquiera parpa- deo, sino que siguid examinando a Joann y tomando notas. Le dijimos lo que habia dicho el otro medico El trataba de hacerle girar la pierna, para adelante y atras, para un lado y para el otro, el mismo examen que le habia hecho la semana anterior. Con una seiia le indicé a Rose que su examen ha- bia coneluido y que podia vestir a Joann, Luego se sent y se ccho hacia atrés. “Bueno, los ninos cam- bian”, dijo. ¥ luego agrego: "Pero no tan rapido. Esto tuvo que ser de Dios, Nosotros estahamos extasiados de gozo, La sanidad era completa, y hasta el medico le daba la gloria a Dios. Ahora, aos mas tarde, formo parte del staff de uno de los centros médicas mas importantes del mundo. ¥ 88 Nada es imposible para Dies E] dia que la misericordia de Dios se hizo cargo 89 como tal, no veo ningun conflicto entre la medicina y la curacion espititual. El médico no sana. Puede pres- cribir un medicamento, pero ese medicamento no cam- bia los Grganos; solo mejor la forma en que estos funcionan. Toda sanidad viene de Dios. Los cirujanos pueden cortar los tejidos o las células enfermas, lo cual algunas veces permite que el organismo se cure mas r4- pidamente, Pero ningun cirujano puede entrar al cuer- po y sanar. El solo cose el cuerpo despues de terminar su trabajo. Es Dias el que sana. Dios nos ha provisto de una gran cantidad de maravillosos medicamentos, técnicas quirtirgicas, ortopédicas, 1a capacidad de cuidar a los enfer- mos... y el cristiano tiene el beneficio adicional de poder mirar més alla de lo que puede hacer el mé- dico, y ver lo que Dios puede hacer. Algunos de mis colegas médicos sinceramente creen que esto no es asi, Otros, igualmente sinceros, van ms alld y niegan la existencia de Dios. Pero cuan- do enfrentan el hecho de que algunos de sus pacien- tes “incurables” son sanados cuando se yuelven a Dios, se quedan desconcertados. Para algunos puede parecer extrano que un hombre de ciencia, dedicado a ser intelectualmente honesto, pueda ignorar esta manera de curar, Pero las cosas del espititu uu sun come las de ta mente natural. En realidad, la mente natural es enemiga de la espiritual. Cualquier persona, aun un cientili- co muy capacitado, que no quiere enfrentar el he- cho de que esta en rebeldia contra Dios y necesita a Jesucristo, hard cualquier cosa por anular el mensa- je de salvacién de Dios. Lo mismo sucede con el re- | | | | | | | | conocimiento del poder de Dios para sanar, Sin em- bargo, aquellos que sinceramente desean legar al conocimiento de toda la verdad, finalmente llega- ran a Jesucristo, “en quien”, dice Pablo, “estdn es- condidos todos los tesoros de la sabiduria y del conocimiento” (Colosenses 2:3). No fue sino en los uiltimos aos, después de unir- me al cuerpo de profesores de la Universidad Johns Hopkins como ayudante de catedra en medicina, que comencé a apreciar plenamente la magnitud de la gra- cia de Dios al sanar a la pequenia Joann, No fue mi fe, ni la de Rose, la que hizo que esto sucediera. Ningu- no de nosotros tenia la clase de fe necesaria para “re- clamar” la sanidad. Fue la misericordia de Dios; su favor inmerecido. Cuando fuimos a esa reunion teniamos razones para esperar un milagro. Habiamos visto a muchos otros que fueron sanados ¥, por supuesio, sabiamos que Dios ama a los nifos. Pero aun asi, no teniamos Ia fe que crefamos que era necesaria para que un mi- lagro asi se produjera. Pero sentimos que tenfamos que darle a Dios la oportunidad de tocar a nuestra hi- ja dejéndosela a El. Y cuando se la dejamos, Ja alean- 26, la toms y Ia sané. Por medio de este milagro aprendi la diferencia entre la fe en Dios, que la mayoria de nosotros tene~ mos, y la fe de Dios (la misma clase de fe que Dios tiene), que es un don del Espiritu Santo. La fe en Dios nos permite creer que Dios hard algo maravi- Hoso. Pero a menos que tengamos fa fe de Dios, de- bemos hacer todo lo humanamente posible primero, creyendo que quiza Dios quiera obrar por medio de 90 Nada es impasible para Dios la ciencia médica diosas manos. Muchas personas tratan de obligar a Dios a que ha- ga algo, viniendo a su presencia y casi demandando que actue, Algunas veces Dios honra tales demandas, ho porque tenga que hacerlo, sino porque lo conmo- vemos, Pero yo me siento mucho mas seguro depen- diendo de su gracia y su misericordia para satisfacer todas mis necesidades. Muchas veces me preguaté si muchas de las sani- dades que habia visto no serian psicosomaticas. A par- tir de un estudio basico de la naturaleza humana, sabia que algunas probablemente lo [ueran. Pero una beba de cuatro meses de vida no sabe lo suficiente co- mo para tener una sanidad psicosomiitica. Lo que vi- mos ese dia en el pasillo del auditorio Carnegie no fue tun proceso mental: fue puramente fisico. Y fue instan- taneo. Na hay trminos médicos que puedan descri- birlo, a excepcion de la palabra “milagro”. Constantemente me preguntan: “{Por qué tiene esta imperfeccion? ;Esta deformidad? ;Por qué Dios permite la enfermedad en las personas, especialmente en los cristianos? ;Por qué wuvo Joann esa imperfec- cion?” Son preguntas inquictantes, sobre todo para un médico, Realmente, no tengo Ja respuesta, Pero, en lo que a Joann conciere, estoy absolutamente conven cido ahora, aunque no lo estuviera entonces, de que Dios permitio que sufriera esta deformidad en parti- cular para que su sanidad fuera un testimonio de EL Sentimas que si Dios podia confiarnos una nifta lisia- da, tenia algo mas grande que queria confiarnos: el testimonio de su poder para sanar. y dejar el resto en sus misericor- CAPITULO Cuando el cielo baja a la Tierra Gilbert Strackbein Gilbert y Arlene Strackbein viven en. una comoda casa ubicada entre los pinos de Little Rock, Arkansas. Gilbert es un exi- toso vendedor de una empresa de articulos para oficinas. Tienen tres hijas hermosas y participan activamente del movimiento del Espiritu Santo que este barriendo la na- Gidn. Pero no siempre fue asi. Esta es la historia de Gil, Cierta vez, cuando yo solicitaba un puesto co- mo vendedor, el psicdlogo de la compaitia me pre- guntd: {Por qué quiere usted este puesto de vendedor?” “Bueno,” contesté, “vender es lo que sé hacer, lo que siempre hice.” 92 Nada es imposible para Dios Cuando el cicia baja ala Tierra 9B “Eso es dificil de creer, setior Strackbein”, dijo el psicologo, frunciendo el cefto, “Normalmente, a un vendedor tiene que gustarle la gente; pero segiin su test psicologico, usted ni siquiera se gusta a si mismo.” El tenfa raz6n, por supuesto. Realmente no me in- teresaba si me gustaba o no la gente . Como vendedor, solo estaba interesado en dos cosas: conseguir un pe- dido y salir de abi enseguida. Siempre me habia apartado de la gente, Mis padres eran alemanes, luteranos, muy estrictos, en el sur de Texas. Aprendi a hablar inglés solo cuando entré a la escuela, Orgulloso de mi herencia, encontraba una gran satisfaccién en creer que mi mente alemana po- dia aventajar a cualquiera en todo lo que fuera meca- nica, electronica o légica. Con el corter de los afios Hegué a creer que podria hacer cualquier cosa con tan solo proponérmelo. Aunque me ganaba la vida como vendedbor, pasaba mi tiempo libre en el taller, hacien- do cosas como armar computadoras. Arlene tenia diecinueve aftlos cuando nos casa- mos. Después de que nas mudamos a Nueva Or- leans, ella comenz6 a sufrir ataques de desmayos y perdio gran parte de su energia. Pero yo simple- mente me negueé a creer que estuviera enferma. La enfermedad, para mi, era seal de debilidad. Cuando nuestra pequena hija, Denise, tenia es anos, decidi que Arlene necesitaba tener otro hijo. Esto le ha- ria sacar la cabeza de lo que ella Namaba sus problemas. pensaba yo, y le daria algo constructive en qué pensar Pero el embarazo de Arlene no fue tan sencillo. Des- de el comienzo surgieron complicaciones que requirie- ron mucha atencién médica. Sus riftones presentaban problemas que la amenazaban a ella y también al bebé. Sufria horribles espasmos en las piernas, y para evitar el riesgo de un aborto espontaneo, el medico hizo que guardara cama... durante siete meses. Iitado por esta muestra de debilidad de su parte, me aparté aim mas, tratando de tener el menor contacto posible con ella. Aunque Arlene estaba en la primera etapa de una terri- ble enfermedad. yo no tenia ni la menor idea de que mi enfermedad espiritual era atin peor. Arlene habia asistido a una Iglesia Metodista en Nueva Orleans, Las sefioras de su iglesia, sabiendo que ella tenia que enfrentar su problema sola, comen- zaron a pasar por casa para preparar el almuerzo, ya que el médico le habia prohibido a mi esposa que se levantara, a menos que fuera para ir al bano. Si al- guien la visitaba cuando yo estaba en casa, yo abria la puerta y desaparecia por la parte de auras, Aunque de- estaba que Arlene estuviera en cama, mucho mas me molestaba que la gente de afuera interfiriera en nues- tras vidas tratando de ayudar. E] problematico embarazo fue solo el comienzo. Durante los aos siguientes su condicién empeoré: dcbilidad, espasmos musculares, infecciones en los ri- Hones, marcos, vision borrosa, Mejoraba y luego em- peoraba. Algunas veces tenia épocas en que sufria de mala coordinacion muscular, después de lo cual que- daba atin con menos energia que antes. Los médicos no podian descubrir qué era lo que andaba mal, y yo seguia negandome tercamente a reconocer que hubie- ra algo que funcionara mal. Una noche vine a casa a la hora de cenar y encon- tré la mesa ya preparada. Algunas setioras de la iglesia 94 _ Nada es imposible para Dios habian traido una comida completa, habian tendido la mesa y se habian ido. Sabiendo como me sentia yo, Ar- lene se levanto para sentarse a la mesa conmigo. Llego a a puerta de la cocina y cayé al suelo, No estaba incons- ciente, pero era como si todos los musculos de su cuer- po hubieran dejado de funcionar al mismo tiempo. Yo estaba asustado. Queria huir, pero sabia que no podia dejarla allt sola, tirada en el suelo, La levanté Hamé a una vecina para que cuidara a nuestros dos hi- jos, y la llevé rapidamente al hospital En la sala de emergencias, la enfermera que habia trabajado con Arlene comenz6 a gritar: “;Doctor, per- di su presion sanguinea!” Los médicos vinieron inmediatamente a su lado. Fue necesario un tratamiento de emergencia para que st co- razon volviera a latir. Entonces comprendi que mi de- mostracién de fortaleza era solo una mascara. Al enfrentar una situacion realmente imposible, no tenia respuestas. Odié a Arlene por su debilidad, pero me odié mids @ mj mismo por ser incapaz de soportar la situacion Una noche volvi tarde a casa y encontré a Arlene semi erguida en la cama, dormitando. Tena un libro abierto sobre el regazo: Creo en milagros, de Kathryn Kuhiman Refunfunando, tomé el libro, miré la cubierta y vi una nota escrita en la pumera pagina por Tom y Judy Kent, Yo conocia a este matrimonio: Judy habia trabaja- do en Ja misma oficina que Arlene mientras Tom estu- diaba medicina en Tulane. Ahora él trabajaba como médico en California. Arlene se desperto y me vio de pie junto a la ca- ma, “Tom me lo envio”, dijo sonriendo, indicando Cuando el cielo bajaa la Tierra OS el libro con un gesto. “Dijo que él y Judy estaban orando para que el Senor hiciera un milagro de sa- nidad en mi.” Sacudt la cabeza y le devolvi el libro. “gCome es posible que un médico crea una basura como esta?” “Por favor, Gil”, dijo Arlene, con los ojos lenos de ta- grimas, “No me quites mi fe en un Dios que hace mila- gros solo porque tii no lo crees. Tengo que creer en algo.” “Cree en ti misma’, le dije. “Es todo lo que tienes que hacer para salir de esa cama.” Pero aunque Arlene podia levantarse, no lograba mantenerse en pie, Trataba. Hacia valientes esfuerzos por seguir adelante, pero parecia que siempre termi- naba en el hospital. Nos mudamos a Little Rock, Arkansas, donde em- pece a trabajar para una empresa que vende articulos de oficina. En mi tiempo libre yo hacia todo lo posi- ble por no pensar en la situacion de Arlene, que se de- terioraba rapidamente. Me molestaba que aunque no podian diagnosticar cual era su problema, los médicos Ia hicieran volver al hospital cada varios meses para hacerle nuevos eximenes y tratamientos. Después de que nacis nuestra tercera hija, Lisa, Arlene comenz6 a asistir aun culto de los jueves por la noche en Ia Iglesia Anglicena de Cristo, Wanda Russel, su maestra de la escuela dominical en la Igle- sia Metodista. venia todos los jueves a buscarla des- pues de la cena y se la levabaa las reumiones. Yo crea que era una tontetia, pero pensaba que Arlene necesi- taba pasar algdn tiempo fuera de casa. Asi que no me negué a que fuera... hasta una noche en que volvio mas tarde de lo acostumbrado. 96 Nada es imposible para Dios “Arlene, :para qué quieres ira la reunién de una Igle- sia Anglicana? Tenemos la Iglesia Metodista mas cerca.” Arlene camino débilmente hasta el sofa y se sento. “sa Iglesia Metodista no cree en la sanidad”, dijo. “sEstas diciéndome que has estado asistiendo a cultos de sanidad?” Arlene simplemente asintio. “Ninguna persona inteligente cree en esas cosas”, dije firmemente. “Es todo supersticion. ¥ no quiero que mi esposa sea vista con esos charlatanes.” Arlene intent6 ponerse de pie, pero sus piernas se negaron 2 moverse. “Por favor, Gil. Lo necesito. No me lo quites.” “Escucha”, dije con determinacion. “Sé todo sobre estas cosas. Cuando yo era un nifo, en Texas, habia una Iglesia Pentecostal cerca de mi casa. Ibamos alli despues de que oscurecia, y espiabamos por las venta- nas. Tenian cultos de sanidad, y gritaban en idiomas extraiios, rodaban por el suelo, gritaban, corrian por el templo y se caian en la plataforma como si fueran animales heridos. No voy a dejar que mi esposa se me- ta en tonterias como esas.” “Oh, Gil", dijo Arlene, con labios temblorosos. “No es asi. El pastor Womble dice que él cree que Dios va a sanarme.” “Me niego a creer todo és0 de Dios”, dije. Estaba co- menzando a enojarme. “Este tema de las sanidades no es mas que una tonteria y te prohibo que vuelvas a ir all.” Arlene se recost6 hacia atras en el sofa y cerré los ‘ojos. Pequenas lagrimas comenzaron a caer sobre sus mejillas. “Ta conociste a mi padre después de que Je- stis entré a su corazén. Pero lo que yo recuerdo de él Cuando el cielo haja ala Tierra 97 cuando era una niftita no es nada agradable; él era al- cohdlico. Se volvia loco cuando estaba alcoholizado. No habia suficiente comida en la casa porque el alco- hol era mas importante para él que mi madre 0 yo Mama trato de continuar con él, pero finalmente se dio por vencida, Cuando yo cumpli seis afios nos mu- damos al otro lado de la ciudad, y en un ataque de ira provocado por el alcohol, mi padre trato de tirar aba- jo la puerta y Hevarme con él. Mama y yo nos abraza- mos dentro de la casa y nos quedamos orando y lorando hasta que él se fue.” “Cuando creci, pensaba que lo mas maravilloso en el mundo seria tener un esposo que amara tanto a Dios como a mi. Para mi, tener una familia cristiana seria el cielo. Pensé que lo habfa encontrado cuando te encon- wé a ti, Gil, Pero te fuiste a hacer el servicio, y cuando volviste, odiabas a Dios, No sé qué te sucedis. Yo estaba paralizado. “Tienes todo lo que necesi- tas", exclamé. “Vivimos en una hermosa casa en un buen vecindario. Tengo un buen sueldo y jamas te he negado nada, ni siquiera atencién médica. No me im- porta que vayas a la iglesia los domingos. Ni siquiera te prohibo que dirijas el coro de nitios.” “Realmente no te necesito, gsabes?”, me dijo Arle- ne, mirandome directamente a la cara. “Cuando yo cra pequeha, siempre oraba para que los angeles del Seftor me protegieran, y sé que lo hacian, Puedes pro- hibirme que asista a los cultos de sanidad, pero no puedes quitarme mi relacion con Dios. El es todo lo que necesito.” Atdiendo de ira, sali de la casa y me dirigi al taller. Cuando finalmente volvi para acostarme, era pasada 98 Nada es imposible para Dios Cuando el cielo baja ala Ticera 99 la medianoche. Aunque Arlene tenia la cara metida en la almohada; yo podia oir sus sollozos ahogados. Qui- se acariciarla, tomarla en mis brazos. Pero ser tierno, dulce, llorar... todas eran senales de debilidad, y yo habia sido criado para ser fuerte. A la maitana siguien- te me levanté, preparé mi desayuno y sali de la casa sin siquiera despedirme de las nifas, Me odié a mi mismo por ello, pero no sabia hacerlo de otra forma. ‘Aunque estaba ganando mucho dinero y habia reci- bido muchos ascensos, por dentro me estaba deterioran- do atin mas rapidamente de lo que Arlene se deterioraba fisicamente. Arreglaba viajes “de negocios” que duraban varios dias. Arlene sospechaba de mis infidelidades, pe- ro yo racionalizaba mi conducta permisiva pensando que ella no era capaz de satisfacer mis necesidades. El alco- hol tranquilizaba mi conciencia, y graduaknente fue conyirtiéndose en un companero constante, La salud de Arlene empeors después de que nacié Lisa. Habia estado internada en el hospital mas de veinte veces, con cosas como problemas urolégicos pero esto era diferente. Su presin sanguinea subio a mas de veinte, y su brazo izquierdo qued6 parcial- mente paralizado; no podia cerrar la mano en un pu- ho. El médico que la atendia llamé a un neurdlogo para realizar una interconsulta. Se habl6 algo de que podria tener un tumor cerebral. Tres dias despues, en el hall, fuera de su cuarto en el hospital, el doctor me dijo lo que sucedia. “Sospe- chamos que puede haber un tumor en el cerebro, se- hor Strackbein. Quisiéramos hacer un arteriograma, pero Arlene muestra una reaccién alérgica a todas las tintas que usamos en radiologia. La prueba misma podria matarla. No me gusta esto, pero tendremos que esperar para ver qué aparece.” Trague saliva y me di cuenta de que no podia mi- rarlo a la cara “Haremos lo mejor que podamos y le haremos sa- ber si es necesario operar.” No era un tumor cerebral. El diagnéstico final re- veld que era una enfermedad del sistema nervioso central, podia ser miastenia gravis, esclerosis multi- ple, 0 ambas... y la suftia desde hacia ya varios anos. Le permitieron volver a casa, pero le recomenda- ron quedarse en cama la mayor parte posible del tiem- po. Una noche, mientras yo miraba TV en el living, ella aparecio tambaleando desde el dormitorio. Su rostro estaba demacrado. “Por favor, ven”, me dijo. “Me tiembla todo el cuerpo.” Cuando apoyé mi mano en su espaida, senti los musculos sacudiéndose en espasmos bajo la piel. “Acuéstate y reldjate”, le dije. “Te sentirds mejor den- tro de un rato.” Ella me miro y volvié al cuarto. Quince minutos despues la escuch¢ levantarse, caminar hacia el ba- ho... y gritar. Cuando Hegué hasta ella, estaba tirada en el suelo, inconsciente y sin firmeza alguna en ¢l cuerpo. Cuando la levanté, senti los musculos retor- ciéndose debajo de la piel Entonces tuvo la convulsion. Su columna se puso rigida, y la cabeza se fue violentamente hacia atras. Al mismo tiempo todo el cuerpo se puso rigido y los ojos Te quedaron en blanco. La lengua se habia dado vuel- ta para atrés, obstruyéndole la garganta. 100 Nads es imposiile para Dios Logre levantarla del suelo y repentinamente perdio fuerza una vez mas, quedando como un peso muerto en mis brazos. La llevé al dormitorio y llamé a nues- tro vecina, Edna Williamson, para que cuidara a las niftas mientras yo Hevaba a Arlene al Hospital St. Vin- cent. Para cuando terminé de hacer la llamada la hos- pital, el cuerpo inconsciente de Arlene estaba sufriendo una nueva convulsion, El espasmo duro aproximadamente un minuto y luego se calmé. Mo- mentos después comenz6 otra vez. Edna llegé cuando yo ya habia puesto a Arlene en el auto. La hicieron ingresar en el servicio de guardia del hospital; dos dias después tuvimos el diagnéstico defi- nitivo, Fra, sin lugar a dudas, esclerosis multiple, con la posibilidad de que se complicara con miastenia gravis. Hacia mucho tiempo yo le habfa dicho a Arlene: “Un dia encontraré algo que no pueda superar yo solo, y cuando ese momento Ilegue, me convertiré en una per- sona mejor.” Este era el momento. Siempre habia podi- do hacer todo lo que queria. Si necesitaba mas dinero, podfa salir y trabajar seis horas extras por dia, pero el simple hecho de ser fuerte no curaria a Arlene de su es- clerosis miltiple. Habia llegado al limite. La traje nuevamente a casa y contraté a una en- fermera profesional que pasaba ocho horas diarias con ella. Durante dos anos nos mantuvimos con gran esfuerzo, pagando US$ 137,50 por semana a la enfermera, mas los medicamentos que costaban aproximadamente igual suma, mas los viajes adicio- nales al hospital. Finalmente, recibi una Hamada de la compaiita de seguros, diciendo que estimaban que su obligacién para con nosotros habia concluido; de Cuando ei cielo baja a la Tierra LOT ahora en adelante tendriamos que costear todo noso- tros solos. ‘Al mismo tiempo yo me habia encerrado en mi mis- mo por completo. Arlene habia pedido el divorcio y yo, con mi tipica légica alemana, no quise otorgarselo. Du- rante muchas noches deseé poder salir de mi mismo y darle el apoyo que ella necesitaba tan desesperadamen- te. Cémo deseaba poder abrazar a mis hijas y traetlas cerca de mi. Pero no podia. Era fuerte, obstinado, y la muralla que habia construido a mi alrededor era tan fuerte que tampoco podia escapar de ese encierro. Al salir de la oficina, un dia, Dick Cross, que tra- bajaba en otra seccién, me detuvo en el ascensor. Dick trabajaba para la divisién de Servicios Diversos para Inversores y dijo que hacia tiempo que queria hablar- me sobre la inversion de fondos mutuos. Yo no tuve valor para decirle que en este momento eso era lo que menos me interesaba, asf que terminé comprometién- dome a recibirlo en casa el lunes a las 19:00. Sabia que Arlene iria a fisioterapia esa tarde, y pensaba recibir a Dick, escuchar su perorata de ventas, y mandarlo de vuelta a su casa. Cuando Dick lleg6, le expliqué brevemente cual era nuestra situacion. Fl estaba por irse cuando Arle- ne volvio. Luego de algunos breves comentarios, Dick dijo en forma bastante directa: “Supongo que sabes que la esclerosis multiple es incurable”. “Lo sé”, dijo Arlene. “Pero creo que Dios puede sa- narme.” “Yo también lo creo”, dijo Dick. Dick y Arlene se sentaron a hablar sobre el poder de Dios para sanar, durante cuatro horas. “Este hombre 102 Nada es imposible para Dios esté completamente loco”, pensé. “No se puede hablar de cosas como estas, por lo menos entre personas inte- ligentes.” Pero Dick no era ningiin tonto, Era un exito- so agente de inversiones que. ademas, creia en el poder sobrenatural de un Dios personal. Era mi invitado, y aunque yo tenia deseos de echarlo a la calle, no pude hacer otra cosa sino sentarme y escuchar. Arlene le pregunté a Dick sobre su experiencia personal, y su historia fue casi mas de lo que yo podia comprender: Dick habia sido muy similar ami, tan in- merso en sus negocios que no tomaba conciencia de que su hogar se estaba desmoronando. Entonces, su. pequetio hijo, David, habia sufrido un serio accidente mientras andaba en su bicicleta, que lo dejé en un es- tado muy grave, con un codgulo de sangre en el cere- bro. Hubo que llamar a un neurocirujano para atenderlo y operarlo en caso de que fuera necesaria una cirugia de emergencia. Luego de que se le toma- ran algunas radiografias, David sufrié una serie de convulsiones y entro en coma, “Sé que tu no lo entenderas”, dijo Virginia, la es- posa de Dick, “pero he llamado a algunos amigos y es- iamos orando. Hemos entregado a David en manos del Senor.” Dick dijo que él no sabia de qué estaba hablando su esposa. Entonces recordo que muchos anos antes, Virginia habia confesado que habia estado a punto de suicidarse, pero comenzo a asistit a los cultos de sani- dad en la Iglesia Anglicana y habia sido liberada espi- ritualmente. Minutos después de que Virginia dijera esas pala- bras a su esposo, el medico aparecié en el hall y dijo Cuando el cielo baja a ta Tierra 103 que aunque David habia recobrado la conciencia, atin era necesario operar. Sin embargo, su mejorfa era fran- cay constante. Cuarenta y ocho horas después, la cri- sis habia sido superada. David habia sido sanado. Desde ese momento Dick se convirtio en creyente. Su fe en Dios habia crecido rapidamente, al ver mu- chas otras personas sanadas por el mismo poder de la oracion. Si no bubiera invitado personalmente a Dick a ve- nir a mi casa, habria creido que esta conversacion ha- bia sido preparada especialmente para que yo la escuchara. Alli, sentado, escuchando hablar a Dick y Arlene, comencé a darme cuenta de que uno de mis problemas durante todos esos atios habia sido que yo siempre ha- bia “sufrido” de légica: queria explicar las cosas cienti- ficamente. Dick, por otra parte, operaba sobre una base totalmente distinta: una base de fe. Fl aceptaba las co- sas en fe, como las decfan las Escrituras. Algo le habia sucedido a Dick Cross. Habia sido como yo, pero aho- ra era libre. En realidad, hasta amaba a personas que nunea habia visto antes, como nosotros. Mientras la conversacion entre Dick y Arlene continuaba animadamente, mi mente trabajaba en otras areas, Estaba tratando de definir, logicamente, por supuesty, cuales rau mis opciones. Habia llega- do al limite. O admitia que no habia nada que yo pudiera hacer, y me resignaba a que Arlene muriera, © ponfa mi confianza en los médicos, o admitia que habia un Dios que estaba interesado en esta situa- ciou. No podia aceptar lo primero; habia comproba- do que lo segundo no era suficiente, lo cual me 104 Nada es imposible para Dios dejaba solamente con la tercera opcidn. ;Qué haria con ella? Dick Cross era diferente de la mayorfa de las per- sonas que conocia. Ni siquiera habia mencionado a qué iglesia asistia. No trataba de lograr que nos unié- ramos a una organizacion. Solamente hablaba sobre Jestis y sobre el poder del Espiritu Santo. Cuando se fue, yo ya habia decidido iniciar una honesta investi- gacion sobre el poder de Dios. Comencé a la noche siguiente, después de la cena, leyendo la Biblia. La unica Biblia que habia lefdo has- ta entonces era la version King James. Pero alguien le habia dado a Arlene una version en paréfrasis. Mucho después que ella se fuera a la cama, yo seguia leyendo sus paginas, tratando de comprobar las cosas que ha- bia escuchado decir a Dick. Al principio pensaba solamente en la sanidad de Arlene. Pero cuanto ms lefa la Biblia, mas me daba cuenta de que tambien contenia la solucién para mis necesidades personales... esas que nunca habia conta- do a nadie. Dick y Virginia comenzaron a venir a casa regular- mente. Aunque Dick se habia convertido hacia poco tiempo, se esforzaba por responder a todas mis pre- guntas, Finalmente sugirié que fuésemos con ellos a lu clase que dictartan en la Iglesia Central de la Asam- blea de Dios. Entonees retrocedi. Las escenas que habia visto en aquella iglesia en mi ninez atin estaban vividas en mi mente, Pero Arlene queria ir, y finalmente acep- t€. Sin embargo, le dije que si ella caia al suelo como yo habia visto que les sucedi a otros en Ia iglesia, yo Cuando el cielo baja ala Tierra LOD simplemente la dejaria aht. E1 orgullo seguia ocupan- do el trono en mi vida. La iglesia de la Asamblea de Dios era muy diferente de lo que yo esperaba. E] maestro que ensené esa no- che dijo cosas que tenian sentido para mi. Dibujo un pequeno circulo en un pizarrén, que segtin dijo, repre- sentaba la vida de un cristiano, Rodeandonos, senalo, estaba el poder de Satanas. A medida que crecemos en Cristo, nuestro circulo se agranda, empujando a los po- deres de la oscuridad, extendiendo nuestra superficie y permitiendo que conquistemos el terreno que Satanés habia dominado por largo tiempo. Este terreno, dijo el maestro, contenta muchas cosas maravillosas, como una comunicacién personal con Dios, salud para el cuerpo fisico y limpieza para el alma Siempre habia pensado que era nuestra respon- sabilidad sentarnos dentro de nuestro pequeno cir- culo y “guardar la fortaleza”. Ahora veia que Satands estaba a la defensiva y que era nuestro pri- vilegio ir afuera y poseer la tierra. Logicamente, te- nia sentido. Ni siquiera las puertas del infierno podrian prevalecer contra el poder creciente, en ex- pansion, del circulo Al final del culto el ministro hizo un llamado a recibir a Cristo. Antes de que yo supiera qué pasaba, Arlene y Virginia caminaban hacia adelante. Virginia ayudaba a caminar a Arlene, para evitar que cayera. Co- mencé a sentirme incémodo. En vez de orar para que Arlene fuera sanada, el pastor puso su mano sobre la cabeza de mi esposa y oré para que ella fuera Ilena del Espiritu Santo. Empecé a ir hacia adelante, pero Arlene parecia estar en otro mundo. Virginia la sostenia (me 106 nada es imposible para Dios pregunté si Arlene le habia comentado lo que yo habia dicho sobre dejarla en el suelo si caia), y de la boca de mi esposa salfan palabras promunciadas en un extraiio y melodioso idioma. Mi logica gano una vez mas y me negué a aceptar lo que ofa. Esperé, y luego ayudé a At- lene a volver a su asiento. El orgullo impidié que le pre- guntara sobre la experiencia que habia vivido. Dios atin tenia que quebrantarme antes de que pudiera escuchar loa El por mi mismo. Dick y Virginia comenzaron a traernos libros “ea- rismaticos", es decir, libros que hablaban de sanida- des, el bautismo en el Espiritu Santo, los dones del Espiritu y la salvacion. Uno de ellos fue el libro de Kathryn Kuhlman, Creo en milagros. Arlene no tuvo el valor de admitir que lo habia leido hacta algunos aftos. Dado que ella no veia bien, tuve que leérselo en. voz alta, Dios tenfa una hermosa manera de romper mi dura caparazon. Una noche, despues de que Arlene se fuera a la ca- ma, yo estaba sentado en el living leyendo la Biblia. Era a principios de julio, aproximadamente un mes después de la primera visita de Dick a nuestra casa. El aire acon- dicionado no funcionaba y el calor se sentia en toda la sa... un calor como solo puede hacer en Arkansas. Pe- ro 110 me importaba el calor, solo la desesperacion que habia en mi corazon. Fianalmente, dejé de leer y puse el libro sobre mis rodillas. “Seftor,” oré en voz alta, “nece- sito ayuda.” Fue asi de simple, pero era la primera vez que oraba pidiendo ayuda en toda mi vida, Desde ese momento las cosas comenzaron a cambiar, Dos ataques mas casi hicieron que Arlene quedara completamente fuera de circulacion, El primero fue Cuando el cielo baja ala Tierra 107 un bloqueo del corazon que casi la mato; luego una insuficiencia coronaria la mands otra vez al hospital por segunda vez en menos de un mes. Sin embargo, ya las cosas habian comenzado a cambiar, Yo estaba con Arlene en el hospital, un domingo por la tarde, a mediados de agosto. Dick y Virginia llegaron, trayendo con ellos a una amiga, Leanne Payne, que ha- bia sido profesora de literatura en el Wheaton College de Wheaton, Illinois, y ahora estudiaba otra carrera. Yo no Io sabia en ese momento, pero ellos habian venide a imponerle las manos a Arlene y a orar por ella. Dado que no estaba seguro sobre cémo reaccionaria yo ante una reunion de oracién en el cuarto det bospital, Dick me invite a tomar na taza de café mientras las mujeres se quedaban con Arlene, “charlando”. Encontramos una mesa en la cafeteria y casi inme- diatamente Dick me conto que habia sido “bautizado en el Espfritu Santo”. Me dijo que le habia sucedido en un sueno, y después, nuevamente, al dia siguiente, mientras estaba despierto. Desde entonces, me confe- 56, su vida rebosaba de gozo. Realmente no entendi lo que me decia. Lo tinico en que podia pensar en ese momento era que Arlene estaba alli en ese cuarto del hospital en el quinto piso, y que pronto terminaria la hora de visita. ‘Tomamos el ascensor para ir al quinto piso. La puer- ta de la habitacion de Arlene estaba cerrada. Me detuve un instante antes de entrar. Habia una extrafia quietud. Los sonidos normales del hospital, los tonos suaves de Jas voces femeninas en la sala de enfermeras, el sonido de los zapatos de goma sobre el piso de ceramica, el chirrido de los carritos que Hevaban las asistentes, los 108 Nada es imposible para Dios Cuando el cielo baja ala Tierra 109 altavoces que llamaban a los médicos y enfermeras, los sonidos de las radios y televisiones en otros cuartos, to- dos habfan sido absorbidos por un gran vacio de silen- cio. Supe que Dios estaba detras de esa puerta. La empujé y abri. Arlene, vestida con su bata blanca del hospital, estaba acostada en la cama. Los cables del monitor del corazon estaban pegados a su cuerpo. Virginia, de pie a la izquierda de la ca- ma, y Leanne a la derecha, Habian puesto sus ma- nos sobre el cuerpo de Arlene y las tres oraban suavemente en un idioma que no pude entender. Instanténeamente todos los cabellos de mi cuerpo se erizaron. Miré mis brazos; el vello estaba erizado como las pias de un puercoespin. Era como si hubie- ra pisado un cable de alto voltaje, solo que no sentia shock ni dolor alguno; solo una poderosa corriente de poder que recorria mi cuerpo. Las dos mujeres dejaron de orar y yo las acompa- né abajo, al auto, donde Dick las esperaba. Aun sentia esa fuente de poder dentro de mi, y segui sintiéndola aun después de Hegar a casa. Mi primer pensamiento fue que me habia conta- giado alguna extrafia enfermedad en el hospital. Bus- qué en todos los diccionarios médicos que pude encontrar, esperando descubrir qué era lo que causa- ba ese hormigueo, lo que hacta que mi cabello se eri- zara. No encontré nada. Para el miércoles, ya el asunto no me importaba, porque comprendia que durante estos ultimos dias me habia sentido mas fe- liz que nunca antes en mi vida. Esa noche, sentado otra vez en el living leyendo la Biblia, dejé a un lado el libro y dije en voz alta: “Senior, jes que tratas de decirme algo? Si es asi, tendras que hacerlo de forma que pueda entenderlo”. Dick me habia contado experiencias de personas que habian ‘probado” a Dios. Esto era algo nuevo para mi, pero necesitaba saberlo. “Seitor,” dije, “sa- bes que hace dos afios que tengo estos dolores de nuca, Si es que tratas de decirme algo, gpodrias qui- tarmelos?” Euia la cama y al despertar a la matiana siguiente, lo primero que hice fue poner la mano en la nuca. Ya no tenia dolor alguno, Estaba sano. Por primera vez en mi vida, supe, realmente supe, que Dios era real, y que yo le importaba. Mientras me afeitaba, mirindome al espejo, también se me ocurrié que si Dios podia curar el dolor de mi mu- ca, también podria curar a mi esposa. Tan repentino fue este descubrimiento que casi me corté la barbilla Esa tarde, sin embargo, mientras estacionaba mi au- to frente al hospital, los cabellos de mi cuerpo volvieron a su posicién normal. También desapareci6 el hormi- gueo. Esto me aterroriz6, y pensé que seguramente ha- bia hecho algo que le habia desagradado a Dios, pero al terminar de estacionar, senti algo nuevo, atin més fuer- te que lo anterior. Fue como si me hubieran echado en- cima un balde de aire célido. No hubo truenos ni relampagos, y uv escuché ada con mis vidos. Pero den- tro, muy dentro de mi, donde solo el espiritu puede ofr, escutché una voz que decia: “Arlene se pondra bien”, Fue entonces que Jo supe. No hubo ni un instante de duda. Lo supe con tanta certeza como si un angel hubiera aparecido y se hubiera sentado en el capot de mi auto, Arlene seria sanada. 110 _ Nada es imposible para Dios Aunque Arlene habia sido muy fuerte hasta este momento, cuando legué al cuarto la encontré con el peor estado de depresisn que jamas hubiera visto. El médico habia dado el informe final. El patron anor- mal de su electroencefalograma y la insuficiencia co- ronaria no eran causados por la esclerosis multiple. Volvié a surgir la fuerte impresion de que podria estar complicado con miastenia gravis. Arlene estaba mas debil, veia menos, y le era imposible pararse sin ayu- da, Pero en medio de toda esta situacion, yo tenia una fe que no desapareceria. Sabia que ella seria sanada. Arlene volvio a casa mas enferma que nunca; ya casi no podia abandonar la cama, ni siquiera para ir al bano. Aun sus amigas, que habian sido muy optimistas, pare- cian deprimidas. Su estado empeoraba cada vez mis. Un mes después yo estaba en la oficina y sono el teléfono. Fra Arlene. “Gil, Katrhyn Kuhiman estara en St. Louis el martes que viene. Quisiera ir.” La logica me domino rapidamente y comencé a enu- merar las razones por las que era imposible que ella fue- 1a. a St. Louis. Estaba a 650 kim de distancia, No habia ninguna ciudad grande entre Little Rock y St. Louis, en caso de que se necesitara ir a un hospital. Arlene debia estar cerca de los especialistas que la atendian aqui en Little Rock. ¢¥ si tuviéramos problemas con el auto y necesitéramos detenernos a un costado de la rata...? Cuando termine, lo inico que escuche del otro la- do de la linea fue el suave sollozo de Artene. “Por fa- vor, Gil, es mi vida...” Senti que volvia a entrar en mi caparaz6n. En vez de airarme, dije simplemente: “Hablaremos sobre esto cuando Ilegue a casa.” Cuando cl cielo bajaala Tierca 112 Esa noche, Arlene en la cama y yo sentado en una si- laa su lado, ella me conto que a principios de esa sema- na Edna Williamson habia pasado a visitarla. Al ver el ejemplar de Creo en milagros que Arlene tenia, Edna di- jo: “Sabes, tengo otro libro de Kathryn Kuhlman, Dios puede hacerlo otva vez. Me gustaria cambiartelo por este.” Avergonzada de decirle que ella ya no podia leer, Ar- lene acepté el intercambio. A la manana siguiente Edna volvié. Ella y Arlene comenzaron a hablar sobre mila- 105, ¥ por qué estos no sucedian en Little Rock. Arlene {que pensaba que el hecho de tener un ambiente de fe alrededor ayudaba mucho. Ni siquiera Jestis pudo rea~ lizar milagros en su pueblo natal, porque las personas decian; “No, no”. Mi esposa agrego también que ella crefa que jamds podria estar en un culto en que todas las personas estuvieran en un mismo espiritu, esperando, creyendo que Dios la tocaria y la sanaria. Esa mafiana Virginia Cross entro y tiro la noticia como una bomba: “Kathryn Kuhlman va a realizar un culto de milagros el proximo martes en St. Louis. Arlene jamés habia estado en una de esas reunio- nes, asi que no tenia la menor idea de lo dificil que se- ria entrar. Estaba decidida a ir. “Creo que Dios me esta diciendo que vaya a St, Louis”, afirmo, “Quiza Dios te haya dicho que vayas,” dije, “pero no me dijo a mi que te Hevara.” Apenas pronuncié estas palabras, todos los cabe- Hos de mi cuerpo se erizaron otra vez. Traté de hablar, pero mi lengua se nego a moverse. Finalmente, con la boca y los ojos muy abiertos, me aclaré la garganta y en una voz que parecia venir del otro extremo de la casa, dije: “Esta bien, iremos” 112 ada es imposibie para Dins Cuando el cielo baja ala Fiera 113 El rostro de Arlene reflejaba una mezcla de gozo y sorptesa, “Oh, Gil...” Pero yo ya estaba de pie, y salia tambaleandome de la habitacion. Ya sabia que lo mejor seria no discutir mas. {Esta- ba en la presencia del Sefior! Salimos el siguiente do- mingo por la noche, después de que volvi a casa del trabajo. Arlene iba echada en el asiento posterior del auto, Pasamos la noche en Poplar Bluff, Missouri, y Megamos a St. Louis aproximadamente al mediodia del martes. Yo no conocta la ciudad en absoluto, por Jo que seguimos la carretera hasta el centro de la ciu- dad, Salimos en Market Street, y repentinamente nos encontramos frente al auditorio. La reunién no co- menzaria hasta las 19:00, pero ya habfa una gran can- tidad de gente esperando ante las puertas cerradas. Comencé a temer que nos hubiéramos lanzado a hacer mas de lo que podiamos. Pero Dios habia ido delante de nosotros. El Holiday Inn de Market Street nos dio su ultima habitacién libre. Minutos después, Arlene descansaba comodamente, y el gerente del ho- tel habia prometido Hevarnos en su auto al auditorio, a las 16:30. Era un dia humedo y tremendamente ca- luroso en St. Louis, con una temperatura de aproxi- madamente 40°. Yo habia traido un par de sillas de jardin, pero no fueron de gran ayuda. Arlene habia es- tado en cama desde que tuviera sus primetos proble- mas de corazon, en julio, y estabamos a 19 de setiembre. En los ultimos dias ni siquiera salia de la cama para comer, pero aqui estaba, a mas de 600 km de casa, sentada en una sillita de jardin en la acera, ba- jo el sol ardiente. Yo temfa que no llegara a entrar al auditorio, La gente que esperaba junto a nosottos se dio cuen- ta del estado de Arlene. Al contrario de lo que suele su- ceder cuando la gente se amontona a la entrada de un estadio de fitbol, se turnaban para apantallar a Arlene y uaerle bebidas frias. Las puertas laterales donde se alineaban las sillas de ruedas se abrieron a las 18:00. Fui hacia el ujier que estaba a cargo de la entrada y le rogué que dejara entrar también a Arlene, “Lo lamento, amigo, tengo ordenes estrictas. Solo quienes estén en. sillas de ruedas pueden entrar ahora.” Y cerro la puer- ta con firmeza. La desesperacion y la frustracion de an- tafo comenzaron a crecer dentro de mf una vez mas. EL estado de Arlene naturalmente requeria del uso de una silla de ruedas, pero su temor de volverse demasiado dependiente de ella habia evitado que le comprara una. Quise huir. No podia soportar la vision de todas estas personas que sufrian, Eran como los enfermos que se- guramente se agolpaban junto al estanque de Betesda. Pero, enfermos como estaban, cantaban y se ayudaban mutuamente, Ilenos de gozo. Volvi junto a Arlene, de- cidido a no apartarme de su lado Diez minutos despues las puertas se abrieron, y la marea humana que corria hacia el interior nos arrastré Yo nunca habia visto nada como esto. Momentos des- pués estabamos sentados exactamente en el centro del enor auditorio. Un inmenso coro ya estaba sobre la plataforma, practicando, y hasta los asientos parecfan hervir de expectativa y poder. La sefiorita Kuhlman con un vestido blanco y vaporoso de mangas largas, es- taba parada en el centro de la plataforma. “El Espiritu Santo esta aqui”, susurrd, en voz tan baja que Luve que esforzarme para escucharla. Mientras esperabamos, 114 nada es imposible para Dios sucedi6 otra vez: ese silencio que habia experimentado en el corredor, cuando esperaba fuera del cuarto de Ar- ene en el hospital, parecid asentarse sobre el inmenso auditorio. En la masa de gente que ocupaba el lugar de- be de haber habido toses, pies que se arrastraban, rui- dos de papeles... pero yo no escuché nada de eso Estaba envuelto en un suave manto de silencio. La senorita Kuhlman estaba de pie en el centro de la plataforma, con la mano izquierda en alto, su indi- ce senalando al cielo. Su mano derecha descansaba suayemente sobre una vieja y gastada Biblia apoyada sobre el pullpito. Y habia silencio, un silencio como el que seguramente habra en el cielo después de que se abra el séptimo sello. La seforita Kuhlman no era en absoluto lo que yo habia esperado. Bra calida y amigable. informal, Reci- bio a la gente y los hizo sentir como en casa. Después se volvio hacia los costados y movid los brazos mien- tras presentaba a su concertista de piano, Dino. “gSabes quién es?”, pregunto Arlene mientras el apuesto joven de cabellos ascuras tamaba asiento frente al piano. “Cierta vez quise escuchar buena mi- sica de piano y telefoneé a la librerfa bautista. Ellos me enviaron algunas grabaciones de Dino, Todo este tiempo he escuchado su musica, y ni siquera sabia que acompanaba a Kathryn Kuhlman,” La seiorita Kuhlman comenz6 a predicar, pero no era como ninguna otra predicacién que yo hubiera es- cuchado antes. Hablaba sobre el Espirit Santo como si fuera una persona real. Mientras escuchaba, comen- cé a comprender que ella no solo lo conocta personal- mente, sino que caminaba con El dia a dia. No era i Cuando el cielo baja a ta Terra 115 extrano que fuera tan real para ella; lo conoeia mejor que a cualquier hombre en el mundo. Repentinamente, se detuvo, con la cabeza ladeada como si estuviera escuchando. gLo estaria escuchan- do? Me esforce para ver si yo también podia ofrlo, En- tonces ella levante el brazo y seitalo hacia arriba, a la izquierda. ay alguien alli arriba, en esta seccion que acaba de ser curado de céncer en el higado.” Me di yuelta en mi asiento y traté de mirar hacia arriba, {Era verdaderamente el Espiritu Santo quien le habia dicho eso? gLe habla Ela la gente de forma que puedan saber cosas como esas? Todo esto de las enfermedades y las sanidades su- cedia tan rapidamente que mi cabeza bailaba. Las per- sonas comenzaban a bajar por los pasillos, yendo hacia la plataforma para testificar de lo que habian si- do sanados. Cuando recibié al primer hombre que pa- 56a testificar, Kathryn Kublman actué como si hubiera sido el primer milagro que habia visto en su vida, Seguramente, pensé, esta mujer ha visto cientos de miles de personas sanadas, pero esta tan entusias- mada como si fuera la primera vez. gEs este el secreto de su ministerio, que no ha perdido la capacidad de maravillarse? La seforita Kuhlman hablo con ¢l hombre por un momento y luego comenzé a orar por él, “Padre San- to...", dijo. y el hombre cayo al suelo. Lo mismo suce- dio con la segunda persona que paso a la plataforma Y la siguiente, y otra mas. Traté de comprenderlo 16- gicamente, pero lo que sucedia desaliaba toda la logi- ca. Era como si Dios estuviera diciendome: “Hay 116 Sada es imposible para Dios algunas cosas que no puedes comprender, y el poder de mi Espiritu Santo es una de ellas.” A medida que el culto se desarrollaba, algo suce- dia en mi interior. Estaba suavizandome. Como una dura esponja a la que se la coloca debajo del agua, senti que me volvia muy blando y suave. Mis ojos se lenaron de lagrimas, y comencé a orar por otras personas, que yo no conocia, en el culto. Mientras oraba, senti que fluia el amor. Era una experiencia nueva y magnifica, Mis oraciones se concentraron Iuego en Arlene, que estaba sentada junto a mi, y le rogué a Dios que la sanara, En todos estos anos de matrimonio, era la primera vez que queria orat por ella. Habia creido que ella seria sanada; sabia que Dios nos habia guiado. Pe- ro nunca mi corazén se habia ablandado lo suficiente como para salir de mi y pedirle al Senior que ia tocara y la sanara, Casi instantaneamente Arlene se apoyé en mi. “Sientes la brisa?” “Siento una brisa”, susurré ella, “una brisa suave y acariciante en todo mi cuerpo.” Mire a mi alrededor, pero no habia lugar alguno de donde pudiera provenir la brisa. Dejé de prestarle atencién y miré nuevamente hacia la plataforma. Una joven seutada apioxinmudamente cinco filas de asien- tos mas adelante estaba dada vuelta hacia nosotros, tratando de hablar con Arlene. *;Esta el Senor obran- do en usted?”, le pregunts, en voz tan alta que todos la escuchaban claramente. Un poco avergonzada, Arlene respondio en un su- surro: “No lo sé”. Cuando el cielo baja ala Tierra 117 La joven, totalmente desconocida para nosotros. pregunts: *;Cual es su problema?” “Digale que tengo esclerosis multiple y problemas de corazon’, le susurré Arlene a la seitora que estaba sentada junto a ella. La joven no se quedo satisfecha con eso, Siguid en- viando mensajes. “Preguintele cémo se sentia cuando entro.” “Apenas tuve fuerzas para entrar”, dijo Arlene. “Preguntele como se siente ahora”, dijo la joven, casi gritando. Estas interrupciones ya estaban comenzando a mo- lestarme, y me volvi para pedirle a Arlene que se calla- ra, Ella miraba sus manos, atonita. “Los temblores”, murmuré con voz temblorosa. “Desaparecieron. Ya no estoy inflamada. Veo bien. Mis ojos estin bien otra vez.” La joven estaba a medio incorporarse ya, inclinando- se sobre las personas de la otra fila, muy entusiasmada “Tiene que ir al frente,” grito, *y aceptar su sanidad.” En ese mismo momento Arlene se puso de pie, pa- s6 por encima de mi, pisando los pies de los que esta- ban en el camino, saliendo de la hilera de asientos hacia el pasillo. Apenas capaz de respirar, yo tambien comprendi que ella habia sido sanada. La segui con los ojos mientras bajaba por el pasi- Yo hacia el frente. Un ujier la detuvo por un instante, y luego le hizo seas de que continuara. Arlene subio Jas escaleras hasta la plataforma como una mujer not- mal. Los espasmos, los temblores, las convulsiones habian desaparecido. Como el hombre junto al estan- que de Betesda, habia esperado que un angel removie- ra las aguas para que ella pudiera entrar... hasta que 118 Nada es imposible para Dios finalmente comprendié que no necesitaba el estan- que: al unico que necesitaba era a Jestis. Habia sido sa- nada por su mano La plataforma estaba lena de gente y el culto esta- ba por concluir. Arlene no logrs llegar al pulpito para testificar de su sanidad. Pero no importaba, Mientras el majestuoso coro comenzaba a cantar, Arlene se pa- 16 en el otro extremo del escenario, apoyada contra el piano, y con el rostro Luminoso, su voz se unié a las del coro cantando las palabras del viejo himno: Aunque Satanas me sacuda y ven- gan las pruebas, esta bendita con- fianza tendré, que Cristo ha visto mi estado de angustia_y su sangre ver- ti6 por mi alma.” El culto habia terminado, Kathryn Kuhlman ya sa- lia de la plataforma, pero al pasar junto a Arlene se volvié ligeramente y estiro la mano en un gesto de oracion. Instantaneamente Arlene cayé al suelo. Pero esta vez yo sabia que no era por la esclerosis multiple. sino por el poder de Dios El auditorio estaba leno de musica. Miles de per- sonas entonaban una y otra vez “Aleluya”, con las ma- noy levantadas. Nusa habia visto a nadie alzar ast las manos, pero antes de que pudiera entenderlo, mis ma- nos tambien estaban en alto, haciendo lo mismo que ellos hacian: alabar al Senor. Finalmente Arlene logr6 volver a su asiento. Parecta que nadie quisiera irse. Las pocas veces que yo habia ido a la iglesia, apenas el pastor decia “Amen”, la gente Cuando el cielo baja ala Tierra 119 salia corriendo hacia la puerta. Pero esta gente no se queria ir. Querian quedarse, abrazarse y cantar. Gente que yo no conocia en absoluto venia y me abrazaba. To- dos decian: *;Alabado sea el Sefor!”, y *Aleluya!” Estabamos a siete calles de distancia del hotel, y el gerente habia prometido venir a buscamos si lo Hama- bamos por teléfono. Arlene sonri6. *Carminemos”, di- jo. ¥ eso hicimos. Al volver a la habitacion le recordé que debia to- mar su medicina anti-conwulsiones. Si no lo hacia, po- dria sufrir convulsiones que la matarian antes de que fuera de noche. “Creo que Dios me ha sanado verdaderamente”, dijo mirando los frascos de medicinas, “y ao necesito mds esto. “Eso es entre tt y el Seftor, querida”. le dije. No tomo la medicina... y no ha vuelto a tomarla desde entonces. ‘Una semana después Arlene literalmente irrum- pid en el consultorio de su neurdlogo. La semana anterior casi habiamos tenido que entrarla en cami- lla. El médico la mira y exctams: “;Algo le ha suce- dido! {Qué fue?” “He sido sanada, doctor”, dijo ella. “Fui a un cul- to de milagros en St. Louis. Sabia que usted me lo pro- hibiria, asi que fui al Jefe Maximo, y le pregunté a Fl” El médico practicamente se tragé su pipa, pero de- bio reconocer que habia sucedido algo maravilloso. Controlé los reflejos de Arlene, su vision, hasta la h zo saltar por el consultorio para observar su coordina- cion. Finalmente volvio a sus papeles sacudiendo la cabeza. 120 Nada es imposible para Dios “En mis veinticinco aftos de practica de la medicina, he visto solo tres casos que no tenian explicacién médi- que hay posibilidad de remisién en la esclerosis mukiple, pero esto es otra cosa. Tiene que ser de Dios.” Juntos rieron gozosamente. “No sé qué hizo usted, © qué esta haciendo”, agrego él. “Pero sea lo que fuere, continue haciéndolo. Y no olvide agradecer a Dios todas las noches.” Pareceria que la sanidad de Arlene seria el climax de nuestras vidas. Pero solo fue el comienzo. Tres me- ses después entré en la plena dimension del poder del Espiritu Santo, Estaba en una pequetia reunién hoga- rena de oracion, y el maestro hablé sobre la ocasion en que Pedro, impulsado por el Senor, camind sobre as aguas. Luego dijo: “Todos tenemos dos opciones. © nos quedamos tranquilos en nuestro bote, o salta- mos al agua y vamos hacia Jestis. Si no lo has hecho antes, este es el momento de salta Y yo salté. jLiteralmente! Salté de mi asiento, y ate- rricé con ambos pies en el centro de la habitacion. “Yo lo quiero”, dije. “Lo quiero ahora.” Y lo decia en serio, Alguien trajo una silla. Me senté, y luego todos se pusieron a mi alrededor e impusieron sus manos so- bre mi. Un pastor bautista, de voz suave y cabellos blancos, comenz6 a orar, y en ese momento mi vida dio un vuelco total. Al contrario de esas primeras ex- periencias en que el Espiritu Santo vino sobre mi, ha- ciendo que todos los cabellos de mi cuerpo se erizaran, esta vez El vino dentro de mi... y el cambio ha sido permanente. La otra noche, sentados a la mesa antes de la ce- na, en familia, tuvimos nuestro tiempo de oracion Cuando el cielo baja ala Tierra 127 acostumbrado. Cada uno leyo un versiculo de la Bi- blia, nos tomamos de la mano, y luego, uno por vez, oramos en forma individual. Al terminar, vi que Arle- ne tenia lagrimas en los ojos. “Hace mucho tiempo, Gil,” me dijo suavemente, mientras nuestras hijas escuchaban, “te dije que para m{, tener una familia cristiana, con el padre como sa- cerdote del hogar, seria el cielo. Aunque no hubiera sido sanada, solo ser parte de esta maravillosa familia habria valido la pena. Realmente el cielo ha bajado a la Tierra.” Arlene tiene razon. El cielo bajo a la Tierra. Cada reunion de la familia se convierte en un culto de ado- racién, Arlene y yo nos turnamos para ensefiar en una clase biblica en nuestra Iglesia Metodista, y cada vez asiste mas gente. Creo que estan como estabamos no- sotros, deseosos de oir hablar sobre el poder del Espi- itu Santo, que no solo cura cuerpos enfermos, sino también maridos enfermos. CAPITULO Dile a las montafias Linda Forrester { Linda y John (Woody) Forrester viven en Milpitas, una zona residencial al sudes- te de la Bahia de San Francisco, en Cali- fornia, al pie de Monument Peak. Woody es programador de computadoras en la veci- ‘ na ciudad de San Jose. Tienen dos hijas, Te- resa y Nanci La montaha siempre ha estado ahi. Se yergue como un monumento solitario, echocientos metros por en- cima de la cuenca de la Bahia de San Francisco. En el invierno, a veces esta cubierta de nieve: en verano, un césped amartonado la cubre por sectores. Esta a me- nos de 16 km de nuestra casa, en terreno Ilano, y mu- . chas veces las nubes o el smog la cubren parcialmente. ‘ pero siempre esta ahi, perfilandose amenazadora ante nosotros. 124 ada es imposible para Dios Los que han nacido en la zona del sur de la bahia apa- rentemente no le dan importancia. La luvia la erosiona. FI Sol hace brillar sus perfiles desnudos. Algunas pocas almas valerosas suben a su cima. Pero es como que sim- plemente esta alli, y siempre estara. Nada puede quitar- la. Es como la enfermedad. Desde que Adan peco, la enfermedad ha estado siempre con nosotros. El hombre ha aprendido a vivir con ella, Algunos watan de escon- derla en las nubes, simulando que no esta alli, ensenan- do que la enfermedad no existe. Otros la ignoran, con la esperanza de que no tocara su casa. Muchos han tratado de conquistarla por medio de la medicina y las investiga- ciones, Casi todos la aceptan, sin embargo, como acep- tan la montafia que domina el paisaje de la vida y que desafia a quienes tratan de echarla al medio del mar. Yo era uno de esos que temian a la enfermedad y trataba de ignorarla. La gente de nuestra familia no se enfermaba con frecuencia. Si alguien se enfermaba, encontrabamos alguna inyeccién o una pastilla que lo curaba. hasta que Nanci se enfermo. Esta vez, las co- sas fueron distintas. Nanci, nuestra hijita de quince meses, habfa sido muy activa desde que comenz6 a caminar. En reali- dad, nunca caminaba; corria. Pero ultimamente habia comenzado a actuar en forma extrafia. Se caia con fre- cuencia, y de cada caida le quedaban feos hematomas. Llegé a estar cubierta de hematomas, como si la hu- bieran golpeado mucho. Un lunes por la manana, en 1970, Nanci desperté con una altfsima fiebre. Comencé a darle aspirinas pa- ra bebés, pero al segundo dia la temperatura habia su- bido a mas de 40° y no bajaba. Llamé a Woody a su oe Dile a las montanas 125 oficina en San Jose, y me dijo que la llevara al servicio de guardia del Hospital Kaiser, en Santa Clara. Nanci habia nacido allf, y conociamos a varios médicos y en- fermeras. Un joven médico la examino en la sala de emer- gencias. Encontré una infeccién en sus ofdos y en su garganta, por lo cual prescribié algunos medicamen- tos y nos envio de vuelta a casa. Dos dias después la fiebre no habia bajado y la eve nuevamente al hospi- tal, Siempre antes habiamos podido superar las enfer- medades tomando medicamentos. Pero esta vez la enfermedad parecia erguirse ante nosotros, incon- quistable. Durante la semana noté algo mas. Nancy tenia una pequena ampolla de sangre en la ingle. El primer dia que la vi, tenia el tamano de una cabeza de alfiler. Aho- ra habia crecido hasta ser del tamafo de la una de mi dedo meftique. El médico la observ6, dijo que era pro- bablemente un furimculo que luego maduraria, nos dio mas medicamentos y nos envié nuevamente a casa, El sabado por la mafiana yo estaba al borde del pa- nico. A pesar de toda la medicacion, Nanci estaba peor que nunca, “Tenemos que Hlevarla otra vez al hospital”, dijo Woody. Teresa se senté en el asiento trasero y yo llevé a Nanci en mis brazos hasta que legamos a Santa Clara. Ella siempre habia sido inquieta y movediza. Esta vez se qued6 en mis brazos casi sin moverse, demasiado debil incluso para loriquear. Su cuerpo ardia de fiebre. El doctor Feldman Ja examino brevemente con mi- rada preocupada. “Este medicamento tendria que haber hecho desaparecer la fiebre. No me gusta el aspecto de 126 ada es imposible para Dios Dile a las montanas 127 ese furtinculo, tampoco. Llévela arriba, haga que le to- men este andlisis de sangre, y luego baje y espere aqui.” Después de recibir el resultado de los analisis, el doctor Feldman aparecié nuevamente. Noté en su rostro que estaba preocupado. “Nanci tiene una anemia aguda”, dijo. “Quiero que la internen en el hospital.” Eso me alivio. Habia temido que le dieran otra cantidad de pildoras y jarabes y la mandaran de vuel- taa casa. La anemia no me parecia muy grave, y yo es- taba contenta de que la cuidaran en el hospital. La responsabilidad de velar por una criatura muy enfer- ma yo sola, me atemorizaba. La médica de guardia en la sala de pediatria era la doctora Cathleen O’Brien, que habia atendido a Nan- ci desde que la pequeita nacié. “Esta tarde le haremos un examen fisico completo”, dijo. “No quiero que se queden aqui. Pueden volver a las seis de la wrde y en- tonces la yeran,” Dejamos a Teresa con una vecina y volvimos al hospital al atardecer. Al entrar en el cuarto de Nanci, sufri un shock. Estaba acostada de espaldas en su cu- na, con tubos inyectados en ambos brazos. Tenia los ojos cerrados. La doctora O'Brien aparecio en la puerta. “Linda, quisiera verlos a usted y a Woody en mi consultorio. Tenemos algunos resultados de los examenes.” Senti que el corazon me golpeaba el pecho mien- tras la seguiamos por el corredor, La doctora O'Brien. nos indico dos sillas con un gesto. Cuando la miré y vi Lagrimas en sus ojos, mi propio temor casi se con- virtio en un grito. “Esta tarde, después de que ustedes se fueron, Nan- i perdié sangre por la nariz, y luego evacud dos veces con sangre. Atin no hemos detectado el problema, pero puede ser una de dos cosas: 0 un tumor canceroso tan expandido que es intratable, o tiene leucemia.” Escuché a Woody contener la respiracion apretan- do los dientes. Le tomé la mano y senti que comenza- ba a temblar, “Oh, no”, tartamudes. “Oh, por favor, no.” Quise lorar, pero Woody ya se habia desmorona- do. Yo sabia que uno de nosotros tenfa que conservar algo de fortaleza. Miré a la doctora O'Brien. “Todas las sefiales apuntan a la leucemia’, dijo. “Vamos a hacer un examen de médula en unos minu- tos, pero si lo desean, pueden ir y verla primero.” Me valvi hacia Woody. “Por favor, llama al pastor Langhoff, Preguntale si puede venir.” Es extrana como la gente vive como lo habiamos hecho nosotros, como si Dios nv existicra. Pero cuando estamos frente a fren- te con la muerte, buscamos ayuda espiritual. Yo habia sido criada como catlica romana. Cuando conoci a Woody, después de divorciarme, acordamos lle- gara un punto medio entre mi fe catolica y su fe evange- lica, y nos unirmos a una Iglesia Luterana en Milpitas. Pero rara vez asistiamos a los cultos. No sablamos casi nada de Dios. Nunca leiamos la Biblia ni ordbamos, Pe- ro al enfrentar la muerte, llamabamos a la tinica persona que conociamos que supuestamente conocia a Dios: el pastor Langhoff, de la Iglesia Luterana Reformada. El pastor Langhoff, que ya era anciano, habia esta- do muy enfermo. En realidad, salié de la cama para venir al hospital esa noche. Nos ministré como un pa- dre ministraria a sus hijos, y se quedé con nosotros 128 Nada es imposible para Dios cuando la enfermera vino para levarse a Nanci para hacerle el examen de los huesos de la médula. Yo sabia lo que iban a hacer. Habja visto la larga aguja que insertarian en el hueco de su cadera para extraer un poco de médula. Me quedé en el cuarto, es- tremeciéndome al oir sus gritos de dolor. Woody y el pastor habian salido al hall para hablar. Yo estaba sola en el cuarto. De repente, tuve concien- cia de una presencia espiritual por primera vez en mi vida, una sensacién de que el Hijo de Dios estaba alli. Yo no conocia a Jesucristo. Solo habia escuchado ha- blar de él, y no mucho. Pero por un momento Jestis estuvo en ese cuarto conmigo. Media hora después la doctora O'Brien volvis. “Lo siento”, dijo. “Definitivamente, es leucemia.” Rompi a Iorar, pero cuando noté la agonia que es- taba viviendo Woody, me recompuse. No tenia nadie a quien aferrarme, La doctora O'Brien dijo que po- driamos quedarnos todo el tiempo que quisiéramos, pero yo tenia la horrible sensacion de que Nanci mo- riria esa noche, y no querfa estar alli cuando sucedie- ra, Queria huir. Pero, gadénde huir cuando la montana me rodeaba por todas partes? Salimos del hospital y fuimos a casa. La Luna esta- ba saliendo por encima de Monument Peak, que se le- vanta sobre muestra casa, al este. La enfermedad de Nanci era como esa sélida montaiia. Podiamos gritar- le, patearla, cavarla, ponerle dinamita. Pero alli estaba ella, inamovible. Nuestra vecina nos llamo apenas Ilegamos. “;Co- mo est Nanci?”, pregunt6 alegremente. “Espero que todo ande bien.” Dile a las momanas 129 “No!” grité por el tubo del teléfono. “Tiene leu- cemia.” Hubo una larga pausa, y luego. una suave voz del otro lado de la linea me pregunto: “; Quieres que vaya a verte?” “No”, dije, recobrando el control. “Necesitamos estar solos. Si puedes quedarte con Teresa esta noche, te veremos en la mafiana.” Pasamos la noche en casa, juntos pero solos. Queria- mos acercamos el uno al otro pero, despojados de todo Jo superficial, descubrimos que no nos conociamos. Era- mos dos mortales solitarios enfrentados a una situacion imposible, deslizandonos lentamente por el sumidero. Caminé de cuarto en cuarto por la casa en semipe- numbras. Durante largos momentos me detuve en la puerta del dormitorio de Teresa, mirando su camita blanca apoyada contra las paredes color lavanda. ;Era que Dios me castigaba por haberme divorciado? Teresa era hija de mi primer matrimonio, ;Se iba a llevar Dios ‘a Nanci para castigarme? “;Por qué, Dios? :Por que?”, Moré. “zPor qué le hiciste esto a mi hijita? Ella es tan pe- quena, tan indefensa. Por qué eres tan cruel y nos tor- turas de esta forma?” Me volvt y fui hacia el cuarto de Nanci, La Luna se reflejaba por detris de la cima de la montafa en el cuarto de brillante color amarillo, ahora tan quieto y desolado. La cama todavia estaba sin hacer desde la manana. Me agaché y recogi un patito de goma del sue- lo. Lo apreté, y silbs, Mentalmente, recordé les cientos de yeces que Nanci lo habia apretado mientras yo la ba- naba, y el patito hacia burbujas debajo del agua. Sua- vemente, coloqué el patito de goma en un estante y 130 Nada es imposible para Dios Dile a tas montanas 131 tome el cerdito rosa de piel. Le di cuerda y comenzaron a sonar unas sencillas notas: “Cuando fa rama se rompa, la cuna caerd... vendra, nena...” Empecé a gritar a las paredes y salt del cuarto ha- cia Ia cocina. Woody estaba sentado a la mesa, con la mirada perdida en la oscuridad. Eran casi las tres de la madrugada, y era imposible dormir. “Tenemos que armar un plan de accién”, dijo Woody: Sus palabras sonaban huecas y mecanicas, “Te- emos que ser positivos. No podemos dejar que nuestra actitud mental afecte a Nanci. Aunque por dentro este- mos destrozados, tenemos que sonreir ante ella.” Qué vacio, pensé. Qué falso, Pero no teniamos na- da mas. Acordamos que eso seria lo que hariamos. A la manana siguiente (era domingo), volvimos al hospital “Esta muy mal”, admitio la doctora OBrien, “Pero es pequena, y ¢so juega a su favor, Deberiamos lograr que lx enfermedad retroceda pronto, Aun asi, no es conveniente que abriguen esperanzas.” ~;Cuanto le queda?”, quise saber, La pregunta so- no melodramatica como en una mala pelicula “Si podemos hacer que la enfermedad retroceda inmediatamente, podria durar dos aios”, dijo, espe- ranzada, la doctora Brien. “Pero estos ninos duran un ao con la enfermedad contenida y despues de- caen rapidamente.” Fuimos a ver a Nanci. Le estaban dando una trans- fusion de sangre. Un hematologo vendria desde Stan- ford para ayudar a dar un diagnostico final, Nos dijeron lo que podiamos esperar: mas exdmenes de médula, muchas mas transfusiones de sangre *;Como mueren?”, susurté, Mientras formutaba la pregunta, me di cuenta de que mentalmente ya habia convertido a Nanci en un objeto, una tercera persona que estaba preparandose para desaparecer. La doctora O'Brien fue muy suave: “Generalmen- te, cuando una criatura pequeiia muere de leucemia, es debido a un ataque. Podria ser que sufra un poco, pero no sera por mucho tiempo.” Woody y yo habiamos asistido a sesiones de En- cuentro Matrimonial en nuestro vecindario. Nuestro matrimonio habia sido dificil, y habiamos llegado a es- te particular nivel de humanismo para tratar de encon- war ayuda. Una de las parejas de Encuentro se entero de lo que le sucedia a Nancy y nos llamaron. Su peque- hha hijita acababa de morir de leucemia, y querian venir para contamos sus experiencias. Fue horrible, pero nos dijimos que necesitabamos saberlo para estar preparados cuando Llegara la muerte. Nos contaron todos los detalles: cémo las drogas habian. hecho que su hijita se hinchara, como habia perdido el cabello, su intensa agonia, su muerte. Nos contaron lo que podiamos esperar de nuestras relaciones mutuas y con nuestra familia, En ningtin momento dijeron algo que pudiera proyectar alguna esperanza Los médicos habian lograde controlar la leucemia en Nanci. Para la segunda semana, estaba en estado de remision temporaria, y las drogas la mantendrian ast hasta que se produjera el ataque final, fatal, furioso. Pe- ro la ampolla de sangre. que ahora llamaban tleera de sangre, habia crecido hasta cubrir todo un lado de la in- gle de la nina. Los médicos decian que era un “efecto secundario” de la leucemia, y que contenfa un germen 132 Nada cs imposible para Dios que podria matarla. Irénicamente, el tinico medica- mento que podria curarlo era fatal para la mayoria de quienes sufrian de leucemia. Una noche, después de que Teresa fuera a dormir, Woody y yo nos sentamos a la mesa de la cocina, Ha- bfamos llorado hasta quedar sin lagrimas. Finalmen- te, dije: “Woody, probemos con Dios”, * {Quieres decir que la llevemos a uno de esos que curan por fe?”, dijo con desaprobacién en su voz. “Claro que no”, exclamé. “Esa gente son un mon- ton de charlatanes. Woody estaba perplejo. “Pense que habias dicho que querias probar con Dios.” “Quiero decir que oremos” “Pero yo no sé como orai “Yo tampoco”, dije, “pero tenemos que hacer algo.” El asintio. Yo tome su mano y murmuré unas po- cas palabras. “Dios, por favor, que encuentren algo con qué tratarla.” Fue un comienzo tan debil... como tirar piedras a la montana, con la esperanza de que se levantara y hu- yera, Pero era un comienzo, y a la manana siguiente, cuando llegamos al hospital, la doctara O'Brien son- rea por primera vez. “Buenas noticias”, dijo. “En Stanford descubrieron una droga para tratar la uleera, Es un pequeno milagro.” El cirajano de Kaiser abrié la tilcera, y a esto le si- guieron meses de dolorosos tratamiento. Sin embargo, Nanci mejoraba. EI primer encuentro con la oracion me convencid de que habia mds poder a mi alcance del que habia imagi- nado. Comencé a orar cada dia antes de ir a ver a Nanci. dije. ei 2, Entonces sucedié algo. Una de nuestras vecinas es- taba en la misma asociacion de padres y maestros que yo. Una tarde, después de hablar de los asuntos de la asociacién, me dijo: “Sabes, Linda, Dios te ama. y ama a Nanci” Eso me tocd. Naclie me habia dicho eso de mi jamas, ni tampoco de Nanci, Era un concepto nuevo y maravi- lloso, Dios me amaba, como persona. Y amaba a Nanci. “La Biblia esta Nena de relatos de Jestis sanando gente”, siguio diciendo ella, “La iglesia a la que voy no cree que Jestis sigue sanando, pero yo si. Creo que si Dios te ama, también puede sanarte.” Sus palabras fueron como una Juz en un cuarto oscuro. Entonces comence a abrirme camino hacia esa luz. Muchos afios antes, cuando estaba tramitando mi. divorcio, habia pedido una Biblia en Sears Roebuck. En ese momento pensaba que me daria suerte tener una Biblia en la casa. Ahora comprendia que la Biblia era mucho mas que un amuleto de buena suerte. Fui y abri el cajon de mi armario, la encontré, y me pro- meti a mi mistna que leeria un capitulo por dia, co- menzando con el evangelio de Lucas Casi inmediatamente, de mi subconsciente, salto un versiculo del pasado a mi mente. No sabia donde buscarlo, ni siquiera si estaba en la Biblia. Pero una y otra vez, dia tras dia, resonaba en mi mente: “Al que a mi viene, no le echo fuera” Empecé a pasar més tiempo en oracién. Visitaba a Nanci en el hospital todas las matianas, y luego, después de almorzar, lefa el capitulo de la Biblia y oraba antes de que Teresa volviera de la escuela. Este tiempo se convir- ti6 en. una parte del dia muy importante para mi. 134. Nadu es imposible paru Dios Dile a las montanas 135 Una tarde mi vecina me pregunto si alguna vez ha- bia oid hablar de Kathryn Kuhlman. “Ella cree en milagros”, me dijo. Lamiré. “No me digas que crees en la sanidad por fe", le dije con voz lena de sarcasmo. Sonrié dulcemente. “Antes de juzgar, spor qué no sintonizas tu radio en KFAX?” Confié en ella, y al dia siguiente volvi del hospital con tiempo suficiente como para escuchar la emision de las 11:00. Me gust6 lo que escuché. La senorita Kuhlman hablaba de una experiencia que ella Ilamé “nuevo nacimiento”. Aunque yo no tenia idea de qué serfa eso de lo que hablaba, de alguna forma sonaba cierto. Me gust6 especialmente su manera positiva y feliz de hablar. Muchos de mis amigos eran negativos Un pastor con el que habfamos hablado en el hospital hasta nos habia sugerido que “la muerte es la mejor cura de todas”. Yo necesitaba oir una voz positiva. que apuntara a la luz en vez de las tinicblas. Un dia, despues de escuchar la transmision, que du- raba media hora, abri la Biblia para leer un capitulo de Lucas. Césnalmente, era el relato de la crucifixion de Je- suerto, Mientras leia, me inunds la comprension pro- funda de la verdad. Jestis habia muerto por mi, Eran mis pecados los que lo habian Nevado a la cruz. El habia muerto porque me amaba. Comencé a sollozar. “Oh, Dios, lamento que hayas tenido que morir por mi.” Pero al mismo tiempo que lo decia, un goz0 y una sensacion de bienestar me inundaban interiormente. Era la sensacién de haber tomado un buen vino, pero no estaba en mi estomago, sino en mi espiritu. Enton- ces supe qué era. Yo habia nacido de nuevo. Sentada en el sillon yerde del living, gritando, llorando y rien- do al mismo tiempo, dije: “Gracias, Dios, por salvar- me, {Te amo! Durante anos supe que habias muerio por mis pecados. Ahora sé que moriste por mi.” En ese momento volvi a la vida. Era una nueva criatura. Todo en mi habia cambiado. Al mismo tiem- po, la sanidad de Nanci se convirtié en algo mas que una lucecita en un cuarto oscuro; ahora era como el Sol, una gigantesca bola de luz que inundaba mi ser. Era posible. Dios podia sanarla. En los dias siguientes lei el evangelio de Lucas y em- pecé Juan, Un mediodia, después de escuchar el progra- ma de la sefiorita Kuhlman en radio y de orar, tomé la Biblia y lei el sexto capitulo de Juan. Aqui estaba... ese versiculo: “al que a mt viene, no le echo fuera.” Junto con esta, vino otra revelaci6n, tan asombrosa que yo estaba segura de que nadie lo habia comprendi- do antes. En ningun lugar del Nuevo Testamento se de- cia que un enfermo hubiera venido a Jestis y El lo hubiera rechazado. {El sanaba a todos! Parecia tan imposible... todos: los médicos especia- listas, mis amigos que habian perdido a su hijito, dectan que Nanci moriria. No habia esperanza, Pero dentro de mi habia una fe que surgia como una fuente en el deso- lador desierto de mi vida. Era pequena como un grano de mostaza, pero alli estaba. Yo sabia que era tan impo- sible para mi creer que Nanci sanaria, como hablarle a la montana y ordenatle que se echara a la Bahia de San Francisco. Pero, jno decia la Biblia que todas las cosas én de confiar en El, aunque no lo entendiera, aunque no tuviera sentido. Dios tendria 136 11 es imposible paca Dios que darle nueva sangre y una nueva médula para sus huesos. Pero decidi confiar en su Palabra, sin impor- tar lo que los demas dijeran. “Padre.” oré, “iu has prometido que al que viene a ti, no le echaras fuera, Vengo a ti con esta necesidad. Creo que seras fiel a tu Palabra.” Fue asi de simple. Ahora, lo unico que debia hacer era esperar. Después de cinco semanas los médicos nos dejaron levamos a Nanci a casa. “Ella no esta bien”, nos advir- tieron. “¥ no mejorara. Si tienen muchtsima suerte, qui- za llegue a vivir un aio y medio mds. Pero después de eso, la leucemia sera mds fuerte que las drogas.” Los primeros dias de Nanci fuera del hospital fueron terribles. Dos dias después de traerla a casa le salieron. uilceras sangrantes en los labios. que pronto se extendie- ron a toda la boca, las encias y la garganta. Los médicos diagnosticaron escarlatina, complicada por las drogas que le estabamos dando, que podian causar sintomas si- miflares. La ulcera (del tamano de una mano) en la ingle de Nanci estaba secandose, pero teniamos que limpiar- la tres veces por dia con agua oxigenada. Luego de la limpieza, debiamos atarla de manos y pies a los bordes de la cuna, y colocar una bombilla eléctrica encendida a corta distancia de la tilcera, para secarla ‘Una enfermera venia dos veces por semana para ayu- dar. Las cosas comenzaron a mejorar. Después de seis se- manas Nanci pudo moverse un poco en forma ms independiente, pero seguia siendo una ninita enferma. Para Woody la situacion era muy dificil de sopor- tar, No podia evitar ver el gran cambio que se habia producido en mi, y no lo comprendia. “Querida, tie- hes que controlar esto”, me advertia. "No podemos Dile a las montanas 137 engafiarnos todos de esta forma. Cuando Nanci mue- ra, vas a quedar verdaderamente destrozada.” *No lo entiendes”, le decia yo. “Por primera vez sé que podré aceptar su muerte, si es que sucede. Sé que Dios esta con ella, y conmigo. Aun mas, creo que Dios Ja sanara.” “Desearia poder creer eso”, decia Woody, con los ojos Henos de lagrimas. “Desearia poder creerlo.” Una tarde mi vecina me llamo por teléfono para con- tarme que Kathryn Kuhlman estaria en Los Angeles pa- 1a realizar un culto de milagros. También me dio un niimero telefonico donde podria pedir informacién La mujer que hacia las reservas de viajes nos infor- m6 que el boleto de avidn ida y vuelta a Los Angeles costaria setenta délares. Yo no tenia ese dinero, pero ella dijo que nos incluiria en Ia lista de junio, el mes si- guiente, en caso de que lograramos reunir el dinero Janet, una adolescente que vivia cerea, habia sido la ninera de Nanci desde que ella era una bebita. Un grupo de adolescentes llamado Vida Joven se reunia en el hogar de Janet los martes por la noche, Cuando supieron que Wevariames a Nanci al culto con Kathryn Kuhlman, qui- sieron apoyarnos en oraciGn. El martes siguiente Hevé a Nanci a la casa de Janet, donde se habian reunido mas de cien jévenes para participar del estudio biblico. Acorda- ron que el domingo en que nosotros iriamos a Los Ange- les, se reunirfan en la casa de Janet para orar y ayunar. Ellos tambien creian que Dios la sanaria La semana previa a nuestra partida hacia Los An- geles, fui a una libreria cristiana en Fremont. Una amiga me habia mencionado varios libros que queria que leyera, incluyendo dos de Kathryn Kuhlman: Creo en milagros y Dios puede hacerlo otra vez. Mien- tras estaba alli miré algunos marcadores plastices bus- cando uno para sefialar las paginas en mi Biblia. Una y otra vez vi el mismo marcador, hasta que lo compré, sin fijarme en el versiculo biblico que estaba impreso en la parte de atrés. ‘Camino a casa, yendo por la autopista Nimitz haci el sur, repentinamente me invadié una sensacién des- corazonadora. {Qué clase de tonta era yo? Todos de- cfan que Nanci era incurable, pero aqui estaba su madre, comprando libros, reuniendo dinero para com- prar boletos de avion, pensando en Hevarla hasta Los Angeles para asistir a un culto de milagros de una mu- jer que yo jamas habia visto. Me puse a lorar. Sali de la autopista en Dixon Landing, y miré ha- cia arriba. Alli estaba la montana, irguiendose amena- zadora ante mi, Era mas de lo que podia soportar. Sali de la calle, llorando, Cuando finalmente logré controlar el Ianto, estiré la mano hacia el otro asiento delantero, buscando un partuelo de papel. Al hacerlo, et cordén del marcador que habia comprado se enred6 en mi mano. Entonces lef el versiculo que Ilevaba escrito. No pude creer lo que vela. “Si tuviereis fe como un grano de mostaza, di- réis a este monte: Pasate de aqut alld, y se pasard, y na- da os serd imposible.” (Mateo 17:20). Miré hacia la montatia y sontes en medio de las I- grimas, “Sal de mi camino, montafa. Nanci va a ser sanada. Apenas podia yo abarcar la inmensidad de la mul- titud que esperaba en el auditorio Shrine. Nos guiaron hasta unos asientos en la planta baja. Hacia calor Dile a las montantas 139 cuando Hegamos, asi que le quité los zapatitos a Nanci y le pedi a Woody que los tuviera, Nanci habia estado muy inguieta en el avion, No habia dormido ni un mi- nuto y se doblaba y se retorcia mientras ocupabamos nuestros asientos. Woody tambien estaba incomodbo. “Tut estaras muy bien”, dijo él, “pero no creo po- der soportar quedarme sentado en un culto que dure cuatro horas.” La reunion comenzo, y el magnifico coro comenzo a cantar, Entonces la seforita Kuhlman presento a Di- no. Me encanta la musica, y este apuesto joven griego que acariciaba el piano como si fuera un angel acari- ciando un arpa, me fascino. Pero a Nanci nada de esto le interesaba, Siguio re- torciéndose y gimiendo. Durante los momentos mas quietos, cuando Dino acariciaba las teclas del piano como con una pluma, Nanci se echo a Hoar. Inmedia- tamente vi a un ujier parado en el pasillo, que se in- clinaha hacia nosotros, “Sefora, tendra que llevar a la nina afuera. Fsta incomodando a las demas personas.” “{Sacarla afuera?” exclamé indignada. “Hemos es- tado ahotrando dinero durante dos meses para venit hasta aqui, ;¥ usted me dice que alga!” Miré a Woody. El asintio. “;Por qué no la sacas a caminar un poco?", sugiri. “Luego puedes traerla otra vez.” A punto de gritar de ira, me mordi los labios y sa- If tambaledndome entre la gente que estaba sentada junto a nosotros, hasta llegar al pasillo, Con una mez- cla de vergttenza y enojo. sali hacia el hall. Nanci tenia ya casi dos anos de edad y era bastan- te pesada para cargarla, pero camine de un lado a otro 140 _ Nada es imposible para Dios Dile a las montanas 141 con ella en brazos hasta que se calmo, Entonces volvi a mi asiento. Minutos después comenz6 a Horiquear de nuevo. El ujier aparecié nuevamente, Esta vez no fue muy amistoso, “Senora,” dijo, “muchas de estas personas han hecho muchos sactificios y han venido de muy lejos para llegar a esta reunion. Tendré que sa- cara la nia afuera.” Bueno, yo tambien habia venido desde muy lejos. Estuve a punto de discutir, pero el ujier me hizo un gesto directa con su indice, como diciendo: “jAfue- ral” No quise causar un escandalo, asi que tomé a Nanci, sali pisando pies y chocando con las rodillas de las demas personas, y me dirigf nuevamente hacia el hall. Estaba furiosa. “Esta es una reunion cristiana”, refunfuné ante un hombre que estaba parado junto a la puerta. “Ni si- quiera se puede asistir a un culto de sanidad con una nina enferma sin que a una la echen. {Linda reunion!” Caminé por el hall con Nanci en los brazos. Woody tenia sus zapatitos. y yo no queria que mi ni- hia pisara el piso sucio. Fui hacia el batio de damas. Segui caminando de un lado a otro del hall, Cuanto mas andaba, mas furiosa estaba y mas gritaba y se re- torcia Nanci. No era justo. Nosotros habiamos ahorra- do dinero. Pero yo era la que queria ver a Kathryn. Kublman. Y Woody, que ni siquiera deseaba estar aqui, estaba sentado comodamente en la reunion, mientzas yo estaba aqui afuera. Finalmente me senté en los escalones. “Bien, Dios”. murmuré entre dientes, “si la sanas, segura- mente sera otro dia, porque estando aqui en el hall, ni siquiera podras vernos.” Y me di por vencida, Por los movimientos que se percibian desde el audi- torio me daba cuenta de que seguramente habia empe- zada la parte de las sanidades en el culto. En ese momento una sefiora de mediana edad cruzo el hall. Es- taba radiante de gozo. *;Qué necesita?”, me pregunto. Hice un gesto sefalando a Nanci, que se retorcia y chillaba en mis brazos. “Ella tiene leucemia”, le dije. “Y no puedo entrar a la reunion porque grita y moles- ta.a los demas.” Elrostro de la mujer se ilumind. “Querido Jestis, re- clamamos la sanidad de esta criatura.” Luego comenzo a agradecer a Dios. “Gracias, Sefor, por sanar a esta ni- fa. Te alabo por curarla, Te doy toda la gloria.” Oh. Seftor, pensé, este lugar esta lleno de locos. Pero no podia negar el gozo y el amor que brotaban de esa mujer, Ella tenia la suficiente fe como para creer que Nanci sanaria, Lentamente mi amargura y resentimien- lo comenzaron a disiparse, y mientras ella estaba alli, con sus manos en alto, alabando a Dios, mi propia semi- la de mostaza de fe comenz6 a surgir otra vez. “Sabe, hay mucha actividad alla adentro”, dijo ella, *gPor qué no viene y se queda junto a esta puerta? De esa forma podra ver, y si la nina comienza a quejarse otra vez, puede volver al hall. Yo apenas podia creer Io que veia. Habia una larga fila de gente que subia por ambos costados de la plata- forma. Todos testificaban que habian sido sanados. Nanci, que habia estado luchando y revolviéndose en mis brazos, se aquieto. Comenzo a decir una y otra vez: *jAleluya!” gAleluya? ;De donde habia sacado esa palabra? De nuesira casa, seguramente no. Y yo no le habia oido 142 Sada es imposible para Dios decir a nadie esa palabra en la reunion, Hasta enton- ces, el vocabulario de Nanci habia estado limitado a “mami”, “papi”, “quema”, y “no”. “Voy a volver a mi asiento”, le dije a la mujer que es- taba a mi lado. Me dolia la espalda de sostener a Nanci, y estaba cansada de que toda montafia que se interponta en mi camino me sacudiera a su antojo. Una vez mas pas¢ por sobre pies y rodillas y aterricé junto a Woody. Minutos despues Nanci estaba dormida en mi re- gazo. Escuché mientras la senorita Kuhlman anuncia- ba las sanidades que se producian en todas partes del auditorio. “Una cadera. Alguien esta siendo sanado de una seria afeccion en la cadera.” “Alguien en la parte alta del auditorio esta siendo sanado de um problema de columna,” “Leucemia...” jLeucemia! Las distracciones casi me habian hecho olvidar el motivo principal por el que estabamos alli. “Leucemia, Alguien est siendo sanado de leuce- mia en este momento”, repetia la senorita Kuhlman, Fntonees lo supe. Era Nanci, Empece a florar. No queria llorar, Me habia prometido a mi misma que no tendria reacciones emocionales, aunque Nan- ci fuera sanada, Pero no podia evitarly. Miré a Woody. Estaba con la mirada fija hacia adelante, pero por de- bajo de sus lentes se veian las lagrimas. Repentinamente, sin aviso previo, Nanci me dio un puntapié en el estomago. Muy fuerte. Tenia la ca- beza colocada en el hueco de mi codo izquierdo y su cuerpo estaba pegado al mio, Estiré la mano y le su- jeté los pies para que no me pegara de nuevo, pero Dile «las montanas 143 entonces lo senti otra vez. Esta vez noté que sus pies no se habfan movide. El golpe habia partido del inte- rior de su cuerpo. Fue un poderoso golpe desde den- tro de ella que habia sentido contra mi estomago. Mire su cara, generalmente muy palida. Estaba roja, afiebrada, cubierta de wanspivacisn. Algo sucedia muy dentro de su cuerpo. Al mismo tiempo, senti una calidez y un cosquilleo que me recorrfan por entero. Ya no pude contenerme ms: “Oh, gra- cias, Jesus, Gracias.” En el camino de regreso al aeropuerto, lo nico que podiamos hacer era Horar. Woody me advirtio que no me entusiasmara demasiado. “Si ella es sanada, el tiem- po lo dira”, dijo sabiamente. Yo sabia que tenia razon, pero no habia forma de detener mis lagrimas de gozo. El martes siguiente fuimos a ver a la doctora OBrien para que examinara a Nanci como ho habia es- tado haciendo con regularidad. Le conté todo. Ella es- cuché pacientemente, y luego noté que sus ojos se Henaban de lagrimas. *;Qué sucede?”, pregunte. Bueno”, dijo ella con voz dubitativa, “el lugar que usted me describe, de donde provino el golpe, es el lu- gar donde esta ubicado el bazo, un organo vital que jue- g@ un papel importantisimo en su enfermedad.” “sCree usted que ha sido sanada?”, quise saber “Oh", dijo ella, tomandome de} brazo, “quisiera creerlo de todo corazon.” *;Por qué no le cree, entonces?”, dije. “Porque nunca Jo he visto suceder”, respondi, “Es tan dificil creer algo cuando nunca antes lo hemos visto. Usted lo entiende, gno es asi?” 144 Nada es imposible para Dios Por supuesto que lo entendia. Pero ahora yo tenia ojos para ver lo que no habia visto antes. Al ponerme de pie para salir, le dije: “Sin embargo, ha sucedido. El hecho de que usted nunca haya visto moverse a una montana no significa que no pueda ocurrir.” La doctora O'Brien palmeo a Nanci en la espalda. “No hay examen que pueda comprobarlo ahora. Sole el tiempo dird si la sanidad es real o no.” El tiempo ha probado que era real. Dia tras dia el color de Nanci mejor6, Recobré la vitalidad y el ape- tito. Dejamos de administrarle las drogas. Todos los examenes realizados en los wltimos cuatro afos han resultado negativos. No hay rastros de la enfermedad en su cuerpo. Aunque la sanidad de Nanci ha sido maravillosa, la sanidad operada en nuestro hogar y en nuestras vidas ha sido atin mas milagrosa. Hablande de mon- tanas que debian moverse del camino... La situacion en nuestro hogar era como una cadena montaiosa; dura, rocosa. Pero desde que Nanci fue sanada, Woodly recibio a Cristo como su Salvador personal y ambos hemos sido bautizados en el Espiritu Santo. Nuestro hogar, que alguna vez estuvo a punto de ser destrozado por el divorcio, ahora ha recuperado el orden divino. iUna montaria de milagros! Y todo comenzé con una fe tan pequefa como una semilla de mostaza CAPITULO éEs este un autobus protestante ? Marguerite Bergeron No pude contener las lagrimas al con- templar el precioso bordado que esta mu- jer de Canada me habia entregado. Cada puntada era un acto de amor, porque ha- bia sido dada por manos que alguna vez estuvieron doblados y deformados por la artritis, La sefora Bergeron, que vive en Ottawa, Canada, era una catdlica roma- na de sesenta y ocho anos de edad que nunca habia entrado a una iglesia protes- tante. Durante veintidés aitos habta su- frido de artritis paralizante, tan grave que no podia mantenerse en pie durante mas de diez minutos. Su esposo, discapa- citado por una afeccion cardiaca, es el or- gullose poseedor de una medatla que le fuera entregada por el Primer Ministro 146 Nada es imposible para Dios aks este um autobus protestamte? 147 de Canada en ocasion de su retiro des- pues de servir durante cincuenta y wn aos en el servicio postal de sw pats Marguerite y su esposo tienen cinco hijos y veintitrés nietos. En nuestro pequeno departamento en los subur- bios de Ottawa sonaba el teléfono. “Querida Maria. Madre de Dios,” oré, “que no deje de sonar antes de que yo llegue.” Hice un esfuerzo por salir de la mecedora y me apoyé en la pared para lograr equilibrio. caminando con dificultad hasta la mesita del telefono. Cada paso me provocaba espasmos de dolor en las rodillas y las caderas. Hacia veintidos anos que sulria de artritis pa- ralizante, y este invierno habia sido el peor de todos. No habia podido salir de la casa. El intenso frio cana- diense habia endurecido mis articulaciones de tal for- ma, que apenas podia caminar, Aun el simple hecho de cruzar el living para contestar el teléfono era mas de lo que podia soportar. ‘Tomé el rosario y finalmente llegué al teléfono. Mi hijo Guy, que vivia en Brockville, Ontario, dijo: “Ma- ma. jconoces a Roma Moss?” Yo conocia bien al sefior Moss. Estaba muy enfer- mo de artritis, como yo. Los médicos habian soldado varios discos de su columma. No podia agacharse, asi que tampoco podia sentarse. *;Paso algo malo?”, le pregunté, temiendo lo peor. Hasta lo dije en voz alta: * (Esta muerto?” Es extrano, ahora que lo pienso. Nunca pensé que pudieran ser buenas noticias. Yo siempre esperaba malas noticias. Después de aiios de escuchar decir al médico: “Usted no mejorara: solo se pondra peor”, creia que todos los enfermos empeoraban automatica- mente cada vez mas, hasta morir, “No, mama”, dijo entusiasmado Guy. “El senor Moss no murié. ;Fue sanado! ;Puede caminar! ;Pue- de agacharse! ;Ya no sufre mas de artritist “Como es eso?”, pregunté secamente, En vez de alegrarme, me sentia amenazada. ;Por qué él se sana- ba cuando el resto de nosotros tenia que seguir vivien- do en el dolor? “Fue a Pittsburgh, mama”, la voz de Guy resoné feliz en el tubo. *Fue aun culto de Kathryn Kuhlman, Mientras estaba alli, fue sanado. ;Por qué no vas a Pittsburgh ni también? Quiza te sanes.” Yo habia oido hablar de Kathryn Kuhlman y hasta habia visto su programa de TV; pero siempre habia pensado que la sanidad era para los demas, no para mi. “Oh, yo estoy demasiado enferma como para salir de la casa”, dije. “{Cémo podria hacer ese viaje tan largo hasta Pittsburgh?” Guy me conto sobre un autobts contratado espe- cialmente que hacia el viaje entre Brockville y Pitts- burgh todas las semanas. “Déjame que llame y te reserve un lugar’, ro} Yo no me sentia bien. E1 solo heche de estar de pie junto al telefono hablando con Guy me hacia sentir débil. Mi cuerpo estaba deformado ¢ hinchado por la artritis desde hacia mucho tiempo. Recordaba que, hacia algunos aios . habia jugado con mis nietos durante el cumpleaiios de uno de ellos. Habtan atado un pafuelo alrededor de los ojos de un 148 Nada es imposible para Dios nifiito, que tenfa que ir por todo el cuarto tocando las, manos de la gente y adivinando quien era cada uno. El me identifico a mi inmediatamente porque mis nu- dillos estaban terriblemente hinchados y los dedos, doblados como garras. iQue era todo eso que dicia de la sanidad? ;Acaso Guy crefa que sabia mas que los médicos que habian dicho que yo no tenia posibilidad de curacion? Sacu- di la cabeza, sin esperanzas. “No, Guy, no hagas nin- guna reserva”, suspiré. “Hablaré con ww padre y te contestaré manana por la noche.” Colgné y volyi trabajosamente hasta mi silla. Du- rante un largo rato estuve alli, sentada en la semipe- numbra del cuarto, llorando, porque era anciana y el dolor era muy fuerte. Traté de recordar los tiempos en que mi cuerpo era joven y agil, y hermoso. Recordaba cuando Paul y yo nos enamoramos. Eramos tan co- rrectos; él, criado en un ambiente catolico frances y yo, con mi familia catdlica escocesa. Una noche, €l to- 6 timidamente el dorso de mi mano. y lentamente entrelaz6 sus dedos con los mios. Le gustaba acariciar mis manos suavemente, con dulzura, de una forma que me llegaba al corazon Ahora yo no soportaba que Paul me tocara las ma- nos. Dolia demasiado. Fstaba vieja y llena de nudos, como un viejo roble en la cima de una montana roco- sa. Ya no recordaba ningun momento en que no hu- biera sufrido dolor. Ese dolor hacia casi imposible que alguien me legara al corazon. Esa noche le conté a Paul sobre la Hamada de Guy. Desde que mi esposo se habia retirado del ser- vicio postal, su corazon habia quedado rodeado de 2Es este un autobus protestance? 149 fluido. Esto le afectaba las piernas, asi que estaba parcialmente paralizado. Pero Paul me alenté para que fuera a Pitisburgh, y hasta dijo que queria ir conmigo. “No podemos perdernes ninguna oportu- nidad”, dijo. “Pero son casi mil kilémetros”, protesté. “No sé si podré soportar todos los baches y problemas del ca- mino.” Paul asintio. Era tan comprensivo... Pero algo en él siguio insistiendo. Finalmente accedi a i, y al dia si- guiente lame a Guy. “Tu padre ira conmigo”, dije. “Pero antes de que nos reserves lugar, quiero ver al sefior Moss. Quiero yer con mis propios ojos que esta sano,” Guy estaba feliz, y dijo que areglaria todo para que yo pudiera hablar con el sefior Moss, que vivia cerca Al dia siguiente, mientras escuchaba al senor Moss, apenas podia creer lo que ofa. Era la historia mas fantastica que me hubieran contado jamas. Una sefora llamada Maudie Phillips le habia reservado un lugar para que él pudiera viajar de Brockville a Pitts- burgh. Alli habia asistido al culto de Kathryn Kuhl- man en la Primera Iglesia Presbiteriana, y habia sido sanado. Para probarlo, se paré en medio del cuarto, se ineling y tocé el suelo. Corri6, sako y girs la espalda en todas direcciones para mostrarme que sus huesos y articulaciones estaban como nuevos. Para mi, lo mas increible era que habia sido sana- do en una iglesia protestante. Yo habia sido catdlica durante toda mi vida. En Canada, cuando yo era nina, las relaciones entre catolicos y protestantes eran tan 150 Nada es imposible para Dios Lensas que a veces parecia que iban a entrar en guerra Desde que yo era pequena se me habfa enseriado que entrar a una iglesia protestante podia hacerme perder la salvacion, y siempre que pasaba frente a una, con- tenia la respiracion. En mis sesenta y ocho aos de vida, nunca habia entrado a uno de esos lugares. Ahora el senor Moss me decia que habia sido sanado en una iglesia presbi- teriana. El solo pensarlo era casi mas de lo que yo po- dia soportar. “Querida Maria, ;podra esto ser asi? ;Ama Dios a los protestantes, también?” La sola idea me hacia es- temecer. Pero no habia forma de negar lo que le ha- bia sucedido al senor Moss. Antes, habia estado obyiamente enfermo; pero ahora estaba perfectamen- te sano, Tragueé saliva, apreté los dientes y asenti ante mi esposo. Iriamos a Pittsburgh. Guy hizo las reservas. El autobus partirta el jueves por la mafana, *5Crees que debemos contarle al sacerdote?”, me pregunto Paul. “Oh, no”, protesté decididamente. “Ya bastante malo es que Dios sepa que estamos yendo a una igle- sia protestante, como para que tambien el sacerdote lo sepa.” Esto pesaba mucho en mi conciencia. Qué pasa- ria cuando nuestros amigos catolicos supieran lo que habiamos hecho? Pero aun asi, estaba convencida de que debiamos ir. El jueves por la manana Paul se levant6 temprano. Pero cuando traté de levantarme, grité de dolor. Ge- neralmente el dolor de la artitis se hacia sentir en un ues este un autobus protestante? 191 lado u otro. Pero esta manana, el dolor era intenso en todo el cuerpo. Cada articulacisn ardia. Lo tnico que pude hacer fue recostarme nuevamente en la cama y llorar. Paul sali del bano y se acerco a la cama, sin saber qué hacer. Cuando me dolia el pie o la rodilla, a veces me hacia masajes para disipar el dolor. Pero esa maria na, cualquier movimiento, cualquier contacto, hacia que sintiera como fuego liquido corriendo por mis huesos. Nunca el dolor habia sido tan extremo, Con mis lagrimas mojé la almohada, y ni siquiera podia enjugarmelas, por la intensidad del dolor en las ma- nos. Mis manos estaban dobladas y rigidas sobre el montén de paiuelos de papel que habia tomado la noche anterior, tratando de que no se cerraran por completo. Ninguna oracién podria hacer que se abrie- ran. En ese momento deseé morir, “No puedo ir”, sollocé. “Dios no quiere que vaya a esa iglesia. Este es su castigo por haber pensado en hacerlo.” “No es asi, mama”, dijo Paul, casi con firmeza. “Dios quiere que te sanes. El no te haria algo asi. Tie- nes que levantarte.” “No puedo ir. No puedo caminar. Ni siquiera pue- do salir de la cama. No puedo hacer nada. Hasta vivir me duele.” “Debes levantarte, mama”, roge Paul. “Dios no quiere que te dejes morir aqui. Inténtalo. Por favor. inténtalo.” Mover cada articulacién era como romper hielo en una corriente. Cada movimiento hacia crujir algo que estaba suelto. El dolor era insoportable, pero movi las 152 Nada es imposible para Dios articulaciones de un lado a otro hasta que finalmente logré sacar las piernas de la cama, Con la ayuda de Paul, me puse en pie. Luego luchamos por abrir mis manos. “Ahora ponte el vestido, mama”, dijo Paul. “No debemos llegar tarde para tomar el autobuis.” Vestirme fue terriblemente dificil... y ponerme la aja, casi imposible. Empecé a llorar otra vez. “sigue tratando, mama”, decia Paul. “Sigue tratando. Esta puede ser tu ultima oportunidad de ser sanada.” *,Crees que mie iré sin mi faja?”, lloré. “Seria in- decente.” Pero Paul siguis alentédome, y finalmente estu- ve lista para salir... sin ponerme la faja. Llegamos al auto y fuimos hacia el lugar desde donde saldria el autobus. En el estacionamiento la esposa de Guy nos pre- senta a la sehora Maudie Phillips, representante de Kathryn Kuhlman en Ottawa. La sehora Phillips era cdlida, amistosa, extrovertida, y me extendid la ma- no. “Lo siento”, dije, retracediendo, “pero no puedo darle la mano a nadie, Si me tocan, el dolor me ha- ra desmayar.” Ella sonrio, y senti que me entendia. Eso me ayudé mucho. Pero el temor de mezclarme con los protestantes estaba volviendo a apoderarse de mi. Me volvi hacia Paul. “Tendria que haber ido a la iglesia primero. Tendria que haberle confesado este gran pecado al sacerdote. Asi no me sentiria tan mal.” Guy me escucho y dijo: “Mama, aunque tenga que llevarte en hrazos, vas a subir a ese autobus.” eric aFs este un autobus prorestante? 153 Finalmente cedi, y la senora Phillips, junto con el conductor del autobis, me ayudaron a subir. Cada pa- , cada contacto, me hacia Tlorar de dolor, pero He- gué hasta el asienta junto a Paul. Nos quedaba un viaje de casi mil kilometros por delante Cuando el autobus partio, la senora Phillips co- menzé6 a ir de un extreme a otro del pasillo, hablan- do, respondiendo preguntas, ministrando a las personas, como un pastor que cuida a sus ovejas. Ca- da vez que pasaba junto a mi, yo la hacia detener. Te- nia muchas preguntas. Muchas de las personas que estaban en el autobiis ya lo habfan hecho antes. Pronto comenzaron a can- tar, Yo nunca habia escuchado cantar asi. Era como una iglesia con ruedas recorriendo el campo, pero una iglesia diferente de cualquiera de las que yo conocia. Me preocupé, y la siguiente vez que la sefiora Phillips paso junto a mi, la tomé del brazo. *:Es este un autobuis protestante?”, susurre. “No”, rid ella. “Es un autobus de Jess. Solemos Mevar a algunos sacerdotes catélicus. A veces hasta nos ditigen en el canto.” <;Sacerdotes catélicos en un autobus protestan- te?”, pregunté. “:Como puede ser?” La sefiora Phillips sonrid. “Al autobtis no le impor- tai usted es protestante o catolica. A Jestis tampoco.” “Pero estamos yendo a una iglesia protestante en Piusburgh”, protesté. {Como rezara?

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