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Los motores de búsqueda son programas que recorren la Red, sitio a sitio,
enlace tras enlace, y cargan los resultados en gigantescas bases de datos. De
este modo construyen catálogos que son consultados cuando se ejecutan las
búsquedas a través de los portales.
Yahoo figuraba entre los portales más visitados, pero su auge residía en el
catálogo de páginas que administraba y no en su motor de búsqueda, del cual
carecía. Básicamente el portal ofrecía al usuario la posibilidad navegar a través
de categorías que iban de lo general a lo particular hasta encontrar los
resultados (por ejemplo: entretenimiento, música, videos, rock, etc.).
El éxito de Google frente a sus rivales tiene una explicación. Mientras los
demás motores de búsqueda iban enlace tras enlace recorriendo e indexando
las páginas, el algoritmo BackRub hacía eso y el camino de vuelta, es decir que
registraba qué sitios apuntaban a cada página que visitaba. Una vez obtenido
esto, mediante un algoritmo denominado PageRank se analizaban cuáles eran
los sitios que tenían enlaces a una determinada página, y en función de la
importancia de esos sitios la página ascendía o descendía en el ranking. El
algoritmo resultó ser eficiente (en 1996 tenía indexados más de 100 millones
de enlaces), de hecho fue el primero que resolvió con un criterio aceptable la
relevancia de los resultados, es decir la posición que ocupa cada página dentro
de la lista de los devueltos. Esto pronto se convirtió en un gran éxito. La
confiabilidad en los resultados devueltos por Google era muy superior al resto
de los buscadores, tan es así que los administradores de sitios web
comenzaron a tener en cuenta los criterios definidos por el algoritmo de Google
para incrementar su relevancia.
Según John Battelle, autor del libro “Buscar” [1], los creadores de Google, sin
saberlo, estaban “marcando el camino de una ecología completamente nueva,
una ecología moldeada a través de millones de decisiones y de millones de
webmasters, cada uno de los cuales simplemente deseaba obtener la mejor
clasificación en el índice” (p. 108).
Pero con toda esa información Google se transformó en mucho más que un
buscador. En sus registros constan miles de millones de términos de búsqueda
almacenados durante años, esos términos reflejan las preferencias de la gente,
lo que Battelle denomina como base de datos de las intenciones. Para el autor
esta información representa “una historia en tiempo real de la cultura post Red:
una base masiva de datos de deseos, necesidades y preferencias en un clic
que se puede descubrir, citar, archivar, rastrear y explotar para todo tipo de
fines” (p. 18).