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STORM TREE 13 Pena, Mulciades: Histosta det pueblo argentino. - 2 ed. - Buenos Aires : Emecd, 2012. 552 p.:20x15cm. ISBN 578-950-08-3440-9 1. Historia Argentina. |. Titulo con a Edltor; Fernando Horaclo De Leooardis Disefindor de cubjerta ¢ Interior: Juan Marcos Ventura, Correctora: Gisela Milani © 1975, herederos de Mikclades Petia © 2012, Horacto Armando Pagtione. por el prologo Todos bos derechos reservados © 2012, Grupo Editorial Planeta S.A.1.C. Publicado bajo el sella Emecé® Independencia 1682 (1100) C.A.B.A. www.editorialplaneta,com.ar 2° edichin: julio de 2012 2.000 efernplares. Impreso en Artes, Concepciin Arenal 4562. Cludad Auténoma de Bucnes Aires. ened mes de junto de 2012. No oe perrake la reproduce in parcial o fatal, el almacenamtento. of alquiter. Go tramsmhida ola tramformaciin de evte libro, ef cualquier forma .o por cunlquier media, wa clectrinire o mecénico, mediante folacopias. digitaliractin Uatros matiadon une permiwo previo y eario del edider. Su Infracctin cus, pemada par Las beyey 11.723 y 25.446 de La Repablica Argendina. IMPRESO EN LA ARGENTINA/ PRINTED IN ARGENTINA Queda hecho ef depJsito que previens ta ley 11.723 ISBN: 978.950:04-3440.9 Milciades Pefia HISTORIA DEL PUEBLO ARGENTINO (1500-1955) Estudio preliminar de Horacio Tarcus Edicién al cuidado de Horacio Tarcus y Fernando De Leonardis Ww Compaiiera infatigable de jornadas eternas de trabajo, estudio e investigaci6n. Compafiera indispensable luego, sola, para defender su obra, para difundirla, para oficiar de correctora de los textos, para encontzar quien la publicara. Compafiera imprescindible, también, para cuidar a los hijos. Compariera por siempre. Ejempto de voluntad, esfuerzo y amor. Regina Rosen “de Peita”: asi se sintié y se nombrd hasta cl fin de sus dias, orgullosa, nuesera madre. Clara Leticia y Milcfades LA VISION TRAGICA DE LA HISTORIA EN MILCIADES PENA Nos complace ofrecer al lector de lengua castellana esta nueva edicién, uni- ficada, corregida, anotada y controlada con los originales del autor, de Historia del Pueblo Argentino de Milciades Pena. El lector Gene finalmente en sus manos la que probablemente sin discusi6n pueda considerarse la més consistente interpretacién integral de la historia argentina llevada a cabo desde una perspectiva marxista. Segin el propio autor, no se propuso otra cosa para su historia que “desenmascarar los mitos y las falsedades” de la historiografia argentina. En una breve introduccién a su Historia del Pueblo Argentino que se rescaté para Ja presente edicién, Pefia nos anuncia la puesta en cuestién del mito del carécter feudal de América Latina, el de la sustancial unidad de nuestro continente y su posterior “balcanizaci6n”; el del “espiritu democratico” de la Revolucién de Mayo, el del “progresismo rivadaviano” como el del “na- cionalismo rosista”; el del “nacionalismo revolucionario” de los caudillos de las montoneras; el del “nacionalismo” de Roca, el del “progresismo” de Judrez Celman y el de la “revolucién democratica” de 1890. Se podria afiadir, entre owros, algunos que se desprenden de la propia Historia: el mito del ca- ricter “antioligrquico” del Martin Fierro; el mito del “acceso de las clases medias al poder” con Yrigoyen; el mito de los gobiernos conservadores de 1930 como antiestatistas y antiindustrialistas y, finalmente, el mito del ca- Nicter revolucionario del peronismo. Poresosu plan, mas quea un desarrollo cronolégico, histérico-narrativo, respondea una agenda de problemas, de nucleos historiograficos a abordar criticamente. A cada uno de los items del plan de la obra corresponde al Menos uno de los “‘mitos” historiograficos a rebatir. Pefia hace historia a Partir de la critica historiogrifica, pues a medida que somete acritica lo que entiende que son los seudoproblemas de la historiografia anterior, plantea Cual es, desde su punto de vista, una problematica legitima para la historia argentina. Este caricter, si se quiere, programético de la obra historiogrifica de Peria, puede ser una de las claves que permita explicar el curioso hecho de que la historia académica posterior a su muerte se haya apropiado y haya desarrollado muchos de sus sugestivos replanteos, como se vera luego. Peiia redacta Historia del Pueblo Argentino entre 1955 y 1957.' El blanco de su critica lo constituiran las que estaban asentadas como las tres corrientes historiogréficas que se disputaban entre si la verdad histérica: liberal, revi- sionista y marxista vulgar. La mas tradicional, la historiografia liberal, habia sido Fundada en los mismos momentos y por los mismos hombres que ha- bian triunfado en Caseros y que iban a darle su fisonomia a la sociedad y al Estado nacionales. Convertida en “historia oficial”, el monopolio liberal del discurso historiografico no fue discutido, salvo por algunas voces ais- ladas, hasta que en la década de 1930 hace su irrupei6n la segunda corriente, autodenominada “revisionismo histérico”. Sila primera habia concebido la historia argentina como la lucha entre dos principios ideales —la Libertad versus la Tirania—, la corriente revisionista cambié el esquema por otro: la oposici6n ence la Nacién y la Antinacién. La historiografia liberal hizo de Mayo y de Caseros los principales hitos de la marcha de la historia argen- tinaenel camino de la Libertad y el Progreso, entendiendo al primero como la revolucién contra el despotismo colonial y al segundo como la rebeli6n contra un pasado restaurado. Los revisionistas, en cambio, tendieron acon- vertir a los caudillos y fundamentalmente a Juan Manuel de Rosas en los hitos de su versi6n historiografica. Los caudillos del interior fueron presen- tados como la reaccién popular frente al “entreguismo” y la hegemonia por- tefios, y don Juan Manuel de Rosas como la culminacién de un proyecto na- cional-popular que vino a frustrarse en 1852. Comprometidos en una “visién decadentista” de la Argentina,? tendieron a ver el proceso abierto entonces como de enfeudamiento progresivo de la nacién a los intereses britinicos. En los afios 1950 y comienzos de la década siguiente, en que Petia prepara y daa conocer los primeros ramos de su obra, la historiografia liberal sufria ya un doble embate: por un lado, de una segunda generacién de historia- dores enrolados en el revisionismo histérico; por el otro, de los historiadores comunistas que, desde mediados de la década de 1930, buscaban instituir una tradici6n en la historia y en el pensamiento nacionales: cabria mencio- nar entre ellos la primera obra de Rodolfo Puiggrés asi como la de Luis Sommi, Juan José Real, Héctor Agosti y, finalmente, Leonardo Paso. Aunque 1. Retomamos y actualizamos aqui tramos de Ef marxismo olvidado en la Argentina. Silvio Frondizi y Milclades Perla, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1996. 2. Tulio Halperin Donghi, “El revisionism histérico como visién decadentista de la historia nacional”, en Ensayos de historiografia, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1995- culan una metodologfa y una concepcién materialistas de la historia, y apesar del talento historiografico de algunos de ellos, el esfuerzo politico de su organizacién —el Partido Comunista argentino— por instituirse como continuacién-superaci6n de la rradici6n liberal-democratica del pasado ar- gentino, los tornar4 francamente tributarios de muchos de los valores y es- ‘uemas interpretativos de la historiografia liberal. También apelandoa la concepcién materialista de la historia, pero apro- ximindose en maltiples aspectos a las figuras clave, los temas favoritos y los enfoques del revisionismo nacionalista se ubicard una franja que segin uno de sus mds conspicuos representantes podria denominarse “revisio- nismo socialista”, entre los que cabria citar a figuras como Rodolfo Puiggrés luego de su salida del Partido Comunista en 1946, Jorge Abelardo Ramos y Juan José Hernandez Arregui. Peria considera que tanto la perspectiva liberal como la revisionista, aunque vatoricen de modo exactamente opuesto momentos y figuras de la historia argentina, fueron igualmente concebidas como narrativas edi- ficantes por diversos sectores de las clases dominantes argentinas, simé- tricamente idealistas y mitificantes. El marxismo, segdn su perspectiva, no habfa ofrecido para mediados de la década de 1950 una interpretaci6n consecuente, en la medida en que los historiadores comunistas no habian logrado trascender la perspectiva historiografica liberal por mAs énfasis que pusieran en la determinaci6n econémica de los procesos sociales, ni los re- visionistas de izquierda habian logrado exceder los mitos historiograficos del nacionalismo. Pefia aspira a pensar la historia argentina como historia social, no como lucha entre principios ideales (limense Libertad versus Tiranfa, Nacién ver- sus Antinacién o Burguesfa versus Proletariado), sino como desenvolvi- miento y conflicto entre sujetos sociales materialmente situados. Los alcances y limites de cada figura histrica, se trate de Moreno o de Rosas, de Mitre o de Roca, de Alberdi ode Sarmiento, de Yrigoyen o de Perén, son ponderados y explicados a partir de las fuerzas sociales que ellos expresaron. Pefiano deja de considerar la excepcionalidad de los grandes liderazgos e incluso la lucidez, de aquellos que—sobre todo Alberdi y Sarmiento— fueron capaces, €n circunstancias precisas, de pensar con amarga lucidez un poco mis alld de su horizonte social. Pero Peta, que era un lector atento de Hegel, sabia que nadie puede saltar sobre su propio tiempo, del mismo modo que nadie &S capaz de saltar sobre su propia sombra. En su narrativa histérica no abundan, pues, los nombres propios ni adquieren particular espesor los partidos politicos y sus rivalidades. Unos Y otros son remitidos alas fuerzas sociales en que se sostienen. El éxito o el fracaso de tos caudillos y de las facciones politicas son expresién de la eapacidad de la fuerza social que expresan en construir una hegemonia sobre el conjunto de la sociedad de su tiempo con vistas a constituir un nuevo orden social nacional. Se ha observado que la interpretacién histérica de Petia ha tendido a reducir los conflictos sociales a su ultima ratioeconémica. En efecto, Peria quiere no s6lo poner en practica, sino llevar a su maxima expresién el mé- todo postulado por Marx cuando sostiene que el historiador no juzga a las. épocas 0 a los actores histéricos a partir de su propia conciencia, sino que interpreta estas formas de conciencia social (esto es, las ideologias) a partir de las contradicciones de la vida material. Y consecuente con dicho método entiende que el proceso social de produccién de ta vida material adopta una forma antagénica, “no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los in- dividuos”, un antagonismo que sin agotarse en el conflicto de clases, en- cuentra en él su forma fundamental de manifestaci6n. Sin embargo, no es lo mismo remitir el sentido Ultimo de los conflictos sociales a las formas contradictorias que asume la produccién social, que reducir los conflictos politicos a conflictos econémicos. Esto es, en suma, lo que distingue al mé- todo marxiano de la critica, del reduccionismo econémico propio del mar- xismo vulgar. La interpretaci6n histérica de Peta busca ajustarse al primero, y esto ya es claro en su lectura de los sucesos de Mayo. E] marxismo vulgar, ante estos sucesos, acepté de la historiografia liberal (y de la propia época que buscé pensarsea si misma como ruptura revolucionaria) el significado de que se trataba de una “revolucién”. Sélo buscé “profundizar” este diag- néstico “afiadiéndole” la dimensién econdmica, o bien, remitiéndoloa un conflicto entre relaciones de producci6n y fuerzas productivas, entre un orden colonial que frenaba el desarrollo econémico y el nuevo orden que inaugura el librecambio, entre antiguas clases feudales y nuevas clases bur- guesas... Pefia no parte de un esquema histérico a priori donde se puedan insertar hechos asimilables, sino de una concepcién de la historia donde ésta se halla sujeta a desarrollos desiguales, a diversas temporalidades, nunca reductibles a una I{nea temporal de progreso y desarrollo. La clave de la gravitaci6n de su lectura de la historia argentina esté en la riqueza de su concepcién. De otro moda, la suya hubiese sido una mis de entre todas las lecturas economicistas de la historia argentina que proliferaron entonces y hubiese corrido la misma suerte. Pena no busc6, pues, como lo hizo el marxismo vulgar, las “raices eco- némicas” de la Revolucién de Mayo. Sometié a discusién el hecho de que se tratase de una revolucién social, asimilable al ciclo de las revoluciones 3- Oscar Tern, Nuestros attos sesentas, Buenos Aires, Puntosur, 1991, pigs. 239-240. burguesas. Lejos de “reducir” los acontecimientos politicos de Mayoa una ultima ratio econémica, bused entenderlos en su especificidad: el de una lucha politica, de una disputa por el poder entre los sectores sociales domi- nantes del orden colonial. Mientras el conjunto de la historiografia argentina, de Mitre en adelante, remite el conjunto del proceso ala lucha entre mono- istas librecambistas, para Pefia ésta es una contradiccién real pero sub- ordinadaa una contradiccién de orden politico: “Quién habia de gobernar en América: si los burécratas enviados por Madrid o representantes directos de las oligarquias locales” (Pefia, Antes de Mayo). Una vida breve, una obra perdurable Nuestro autor redact6 su Historia del Pueblo Argentino independiente- mente de cualquier espacio académico, siendo apenas un joven que rondaba los veinticinco afios. En su breve vida (se suicidé a los treinta y dos afios), apenas si alcanzé a publicar tres capitulos de su obra en sus propias revistas, y en los tres casos escondiendo su identidad bajo diversos seudénimos. Enseguida de su muerte en 1965, sus amigos fueron dando a conocer su obra inédita. Poco tiempo después, en la década de 1970 y 1980, sin que nadie supiera muy bien quién habia sido Milciades Pefta, sus escritos co- menzaron a ser citados por autores académicos del pais e incluso del exte- tior. Por citar algunos ejemplos, tanto Oscar Oszlak como Waldo Ansaldi recurrieron al concepto de “suboligarquia financiera” para pensar el juego de las facciones interburguesas en el proceso de formacién del Estado ar- gentino como de una clase dominante a nivel nacional.‘ El britinico David Rock reconocié en El radicalismo argentino sus deudas con “una serie de Penetrantes intuiciones” avanzadas por Peria.S Tanto Carlos Fayt como Alberto Ciria citaban las tesis de Peria cuando recapitulaban las interpre- taciones acerca del peronismo.£ Por su parte, Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero, en sus influyentes Estudios sobre los origenes del peronismo, al decir de Luis Alberto Romero, “reformulaban y ampliaban las originales tesis de Milciades Pefia, un panfletista de notables intuiciones historiogra- 4. Waldo Ansaldi, “Notas sobre la formacién de la burguesia argentina, 1780-1880", en E. Florescano {coord,), Origenes y desarrollo de Ia burguesta en América Latina, 1700-1955, México, Nueva Imagen, 198s; Oscar Oszlak, La formacién del Estado argen- Gno, Buenos Aires, E. de Belgrano, 1982, especialmente pigs. 22-23 y 25. S- David Rock, EI radicalismo argentino. 1890-1930, Buenos Aires, Amorrorcu, 1977, apendice 2, pig. 264 y ss, 6, Carlos Faye, la naturaleza del peronismo, Buenos Aites, Vitacocha, 1967; Alberto Tia, Perén y el justiciatismo, Buenos Aires, Siglo XXL, 1971. ficas”? El propio Romero, en su libro escrito junto con Alejandro Rofman, acude reiteradamente a la obra de Pefia.® Y Peter Waldmann cita abundan. temente a los ignotos Gustavo Polit y Alfredo Parera Dennis —seudénimos de Pefia— en su obra El peronismo. 1943-1955." Por su parte, cuando Tulio Halperin Donghi cuestionaba, en José Hernéndez y sus mundos, la invenci6n, por parte de revisionistas e izquier- distas, “de una biografia de noble paladin de causas que sabe perdidas” para el autor de Martin Fierro, no dejé de sefialar que “Milciades Pena formulé sobre el tema una requisitoria no carente de perspicacia, y recientemente José Pablo Feinmann vino a reiterarla en lo sustancial, aunque esta vez en tono mis melancélico que colérico”. Feinmann, por su parte, no s6lo reconocié finalmente su deuda con las tesis de Pefia sobre el Martin Fierro, sino que ¢s- cogié las tesis de su antagonista, el antiperonista Peria, para iniciarnada menos que su obra EI Peronismo. Filosofia politica de una obstinacién argentina: “La mejor, la més impecable interpretaci6n que el marxismo argentino ofrecié del peronismo surgié de la pluma de Milciades Peja. [...] Fue un hombre de una inteligencia luminosa. Si, sobre todo, entendemos inteligencia en tanto Tigor para seguir una teoria y aplicarla. Por medio —y esto es muy importan- te— de una escritura gil, lGcida, irénica, precisa, rigurosa”." Asimismo, toda la obra sobre industrializacié6n y clases dominantes llevada a cabo por Jorge Schvarzer, como é] mismo lo reconociera, no fue sino la prolongacién del programa trazado por Pefia,"* mientras que las tesis de Jorge Sabato sobre la clase dominante argentina como una burguesia 7-Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero, Estudios sobre los orfgenes del peronismo/1, Buenos Aires, Siglo XX1, 1971; Luis Alberto Romero, “La historiografia: de la historia social al revisionismo”, en Todo es historia, n° 280, octubre 1990, pig. 55. 8. Alejandro A. Rofman y Luis A. Romero, Sistema socioeconémico y estructura regional en Ia Argentina, Buenos Aires, Amorrortu, 1973. 9. Peter Waldmann, El peronismo. 1943-1955, Buenos Aires, Sudamericana, 1981, pigs. 190-193. 10, Tulio Halperin Donghi, josé Herndndez y sus mundos, Buenos Aires, Sudamericana / Instituto Di Tella, 1985, pag. 94. 11. José Pablo Feinmann, “Primera Parte: 3. Hacia el primer gobierno de Perén”, en Peronismo. Filosofia politica de una obstinacién argentina, suplemento especial de Pigina/12, 9 de diciembre de 2007, pig. 4. Setiala Feinmann a continuacién: “Lo elijo para ejemplificar una perfecta interpretacién marxista del peronismo. Habri acuerdos odesacuerdos, pero es el primer texto del que me ocupo. Esti Ileno de libros que diversos periodistas han escrito o escriben sobre el peronismo. Ninguno arana el rigor de Petia. Nada mis saludable que encontrar alguien sélido con quien discutir. Eso fue y es Pena para mf: un contrincante de lujo. Y muchas veces un aliado”, 12, Jorge Schvarzer, “Fichas: balance de una experiencia intelectual”, en El Rodabailo, 1’ §, verano 1996/1997, pigs. 50-51. mantienen con el autor de Historia del Pueblo Argentino inuidad.* Incluso el economista marxista francés Pierre are oreo de la revista parisina Critiques de !Economie Politique, s gus tesis sobre “semiindustrializacién”, han partido de un esquema de sndlisis similar al de la “seudoindustrializaci6n” de Peiia, contraponiendo es modelos de industrializaci6n en los paises centrales a tos procesos lati- noamericanos.’* En tiempos més recientes y mAs all4 del universo acadé- mico, podria decirse que, desde el titulo mismo (Los mitos de la historia argentina), los libros de divulgacién histérica de Felipe Pigna guardan tam- bién una considerable deuda con la obra de Peria.'s multiimplantada, eQuién era, entonces, este joven de veintitantos afios que en su vida breve e intensa llegé a pensar Ja historia argentina con tanta lucidez y con tanta erudicién? Milciades Viriato Pefia habia nacido en la ciudad bonae- rense de La Plata un 12 de mayo de 1933, el menor de cuatro hermanos, en el seno de una familia de clase media, de Viriato Milciades Peria y Leticia Asta Ferrero. A causa de los trastornos psiquicos de su madre, fue criado por sus tios José Pedro de Sagastizdbal, bibliotecario, ¢ {tala Asta Ferrero, maestra. Cursé sus estudios primarios en la escuela anexa al Colegio Nacional de La Plata e inicié los secundarios en dicho colegio. Con su com- paitero de aula José Daniel Speroni ingresé a mediados de la década de 1940 alas Juventudes Socialistas de La Plata. Poco después, hacia 1947, un sector disidente de las Juventudes Socialistas —del que formaban parte Angel A. Bengochea, Horacio Lagar, Saal Hecker, Mirta Henault, Alberto Pla, Oscar Valdovinos, entre otros— ingresé al Grupo Obrero Marxista (GOM), de orientacién trotskista, que lideraba Nahuel Moreno. Durante estos primeros cinco aiios de vida partidaria, Pefia encontré en el grupo morenista un es- timulo y un espacio para el estudio militante de la historia y laeconomia argentinas y americanas. Sumergido en estos estudios y en la redaccién de Sus primeros articulos en el periédico partidario Frente Proletario tras el seudénimo de Hermes Radio, abandoné el bachillerato. Tiene apenas die- ciséis afios cuando en diciembre de 1948 es uno de los veintitn delegados .. Jorge F. Sabato, La clase dominante en la Argentina moderna. Formacién y caracte- Tisticas hg79], Buenos Aires, CISEA, 1988, 14. Pierre Salama, El proceso de subdesarrollo, México, ERA, 1972. 15.En eh marxismo olvidado (ob. cit.). sin desconocer la deuda de Peta con el trotskismo whorenista, Nos propusimos mostrar que su obra habia excedido ampliamente ese uni- ‘ Tso. Recientemente, otra evaluacién politico-historiogrifica reenvia a Peiia a dicho iniverso: Omar Acha, “Milciades Pena y el proyecto de una historia trotskista”, en Tistoria ‘critica de fa historiografix argentina. Vol. I: Las izquierdas en el siglo XX, Buenos res, Prometeo, 2009. que participan del congreso partidario a través del cual el GOM se transfor- maen Partido Obrero Revolucionario (POR). Es elegido entonces miembro del Comité Central. Participé activamente en tareas de formacién partidaria, dictando, por ejemplo, en 1951, un curso de lectura de Ef Capital de Marx. En el contexto de una abrumadora hegemonia del peronismo sobre el movimiento obrero, es ardua la insercién para la pequetia organizacién, que para peor rivaliza con otras corrientes que se reclaman trotskistas (la que lidera Jorge Abelardo Ramos y la que inspira Posadas, entre otras). En su afanosa bdsqueda de insercién obrera, el grupo morenista reorienta las energias, puestas hasta entonces en las lecturas histéricas y tedéricas, en la militancia fabril. Es asi que hacia 1952 Pefia toma distancia de la organizacién morenista luego de que ésta le exigiera su “proletarizaci6n”. Comienzaasi un lustro de idas y vueltas entre el compromiso organiza- tivo y laentrega al estudio y la escritura. A inicios de 1950 colabora estrecha- mente con Silvio Frondizi en la elaboraci6n de algunos capitulos de su obra La Realidad Argentina (1955-1956), pero poco después lanza contra él un po- lémico texto de ruptura® y retoma sus vinculos partidarios con Moreno. Hacia 19§4 es convocado por esta organizacién para colaborar en la edicién del pe- tidédico La Verdad, que edita la corriente morenista mientras funciona como fracci6én interna del Partido Socialista de la Revolucién Nacional. Desde este peridédico, Moreno y Pefia escribiran una serie de articulos en que resisten las. tentativas civico-militares que desembocarn en el golpe de septiembre de 1955 y llaman desde entonces ala resistencia. Dos afios después Pefia recapi- tulard esta experiencia en el folleto “sQuiénes supieron luchar contra la ‘re- volucién libertadora’ antes del 16 de septiembre de 1955?” (1957). Entre 1955 y 1957 se concentra en la elaboracién de dos obras de largo aliento: por una parte, un andlisis marxista de la formacién social argentina, su estructura de clases y su peculiar desarrollo industrial; por otra, una his- toria argentina de inspiraci6n materialista que comenzaba con la colonizaci6n espajiola y conclufa en el golpe militar de 195. Pero en 1957, mientras la co- rriente morenista inicia una experiencia “entrista” en el peronismo, Pefia y Moreno acuerdan en la edicién de una revista teérica marxista, indepen- diene y abierta a otras corrientes, que se lamar Estrategia de la liberaci6n nacional y social (1957-1958). Pefia obtiene colaboraciones de figuras det marxismo argentino como Silvio Frondizi, Rodolfo Puiggrés, Luis Franco, Carlos Astrada y Enrique Rivera. Publica alli algunos tramos de sus estudios sobre la industrializaci6n, el imperialismo y la clase dominante argentina, y mantiene desde sus piginas una fuerte polémica con Jorge A. Ramos. 16. Hermes Radio, “Profesores y revolucionarios. Un trotskista ortodoxo responde al Profesor Silvio Frondizi”, Buenos Aires, mimeo, 1956. En 1958, distanciado de Palabra Obrera, nombre que habia adoptado lacorriente morenista, dicta en la Facultad de Ingenieria un curso entonces © . . . | Movimni de Accié de iniciacién marxista apedido de los jévenes del lovirniento de Accién Reformista. Al aio siguiente acomparia a su amigo Speroni al frente de la llamada “fraccién sindical” que rompe con Palabra Obrera y colabora es- trechamente en la aparicién de su revista Liberaci6n nacional y social (1960- 1961). En las paginas de esta revista polemiza sobre el significado del 17 de Octubre de 1945, sefialando queen esa jornada los trabajadores no se habian movilizado como clase, ni habian empleado métodos revolucionarios, ni se habian conducido con una direccién propia, sino “sirviendo de masa de maniobra disciplinada y obediente a los generales, los burécratas, los poli- ticos burgueses, los curas y los jefes de policia que arreglaban sus cuentas con otros generales y otros politicos”. En 1963 acompaiia también el relanzamiento de la publicacién de Speroni, ahora con el nombre de Revista de la Liberacidn (1963-1964). Aqui publica, con el seud6nimo de José Golan, sus “16 tesis sobre Cuba” (1964), donde discute con las tesis de Nahuel Moreno sobre las proyecciones de la revolucién cubana sobre toda Latinoamérica. Por entonces traduce dos vo- lamenes de Obras Escogidas del marxista disidente francés Henri Lefebvre para la editorial Peita Lillo y varios volamenes de psicologia y psiquiatria para la editorial Paidés. En 1963 lanza, con el apoyo de un equipo integrado, entre otros, por Luis Franco y los jévenes estudiantes de ingenieria del curso de 1958 (entre los que se destaca Jorge Schvarzer como su discipulo mas aventajado) la re- vista Fichas de investigacién econémica y social (1964-1966), una de las publicaciones emblemiticas de la nueva izquierda de la década de 1960. Publica aqui traducciones de autores marxistas heterodoxos como C. Wright Mills, Henri Lefebvre e Isaac Deutscher, y avanza otros tramos de sus libros inéditos, desarrollando originales tesis sobre problemas tales como la in- dustrializacién argentina y el capital imperialista, la clase obrera y el pero- nismo, o los vinculos entre burguesia terrateniente y burguesia industrial argentinas, bajo los seudénimos de Gustavo Polit, Victor Testa y Alfredo Parera Dennis. Polemiza desde sus paginas con Gino Germani y, sobre todo, en.una serie de articulos, con las tesis de Jorge A. Ramos, que postumamente constituirén el libro Industria, burguesfa industrial y liberacién nacional {1974). Simultaneamente, deja La Plata para instalarse en Buenos Aires con Su mujer, Regina Rosen y sus dos pequerios hijos, creando en esta ciudad una de las primeras agencias de investigacién de mercados del pais. Fichas alcanza cierta repercusién y laagencia recibe sus primeros clientes, pero Peiia, que ha vivido una nifez problematica, mareada por la enfermedad de su madre, una confusa adopcién, sucesivas enfermedades infantiles (asma, falso cup), sobrelleva su equilibrio emocional con serias dificultades, Finalmente, luego de varios intentos de suicidio, se quita la vida, a través de la ingesti6n de pastillas, la noche del 29 de diciembre de 1965 en su es. tudio de la calle Suipacha, En una nota a sus amigos pidié que no se inter. prete su suicidio como una claudicacién politica. El equipo editor de Fichas Tesuelve publicar después de su muerte tres nimeros mis de la revista, hasta las postrimerias del golpe militar de 1966. Quedaban inéditos sobre su mesa de trabajo dos libros, de los cuales s6lo habia alcanzado a publicar algunos tramos en sus revistas: por una parte, El imperialismo y la industrializaci6n de los paises atrasados y, por otra, Historia del Pueblo Argentino. Deudas personales, polfticas, intelectuales De este itinerario se pueden inferir algunas de las influencias politico-in- telectuales que atraviesan su obra. En primer lugar, la militancia en el trotskismo morenista lo introdujo en el universo de la teoria marxista y de los debates politico-historiograficos. Pero la avidez intelectual de Petia, su conocimiento de lenguas modernas (inglés, francés, italiano) y su ca- pacidad de lectura critica, heterodoxa, lo convirtieron en un marxista que a los veinticineo afios habia aventajado ampliamente a su maestro.” No s6lo to habia aventajado en su concepcién histérica sino incluso en el es- tilo; es visible en Historia del Pueblo Argentino de Peiia la impronta de El XVIII Brumario de Luis Bonaparte de Marx y de Historia de la Revolucién Rusa de Trotsky. En segundo lugar, fue decisivo el encuentro con dos figuras de la gene- racién marxista anterior: Silvio Frondizi y Luis Franco. Con Frondizi, como con Moreno, mantuvo una relaci6én tensa, con periodos de acercamiento y owos de distancia. Con Franco, en cambio, logré construir una amistad du- radera. Aunque seguramente jug6 para Peria como una suerte de figura pa- terna, se articularon como verdaderos pares intelectuales, Llegaron a escribir en forma conjunta una Historia argentina para la editorial chilena Zigzag que lamentablemente qued6 inédita, y cuyos originales se han perdido. En cierto modo, la primera respuesta desde la izquierda marxistaa laavalancha nacionalista sobre la historia argentina provino de la pluma de Luis Franco. Su enjundioso libro Ef otro Rosas habia aparecido por primera vez en 1945, 37. Para una comparacién entre su curso de introduccién al marxismo de 1958 con el que por la misma época dictaba Moreno, ver Horacio Tarcus, “Estudio introductorio” 2 Milclades Pera en Introduccién al pensamiento de Marx, Buenos Aires, E) Cielo pot Asalto, 2000. cruce de las obras de Gilvez y de Ibarguren, y que irénicamente ic6 como la “novisima Restauraci6n”. Recuperando el Alberdi péstumos, Franco comenzé a desbrozar el camino que luego de hacer historia a través de la critica historiogréfica, cues- . mitos liberales como los mitos nacionalistas en torno a tionando ano protocriollo”, “el mito del tutor de gauchos”, “el mito ac nificador federal”, “el mito del defensor ae la patria”... 4 iio Alberdi y se deberia aiiadir ahora a Sarmiento como dos autores cave ca in coneepeién hist6rica de Pefia, sobre todo aquellos tramos del Sarmiento tardio desencontrado con la oligarquia y el Alberdi andmitrista dela Confederacion y critico de la Guerra del Paraguay. La deuda de Pefiacon ese Alberdi lacido, mordaz y desencantado de los Péstumos es decisiva, al punto que podria afirmarse que, en lo que hace al siglo XIX, ta obra Historia del Pueblo Argentino es una lectura marxista de Juan Bautista Alberdi. Del pensamiento marxista surgido en nuestro continente, Pefta reco- noce el precedente de 7 ensayos de interpretacién de la realidad peruana (1928) del peruano José Carlos Mariategui, como el “producto de un intento de pionero, honesto, pero rudimentario, de interpretar la historia latinoa- mericana con criterio marxista’. También retoma algunas ideas de otro joven trotskista que brillé brevernente en la generacién anterior, Antonio Gallo.” Pero nuestro autor no se ha limitado al universo marxista, sino que ha sido un lector aventajado de una abundante biblioteca académica. Por una parte, leyé con provecho la obra de los liberales criticos de la historio- grafia oficial (Juan Alvarez, Adolfo Saldias, David Penta y, como se dijo, Juan Bautista Alberdi). En segundo lugar, se nutrié de las investigaciones pro- venientes del campo profesional local, sobre todo de autores como Emilio Coni, Horacio Giberti, Adolfo Dorfman, Sergio Baga, entre muchos otros. Finalmente, aproveché la labor de investigadores ingleses y americanos (Miron Burgin, S.G. Hanson, Ralph W. Hidy, Leland Jenks, C.K. Webster) asi como se nutrié de fuentes britinicas (libros de viajeros, investigaciones sobre flujos internacionales de capital, revistas econédmico-financieras, etcétera), no siempre de facil acceso en nuestro medio. Una obra clave en la interpretacién de Peria de la historia argentina del siglo XX la constituye Augencine Riddle (194.4), del empresario e investigador de origen argentino de le hN ety gostén primero en Alemania y luego en los Estados Unidos rankfurt. saliendoal Franco califi de los Escritos retomaria Pefia 8. . . 8 Antonio Gallo, Sobre ef movimiento de Septiembre. Ensayo de interpretacién mar- ist, Buenos Aires, s/e, 1933. ape ltentrada Well, Flix,en Horacio Tarcus, Diccionario biogzSfico del ioquicrds ina. De los anarquistasala “nueva izquierda”. Buenos Aires, Emecé, 2007. Desde el punto de vista de la renovacié6n historiografica acaecida en las Gltimas décadas (la “historia desde abajo”, los estudios subalternos, la pers- pectiva decolonial) podria reprochirsele a Pefia una visién de la historia centrada en la dinamica de las clases dominantes. Ciertamente, como todo marxista de formacién clasica, Pefia no ve en los sectores populares urbanos de Mayo de 1810, en la soldadesca de los ejércitos libertadores, en los pai- sanos de las montoneras, en el gauchaje rebelde ni en el proletariado pero- nista sino sujetos heter6nomos. Como el Marx de E/ X VIII Brumario, Pefia ha puesto el foco en la conformacién de la clase dominante argentina, su dindmica, sus facciones, sus metamorfosis. En todo caso, es necesario des- tacar que su representacién de la clase dominante argentina no es, comoen buena parte de la historiografia de izquierda, ese conjunto oscuro e inde- terminado donde todos los gatos son pardos (“la oligarquia”, “la burguesia”, “el gobierno”, “el régimen”, “el Estado”, “los de arriba”, “el Poder”, etcétera): lo original de su perspectiva reside en que no sélo llevé a cabo un esfuerzo sistematico de conceptualizacién acerca de la clase dominante, sus fraccio- hes, sus organizaciones corporativas, su accién politica y su relacién con el Estado, sino que, ademis, fue uno de los primeros investigadores en estudiar minuciosamente a esta clase a partir de las fuentes primarias producidas por ella misma a través de sus instituciones, desde las corporativas hasta la cumbre misma del Estado, pasando por las diversas instancias estatales. Es asi que el lector de Historia del Pueblo Argentino se encontraré a lo largo de su lectura con testimonios extraidos de los Anales de fa Sociedad Rural Argentina o de Boletines de la Unién Industrial, informes de comisiones investigadoras, debates parlamentarios y alocuciones presidenciales. El caracter de obra erudita, las frecuentes apelaciones a cuestiones teéricas, la interrupcién del hilo narrativo con tramos argumentativos, no pesaron sin embargo gravosamente sobre la fluidez de la escritura. Entre una cita bibliogrfica y otra, Pefia es capaz de cultivar un estilo dgil, nervioso, incisive. Su critica historiografica es siempre mordaz y a menudo desopi- lante, como cuando se refiere al “cinismo ensotanado de un catélico como Sierra”; oa la tesis de Puigbé sobre la conquista de América (“Pretender que la explotacién a sangre y fuego de los indios fue una obra piadosa para in- corporar pueblos a la religion catélica y nada parecida a los crimenes que cometian los protestantes, ser4 una teoria que podré convencer a las sefio- Titas de la Universidad de! Salvador, pero de ninguna manera al mis timido bicho pensante”); oa Mitre, “una especie de Napoleén de municipio, de Deméstenes con chambergo orillero”; o cuando consigna, después de una cita de Ramos sobre Roca como jefe de la burguesia revolucionaria argentina: “Puede, desde luego, ponerse en tela de juicio la estabilidad mental de quien esto escribe, pero no de sus dotes humoristicas”. Una vision trigica de la historia argentina Enotra ocasion se ha postulado en Pefiauna concepcién trigica de la historia angentina” La dindmica histérica es por él entendida como el resultado de laaguda contradiccion de fuerzas sociales bajo la forma de una modalidad uliar de capitalismo dependiente que condujo a una “combinatoria en- diablada” que impediria laconstitucién de una nacién moderna. Pefia parte de la tesis de la incapacidad estructural de las clases dominantes argentinas impulsar un desarrollo nacional aut6nomo, desarrollo que implique si- multéneamente la realizaci6n de las tareas de democratizacié6n politica, de industrializaci6n, de separaci6n dela Iglesia del Estado, asi como el conjunto de las llamadas “tareas democritico-burguesas”. Las opciones que se presen- taron en cada encrucijada histérica que dividié al pafs, en que se confrontaron violentamente las fuerzas sociales existentes —colonialistas/independen- tistas, unitarios/federales, liberales/nacionalistas, yrigoyenistas/antiyrigo- yenistas, peronistas/antiperonistas— no representaban en realidad auténticas, opciones histéricas. Ninguna de ellas, triunfase quien triunfase, contenia las potencialidades para un gran proyecto de nacién. De ahi pues, la tragedia his- torica argentina (y latinoamericana), que tuvo su punto de partida en la propia “tragedia de Espafia; tragedia en el sentido hegeliano: situacién que no tiene ninguna salida hacia adelante” (Petia, Antes de Mayo). La tragedia espaiiola erael resultado de su atraso estructural, de la ausencia de una clase burguesa inveresada en una auténtica integracién territorial y un desarrollo industrial, lo que relegé a la metr6poli a un lugar de mera intermediaria comercial entre América y las regiones industrializadas de Europa. En la sociedad argentina tras la independencia vuelve a plantearse la opcién tragica entre las fuerzas sociales interesadas en impulsar las indus- Gias locales, notoriamente atrasadas y que slo podian crecer a paso de tortuga, y las que sostenian la necesidad de abrirse a la civilizaci6n y al cre- cimiento de las politicas librecambistas, lo que implicaba entregar el mer- cadoa la industria inglesa. “La historia —seftala Peia— no brindaba ninguna salida para este circulo de hierro” (Pefia, El paraiso terrateniente). Si la vic- toria de Buenos Aires sobre el interior significaba aprovechar los beneficios Secundarios de constituirse en una semicoloniaen relacion a Inglaterra, la victoria de la montonera no encerraba una alternativa superior: “Las mon- toneras no aportaban consigo un nuevo orden de produccién. Se oponian ala oligarquia Portefia, pero no podian contraponer ningtin régimen de a Horaclo Tarcus, “La visién trigica en el pensamiento marxista argentino. Silvio Tondizl y Milctades Petia”, El Cielo por Asalto, n° 5, Buenos Aires, 1993. pags. 17-139; ¥ El marxismo olvidado en la Argentina, ob. cit. produccién distinto a aquel en que se fundaba el poderio de la oligarquia portetta” (idem). Esta situacién de la montonera hablaba de su “trégica im- potencia histérica y su inevitable derrota a manos de la oligarquiz metro- politana, el factor capitalista mds poderoso y dindmico existente en el pais. Que, sin embargo, hay que recordarlo bien, no era democratico y era pro- gresivo sélo en cuanto aportaba algunos escasos elementos de civilizacién industrial, con cuentagotas y para beneficiar en primer término al capital extranjero y en segundo término a la oligarquia portefia y a sus socias me- nores del resto del pais, con entera desidia por la creacién de los cimientos de una gran nacién” (Peria, La era de Mitre). Aqui, en este nudo histérico, encontrara Pefta la tragedia de la falta de desarrollo y de democracia en el siglo XX, explicando el fracaso de los grandes movimientos populares de esta época —yrigoyenismo, peronismo—, los cuales, a pesar de responder a profundas modificaciones sociales, no enfren- taron la estructura misma del capitalismo argentino, de la que se desprenden como momentos necesarios el subdesarrollo econémico y la ausencia de democracia (Pefia, Masas, caudillos y élites). Finalmente, dos figuras histéricas concentran el interés de Pefia, figuras cuyo relieve se destaca mas en el contexto de un discurso historiografico en el que las grandes personalidades aparecen desdibujadas en funcién de que los actores histéricos que ocupan el centro de la escena son las clases sociales. No es casual que esas dos personalidades resaltadas sean tratadas por Pefia como dos figuras tragicas, dos figuras de la tragedia argentina: Sarmiento y Alberdi. Uno y otro aparecen como dos intelectuales burgueses desencontrados con su clase, que disefaban un proyecto de nacién ala ma- nera de las emergentes sociedades de la época, frente a una oligarquia ar- gentina que no tenfa el interés ni la capacidad histéricos para llevarlo a cabo. Alberdi —escribe Pefia— “expresaba muy bien en su drama personal el gran drama argentino: la falta de clases reales en que apoyar el programa alber- diano para la construccién de una gran Argentina” (Pefia, Alberdi, Sarmiento, el 90). La tragedia de Alberdi y Sarmiento, sefiala Peria, “era la tragedia de los mejores, de las cabezas mis hicidas y fieles al futuro gran destino nacional en todos los paises acunados por la modorra y el atraso”. Su lucidez extrema no podia impedir su desencuentro con los sujetos sociales capaces de realizar cabalmente su programa: “Los mejores intelectuales del pais no confiaban en las masas. Las masas no podian comprender ni sentir la necesidad del programa que formulaban los intelectuales” (idem). Alberdi y Sarmiento, pues, leidos por Pefia en clave de figuras tragicas, le permiten replantear la problemitica de Ja conflictiva relaci6n entre el in- telectual y las masas y, paralelo histérico mediante, pensar y racionalizat su propia situacién de intelectual revolucionario desencontrado con las masas que su discurso dice representar. Incluso en la eleccién de los epigrafes —que se han recuperado para esta edicién— Petia puso en una misma pigina a Alberdi y a Trotsky, que fueron politicos que escribieron historia, verdaderos prototipos, cada uno asu manera y salvando las distancias, de intelectuales politicos. Ambos son los “perdedores” de la contienda, los que escriben la historia desde la “derrota”, desde el exilio. La otra historia, la oficial, es la de los vencedores. La de quienes vencieron en el terreno de lo real y luego vol- vierona vencer en el de la dimensi6n simbélica, del discurso. La de quie- nes terminaron imponiendo su sentido al proceso histérico, presentando asus antagonistas como mero obstaculo, simple desviacién de un decurso histrico fijado de antemano. Los vencedores pensaron a la historia na- cional como Destino, despojaron al proceso histérico de contradicciones, para hacer de ella una historia fantistica, legendaria. Cabri a los perde- dores la tarea de criticarla, de sefialar que la naci6n actual no es una rea- lidad lograda sino un proceso en curso, que la historia esti abierta, que detrds del orden est4 contenida la violencia, que la guerra [ue (y sigue siendo) constitutiva de la paz. Que cualquier posibilidad de emancipaci6n implicar4, adems de la lucha politica, una lucha por el sentido. Y que cualquier intento de replantear el (0 los) sentido(s) de la historia es tam- bién una lucha politica. En suma, mientras las perspectivas liberal, revisionista y marxista vulgar construyen narrativas histéricas edificantes y teleolégicas —la Historia como hazaiia de la Libertad, la Historia como realizacién de la Nacién, la Historia redimida por la Revolucién Proletaria—, la visi6n tré- gica nos ofrece una historia abierta que nos deja en la incertidumbre. Aguijoneado por el pesimismo de la inteligencia —Gramsci dixit—, Petia Nos muestra que las agudas contradicciones que desgarran el tejido social No estén en vias de resolverse positivamente en sintesis superiores, Il4- mense el Pueblo, la Nacién, la Revolucién, el Socialismo, el Proletariado 9, tan siquiera, el Partido. Para Petia —como también es perceptible en la obra de su amigo- enemigo Silvio Frondizi— las antitesis no se resuelven dogmaticamente en sintesis, sino que la negatividad histérica brota de su permanente tensién. Noes que hayan devenido escépticos, para quienes todo intento de resolver ‘aS contradicciones seria una simple quimera. Creen simplemente que las burguesias han concluido el periodo histérico en que revolucionan en sen- Udo progresista el orden social, mientras quela clase trabajadora no ha lo- Brado atin constituirse en el sujeto que leve a cabo el relevo histérico. Por eso su tiempo es de tragedia. Ellos entendian que vivian en tiempos de tra- gedia. No se solazaban con ella. Muy por el contrario, la vivian con drama- tismo en su propia existencia, Pensaban la realidad social desde el centro mismo de la tensién, se instalaban para entenderla en el propio lugar del malestar. Fueron, inclusive, la expresién del malestar de la cultura de iz- quierdas. Con su empedernida dialéctica negativa, se emperiaban en mostrar cémo renacian las viejas antinomias —en la “Nacién”, en el “Pueblo”, en los “Socialismos Reales”, en el “Partido"— alli donde otros se ufanaban en mostrar los resultados. Descubrian problemas donde otros sélo percibian logros. Alli donde fracasaron en la accién politica, devinieron intelectuales, esto es, en los aguafiestas de la politica. Horacio Tarcus Buenos Aires, 20 de febrero de 2012 NOTA ALA PRESENTE EDICION Milcfades Pena redact6 su Historia del Pueblo Argentinoentre los aiios 1955 y 1957. Sélo volvié sobre este texto original en las contadas ocasiones en que avanzé la publicacién de algan capitulo. La primera vez que se anuncidé la obra fue en la Revista de Liberacién, que dirigia su amigo José Daniel Speroni. El texto de la primera (y Gnica) entrega aparecié en la seccién Documentos del namero 4 (1961) de la mencionada revista como “Historia del Pueblo Argentino” y bajo el seudénimo de Romero Kolbek, con la si- guiente nota de la redaccién: “A partir del presente namero de Liberacién comenzamos la publicacién de la presente ‘Historia del pueblo argentino’, de Romero Kolbek —que iri con numeracién de paginas separada— por entender que constituye un valioso aporte al conocimiento de la historia argentina. Liberacién no comparte ni rechaza las tesis sustentadas por el autor, se limita a publicarlas en mérito a las consideraciones arriba apunta- das. Comenzamos por el segundo capitulo, ‘Colonizacién’, por ser el mas adecuado para entrar en materia. La primera, que se refiere a Espaita, apa- Tecera tis adelante”. El texto estaba precedido de los epigrafes y de la breve intreduccién que se recuperé para la presente edicién. Otro capitulo —el correspondiente a “La revolucién del go” — fue tevisado por el propio Peiia para su publicacién en Fichas, n’ 6, en junio de 1965, bajo el seudénimo de Alfredo Parera Dennis. En el dltimo namero de Fichas(n* 10, julio de 1966), cuando Pefia habia fallecido, sus amigos die- Ton a conocer el capitulo II de la obra, “La colonizacién de América”. Por Primera vez, un capitulo de su obra aparece firmado con su nombre y ape- Nido verdaderos. __ Tras la muerte de Pefiaen diciembre de 1965, Jorge Schvarzer y demas miembros del equipo de Fichas resolvieron editar Historia del Pueblo as Argentinoen un gran volumen, segan el plan original de Pena. Acudieron a Luis Franco para que escribiera un prélogo y Ilevara a cabo una correcci6n de estilo, ya que Pefia acostumbraba a confiarle .os manuscritos antes de entregatlos a imprenta. Jorge Schvarzer, por su parte, también trabajé con los manuscritos tratando de seguir la pista de las referencias bibliograficas que Pefta dejé indicadas de modosumario. Acordaron la publicaci6n con Pedro Sirera, el distribuidor de Fichas, que comenzaba por entonces a editar algunos libros. Al sello se lo denominé Ediciones Fichas, en honor a la revista. Pero en 1az6n de los altos costos editoriales, Historia del Pueblo Aigentino no fue publicado en un solo vo- lumen de gran formato sino que fue subdividido enseis volamenes menores que podian ser leidos en forma independiente. Induso el editor prefirié no seguir un orden cronolégico, evaluando que los tcmos correspondientes a la historia ms remota tendrian una menor acogida del publico lector. De modo que el titulo global, el prélogo de Luis Franco, asi como los epigrafes y la breve introduccién de Peiia quedaron fuera de ia edicién. La obra se pu- blicé por Ediciones Fichas entre 1968 y 1973, siguiendo este orden: La era de Mitre (1968), De Mitre a Roca ‘1968), El paraiso terrateniente (1969), Antes de Mayo (1970), Alberdi, Sarmiento, el 90 (1970), Masas, caudillos Y élites (1973). Estas obras conocieron innumerables reimpresiones. Para la presente edicién se decidié volver a la idea original de Pena de reunir Historia del Pueblo Argendinoen un solo yolumen. Se ha restituido el titulo original que Pefia dispuso para su obra, los epigrafes de Alberdi, Trotsky y Unamuno, y la introduccién. Cuando preparé los seis tomos para Ediciones Fichas, Jorge Schvarzer se vio obligado a subdividir también en seis partes la bibliografia final. Para l presente edici6n, se ha vuelto areunir la bibliografia total al final del volumen. Los interticulos de cada uno delos libros aqui reunidos no estin en los originales, sino que fueron afiadidos por Franco/Schvarzer, pero al enten- derse que respetaban las ideas y el estilo de Pefia se conservan en la presente edicién, salvo alguna que otra correczi6n. Si bien en algunos de los capitulos originales Pefia utiliza el sistema de nota bibliografia al pie de pagina, otros estan organizados de manera similar al sistema de notacién “americano” (autor-fecha-pgina, y referencias bibliogrificas al final), donde en lugar de la fecha se indicaba el titulo de la obra (por ejemplo, Carande, Carlos Vy sus banqueros. 1516-1556, 101). La edici6n de Fichas unificé el conjunto con el simil del sistema americano, y aqui se mantuvo ese criterio. No obstante, el lector atento, dispuesto a cotejar ambas ediciones, encon- trard decenas de diferencias entre la versién de Ediciones Fichas y la que se esta presentando. Es que, sin pretensi6n de ofrecer una edicién critica —pues se ha optado por reducir las anotaciones a lo minimo indispensable—, se han dido corregir erratas, errores y omisiones gracias a un trabajo de minu- cioso cotejo con los originales mecanografiados de Pefia. Los originales de Historia de] Pueblo Argentino dejados por Milciades peita (hoy Fondo Milciades Peria, disponible en el CeDInCl) constan de mis de seiscientos folios de papel tamamo oficio mecanografiados en una sola faz (a menudo Pena reutiliza el reverso de una hoja impresa, meca- nografiada o membretada). Casi todas las piginas tienen correcciones, afiadidos o notas manuscritas por Pefia, a veces escritas sobre la misma pagina, otras veces mediante pequefios trozos de papel abrochados a la hoja. Es posible distinguir canto la letra y la tinta de la pluma de Pefia res- pecto de las correcciones estilisticas de Luis Franco, asi como de algunas breves notas de Jorge Schvarzer al editor. Como se puede apreciar en la fotografia ailadida en esta edicién, se trata de un verdadero palimpsesto: escrituras sobre escrituras. Noes dificil comprender que, ante semejante original, al tipégrafo que compuso los libros se le hayan deslizado numerosas erratas, o no haya comprendido algunas indicaciones. Ademis, en su escritura nerviosa, siempre urgente, atin no dispuesta para una edici6n definitiva, Pefla cita amenudo de modo abreviado, por ejemplo, “Navarro Viola, 287”. Pero ga qué obra o a qué texto de Navarro Viola remite Pea? “Munis, 11-13”, equién es Munis, a qué obra se refiere Petia? No siempre pudieron Franco y Schvarzer dar con los autores citados por Peiia, de modo que decenas de citas quedaron en la versién de Ediciones Fichas sin su referencia bi- bliografica correspondiente. La busqueda se hizo m4s compleja en los casos en los que Pefia extrae citas de revistas o periédicos de escasa cir- culacién: “Mateo Fossa, en Lucha Obrera”; ecual es el titulo del articulo citado, en qué namero aparecié, en qué fecha? En la presente edicién se ha intentado localizar las publicaciones citadas por Pefia y se han restituido los datos precisos de edici6én. Otro ejemplo: se lee en el manuscrito de Peita algo asi como “Haebeler”. El tipégrafo de Ediciones Fichas compone Haberler. Los lectores de Pefia creimos hasta hoy que el autor probable- mente estaria citando alguna obra del economista austriaco Gottfried Haberler. Pero no era asi, ese apellido se debia a una errata: el libro citado amenudo por Peiia es Prosperidad y decadencia econémica de Espatia du- rante el siglo XVI, de Konrad Haebler. Finalmente, hay en los manuscritos numerosos parrafos tachados Por el propio autor. Se trata, sobre todo, de citas bibliograficas, de modo que es posible que Peria haya querido aligerar el texto con vistas a su fu- tura edicién. Se ha respetado siempre el criterio del propio autor, salvo algunos Pocos renglones tachados que se han repuesto en la presente edi- cién cuando se consideré que la omisién hacia dificil la comprensién de un parrafo o la conexién entre un pérrafo y otro. Estos contados casos estin sefialados en el texto como (nota de H. T.}. Entonces, salvo indicacién encontrario, las notas que no llevan aclaracién de autoria son siempre del propio Milciades Peiia. Un viejo y escrupuloso editor solia decir que no habia libros sin erra- tas. Es posible que la presente publicacién no logre escapar a esa ley de hierro. De todos modos, conste aqui el agradecimiento al ojo atento de Fernando De Leonardis, un apoyo permanente en la ardua tarea de prepa- racién de este volumen. H.T. MILC{ADES PENA HISTORIA DEL PUEBLO ARGENTINO (1500-1955) “La falsa historia es el origen de Ja falsa politica.” Juan Bautista Alberdi (Escritos Péstumos, vol. V, 95) “Para nosotros la Nacién Argentina no es una realidad ya lograda, sino una tarea que tenemos por delante. [...] Colocamos nuestro amor propio nacional no en el pasado, sino en el futuro. El pasado es un pobre consuelo para este misero presente. [...] Para qué ocuparse del pasado? Es una palabra que han puesto de moda los perdedores de ese pasado. Pero ellos son discretos: sélo explicado por ellos puede serles favorable el pasado; explicado por otros, su historia ser4 su proceso.” Juan Bautista Alberdi (Escritos Péstumos, vol. XV, 430) “Cuan pronto y con qué fuerza se abren paso las leyendas a través de la ciencia histérica.” Leén Trotsky (Historia de la Revolucién Rusa, vol. 1, 98) “La revoluci6n argentina tendr su historia fantistica, legendaria, que le escribirdn sus cortesanos al paladar de la vanidad nacional de los argentinos; Pero su politica iré de mal en peor si no tiene un dia su historia filoséfica, es decir, la historia simple y veraz de las causas reales que la han producido, Porque sélo estas causas podrin descubrirte la ruta y direccién en que deba marchar para lograr los fines de prosperidad y engrandecimiento.” Juan Bautista Alberdi (Escritos Péstumos, vol. 1V, 41) “Argentina, pais de criadores de vacas y cazadores de pesos.” Miguel de Unamuno (de una carta a Francisco Grandmontagne) proposito: DESMITIFICAR LA HISTORIA ARGENTINA Las falsedades hist6ricas seudomarxistas, seudonacionales, pesan como una ISpida sobre la lucha por la transformacién revolucionaria de la Argentina y de América Latina. He aqui algunas de las falsedades y mitos que serin desenmascarados como tales en estas paginas: —el mito de nuestro pasado “feudal”; —el mito de la “balcanizacién de América Latina”; —el mito del “espiritu democritico de Mayo”; —el mito del “progresismo rivadaviano” y del “nacionalismo Tosista”; —el mito del “nacionalismo revolucionario” de los caudillos; —el mito del “nacionalismo” de Roca, del “progresismo” de Juirez Celman y de la revolucién “democratica” del 90; —el mito de “la indestructible solidaridad de intereses entre tos estancieros y los ferrocarriles ingleses”; —el mito del “Banco Central creado por Niemeyer”; —el mito del “retorno inglés de 1955”. 35 Libro! ANTES DE MAYO Formas sociales del trasplante espaiiol al Nuevo Mundo [ESPANA ¥ AMERICA ePor qué estudiar Espafia? Durante decenas de siglos las diferencias en el nivel de vida de las distintas comarcas del mundo civilizado fueron comparativamente pequefias. Existfan aquellas, por cierto, pero el incremento de la poblacién, que la falta de medios de produccién adecuados no permitia enfrentar con in- crementos iguales o mayores en la produccién, mantenia una mediocre igualdad entre la mayor parte de los habitantes de las distintas regiones. Habia, eso si, desniveles abismales entre el bienestar de unos muy pocos Privilegiados y la zaparrastrosa miseria de la gran mayoria. Pero hace unos escientos afios este cuadro comenzé a cambiar, de modo lento al principio y vertiginoso después. Algunos contados paises acusaron un aumento pau- latino de poblacién y también de capacidad productora. Ellos devinieron entonces —combatiéndose entre si y sucediéndose en el centro hegem6- iico— en las potencias directoras del mundo, las mas présperas y podero- fase habla de Inglaterra, Francia, Alemania y Estados Unidos. Su progreso ue producto del capitalismo industrial, esto es, de la ordenacién de toda 'a sociedad en torno a los intereses de la burguesia creadora de ese poder mayor que al de todas las coronas juntas: la industria moderna. a curse aguesta desempené un papel innegablemente revolucionario en dardest va historia, Hasta que ella no lo revelé, no supimos cuanto podia yma el trabajo del hombre. La burguesia produjo maravillas mas ciertas alee que las pirémides de Egipto, tos acueductos romanos y las cate- incense La burguesia No podia existir a no fuer de ir revolucionando dela temente los instrumentos de la produccién, vale decir, el sistema misma y, con él, todo el régimen social. Al contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenian todas por condicién primaria de vida }, intangibilidad del régimen de produccién vigente, ta época de la burguesi, se caracteriza entre todas las denis por la intensificacién y modificacién de la capacidad productora y sus métodos, por una inquietud y una dindmica incesantes. Ya no reina aquel mercado local y nacional que se bastaba a sj ™mismo, prescindiendo de todo aporte forastero. Ahora, la red del comercig es universal y en ella entran, unidas por vinculos de interdependencia, todas las naciones. La burguesia somete al campo al imperio de la ciudad. La bur. guesia va aglutinando cada vez ms los medios de produccién, la propiedad y los habitantes del pais. Territorios antes independientes, o apenas aliados, con intereses distintos, distintas leyes, gobiernos aut6nomos y sistemas aduaneros propios, se asocian y refunden en una nacién Gnica, bajo un go- bierno, una ley y un interés nacional de clase y una sola linea aduanera. A mediados del siglo XIX, aun siglo apenas de haber logrado su plena soberania sobre la sociedad, la burguesia ha creado energias productivas mis grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Nadie en los siglos an- teriores hubiera podido sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yacian soterradas tales energias y tantos elementos creadores (Marx y Engels, “Manifiesto Comunista”, 65). Para tomar en sus manos el poder econémico y politico, y estructurar la sociedad a su imagen y semejanza, la burguesia industrial tuvo que desalojar a los maestros de los gremios artesanos y a los seftores feudales, en cuyas manos se concentraban las fuentes de riqueza. Su ascenso fue fruto de una lucha victoriosa contra el régimen feudal. A medida que crecian los medios de produccién y transporte sobre los que cabalgaba la burguesia in- dustrial, resulté que las condiciones en que la sociedad feudal produciay comerciaba, la organizacién feudal de la agricultura y la manufaccura, en una palabra, el régimen precapitalista de la propiedad, no correspondia ya al estado de las fuerzas productivas. Obstruia la produccién en vez de fo- mentarla. Habiase convertido en una miltiple traba para su desenvolvi- miento. Era menester hacerla saltar y salt6. Vino a ocupar su puesto la libre concurrencia, con la constitucién politica y social ms o menos democritica aellaadecuada, que permitia la hegemonia econdmica y politica de la clase enascenso (Marx y Engels, “Manifiesto Comunista”, 66). Tal fue la mentada tevolucién democritico-burguesa. El proceso se manifesté de varias formas en los distintos paises, y $u x" presién politica fue diferente en cada uno. La consolidacién politica de la bur- guesia se expres6 como violenta revolucién popular en Francia en 1789 y 1848+ yen Inglaterra como guerra civil primero y luego, en el siglo XIX, como lucha por la reforma electoral y arancelaria. En Estados Unidos la lucha se produjo en tornoa la evoluci6n de la esclavitud y culminé en la guerra civil de Nort? 40 ra Sur. En fin, en Alemania hubo conciliaci6n y mutuo acomodamienta Se burguest, nobleza y reateza bajo la direccién bonapartista de Bismarck. ° Nien Espasia ni en América Latina ocurrié nada comparable. De alli roviene la esencial identidad entre Esparia y América Latina. En el mundo moderno, la ex metrépoli y las ex colonias se caracterizan por su atraso y dependencia respecto a otras potencias. Ni una ni otras pudieron desarro- Ilarse hasta hoy como naciones capitalistas industriales, vale decir, no han jdo realizar lo fundamental de la revolucién democritico-burguesa. Sin embargo, tanto Espafia como América Latina sirvieron ala expan- sign mundial y al triunfo del capitalismo industrial en Europa —donde es- tuvo confinado hasta fines del siglo XIX—. El descubrimiento de América abrié nuevos horizontes ¢ imprimié nuevos impulsos a la burguesia, ati- zando con ello el elemento revolucionario que se escondia en la sociedad feudal en descomposicién. Con el crecimiento de la burguesia brotaron ne- cesidades nuevas que ya no bastaban a satisfacer los frutos locales sino que requerfan productos coloniales y muy especialmente oro y plata. Y estos productos provenfan de América Latina. Metrépoli y colonias sirvieron asi al florecimiento del capitalismo industrial; entraron para beneficio en el re- molino de la acumulacién capitalista. Ambas fueron engranajes decisivos enlaestructuracién del moderno mercado mundial, en la difusién del in- tercambio mercantil por los cuatro confines de la tierra. Pero ni en Espafia nien América hispana jamés hizo pie firme el capitalismo industrial. En su ausencia, la revolucién democratico-burguesa se qued6 en ideal teérico o caricatura politica sin llegar jamas a una realidad triunfante. Esa es, en sus fundamentos, la famosa herencia que Espatia dejé en sus posesiones de América, herencia de la que la misma Espaiia no se ha des- Prendido todavia. Una funcién periférica en la platea del capitalismo mun- dial, un raquitismo insuperable del capitalismo industrial interno. Y porlo tanto, atraso, dependencia, estancamiento. _ Por eso se debe estudiar Espaiia como capitulo primero de la historia latinoamericana. Las fuerzas historicas que generaron su fracaso como nacién Moderna son las mismas que con igual resultado actuaron —y actdan— sobre Latinoamérica. Los mitos respecto a Espafia Toda realidad ofrece cierto grado de resistencia al conocimiento. Pero en el meeeso del conocimiento éste engendra a su vez, para compensar su debilidad, andamiaje de mitos que a su turno contribuyen a hacer mis inaprensible a realidad. Este Proceso es particularmente activo en el campo histérico, y enel caso de la historia espafvola reviste un cardcter extraordinario. El binomig grandeza-decadencia de Espafia es un mito puro y, sin embargo, todas las in. terpretaciones espafiolas se aferran a él con inusitado fervor. Pocos quieren ver que en Espajia no hay ninguna decadencia, sino un permanente “raqui- tismo” de su desarrollo econdmico. Apenas habria que asombrarse de que los historiadores burgueses, untuosos de éleo sacro, llenen sus p4ginas con nostilgicas visiones de la grandeza espariola. Y lo malo es que hasta escritores marxistas han pisado el garlivo y pretenden que “completada por la unificacion de Granada, la unificacién nacional correspondia verdaderamente al adelanto técnico y cultural del pats, Ningin otro estaba en esa época (fines del siglo XV) tan uniformemente prepatado como Espaiia para lanzarse al torbellino de la acumulacié6n capitalista que siguié al descubrimiento de América”. ¥ que “por los atios del descubrimiento de América el progreso econémico de la peninsula era uno de los mejores de Europa” y que Esparia fue “el primer imperio manufacturero y la primera organizaci6n cenualista y burocritica de la historia a partir de Roma” (Munis, Jalones de derrota, promesa de vic- toria, Espatia 1930-1939, 11-13). Todo esto pertenece al reino de la fantasia qui- micamente pura, sin la mersor impura particula de realidad. Por lo pronto, la unificacién nacional de Esparia todavia no se habia lo- grado en el siglo XV, recién comenzé con los Borbones (Larraz, La época del mercantilismo en Castilla. 1500-1700, 17). Como advirtié Marx, pesea launificacién puramente externa realizada por los Reyes Catélicos, “Espaia, como Turquia, siguié siendo una aglomeracién de mal dirigidas republicas, con un soberano nominal a la cabeza”. En las distintas regiones subsistieron distintas leyes, distintas monedas, pabellones militares de distintos colores y distintos sistemas de tributacién (Marx, La Revolucién Espanola, 20). Bajo los Austrias, Esparia Ta una federacién de cinco reinos auténomos —Aragén, Castilla, Cataluria, Navarra y Valencia— dotados de parlamentos, constituciones, sistemas Monetarios y aranceles aduaneros separados. Todavia en 1700 estaba prohibido transportar metales preciosos de un reino a otro porque éstos se consideraban extranjeros entre si (Hamilton, E! flo- recimiento del capitalismo y otros ensayos de historia econdémica, 192 ¥ 204). Hay un fenémeno qué caracteriza —entre tantos otros— el bajo grado de integracién econémica entre las distintas provincias de Espana. La eco- nomia vasca estaba tan desintegrada del resto que Ilegé al punto de que en el siglo XVII el Fuero de Vizcaya prohibiera la exportacién de mineral de hierro no solamente al extranjero sino al resto de Esparia (Salyer, La politica econémica de Espana en 13 época del mercantilismo). “Cada uno de los reinos —cuenta el impagable don Manuel Colmeiro en su verbosa pero util Historia de la economia espariola—se encerraba en su territorio, ponia aduanas, fijaba derechos de entrada y salida y decretaba rohibiciones. Las mercaderias Provenientes de Aragén eran extranjeras n Castilla, Navarra, Catalufia y viceversa, de suerte que los mercaderes de- ban pagar derecho de peaje cuantas veces pasaban de una a otra zona fiscal. Laexhuberancia de la vida municipal, que en los primeros aitos de la recon- quista aislabaa las ciudades hasta el punto de parecer hijas emancipadas de Ja patria, se habia debilitado con el tiempo, formando pequefias naciones Hamadas a formar una monarqufa poderosa. Entretanto cada pueblo se gobernaba asu modo, sin hacer causa comun con los dems pueblos pe- ninsulares; aunque obedeciendo al mismo soberano, celebraban Cortes se- radas, gozaban de distintos fueros y, en fin, conservaban su autonomia” (Colmeiro, Historia de la Economia Politica espartola). Verdaderamente, si se tiene en cuenta la realidad de Espaita bajo los Reyes Cat6licos, bajo Carlos vyaun después, se observa “la supervivencia inalterada de las economias autonomas de cada uno de los cinco reinos peninsulares, sin que ninguna organizaci6n superpuesta y asimiladora abriese camino a la idea de que for- maban parte de una economia nacional unitaria, se comprueba que la de cada reino no llegé a fundirse en el crisol de la Gnica nacionalidad. El ara- gonés era considerado extranjero por el castellano, y viceversa. Silas barreras aduaneras interpuestas los disociaban econémicamente, el trato fiscal que se daban entre si no diferia del que dispensaban a los extranjeros. Aun dentro del territorio de un mismo reino, nuevas aduanas dificulraban el transito de los mercaderes y los sobrecargaban, sin averiguar si se trataba de mer- cancfas obtenidas dentro del mismo pais. Si la diversidad de aduanas escin- dia alos reinos, los regimenes fiscales, monetarios y rentisticos eran también distintos” (Carande, Carlos Vy sus banqueros, 1516-1556, 101). Faltaba pues en Esparia, antes, durante y después de la conquista de América —época en que se ubica el comienzo de su supuesta “decaden- cia”—, ese requisito bisico y ala vez consecuencia primarisima del desarrollo industrial eapitalista, es decir, la unificacién nacional. Inglaterra y Francia, en cambio, ya habian avanzado largamente en este camino. ___ Causa y consecuencia de la falta de unidad nacional, en un circulo vi- ©10So que se perpetuaba automiticamente, era el atraso general de Espatia en el desarrollo del capitalismo industrial. Habia en Esparia, a no dudarlo, tantos o cuantos miles de tejedores, tantos o cuantos miles de pafieros. Con cnumeraciones de ese género consuelan sus inquietudes los nostilgicos de 4n pasado esplendor que nunca fue. Pero lo concreto es que en la incipiente vision internacional del trabajo que ya comenzaba a estructurarse, Espaiia 4Parecia como un gran corral de ovejas abastecedoras de lana para la cre- centemente préspera industria textil de Inglaterra. Noes cierto que Esparia Pas6 a depender de la industria extranjera” recién después de la conquista © América (Puiggrés, De la Colonia a la Revolucién, 14). Siempre fue asi. La superioridad industrial de los flamencos durante la Edad Media es un hecho irrebatible de la historia econémica. Llegaron a crear la primera in- dustria textil de exportacién a base de lana extranjera. Al iniciarse el siglo XVI, Flandes comienza a ser desplazada por Inglaterra, que emprendia la in- dustrializacién de su lana desbordando el mercado interno. Cuando se pro- ducia esta lucha industrial entre Inglaterra y Flandes, Esparia, bajo los Reyes Cat6licos, convertia el eje de su politica econémica en la exportacién de lana en bruto. El contraste es suficiente para comprender que la Edad Media habia legado a Inglaterra y a los Paises Bajos una superioridad industrial que la Esparia del 1500 no recibiera de su pasado histérico. Econémicamente, Espafia tuvo una Edad Media inferiora Inglaterra o Francia (Larraz, 100). “A excepcién hecha de Barcelona y Valencia, la industria de Espafia en el siglo XV fue muy escasa, teniendo apenas desarrollo. A consecuencia de esto le eran necesarios los productos de la industria extranjera. La lana que saliade Esparia en vellones tenia que volver a adquirirla, a precio elevado, bajo la forma de patios flamencos, franceses y florentinos” (Haebler, Prosperidad y decadencia econémica de Esparia durante el siglo XVI, 69). En 15.48, las Cortes de Valladolid se quejan de que la industzia textil no es capaz de abas- tecer a la mayoria de la poblacién y confian en la importacién de telas ex- tranjeras (Carande, 163). Pese a su enorme produccién de lana, “los esparioles fabricaban los géneros de lana con poco arte —cuenta Colmeiro— llevindoles mucha ventaja en bondad y baratura Francia, Inglaterra y Holanda”. Un nuevo hecho confirma el atraso del desarrollo capitalista espafiol. La mayor parte de las actividades comerciales e industriales se hallaban en manos de extranjeros —judios sobre todo, hasta su expulsién—. “Como los asuntos financieros se hallaban en manos de los judios antes de 1492 y en ellos se encontraba también circunscripto el pequefio comercio, quedé alos espaitoles sélo el cambio de sus productos brutos con las manufacturas del extranjero y el transporte de estos tejidos por mar” (Hacbler, 69). “Los judios formaban en Espaiia el mayor y mis poderoso grupo comercial, pasando por sus manos casi todas las operaciones de cambio con el extranjero” (Klein, La Mesta). Los judios eran los financistas de los reyes, y disfrutaban por eso de privilegios que la raquitica burguesia espariola jams sofié. Los judios go- zaban el privilegio de no ser apresados por deudas y, como abusaban de ese privilegio para estafar a sus colegas cristianos, éstos reclamaron en las Cortes el retiro de tal privilegio, pero el rey Enrique II rechazé el pedido. Ahora bien: en todas las naciones, al comienzo de su desarrollo, los comerciantes son sobre todo extranjeros, y esta caracteristica perdura cuanto menos pro- gresa el pais en sentido capitalista industrial. En Inglaterra, por ejemplo, el comercio exterior fue acaparado por extranjeros mientras el pais fue prin- cipalmente un exportador de materias primas. Esto cambié radicalmenteal compas del progreso industrial britanico (Brentano, Eine Geschichte der wirtschaftlichen Entwicklung Englands, cit. por Leén, Concepcién mate- rialisea de Ja cuesti6n judia). Fue precisamente el retardo econémico de Espafia lo que permiti6 a los judios conservar su posicion dominante mucho més tiempo que en Inglaterra y Francia (Leén, 1). Y la permanencia de los judios esté indicando el atraso precisamente porque lo que caracteriza al ca- pitalismo judfo es su caracter comercial y usurario, es decir, explotador de un proceso de produccién ya existente y no, como el capitalismo industrial, rtador de un nuevo y progresivo sistema de produccién capaz de arrasar con el feudalismo (Marx, El Capital, Libro I, secci6n V, cap. XIV). Y la expulsién de los judios no obedecié en lo fundamental ala presion dela burguesia espaftola, ni fue ésta quien los sustituy4. A principios del siglo XIV Inglaterra expulsé a judios e italianos, depositarios casi exclusivos hasta entonces de las empresas mis lucrativas, pero “los oficios mas remunerativos de las finanzas inglesas pasaron a las manos de los ingleses mismos. Aqui nosotros sorprendemos un momento esencial de la formaci6n capitalista” (Labriola, Capitalismo: disegno storico). Por el contrario, en Castilla, a partir dela expulsién de los judfos se produjo un cadtico vacio en las transacciones comerciales hasta que su lugar fue ocupado por italianos y flamencos (Klein). La burguesta espajiola era demasiado atrasada y débil para tomar en sus manos la herencia dejada por los expulsados. Después de la conquista de América, el predominio de los extranjeros se acentué mas todavia, porque comerciar con Espafia resultaba mas lucrativo que nunca. Las Cortes de Segovia de 1532 denunciaron que los genoveses tenian el monopolio del comercio del jabén; y las Cortes madrileiias de 1552 protestaron porque los Facar monopolizaban el azogue y toda la industria que en torno a él giraba. “De modo que —con- cluye Colmeiro— no le faltaba raz6n a Sancho de Moncada cuando decia que los extranjeros negociaban en Espafia de 6 pares los 5”. El florecimiento de algunas ciudades se inserta también —aunque pa- Tezca contradictorio— en el cuadro del atraso general de Espana. El privilegio de las ciudades de llevar una vida auténoma es la simétrica contrapartida del idéntico derecho de los sefiores feudales y. como tal, es un elemento ca- Tacterfstico de la Edad Media. La autonomia de las ciudades fue progresiva €N tanto sirvié de apoyo a las monarquias para poner en veredaa los nobles. To devino reaccionaria cuando intent perpetuarse contra la monarquia absoluta, que iniciaba la unificacién nacional, superando la autonomia local de nobles y ciudades en la unidad general de la nacién. El crecimiento del Poder independiente de las ciudades —por muy democratica que sea su or- 8anizacién interna— equivale en sintesis a la desintegracién del Estado inaon sin el cual no hay revolucién democritico-burguesa posible. La Pendencia de las ciudades significa que a sus puertas es preciso pagar derechos de aduana, exactamente igual que en los puentes o caminos con. trolados por los sefiores feudales, Por eso, en mas de una ocasi6n, tos sefiores feudales hicieron frente comin con las ciudades contra las monarquias ab. solutas defendiendo sus privilegios locales contra los intentos de unificacién nacional (Salyer). Al aparecer el capitalismo —senala Marx— no sélo se li- quida la servidumbre de la gleba, sino que declina y palidece la existencia de ciudades soberanas, que es una de las manifestaciones de! esplendor de la Edad Media (Marx, El Capital, Libro |, seccién VII, cap. XXIV). Era tan agudo el espiritu separatista de las ciudades espariolas que cobraban impuestos hasta sobre los articulos que los ganaderos trashuman- tes llevaban sobre el lomo de sus ovejas. Ciudades como Sevilla y Cadiz, ciudades de depésito de mercancias, defendian a toda costa sus privilegios particulares oponiéndose a la integracién de la economia nacional (Salyer), Por otra parte, ninguna de las ciudades habia logrado transformarse en el centro econémico del pais, como ya lo era Londres en Gran Bretafia. Todo esto revela no el poderio de la burguesia espafiola sino su atraso, que le im- pedia superar sus privilegios municipales para lanzarse a la conquista del Estado Nacional. “Mientras en Francia e Inglaterra el desarrollo del comercio y dela industria tuvo como consecuenciala creacién de intereses generales en el pais entero y con esto la centralizacién politica, Alemania no paséde la agrupacién de intereses por provincias alrededor de centros puramente locles” (Engels, Las guerras campesinas en Alemania, 12). Estas palabras de Engels referentes ala Alemania del siglo XV sirven también como des- cripcién adecuada de la situacién espariola. Elexclusivismo local de las ciudades se vinculaba indisolublemente al ré- gimen corporativo y gremial, caracteristico del sistema de produccién medieval e insufrible para la industria capitalista. Es sintomatico que los adelantos in- dustriales capitalistas surgieran siempre en ciudades nuevas, no corporativas, oenla industria campesina explotada por les empresarios capitalistas (Salyer). “Las nuevas manufacturas habian sido construidas en los puertos maritimos de exportacién o en lugares del campo alejados del contro} de las ciudades y de su régimen gremial” (Marx, El Capital, Libro I, seccién VII, cap. XXIV). En Inglaterra y Francia la creciente burguesia industrial fue capaz de ig- norar o socavar las reglamentaciones corporativas que trababan su desarrollo (Jaurés, Historia socialista de la Revolucién Francesa, 79). En Espaiia, en cambio, lo exagerado de las wrabas corporativas parece estar en relacién di- recta con la incapacidad de la burguesia para derribarlas. Los fabricantes ex- tranjeros que abastecian la mayor parte del mercado espaiiol elaboraban sus telas con entera libertad, de acuerdo a las conveniencias téenicas y a las pre- ferencias del consumidor, especialmente de los nuevos consumidores ame- ticanos. En cambio, la atrasada industria espariola seguia fabricando estilos 46 jcuados con técnicas envejecidas rigurosamente fijadas por las regla- mentaciones artesanales (Colmeiro). Por otra parte, las industrias espanolas mis celebradas, como la de Sevilta, se caracterizaron siempre mucho mis Ja calidad artesanal de su produccién que por su gran volumen y baratura (Carande, 254). Mas la revolucién industrial que multiplicé el desarrollo capitalista se dejé sentir Precisamente en lo que Espana no tenia: en la in- duscria textil productora de articulos baratos en gran cantidad. anu Ladebilidad de la burguesfa y la ausencia de una polftica mercantilista Nada revela tanto la extrema debilidad de la burguesia espafiola como su incapacidad para influir decisivamente en la politica del Estado inclinandola asu favor, al menos en esa variante conciliable con la monarquia que era el mercantilismo. Lo que Adam Smith llamé impropiamente “sistema mercantil”, era en realidad, como indicé List, un sistema industrial. La esencia de la politica mercantilista era unificar la naci6n. Como indica el mejor estudioso del pro- blema, el mercantilismo procura disolver los exclusivismos locales de la Edad Media en un poderoso exclusivismo nacional que fortalezca al pais frente a sus competidores extranjeros. Proponiendo una rigurosa reglamentacién y planificacién de la economia nacional para sus transacciones con el exterior, el mercantilismo bregaba en todo momento por la libertad de comercio en el sentido de eliminar los particularismos localistas que dificultaban el trfico interno. Pese a la falsa version acutiada por Adam Smith, el mercantilismo no buscaba el oro por el oro mismo sino como medio para fortalecer la eco- noma nacional y, por ello, mediante una balanza de pagos favorable, estimular el desarrollo industrial que permitiria exportar articulos manufacturados y comprar materias primas. “Es evidente —decia un ministro inglés ante el Parlamento en 1721—, que nada contribuye tanto al aumento del bienestar Piiblico como la exportacién de manufacturas y la importaci6n de materias Primas” (List, Sistema nacional de Economia Politica, 63). En Esparia jamés existié una politica mercantilista. No hubo por de pron- to unificacién real del pais ni liquidaci6n de los particularismos locales. “A Pesar de las protestas de los mercantilistas, cada uno de los cinco reinos dis- Cctiminaba muy poco entre los otros cuatro y las naciones extranjeras. De , Castilla recaudaba e mismo tributo sobre las mercancias introducidas enel arzobispado de Sevilla desde el interior que sobre las traidas desde afue- ta” (Hamilton, 196). ¥ una proteccién ala industria, base del mercantilismo, Pad todavia, Los Reyes Catélicos —de quienes se ha repetido, sin el menor 'undamento, que se inspiraban en principios mercantilistas—estimularon con reconocido fervor la ganaderia pensando en la exportacién de lana como principal instrumento de su politica econédmica. Una concepcién mercan- tilista no se hubiera contentado con vender al extranjero la lana castellana; hubiera procurado que se la industrializase en Espaiia, tanto mas cuanto que la produccién de géneros era insuficiente al grado de requerir la importaci6n desde el exterior (Carande, 163). “La politica comercial de Espafiaen el siglo XV era la tradicién viva de la Edad Media, cuando las aduanas tenian un ca- racter puramente fiscal. Por eso la autoridad en vez de seguir la regla mercan- tilista de promover la exportacion y embargar la importacién, observamos que de ordinario se allana la entrada y entorpece la salida de géneros y frutos, Varias son las cosas que las leyes no permiten sacar del reino; pocas las que no pueden introducirse y muy raras veces se encuentra una palabra ose des- cubre un pensamiento del sistema mercantil” (Colmeiro). El unico elemento presuntamente mercantilista de la politica espaiiola fue el afan por conservar los metales preciosos dentro de las fronteras del reino. Pero el parecido es sélo aparente. El mercantilismo no sélo buscaba acumular metales; explicaba que para lograrlo habia que exportar mas que lo que se importaba y para ello era preciso vender articulos manufacturados e importar materias primas. En cambio, la politica espariola no hacia sino continuar la tradicién “metalista” de la Edad Media, que procuraba atesorar dentro de cada reino, feudo o ciudad, los metales preciosos por medios escuetamente policiales. “Para los verdaderos mercantilistas, partidarios tedricos y pricticos de la doctrina de la balanza de comercio, el derrame ininterrumpido de los metales preciosos de Espatia era prueba infalible de que su politica superaba a la anterior, la cual se contentaba con prohibir la exportacién de metales preciosos, sin preocuparse del equilibrio de la ba- lanza de comercio o del superavit de exportaciones. En efecto, Espatia seguia aferradaa la vieja politica metalista y por Ultimo vidse obligada a dejar que la plata fluyese de ella ‘como la Iluvia fluye del tejado”” (Larraz). Mucho antes de este testimonio reciente del mejor conocedor del mercantilismo, Colmeiro habia observado ya que el afin de los Reyes Catdlicos por con- servar los metales Preciosos no tenia nada de mercantilista sino que signi- ficaba perseverar “en la politica comercial de la Edad Media”. Nada demuestra mejor la ausencia de una politica mercantilista y la de- bilidad de la burguesia espafiola —efecto y causa operantes en accién reci- proca— que la politica ance las industrias de las colonias americanas. Para los mercantilistas las colonias no podian ser otra cosa que fuentes de materias primas requeridas por la metrépoli y mercado de las industrias metropoli- tanas. Por ello, siempre que las colonias inglesas trataron de fomentar las em- presas industriales, el Departamento de Comercio de Gran Bretafia se hizo presente para impedirlo. Cuando Pensilvania pretendié fomentar la industria 48 del calzad zZaao, Ingl: concesié later! lade sede prohibié vero unaley d porla deover lasleyes’ virtud di triadelienzo le Nueva Yo ventaja ques aunam: le que “n ue se i para v fork que ue ello anufact 10 podi conel importara elas de bai trataba d suponia tura que: a espera objetod ala metro COS po le fome! paraese compiti se la s ntode selboroVh peer mis erp Tombiene au ada siet ore sprobc legos ciao es ventana pe deleindve, sien cempecoma | bacion de seyer pa unale' ‘ogido en |. 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(Larr: iviara la Cesena pital ustri spafio urguesi eger lai az, 52 asez medi I re jae la. E: sia ind 54). en medi uy latnene: geanens criterio demostr: stria espa Porcierto poli ‘yl alza de, ‘a politica co la sprovechal de rte el pafola ylas Cortes, liberals precios (Cars I serena del scelerar e Lacangrejado porta, contin pata co. ande procul el espiri r la acu z hun- Rortacion ron evel lain 161), Evi aba piritu d mulaci imi traba: pai loen sus¢ ente, Es] lo evi les Invenio s al com ra Améri todo m olonias (H parta ej tar laes- 1 cgacione envios narcio con les-col sane nericig amit, ercié una aioe vodoe acerca tel pocas om eas peciones ab prohibi 196). Las Patiola se foment, oh ci ae lap laex- sesi eco i sintiese Hl la indus prende, evi némica de flotas ves un 6 fa polinica emasiado lig de vider Teer (levene, ligadaal nal (Haeblen, que pee del Riedel, lesarroll 1), niq ortes tuvi lela lo ind ue la bu viese lustrial d Tguesi: nm le Espai a es- Espafia, intermediaria comercial El monopolio del comercio con sus colonias que Espaiia se reservé, sélo sirvi6 para enriquecer al comercio de Sevilla o Cadiz y a la industria y el comercio extranjeros que se movian detris de aquel. “Llegarona ser las Indias propiedad de una sola ciudad del reino, y las provincias interiores de Espatia y las que ocupaban el litoral del mar Cantibrico o del Mediterrineo apenas podian gozar de los beneficios del comercio de América porel recargo de los mibutos al paso de las aduanas de tierra, de los derechos municipales y otras gabelas” (Colmeiro). ¥ era fatal que asi ocurriera, dada la escasa capacidad de la indus- tria espafiola y la ausencia de cualquier politica favorable a su desarrollo. En el archivo de negocios extranjeros de Francia se encontré una memoria sobre el comercio de Cidiz con las Indias en 1691 que contiene datos reveladores. La participacién de los esparioles era cinco veces menor que la de los franceses y tres veces menor que la de los ingleses. Tan corriente se volvié el empleo de comerciantes espafioles como testaferros de los capitalistas extranjeros que, dice la memoria, “ni las Cortes de Madrid ignoran estas secretas inteli- gencias, mas lo disimutan por politica” (Larraz, 14.4). Por otra parte, muy poco tiempo demoraron Inglaterra y Francia en mantener relaciones directas con las Indias y abastecer la mayor parte del mercado colonial via contrabando. El comercio con las Indias via Sevilla-Cidiz se redujo extraordinariamente, y cuanto subsistié quedé sojuzgado por los extranjeros (Larraz). Pretender que el monopolio ultramarino le permitiera a Esparia acaparar el comercio con América, no fue mas que una ilusién. Espajia no tenia industria con qué abastecer ese mercado; apenas podia servir de intermediaria, y muy pronto el contrabando redujo su importancia incluso en esta funcién (Carande, 157). Casi con unanimidad los folletos mercantilistas sefialaban que la politica econémica de Espaiia se basaba en principios radicalmente opuestos a los que el mereantilismo consideraba exactos (Larraz). Para los mercantilistas, Espaita era el exacto modelo de Jo que no habfa que hacer. He ahi una prueba terminante de la ausencia de toda politica mercantilista en Espaiia, conse- cuencia de la debilidad de la burguesia hispana, que se expresaba también en la composicién social de las débiles corrientes de opini6n que propiciaban en Espatia una politica mercantilista. En Inglaterra y Francia los teéricos del mercantilismo eran en su gran mayoria hombres de negocios, exponen- tes hicidos de la pujante burguesia (Larraz). Lo contrario sucedfa en Espafia, donde los escasos mercantilistas se reclutaban en los alrededores de la Corte y enel clero (Hamilton, 197). La burguesia espaiiola era incapaz de elaborat el pensamiento burgués. La tarea recafa en otras clases y grupos sociales que estaban demasiado lucrativamente vinculados al estancamiento de Espaiia para intentar nada serio en el sentido de superarlo.

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