8, Identidad, genealogia, historia
Nikolas Rose
«Criar un animal con el derecho a hacer promesas.
1Cudnto presupone todo esto! Un hombre que desee dispo-
‘ner de su futuro de esta manera debe haber aprendido an-
tes a separar los actos necesarios de los aecidentales; a pen-
sar eausalmente; a ver las cosas distantes como si estuvie-
ran al aleance de su mano; a distinguir los medios de los.
fines. En sintesis, debe haberse convertido no sétoen caleu-
lador sino en calculable, regular aun para su misma per-
cepcién, si pretende mantener la promesa de su propio fu-
turo»,
FW. Nietzsche, La genealogta de la moral (segundo ensa-
yo: «Sobre los origenes y la génesis de la responsabilidad
humana»)
4Cémo deberiamos hacer Ia historia de 1a persona?!
4Cual podrfa ser la relacién entre esa empresa histérica y
+ Versiones de este capitula se presentaron en los siguientes lugares:
‘Departamento de Sociologia, Open University; Escuela de Estudios
‘Afvicanas y Asidticos, Universidad de Londres; Conferencia sobre «La
Aestradicionalizacién, Universidad de Lancaster; Departamento de
Ciencias Poiticas, Universidad Nacional Australiana. El trabajo se be-
neficié enormemente con los comentarios que recbi. Una versiéa un
tanto diferente de algunos de os argumentos expuestos se publicé en 8.
Lash, P. Heelas y P. Morris (eds.) (1996) De Traditionalization: Critical
Rafletiona on Authority and Identity, Oxford: Basil Blackwell. Bscribi
cesta versién mientras me desempenaba como investigador invitado en
el Programa de Ciencias Polticas de la Escuela de Investigacién de
Ciencias Sociales de Ia Universidad Nacional Australiana, Canberra,
‘Me gustaria agradecer a esta institucién y a todo su personal la gonero-
ssa hospitalidad y el apoyo inteloctual que me brindaron.
214Jas preocupaciones actuales de la teoria social y politica
por cuestiones como la identidad, el yo, el cuerpo, el deseo?
Acaso més importante: qué luz podria arrojar la inves-
tigacién hist6rica sobre las actuales inquietudes éticas
por los seres humanos como sujetos auténomos y libres
0, por el contrario, como seres atados a una identidad na-
cional, étnica, cultural o territorial, y por los programas,
estrategias y técnicas politicas a los cuales estén vincu-
lados?
Me gustaria sugerir un enfoque especifico, que deno-
mino «genealogia de la subjetificacién» [subjectification] 2
La expresiGn es torpe pero, creo, importante. Su impor-
tancia radica, en parte, en el hecho de indicar en qué no
consiste una iniciativa semejante. Por un lado, no es un
intento de escribir la historia de las ideas cambiantes de
la persona, tal como se presentaron en la filosofia, la lite-
ratura, la cultura, etc. Hace mucho que historiadores, filé-
sofos y antropélogos estén embarcados en la redaccién de
esos relatos, sin duda significativos e instructivos (por
ejemplo, Taylor, 1989; ef. el enfoque muy diferente propi-
ciado por Tully, 1993), Pero es imprudente suponer que, a
partir de una deseripcién de las concepciones del hombre
en la cosmologia, la filosoffa, la estética ola literatura, po-
demos obtener pruebas sobre la organizacién de las préc-
ticas y los supuestos previos cotidianos y mundanos que
dan forma a la conducta de los seres humanos en émbitos
y précticas especificas (Dean, 1994), Una genealogia de
la subjetificacién no es, por lo tanto, una historia de las
2 Para evitar cualquier confusién, puodo sofialar que subjetiicacién,
‘nose usa aqui para implicar Ia dominacién por parte deotros la subor-
que cobraron forma —carée-
ter, personalidad, identidad, reputacién, honor, ciuda-
ano, individuo, normal, lundtico, paciente, cliente, espo-
0, madre, hija. ..—y las normas, técnicas y relaciones
de autoridad dentro de Jas cuales aquellos circularon en
précticas legales, domésticas, industriales y de otros tipos,
para influir sobre la conducta de las personas. Esa inves-
tigacion podria desarrollarse a lo largo de una serie de ca-
minos vineulados entre sf.
los aspectos del ser
‘hhumano se convierten en problemas, de acuerdo con qué
sistemas de juicio y en relacién con qué preocupaciones?
Para mencionar algunos ejemplos pertinentes, podria-
mos considerar cémo llega el lenguaje de la constitucién y
el cardcter a actuar en los temas de la decadencia y la
219degeneracién urbanas enunciados por psiquiatras, refor-
madores urbanos y politicos en las tiltimas décadas del
siglo XIX, o e6mo se utiliza el vocabulario de la adaptacién
y desadaptacién para problematizar a conducta en ém-
bitos tan diversos como el lugar de trabajo, el tribunal y la
escuela en las décadas de 1920 y 1930, Plantear la cues-
tin de esta manera es subrayar la primacia de Jo patol6-
gico sobre lo normal en la genealogia de la subjetificacién;
en términos generales, nuestros vocabularios y téenicas,
de la persona no aparecieron en un campo de reflexién 50-
bre el individuo normal, el carécter normal, la persona-
lidad normal, la inteligencia normal, sino que, antes bien,
elconcepto mismo de normalidad surgié a partir de un in-
torés en los tipos de conducta, pensamiento y expresién
eonsiderados molestos o peligrosos (Rose, 1985). Este es
‘un aspecto tan metodolégico como epistemalégico: en la
genealogia de la subjetificacién, no ocupan el lugar privi-
Tegiado los filésofos que en sus estudios reflexionan sobre
a naturaleza de la persona, la voluntad, la coneiencia, la
moralidad y cosas por el estilo, sino las précticas munda-
nas en las cuales la condueta se convirtié en problemética
para los otroso para el yoy los textos y programas munda-
snos —sobre la administracién de hospicios, el tratami
to médieo de las mujeres, los regimenes aconsejables de
crianza de nifios, las nuevas ideas sobre manejo del lugar
de trabajo, la mejora de la autoestima— que procuran
hacer inteligibles y al mismo tiempo manejables esos pro-
blemas.+
4 Desde Tuego, esto significa exagerar el argumento. Por un lado, es
‘necesario observar eémo se organizaron las mismas reflexiones filosfi-
‘eas en torno de los problemas de In patologia —piénsese en el funciona-
‘miento de la imagen de a estatua privada de too estimulo sensorial en
flosofias de la sensacién como ia de Condilla—y advertir también que
1a losofiaesté animada por los problemas del gobierno de la condiueta
1 se articula con ellos (sabre Condillac, véase Rose, 1985; sobre Locke,
‘v6ate Tully, 1998; sobre Kant, vase Huntor, 1994).
220Tecnologias
{Qué medios se inventaron para gobernar al ser huma-
no y configurar o modelar la conducta a fin de eneauzarla
enlas direcciones deseadas, y cémo procuraron los progra-
mas encarnarlos en ciertas formas técnicas? La nocién de
tecnologia puede parecer antitética con el Ambito del ser
humano, y por ello las afirmaciones sobre la tecnologiza-
cién inadecuada de la humanidad constituyen la base de
més de una critica, Sin embargo, aun la experiencia que
tenemos de nosotros mismos como tipos determinados de
personas —criaturas de libertad, de facultades persona
les, de autorrealizacion— es el resultado de una serie de
tecnologias humanas, que toman como objeto los modos
de ser humanos.° La tecnologia se refiere aqui a cualquier
‘montaje estructurado por una racionalidad préctica regi-
da por una meta més o menos consciente. Las tecnologias,
‘humana son ensamblajes hibridos de conocimientos, ins-
trumentos, personas, sistemas de juicio, edificios y espa-
cios, apuntalados en el plano programatico por ciertos su-
ppuestos previos sobre los seres humanos y por objetivos,
para ellos, Hs posible considerar la escuela, la prisién y el,
hospicio como ejemplos de un tipo de esas tecnologias,
que Foucault denominé disciplinarias y que actéan en
‘términos de una estructuracién detallada del espacio, el
tiempo y las relaciones entre individuos, mediante proce-
dimientos de observacién jerérquica y juicio normalizador
e intentos de envolver esos juicios en los procedimientos y
{juicios utilizados por el individuo a fin de encauzar su pro-
pia conducta (Foucault, 1977; ef. Markus, 1993, donde se
5 3am Jos tiltimos tiempos so plantearon en diversos lugares argumen-
tos similares sobre a necesidad de analizar eel yor en su carécter teeno-
{gico. Véase en expecial la disousin one libro reciente de Elspeth Pro-
bbyn (1998). Sin embargo resulta menos claro. qué se alude con exacti-
‘tud cuando se habla de «teenolégieo» en este contexto. Como lo sugioro
‘més adelante, es nesesario desarrollar un andlisis de las formas tecno-
Tigicas dela subjetificacion en términoe dela relacién entro las toenolo-
‘gas para el gobierno de la conducta y los dispositive intelectuales,cor-
‘porales yéticos que estructuran la relacién del ser eonsigo mismo ea di-
ferentes momentos y lugares, Desarrollo este argumento con mayor
‘profundidad en Rose (1996).
221encontraré un examen dela forma espacial de los monta-
{jes aludidos). Un segundo ejemplo de una tecnologia mé-
vil y polivalente es la de la relacién pastoral, una relacion,
de guia espiritual entre una autoridad y eada uno de los
miembros de su rebafio, que incluye téenicas como la
confesién ya exposicién del fuero intimo, la ejemplaridad
y el discipulado, incorporadas a la persona mediante una
Variedad de esquemas de examen, sospecha, revelacién,
desciframiento y educacién de si mismo. Como la discipli-
na, esta tecnologia pastoral puede articularse en una se-
rie de formas diferentes: en la relacién del sacerdote y el
feligrés, el terapouta y el paciente, el asistente social y el
cliente, asf como en la del sujeto «edueado» consigo mismo.
No debernos considerar que las relaciones disciplinaria y
pastoral de subjetificacién se oponen histérica o éticamen-
te: los regimenes puestos en préctica en escuelas, hospi-
cios y prisiones incorporan ambos tipos. La insistencia en
una analitica de las tecnologfas humanas es tal vez uno de
los rasgos més distintivos del enfoque que propicio, un
aniilisis que no parte de la idea de que la tecnologizacién
de la conducta humana es maligna, sino que, antes bien,
examina e] modo como los seres humanos fueron a la vez
capacitados y gobernados por su organizaciGn dentro de
un campo tecnolégieo.
Autoridades
{A quién so otorga o quién reivindiea la capacidad de
hablar verazmente de los hombres, de su naturaleza y sus,
problemas, y cudles son las caracteristicas de las verdades
sobre las personas a quienes se concede esa autoridad?
¢Por medio de qué aparatos son autorizadas esas autori-
dades: las universidades, la maquinaria legal, las iglesias,
la politica? Hasta qué punto depende la autoridad de la
autoridad de su reivindicacién de un conocimiento posi-
tivo, de la sabidurfa y la virtud, de la experiencia y el jui-
cio préctico, de Ia eapacidad de resolver conflictos? ;Cémo
se gobiernan las propias autoridades: mediante cédigos
legales, el mercado, los protocolos de a burocracia, Ia ética
222,profesional? ;¥ cual es entonces la relacién entre las au-
toridades y quienes estan sometidos a ellas: sacerdote/fe-
ligrés, médico/paciente, gerente/empleado, terapeuta/
paciente. . .? Este hincapié en las autoridades (més queen
el «poder») y en los diversos individuos, dispositivos, aso-
iaciones, modos de pensamiento, tipos de juieio que bus-
can, reivindican, adquieren o reciben una autoridad, asi
como en la diversidad de formas de autorizar a esa autori-
dad, me parece, una vez.més, uno de los rasgos distintivos
de este tipo de investigacién.
Teleologias
2Qué formas de vida son las metas, ideales o modelos
de estas diferentes précticas de trabajo sobre las perso-
nas: el personaje profesional que ejeree una voeacién con
sabiduria y desapasionamiento; el guerrero viril que per-
sigue una vida de honor a través de la puesta en riesgo
calculada del cuerpo; el padre responsable que lleva una
vida de prudencia y moderacién; el trabajador que acepta
su suerte con una docilidad fundada en la creencia en el
cardcter inviolable de la autoridad o una recompensa en.
Ja vida futura; la buena esposa que realiza sus tareas do-
:mésticas con tranquila eficiencia y humildad; el individuo
emprendedor que porfia en busca de mejoras materiales
de la «calidad de vida»; el amante apasionado diestro en
las artes del placer. ..? ;Qué e6digos de eonocimiento apo-
‘yan estos ideales, y a qué valoracién ética se vinculan?
Contra quienes sugieren que en cualquier cultura especi-
fica predomina un tinico modelo de la persona, es impor-
tante destacar la heterogencidad y especificidad de los,
ideales o modelos de la individualidad desplegados en di-
ferentes précticas, y su articulacién con respecto a proble-
mas y soluciones especificas concernientes a la conducta
‘humana. Creo que s6lo desde este punto de vista se puede
identificar la singularidad de los intentos programaticos
de establecer un tinico modelo del individuo como ideal
ético en una serie de ambitos y précticas diferentes. Por
ejemplo, las sectas puritanas analizadas por Weber te-
228nian la poco comin actitud de tratar de garantizar que el
modo de comportamiento individual en términos de so-
briedad, deber, modestia, personalidad, ete, se aplicara a
précticas tan diversas como el disfrute de entretenimien-
tos populares, el trabajo y la conducta en el hogar. En
nuestros propios dias, tanto la economfa, en la forma de
un modelo de racionalidad econémica, como Ja psicologfa,
en la forma de un modelo del individuo psicolégico, sirvie-
ron de base a intentos similares de unificacién de la con-
duceién de la vida en un solo modelo de subjetividad apro-
piada. Pero la unificacién de la subjetificacién debe verse
como un objetivo de programas espeetficos o un supuesto
previo de estilos especificos de pensamiento, y no como un
rasgo de las culturas humanas.
Estrategias
4Cémo se vinculan estos procedimientos para regular
las eapacidades de las personas a objetivos morales, socia-
les 0 politicos mas amplios concernientes a los rasgos de-
seables ¢ indeseables de las poblaciones, la mano de obra,
1a familia, la sociedad, ete.? En este punto son de especial
importancia las divisiones y relaciones establecidas ontre
las modalidades para el gobierno de la conducta a las cua-
Jes se otorga el status de «politicas» y las concretadas por
medio de formas de autoridad y aparato consideradas no
politicas, ya se trate del conocimiento técnieo de peritos, el
conocimiento judicial de los tribunales, el conocimiento
organizacional de los gerentes o los conocimientos «natu-
rales» de la familia y la madre. En estas racionalidades de
gobierno autocalificadas de «liberales» es t{pica la delimi-
tacion simulténea de la esfera de lo politico con referencia
al derecho de otros dominios —el mercado, la sociedad ci-
vil y la familia son los tres mas cominmente menciona-
dos— y la inveneién de una serie de técnicas que suelen
tratar de influir en los sucesos de estos dominios sin que-
brantar su autonomia. Por esta razén, los conocimientos y
formas de pericia técnica concernientes a las caracteris-
ticas internas de los dominios que deben regirse cobran.
224particular importancia en las estrategias y programas li-
berales de gobierno, puesto que esos dominios no deben
ser «dominados» por la regla, sino que es preciso cono-
cerlos, entenderlos y relacionarse con ellos de manera tal
que los hechos ocurridos en su interior —la productividad
y las condiciones del comercio, las actividades de las aso-
ciaciones eiviles, las formas de criar a los nifios y organi-
zar las relaciones conyugales y el apoyo econémico dentro
de la casa—respalden los objetivos politicos en vez de opo-
norse a ellos.® En el caso que discutimos aqui, las earacte-
rristicas de las personas, en su calidad de «individuos li-
bres» de quienes dependen la legitimidad politica y la fun-
cionalidad de! liberalismo, cobran una significacién par-
ticular. Tal vez podrfamos decir que el campo estratégico
general de todos los programas de gobierno autodenomi-
nados liberales fue definido por el problema de eémo pue-
dan gobernarse a los individuos libres con el fin de que Ile-
ven apropiadamente su libertad a la préctica.
El gobierno de los otros y el gobierno de uno
mismo
Cada una de estas direcciones de la investigacién est
inspirada, en gran medida, por los escritos de Michel Fou-
cault, En particular, ce originan, desde luego, en sus suge-
rencias concernientes a una genealogia de las artes del go-
bierno —en las cuales se considera en términos generales
que el gobierno abarca todos los programas y estrategias
§.No quiero sugerir eon ello, por supuesto, que el conocimiento y la
‘no desempefian un papel crucial en los regimenes no li-
jemno de Ja conducta; no hay més que pensar en el
papel de médicos yadministradores ea la organizacién delos programas
de exterminio masivo en In Alemania nazi, el de los trabajadores del
partido en las relaciones pastorales de los Bstados de Europa oriental
antes de su wdemocratizaciéns, ool de los portos planifiadores en regi-
‘menes de planificaciéa centralizada como el GOSPLAN en Ja URSS,
‘Sin embargo, Jas relacionos entre las formas de eanocimiento y prictien
dlesignadas como politieas y las que reivindican una aprehensién no po-
Iitien de sus objetos eran diforentos en cada easo.
225més o menos racionalizados para y les
prescribiera «conocerse a s{ mismos» a través de una her-
menéutica del yo, los conminara a explorar, descubrir, re-
velar y vivir a la luz de los deseos que comprenden nues-
tra verdad. Dicha genealogia trastomnaria la apariencia
de ilustraciOn que envuelve aquel régimen, al examinar la
incorporacién de ciertas formas de préctica espiritual que
podian encontrarse en la ética griega, romana y cristiana
primitiva al poder sacerdotal y més tarde a los procedi-
mientos de tipo educativo, médico y psicol6gico Foucault,
1986a, pag. 1),
Es evidente que el enfoque que antes esbocé sacé buen
partido de los argumentos de Foucault sobre estas cues-
tiones, Sin embargo, me gustaria desarrollar este argu-
mento en una serie de aspectos. Primero, como se sefialé
en otra parte, la nocién de «téenicas del yoo puede ser un
tanto engafiosa, El yo no constituye el objeto transhistori-
co de las técnicas para ser humanos sino apenas un modo
preseripto a los hombres para entenderse y relacionarse
consigo mismos (Hadot, 1992). En diferentes précticas,
estas relaciones se forjan en términos de individualidad,
cardcter, constitucién, reputacién, personalidad y cosas
por el estilo, que no son meramente diferentes versiones de
un yo niequivalen a un yo. Ademds, la determinacién de si
la relacién contempordnea con nosotros mismos —intros-
227pectién, autoexploracién, autorrealizacién, ete— adopta
‘efectivamente el t6pico de la sexualidad y el deseo como su
punto de apoyo debe seguir siendo una cuestién abierta
para la investigaci6n histérica. En otro lugar sugeri que el
‘mismo yo se convirtié en objeto de valoracién, un régimen,
de subjetificacién en el cual el deseo quedé liberado de su
dependeneia de la ley de una sexualidad interna, para
transformarse en una diversidad de pasiones centradas
el descubrimiento y la realizacién de la identidad de
ese yo (Rose, 1989).
Me gustaria sefialar, por otra parte, la necesidad de ex-
tender un andlisis de las relaciones entre gobierno y sub-
Jetificacién més alld del campo de la ética, si con ello nos
referimos a todos los estilos de relacionarse consigo mis-
‘mo que se estructuran mediante las divisiones de la ver-
dad y la falsedad, lo permitido y lo prohibido, También es
preciso examinar el gobierno de esta relaciGn a lo largo do
algunos otros ejes.
Uno de ellos concierne al intento de inculear cierta
relacién consigo mismo por medio de transformaciones de
las «mentalidades» o lo que podriamos denominar «técni-
cas intelectualesw: lectura, memoria, escritura, conoci-
miento de las operaciones aritméticas, etc. en Bisenstein,
1979, y Goody y Watt, 1963, se encontrarén algunos ej
plos muy ilustrativos). Por ejemplo, en el transcurso del
siglo XIX presenciamos, especialmente en Europa y Esta-
dos Unidos, el desarrollo de una multitud de proyectos
para la transformacién del intelecto al servicio de objeti-
-vos particulares, cada uno de los cuales procura preseribir
‘una relacién especifica con el yo a través de la incorpo-
racién de ciertas capacidades de lectura, escritura y célcu-
Jo, Un ejemplo seria en este caso el modo como, en las tlti-
mas décadas del siglo XIX, los educadores republicanos
promovieron en Estados Unidos el conocimiento de las
operaciones aritméticas, en particular las capacidades
numéricas que, segiin sostenfan, se verian facilitadas por
Ja adopcién del sistema decimal, a fin de generar un tipo
especifico de relacién consigo mismos y el mundo en quie-
nes contaran con ese bagaje. Un yo conocedor de las ope-
raciones aritméticas seria un yo calculador, que establece-
28fa una relacién prudente con el futuro, Ia confeccién de
presupuestos, el comercio, la politica ya conduccién dela
vida en general (Cline-Cohen, 1982, pags. 148-9).
Un segundo eje se referiria a las corporalidades o técni-
cas corporales. Desde luego, los antropélogos y otros alu-
dieron a la forja cultural de los cuerpos: comportamiento,
expresién de la emocién y cosas por el estilo en cuanto
difieren de cultura en cultura y, dentro de cada una de
cllas, entre géneros, edades, grupos de status, ete. Marcel
‘Mauss proporciona la explicacién clasica, segiin la cual el
‘cuerpo, como instrumento téenico, se organiza de diferen-
te manera en diferentes culturas: distintas maneras de
caminay, sentarse, cavar, marchar, ete, (Mauss, 1979; of.
Bourdieu, 1977). Sin embargo, una genealogia dela subje-
tificacién no se interesa en el problema general de la rela-
tividad cultural de las capacidades corporales, sino en los,
diferentes regimenes corpéreos que se idearon e incorpo
raron a intentos racionalizados de preseribir una relacién
specifica con el yoy los otros. Norbert Elias dio muchos y
muy instructivos ejemplos de la preseripeién de c6digos
explicitos de conducta corporal —modales, etiqueta y el
autocontrol de las funciones y acciones del cuerpo— a los
individuos que ocupaban diferentes posiciones dentro del
aparato de la corte (Blias, 1983; ef. Elias, 1978; Osborne,
1996). Los estudios del propio Foucault sobre el hospicio y
Ja prisién exploran programas en los cuales el disciplina-
miento del cuerpo del individuo patolégico no sélo implica
ba la insercién de ese cuerpo en un régimen externo de vi-
gilancia jerérquica y juieio normalizador, y su imbricacion
enun régimen molecular que gobernaba el movimientoen
el tiempo y el espacio, sino que también procuraba pres-
cribir una relaci6n interna entre el individuo patolégico y
su cuerpo, en la cual el comportamiento corporal manifes-
tara y mantuviera cierto dominio disciplinado ejercido por
Ja persona sobre si misma (Foucault, 1967, 1977; véase
también Smith, 1992, donde se encontraré una historia
del concepto de «inbibicién» y su relacién con la manifes-
tacién de constancia y autodominio mediante el ejercicio
del control corporal). Una relacién anéloga con el cuerpo,
aunque sustantivamente muy diferente, fue un elemento
229clave en la autoconstruccién de cierto personaje estético
en la Europa decimonénica, incorporado a algunos esti-
los de vestimenta pero también al cultivo de determina-
das técnicas corporales como Ja natacién, que producirfan
y desplegarian una relacién especifica con lo natural
(Sprawson, 1992). Los historiadores del género han co-
menzado a analizar el vinculo histérico entre el desempe-
fo adecuado de Ia identidad sexual y la inculeacién de
ciertos regimenes del cuerpo (Butler, 1990). Algunas for-
mas de mantenerse, caminar, correr, sostener la cabeza y
manejar los miembros no son meramente relativas a la
cultura o adquiridas a través de la socializacién de género,
sino que se trata de regimenes de! cuerpo que procuran
subjetificar en términos de cierta verdad de género, inscri-
biendo una determinada relacién consigo mismo en un
régimen corpéreo: prescripto, racionalizado y ensefiadoen
manuales de consejos, etiqueta y modales, e impuesto
tanto por sanciones como por seducciones.
Estos comentarios deberfan decirnos algo sobre la
heterogeneidad de los lazos entre el gobierno de los otros,
yel gobierno del yo. Es importante destacar otros dos as-
ppectos de esa heterogeneidad. El primero concierne a la
diversidad de modos como se preseribe cierta relacién
consigo mismo. Existe la tentacién de hacer hincapié en
Jos elementos de autodominio y las restricciones por enci-
‘ma de los deseos ¢ instintos que entrafian muchos regime-
nes de subjetificacién: la conminacién a controlar o civili-
zar una naturaleza interna excesiva. Es indudable que
podemos ver este tema en muchos debates decimonénicos
sobre la ética y el cardcter tanto para el orden imperante
como en las clases trabajadoras respetables: un paradéj
co «despotismo del yor en el coraz6n de las doctrinas libe-
rales de la libertad del sujeto (extraigo esta formulacién,
de Valverde, 1996). Pero existen muchos otros modos de
establecer esa relacién consigo mismo y, aun dentro del
ejercicio del dominio, una variedad de configuraciones
mediante las cuales uno puede ser alentado a dominarse.
El dominio de la propia voluntad para ponerla al servicio
del cardcter por medio de la inculcacién de hébitos y ritua-
les de renunciamiento, prudencia y previsién, por ejem-
230plo, es diferente del dominio del deseo poniendo de relieve
sus raices a través de una hermentutica reflexiva, a fin de
liberarse de las consecuencias autodestructivas de la re-
presién, la proyeecién y la identifieacié
‘Ademés, la forma misma de la relacién puede variar.
Puede ser una relacién de conocimiento, como en la exhor-
tacién «condcete a ti mismo», que Foucault remonta a la
confesién cristiana y encuentra contemporaneamente en
as técnicas de la psicoterapia: aqui, no es la introspeccién
pura la que proporciona de modo inevitable los eédigos de
conocimiento, sino la traduccién de nuestra propia intros-
peccién en un vocabulario especifico de sentimientos,
creencias, pasiones, deseos, valores o lo que fuere, segdin
un cédigo explicativo particular derivado de alguna fuen-
te de autoridad. O puede ser una relacién de preocupacién
xy solicitud, como en los proyectos contemporéneos para el
cuidado del yo, segxin los cuales este debe ser alimentado,
protegido, salvaguardado por regimenes de dieta, la mini-
mizacién del estrés y la elevacién de la autoestima. Tam-
bién la relacién con la autoridad puede variar, Considé-
rense, por ejemplo, algunas de las cambiantes configura-
ciones de Ia autoridad en el gobierno de la locura y la sa-
Jud mental: la relacién de dominio que se ejercia entre el
‘médico del hospicio y el loco en la medicina moral de fines
del siglo XVIII; la relacién de disciplina y autoridad insti-
tucional existente entre el médico del hospicio del siglo
‘XIX y el interno; la relacién pedagigica vigente entre los
higienistas mentales de la primera mitad del siglo XX y
los nifios y padres, alumnos y docentes, trabajadores y ge-
rentes, generales y soldados sobre quienes procuraban in-
fluir, yla relacién de seduccién, conversion y ejemplaridad
que existe hoy entre el psicoterapeuta y su cliente.
‘Como se desprenders con claridad de la anterior discu-
sién, si bien las relaciones consigo mismo prescriptas en
‘cualquier momento histérico pueden asemejarse en diver-
80s aspectos —por ejemplo, la nocién vietoriana de caréc-
ter estaba ampliamente difundida en muchas précticas
diferentes, las investigaciones empfricas deberian de-
terminar hasta qué punto es asi. No se trata, por lo tanto,
de contar una historia general de la idea de persona 0
231,‘yo, sino de describir las formas técnicas asignadas a la re-
lacién consigo mismo en varias précticas: legal, militar,
industrial, familiar, econémica. Y aun dentro de cada
practica, debe suponerse que la heterogeneidad es més
comin que la homogeneidad; considérense, por ejemplo,
las muy diferentes configuraciones de la individualidad
en el aparato jurfdico en cualquier momento determina-
do, la diferencia entre la nocién de status y reputacién tal
como funcionaba en los procesos civiles durante el siglo
‘XIX y la elaboracién simulténea de una nueva relacién
on el transgresor de la ley como una personalidad patolé-
gica en los juzgados criminales y el sistema penitenciario
Pasquino, 1991),
Si nuestro presente est marcado por cierta nivelacién
de estas diferencias, de modo que los supuestos previos re-
lativos a los seres humanos en distintas précticas mues-
tran cierto aire de familia —los hombres como sujetos de
autonomfa, dotados de una psicologia con aspiraciones a
Ja autorrealizacién y de !a capacidad real o potencial de
manejar su vida como una especie de empresa de sf mis-
mos—, este es precisamente, pues, el punto de partida pa-
ra una investigacién genealégica. ;Cémo se establecié es-
terégimen del yo, en qué condiciones y en relacién con qué
demandas y formas de autoridad? En los wltimos cien
afios presenciamos, por cierto, una proliferacién de conoci-
mientos técnicos de la conducta humana: economistas, ge-
rentes, contadores, abogados, consejeros, terapeutas, mé-
dicos, antropélogos, politélogos, expertos en politica social
yotros por el estilo. Pero a mi juicio la «unificacién» de los
regimenes de subjetificacién tiene mucho que ver con el,
ascenso de una forma especifica de conocimiento técnico
positivo del ser humano: la de las disciplinas psi y su y «afemi-
amiento» —en su modo de caminar, las cadencias de su
discurso, su autocontrol—, a fin de mostrarse capaz de
ejercer la autoridad sobre otros (Brown, 1989, pag, 11).
Gerhard Oestreich sugiere que el resurgimiento de la éti-
ca estoica en la Europa de los siglos XVI y XVIII fue una
respuesta a la critica de la autoridad osifieada y corrupta:
las virtudes del amor, a confianza, la reputacidn, la genti-
Teza, las facultades espirituales, el respeto por la justicia y
otras similares se convertirian en los medios para que las
233autoridades se renovaran (Oestreich, 1982, pag. 87). Ste-
phan Collini describié las novedosas maneras utilizadas
por las clases intelectuales victorianas para problemati-
zarse en términos de cualidades como la constancia y el
altruismo: una angustia permanente con respecto a la en-
deblez de su votuntad los forzaba a interrogarse, y encon-
traban en ciertas formas de trabajo social y filantrépico
un antidoto a la duda de sf mismos (Collini, 1991, analiza-
do en Osborne, 1996). Si bien estos mismos intelectuales,
vvictorianos problematizaban toda clase de aspectos de la,
vida social en términos de cardcter moral, amenazas al
cardcter, debilidad de cardcter y necesidad de promover el
buen cardcter, y sostentan que las virtudes de este —con-
fianza en s{ mismo, sobriedad, independencia, refrena-
miento, respetabilidad, autosuperacién— debian incul-
carse en los otros mediante las acciones positivas del Es-
tado y el estadista, se erigian en sujetos de un trabajo éti-
co conexo pero un tanto diferente (Collini, 1979, pag. 29 y
sigs.). De manera similar, a lo largo de todo el siglo XIX
constatamos la aparicién de programas muy novedosos
para la reforma de la autoridad secular dentro de la fun-
cién pablica, el aparato del gobierno colonial y las organi-
zaciones de la industria y la poltica, donde los personajes
del funcionario pablico, el burécrata y el gobernador colo-
nial se convertirian en blanco de todo un nuevo régimen,
ético de desinterés, justicia, respeto por las normas, dis-
‘tincién entre el desempefio del cargo y las pasiones priva-
das y mucho més (Weber, 1978; ef. Hunter, 1998a, b, ¢;
‘Minson, 1993; Du Gay, 1994; Osborne, 1994). Y, desde lue-
‘g0, muchos de quienes estaban sujetos al gobierno de es-
tas autoridades —funcionarios indigenas en las colonias,
amas de casa de las clases respetables, padres, maestros,
trabajadores, institutrices— eran convocados a cumplir
su papel en la constitucién de otros y a inculear en ellos
cierta relacién consigo mismos.
‘Desde esta perspectiva, no sorprende que los seres hu-
‘manos se descubran a menudo oponiendo resistencia alas
formas de «individualidad» que se les preseribe adoptar.
‘La «resistencia» —si con ello aludimos a la oposicién a un
régimen particular para la conduccién de la propia con-
234ducta— no exige ninguna teorfa de la agencia. No ne-
cesita una descripcién de las fuerzas intrinsecas en cada
ser humano que ama la libertad, procura realzar sus pro-
pias facultades o capacidades o lucha por la emancipa-
cién, que son previas a las demandas de civilizacién y dis-
ciplina y estén en conflicto con ellas. No necesitamos una
teorfa de la agencia para explicar la resistencia, asi como
no necesitamos una epistemologia para explicar la pro-
duccién de efectos de verdad. Los seres humanos no son
Jos sujetos unificados de un régimen coherente de domi-
nacién que produce personas tal como las suefia. Al con-
trario, viven su vida en un constante movimiento a través
de diferentes practieas que los tratan de diferentes mane-
ras. Esas précticas abordan a las personas, las presupo-
nen y actiian sobre ellas como si fueran diferentes tipos de
seres humanos. Las técnicas de relacién consigo mismo
‘como un sujeto con eapacidades tinicas y digno de respeto
chocan contra las précticas de relacién consigo mismo co-
‘mo blanco de la disciplina, el deber y la docilidad. La exi-
gencia humanista de que uno se descifre en términos de la
autenticidad de sus actos choca contra la demanda po-
Iitica o institucional de que se guie por la responsabili-
dad colectiva de la toma de decisiones organizativas, aun
‘cuando se oponga personalmente a ella. La exigencia éti-
ca de suftir las aflicciones en silencio y encontrar una for-
ma de «seguir adelante» se considera problemética desde
la perspectiva de una ética pasional que obliga a la perso-
na a revelarse en términos de un vocabulario especifico de
emociones y sentimientos.
Ast, la existeneia de la impugnacién, el conflicto y la
oposicién en las précticas rectoras de la conducta de las
personas no es una sorpresa y no exige recurrir a las cua-
lidades particulares de la agencia humana, excepto en el
sentido minimo de que el ser humano, como todo lo de-
sms, excede todos los intentos de pensarlo, por la sencilla
‘raz6n de que, si bien es necesariamente pensado, no exis-
teen la forma de pensamiento.” De tal modo, en cualquier
1 No os eato el lugar adceuado para fundamentar esta observacion;
perm{taseme entonees afirmar dnicamente que silo los racionalistas 0
Jag ereyentes en Dios imaginan que la «realidad existe en las formas
235Ambito o lugar, los humanos ponen los programas pensa-
dos con un fin al servicio de otros. Una manera de rela-
cionarse consigo mismo entra en conflicto con otras. Por
ejemplo, los psicSlogos, los reformadores administrativos,
los sindicatos y los trabajadores recurrieron al vocabula-
rio de la psicologia humanista para hacer una critica de
las précticas gerenciales basadas en una comprensién psi-
cofisiolégica o disciplinaria de las personas. En las tilti-
mas dos décadas, los reformadores de los procedimientos
de la seguridad social y la medicina opusieron el concepto
de ‘que los seres humanos son sujetos de derecho a las
précticas que los presuponen como sujetos de atencién. De
este complejo y discutido campo de oposiciones, alianzas
y disparidades de regimenes de subjetificacién proceden
acusaciones de inhumanidad, eriticas, exigencias de refor-
‘ma, programas alternativos y la invencién de nuevos regt-
menes de subjetificacién.
Designar como «resistencia» algunas de las dimensio-
nes de esos conflictos es en si mismo adoptar una perspec-
tiva: nunca puede dejar de sor una cuestién de juicio. Es
infructuoso quejarse aqu{ de que esa perspectiva no nos
da cabida en la elaboracién de la critica ética y la evalua-
ci6n de las posiciones éticas; la historia de todos los inten-
tos de fundar la ética que sf apelan a algiin garante tras-
cendental es suficientemente simple: no pueden zanjar
los conflictos en torno de los regimenes de la persona, sino
ocupar meramente una posicién mds dentro del campo de
la disputa (MacIntyre, 1981).
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