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El Vidente había estado en su nacimiento, sembrando la bola de roca con vida. Había
observado cómo el Mundo Virgen de Eiladanath maduraba a lo largo de milenios hasta
convertirse en un verde paraíso, un lugar de paz y belleza sin parangón. Hasta, claro
está, la llegada de la Guardia de la Muerte.
Había predicho la amenaza demasiado tarde para evitarla, y sólo un pequeño grupo de
sus compañeros del Mundo Astronave Em'brathar lograron acudir antes de que los
Portales de la Telaraña sucumbiesen. Así, atrapados en el planeta condenado, habían
hecho lo poco que habían podido contra los Marines de Plaga, pero era una causa
claramente perdida. Los animales yacían hinchados y con los ojos vidriosos, esperando
el final; de los antaño grandes bosques sólo quedaban interminables extensiones de
troncos cubiertos de cieno. Las únicas criaturas que florecían eran las mascotas
preferidas de Nurgle, los gusanos y las moscas, pero ni siquiera eso duraría.
Eiladanath volvía rápidamente a ser la roca sin vida que una vez había sido. Qué
desperdicio sin sentido.
En vez de extender su conciencia para buscar los posibles futuros, se sintió a sí mismo
siendo arrastrado hacia atrás, moviéndose hacia el pasado. Rastreó los hilos de la
historia más y más atrás, sintiendo los universos alternativos fluyendo juntos, con la
más pequeña elección causando una división, e innumerables corrientes uniéndose y
fluyendo en el mar del tiempo. Desde su punto de vista exterior a la Historia, la Herejía
de los mon-keigh era la principal confluencia: el lugar donde una sola decisión podría
haber cambiado tan profundamente el curso de la Historia. Buscó un hilo en el que la
Guardia de la Muerte y su calaña nunca se hubiesen convertido al Caos, un camino
donde este destino erróneo, tanto en este planeta como en el resto de la galaxia,
pudiese ser evitado.
Antes de que pudiera hallar su utopía, una oscura presencia lo arrojó de nuevo a la
corriente temporal, obligándole a descender en una brutal y retorcida Historia
alternativa…
Contenido
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En el salvaje mundo de Davin, el Señor de la Guerra Horus fue atacado por una
misteriosa enfermedad que dejó estupefactos a los mejores Apotecarios de la Legión.
Durante su recuperación, Horus asistió a una ceremonia de iniciación de una de las
primitivas logias guerreras de Davin, tras la cual la condición del Señor de la Guerra
empeoró de grave a crítica. Que un Primarca pudiese sucumbir ante algún patógeno
natural debería haber dado una pista de que en lo que ocurría en los salones del Cuchillo
de Hueso participaba lo sobrenatural. De hecho, fue un acto de posesión demoníaca por
una poderosa entidad de la Disformidad, aunque en ese momento el concepto de lo
demoníaco era contemplado como una descarriada superstición. Sólo con la ayuda del
poder psíquico del Primarca ciego de los Mil Hijos, y el consejo espiritual del Capellán
Erebus de los Portadores de la Palabra, pudo la entidad ser finalmente expulsada. Así,
con el Señor de la Guerra habiendo finalmente escapado de su trampa, los Poderes
Ruinosos centraron su atención en otra parte.
La ordalía reveló al Señor de la Guerra los verdaderos peligros del Caos, un poder tan
grande que ni siquiera él y sus hermanos Primarcas eran inmunes a su toque corruptor.
Horus estaba severamente debilitado por los sucesos de Davin, y en mala posición para
tratar con lo que habría de suceder. Primero, Curze de los Amos de la Noche atacó a
Rogal Dorn, antes de huir con su Legión. Peor aún, llegaron rumores desde el este
galáctico de que Guilliman se había declarado independiente del Imperio, reclamando
soberanía sobre una enorme región del espacio que él llamaba "Segmentum Ultramar".
Incluso mientras las fuerzas imperiales se reunían para enfrentarse a los Ultramarines,
llegaron terribles noticias desde Prospero: los Lobos Espaciales habían atacado el
mundo natal de los Mil Hijos. Proclamaban que Magnus estaba implicado en horribles
hechicerías, y buscaban destruirle antes de que pudiera traicionar al Emperador. Con el
sueño de la Humanidad desgarrándose por las costuras, las Legiones entraron en la
órbita superior de Istvaan V.
Con Horus aún recuperándose después de Davin, Rogal Dorn usó su posición de
Pretoriano del Emperador para tomar el mando de las fuerzas que se congregaban en
torno a Istvaan. Los Ultramarines eran de lejos la Legión más numerosa, en gran parte
debido a las habilidades organizativas de Guilliman, y por tanto se reunió una fuerza
apropiadamente inmensa en su contra. Dorn invocó el poder de casi la mitad de las
Legiones del Emperador para la misión, aunque las ofertas de tropas de su antiguo rival,
Perturabo de los Guerreros de Hierro, fueron marcadamente rechazadas.
Tal era el tamaño de la tarea de devolver el territorio secesionista a su lugar, que dos
Legiones enteras fueron enviadas a lo profundo del Segmentum Ultramar. La Legión
Alfa, que jamás se llevó bien con los Ultramarines, debía infiltrarse y subvertir a los
mundos rebeldes, mientras los fanáticos religiosos de los Portadores de la Palabra
usaban un enfoque más directo: llevar la luz del Emperador al mismo núcleo del poder
de Guilliman en la Franja Este.
Los primeros en unirse a la flota de los Puños Imperiales en el exterior del Sistema
Istvaan fueron la Guardia del Cuervo y los cada vez más cerrados y reservados Manos
de Hierro. A estos les siguieron pronto los Salamandras, dirigidos por su quemado y
amargado Primarca. Poco después llegaron los Hijos del Emperador, frescos tras
eliminar la amenaza xenos del planeta Laer. Los sucesos de esa campaña habían
afectado profundamente a Fulgrim, y a su llegada afirmó que su Legión había alcanzado
el pináculo de la "Perfección del Emperador". El entusiasmo con que abrazaron la
oportunidad de demostrar su superioridad sobre los demás Astartes casi rozaba lo
indecoroso.
Sin embargo, en lugar de los presionados y desmoralizados oponentes que Dorn había
pronosticado, la segunda oleada encontró las zonas de desembarco convertidas en
mataderos fuertemente fortificados, bien defendidos por los Ultramarines. Las tres
Legiones sufrieron horrendas bajas mientras se abrían camino para reunirse con sus
aliados, sólo para ver cómo sus supuestos hermanos abrían fuego sobre ellos en un acto
de infame traición. En la mayor traición y el mayor desastre militar que jamás habían
afrontado las Legiones Astartes, los Puños Imperiales, los Ángeles Oscuros, los Manos
de Hierro y los Salamandras diezmaron a los supervivientes del desembarco. Sólo la
oportuna intervención de la fragata Eisenstein, que había sido comandada por leales de
entre las Legiones Traidoras, permitió que un pequeño porcentaje de las Legiones
emboscadas pudiese abrirse camino hasta la órbita, y escapase.
Al haber escapado Horus de sus garras, los Poderes Ruinosos habían pasado a preparar
a otro para el papel de Architraidor. Cierto es que habían sido capaces de corromper a
otros Primarcas, pero Rogal Dorn fue elegido por su potencial para derribar al Imperio
entero. Observaron y aumentaron sus sentimientos de envidia por no ser elegido Señor
de la Guerra, y entonces ser retirado a Terra mientras sus hermanos se ganaban una
reputación por toda la galaxia. Sintiendo rechazo por tales pensamientos, Dorn había
buscado ahogar estas vergonzosas dudas sobre el buen juicio de su padre en la
mortificación del Guantelete del Dolor. A medida que la presión aumentaba, pasaba más
y más tiempo en el interior del aparato, hasta que al final le desencajó la mente, y fue
reclamado por el Panteón del Caos. Él no debía lealtad a uno solo, sino a la gloria del
Caos Absoluto.
La neutralidad del Segmentum Ultramar había sido comprada con la sangre de tres
Legiones Leales, y como acordaron, los Traidores dejaron a Guilliman y a su territorio
en paz. Los Poderes del Caos no habían necesitado corromper a Guilliman para
separarle del Emperador: su orgullo y su necesidad de afianzar su posición fueron
suficientes para asegurar su inactividad temporalmente. Los Puños Imperiales, los
Salamandras y los Manos de Hierro se dirigieron hacia el Sistema Solar para atacar
Terra, mientras Luther y sus Ángeles Oscuros iban a encontrarse con sus hermanos
leales a Lion El'Jonson en Caliban. Lo que ocurrió en el mundo natal de los Ángeles
Oscuros no está registrado en la historia imperial, salvo que acabó con la completa
destrucción del planeta.
Los Lobos Espaciales que abandonaron las ruinas de Prospero y pusieron rumbo a Terra
habían cambiado mucho. Aunque llegaron creyendo que defendían al Imperio, la
ferocidad de su batalla contra los Mil Hijos los despojó de su amor por la justicia y la
rectitud. Al final, la Legión de los Lobos Espaciales había sido bautizada en sangre, y
ungida en el culto público a Khorne, el Dios de la Sangre.
Los sucesos de Istvaan habían revelado a un tercio de las Legiones Astartes como
traidoras al Emperador, con cinco Legiones Leales atascadas en el otro lado de la
Galaxia en un conflicto aparentemente interminable. Con las noticias volviéndose más y
más graves cada día, las restantes Legiones Leales se apresuraron a volver a Terra, y a
salvar al Emperador...
El ataque de Dorn sobre Terra fue reforzado cuando, según su plan, la flota de los
Ángeles Sangrientos surgió de la Disformidad. Lo que emergió de las naves de
desembarco en el espaciopuerto del Muro de la Eternidad no eran los orgullosos hijos
de Baal de armadura roja, sino criaturas demacradas y enfermas, que cayeron sobre los
aterrorizados defensores para darse un festín con su sangre. La Legión había caído presa
de alguna enfermedad que primero podría su sangre, obligándoles a tomar repuestos
frescos de víctimas secuestradas, y que en el proceso destruía su cordura y lealtad al
Emperador.
Un rayo de esperanza llegó para los defensores cuando aparecieron de la nada los
volubles Amos de la Noche. No se había oído nada de la Legión desde que su Primarca,
Konrad Curze, había atacado físicamente a Rogal Dorn y se había ocultado con sus
seguidores. Una vez más, Amo de la Noche se enfrentó a Puño Imperial, pero esta vez
la razón estaba clara. Como era propio de las tácticas del Acechante Nocturno, la batalla
a través del Palacio Imperial fue rápida y brutal. Entonces, sin previo aviso, se retiraron
para llevar la lucha a otra zona de Terra.
Este respiro duró poco, no obstante, pues en apenas unos días el Architraidor, Dorn,
regresó de Istvaan con todas sus fuerzas, junto con los Salamandras. Los Manos de
Hierro se desviaron para asegurar Marte para la rebelión, silenciando toda comunicación
del Mechanicum y sus Legiones Titánicas. Poco después, las flotas de los Hijos de
Horus y los Guerreros de Hierro se abrieron camino a través del bloqueo para hacer un
desembarco planetario, antes de rodear el Palacio Imperial en un contraasedio. Esto
obligó a los Puños Imperiales a defender los muros exteriores del Palacio al mismo
tiempo que intentaban penetrar en la fuertemente fortificada sala del trono. La
combinación de la fría furia del Señor de la Guerra y la habilidad en el asedio de
Perturabo enlentecieron el progreso de Dorn hacia el Emperador.
En esos sangrientos días la guerra estuvo en equilibrio, sin que ninguno de los dos
bandos pudiera dar el golpe definitivo. Con los Manos de Hierro guardando silencio,
siguiendo aparentemente sus propios planes en Marte, y los renegados Lobos Espaciales
y Ángeles Oscuros atascados de improviso en la Disformidad a un paso de tortuga,
Dorn se volvió cada vez más hacia lo demoníaco para ganar la guerra. Mediante
horribles hechicerías y pactos de sangre, Terra se convirtió en el patio de juegos de todo
tipo de entidades del Empíreo. Para tratar de aplastar la resistencia, Dorn envió unidades
de Puños Imperiales poseídos y de infecciosos Ángeles Sangrientos por todo el globo
usando su Fortaleza Celestial, pero aun así el levantamiento popular crecía
constantemente.
Los Leales, no obstante, tenían sus propios problemas. La Guardia de la Muerte estaba
atrapada en el otro lado de la Galaxia, ya que habían sido atacados por incursores
Eldars, que habían destrozado sus motores de Disformidad y matado a sus Navegantes.
Se creía que los Cicatrices Blancas estaban perdidos en la Disformidad, pues no se
había recibido ningún mensaje astropático suyo desde que fueron llamados por primera
vez. En cualquier otro momento, la gran campana Cassius del Palacio habría sonado
diez mil veces en señal de luto, pero en días tan ensangrentados, hasta una Legión
perdida debería esperar a ser recordada adecuadamente.
Hacia el 55º día del Asedio, los Guerreros de Hierro habían penetrado hasta la Última
Puerta. El propio Perturabo dirigió el asalto que esperaba fervientemente que le llevase
a enfrentarse cara a cara con Rogal Dorn. Al reventar las puertas y quedar abiertas, se
vio que no era Dorn quien las defendía, sino Sanguinius de los Ángeles Sangrientos.
Tenía la piel picada y llena de pústulas, y sus antaño blancas alas ahora con calvas y
manchada de pus necrótico. Mientras los dos hermanos luchaban, el resto del campo de
batalla se fue quedando quieto. Todos los ojos se centraron en el épico choque mientras
intercambiaban golpes que habrían destrozado a seres menores. Al final, Sanguinius
levantó al aturdido Perturabo en alto, y lo dejó caer sobre su rodilla, partiéndole la
espalda. Entonces Sanguinius alzó el vuelo, cargando a su moribundo hermano por los
aires, y absorbió toda su sangre. Mientras los defensores empujaban de nuevo la Última
Puerta cerrándola, Sanguinius lanzó con desprecio el cadáver de vuelta a los
destrozados Guerreros de Hierro.
Al final, la Última Puerta no volvió a ser asaltada de nuevo, y en un día Dorn penetró
los muros de adamantium de la sala del trono. Lo que encontró, sin embargo, lo
enfureció completamente. El Emperador hacía mucho que se había ido, sacado de allí
por los Amos de la Noche al principio del Asedio. Mientras el Caos había centrado su
atención en la sala del trono, el Emperador había usado ese tiempo para organizar la
resistencia por toda Terra. La mínima fuerza de Custodes que había quedado atrás para
mantener el engaño soportó el peso de la ira de Dorn.
La rebelión estaba herida, pero no terminada. Entonces, cuando ya se había perdido toda
esperanza, llegaron los Cicatrices Blancas. Creídos perdidos, sus naves llenaron los
canales de comunicación con armonías discordantes y perturbadoras antes de descender
en picado hacia el disputado espaciopuerto de la Puerta del León. Asesinaron a los
defensores imperiales, y sin siquiera fortificar sus posiciones, los corrompidos
Cicatrices Blancas se montaron en sus vehículos y se dispersaron a gran velocidad por
todo el planeta para cazar a la aterrorizada población civil.
Con otra Legión fresca del lado de los Traidores, y las flotas de los Ángeles Oscuros y
los Lobos Espaciales sólo a unos días de distancia, el Emperador no tenía más opción
que cortar la Herejía en su origen. Él y Sus mejores tropas se prepararon para abordar la
Phalanx y destruir al Architraidor, Dorn, en su propia nave.
Antes de que se le pudieran preguntar más detalles sobre su plan, Curze se había ido.
Sin embargo, tal y como prometió, a la hora acordada los sensores registraron una
explosión interna a bordo de la Phalanx y los escudos que impedían la teleportación
parpadearon y murieron. El Emperador, flanqueado por sus Custodes, y Horus
acompañado de su Mournival de Capitanes, se teleportaron al interior de la nave, pero
fueron dispersados por las vastas cubiertas de mando mediante siniestros hechizos.
Atraídos por la presencia psíquica del Emperador, los Leales se abrieron camino de
vuelta hacia su líder.
Horus alcanzó al Emperador justo en la puerta del Sanctus personal de Dorn, donde
hallaron a los guardias del Primarca vestidos con armadura de Exterminador muertos, y
las puertas blindadas ya abiertas. Un gemido de angustia indecible resonó desde el
interior la cámara. La pareja se aventuró adentro y encontró la sala hecha un desastre.
Bellos tapices habían sido arrancados de las paredes, y Dorn estaba machacando los
complejos mecanismos de su Guantelete del Dolor con el asta rota de adamantium de su
estandarte personal, que le había sido otorgado por el propio Emperador. Horus y el
Emperador avanzaron, preparados para matar, pero Horus reconoció la mirada en los
ojos de su hermano de su época inmediatamente posterior a su posesión en Davin, e
hizo retroceder a su padre urgentemente.
Dorn farfulló que había sido liberado, que el pulso procedente del Astronomicón le
había dado las fuerzas suficientes para expulsar al Demonio. Dijo que había matado a
sus corrompidos guardaespaldas y se había retirado al Guantelete del Dolor para expiar
sus pecados. Empatizando con Dorn, Horus dejó sus armas y se adelantó, con los brazos
abiertos en señal de amistad, para abrazar a su hermano retornado. Más cauteloso que su
hijo, el Emperador se quedó atrás, y como si le arrastrara una necesidad inexplicable,
apartó con el pie un tapiz caído para revelar el maltratado cadáver de Konrad Curze.
Con su engaño revelado, Dorn alzó el asta rota del estandarte y la hundió
profundamente en el pecho de Horus. El Señor de la Guerra murió, sin llegar a darse
cuenta de que había sido traicionado una segunda vez. Empujado a la acción, el
Emperador se lanzó a por Dorn. La sala había visto las muertes de dos de sus hijos, y Él
endureció Su corazón para causar una tercera. Dorn, no obstante, había recibido todos
los dones de los Poderes Ruinosos, y era un rival peligroso hasta para el Señor de la
Humanidad. Los dos lucharon durante lo que parecieron siglos, pero cuando el
Mournival, dirigido por el Primer Capitán Ezekyle Abaddon, alcanzó el devastado lugar
de la batalla, halló a los dos destrozados, quemados y heridos más allá de toda salvación
posible.
Se había dado fin a la Herejía de Dorn, pero al hacerlo el Emperador había entregado su
vida mortal. Todo lo que quedaba era un eco de Su espíritu que había sido vinculado al
Astronomicón. Este rogó a Abaddon que recuperase los cuerpos del Emperador y Sus
hijos leales, y que reuniese su cuerpo físico con lo que quedaba de Su alma inmortal. Se
abrieron camino hasta salir de la nave con fría furia, y después de esto la Phalanx,
comandada por Sigismund, permaneció en órbita el tiempo mínimo para recoger a los
Puños Imperiales que aún quedaban en la superficie. La coalición de traidores se
fracturó, y finalmente se dispersó, con los Ángeles Sangrientos, los Salamandras y los
Cicatrices Blancas tomando el mando de todas las naves que pudieron para escapar. La
flota de los Ángeles Oscuros cambió su rumbo, y hasta los berserkers ansiosos de
sangre de los Lobos Espaciales titubearon, antes de empezar a luchar entre ellos.
El Emperador fue llevado al Astronomicón, donde su carne destrozada y sin vida fue
integrada en la maquinaria psíquica del faro, y alimentada y nutrida con mil almas al día
para mantener Su flaqueante fuerza vital.
La Larga Guerra para expulsar a los Traidores del Imperio pudo entonces dar comienzo.
La Amarga Cosecha: Desde el fin de la Herejía al M41
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"Horus era débil. Horus era un idiota. Detuvo su mano y permitió que el
Architraidor destrozase al Emperador. Si hubiese sobrevivido, yo mismo le
habría ejecutado.
Nosotros ya no somos los Hijos de Horus. Tampoco somos los Lobos Lunares.
Eso es el pasado, nosotros somos el futuro, y debemos hacer una cruzada para
recuperar lo que fue perdido, y para destruir a los traidores. De este día en
adelante, nosotros somos los Templarios Negros."
—Señor de la Legión Abaddon, Primer Alto Señor de Terra
La Herejía había sido impedida, pero entre las muchas bajas sufridas se encontraba el
Destino Manifiesto del Imperio de dominar la Galaxia. La visión del Emperador de una
Gran Cruzada no era ya más que un recuerdo, y aunque las ocho Legiones Traidoras
habían fracasado en tomar Terra, no habían sido ni mucho menos derrotadas: el reino
secesionista de Guilliman del Segmentum Ultramar era sólo el territorio más grande y
organizado de los rebeldes.
Pronto pudo ganarse la lealtad de los Primarcas supervivientes, y jugó con sus
preferencias y prejuicios personales. Por ejemplo, Mortarion aportaría tropas en un
ataque destinado a expulsar a los Lobos Espaciales de Fenris propuesto por Magnus,
entendiendo que habría una reciprocidad por su parte cuando se organizase un ataque
xenocida contra un Mundo Astronave Eldar. Para Fulgrim y los Hijos del Emperador,
un ataque contra Guilliman en el interior del Segmentum Ultramar en venganza por
Istvaan fue el premio, y Lorgar fue apaciguado con el liderazgo de la recién formada
Eclesiarquía y con apoyos para las Guerras de Fe de su Legión. De forma
dolorosamente lenta, pero segura, la marea cambió y las fronteras del espacio
controlado por el Imperio volvieron a avanzar una vez más.
Tras la Herejía, los Puños Imperiales fueron mirados con amargura por el resto de
Legiones Traidoras. Si hubieran ganado, el Imperio se hubiera visto forzado a aceptar a
las Legiones Traidoras como a los heroicos libertadores que sabían que eran, pero el
fracaso de Dorn, y su aparente debilidad, habían destruido la rebelión. Ahora serían
condenados para siempre como parias. Peor aún, las secuelas de las posesiones
demoníacas en masa y las brutales carnicerías del Asedio de Terra habían reducido a los
Puños Imperiales a una sombra de la Legión que una vez fueron. El heredero del manto
de Dorn fue Sigismund, quien, para evitar asociaciones con lo odiado “imperial”,
renombró a los Puños como la Legión Negra.
Tal era el rencor contra la Legión, que Sigismund no podía esperar pedir la lealtad de
los demás Primarcas Traidores, y ni siquiera la de todas sus tropas. Alexis Polux dirigió
a muchos de los Marines poseídos en busca de su propio destino, y estos carniceros
ensangrentados mostraron hasta a los Lobos Espaciales el verdadero significado del
salvajismo. Otro grupo despreció la forma en que Sigismund había dado la espalda a su
Primarca. Orgullosa y desafiantemente se bautizaron a sí mismos los Vástagos de Dorn,
y se ganaron una reputación por seleccionar una Gran Compañía, Leal o Traidora, y no
descansar hasta haberla aniquilado hasta el último Marine.
Aunque su mundo natal de Caliban fue reducido a un campo de asteroides, Luther y sus
Ángeles Oscuros han mantenido tercamente una fuerte presencia en el Sistema, aunque
también se les ha visto aparecer de la nada y destruir objetivos por toda la Galaxia. La
razón de estos ataques ha sido muy debatida por los estrategas del Imperio durante más
de diez milenios, con teorías que van desde la locura institucionalizada a una búsqueda,
o intento de destrucción, de algo o alguien...
Las intenciones de otras Legiones Traidoras, como los Cicatrices Blancas o los Lobos
Espaciales, están mucho más claras. Los Cicatrices Blancas ahora sólo viven por la
emoción de la velocidad, las sensaciones, y la batalla, mientras que los Lobos
Espaciales se han introducido de todo corazón en el culto a Khorne. La desaparición de
Leman Russ durante la Purga de Fenris provocó que la Legión se dividiese en partidas
de guerra, cada una de las cuales compite con el resto por ser la más brutal y sedienta de
sangre en honor a su dios. Las atenciones de los Lobos Espaciales no van mucho más
allá de la matanza, y apenas le dan importancia a la fabricación de armas o armaduras.
En vez de eso, los Lobos han decidido saquear esas cosas de los enemigos muertos, de
tal forma que sirven tanto de trofeos y muestras de su habilidad en combate, como de
piezas de repuesto para las partes de su equipo inevitablemente dañadas en combate.
La nihilista desilusión de Vulkan con lo que él veía como la hipocresía del Imperio se
extendió a lo largo de los siglos hasta que todos sus hijos la compartieron. Él y su
Legión llegaron a despreciar los caprichosos excesos de los Dioses del Caos y sus
sirvientes, e hicieron la guerra tanto al Imperio como a los demás Traidores. Su fallida
Quema de Skalathrax sólo pudo ser evitada por una acción conjunta de los recién
reconstruidos Hijos del Emperador y los Devoradores de Mundos, y este temprano éxito
cimentó los lazos de hermandad entre ellos. Los estudiosos imperiales han propuesto
que los Salamandras se han alineado formalmente con un aspecto de la Disformidad al
que ellos llaman "Malal", aunque lo que esto implica en la práctica no está claro. Lo que
sí es seguro es que los Salamandras siguen siendo un enemigo impredecible y peligroso.
Las acciones de los Manos de Hierro son, si cabe, aún más extrañas. Aparte de en
Istvaan, nunca se ha visto a la Legión combatir junto a las fuerzas del Caos, y
comúnmente se cree que Manus sólo luchó allí para favorecer sus propios planes de
atacar Marte. Su objetivo allí sigue siendo un misterio, pues ignoraron almacenes de
arqueotecnología sin precio para, en su lugar, excavar en busca de algo bajo el
Laberinto de Noctis. Tras abandonar Marte, los Manos de Hierro se desvanecieron, y se
los creyó perdidos para la Historia, apareciendo sólo una o dos veces por milenio. Una
colección de avistamientos confirmados, normalmente en ataques contra excavaciones
arqueológicas en mundos muertos, muestran una progresiva mecanización del cuerpo,
reemplazando la carne con metal. Algunos Manos de Hierro, los llamados Rúbricas de
Paullian, parecen deleitarse en la mecanización total.
Los Manos de Hierro sólo se revelaron por completo durante la Guerra Gótica, cuando
la Legión asaltó y secuestró varias de las arcanas Fortalezas Negras que habían
defendido anteriormente el Sector Gótico. Un ser que afirmaba ser el propio Ferrus
Manus dirigió el exitoso asalto contra la Fortaleza Negra II, pero si de verdad era
Manus, el mítico metal líquido que cubría sus manos parecía haber envuelto todo su
cuerpo. El Adeptus Mechanicus nunca ha sido capaz de decir qué fue lo que los Manos
de Hierro extrajeron de debajo de las rojas arenas de Marte, pero a medida que la
frecuencia de los ataques de la Legión aumenta, así también lo hace la presión en busca
de una explicación adecuada.
Por peligrosas que puedan ser las incursiones Tiránidas, son sólo una de las crecientes
amenazas para el Imperio. Tras diez mil años, las Legiones Traidoras parecen al fin
estar dejando a un lado sus diferencias. Que el Caos siguiese finalmente la táctica
dictada por Abaddon de una Cruzada en masa sería una terrible ironía. Cuáles podrían
ser sus intenciones es un misterio, pero si los Poderes Ruinosos fuesen a intentar un
segundo asalto contra la Sagrada Terra, el derramamiento de sangre sería apocalíptico.
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Sin embargo, ante semejante adversidad la nobleza del espíritu humano aún prevalecía.
Órdenes de caballería, consagradas a proteger al pueblo de Caliban, tomaron como su
deber cazar y destruir a las Grandes Bestias. Fue una de estas expediciones la que se
encontró con el joven Primarca vagando en lo profundo de los bosques. Al haber
carecido de contacto humano, el chico era un salvaje, pero aun así su presencia y
espíritu eran inconfundibles. El líder de los caballeros, un gran hombre llamado Luther,
adoptó al chico como hijo suyo, y le llamó Lion El'Jonson, "León Hijo del Bosque" en
su dialecto. Muchas y variadas eran las pruebas y exámenes para ser aceptado en la
Orden, como se llamaban a sí mismos los caballeros, pero Luther era un tutor excelente,
y el León un guerrero y estratega por naturaleza. Desde Caminar la Espiral, que
perfeccionaba su habilidad con la espada contra cualquier enemigo, al Verbatim, su
libro de tácticas y enseñanzas, Jonson sobresalió en todo. Cuando regresó de la misión
de cazar y matar a una de las Grandes Bestias, lo hizo portando el cuerpo de la criatura
más temida y terrible del planeta: un León de Caliban. Semejante hazaña fue más que
suficiente para que le admitieran en la Orden como miembro de pleno derecho.
Luther siempre había sido visto como el futuro líder de la Orden, pero la llegada del
León había cambiado todo eso. Jonson había sido diseñado genéticamente por el
Emperador para comandar las Legiones del Emperador, y estas habilidades innatas le
hicieron eclipsar rápidamente a su mentor. Pero a pesar de todos los talentos sin igual
del León, aún quedaba un eco del chico salvaje de los bosques en él. Había una frialdad
y un distanciamiento de las emociones humanas en él, y su buen carácter siempre era en
parte obligado y forzado. Hay que reconocer a Luther que nunca sintió celos mezquinos
de él, pues veía en Lion El'Jonson la oportunidad de hacer algo más que simplemente
continuar la interminable guerra contra las Grandes Bestias. Había una oportunidad de
unir a todas las órdenes de caballería y eliminar las abominaciones de la faz del planeta
de una vez por todas. Seguro de que Jonson era el salvador de Caliban y su pueblo,
Luther dejó a un lado su ambición personal, y se dedicó exclusivamente a asegurar que
la visión que compartía con él se hiciera realidad.
Aunque llevó muchos años de sangre y sudor, las Grandes Bestias fueron purgadas
sistemáticamente de los bosques, y al final las amenazantes Tierras Salvajes del Norte
fueron su último refugio. El avance final les hizo entrar en contacto con un grupo que se
llamaba a sí mismo los Caballeros de Lupus, que siempre se habían opuesto con fuerza
a su cruzada. Al acercarse a su fortaleza, se hizo evidente por qué: en su aislamiento, se
habían dedicado a estudiar hechicería, e incluso mantenían una manada de Grandes
Bestias. Que un caballero pudiera caer en semejante corrupción llenó a Luther de odio,
y la guerra resultante fue rápida y aplastante. Con sus protectores destruidos, la cruzada
para purificar Caliban continuó a buen ritmo, y en poco tiempo la última de todas las
Grandes Bestias murió por la espada del propio Lion.
Poco después, como si hubiese sido algún tipo de prueba caballeresca de su valía, el
Emperador llegó a Caliban a reencontrarse con Su hijo perdido. Con Él venían los
Astartes de la Primera Legión, superhombres creados en base al código genético de
Jonson. El León fue nombrado señor y Primarca de los nuevos Ángeles Oscuros, y
Caliban se convirtió en el nuevo mundo natal de la Legión. Jonson decretó que los
mejores de la Orden serían introducidos en la Legión, y para asegurarse de que siempre
tendrían un suministro abundante de armas y equipo, Caliban debería ocupar su lugar en
el Imperio como un "mundo adecuadamente industrializado".
Como solo los miembros más jóvenes de la Orden podían ser transformados por
completo con los dones de la semilla genética, a Luther se le negó la oportunidad de
convertirse en un Astartes completo. En vez de eso, recibió extensas mejoras gracias a
la nueva ciencia imperial, y compensó cualquier deficiencia con sus características
habilidades y resolución. Para cuando los Ángeles Oscuros estuvieron listos para ocupar
su puesto asignado en la Gran Cruzada del Emperador, Luther había ascendido por
méritos hasta volver a ser el segundo al mando de Jonson.
Luther reconocía que las verdaderas riquezas de Caliban no eran sus minerales ni su
producción bélica, sino el coraje y la vitalidad de su pueblo, pero una y otra vez sus
protestas por la devastación de su planeta, incluidas en sus informes a Lion, fueron
ignoradas. Cuando la respuesta astropática llegó finalmente, heló a Luther hasta los
huesos. En lugar de apoyar las peticiones de Luther, parecía más preocupado por
asegurar que las líneas de suministros de su expedición no se extendieran demasiado. Su
éxito había llevado a la Legión tan lejos del mundo natal que Jonson había estado
considerando largo tiempo reclutar más cerca de las líneas del frente. Si la
industrialización de Caliban había hecho a su población menos adecuada como fuente
de aspirantes, entonces ahora parecía el momento más prudente para que la guarnición
de entrenamiento seleccionase un mundo más productivo. La revelación de que su
Primarca estuviese dispuesto a darle la espalda a su hogar de esa forma sacudió a Luther
hasta lo más hondo. Siempre había considerado a Lion El'Jonson el liberador de su
planeta y el salvador de su pueblo, pero ahora estaba claro que estaba dispuesto a hacer
que Caliban y su población pagasen el precio de su ambición.
Por orden de Luther, todas las comunicaciones y viajes fuera de Caliban fueron
detenidas, y los representantes imperiales que estaban preparando informes sobre el
asunto fueron recluidos. Los trabajadores y militares extranjeros fueron cazados e
internados, y los pocos Ángeles Oscuros terranos entre sus filas obligados a elegir de
qué bando estaban. Por un breve tiempo su secreto estuvo a salvo, pero era solo cuestión
de tiempo que el silencio, o simplemente la interrupción del flujo de reclutas hacia las
expediciones de Lion, fuesen notorios.
"[...] Cuando llegué al lugar en el que me dijiste que los habías encontrado, hermano,
descubrí que a pesar de la tala que había devastado el área, un pequeño trozo de los
oscuros bosques aún quedaba. Posiblemente los Vigilantes en la Oscuridad habían
protegido esos árboles, o quizá incluso los servidores madereros sin mente habían
sentido que era mejor no profanar ese lugar. Sentí que me observaban muchos minutos
antes de que surgieran de la oscuridad. Había tres de ellos al menos, pero incluso con
todas las fascinantes lecturas recogidas por el auspex de mi servoarmadura, sus rostros
seguían ocultos bajo sus capuchas.
"Les hablé de la amenaza para nuestro mundo y les rogué cualquier ayuda que nos
pudieran dar, pero fueron distantes y reticentes. Llegaron a decir que la mancha de la
hechicería disforme nos había marcado a todos, y que quizá sería mejor que Caliban
fuese destruido. Tuve que recurrir a todo mi autocontrol para no desenvainar mi
espada, pero sabía que habías dicho que eran inmunes a tales armas. En vez de eso,
repliqué que ellos también debían estar contaminados, a lo que respondieron con
desprecio que su raza posee conocimientos que los protegen de tales cosas, antes de
volver a disolverse en la oscuridad.
Aunque Luther era reticente a abandonar sus preparadas defensas, la rebelión de Dorn
parecía su única oportunidad de quitarse el opresivo yugo del Imperio de encima. Dorn
hizo ofertas de ayuda para su lucha, y señaló que las expediciones del León se habían
internado y ralentizado tanto dentro de las Estrellas Necrófago, que las tropas de Luther
podrían viajar a Istvaan y volver cómodamente antes de que los Leales pudieran llegar a
Caliban. Aunque las ofertas de ayuda eran tentadoras, lo que finalmente convenció a
Luther de unirse a Dorn en Istvaan fue que sería la ocasión perfecta para ennegrecer
irreparablemente la reputación de Lion El'Jonson. Al ir a Istvaan, los Ángeles Oscuros –
todos los Ángeles Oscuros – serían vistos como Traidores y herejes por mucho que su
Primarca lo negase.
La última vez que Luther había estado en este lugar, los Vigilantes en la Oscuridad
habían rechazado con desprecio sus ruegos de ayuda. Esta vez sería diferente. En lugar
de como un suplicante, caminó con bravura, como correspondía a un señor de los
Astartes, y al portador de grandes poderes. En cuestión de segundos, el furioso siseo de
los susurros rompió el silencio, y salieron de las sombras – más de una docena de ellos
– para rodearle. Desde las profundidades de sus capuchas llovieron acusaciones de
hechicería y brujería disforme, y muestras de furia por haberse atrevido a traer
semejante corrupción a su presencia.
Antes de que pudieran cumplir sus amenazas de venganza, Luther alzó el artefacto que
Dorn le había dado en pago por sus servicios en Istvaan. Una maravilla de artesanía
tecnoetérea, y construida según sus especificaciones, que ni siquiera los maestros
forjadores de los Puños Imperiales que la habían creado podrían haber adivinado su
propósito. Los Vigilantes solo tuvieron tiempo de mostrar el más breve gesto de
preocupación antes de que el artefacto se activara, y las figuras encapuchadas cayeron
sobre sus rodillas cubiertas por las túnicas llenos de sorpresa. Desenfundando su
pistola, disparó a una de las diminutas criaturas, y le agradó ver que la bala
destrozaba lo que solo podía imaginar que era la cabeza encapuchada de la figura.
Parecía que los datos recogidos por su auspex en su primera visita habían sido valiosos
después de todo.
"La última vez que hablamos", dijo Luther con la cara iluminada por el enfermizo
brillo del artefacto", dijisteis que teníais conocimientos que os protegían de la
naturaleza corruptora de la Disformidad. Contadme todo lo que sepáis de eso..."
Mientras que los débiles de mente eran susceptibles de ser corrompidos por el Caos,
Luther demostró tener una habilidad natural para blandirlo como un arma sin ser
afectado por sus excesos más destructivos. Enseñó su habilidad, a la que llamó
"Caminar la Espiral" por sus parecidos con el método calibanita de practicar con la
espada, al resto de la guarnición de entrenamiento, para protegerlos mejor contra la
tormenta que se avecinaba.
Así fue que cuando Lion El'Jonson regresó a Caliban por primera vez en más de medio
siglo, lo hizo a la cabeza de una flota de guerra. Luther los había bautizado "No
Perdonados", tanto por su supuesta traición al Imperio, como por la forma en que habían
traicionado a Caliban. Los furiosos mensajes exigiendo una explicación, tanto tiempo
respondidos con un silencio pétreo, recibieron finalmente una contestación cuando todas
las baterías orbitales de defensa y todos los silos de misiles abrieron fuego. Casi
ignorado entre el intercambio de disparos, el verdadero peligro para la flota fue
invocado desde debajo de las Tierras Salvajes del Norte, y desatado contra las naves del
León. Espirales de energía disforme convertidas en carne demoníaca se materializaron
en torno a las naves, estrujando y aplastando sus cascos como si fueran cáscaras de
huevo.
Aunque asediado dentro de Su sala del trono por la misma Legión que debía protegerle,
el Emperador no había estado ni mucho menos inactivo. Empujado por una necesidad
salvaje, había rediseñado y recalibrado el portal a la Telaraña, el proyecto por el que
Se había retirado de la Gran Cruzada, para hacer cosas que antes se creían imposibles.
Malcador, por supuesto, había aconsejado usarlo para escapar de Terra y reunirse con
Horus para realizar un contraataque, pero Él nunca haría eso. Él era el Señor de la
Humanidad, y no podía escabullirse de Su amada Terra y dejarla en manos de los
Poderes Ruinosos ni un solo día.
Le había dolido mucho ver cómo el León era vilipendiado y acusado de las ofensas de
hombres menores, pero con la Galaxia engullida por la guerra civil, no había forma de
hacer saber que todo era un error. Aunque había sido incapaz de prevenir la
destrucción de sus leales hijos en Istvaan y Prospero, al menos había una oportunidad
de que Caliban no quedase añadido a esa lista. En las horas que siguieron, el
Emperador se vio obligado a recurrir a hasta la última pizca de su maestría psíquica, y
a cambio logró salvar a la mayoría de los Ángeles Oscuros Leales de una muerte
segura. Mejor aún, tener una fuerza así a su lado en este momento podría ser hasta
suficiente para romper el asedio antes de que fuese demasiado difícil hacerlo.
Como si los Dioses del Caos hubieran sentido al fin la escala de su derrota, la
Disformidad en torno a Caliban comenzó a fluir salvajemente por su furia. La misma
arquitectura de la red de la Telaraña empezó a desestabilizarse, arrancando secciones
enteras, inundando otras con entidades demoníacas, y atrapando a cada uno de los
Ángeles Oscuros en su propio fragmento de espacio-tiempo a la deriva. En los instantes
antes de que el portal se sobrecargase, el Emperador tuvo apenas el tiempo suficiente
para marcar con un fragmento de Sí mismo a cada uno de ellos, para que cuando
regresaran finalmente al universo material, pudiera sentirlo y recuperarlos. Los
Poderes Ruinosos habían logrado robarle a los Primarcas y esconderlos de Él, pero
esto no se repetiría con los Ángeles Oscuros.
Antes de que Luther pudiese administrar el golpe final, una presencia en el éter muy
diferente del coro de lo demoníaco reveló su presencia. Un gran gruñido retumbante
resonó a través de la Fortaleza-Monasterio, destrozando la propia roca bajo sus pies y
arrojando a Jonson a las profundidades de un abismo sin fondo. Por todo el planeta, los
Astartes Leales quedaron envueltos por místicos portales de energía psíquica y
arrancados de la existencia antes de que pudieran ser ejecutados limpiamente. Todas las
celebraciones duraron poco, pues los restos de los portales latieron y fluyeron
salvajemente en el ambiente saturado de Disformidad. Desde todo el planeta se
reunieron en las Tierras Salvajes del Norte, volviéndose cada vez más grandes y
destructivos. Todos sus intentos de desviar o interrumpir los vórtices acabaron en
fracasos, y cuando al final alcanzaron una masa crítica, la explosión resultante fue el
equivalente a la de un Exterminatus.
Los Ángeles Oscuros se habían separado del Imperio y luchado contra su Primarca para
salvar a Caliban y a su pueblo, y aun así habían fallado. En las escasas horas anteriores
al fin, apenas había habido tiempo para que los Astartes llegasen a la órbita, y ninguno
para evacuar a la población a un lugar seguro. En un silencio aturdido observaron con
horror cómo la corteza del planeta se desintegraba y la atmósfera se disolvía en el
espacio, marchándose solo cuando los escombros del tamaño de montañas arrojados al
espacio por la explosión se volvieron demasiado peligrosos. Por un tiempo viajaron sin
un destino, simplemente dejando que las corrientes de la Disformidad los llevasen de un
lado a otro. Aunque la guerra civil rugía a su alrededor ellos no lucharon por ningún
bando, salvo para defenderse o para tomar los suministros que necesitaban. Eran almas
perdidas, despojadas de sentido o propósito.
Cuando sus vagabundeos sin objetivo acabaron por hacerlos coincidir con los Lobos
Espaciales, pareció que sus ruegos de desaparición estaban a punto de ser respondidos.
Siempre había habido una enemistad apenas ocultada entre la Legión de Russ y las
Expediciones de los Ángeles Oscuros, pero en lugar de una batalla, encontraron una
razón para seguir viviendo. Como ellos, los Lobos Espaciales se habían alineado con el
Caos, adorando específicamente a Khorne, pero se habían quedado atrapados en una
espiral descendente de autodestrucción y sed de sangre. Luther y Russ se hermanaron
por su odio compartido hacia Jonson, y el Lobo Espacial apreció especialmente la
destrozada Espada del León, que había sido rescatada de Caliban como un trofeo.
Aunque las delicadezas de Caminar la Espiral estaban muy lejos de la comprensión de
los Lobos Espaciales, los Ángeles Oscuros lograron al menos enseñarles los rudimentos,
para que pudieran canalizar su agresión.
Esta revelación llenó a Luther y los Ángeles Oscuros con un propósito y una
determinación que habían creído perdidos. No solo sabían quién tenía la culpa de la
destrucción de Caliban, sino que los No Perdonados seguían ahí fuera esperando a ser
capturados y convencidos de renunciar al León. Cuando la noticia de que la Herejía de
Dorn se había roto les privó de la oportunidad de matar al Emperador, al menos les
quedó el conocimiento de que aún podían rastrear e iluminar a sus antiguos hermanos.
Incluso para Luther, con sus increíbles poderes, las Runas de Caliban eran casi
imposibles de descifrar. Solo cuando uno de los No Perdonados estaba a punto de
reentrar en el plano físico se revelaban la hora y lugar precisos del acontecimiento. Tan
pronto como esto ocurre, las flotas de Ángeles Oscuros más cercanas se destraban de
sus campañas inmediatas –abandonando a sus aliados hasta en mitad de una batalla-
para rastrear y capturar a su antiguo hermano.
No pasó mucho tiempo hasta que el Imperio se dio cuenta de que los Ángeles Oscuros
habían vuelto a Caliban, y aunque siguió sin saber la verdadera razón de estas visitas,
aprovechó todas las oportunidades que pudo para atacar a la Legión. Debido a la
consulta de las Runas por Luther, sabe aproximadamente cuándo se producirá la
siguiente aparición, y la Legión lucha con una determinación irrompible para destruir
cualquier defensa que se interponga en su camino. Los extremos a los que la Legión
llega para identificar la llegada de uno de los No Perdonados son parecidos a los
dedicados a asegurarse de que capturan a su objetivo con vida, pues los Maestres que
regresan con un cadáver frecuentemente comparten su mismo destino.
Una vez de vuelta en el seno de su Legión, los No Perdonados son persuadidos de que
se equivocaron al ponerse de parte de Lion El'Jonson y dar la espalda a Caliban. Si
continúan resistiéndose, los Bibliotecarios-Interrogadores se ven obligados a usar
métodos cada vez más extremos para asegurar su iluminación. Para aquellos sujetos que
continúan resistiéndose hasta el punto en el que solo la muerte silenciaría su devoción
por el León, solo queda una posibilidad de redención: sus cuerpos y almas son
entregados a entidades de la Disformidad. Aunque consideran que llegar a tener que
poseer a sus hermanos es un gran fracaso de sus habilidades y su oratoria, en algunos
casos tales cosas son la única forma de que los No Perdonados alcancen finalmente el
perdón.
A medida que Luther y los Ángeles Oscuros se volvieron cada vez más expertos en
blandir el poder del Caos, sus planes para desestabilizar el Imperio se hicieron más y
más ambiciosos. Descubrieron que mediante el emplazamiento preciso de cultos y
sacrificios de sangre en masa, se podían generar terribles y destructivas resonancias en
la Disformidad que producían efectos mucho mayores que la suma de sus partes. El
ejemplo más notorio de esto tuvo lugar en el M36, cuando los Ángeles Oscuros
aprovecharon un aumento natural de la actividad en el Empíreo para cubrir casi todo el
Imperio con debilitantes tormentas de Disformidad. El Astronomicón fue oscurecido,
flotas de guerra enteras se perdieron para siempre, y Sectores completos quedaron
totalmente aislados, en lo que pareció un regreso a la Vieja Noche.
Con el viaje por la Disformidad comprometido, los Mundos Forja se quedaron inactivos
por falta de materias primas, la población de los Mundos Colmena se murió de hambre
o se entregó al canibalismo, y los ejércitos imperiales no podían llegar a tiempo para
aplastar la disensión o rechazar ataques del Caos. Mientras los muros entre lo real y lo
inmaterial se hacían más y más finos y una pérdida generalizada de fe en el Emperador
barría la Galaxia, se les añadió además la pandemia demoníaca de muerte viviente
conocida como la Plaga del Descreimiento, o Plaga Zombie.
Justo cuando el Imperio estaba al borde de la destrucción, los planes de los Ángeles
Oscuros se vieron malogrados por el autosacrificio de Lorgar de los Portadores de la
Palabra en Dimmamar. Igual que la colocación precisa de cultos había provocado
efectos mucho mayores que sus simples actividades locales, los sucesos de Dimmamar
perturbaron las cuidadosamente orquestadas resonancias, y evitaron que alcanzaran todo
su potencial apocalíptico. Los Ángeles Oscuros, no obstante, podían consolarse al saber
que mediante sus acciones habían causado la muerte de uno de los pocos Primarcas
Leales vivos, y mejor aún, el odiado Eclesiarca del Ministorum del Emperador.
A partir de entonces, los Ángeles Oscuros han estado trabajando pacientemente para
adivinar métodos cada vez más potentes y destructivos para desestabilizar al Imperio, y
están seguros de que al final serán responsables de la muerte de su enemigo más odiado:
el mismísimo Emperador.
Como corresponde a una figura tan envuelta en misterio, el destino final de Lord
Cypher es igualmente ambiguo. Nadie ha portado el título en la Legión desde poco
tiempo después del fin de la Herejía, y los registros de la Legión sobre ese tema están
sellados. Algunos afirman que muró en combate (suele decirse que contra los
Salamandras), mientras que otros dicen que simplemente abandonó el nombre por sus
propios motivos y aportó sus habilidades con las pistolas a una de las Escuadras de
Asalto de la Legión. Como siempre, la teoría más duradera es también la más
disparatada. Afirma que se obsesionó con la teoría furiosamente propuesta por Leman
Russ en el Concilio de Nikaea de que el proceso de la Comunión de Almas dejaba al
Emperador vulnerable a la corrupción mediante la hechicería, y que intentó probar su
efectividad.
Los experimentos, que incluyeron intentos de poseer sujetos que hubieran realizado la
Comunión de Almas como los Astrópatas, demostraron ser fracasos catastróficamente
desastrosos, e indicaron que el espíritu del Emperador era en realidad inmune a la
corrupción mediante ese método. Sin amilanarse por estos contratiempos, se dice que
Cypher intentó lograr la posesión demoníaca de uno de los Mil Hijos, Legión en la que
todos sus miembros realizan la Comunión de Almas al ingresar, y que la explosión
psíquica resultante los incineró a ambos, junto con varias cubiertas adyacentes de la
nave en la que viajaban. Aunque puede que la verdad no se sepa nunca, los Mil Hijos
destacan por no encontrarse nunca entre los grupos de Astartes poseídos forzosamente
que los Ángeles Oscuros usan en batalla.
Aunque la Legión no permite a los Demonios que posean sus propios cuerpos, esta
práctica se realiza a menudo en humanos normales. Ya sean cultistas voluntarios o
cautivos, estas fuerzas altamente impredecibles son usadas como armas de terror y carne
de cañón. Tratados con desprecio, los supervivientes son olvidados tan pronto como
acaba la batalla, sin dedicar ni siquiera una bala de Bólter para acabar con su patética
existencia. Sí se dedica más cuidado a los Astartes enemigos capturados, cuyos físicos
más robustos hacen que puedan soportar los rigores de la posesión demoníaca mucho
más tiempo que una sola batalla. De todas las Legiones, la captura y profanación de un
Portador de la Palabra siempre es la más satisfactoria, pues ver cómo su devoción al
Emperador se agria es un espectáculo digno de contemplar.
Una vez que los No Perdonados capturados son convencidos, bien por persuasión, bien
por posesión, de su error al haber seguido al León y dado la espalda a Caliban, son
presentados ante Luther, y después enviados a un puesto de honor dentro del Capítulo
que los encontró. Aunque rara vez se permite que alcancen ninguna posición de
autoridad, son una parte importante de la Legión, pues simbolizan la razón por la que
los Ángeles Oscuros siguen luchando su Larga Guerra.
Hoy día, diez mil años después de la Herejía de Dorn, una aplastante mayoría de la
Legión procede de los nuevos planetas, como Kimmeria, Tessera Rubis o Klades
Tertius. A pesar de esto, mediante su entrenamiento y condicionamiento psíquico todos
los hermanos mantienen un profundo sentido de dolor por la pérdida del noble Caliban.
La Legión evita marcadamente plantar las semillas del Caos cerca de los mundos donde
reclutan, para evitar que sus futuros hermanos se corrompan, y a lo largo de los milenios
los Ángeles Oscuros se han vuelto ferozmente protectores hacia estos planetas. A pesar
de que la mayoría de ellos están bajo dominio imperial, más de un Ángel Oscuro ha
luchado y muerto en su defensa. Ya sea contra los Orkos en Piscina IV o contra la
infestación Genestealer del Mundo de las Llanuras, cada hermano se ve empujado de un
modo similar a asegurarse de que la pesadilla de perder un mundo natal no se repite.
La habilidad de los Ángeles Oscuros para mantener a raya la corruptora influencia del
Caos se refleja en la calidad de su semilla genética, que es de lejos la menos
contaminada de las Legiones del Caos. Esto se debe sobre todo a su capacidad de
Caminar la Espiral, pero también es un testimonio del celo de los Apotecarios de la
Legión. Las progenoides son cosechadas del cuerpo de los hermanos de batalla tan
pronto como maduran para minimizar las posibilidades de corrupción, examinadas
minuciosamente, y almacenadas en cámaras especialmente protegidas hasta que sean
necesarias. Aunque todos los implantes siguen funcionando, la semilla genética ha
acumulado varios defectos, que aunque no son lo suficientemente importantes como
para provocar un deterioro notable de sus capacidades, se hacen evidentes en las pocas
ocasiones en las que pueden hacer comparaciones con progenoides cosechadas de los
No Perdonados capturados.
También han intentado educar a las demás Legiones del Caos en las facetas de sus
sendas escogidas. Los ejemplos más notorios son los Lobos Espaciales, y también la
Guardia del Cuervo, a la que enseñaron las sendas de Tzeentch tras la pérdida de su
misterioso progenitor. Otras Legiones, como los torturados Ángeles Sangrientos y los
nihilistas Salamandras, son menos receptivas a sus lecciones, e incluso llegan a ser
abiertamente hostiles.
Aunque el Caos es el medio por el que los Ángeles Oscuros llevan a cabo sus planes, el
motivo que dirige sus vidas es la interminable caza de los No Perdonados. La obsesión
de Luther, como la entienden las otras Legiones del Caos, por aplastar cualquier
recuerdo de la existencia de su fallecido Primarca, que llega hasta el punto de convencer
a los seguidores del León de la justicia de su causa por todos los medios, es tenida por
una peligrosa distracción. Hay incontables ejemplos en los que han abandonado a otras
Legiones justo en un punto crítico de la batalla para investigar rumores sobre uno de sus
hermanos, y al hacerlo han permitido que sus enemigos ganasen. Esta ansia
autodestructiva ha amargado relaciones que en otro caso hubieran sido cálidas con sus
aliados, y ha llevado incluso a que algunas personas ajenas a la Legión afirmen que hay
una manifestación inconsciente de Malal dentro de su carácter.
Tan pronto como las lindezas de la presentación formal hubieron sido cumplimentadas,
la habitación fue despejada, dejando a Luther a solas con Marthes, el miembro recién
Perdonado de los Ángeles Oscuros. Oficialmente esto se hacía para dejar que los dos
hablasen, pero había poca conversación que mantener aparte de la interminable
repetición de cómo Caliban era el hogar de aquel hombre. Los Bibliotecarios-
Interrogadores del Quinto Capítulo no habían tenido arte, pero habían sido efectivos a
su manera… Le dolía tanto perder a uno de ellos a manos de una posesión.
El pobre Cypher había perdido la vida demostrando que la Comunión de Almas no era
el camino a seguir, pero sus investigaciones habían revelado una senda mucho más
sutil. Con cada miembro de los No Perdonados que capturaban y sometían, Luther
obtenía un entendimiento mayor del Emperador, y cada pieza del puzzle le acercaba
cada vez más a corromperle y destruirle. El último intento de Luther había causado una
disrupción en el Astronomicón que había durado más de una semana. Estaba seguro de
que el avance definitivo estaba al alcance de su mano.
Tan importante era la necesidad de mantener este secreto que el resto de la Legión,
incluso los miembros del Círculo Interior, creían de todo corazón la mentira. Que las
otras Legiones crean que la búsqueda de los No Perdonados es el resultado de fallos de
carácter, de la desesperación por castigar a su Primarca. Que lo crean, y dejen que los
Ángeles Oscuros sigan con su "distracción sin sentido". Mejor recibir burlas que tener
que luchar contra toda la Galaxia por el futuro del alma del Emperador.
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Fue cinco décadas más tarde cuando el Emperador pisó finalmente Chemos, y es un
testamento de las excepcionales habilidades de Fulgrim el que en ese tiempo hubiese
ascendido desde ser un simple niño encontrado hasta convertirse en el gobernante de
todo el planeta. Aún más, lo había transformado de sociedad moribunda a mundo
resurgente, reclamando los asentamientos perdidos y redescubriendo conocimientos
perdidos. Ya no vivían pensando sólo en vivir un día más: Fulgrim les había dado
esperanza en el futuro.
Al encontrarse con su padre y escuchar su historia, Fulgrim quedó impactado al ver los
paralelismos entre sus vidas. Ambos habían subido al poder mediante puro mérito, y la
Gran Cruzada del Emperador para reunificar a todos los mundos humanos perdidos en
un Imperio galáctico se correspondía con sus propios logros en Chemos. Esto no hizo
sino confirmar a Fulgrim la verdad de las palabras de su padre. De vuelta en la Sagrada
Terra, Fulgrim fue presentado a su Legión. Debido a una catástrofe con su semilla
genética, sólo estaba formada por 200 Astartes, pero el regreso de su Primarca
cambiaría esto. Delante de los agolpados dignatarios terranos e incluso del mismo
Emperador, Fulgrim se dirigió a sus guerreros, diciendo:
"Somos Sus hijos. Que todos los que nos miren sepan esto. Sólo mediante la
imperfección podemos fallarle. Somos los Hijos del Emperador, y no le fallaremos."
—Fulgrim
El primer encuentro entre los hermanos, Dorn y Fulgrim, fue cordial, pero eso no
duraría. El origen de las hostilidades estuvo en un choque de personalidades, y en la
opinión de Fulgrim, quizás demostrada por lo que ocurrió después, de que debería ser
él, y no Dorn, el Pretoriano del Emperador. Fulgrim fue ciertamente directo a la hora de
criticar la actuación de los Puños Imperiales, y fue el primero en presumir de los logros
de sus guerreros ante el Emperador. Fulgrim se veía a sí mismo claramente como el hijo
favorito, y cuando por fin los Hijos del Emperador alcanzaron la plenitud de sus fuerzas,
se celebró una gran ceremonia en el recién sometido mundo de Pelthan. En la Legión se
esperaba que en este momento de madurez se les haría entrega del título de los nuevos
Pretorianos del Emperador que justamente les correspondía. Cuando en lugar de eso,
simplemente se les concedió su propia Flota Expedicionaria en la Gran Cruzada, una
palpable sensación de sorpresa y rabia ante la injusticia se extendió por la sala. Como el
hijo obediente que era, Fulgrim se puso en pie, acalló a sus tropas, y agradeció contrito
a su padre el honor que se le hacía.
El viaje desde Pelthan fue uno muy solitario para los Hijos del Emperador. Se tenía la
impresión de que su destino, y sin duda el universo entero, se habían dado la vuelta por
completo. Lo peor llegó cuando la desmoralizada Legión sufrió una serie de
devastadoras y agotadoras campañas de sumisión, la última de las cuales dejó a Fulgrim
gravísimamente herido. El Lord Comandante Eidolon suspendió de inmediato la
expedición, y la flota regresó a Chemos, convencida de que iba a dar el descanso eterno
al Primarca sobre su suelo natal. Sin embargo, en vez de sucumbir, Fulgrim despertó
revigorizado, y exigió dirigirse a su Legión. Explicó con elocuencia y pasión que habían
estado cegados por la duda y el miedo, pero que al borde de la muerte le había sido
concedida una epifanía. Su destino era buscar la perfección en las artes de la guerra, y
una vez la alcanzasen, aferrarse a ella sin retroceder jamás.
Igual que hizo la primera vez que llegó al planeta, la segunda venida de Fulgrim a
Chemos llevó esperanza a la población. Así armados, los Hijos del Emperador, con
Fulgrim a la cabeza, regresaron a la Gran Cruzada con propósito renovado, sabiendo
que no volverían a fallar. Tras innumerables campañas de éxito impactante que
añadieron incontables mundos al creciente Imperio de la Humanidad, Fulgrim cambió el
rumbo de la flota y se dirigió hacia un mundo xenos habitado por una raza poderosa y
hostil conocida como los Laer.
Tal era la amenaza que representaban los Laer, que los estrategas imperiales habían
calculado que cualquier ejército que intentase atacarlos acabaría vadeando ríos de
sangre durante décadas. Como los Laer no parecían tener interés en romper su
aislacionismo, habían sido dejados en paz hasta el momento. Fulgrim, sin embargo, los
veía como la mayor prueba para su Legión. Los exterminaría, y además completaría esta
misión en un mes solar estándar. Los Hijos del Emperador descubrieron que en vez de
ser una única raza, los Laer habían adaptado y especializado tanto sus cuerpos que era
prácticamente imposible reconocerlos como miembros de la misma especie. Los únicos
rasgos que mantenían en común eran la maestría en sus respectivos estilos de combate y
la desesperada tenacidad de los que se enfrentan a la extinción total.
De vuelta a la órbita del planeta muerto, Fulgrim se dirigió a toda su Legión. Dijo que la
campaña había demostrado sin lugar a dudas que habían alcanzado la perfección del
Emperador. Arrastrados por el cambio y la adaptación constantes, los Laer habían
retorcido sus mentes y sus cuerpos hasta dejarlos irreconocibles, y a pesar de todo los
Hijos del Emperador los habían derrotado mediante sus habilidades sin parangón y su
devoción a la pureza. De un modo similar, la Legión debía permanecer alerta para no
diluir su estado de perfección obtenido del Emperador bajo el disfraz del "progreso",
pues corromper el ideal de esta forma sería un acto imperdonable de sacrilegio.
Desde ese día, los Hijos del Emperador se convirtieron en un bastión de constancia en
una Galaxia siempre cambiante.
A pesar de la declaración de Fulgrim de que los Hijos del Emperador habían alcanzado
la perfección durante la campaña de Laer, una pequeña facción dentro de la Legión
desafió la afirmación de su Primarca. Los más importantes entre esos conspiradores
eran un grupo dentro del Apothecarion que continuó en secreto sus experimentos con el
pretexto de tratar las heridas de sus hermanos. Estas perversiones incluían la reconexión
de los centros del placer del cerebro e incluso la utilización de material biológico xenos
procedente de los destruidos Laer en sus blasfemos trabajos. Esta imperdonable ruptura
de la disciplina fue destruida rápidamente durante el viaje a Istvaan. El líder, un
talentoso pero equivocado Apotecario llamado Fabius Bilis, tomó la salida del cobarde
en lugar de tener que responder ante Fulgrim por sus crímenes. Para cuando
consiguieron penetrar en el Apothecarion, el cuerpo de Bilis había sido podrido hasta
convertirse en un fluido orgánico dentro de su armadura por poderosas enzimas. Si
hubiese vivido, el castigo aplicado hubiese sido sin duda mucho peor.
- Él y su Legión están maduros con orgullo, arrogancia y celos – dijo la segunda voz-.
Ahora mismo se dirigen directamente a los brazos de mis hijos, los Laer. Para cuando
lleguen a Istvaan, suplicarán voluntariamente...
- ¿Prohíbes? – susurró la segunda, tan sedosa y peligrosa como un filo envainado. Las
cuatro voces se detuvieron. ¿Podía su control haberse debilitado?
- No merecen ser elevados de esa forma – dijo el Primarca con más calma –. No
merecen esa recompensa.
La venenosa animosidad entre los dos era una herida lívida en su psique. Las cuatro
voces vieron claro que su estallido se debía más al odio que a la piedad.
- Muy bien, mi señor – dijo la tercera con su matraqueo flemoso que hacía las veces de
voz-. En cualquier caso, sé que mi hermano tiene el ojo puesto en otro bocado, los
Cicatrices Blancas.
- Así sea, te concedemos este don – dijo la cuarta voz -, pero debes asegurarte de que
tienes tropas suficientes para aplastarlos completamente.
- Será un placer para mí – dijo Rogal Dorn mientras desactivaba el Guantelete del
Dolor, salía de su interior, y caminaba rígidamente fuera de la sala vacía.
Los Hijos del Emperador pusieron rumbo hacia el Sistema Istvaan. Era el lugar de la
última adquisición de Guilliman para su “Segmentum Ultramar”, y tanto el Primarca
rebelde como gran parte de su enorme Legión estaban presentes en el quinto planeta.
Siete Legiones fueron llamadas a Istvaan, con los Puños Imperiales, los Manos de
Hierro, los Salamandras y los Ángeles Oscuros descendiendo primero al planeta para
rodear, devastar y desmoralizar a los defensores. A los Hijos del Emperador, los
Devoradores de Mundos y la Guardia del Cuervo se les confió la tarea de caer sobre lo
que quedase en pie para administrar el golpe de gracia. A la orden de Dorn, las tres
Legiones descendieron desde la órbita, sólo para encontrarse atrapadas en una
emboscada. Lejos de estar desmoralizados, hallaron a los Ultramarines bien
atrincherados, pesadamente armados y altamente organizados. Las naves de desembarco
eran destrozadas por fuego antiaéreo concentrado, y las Cápsulas de Desembarco
incineradas antes siquiera de que sus puertas fuesen abiertas. Bajo el liderazgo sin igual
de los Hijos del Emperador, los maltratados restos de las tres Legiones rompieron el
cerco para reencontrarse con sus Legiones hermanas, sólo para descubrir la verdadera
profundidad de la traición cometida cuando sus antiguos aliados también abrieron fuego
contra ellos.
Los canales de comunicación estaban llenos de ruegos a sus hermanos para que cesasen
de disparar, y fue Fulgrim el primero en darse cuenta de la terrible verdad. Esto no era
un accidente: Dorn los había traicionado. Los Hijos del Emperador descargaron su
frustración sobre los traidores que había ante ellos, y Fulgrim dirigió a lo que quedaba
de su guardia personal contra el Primarca de los Manos de Hierro. Fulgrim había
considerado a Ferrus Manus un amigo único más que un rival, y por tanto la traición fue
aún más profunda. Los registros de la Legión cuentan que Fulgrim logró herir
mortalmente a Manus, e incluso cortar una de sus míticas manos de metal. Tristemente,
este relato ha sido declarado apócrifo, pues Manus fue visto más tarde en Marte, y
dirigió personalmente su Legión en el Sector Gótico en una fecha tan reciente como los
inicios del M41.
Mediante valor, habilidad y determinación, una diminuta fracción de las tres Legiones
escapó de vuelta a la órbita para extender la noticia de la Gran Traición de Dorn por
todo el Imperio. A pesar de su comportamiento brutal, los Devoradores de Mundos
habían impresionado a Fulgrim en el campo de batalla, y se forjaron lazos de genuina
amistad que persisten hoy día. Corax y su Guardia del Cuervo se marcharon, como era
su costumbre, en silencio y con rapidez a su mundo natal. Aunque les dolió hacerlo,
Fulgrim y los Devoradores aceptaron que sus números eran tan escasos que su única
opción era regresar a sus mundos natales y reconstruir sus Legiones para el inevitable
contraataque.
Los Hijos del Emperador se habían alzado de sus cenizas antes, y volverían a hacerlo.
Aunque Fulgrim nunca habló abiertamente sobre ello, se dolió claramente por la suerte
de su padre, y quizás incluso lamentó su decisión de reconstruir la Legión en vez de
intentar abrirse camino de vuelta a Terra. Dorn, el Architraidor, estaba muerto, pero
otros Legionarios Traidores aún respiraban. La urgencia por rastrearlos y obtener una
sangrienta retribución era poderosa, pero Fulgrim no comprometió ni una sola vez sus
principios por aumentar sus números. Sólo los mejores reclutas eran introducidos en los
Hijos del Emperador, lo que significaba que, aunque sus altos estándares eran
mantenidos, la Legión seguía siendo extremadamente pequeña.
Por esta razón se dignaron a luchar junto a otras Legiones Traidoras, primero con los
Devoradores de Mundos, salvando al planeta de Skalathrax de los Salamandras, y al
final ocuparon su lugar en las Cruzadas en masa de Abaddon. Devolver finalmente los
golpes sufridos fue catártico, pero Fulgrim se horrorizó al ver los recortes que otras
Legiones habían llevado a cabo para suplir sus pérdidas, en especial los nuevos e
inferiores modelos de armamento que se estaban produciendo a toda prisa. Aunque
enlentecía significativamente el ritmo al que los Hijos del Emperador podían restablecer
sus fuerzas, Fulgrim estaba seguro de que había hecho la elección correcta. No
comprometerían sus principios ni su pureza.
Desde los oscuros días de la Herejía, los Hijos del Emperador se han dedicado a la
protección del Imperio. Sin embargo, aunque luchan contra las incursiones xenos y
devuelven los regímenes heréticos a la obediencia imperial, casi nunca ven a esos
oponentes como un reto digno de ellos. Su verdadera pasión se enciende ante la
oportunidad de probarse a sí mismos contra las Legiones Traidoras, y en especial
aquellas que les traicionaron en Istvaan. Fue Fulgrim quien propuso una Cruzada contra
el propio Roboute Guilliman, diciendo que era su deber terminar finalmente con la
existencia del hombre que había desatado la Herejía. Fue Fulgrim quien dirigió a las
nueve Legiones Leales al interior profundo del territorio hostil del Segmentum
Ultramar, y fue Fulgrim quien se enfrentó, y superó, a Guilliman en el planeta
empapado de sangre de Prandium.
Del destino del propio Fulgrim, nada se sabe seguro. Desapareció sin decir nada del
sanctasanctórum de su nave insignia, la Orgullo de Chemos. Mucho se ha investigado
en relación a las pruebas físicas de la cámara, como los paneles cubiertos de
adamantium de las paredes. Algunos especulan que su desaparición se debió a algún
tipo desconocido de armamento; otros, que Fulgrim ascendió a otro nivel espiritual, y
que esto fue una manifestación física de su trascendencia. Pocos dentro de la Legión, no
obstante, creen de verdad que su Primarca esté muerto. Sus opiniones sólo difieren
sobre cómo y cuándo volverá.
Este incrementado nivel de producción oscureció los cielos con polución, una imagen
similar a la de los desesperados días anteriores a la venida del Primarca. Esto, junto con
el deseo de perfección y la llamada del alma del artista empujaron a Fulgrim a decretar
que convertiría el planeta en un lugar de belleza, un mundo adecuado para los Hijos del
Emperador. Usando influencias que sólo podía poseer un Primarca, Fulgrim ordenó que
el planeta fuese terraformado. La polución fue arrancada del aire y el agua, y Chemos
fue convertido en un planeta salvaje y verde de cielos azules, lagos brillantes y bosques
profundos. Para no estropear de nuevo este idílico paisaje, Fulgrim ordenó también que
las factorías, las minas y los principales centros de población fuesen recolocados bajo la
superficie en vastas cavernas selladas herméticamente.
Semejante tarea tardó muchos siglos en completarse, al ser interrumpida por la Herejía,
la casi total destrucción de los Hijos del Emperador en Istvaan, y los oscuros tiempos
que siguieron. Finalmente, Fulgrim fue recompensado por sus esfuerzos con un planeta
capaz de rivalizar en belleza con el más hermoso de los Mundos Paraíso. Sólo los
propios Hijos del Emperador y los civiles encargados del mantenimiento del medio
ambiente y de la producción de alimentos frescos para la Legión tienen permiso para
acceder a la superficie. El resto de la población trabaja sin cesar en las Ciudades
Colmena enterradas, produciendo los modelos pre-Herejía de equipo y armas
demandados por los Hijos del Emperador. La habilidad de estos artesanos para
mantener vivo el conocimiento de modelos y marcas utilizados durante la Gran Cruzada
no tiene igual ni siquiera entre los Adeptos de Marte, o al menos de eso presumen.
Desde la órbita, Chemos fue comparada con la cara de “una cortesana envejecida, bien
pasada la flor de la vida pero aún aplicándose maquillaje y carmín para cubrir su cara
agujereada y arrugada.” El Almirante Markovich recibió órdenes de patrullar las
Estrellas Necrófago poco después de murmurar este comentario poco favorecedor, un
viaje del que su Gran Crucero y su cuerpo de escolta nunca regresaron. Esto ha dado
lugar a una superstición en la Flota Imperial, que afirma que hablar mal de Chemos da
una letal mala suerte, con lo que cualquiera que lo haga es azotado contundentemente,
sea el grumete más inferior de la nave o el oficial al mando.
La laboriosa producción de armas y equipo antiguos implica que los Hijos del
Emperador sean la única Legión capaz de desplegar números apreciables de
motocicletas a reacción, de las que afirman, con bastante razón, que son más que un
rival para el lento y poco ventajoso Land Speeder. Otro ejemplo de la superioridad del
venerable equipo militar de la Legión es el retrorreactor Raptor. La complejidad de su
manufactura y mantenimiento se hicieron prohibitiva hasta para las Legiones Astartes.
Cuando la PCE para el modelo DH2, más simple, pero mucho menos efectivo, fue
descubierta, sólo los Hijos del Emperador optaron por mantener el antiguo modelo en
servicio. Una adherencia tan rígida a la visión anterior a la Herejía de Fulgrim de la
perfección, junto con el lujo del acceso ilimitado a la base productiva de todo un
planeta, es un rasgo definidor de la doctrina de combate mantenida por los Hijos del
Emperador.
Entre los Lords Comandantes hay una jerarquía estrictamente definida. En ausencia de
Lord Fulgrim, el cargo de lo que en otra Legión se llamaría Señor de la Legión recae en
el Lord Comandante de la Primera Gran Compañía. Incluso antes de la Herejía, cada
Gran Compañía tenía su propio estilo favorito de combate. Esto era un reflejo de la
personalidad de su Lord Comandante, algo que era animado por el propio Fulgrim. Así,
aparecieron nombres extraoficiales para cada Gran Compañía: por ejemplo, la Séptima
Gran Compañía es conocida como los “Señores Halcón”, por su habilidad sin igual en la
guerra aérea con retrorreactores Raptor y motocicletas a reacción.
Contenido
[mostrar]
Perturabo era un genio en las artes del asedio, pero cuando se trataba de interactuar con
otros humanos, era frío y distante. Durante toda su juventud había estado acosado por la
soledad y angustiado por el misterio de su propio origen. Esta desconexión no fue
evidente cuando se reunió por primera vez con su verdadero padre, el Emperador.
Reconociendo al instante el lazo que los unía, y descubriendo finalmente la razón de su
existencia, Perturabo Le saludó con una calidez que no creía que existiese dentro de él.
Mientras hablaban, Perturabo llegó a ver la Gran Cruzada de su padre como algo más
que un simple ejercicio de derribo de las defensas de los mundos que se les opusieran,
sino como un medio para extender el racionalismo y la iluminación a una Galaxia
atrapada por las supersticiones. Como primer paso, el Emperador le concedió el mando
de la Cuarta Legión Astartes, y le ordenó unificar Olympia bajo su mando. Los antiguos
gobernantes de las ciudades-Estado se enfurecieron por quedar reducidos a simples
vasallos, pero dadas las circunstancias no tenían el poder necesario para evitarlo.
Perturabo remodeló a sus tropas según sus propios ideales, y los rebautizó como los
Guerreros de Hierro, pero al hablar con sus Tecnomarines, vio que aún tenía mucho que
aprender. Mientras su Legión se preparaba, Perturabo emprendió un viaje para conocer
a los Tecnoadeptos de Marte que, para alguien menos racionalista, podría haberse
tomado por una peregrinación. Sorprendió a los Magos con su razonamiento analítico, y
absorbió la sabiduría acumulada en el planeta rojo a un ritmo impresionante. Marte se
convirtió casi en un segundo hogar para Perturabo, pero al final llegó la hora de que
aplicase todo lo que había aprendido en la Gran Cruzada.
Esta frustración pudo ser una de las razones que convirtió la rivalidad entre los
Guerreros de Hierro y los Puños Imperiales de Rogal Dorn sobre desacuerdos en
metodología de asedio en un odio directo. La campaña en el planeta Schravann había
sido tan dura que habían llegado a acudir cuatro Primarcas antes de poder concluirla. En
el banquete celebrado para festejar la victoria, Horus Lupercal de los Lobos Lunares
alabó cálidamente a los Guerreros de Hierro por sus logros, que incluían la destrucción
de la ciudadela final del enemigo, y proclamó que Perturabo era el mayor experto en
asedios del Imperio. Rogal Dorn, sin embargo, se mostró en desacuerdo, y dijo que el
Palacio Imperial en Terra, que había diseñado él y que sus Puños Imperiales defendían,
era inexpugnable, y a prueba de cualquier ataque. Perturabo, con fría lógica, señaló que
habiendo estudiado los planos, había localizado varios puntos débiles que un atacante
determinado podía aprovechar, y además estimó que si surgiera la necesidad, sus
Guerreros de Hierro podrían penetrar los muros en dos meses. Al oír esto, la sala estalló
en gritos, pues los Puños Imperiales acusaban a Perturabo de tener intenciones
traicioneras y de planear asesinar al Emperador. Entre las acusaciones y los insultos, la
verdadera intención de Perturabo (ofrecer sugerencias sobre cómo podía mejorarse la
seguridad del Emperador) fue ignorada, y solo la intervención de Horus y Fulgrim
impidió que la discusión degenerara en un derramamiento de sangre. Como era de
esperar, Schravann fue el último planeta en que las dos Legiones lucharon juntas.
Esto came to the fore en Ullanor, donde Horus fue nombrado Señor de la Guerra de la
Gran Cruzada en lugar del Emperador. Este honor se debía en parte al número sin
precedentes de mundos anexionados por los Hijos de Horus, un número que no habría
sido ni mucho menos tan alto de no haber sido por el sacrificio y el apoyo de los
Guerreros de Hierro. Con una frágil calma que ocultaba su tensión, Perturabo discutió
esto con el Señor de la Guerra. Usando una lógica irrefutable, explicó que los mundos
guarnecidos habían sido estabilizados hasta el punto de que las habilidades de su Legión
estaban siendo desperdiciadas. Siguió presionando, señalando la creciente resistencia
que las expediciones estaban encontrando, y afirmando que en su opinión su Legión era
la más adecuada para reforzar la ofensiva. Ante esta descripción clínica de la situación,
Horus cedió, y percibiendo que su hambre de combatir podía ser usada para beneficio
de la Gran Cruzada, reasignó casi la mitad de las guarniciones a los Puños Imperiales.
El mensaje astropático que recibió como respuesta era tan corto como críptico.
Simplemente decía: "Una Legión que no puede ni siquiera conservar su mundo natal no
puede enfrentarse a otros Astartes." Tras ponerse urgentemente en contacto con
Olympia, descubrieron que las revueltas se habían extendido por todo el planeta. Las
muchedumbres furiosas avanzaban sin oposición por las calles, atacando edificios
imperiales y pidiendo el regreso a la independencia. Parecía que los antiguos
gobernantes de las ciudades-Estado habían pasado del resentimiento amargado a una
revuelta abierta en sus intentos por recuperar el poder. En la confusión nadie pensó en
preguntarse cómo Dorn se había enterado tan rápidamente de las revueltas, y para
cuando lo hicieron, la Herejía ya se había cobrado a tres Legiones Leales.
Aunque anteriormente habían odiado sus Mundos Guarnición, durante su viaje se hizo
evidente lo efectivos que eran manteniendo el orden, y el vital papel que jugaban al
mantener abiertas las líneas de suministro para los Leales. Mucho menos bienvenidas
fueron las guarniciones que habían cedido recientemente a los Puños Imperiales, que
estaban cumpliendo básicamente la misma función en favor de la causa Traidora. No
había tiempo para arrasarlas, pero Perturabo juró a su Legión que regresarían a
recuperarlas tan pronto como la insurrección de Dorn hubiese sido aplastada. Por
encima de todo, debían alcanzar Terra y salvar al Emperador, pues perderlo a Él sería
perderlo todo.
Este mantra fue mucho más difícil de soportar cuando escucharon las súplicas de sus
aliados en Marte. Estaban siendo atacados no solo por sus hermanos corruptos por el
Caos y las Legiones Titánicas Traidoras, sino también por los Astartes de los Manos de
Hierro, de quienes se decía que se estaban preparando para desatar alguna terrible arma
en las profundidades del Laberinto Noctis. Perturabo ansiaba ir a Marte, pero con los
Hijos de Horus listos para desembarcar en Terra, no tenían otra opción que seguir
camino. Las desesperadas peticiones del Mechanicus se convirtieron pronto en amargas
y furiosas amenazas, y en el ultimátum de que si no acudían de inmediato, estarían
"muertos por toda la eternidad" para ellos. Todo tipo de venenosas acusaciones fueron
pronunciadas, llamando a los Guerreros de Hierro rompedores de juramentos y cosas
peores, de forma que la flota había bloqueado sus frecuencias mucho antes de que las
transmisiones globales del planeta rojo cayesen en un ominoso silencio.
La guerra rugió a lo largo y ancho de Terra, pero los Guerreros de Hierro se vieron
atraídos inexorablemente hacia el Palacio Imperial. Era la autoproclamada obra maestra
de Dorn en el campo de la ingeniería defensiva, la causa de la disputa entre ellos desde
Schravann. Ahora disfrutarían derribándolo ladrillo a ladrillo. El Señor de la Guerra les
había ordenado solo mantener a los Traidores encerrados dentro, lo que ralentizaría su
avance hacia la entrada de la sala del trono del Emperador. Cuanto más tiempo
permaneciesen distraídos y sin enterarse de Su verdadera localización, más tiempo
tendría el Señor de la Humanidad para lograr que Sus planes se cumpliesen. Perturabo,
no obstante, no estaba satisfecho simplemente con bombardear desde lejos el palacio.
Quería romper los muros y demostrar a Dorn, de una vez por todas, la superioridad en el
asedio de su Legión.
Los Guerreros de Hierro probaron las defensas y defensores del palacio con vigor,
obteniendo valiosos datos sobre las debilidades de su diseño, pero perdiendo a muchos
hermanos de batalla en el proceso. Al ver esto, Horus le dijo que retrocediese, pues esos
hermanos serían necesarios después. Incluso Konrad Curze, desde el otro lado del
planeta, contactó con Perturabo y le rogó que retrocediese. Los Guerreros de Hierro, sin
embargo, no habían dado la espalda a liberar los Mundos Guarnición ni a ayudar a sus
amigos del Mechanicus para no enfrentarse con su enemigo más odiado y
desaprovechar la oportunidad de acabar con la Herejía de Dorn de una vez por todas.
Que los Portadores de la Palabra se queden con sus cantos vacíos y sus letanías de fe,
pensó Perturabo. Para él, no había mejor coro que el profundo rugido de sus
poderosas armas de asedio. La sutil deficiencia que había detectado en la gran puerta
se estaba volviendo cada vez más pronunciada con cada impacto: una descarga más
bastaría. A su alrededor, su Legión estaba preparada, con cada hermano de batalla
consciente de su papel en el inminente asalto a la brecha. Mientras la artillería
recargaba y se disponía a disparar otra vez, Perturabo reflexionó sobre el urgente y
casi incoherente vocomensaje que había recibido de Curze no hacía ni diez minutos
atrás. Todo eso de las terribles profecías y visiones, que le advertían de su muerte si
procedía con el ataque, y no a manos de Dorn, sino de Sanguinius, sonaba ridículo en
el mejor de los casos, y propio de brujería herética en el peor. El Palacio Imperial era
la obra maestra de Dorn, y si estaba a punto de ser penetrada, sin duda él estaría allí.
En el quincuagésimoquinto día del asedio, los Guerreros de Hierro abrieron una brecha
en el supuestamente impenetrable palacio de Dorn, y al hacerlo demostraron su
superioridad sobre los Puños Imperiales en la guerra de asedio. Sin embargo, su ataque
fue rechazado, aunque no por Rogal Dorn, sino por Sanguinius y sus Ángeles
Sangrientos. Hacia el final de la batalla cientos de sus hermanos yacían muertos en el
barro, pero nada partió tanto sus fríos corazones como la visión del destrozado cuerpo
de Perturabo. Devastados por la pérdida sin sentido de su Primarca, los Guerreros de
Hierro se reagruparon para lanzar otro asalto contra la Última Puerta. Ignorando incluso
las órdenes del Señor de la Guerra Horus, parecían resueltos a unirse a Perturabo en la
muerte, y solo mediante la intervención personal del mismísimo Emperador recuperaron
los Guerreros de Hierro la cordura. Con gran reticencia se retiraron para fortificar el
nuevo centro de la resistencia imperial: el Astronomicón.
Estos bastiones se hicieron vitales cuando los Traidores atravesaron finalmente los
muros de la sala del trono y descubrieron que habían sido engañados. Los Guerreros de
Hierro demostraron ser tan valientes en la defensa como en el ataque, y sus esfuerzos
fueron decisivos no solo para mantener a raya a las Legiones Traidoras, sino también
para infligirles horrendas bajas en el proceso. Su conocimiento técnico también fue
importantísimo en la tarea de reconfigurar el Astronomicón, primero para debilitar a las
legiones demoníacas de toda Terra, y después, tras el fin de la Herejía, para mantener al
críticamente malherido Emperador vivo en cuerpo y alma.
Su misión recibió una nueva dosis de urgencia por las provocadoras transmisiones que
llegaban de estos mundos. Hablaban de poblaciones enteras puestas a trabajar hasta la
muerte y sacrificadas a los Dioses Oscuros para convertir a cada planeta en una
fortaleza. La decisión del Señor de la Legión de que cada Gran Compañía atacase
simultáneamente a un mundo diferente para evitar que terminasen sus fortificaciones
fue bienvenida inicialmente como un bravo golpe digno de Perturabo. En realidad, era
simplemente la acción de un hombre llevado por la pena, e incapaz de igualar la
habilidad y el juicio de su difunto Primarca. Cada Gran Compañía tenía lazos con un
mundo distinto, y las discusiones sobre cuál debería ser liberado primero habían
amenazado con desgarrar la Legión. Llegaron para descubrir que habían sido
engañados, y que las fortificaciones ya estaban completas. El duelo por su Primarca
perdido había borrado todo rastro de su distanciamiento analítico, y así, en una docena
de mundos las ya desgastadas Grandes Compañías entraron voluntariamente en las
trampas que les habían sido preparadas.
A medida que la Jaula de Hierro se cerraba cada vez más, la misma historia se repetía en
cada planeta. Por culpa del demoledor desgaste los Guerreros de Hierro estaban siendo
llevados al punto de extinción. Cuando apenas un cuarto de ellos seguía capacitado para
luchar, los Traidores pasaron finalmente a la ofensiva. Reconociendo su inminente
destrucción, pero aun así agradeciendo la oportunidad de enfrentarse cara a cara al
enemigo, solo la oportuna intervención de Abaddon, al mando de una coalición de
Astartes Leales, evitó su aniquilación y rompió la Jaula de Hierro.
Su desconfianza no se reserva solo para sus hermanos Astartes. Tales son su desdén
hacia la precisión de la artillería empleada por el Ejército y la Flota Imperiales, y las
pérdidas que sufrieron por su incompetencia, que la creación de su propia fuerza de
artillería pesada se convirtió en una alta prioridad. Del mismo modo, la fría relación con
los Adeptos de Marte se negó a caldearse tras la Herejía, volviéndose en todo caso aún
más gélida a medida que el Mechanicus caía en la superstición. Para cubrir esa carencia,
los Guerreros de Hierro construyeron máquinas de guerra siguiendo patrones parecidos
a los enormes Ordinati, a los imponentes bípodes clase Knight e incluso, se rumorea, a
los Titanes. Los Adeptos de Marte se quejaron amargamente por esto, afirmando que
tales creaciones debían haber sido saqueadas, pero los Guerreros de Hierro mantienen
desafiantemente que son solo los resultados de su propio ingenio. Aunque se ha visto
con seguridad cómo la Legión ha recuperado objetos dañados pertenecientes al
Mechanicus del campo de batalla, tales aparatos siempre son entregados
escrupulosamente a su Mundo Forja de origen.
Antes de que el transporte pesado se hubiera siquiera detenido del todo, el Hermano
Teniente ya estaba fuera de su silla de mando y avanzaba a través de la cubierta
inferior de carga. A su orden, fila tras fila de plataformas móviles de armas trinaron en
sus bahías de tránsito cuando los servidores de armas que los controlaban despertaron.
Caminó decidido hacia las puertas traseras de la bodega, hasta que algo llamó su
atención: el tatuaje designatorio de la piel reseca de un servidor. Los primeros
caracteres, JZ03, eran los mismos que había en su brazo... Ambos procedían del mismo
Mundo Guarnición. La Legión afirmaba a bombo y platillo cómo el reclutamiento en
esos mundos forjaba un lazo irrompible, pero la sucia verdad era que a menos que
nacieras en Olympia, tu destino era servir como uno de estos servidores de ojos
muertos. Él había sido la excepción, por supuesto. Mediante pura habilidad,
determinación y astucia había subido por la escala de mando, pero ni eso detuvo la
desconfianza y la falta de respeto que tan casualmente le eran dirigidas. Como si le
leyera sus pensamientos, la conexión de mando cobró vida con un crujido.
"Mestizo, ¿qué te entretiene? ¡Abre esas malditas puertas!" llegó el familiar tono
imperioso de Fennix, su oficial "superior". Se tragó su ácida respuesta, archivó
mentalmente el insulto para una venganza posterior y dio la señal para abrir las
puertas de carga. Según los escaneos de Auspex, la instalación de semilla genética
Traidora parecía sorprendentemente protegida, presumiendo de batallones de
blindados, infantería ¡e incluso Titanes! La inminente batalla iba a ser sangrienta y
brutal. Bien, pensó el Teniente Honsou. Así era justo como le gustaban.
De todos los Astartes Traidores que amenazan al Imperio, son los de la antigua VII
Legión, los Puños Imperiales, los que atraen la mayor parte de la atención de la Legión.
Ya se llamen a sí mismos la Legión Negra, los Vástagos de Dorn o los Puños
Carmesíes, los Guerreros de Hierro aprovechan toda oportunidad que se les presenta
para enfrentarse a ellos. La elusiva naturaleza de los Ángeles Sangrientos ha hecho que
sea rarísimo poder llevarlos a una batalla decisiva. La excepción a esta regla tuvo lugar
en Mackan a finales del M37, cuando atrajeron a la Legión de la Plaga a una trampa que
resultó en la masacre de la mayor parte de dos Grandes Compañías, y que dio a los
Guerreros de Hierro cierta venganza por la muerte de su Primarca.
Esta concentración en las Legiones del Caos, especialmente en torno al Ojo del Terror,
ha hecho que no se pueda prestar tanta atención a la frontera con el Segmentum
Ultramar de Guilliman. A pesar del tamaño y el poder de la Legión, ni siquiera ellos
pueden cubrir toda su longitud. Los mundos bajo su égida resisten este implacable
avance mejor que los que los rodean, lo que ha provocado que pequeños enclaves
imperiales queden asediados en lo profundo del espacio de Ultramar.
Tras la muerte de Perturabo, el puesto de Señor de la Legión fue tomado por el Herrero
de Guerra de la Primera Gran Compañía. Trisemente, su habilidad táctica era mucho
menor de la necesaria, y los lanzó de cabeza a los mataderos de los Mundos de la Jaula
de Hierro. Murió, junto con muchos cientos de sus hermanos, en el infierno helado de
Alta Parsanea, y por su estupidez su nombre ha sido borrado de la historia. Desde
entonces, el poder supremo ha recaído en el Concilio de Herreros de Guerra, y aunque
el líder de la Primera Gran Compañía aún porta el título de Señor de la Legión, más allá
de hablar por los Guerreros de Hierro ante los Altos Señores de Terra, su papel es
principalmente ceremonial.
Olympia está en el centro de una red de producción que se extiende a través del
Imperio, con una producción que rivaliza con la de algunos de los mayores Mundos
Forja. Los tributos de materias primas acuden desde los Mundos Guarnición, y a
cambio, armas de la mejor calidad viajan de vuelta para aprovisionar a los Guerreros de
Hierro en sus campañas. A este fin, Olympia está rodeada por astilleros orbitales,
colectores solares, puertos espaciales y plataformas de defensa. La naturaleza fortificada
de Olympia se extiende mucho más allá de esto, no obstante, con flotas de naves de
guerra, campos de minas y sistemas de alerta temprana dispuestos a retar a cualquier
visitante no autorizado.
Diseñado por Perturabo tras su primera visita a Marte, pero no completado hasta dos mil
años después de su muerte, el Espaciopuerto Alexiares es una de las maravillas
tecnológicas del Imperio. Asentado en una órbita geosincrónica sobre el Monte
Anticetus, la montaña más alta de Olympia, es el conducto principal para la entrada y
salida de materiales del planeta. Haciendo descender cables de adamantio a través de la
atmósfera hasta que alcanzaron la estación base en la cima de la montaña, crearon
ascensores capaces de trasladar grandes cantidades de bienes desde la órbita a la
superficie y viceversa de una forma muy eficiente. Una vez cerrado y presurizado, el
Espaciopuerto se convirtió a efectos prácticos en el edificio más alto del Imperio,
presumiendo de una capacidad y eficiencia muy superiores a los del transporte mediante
lanzaderas orbitales. Dado su estatus icónico, su vital papel en la industria, y el daño
causado por todo Marte cuando los ascensores orbitales de Uranius Patera fueron
destruidos durante la Herejía, se toma el mayor de los cuidados a la hora de proteger a
esta estructura de todo ataque.
El Apotecario Jefe Ansul dejó el despacho del Señor de la Forja conteniendo a duras
penas su rabia. ¡Primero amonestado por no alcanzar el objetivo de nuevos iniciados
pedido por el Herrero de Guerra, y después reprendido por los crecientes niveles de
inestabilidad genética! El hombre sabía la razón del deterioro tan bien como él. Una y
otra vez, durante milenios, los Apothecarions habían sido obligados a relajar los
controles sobre la pureza de la semilla genética para alcanzar los reclutamientos
exigidos. Sus protestas no habían sido toleradas, y su ruego de que se implementasen
controles más estrictos sobre la semilla genética había sido rechazado. Incluso sus
advertencias sobre el efecto de la actual proximidad de la Gran Compañía al Ojo del
Terror habían sido ignoradas como si no tuvieran importancia.
Durante los últimos diez mil años habían sido cómplices en la contaminación de la
línea genética de Perturabo. Ansul había deseado agarrar al hombre y sacudirlo hasta
borrar de él tanta complacencia, pero sabía que poner una mano sobre su señor
supondría su muerte. Pensó en las muchas veces que había tratado al arrogante idiota
en el campo de batalla, salvando su vida incontables veces, y se dio cuenta de que quizá
había otra forma de tratar el problema...
Muchas de las fábulas de las propias tribus hablaban de la terrible tribu de los Talskar y
de su Khan o líder. Aunque se le llamaba de muchas formas, como Aŭdac, Ciĥttera y
Mephaeta, entre los suyos era Jaghatai, el gran guerrero. Su leyenda comenzó cuando
Ong, el entonces Khan de los Talskar, se encontró a un niño pequeño vagando solo por
las planicies. Sabiendo que cualquier persona abandonada en su mundo moriría en
cuestión de un día, se quedó sorprendido al ver que el niño había sobrevivido una luna
entera. Creyendo que era un regalo del Padre del Cielo, Ong tomó al joven como hijo
adoptivo. Enseñándole las artes más valoradas por su sociedad, Jaghatai se convirtió
rápidamente en un maestro del arco, la espada y el caballo. Su sabiduría táctica y
prudencia le hicieron ganarse el respeto de muchos de los hombres de su padre, aunque
otros se burlaban de él por pretender la unión de todas las tribus de las llanuras.
Sintiendo el poder y el potencial de su hijo, Ong escuchó las palabras del joven
Jaghatai, acercándose a muchas tribus bajo la bandera de la paz. Inicialmente, pocos les
dejaron entrar en sus campamentos, tomando tales gestos de amistad como señales de
debilidad y de súplica de ayuda. Incontables veces los Talskar tuvieron que demostrar
su fuerza con las armas para poder marcharse con vida. Pero, contra todo pronóstico, y
gracias a la labia de Jaghatai, una creciente alianza se fue formando en torno a Ong y los
Talskar. Desafortunadamente, muchos aún rechazaban a esta nueva nación y la guerra
siguió rugiendo por todo el Cuadrante Vacío. Cuando la fuerza bruta no logró el
resultado deseado, incursores de la tribu de los Kurayed emboscaron a Ong y Jaghatai.
Padre e hijo lucharon espalda con espalda, siendo los últimos supervivientes de su
partida de caza. Habilidad y coraje ganaron el día y los dos regresaron a su campamento
más determinados a completar su misión que nunca. Revigorizada, la tribu unida
prosperó y ganó fuerza a medida que más y más Khans se unían con sus familias al
estandarte de Ong. Pronto sus vidas fueron lujosas y confortables, una rareza nunca
antes vista en las estepas, donde la comida antes no era segura y los niños no podían
jugar. Jaghatai era tenido por el campeón del momento, fiel a los ideales y virtudes de
sus enseñanzas. Pero cuando esta joven nación florecía, el destino le jugó una muy mala
pasada.
Mientras cabalgaba por las llanuras un día, Jaghatai se encontró con tres jinetes de las
ciudades blancas que intentaban violar a una joven de las estepas. Años de lujo no
habían apagado las habilidades del Primarca, quien cortó rápidamente las cabezas de
dos de los atacantes y dejó escapar malherido al tercero como advertencia para su
pueblo. Jaghatai no sabía que se había condenado a sí mismo, a su padre y a su tribu
aquel día, pues uno de los que había matado era uno de los hijos favoritos del Palatino.
Pronto, un ejército avanzó por las llanuras en busca de venganza.
Enfurecido por su traición, Jaghatai juró que el Cuadrante Vacío moriría por su mano.
Lanzándose sobre aquellos que les habían fallado, los restantes guerreros Talskar se
convirtieron en demonios de las llanuras. Hallando placer en los aullidos de dolor que
los rodeaban, extendieron la tortura de sus enemigos todo lo que pudieron. Aunque
había sido la nación del Palatino la que había derramado la sangre de los Talskar, fueron
los hombres de las tribus los que recibieron el dolor de Jaghatai multiplicado por mil.
Las leyendas de Jaghatai Khan se basan en esos horrores, y tomando por derecho de
conquista armaduras, caballos y mujeres, los Talskar crecieron y se hicieron fuertes. Ni
siquiera una fuerza unida, como aquella con la que el mismo Jaghatai había soñado,
pudo resistir su furia.
Mientras el Cuadrante Vacío caía bajo el terror de los Talskar, el Imperio contactó
finalmente con Chogoris. Se dice que el mismísimo Emperador caminó sobre la
superficie del planeta, y que el Palatino se alió rápidamente con Él. Sintiendo la
presencia de uno de Sus hijos, el Emperador vagó por el planeta en busca de uno de los
mayores héroes de la Humanidad. El primer encuentro entre el Señor de la Humanidad
y Jaghatai estuvo lejos de ser agradable. El Emperador halló a su hijo sentado en un
trono en una tienda llena de placeres y excesos, pagada por los años de guerra. Rodeado
por armaduras intrincadas, mujeres bellas y festines suntuosos, Jaghatai no era un héroe
guerrero sino un temido caudillo que se ahogaba en su propio éxtasis. El Emperador
estaba enfurecido por lo bajo que había caído uno de Sus hijos. En una amarga ironía,
aunque el emblema del relámpago de los Talskar imitaba al Suyo propio, los dos líderes
no podían ser más distintos. Este ogro había destruido donde podría haber conquistado,
y aterrorizado donde podría haber gobernado, pero el Emperador estaba obligado a
abrazar a este hijo Suyo. Tan simples eran los deseos de Jaghatai que el Emperador no
tuvo problema en convencerle de unirse a la Gran Cruzada: bastó con hablarle de los
tesoros del brillante Palacio Imperial y de la gloria que podría encontrar entre las
estrellas. Con sus ojos brillando con avaricia, Jaghatai se entregó ansioso al Emperador,
convirtiéndose en el Gran Khan de la Quinta Legión Astartes, a la que bautizó como los
Cicatrices Blancas en referencia a las marcas tribales de los Talskar.
Los Cicatrices Blancas y su Primarca renacieron, y la lengua de plata que Jaghatai había
usado para unir por primera vez a las tribus de su tierra natal calmó ahora los deseos de
sus hombres, regañándoles por sus equivocados actos. Apenas un año después se habían
convertido en un aliado respetable y Jaghatai era un amigo de confianza de Horus. De
hecho, la Legión se volvió popular entre las expediciones de la Gran Cruzada por sus
rápidos ataques bellamente cronometrados para aplastar al enemigo. Cuando el
Emperador decretó que Jaghatai dirigiría su propia gran campaña, doce de las Legiones
de sus hermanos enviaron representantes para felicitarle, y tres de los Primarcas
acudieron personalmente al gran festín. Aunque estaba triste por dejar la compañía de
aquellos a los que tanto quería, el rostro de Jaghatai brilló con orgullo cuando su Padre
le concedió el mayor honor: permitir que la Quinta Legión portase el emblema del
relámpago que les había sido negado cuando la Legión había sido rebautizada.
Muchos nuevos mundos cayeron ante la máquina de guerra de los Cicatrices Blancas,
tan rápido que el Imperio no pudo documentarlos todos. Los honores de batalla de la
Legión apenas representaban todas las victorias obtenidas por los Cicatrices Blancas.
Desde el Mundo Colmena de Kerait a las junglas de Olkhun, parecía que allí donde la
Quinta Legión luchaba, la gloria y el triunfo cabalgaban a su lado. Jaghatai dirigió en
persona muchas de las batallas, con su estandarte personal alzándose en la parte de atrás
de su motocicleta a reacción modificada, y sus enormes hombros clavando
profundamente su lanza de energía antes de asaltar al enemigo con su espada. No solo
sus hombres veían el honor del Gran Khan, sino que aquellos a los que derrotaba les
servían voluntariamente a él y al Imperio.
Una vez más, cuando su vida parecía fructífera y prometedora, Jaghatai volvió a
hundirse. Su aislamiento de sus hermanos en los que había empezado a confiar, amar y
necesitar preocupaba profundamente al Primarca. Solo había sentido una soledad como
esta una vez, durante la batalla contra el Palatino. Sin el consejo de aquellos a los que
respetaba, como Horus y Mortarion, tomó la responsabilidad de cada muerte, fuera de
un hermano o de un aliado, como si se tratara de un fracaso. Lamentaba incluso las
muertes de sus enemigos, cuando las palabras habían fallado y el uso de la fuerza se
había hecho necesario. Confinado constantemente en su sala de guerra, pasaba noches
sin dormir observando mapas tácticos, revisando y volviendo a revisar la extensión de
sus expediciones. Se distanció del frente, agobiado por peticiones de su presencia de
gobernadores locales que buscaban ayuda en sus insignificantes disputas o que los
honrara aceptando invitaciones a reuniones sociales. Para un hombre nacido bajo las
estrellas con sangre en las manos, la prisión del mundo diplomático era un desgaste peor
que la muerte. Solo, sin nadie con quien tener una conversación vacía de dobles
sentidos, intentó hallar la tranquilidad en el mar de confusión en que se estaba
convirtiendo su vida. Aprendió a apreciar los muchos grandes artefactos que habían
llegado a adornar sus aposentos. Eran tributos, sobornos y regalos, cada uno manchado
de significados ocultos, favores deshonestos y deseos silenciosos, pero no obstante
encontró un viejo sentimiento de comodidad y seguridad en esos objetos.
Esos años no fueron amables con el salvaje Primarca. Dejó de ser tanto el caudillo y
pasó a ser más el burócrata, separado de la rapidez de la batalla y de la vacuidad de las
llanuras. Sus únicas conexiones con el frente eran las pocas ocasiones en que era capaz
de abandonar sus cuarteles para presenciar batallas selectas en las que sus Khanes le
mostraban la heroicidad de su Legión. Una vez Jaghatai se retiraba a sus aposentos de
nuevo, sus hombres seguían saqueando armerías, relicarios y tesorerías en busca del
regalo perfecto para su señor. Aquellos que le traían los objetos más preciosos eran muy
favorecidos, y pronto Jaghatai estuvo rodeado por aduladores en lugar de líderes,
esbirros en lugar de héroes. Mientras escuchaba sus historias de valor, honor y valentía,
las áreas atacadas eran saqueadas a sangre y fuego de la forma más brutal para satisfacer
su avaricia. La marea de frescas victorias ganadas por la expedición de Jaghatai se frenó
hasta casi detenerse, y la pobre habilidad táctica de los nuevos Khanes causó bajas
terribles a la Quinta Legión.
Los objetos de los que el Gran Khan se sentía más orgulloso eran un par de guanteletes
gemelos llamados Mamonas y Avauras, regalados por el Sumo Sacerdote de Ikesentii.
Los enjoyados guantes no servían de mucho en combate, ya que la protección que
ofrecían quedaba comprometida por el hilo de oro y las piedras preciosas, pero para
entonces Jaghatai necesitaba poco usar las armas, y su vanidad le dominaba. Se dice que
quedó unido a ellos, reticente a quitárselos e incluso a dejarlos en otra habitación,
llegando hasta a decir que "solo un hijo del Emperador sería igual a su belleza y
magnificencia."
Jaghatai Khan, Gran Khan de los Cicatrices Blancas, vistiendo los guanteletes Mamonas
y Avauras.
"Perro te llaman, una bestia domada sin garras." Las voces gemelas estaban dentro de
su cabeza, aunque Jaghatai sabía que pertenecían a Mamonas y Avauras. No podía
recorder un tiempo en que los dos espíritus no hubiesen guiado sus pasos, como un
regalo bendito del Padre del Cielo.
"Enjaulado. Sin libertad, sin poder, sin nada. Solo un peón de sus caprichos. Podemos
ofrecértelo todo. Dominio sin cuestión, riquezas más grandes aún que el condenado
tesoro imperial. Podemos ayudarte a escapar de este ataúd, puedes volver a vivir. Todo
lo que tienes que hacer es escuchar, y obedecer."
Jaghatai se había aventurado lejos del corazón del Imperio cuando el más terrible de los
mensajes llegó hasta él. Cuando todos los que le rodeaban se estaban volviendo contra
su padre, el Señor de la Guerra Horus contactó con una de las pocas almas en las que
podía confiar para que le apoyase. Se vio obligado a informar a su hermano de que el
Primarca Dorn había dado la espalda al Emperador, y de que no estaba solo. Con los
ecos de la traición de los Campos de Zhangiu resonando en su corazón, Jaghatai entró
en una violenta rabia, jurando que destruiría persolmente a todos los que habían
defraudado a la Humanidad. Deteniendo su expedición y reuniendo a todas sus tropes
consigo, la flota se preparó para saltar a la Disformidad con destino a Terra, con la
intención de detenerse únicamente en Chogoris para recuperarse de las pérdidas sufridas
en combate. Retirándose a sus aposentos para recuperar la calma, Jaghatai se perdió
entre sus preciados regalos: la intrincada armadura de placas de Khasa, la espada hecha
a mano que les había costado la vida a tres maestros forjadores de Arslanii, y finalmente
Mamonas y Avauras, que susurraban dulces palabras reconfortantes en el corazón del
Primarca. Incluso cuando los motores de Disformidad de la flota fallaron
inexplicablemente, no se lo pudo distraer de su obsesión.
La Disformidad no tiene noche ni día, solo una extension constante de tiempo sin
respiro. Cuando Jaghatai resurgió de sus aposentos, su tripulación y sus hombres
estaban totalmente desmoralizados, creyendo que estaban abandonados en la
Disformidad y que su comandante seguía enloquecido por la traición de sus hermanos.
Aunque sus ojos parecían doloridos por la falta de sueño, brillaban con una energía que
solo enfatizaba la sonrisa que se extendía por su rostro. Sin que nadie lo supiera excepto
el mismo Jaghatai, había encontrado a quien le salvase de los problemas que agitaban su
mente. Caminando entre sus hermanos de sangre, los llamó a cada uno por su nombre y
juzgó su habilidad con la espada, su valía como camarada y su deseo de seguir sus
órdenes. Con su renovado vigor reparó personalmente los motores de Disformidad,
trabajando durante muchas horas en soledad en los oscuros pasillos, acompañado solo
por sus guanteletes. Cuando la flota salió finalmente al Espacio Real en Chogoris,
Jaghatai había organizado una fuerza variopinta con escuadras de todas las
Hermandades, afirmando que si los Cicatrices Blancas fracasaran, todos estarían
representados en el renacimiento de la Legión. Mientras este destacamento aseguraba la
Fortaleza-Monasterio de Chogoris y preparaba a los ciudadanos para la guerra contra un
Imperio caído, el Gran Khan los dejó con escalofriantes órdenes: "Aislaos del exterior,
sed la víbora en el agujero: oculta, pero lista para atacar. Salvo en mí o en el
mismísimo Emperador, no confiéis en nadie."
La llegada de los Cicatrices Blancas a Terra debía haber sido un rayo de esperanza para
la causa Leal, un refuerzo en la guerra contra el Architraidor Dorn.
Desafortunadamente, todas las comunicaciones con la Legión se perdieron en la
estática, y solo los enloquecidos murmullos y aullidos de los condenados atravesaban
las interferencias. Jaghatai Khan no había perdido nada de su maestría táctica a lo largo
de los años, dirigiendo a su hueste de Thunderhawks directamente hacia el
Espaciopuerto de la Puerta del León. Consciente de la masacre perpetrada por los
Ángeles Sangrientos en el Espaciopuerto de la Puerta de la Eternidad, e incapaz de
recibir una respuesta coherente a sus llamadas, el oficial al mado del espaciopuerto
ordenó que las defensas antiaéreas y los escudos de la Puerta del León permaneciesen
activos. Solo mediante la intervención directa del propio Horus se desactivaron esos
sistemas y se dio permiso para aterrizar a los Cicatrices Blancas. Esto demostró ser un
grave error de juicio. Los detalles de la masacre que siguió quedaron ensombrecidos por
los actos que fueron cometidos después por todo el globo, y el suelo de Terra tembló
bajo las motocicletas de los Cicatrices Blancas dedicados a Slaanesh.
Al principio Horus se negó a creer los informes que llegaban a su puesto de mando,
pero una vez que Jaghatai hubo aceptado el botín del Palacio Imperial de manos de
Dorn (un premio que el Gran Khan consideraba legítimamente suyo tras las promesas
de su padre) y empezó a masacrar a los ciudadanos de Terra, el Señor de la Guerra se
vio obligado a aceptar que en aquellos oscuros días, incluso uno de sus mejores amigos
podía traicionarle. Pintando una única lágrima en la esquina del Ojo de Horus que
adornaba su pectoral, acompañó a sus Hijos mientras recibían la carga de los Cicatrices
Blancas. El asalto inicial devastó la línea Leal, pero para sorpresa de todos el segundo
ataque nunca se produjo. Habiendo demostrado su valía en combate contra sus
hermanos Astartes, y con las riquezas del tesoro imperial aseguradas en las bodegas de
sus naves, los Cicatrices Blancas regresaron caprichosamente al espaciopuerto.
Ignorando las amargas amenazas de Dorn y de los demás Primarcas Traidores, y
aparentemente indiferentes al resultado de la Herejía que tan precariamente pendía en la
balanza, la Quinta Legión abandonó Terra en busca de más botín que saquear.
Solo podía haber un resultado para esta guerra: un Imperio triunfante. La tragedia de
este conflicto solo saldría a la luz cuando los pocos Cicatrices Blancas supervivientes
fueron interrogados sobre la localización de su Primarca. Los defensores se creían los
últimos defensores del sueño del Emperador, y la fuerza invasora, para ellos, eran los
traidores. Cuando se les dijo la verdad, muchos se negaron a aceptar que su Primarca los
había descartado. Otros lloraron al oírlo, con sus almas contándoles todo lo que
necesitaban saber. Aquellos dejados atrás eran los guerreros demasiado nobles y puros
de espíritu que Jaghatai había sido incapaz de corromper. Por sus virtudes, habían
llevado a su pueblo a una masacre. Un Rememorador de la flota de Abaddon recogió en
unos versos este desolador suceso: "Chogoris, reducido a cenizas, ensangrentado por la
guerra. Aunque enemigos, aunque oponentes, solo hijos leales del Emperador murieron
aquel día."
De todos los actos sádicos de la historia de los Cicatrices Blancas, la matanza de los
refugiados de Urgench es de lejos el más sangriento. Tras días de constantes ataques
que culminaron con la desestabilización crítica del núcleo del reactor de la ciudad,
Jaghatai se retiró a su campamento para ver cómo la Ciudad Colmena se desmoronaba
de terror. Por el contrario, el valiente Gobernador dirigió a su pueblo en una
desesperada marcha a la vecina Colmena de Merv. La sangrienta respuesta de los
Cicatrices Blancas fue veloz, ya que sus motocicletas les permitían alcanzar con
facilidad al enorme grupo de civiles. Durante seis días con sus noches, la población de
Urgench fue asediada por las asesinas hordas de Jaghatai Khan. Ni una sola alma llegó a
las puertas de Merv.
Aunque no hay una verdadera estructura de poder entre las facciones salvo que Jaghatai
es el señor de todos, hay posiciones de gran importancia dentro de la Legión. Un
Astartes conocido únicamente como la Voz del Gran Khan habla en nombre de Jaghatai,
y a efectos prácticos gobierna sobre toda la Legión. El Khan que se niega a obedecer las
órdenes de la Voz es un estúpido, pues la ira que este puede desatar es casi igual a la del
Primarca. Los Videntes de Tormentas son también una fuerza dominante dentro de la
Legión, pues su experiencia en los magicks de Slaanesh les concede poder por encima
de los sueños de otros. Cobran un alto precio en tesoros y esclavos por sus servicios
dentro y fuera del campo de batalla, pero es algo que los Khanes deben aceptar para que
sus Hermandades sigan existiendo.
La Leyenda del Cazador Editar sección
El Señor de la Caza es un hermano muy temido de los Cicatrices Blancas. Sin deber
lealtad a nadie, vaga por la Galaxia en busca de su presa. Unos pocos Marines, ebrios de
la emoción de la caza, siguen al acechante en sus misiones, aunque ninguno sobrevive
mucho tiempo. Los registros imperiales sobre el Señor de la Caza son confusos en el
mejor de los casos, y los estudiosos siguen indecisos sobre si se trata de un único
hombre que ha sobrevivido desde la Herejía o de un título que un guerrero toma cuando
su predecesor muere. La leyenda afirma que un Khan caminaba por los campos de
batalla del Asedio de Terra, retando a campeones Leales y Traidores por igual a un
combate singular. El número de guerreros que cayeron bajo su espada se desconoce,
pero desde ese día, la venida del Señor de la Caza es un anuncio de muerte para su
presa.
Allí donde los hijos de Jaghatai marchan, la destrucción les sigue. Su capacidad de
aislar el eslabón débil de cualquier fuerza defensiva causa devastación en toda la línea.
Un flanco anteriormente seguro se encuentra rodeado por el enemigo, mientras que un
enemigo que se cree atacado se despierta para no ver a ningún enemigo pero sí escuchar
los alaridos de los hombres de las líneas defensivas posteriores. Ha habido ocasiones en
los que la nobleza de la Humanidad ha prevalecido, y en vez de desintengrarse, una
comunidad unida y reforzada se sigue alzando contra los Cicatrices Blancas. Tales
insultos son tratados duramente, y los bravos idiotas en ocasiones sufren un destino peor
que la muerte: el reclutamiento forzoso en la Legión contra la que lucharon con tanto
valor.
Tal es la decoración y riqueza de las armas y armaduras que adornan a cada Marine, que
muchos han confundido a simples guerreros rasos con líderes. Espadas dignas de
Capitanes Leales pueden verse en las manos de meros Marines de a pie. Se dice que una
victoria sobre la Legión, en caso de poder obtenerla, sería verdaderamente lucrativa,
pues las riquezas ganadas del saqueo de los Astartes podrían comprar una ciudad.
Las mutaciones se han extendido muchísimo por varias de las Hermandades, mientras
que otras han logrado mantener cierta integridad genética. Los Merodeadores son
renombrados por las formas demoníacas que muchos de sus Marines han tomado,
llegando a rivalizar en horror con la miríada de criaturas de la Disformidad. Los
magicks usados para crear nuevos reclutas para la Legión solo destrozan aún más la
pureza del legado de Jaghatai, al hacer fluir el veneno del Caos desde el principio en lo
que una vez fue un ritual sagrado. Nada más nacer un Marine a la horrible vida de los
Cicatrices Blancas, ya está obsesionado con el deseo y destruido por el placer: es un
verdadero hijo de Slaanesh.
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Sin embargo, no fue por estas gentes por quien el joven Primarca fue hallado, sino por
algo mucho más peligroso. Según la legendaria saga de Gnauril el Anciano, "La
Ascensión del Rey Lobo", fue criado durante sus primeros años de vida por una manada
de Lobos de Fenris, mamando de la loba como un cachorro y cazando a cuatro patas con
el resto de fieras. Fueron estas cacerías lo que le llevó a encontrarse por primera vez con
las tribus de humanos. Al oír que los lobos aterrorizaban a sus vasallos, el gobernante de
la isla ordenó a sus guerreros que le trajeran sus pieles. La manada fue atraída a una
trampa por un wyrd, uno de sus Sacerdotes Rúnicos, que les hizo creer que uno de ellos
estaba herido y pidiendo ayuda. Una vez acorralados por las empinadas paredes de una
garganta, el denso sotobosque fue prendido con flechas ardientes, y los enloquecidos
animales causaron una matanza al salir de allí.
El Primarca vio a su madre adoptiva cargar contra los cazadores, solo para ser derribada
por el infernal relámpago del Sacerdote Rúnico. Con un aullido inarticulado de furia
saltó al lado de la loba, dispersando a los humanos que buscaban matarla. A pesar de
recibir varios flechazos envenenados, la rabia y el desafío aún ardían dentro de él. Al
final fue la hechicería del Sacerdote Rúnico lo que le dejó inconsciente. Los lobos
fueron despellejados, pero la extraña criatura salvaje fue atada firmemente y llevada de
vuelta a los salones de Thengir, Rey de la tribu de los Russ. Viéndolo como un reto
personal, Thengir fanfarroneó de que domaría al chico salvaje y le enseñaría la lengua
humana. Aunque empezó como una apuesta por diversión, el Rey pronto llegó a
contemplar al joven como hijo suyo, llamándole Leman de los Russ. Aunque conservó
cierto salvajismo lupino, el chico se esforzó por adquirir su herencia humana con
aplomo. Sus extraordinarias fuerzas, habilidades y astucia le hicieron ganarse un puesto
dominante dentro de la tribu, y cimentar su posición como legítimo heredero al trono de
Thengir.
A medida que Leman Russ ascendía a la grandeza, un grupo se vio más y más excluido
de los concilios del Rey: los antaño poderosos Sacerdotes Rúnicos. Algunos dicen que
Russ nunca pudo perdonarles lo que le habían hecho a la gran loba que le había criado.
Otros, que al haber conseguido apenas recientemente la habilidad del habla y del
razonamiento humano, al Primarca le parecía que la forma en que los wyrds usaban sus
poderes para nublar las mentes y robar los pensamientos de los hombres era el peor
crimen de todos. Sus instintos demostraron tener razón cuando los Sacerdotes Rúnicos
usaron sus poderes para hacer que miembros leales de la tribu atacasen a Russ y al rey
Thengir. Reconociendo la mancha de la hechicería, Leman Russ acabó rápidamente con
los Sacerdotes Rúnicos atacantes y terminó la lucha, pero no antes de poder evitar que
Thengir sufriese una herida mortal.
Los vasallos liberados rogaron por sus vidas a los pies de Leman Russ. Dijeron que su
voluntad les había sido arrebatada, que no habían sido más que marionetas indefensas
en el ataque. Afirmaron también que habían oído que otros Sacerdotes Rúnicos estaban
implicados y eran cómplices, tanto en la isla como en otros territorios. Sombríamente,
Leman Russ les ordenó levantarse, y con una voz llena de certeza hizo la siguiente
proclama:
—Leman Russ
A este fín, la tribu de los Russ empezó a llevar torques hechos de sólido y fiable hierro.
Conocidos por proteger contra la hechicería, sus cualidades eran reforzadas al empapar
el brillante metal en la sangre de un enemigo. Así protegido, para cuando el Emperador
llegó a Fenris el recién coronado Rey Lobo ya había purgado la mancha de la hechicería
de su isla, y también de las de sus vecinos.
El Señor de la Humanidad y el Rey Lobo lucharon con las manos desnudas toda la
noche, y cuando el sol se alzó sobre las ruinas de la casa de troncos, el asunto había
quedado finalmente cerrado. El Emperador había mostrado que estaba dispuesto a
derramar Su propia sangre antes que exigir la de Sus súbditos, y solo por sobrevivir
tanto tiempo, Russ había demostrado fuera de toda duda que era de verdad uno de los
Primarcas de su padre. Todo lo que quedaba por hacer era que el Emperador
estableciese su dominancia incuestionable. Con un poderoso golpe que asombró a toda
la multitud reunida, el Emperador golpeó a Russ en toda la cara y lo dejó inconsciente.
Entonces, ante los aplausos de los fenrisianos, el ensangrentado Señor de la Humanidad
colocó su sello dorado en el cuello de Russ. Al hacerlo, el Emperador pasó formalmente
el mando de la Sexta Legión a su Primarca, y a partir de entonces se la conoció como
los Lobos Espaciales.
Cuando Russ despertó, era un hombre cambiado: a gusto con su misión de hacer
cumplir la voluntad del Emperado entre las estrellas. La Legión tomó el estable y
anteriormente inexplorado continente de Asaheim como su base, y estableció su
Fortaleza-Monasterio, a la que se llamó El Colmillo, en la cima del pico más alto e
inalcanzable. Los legionarios terranos originales se adaptaron rápidamente a los deseos
de su primogenitor, y los duros isleños de Fenris demostraron se excelentes candidatos
para recibir la Helix Lupus y unirse a ellos.
Aunque eran salvajes y poco convencionales para los estándares de muchas otras
Legiones, las habilidades innatas de los Lobos Espaciales para la navegación y las
incursiones se aplicaron bien a la tarea de someter a los mundos humanos perdidos al
Imperio. El encanto legendario de Russ, ampliamente respaldado por la amenaza de sus
feroces guerreros, convencía a todos salvo a los más crueles gobernantes de las ventajas
del floreciente Imperio. Ocasionalmente, los Lobos Espaciales lucharon junto a Marines
Espaciales de otras Legiones, y aunque Russ consideraba a la mayoría de sus hermanos
Primarcas firmes amigos, en el caso de los Ángeles Oscuros su rivalidad estaba lejos de
ser cordial. El gregario y testarudo Russ encontraba a Lion El'Jonson frío, arrogante y
superior, y para empeorar aún más las cosas, estaba el hecho de que ellos habían
sometido a un número mayor de mundos que la joven Legión de los Lobos Espaciales.
Esta antipatía se extendió hasta tal punto que era normal que después de derrotar a sus
enemigos comunes estallasen inauditas peleas a puñetazos o incluso duelos a muerte
entre ellos.
Aunque el propio Russ calmó el malestar de sus hombres por trabajar con aberraciones
como los Astrópatas y los Navegantes, prohibió terminantemente la existencia de
psíquicos de batalla en su Legión, y se pronunció públicamente en contra de su uso en
otras Legiones. Los peores a los ojos de Russ eran los Mil Hijos. Su Primarca, Magnus
el Rojo, creía de todo corazón que el talento psíquico era la clave del futuro de la
Humanidad, y lo usaba como parte integral de su estrategia militar. La primera y la
última vez que las dos Legiones lucharon juntas, estuvieron al borde de entrar en una
guerra abierta. La experiencia convenció a Russ de que las exploraciones de Magnus en
la naturaleza del Inmaterium no eran más que hechicerías mal disimuladas de la peor
clase.
Con toda su astucia y habilidad, los Lobos Espaciales pudieron atrapar a la Legión de
hechiceros con la guardia baja, persiguiendo a su flota y destrozando sus defensas
orbitales antes de desembarcar en el planeta. Lo que hallaron bajo la fachada de pureza
de las brillantes ciudades blancas horrorizó completamente a los Lobos Espaciales.
Descubrieron bibliotecas enteras llenas de textos sacrílegos, edificios construidos
únicamente para realizar ritos oscuros, y un populacho que mostraba abiertamente la
marca del mutante y de la bruja. Mientras los Lobos Espaciales estrechaban el cerco en
torno a la fuertemente protegida capital, Tizca, Russ no puso objeciones al bombardeo
orbital de las ciudades menores, a las que borraron de la faz del planeta.
Convertidos en poco más que bestias asesinas, los Lobos Espaciales cayeron sobre sus
atormentadores. Solo después de reducir la ciudad de Tizca a una fosa de huesos
regresaron a algo parecido a la cordura. Lo hicieron con el nombre de su salvador en sus
enrojecidos labios: Khorne, el Dios de la Sangre y los Cráneos, y enemigo de toda
hechicería. Había cuerpos de Mil Hijos en las pilas de cadáveres, pero claramente no
eran todos los miembros de la Legión. Sobre todo, del propio Magnus no había ni
rastro. Rebuscando por los escombros de la torre del Primarca, Russ recordó un breve
episodio de la batalla que cambió a la Legión para siempre. Recordaba luchar contra el
Primarca ciclópeo, intercambiando golpes que sacudían a los edificios hasta sus
cimientos. Justo cuando tenía a Magnus a su merced, una figura vestida con una
armadura dorada apareció de la nada y detuvo el golpe de gracia con una ornamentada
lanza. El recuerdo del ataque dirigido hacia su corazón, solo desviado por los pelos por
su gruesa placa pectoral, trajo consigo un océano de dolor, pero este se disolvió en el
gozo de recordar cómo había desgarrado al asesino un segundo después.
Magnus el Rojo hacía mucho que se había ido, pero el cadáver del guerrero vestido de
oro seguía allí. Reconoció al hombre como un miembro del Adeptus Custodes, los
guardaespaldas personales del Emperador. También encontró los restos del sello dorado
del trueno y el relámpago que había sido destruido por el golpe de la Lanza de
Guardián. Con una certeza férrea Russ supo la verdad. Por las acciones del Custodio,
estaba claro que el Emperador no solo autorizaba la hechicería perpetrada por Magnus,
sino que le defendía orgullosamente. Russ también reconoció el sello del relámpago
como el foco de poder psíquico que seguramente era. Mientras lo había llevado, Russ
había sido influido para ser totalmente leal a su "Padre de Todas las Cosas". Tras su
destrucción, Russ podía ver lo que de verdad era el Emperador: el Archibrujo.
Con los Mil Hijos desaparecidos, las brillantes ciudades de Prospero en ruinas y su
mutante población masacrada, Russ impuso un reto aún mayor a su Legión. Escuchando
los susurros de su nuevo patrón, Russ declaró que destruirían el Palacio Imperial y
ejecutarían al Emperador.
Se echó la culpa a los Navegantes de la flota, bien por incompetencia o por hacerlo
intencionadamente, pero ni los tormentos más macabros lograron corregir su rumbo. Al
descubrir Russ que sus nuevos dones les permitían atravesar la Disformidad tan bien
como cualquier Navegante, se puso fin a las vidas de los mutantes, pero no al apuro de
la flota. Encerrados sin nadie más que ellos mismos para descargar su frustración, Russ
temió que o bien los Lobos Espaciales no llegarían a tiempo, o bien se destruirían a sí
mismos mucho antes de llegar a Terra.
Su salvación llegó de una fuente inesperada: los Ángeles Oscuros. Cuando otro salto
disforme los depositó lejos de su rumbo y a distancia de disparo de una flota de la
Primera Legión, los Lobos Espaciales se prepararon para continuar su antigua disputa.
Sin embargo, fueron saludados cálidamente como compañeros iluminados al Caos.
Luther, el comandante de los Ángeles Oscuros, dijo que había matado personalmente a
Jonson para mayor gloria del Caos, y además, afirmaba haber aceptado y estudiado a los
Dioses Oscuros en todos sus aspectos. Con la ayuda de Luther, los Lobos Espaciales
lograron controlar y dirigir su agresividad. Los nuevos métodos fueron puestos a prueba
con un derramamiento simbólico de sangre en el planeta Dulan. Aunque el planeta se
había unido al Caos, las dos Legiones destruyeron la Fortaleza Carmesí de su
gobernante, el tirano Durath. El pacto de sangre, sellado con el destripamiento de
Durath, dio a los Lobos Espaciales un entendimiento más profundo de Khorne. A partir
de entonces, Russ y sus hijos tuvieron la posibilidad de dominar la marea de en vez de
ser sus siervos.
Incluso aunque las demás Legiones Traidoras se estaban retirando a toda prisa y los
Leales estaban ansiosos por vengar a su señor caído, Russ siguió avanzando. Fue solo el
sabio consejo de Luther lo que le hizo apartarse del camino hacia una destrucción
segura. Le dijo que debían tener fe en que todo había ocurrido según el gran plan de
Khorne. Con el Imperio tan agitado, había una Galaxia entera de cráneos por cosechar.
La idea de que Khorne había evitado que llegaran a Terra a tiempo no sentó bien entre
los Lobos Espaciales, y algunos Señores Lobo expresaron abiertamente su disgusto. Al
final, sin embargo, Russ les hizo cambiar de rumbo, y se dirigió hacia Fenris, dejando
una ristra de mundos masacrados a su paso.
A medida que el Imperio recuperaba sus fuerzas, se dedicó a recuperar los mundos que
se habían aliado con el Caos durante la Herejía de Dorn. Los ancestrales mundos natales
de las llamadas Legiones Traidoras fueron objetivos muy deseados, pero solo al alcance
de las Cruzadas en masa de los Astartes Leales. Salvo por Macragge, que hasta hoy
jamás ha caído, Fenris fue el último de estos mundos en caer. Durante largos periodos
estuvo aislado por arremolinadas tormentas de Disformidad procedentes del Ojo del
Terror que, como si hubiesen sido atraídas por la adoración al Dios de la Sangre, habían
crecido hasta rodear Fenris. Incursor consumado, Russ usaba los breves periodos de
calma en la Disformidad para descargar el juicio de Khorne sobre el ya debilitado
Imperio, siempre regresando a Fenris justo antes de que las tormentas reaparecieran.
Finalmente, tres años antes del segundo centenario del enterramiento del Emperador
dentro del Astronomicón, las tormentas de Disformidad que envolvían a Fenris
amainaron brevemente y se lanzó una Cruzada para invadir el planeta con una fuerza
aplastante. Los Leales habían esperado que su relativo aislamiento hubiese hecho que
los tomadores de cráneos se volvieran unos contra otros, desgastando sus números, pero
no fue así.
Durante la Purga de Fenris, cada isla dispersa se convirtió en un campo de batalla. Los
animales e incluso el propio paisaje parecieron alzarse contra los invasores como si
estuvieran guiados por la voluntad del Dios de la Sangre. La guerra de desgaste se
extendió de las semanas a los meses, pero finamente, bajo un sol ardiente que llenaba el
cielo con un brillo ominoso, las fuerzas imperiales penetraron los muros del propio
Colmillo. Aunque había otras Legiones y Primarcas luchando por todo Fenris, solo los
Mil Hijos dirigidos por Magnus, los Portadores de la Palabra comandados por Lorgar y
los Templarios Negros bajo el mando del Alto Señor Abaddon pusieron pie en la
poderosa Fortaleza-Monasterio de los Lobos Espaciales.
En los siglos pasados desde que el Rey Lobo y el Cíclope habían luchado en Prospero,
Russ se había convertido en un Primarca Demonio y en un avatar de Khorne. En un
choque así ningún simple mortal podía esperar sobrevivir, y las enormes salas del
Colmillo quedaron ahogadas por los muertos de ambos bandos. Entonces, tres días
después, los Leales simplemente se retiraron y volvieron a sus naves. El único rastro
que los Lobos Espaciales encontraron de su Primarca fue su Espada Gélida, Mjalnar, y
su enorme y vacía Armadura Demoníaca desparramada fuera de la entrada a su templo
personal a Khorne.
Mientras la manada empezaba a comer, Russ se volvió hacia mí y dijo: "Así es como
lucha un verdadero lobo, Bjorn. Así es como luchamos nosotros...""
Los Marines recién iniciados empiezan agrupados en grandes Manadas, y se los conoce
como Garras Sangrientas. Con la vitalidad de la juventud, cargan de frente hacia el
enemigo para derramar sangre en nombre de Khorne. Aquellos con la habilidad o la
fortuna suficientes para sobrevivir hasta asimilar las enseñanzas de Luther toman un
enfoque más mesurado y aún más efectivo en combate. Estos Cazadores Grises usan la
infiltración y la astucia para colocarse silenciosamente en posición, para descargar
mejor una muerte rápida sobre sus confiados enemigos. Los mejores exponentes del arte
de Khorne suben a la posición de Guardias del Lobo. Se les encargan las misiones más
importantes, como aplicar la voluntad de su amo sobre una Manada díscola, o abrir paso
al Señor Lobo para que rete a los líderes enemigos.
Las naves de los Lobos Espaciales están tripuladas por humanos llamados bondsmen.
Atienden a las necesidades de los Marines e incluso los siguen al campo de batalla.
Algunos son cultistas de Khorne que han buscado voluntariamente a la Legión en un
vano intento de demostrar su valía como Astartes. La mayoría de ellos simplemente son
personas capturadas en lugar de asesinadas durante las incursiones. En cualquier caso,
estos debiluchos no duran mucho con vida, sufriendo los accesos de ira de sus amos, o
convirtiéndose en comida para los Lobos de Fenris en los largos viajes entre combates.
Tras ellos vienen los Selectores de los Muertos. Acechan el campo de batalla
seleccionando los cráneos que consideran más valiosos para Khorne. También recogen
la semilla genética de los Lobos Espaciales caídos y seleccionan a aquellos enemigos
que lucharon lo bastante bien para ser salvados del borde de la muerte e iniciados
forzosamente en la Legión. Bajo la dirección de los Sacerdotes de Hierro, los bondsmen
de la Legión son enviados a rastrear el área en busca de cualquier cosa de utilidad.
Como los Lobos Espaciales tienen poca capacidad de manufacturar, y menos interés aún
en asentarse para emplearla, casi todo lo que tienen debe ser saqueado, desde la
munición de Bólter a Land Raiders enteros. Solo cuando los Lobos de Fenris han
regresado de cazar y devorar a los enemigos que huyeron cobardemente de la batalla la
Legión comienza su viaje hacia la siguiente batalla.
Inicialmente esto se hizo en condiciones controladas, con los sujetos atados durante el
proceso y alimentados por vía intravenosa con los nutrientes necesarios para alimentar
su transformación. Al tomar el mando de la Legión, Russ cambió dramáticamente estos
procedimientos. Un laboratorio esterilizado no era lugar para el nacimiento de un Lobo
de Fenris, y por tanto una vez que se administraba la Helix Lupus, los aspirantes eran
arrojados a los desiertos montañosos de Asaheim. En mitad del cambio, se esperaba de
estas bestiales criaturas que siguieran sus instintos, que cazaran y consumieran la carne
necesaria para reconfigurar sus cuerpos. Después, debían demostrar la compostura
suficiente como para regresar al Colmillo para que pudiera completarse el proceso y su
entrenamiento empezara lo antes posible.
Una vez marcados por Khorne de esta forma, la bestia interior se desata, y el largo y
agónico proceso de transformar sus cuerpos y mentes en los de los Hijos de Russ puede
comenzar. Aunque los procesos tradicionales de implantación de semilla genética
requieren que el aspirante no haya superado más que el inicio de la pubertad, parece ser
que la corrupta Helix Lupus permite que el proceso pueda aplicarse a candidatos
completamente adultos. Se ha sugerido que puede incluso ser usada para corromper
forzosamente a Astartes de otras Legiones para que sirvan a Khorne. Aunque ninguna
de las Legiones Leales ha admitido jamás que esto haya ocurrido a uno de sus
hermanos, supondría un nuevo peligro añadido a la lucha contra los Lobos Espaciales:
que al hacerlo se arriesguen a un destino peor que la muerte.
El único continente del planeta, Asaheim, era el único lugar aislado de esta agitación
tectónica. Permanentemente alzado por encima de los mares, su costa era un único y
escarpado acantilado, lo que hizo que la primera vez que la Humanidad logró poner pie
en él fue cuando llegó el Imperio. Los animales que acechaban en los bosques y los
picos de las montañas de Asaheim no eran menos peligrosos que los que se encontraban
en los océanos: osos, mamuts y los más peligrosos e icónicos de todos, los Lobos de
Fenris. Se habían visto manadas de ellos en las islas, cazando al ganado y a la
población, y eran muy capaces de lanzarse al mar en busca de nuevas presas.
Aunque Fenris murió cuando su errática órbita lo lanzó hacia el corazón de su sol, una
muerte más sutil tuvo lugar cuando Russ regresó tras la Herejía. Aquellos que no se
sometieron a Khorne fueron diezmados, y los turbulentos mares se enrojecieron con la
sangre de los "no iluminados". La pérdida simultánea de su Primarca y de su mundo
natal dividió a la Legión en partidas de guerra que zarparon hacia el mar de las estrellas
en busca de nuevos planetas en los que dedicarse a su asesino oficio.
En ocasiones, estas partidas de guerra se cansan del Imperio y vuelven al Ojo del Terror
para probar sus habilidades contra los adoradores de otros Dioses del Caos y tomar sus
cráneos. Como muchas otras Legiones, han tomado para sí un mundo en esa región,
aunque no como un hogar, sino como un santuario. Es en este mundo muerto, muy
alejado de los observadores sensores de las naves del Imperio, donde la Legión acude a
hacer sus ofrendas a Khorne. Las montañas de cráneos votivos se alzan hasta las nubes
plagadas de Demonios, y cada calavera añadida se dice que sostiene y alza aún más el
trono de Khorne. En un reino donde la Disformidad y el plano material se mezclan,
¿quién puede decir que se equivocan?
Aunque el destino de Leman Russ se desconoce, cada Lobo Espacial tiene una teoría.
Algunos dicen que, como Roboute Guilliman, fue capturado por los Primarcas
imperiales y llevado de vuelta a Terra encadenado. Otros dicen que fue expulsado a la
Disformidad, o que su misma esencia fue aniquilada por el poder psíquico de Magnus.
Todos aseguran, no obstante, que ni siquiera la misma muerte podrá evitar que Russ
regrese a reunificar a la Legión para su gran batalla final, la Hora del Lobo. Algunos
creen que con las fuerzas del Caos reuniéndose y organizándose por fin para un ataque
todopoderoso sobre el Imperio, el Fin de los Días está cerca, y que el regreso de Russ es
inminente. Como se le negó poner pie en Terra durante la Herejía de Dorn, creen que
ningún poder en este univers podrá impedirle ahora que tome parte en la destrucción
final del Archibrujo.
Portados por los guerreros de Fenris como una defensa contra la magia, los torques de
hierro se hicieron comunes incluso entre los Lobos Espaciales terranos. Después de que
la Legión se entregase a la adoración al Dios de la Sangre, empezaron a llamarlos
"Collares de Khorne", y grabaron elaborados símbolos de cráneos en el metal. Más allá
de la simple superstición, estos objetos tienen un potente efecto protector contra los
psíquicos y la magia, pues Khorne es anatema para ellos. Como la costumbre es ungir el
collar con la sangre de un oponente derrotado, el pectoral de un Lobo Espacial siempre
está salpicado de color carmesí. Tanto se hace esto, que se ha observado que algunos
collares tomados de Lobos Espaciales muertos han exudado sangre durante meses o
incluso años. El collar más infame fue fabricado por Bjorn Garra Implacable,
supuestamente a partir del hierro de la sangre de los miles de enemigos que había
matado personalmente. Se dice que Khorne se enfureció ante el orgullo de Bjorn, quien
estaba reteniendo lo que era legítimamente suyo, y condenó al Señor Lobo por sus
actos. En el clímax de la Rebelión de Proxima, el momento de su mayor triunfo, Bjorn
fue derribado y encerrado para toda la eternidad dentro de un Dreadnought. Cualquier
hijo de Russ que se atreva a vestir este collar queda imbuido de la legendaria furia y
habilidad de Bjorn, aunque parece ser que no de una gran esperanza de vida.
Contenido
[mostrar]
Al ir madurando, se dio cuenta de que los criminales a los que había estado castigando
habían recibido las órdenes de individuos más poderosos. Durante un largo y sangriento
año, el Acechante Nocturno atacó a la corrupción que se había extendido hasta la
cúspide de la sociedad. Desde los líderes de los sindicatos del crimen organizado a los
agentes de la ley que habían roto sus juramentos por el beneficio personal, nadie estaba
a salvo de su castigo, y sus cuerpos destrozados quedaban a la vista de todos como
advertencias para los que infringiesen la ley del Acechante Nocturno. Temiendo por sus
vidas, los criminales buscaron en vano a su atormentador. Sumas inimaginables fueron
ofrecidas por su cabeza, o incluso por información, pero sin resultado. No tenía a nadie
cercano, así que no podía ser traicionado, y Nostramo tenías sombras más que
suficientes para esconderse.
La guerra fue sangrienta, pero solo para uno de los bandos, y finalmente la población
criminal fue sometida completamente. Desde las avenidas de la Subcolmena a los
pasillos del poder, nadie se atrevía a infringir la ley por miedo a ser el siguiente en sufrir
el castigo del Acechante Nocturno. Cuando las expediciones imperiales alcanzaron
Nostramo, atraídas inicialmente por las historias sobre sus abundantísimas reservas de
adamantium, encontraron un planeta ordenado, productivo y gobernado por un ser de
poderes sobrenaturales. Magnus el Rojo de los Mil Hijos desembarcó para investigar
más, y pronto confirmó que otro de los hijos del Emperador había sido hallado.
La llegada final del Emperador fue una ocasión de silenciosa expectación y admiración.
Tan acostumbrada estaba la gente de Nostramo a la oscuridad, que cuando el Emperador
desembarcó de su nave insignia aterrizada directamente en la superficie del planeta,
muchos quedaron cegados por la brillante luz despedida por la astronave y la dorada
armadura del Señor de la Humanidad. Sin embargo, esto no fue nada comparado con lo
que ocurrió después. Al acercarse el Acechante Nocturno a su padre en actitud de
humilde súplica, el Emperador abrió sus brazos en señal de bienvenida, y todo el cielo
se iluminó como nunca lo había hecho. En honor al nuevo amanecer que el Imperio
había llevado a Nostramo, el Emperador había ordenado que la órbita de la luna
Tenedor fuese parcialmente alterada, de forma que ya no mantuviese al planeta en un
eclipse perpetuo.
Aunque la luz de la moribunda estrella de Nostramo era débil y pálida, para algunos
sería la última cosa que verían. Incluso el Acechante Nocturno cayó a tierra, agitándose
incontroladamente no por la luz, sino por una de sus visiones proféticas. Con gran
ternura el Emperador puso las manos sobre la cabeza de Su hijo, y detuvo el ataque,
diciendo:
—Emperador
La respuesta, controlada y firme, fue registrada para que toda la Galaxia la oyese:
—Konrad Curze
La Gran Cruzada Editar sección
Los recién bautizados Amos de la Noche lucharon sus primeras campañas de la Gran
Cruzada junto a los Mil Hijos. Esto dio a Magnus la oportunidad de examinar
ampliamente el fascinante talento de su hermano, que parecía derivar de una fuente muy
distinta de su propio método de maestría psíquica. Magnus sabía mejor que nadie que el
futuro no estaba fijado, y que las visiones podían ser tomadas fácilmente como
advertencias. Sin embargo, a pesar de todos los intentos de usar la información obtenida
de estas profecías, el destino siempre parecía conspirar contra él. Al carecer de contexto
para saber a qué se referían, el barullo de imágenes solo parecía cobrar sentido después
del suceso, con lo que ya era demasiado tarde. El Acechante Nocturno se fue volviendo
cada vez más fatalista y convenciéndose cada vez más de que estas visiones estaban
predestinadas a cumplirse.
Creía haber dejado Nostramo en manos capaces, pero en vez de eso, Curze se encontró
con que en su ausencia los criminales habían vuelto a las andadas y convertido el
planeta en una pocilga sin ley. El Adeptus Arbites y el Administratum no habían sido
capaces de solventar la situación, así que la tarea de reimponer el orden recayó en Curze
y sus Amos de la Noche, que emplearon para ello el terror a una venganza brutal e
inevitable. En una semana, el crimen prácticamente había desaparecido, y cuando la
Legión regresó de nuevo a la Gran Cruzada, fue un cuerpo inflexible de Amos de la
Noche el que se ocupó de mantener el control del planeta en lugar de los inferiores
Adeptus Arbites.
Los Amos de la Noche quedaron transformados por la experiencia de Nostramo, y con
las lecciones de la campaña pesando sobre ellos, vieron al Imperio con nuevos ojos. La
Gran Cruzada se había convertido en una víctima de su propio éxito. Con tantos mundos
conquistados tan rápidamente, muchos aprovechaban su lejanía de las líneas del frente
para alzarse contra el Imperio. Mucho antes de que los Guerreros de Hierro fuesen
convencidos de desangrar sus fuerzas en misiones de guarnición para tratar este
problema, los Amos de la Noche se encargaron personalmente de reimponer el gobierno
de la Ley Imperial en la flaqueante Galaxia.
Esta era una Legión mucho más brutal y e inflexible que la que había acompañado a los
Mil Hijos. Descendían sobre los planetas que solo seguían siendo nominalmente parte
del Imperio, y los envolvían en una capa de terror. Los líderes planetarios recibían un
ultimátum para someterse de todo corazón a la Pax Imperialis, y cualquiera que se
resistiera se convertía en un ensangrentado ejemplo para los que se plantearan la locura
de la rebelión. Igual que una planta crece torcida si la caña que la sostiene y la guía es
retirada demasiado pronto, lo mismo se aplicaba al Imperio de la Humanidad.
Los Amos de la Noche decidieron llevar a cabo personalmente las horribles cosas que
hacían falta para evitar que el Imperio cayese en la anarquía y la rebelión, y para
proteger a la Humanidad de sus propios oscuros impulsos. Las proféticas visiones de
Curze fueron vitales para aplastar rebeliones antes de que cobraran fuerza, y se fomentó
la creencia de que podían ver el mal que acechaba en los corazones de los hombres.
Hacían todo esto voluntariamente, sabiendo que el precio era ser odiados, y obviamente
temidos, por la misma gente a la que estaban protegiendo.
Con la excepción de su mentor, Magnus, Curze nunca se sintió cercano a sus hermanos
Primarcas, y por tanto le importaba poco su pobre opinión de él. Todo lo que importaba
era que el Emperador entendiese sus actos. Dejó a sus hermanos con sus maquinaciones,
rivalidades y poses, confiado en que aunque no coincidieran en los medios empleados,
todos ellos estaban trabajando a su manera por la mayor gloria del Imperio. Esta
creencia, y la participación de los Amos de la Noche en la Gran Cruzada, acabaron
abruptamente en el planeta Cheraut.
Prueba de la fiera y coordinada resistencia del pueblo de Cheraut fue que hubo que
enviar a los Primarcas de tres Legiones a someterlo definitivamente. Los Amos de la
Noche llegaron primero, y Curze ordenó a su Legión llevar a cabo actos de brutalidad
terribles y públicos contra las fuerzas militares que se les oponían para paralizar a las
naciones individuales con terror. El antaño cohesivo y unificado mundo que había
resistido firmemente contra Regimientos veteranos del Ejército Imperial durante más de
un año cayó en el desorden. Para cuando los Hijos del Emperador de Fulgrim y los
Puños Imperiales de Rogal Dorn llegaron, cada ciudad resistía sola, aislada incluso de
sus vecinos más cercanos, y estaban listas para ser conquistadas una por una.
Tanto Dorn como Curze estaban allí, pero en vez de en Cheraut estaban en mitad de la
sala del trono del Emperador en Terra. En lugar de la serena majestuosidad que Curze
recordaba, había obvios signos de daño de batalla y el olor a muerte y a osario llenaba
el aire. La ornamentada armadura dorada de Dorn estaba grabada con símbolos
profanos a los que dolía mirar, y sus ojos hundidos ardían con odio y con los fríos
fuegos de la locura. Curze intentó moverse, pero solo podía retorcerse contra los
pesados grilletes que le retenían. Sus movimientos se volvieron cada vez más frenéticos
cuando Dorn desenvainó una espada de filo negro, y se hizo a un lado para revelar el
destrozado e inconsciente cuerpo del Emperador, para a continuación colocar
sonriente el filo sobre la garganta de su padre. Con un poderoso crujido la cadena que
sujetaba a Curze cedió, y se lanzó a través de la sala contra Dorn, con las manos
retorcidas como garras para desgarrar y destrozar al Architraidor...
... Cuando despertó de la visión, sus manos estaban cerradas en torno a la garganta de
Dorn, y en un desesperado intento por prevenir el futuro que le había sido mostrado
continuó atacándole, desgarrando y arrancando con uñas y dientes. Mientras los
golpes le llovían de manos de todos los que le rodeaban, intentó explicar la importancia
de lo que estaba haciendo, pero sus palabras se perdieron en un aullido incoherente de
dolor y rabia. Se quitó de encima a los Astartes de armadura amarilla como si no
fuesen nada, pero antes de que pudiera quitar la vida a su traicionero hermano,
Fulgrim estaba ahí, y en un borrón de púrpura y oro le apartó de Dorn y le dejó
inconsciente.
Mientras era custodiado a bordo de la Phalanx, la vasta nave insignia de la flota de los
Puños Imperiales, Curze se dio cuenta de la gravedad de su situación. Su cuidada
reputación como objeto de terror, y el testimonio condenatorio de Fulgrim, alguien
conocido por odiar a Rogal Dorn, habían dejado a la gente preocupada por sus motivos
e incluso por su cordura. Además, vistas las sospechas y las injustas acusaciones de
hechicería que perseguían a su hermano Magnus, hablar de profecías solo debilitaría
aún más su caso. Sabiendo el resultado que un juicio ante el Concilio de Primarcas le
depararía, y que su visión le había mostrado como prisionero de Dorn, escapó de la
Phalanx dejando tras de sí un rastro de cuerpos. Mientras los Puños Imperiales y los
Hijos del Emperador le buscaban en vano, regresó a su Legión, y desapareció
silenciosamente en la oscuridad entre las estrellas.
Solo en su sanctum privado, Curze volvió a ser acosado por los fantasmas de lo que
podría haber sido. Sus oficiales coincidían unánimemente en que había tomado la
decisión correcta. Haber intentado penetrar en las profundidades de la Phalanx, hasta
su mismísima cubierta de mando, habría sido una locura. La seguridad a bordo de
aquella enorme nave había sido tan meticulosa que había tenido suerte de escapar
indemne, y además debía llevar la noticia de la futura traición de Dorn a aquellos que
podrían evitarla...
... Y aun así todavía sentía que había cometido un grave error. Sentía que si hubiera
logrado llegar hasta Dorn, quien ya estaba gravemente herido, podría haber acabado
con esta… esta herejía antes de que se derramase más sangre inocente.
Por un momento estuvo perdido entre los antisépticos pasillos de la Phalanx, hasta que
su palafrenero, el Capitán Shang, entró en la habitación. Había tomado su decisión: no
había nada que ganar en seguir persiguiendo a la Phalanx. Ya sabían perfectamente
dónde debían estar para evitar la traición de Dorn. Debían poner rumbo hacia Terra.
Tan buenos eran los Puños Imperiales en esta tarea que, a pesar de todo su sigilo, solo
con la llegada de los Ángeles Sangrientos y su descuidado relevo de los Puños
Imperiales en los muros exteriores pudieron los Amos de la Noche penetrar finalmente
los muros del palacio. Causaron desórdenes por todo el Palacio, atacando a las fuerzas
del Caos y a los Puños Imperiales en particular, pero a pesar de toda la devastación que
causaron, era solo una distracción. Su verdadero propósito era liberar al Emperador de
la jaula en que se había convertido Su sala del trono.
Con el área frente a ellos despejada, avanzaron a través del Investiario. Atravesar una
zona tan expuesta era un riesgo, pero era la ruta más directa para salir del palacio. En
torno a ellos, formando un anillo, había veinte plintos. Dos de ellos hacía mucho que
estaban vacíos, y a Curze no le sorprendió en absoluto ver que desde la Herejía muchas
más de las estatuas habían sido retiradas o destruidas, incluida su propia
representación, que había ocupado el octavo plinto. Dándose cuenta de que su padre se
había detenido en seco, Curze se volvió ansioso.
"Nunca me gustó este sitio, Konrad," dijo su padre, con sus ojos fijos en la ausente
undécima estatua. "Malcador nunca lo confirmaría, pero estoy seguro de que fue aquí
donde se llevó a cabo la ejecución... donde mi hijo murió por mi orden. Es como si
pudiera oír su aullido de muerte resonando desde estas piedras."
Esta charla sobre ejecuciones le helaba el corazón, y aun así Curze ansiaba revelar
finalmente a su padre lo que de verdad le había mostrado la visión que tuvo cuando se
encontraron por primera vez. Pero entonces el momento pasó, y el Emperador volvía a
caminar decidido hacia el otro extremo del Investiario.
Curze rogó a su padre que abandonase Terra, pero el Emperador fue inflexible en su
negativa. Ni siquiera la llegada a Terra de Rogal Dorn al frente de las Legiones
Traidoras de Istvaan pudo disuadirle, y a partir de ese momento Curze dejó de sacar el
tema. Lo que el Emperador le dijo a Curze para convencerle de que no debía abandonar
Terra a los Traidores se ha olvidado hace mucho, pero muchos en la Legión creen que
fue una profecía no del hijo, sino del padre.
Aún inconscientes de que su presa les había sido robada, los Traidores siguieron
centrando todos sus esfuerzos en penetrar los muros de la sala del trono. Esto permitió a
los Amos de la Noche hacer lo que mejor sabían: inspirar el miedo a la venganza entre
las fuerzas del Caos en el planeta. Durante este tiempo, Curze recibió más advertencias,
que intentó evitar con distintos grados de éxito. Su visión de Perturabo recibiendo una
grave e infecciosa herida a manos de Sanguinius de los Ángeles Sangrientos le llegó
justo cuando el asalto a la Última Puerta iba a producirse. A pesar de contactar con
Perturabo minutos antes del ataque, el Primarca de los Guerreros de Hierro ignoró con
desprecio la advertencia, y fue asesinado por el putrefacto Primarca. Más aún que la
pena y la responsabilidad que Curze sentía por la pérdida de su hermano, la revelación
de que sus actos podían crear inadvertidamente un futuro aún más oscuro sacudió a
Curze hasta lo más hondo.
Al entrar en su tercer mes, el Asedio de Terra cayó en un punto muerto, sin que ninguno
de los dos bandos pudiera vencer decisivamente al otro. Con la tan retrasada llegada de
las flotas de los Ángeles Oscuros y los Lobos Espaciales a punto de producirse, las
fuerzas imperiales buscaron una forma de acabar con la rebelión antes de que llegaran
los refuerzos, matando al propio Architraidor. Sin embargo, desde la apertura de la
brecha en la sala del trono Dorn apenas había sido visto en Terra, y había pasado a
coordinar la campaña desde la Phalanx.
Sin medios para contactar con su padre para advertirle de la inminente traición de Dorn,
y demasiado alejado del puente de mando para abrirse camino hasta allí, Curze hizo lo
único que pudo para llegar hasta Dorn. Para consternación de sus Amos de la Noche, los
dejó con la críptica frase "Esto será mi Investiario", antes de entregarse a los Puños
Imperiales y exigir ser llevado ante su Primarca.
Los Amos de la Noche siguieron luchando con renovada ferocidad, pero para cuando se
abrieron camino hasta los Hijos de Horus, la batalla, y la Herejía, ya habían terminado.
Los actos de Curze habían conseguido advertir al Emperador de que no bajase la
guardia ante el engaño de Dorn, pero esto tuvo un precio terrible. Los últimos segundos
de vida de Curze quedaron conservados en los pictograbadores de la armadura del
Primarca. Curze estaba fuertemente encadenado y sujeto, pero se mostró confiado al ser
llevado ante Dorn. Cuando se le ofreció la dura elección entre la vida y la muerte, entre
unirse a la rebelión, o morir en ese mismo instante, Curze soltó una escalofriante
carcajada de desprecio, y rechazó con calma la oferta, antes de dirigirse desafiante a
Rogal Dorn:
"¿Por qué vine ante ti solo para morir? Porque tu Herejía, y el acto que estás a punto
de cometer, demuestran la verdad de mis actos en Cheraut. Solo intenté castigar a
alguien que causaría mucho daño; mi único remordimiento es no haber tenido éxito en
matarte antes de que declarases la guerra a nuestro padre, nuestro Emperador. La
muerte no es nada comparada con tener la razón."
En esta misión recibieron el apoyo de los Altos Señores de Terra, que gobernaban en
nombre del Emperador, y en particular de su líder, Ezekyle Abaddon de los recién
renombrados Templarios Negros. Habiendo visto de primera mano el servicio y el
sacrificio de Curze y sus Amos de la Noche, el Alto Señor Abaddon les dio carta blanca
para someter de nuevo a los planetas rebeldes, y para asegurar que los Gobernadores
que estuviesen pensando en declarar su independencia reconsideraran la sabiduría de
tales acciones. Ordenó también que todo el poder del Oficio Asesinorum les
acompañase en esta tarea, un edicto que aún sigue vigente hoy día.
Junto con las extensas habilidades para reunir información del Templo Vanus de
Asesinos, que vigilan y predicen qué mundos tienen más probabilidades de rebelarse o
de sufrir una invasión, unos pocos Amos de la Noche también cuentan con la bendición
del don de la profecía de su Primarca. Esto permite a los Amos de la Noche aplastar
insurrecciones antes de que maduren, y redirigir ejércitos para que acudan a tiempo para
repeler agresiones de xenos o del Caos. Pero a pesar de todo el bien que hacen los Amos
de la Noche, su aparición rara vez es recibida con entusiasmo. Demasiado a menudo son
vistos como mensajeros de la perdición, pues siempre llegan justo antes que una flota
invasora, o como sangrientos vengadores. Con buen motivo se dice que los ojos negros
de los Amos de la Noche pueden ver la maldad en los corazones de los hombres, y
como pocos están totalmente limpios de pecado, más de una conciencia culpable
tiembla al oír la noticia de su llegada.
"Son un puñado bastante triste, Profeta", gruñó el Hermano Sargento Renzar mientras
observaban cómo el desastrado grupo de campesinos subía a bordo de la lanzadera de
transporte. La visión había mostrado a los aldeanos masacrados, y aunque a Tarl le
alegraba que se hubieran salvado, era difícil ver qué tragedia galáctica acababan de
evitar.
"Quizá no eran los civiles, la visión podría haber sido sobre estos Astartes Traidores.
Los motivos de los Ángeles Oscuros son casi tan difíciles de comprender como las
profecías", dijo Tarl. Se detuvo para recoger una hombrera agujereada por un disparo
de Bólter que mostraba el icono del "Ala de Muerte" y la arrojó al corazón de la
ardiente pira. Ya fuera por determinación, desesperación o simplemente arrogancia,
los Traidores habían atacado a pesar de saber que el planeta estaba bajo la protección
de los Amos de la Noche. En esta ocasión, no obstante, toda su famosa velocidad no
había servido más que para hacerles caer más rápido en la emboscada.
Atacan como desde la nada, favoreciendo las tácticas de guerrilla a los asaltos frontales,
antes de volver a fundirse en la oscuridad. Ningún lugar está a salvo de la ira de los
Amos de la Noche, y esto continúa hasta que el enemigo imagina verlos en cada sombra
y en cada oscuro rincón. De esta forma un pequeño número de Amos de la Noche puede
aparentar en todas partes, y paralizar a todo un ejército o incluso un mundo entero con
el miedo. Solo cuando una base o asentamiento está psicológicamente aislado, sin nada
que escuchar en las comunicaciones que la escalofriante promesa del justo castigo y los
aullantes gritos de sus compañeros de escuadra desaparecidos es cuando los Amos de la
Noche se reúnen para el ataque final. Con sus cascos decorados como cráneos,
aparentan ser la muerte encarnada, que ha venido a reclamar la vida de los que han
transgredido las leyes del Emperador.
Incluso en los casos en los que se dice del enemigo que no tiene miedo alguno, los
afilados talentos de los Amos de la Noche aún demuestran ser efectivos. Ya sean las
criaturas sinápticas de la Mente Enjambre Tiránida, o los corruptos Magi del
Mechanicus Oscuro, una vez que empiezan a caer sus líderes, sus seguidores pronto se
quedan confusos sin saber qué hacer, o reciben la orden de adoptar una postura más
defensiva y estática. Aunque algunos lo llaman una simple respuesta lógica o evolutiva
a la presencia de los Amos de la Noche, esta rápida reagrupación de tropas y la
imposición de un estado de alerta máxima se parecen bastante al miedo.
La Legión recibe la ayuda de los templos de Asesinos dentro y fuera del campo de
batalla, desde los infocitos del Templo Vanus que procuran y analizan datos, a los
agentes del Templo Vindicare que entrenan a los hermanos de batalla en el gran arte de
matar a distancia. Aunque una fuerza de Amos de la Noche normalmente solo cuenta
con un único Asesino entre sus filas, aún más raros y apreciados son los Profetas de la
Legión. Pueden proceder de cualquier trasfondo o especialización (por ejemplo, uno de
los mejores y más valientes Profetas de la Legión no era un oficial, sino un Apotecario),
y tan pronto como manifiestan su talento son estudiados detenidamente por los
hermanos del Librarium.
Como bien entendió Magnus el Rojo, hay poco en común entre el poder psíquico de los
Bibliotecarios y las visiones proféticas de los Amos de la Noche. No obstante, el
Librarium es inestimable a la hora de organizar y analizar las a menudo enmarañadas
imágenes hasta conseguir una forma coherente, y para ayudar a identificar cuándo y
dónde ocurrirá el desastre. Sus miembros también son empleados para comprobar la
veracidad tanto de la profecía, como hasta del propio Profeta, pues las consecuencias de
la influencia de los Poderes Ruinosos sobre estas visiones serían verdaderamente
desastrosas.
A pesar de que la llegada del Emperador trajo la luz diurna a Nostramo, la población se
ha mostrado reticente a aceptar este nuevo amanecer. Como son un pueblo adaptado
genéticamente a la oscuridad, incluso la débil luz solar que les llega puede ser cegadora,
y bajo la protección de los Amos de la Noche hay poco que temer de las sombras. Por
eso, la sociedad nostramana lleva a cabo sus negocios durante la noche siempre que
puede, y la población tiene cuidado de regresar a sus cerrados hogares antes de que los
primeros rayos ardientes de sol regresen al amanecer. Las únicas almas que se pueden
ver por las calles durante el día son los extranjeros al planeta, o aquellos obligados por
las circunstancias a aventurarse en la luz del día tras gafas de cristal ahumado y capas de
ropa protectora.
Como corresponde a un cuerpo celestial tan influyente, Tenebor aparece entre los
Arcanos Menores, la versión nostramana del Tarot del Emperador. Debido a la dualidad
de su naturaleza, se pueden alcanzar una multitud de interpretaciones distintas
dependiendo de su posición, orientación e interacción con el resto de cartas mostradas.
Durante la Gran Cruzada, Curze tuvo que regresar a Nostramo para remediar el
descenso del planeta en la anarquía y la corrupción. Para evitar que su Legión quedase
contaminada por degenerados morales y psicópatas, desató a sus Amos de la Noche
sobre los criminales en un eco de su primera gran purga de la sociedad nostramana. Tan
efectivo fue esto, que algunos se preocuparon porque la población hubiese quedado tan
acobardada y sometida que ya no sirviese como fuente de reclutas. No hace falta decir
que no deberían haber dudado de su Primarca. Igual que el pueblo de Nostramo se había
adaptado a la oscuridad perdiendo sus irises, también se adaptó ahora a una sociedad en
la que el crimen era castigado tan rápida, brutal y públicamente, abrazando el concepto
de justicia natural de Curze no solo como una norma, sino como su deber moral.
Para los que de verdad están libres de pecado, el mundo de Nostramo es el más seguro
del Imperio.
Aunque este don ha ayudado a dar forma a las tácticas empleadas por cada Amo de la
Noche, hay otra herencia mucho más extraordinaria que solo pasa de Konrad Curze a
unos pocos selectos de sus hermanos: el poder de la profecía. Tal es el sufrimiento que
estas visiones provocan en cuerpo y alma, que sus portadores pueden ser identificados
fácilmente por su aspecto obsesionado, incluso demacrado. Debido al importante papel
que estas advertencias tienen en la psique y en la efectividad de la Legión, se ha llevado
a cabo una profunda investigación en busca de la forma de aumentar el número de
individuos capaces de dominar este inestimable talento. A lo largo de los siglos se han
intentado innumerables estrategias, pero la verdad es que la proporción de individuos
dotados con este talento apenas ha podido mantener el ritmo de la expansión de la
Legión.
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En sus tres décadas de vida, Rupal había matado a docenas de mutantes caníbales,
pero este niño era diferente. Con la lanza aún en alto, se volvió para dirigirse a su
pueblo, con la intención de hacerles entender que de alguna forma este chico podía
significar la salvación para todo su mundo, cuando la flecha le impactó en el pecho.
Rupal se tambaleó hacia atrás y cayó, paralizado por la sorpresa y el efecto de los
venenos. Sobrevivió el tiempo justo para ver a su pueblo huyendo aterrorizado de los
mutantes emboscados, y a su retorcido líder observando al pequeño ángel. Con la
negra mano de la muerte sobre su corazón, el último pensamiento de Rupal no fue para
sí mismo, ni siquiera para su tribu, sino una desesperada esperanza de que el niño
sobreviviese.
Antes incluso de que el joven Primarca de los Ángeles Sangrientos aterrizara en Baal
Secundus, la historia de este satélite ya estaba llena de esfuerzos contra la adversidad.
Aunque las lunas de Baal habían acogido antaño asentamientos humanos
tecnológicamente avanzados y ricos, unas guerras terribles los habían destruido por
completo hacía mucho. Todo lo que quedaba de la población humana original eran
tribus que se aferraban a la existencia, carroñeando comida por un paisaje convertido en
cristal irradiado y barro tóxico por las armas atómicas y biológicas de sus antepasados.
Careciendo incluso de la protección más básica contra el duro ambiente radioactivo, la
mutación y las enfermedades eran muy comunes, y solo los más fuertes y resistentes
sobrevivían.
Las tribus de los Cambiados se unieron bajo su bandera, y sintiendo que su extinción
estaba cerca, los Sin Rostro también se unificaron. En las Cascadas del Ángel, el lugar
en el que había sido hallado el Primarca, un poderoso ejército atacó a la creciente banda
de Sanguinius. Acorralados por un lado por los acantilados, y por los cañones del
enemigo por el otro, los Cambiados urgieron a su amado líder para que huyese volando
en la oscuridad de la noche y se salvase, pero no los quiso abandonar. La primera luz
del amanecer brillando sobre las prístinas alas de Sanguinius fue la señal para el inicio
de un día de carnicería sin igual desde las guerras que habían asolado el satélite. Aunque
los Cambiados estaban superados en número cinco a uno, habían sido entrenados en las
artes de la guerra por un avatar de la destrucción al que amaban más que a la propia
vida.
Se dice que las tribus de los Cambiados comieron bien aquella noche.
La victoria en la Batalla de las Cascadas del Ángel rompió el poder de los Sin Rostro
por todo Baal Secundus, y Sanguinius se aseguró de que no volverían a alzarse. Su
ejército purgó cada pulgada de su destrozado mundo, y trajo innumerables trajes
antirradiación como trofeos a su regreso. En los años siguientes, la pila de cascos (cada
uno con la placa facial reflectante machacada simbólicamente) creció sin cesar en la
base del acantilado de las Cascadas del Ángel. Así, con gran ceremonia Sanguinius y su
guardia de honor se aproximaron al escondrijo de la última de todas las bandas de Sin
Rostro, un complejo de búnkeres dañados que había quedado abandonado tras las
guerras. Ninguna barrera ni muro pudieron detener la justa ira de Sanguinius. Fue el
Ángel Sangriento de la venganza, hasta el momento en que los defensores activaron las
armas biológicas que contenía el búnker.
Los letales patógenos mataron a Cambiados y Sin Rostro por igual, y derribaron incluso
al poderoso Primarca. En su estado paralizado, Sanguinius fue acosado por sueños
febriles de un gran poder que le buscaba por las estrellas. Recibió visiones de un
Emperador que le saludaba y afirmaba ser su padre, pero que al descubrir su mutación
se volvía contra él y demostraba no ser mejor que los Sin Rostro. Sanguinius sintió
cómo su corazón era arrancado de su pecho por el gigante con armadura que
acompañaba al Emperador, y presenció el genocidio de todas las tribus de Cambiados
de Baal Secundus.
En el frío silencioso y funerario, una voz que se llamaba a sí misma "Nurgle" ofreció a
Sanguinius una forma de evitar este destino para sí mismo y para su pueblo. Dijo que el
Emperador podía ser derrotado, pero solo mediante el engaño. Si Sanguinius actuaba
como un hijo leal, la presencia prometía que lo ocultaría con un atractivo que taparía sus
verdaderas intenciones, y que haría que todos los que lo mirasen no vieran más que el
más puro de los espíritus. Temiendo más por su pueblo que por su propia vida,
Sanguinius aceptó con reticencia, y despertó. Tambaleándose fuera del búnker, vio la
flota del Emperador llegar a la órbita, y a sus naves de desembarco rajar el cielo
nocturno con fuego.
Protegido por el brillo de Nurgle, el Emperador, acompañado por Horus, aceptó gozoso
a Sanguinius como hijo suyo. Ser descrito como "un alma pura, que creció impoluta en
un mundo de mutantes caníbales" desgarró a Sanguinius, pero mantuvo la mascarada.
Contra toda expectativa, incluso sus alas fueron tomadas como un signo de su
naturaleza angelical más que como una mutación condenatoria. Sanguinius ansió
desgarrar la garganta del Emperador en ese mismo momento, pero la imagen de su
cuerpo sin vida a los pies de Horus detuvo su mano. Como regalo de despedida, el
Emperador le cedió el control de la recién llegada Novena Legión Astartes, poderosos
guerreros creados según el patrón genético del mismo Sanguinius. Estos legionarios
terranos quedaron encargados de integrarle en la sociedad imperial, así como de
exterminar a las tribus mutantes para que los colonos, que debían proporcionar en un
futuro nuevos reclutas para la Legión, pudiesen prosperar.
Aunque eran ciertos, esos cuentos tan espeluznantes fueron fácilmente eclipsados por el
éxito de las expediciones de los Ángeles Sangrientos, pero a la larga su fuerza empezó a
decaer. La carencia de conocimientos técnicos de la Legión hacía que todo en sus
vehículos, armaduras e incluso naves se volviese cada vez más ineficiente y poco fiable.
Peor aún, una enfermedad atacó a la Legión, infectando sus heridas y absorbiendo su
vitalidad. Cuando se descubrió que los peores síntomas de esta plaga podían ser
aliviados con transfusiones de sangre, el desangramiento de sus víctimas pasó de ser un
hábito cultural a una necesidad absoluta. Ante semejante adversidad, Sanguinius quedó
más y más resentido contra su patrón. Desde que el pacto había sido rechazado, Nurgle
había permanecido en silencio, sin responder a las preguntas sobre cuánto más debían
los Ángeles Sangrientos mantener la pretensión de lealtad.
Cada mundo que la Legión conquistaba para el Imperio agotaba aún más sus recursos,
convirtiendo sus ataques relámpago de sus primeras campañas en agotadoras guerras de
desgaste. Sanguinius estaba regresando a Baal Secundus para restaurar las fuerzas de su
Legión cuando recibió un comunicado astropático de Rogal Dorn, el Pretoriano del
Emperador. El temor de Sanguinius a que sus verdaderas intenciones hubiesen sido
descubiertas demostró ser cierto, pero en lugar de con ira, Dorn le saludó cálidamente
como un compañero en la conspiración. Eliminó las sospechas de Sanguinius, y le pidió
que llevase a los Ángeles Sangrientos a Terra mientras él se ocupaba de las tres
Legiones incorruptibles en Istvaan V.
Esto era lo que los Ángeles Sangrientos habían estado esperando, pero no podía haber
llegado en un momento peor. Destrozados por el desgaste, la enfermedad y los fallos de
equipo, había pocas probabilidades de que llegasen a tiempo a Terra, y menos aún de
que estuvieran en condiciones de matar al Emperador. Con un peso en el corazón,
Sanguinius abrió su alma a Nurgle, y ordenó a sus hermanos que hiciesen lo mismo.
Para los habitantes de Terra, la completa enormidad de los actos de Dorn aún estaba por
ser asimilada. La destrucción de Istvaan y el aprisionamiento del Emperador dentro de
su propio palacio se parecían demasiado a las sangrientas guerras civiles de la Era de los
Conflictos. La aparición de Sanguinius y sus Ángeles Sangrientos al emerger de sus
naves de desembarco en el Espaciopuerto del Muro de la Eternidad les reveló la
verdadera naturaleza del Caos. Estaban demacrados, cadavéricos y marcados por llagas
supurantes, pero revitalizados por el poder de la Disformidad. Ni siquiera el brillo de
Nurgle podía ocultar en qué se había convertido Sanguinius, ni el febril y hambriento
brillo de sus ojos. Para los defensores, la rebelión de Dorn había sido impensable, pero
los Ángeles Sangrientos eran algo salido de una pesadilla. Parando sólo brevemente
para alimentarse tras su largo viaje, Sanguinius dirigió a sus hermanos de batalla al
Palacio Imperial.
Dentro, saludaron a la media Legión de Puños Imperiales que Dorn había dejado atrás.
Estos guardias de palacio se habían convertido en carceleros y tenían la misión de
mantener encerrado al Emperador dentro del búnker blindado de su sala del trono hasta
el regreso de Dorn desde Istvaan V. El odio que Sanguinius sentía hacia el Emperador
era tan fuerte que a pesar de la carencia de armas de asedio de su Legión ordenó a sus
Ángeles Sangrientos que dejasen sus puestos en los muros exteriores para atacar las
fortificaciones de la sala del trono. Como era de esperar, el ataque falló, y en la
confusión los Amos de la Noche atravesaron las fortificaciones abandonadas y atacaron
brevemente, antes de volver a fundirse con la oscuridad. Esto provocó mucha tensión
entre Sanguinius y el Primer Capitán Sigismund, el comandante del contingente de
Puños Imperiales, y causaría aún más cuando la verdaderas intenciones de la incursión
fuesen descubiertas.
La llegada de Dorn fue seguida poco después por la de los vengativos Hijos de Horus y
los Guerreros de Hierro. Esto hizo que las Legiones del Caos intentasen penetrar en la
sala del trono mientras rechazaban al mismo tiempo a los Leales que asediaban los
muros exteriores del Palacio Imperial. Ansioso por redimirse de su anterior fracaso, y
para evitar que su Legión fuese enviada con deshonor a aplastar las bolsas de resistencia
que se estaban formando por todo el globo, Sanguinius se entregó totalmente a la
defensa de los muros exteriores del palacio. Su mayor prueba llegó en el 55º día de
asedio, cuando los Guerreros de Hierro abrieron una brecha en la Última Puerta.
Mientras sus Ángeles Sangrientos repelían al enemigo y salían a destruir sus poderosas
máquinas de guerra, Sanguinius se enfrentó a Perturabo en combate singular.
Potenciado por el poder del Caos y aparentemente inmune al dolor, el Ángel Sangriento
triunfó sobre su hermano, partiendo su espina dorsal sobre su rodilla. Entonces, en un
acto que le hizo ganarse el odio eterno de los Guerreros de Hierro, Sanguinius absorbió
toda la sangre del moribundo Perturabo y lo arrojó con desprecio entre sus
desmoralizados hijos.
Entonces le llegó el turno a las Legiones Traidoras de abrir una brecha propia, esta vez
en las paredes de adamantio de la sala interior del trono. Una vez dentro, se reveló que
el anterior ataque de los Amos de la Noche había sido de hecho una distracción para
permitir que el Emperador escapase. Sanguinius dirigió a sus Ángeles Sangrientos en
una cacería por toda Terra para encontrar a su presa fugada, y allí por donde iban, la
enfermedad y las plagas los seguían. Rápidamente encontraron que la nueva base del
Emperador se hallaba en el Astronomicón, una extraña elección habiendo varios lugares
más defendibles a su disposición. Al acercarse hacia el Astronomicón, los Ángeles
Sangrientos cayeron en el último truco del Emperador: reconfigurar al faro psíquico
para brillar con Su presencia, lo que debilitó las energías demoníacas en todo el planeta.
Esto afecto no solo a las criaturas disformes, sino también a los propios Ángeles
Sangrientos, que tanto dependían del favor de Nurgle.
Con este constante desgaste en sus números, además de la agotadora batalla por
simplemente seguir con vida, los Ángeles Sangrientos han acabado limitándose a
disfrutar castigando a los mundos imperiales que asaltan. Sanguinius, sin embargo,
nunca ha olvidado su propósito original, y se mueve de flota en flota urgiéndoles a
prepararse para el tan retrasado segundo ataque a Terra. Hay una tensión entre los
Ángeles Sangrientos y su deidad patrona que se ha mantenido a lo largo de los milenios
desde aquel mal comprendido primer pacto en Baal Secundus. Nurgle nunca ha logrado
obligar a Sanguinius a someterse totalmente a su voluntad, pero a pesar de eso el Dios
de la Plaga tampoco ha mostrado interés o capacidad de convertir a una Legión más
obediente a una adoración más entregada. Es posible que ver cómo los Ángeles
Sangrientos luchan desesperadamente contra la agotadora entropía de sus "dones" le
entretenga más que la ciega adoración que recibe de sus seguidores más obedientes.
Doctrina de combate Editar sección
Incluso de joven, dirigiendo a sus tribus a la guerra contra los Sin Rostro, Sanguinius
volaba muy por encima del campo de batalla antes de lanzarse en picado para destrozar
el centro de la línea enemiga. Este simple gozo, procedente de un tiempo anterior a que
su vida quedara atada a Nurgle o al Emperador, ha sido imprimido en el alma de todos y
cada uno de los Ángeles Sangrientos, y se refleja en el estilo de combate de la Legión.
Escuadras de Asalto altamente móviles forman la vanguardia de todo ejército de los
Ángeles Sangrientos, y la competitividad por ganarse un puesto entre sus filas es feroz.
Careciendo del conocimiento técnico necesario para crear o incluso mantener los
modelos tradicionales de retrorreactores Astartes, un hermano debe sellar su propio
pacto para crear y alimentar a su motor demoníaco. Estos arcaicos aparatos emiten un
sonido discordante más parecido al zumbido de un enjambre de moscas que al rugido de
una turbina a reacción. Al sumarlo a los de sus hermanos de escuadra, se forman
armonías antinaturales que pueden hacer que sus oponentes huyan de terror antes que
enfrentarse a ellos.
Tales estrategias son efectivas contra todos los enemigos salvo los más resueltos, pero
aun así hay un arma final y terrible en su arsenal: las hordas sin mente de los Perdidos.
Aunque son innegablemente letales en combate, los Perdidos son totalmente imposibles
de controlar, incapaces de distinguir amigos de enemigos. Al margen de esas
consideraciones tácticas, los Perdidos son terribles recordatorios del destino que les
espera a todos ellos. Por esta razón, solo las circunstancias más desesperadas llevarían a
un comandante Ángel Sangriento a permitir su uso en combate.
Cada Gran Compañía y, de hecho, cada nave de la flota de plaga, tiene su propio cuerpo
de Sacerdotes Sanguinarios y Maestros de los Ritos, poderosos individuos que poseen
una gran influencia. Sin los Sacerdotes Sanguinarios del Apothecarion para mantener
controlada a la Rabia Negra, los Ángeles Sangrientos caerían rápidamente al nivel de
simples bestias sin mente. Los Maestros de los Ritos son responsables de las naves,
armas y armaduras de la Legión. Gran parte del conocimiento técnico necesario para un
mantenimiento adecuado se perdió durante la sangrienta reforma de Sanguinius de la
Legión original, y lo que sobrevivió quedó inutilizado ante la corrosiva influencia de
Nurgle. En lugar de eso, los Maestros de los Ritos usan su hechicería para invocar y atar
a la miríada de entidades demoníacas que habitan en todo su equipo, desde las naves de
plaga, a sus vehículos e incluso a las armaduras que visten.
El propio Sanguinius se mueve entre las distintas flotas de plaga, acompañado por su
Guardia de Honor de antiguos veteranos. Mientras otros Primarcas que se pasaron al
Caos hace mucho que se convirtieron en Príncipes Demonio, Sanguinius sigue siendo
tan mortal y terrible como lo era en el Asedio de Terra. Solo con estar en presencia de
Sanguinius, aprender de sus milenios de experiencia y restaurar sus desgastadas reservas
de semilla genética llena a cada Gran Compañía con una voluntad y un propósito
renovados. Se espera mucho de una flota acompañada por Sanguinius, y la pena por
defraudar al Primarca es sufrir el mismo macabro destino que le ocurrió a los originales
Astartes terranos de la Legión.
Al ser una Legión basada en su flota, los Ángeles Sangrientos aprovechan toda
oportunidad que se les presenta para añadir más naves a su servicio. Esto lo hacen no
solo abordando y reclamando otras astronaves, sino también infectando a la tripulación
con las plagas de Nurgle, dejándolos como naves fantasma fáciles de rastrear. El
ejemplo más audaz de esto se dio en Puerto Mandíbula en el M34, cuando una incursión
aparentemente menor permitió a los Ángeles Sangrientos contaminar los suministros
para la mayor parte de la Flota de Batalla Gótica. Más de cuarenta naves, incluidas una
docena de naves capitanas, cayeron ante el contagio y se convirtieron en parte de la flota
de plaga.
Tras la Herejía, sin nada en Baal Secundus a lo que llamar hogar, los Ángeles
Sangrientos pasaron a establecerse en su flota, para así atacar más fácilmente al
Imperio. A diferencia de la mayoría de Legiones del Caos, nunca se han sentido atraídos
por el Ojo del Terror, y desde luego no les ha tentado habitar un Mundo Demoníaco
creado a imagen y semejanza de Nurgle. Aunque los Ángeles Sangrientos ya habían
dado la espalda al lugar, las Cruzadas en masa de Abaddon contra los hogares de las
Legiones del Caos acabaron por llegar hasta allí. Para entonces, los cambios provocados
por Nurgle estaban tan avanzados que incluso Mortarion de la Guardia de la Muerte,
criado en la nociva niebla química de Barbarus, no se arriesgó a poner pie en el planeta
sin antes sellar concienzudamente su armadura. Los Leales encontraron algo parecido a
un Mundo Demoníaco, habitado solo por las pútridas entidades disformes del Dios de la
Plaga. Las fuerzas imperiales se retiraron a la órbita, y sometieron a Baal Secundus a un
bombardeo atómico sostenido que superó en ferocidad incluso al que ya había sufrido
en su Gran Guerra hacía milenios.
La tres veces devastada luna fue declarada Perdita y puesta en cuarentena por el
Imperio hasta que fue absorbida por la siempre creciente frontera del Segmentum
Ultramar. Ya fuese por arrogancia o por ignorancia, los Ultramarines decidieron
colonizar lo que quedaba del satélite. La subsiguiente plaga y las acciones renegadas del
Capítulo fundado para guardar el área sacudieron el Segmentum Ultramar durante casi
un siglo.
Aunque las tribus de los Cambiados de Baal Secundus ya no son más que un recuerdo,
pueden encontrarse mutantes en la periferia de toda sociedad humana. Los cautivos que
portan el estigma son arrojados a la profunda y fétida oscuridad de las bodegas de las
naves, y los que son lo bastante resistentes como para sobrevivir hasta que sus captores
hayan terminado de cosechar órganos y sangre de los otros prisioneros son examinados
en mayor profundidad para comprobar si son compatibles con la semilla genética de los
Ángeles Sangrientos. Si son considerados dignos, los aspirantes son sometidos a una
batería de procesos quirúrgicos y ritos de sangre para implantar y activar la semilla de
Sanguinius, antes de ser enterrados en un sarcófago medicae durante un año. Estos
arcanos mecanismos alimentan y guían los cambios introducidos por los distintos
implantes para que cuando finalmente se abran, emerjan ensangrentados pero
convertidos en un eco de su cadavérico Primarca. Mediante una combinación de
psicoadoctrinamiento y transferencia genética reciben los recuerdos y los rasgos de
carácter de Sanguinius en sus primeros días en Baal Secundus. De esta forma renacen
compartiendo un lazo irrompible y un propósito único.
Los que fracasan en los procesos de selección sirven a la Legión durante el resto de sus
vidas, guardando y atendiendo a sus señores Astartes mientras duermen dentro de sus
sarcófagos. En parte esto se debe al miedo, pero un motivo más poderoso es la
desesperada esperanza de que sus actos convenzan a sus amos de considerarlos dignos
de ser Astartes después de todo. Dada la miríada de enfermedades que proliferan a
bordo de las flotas de los Ángeles Sangrientos, la esperanza de vida de la mayoría de
estos siervos se mide en semanas o meses. Algunos, sin embargo, se ganan el favor de
Nurgle y desarrollan una relación simbiótica con sus enfermedades, tratando a cada
llaga y a cada pústula como una agónica bendición.
La semilla genética original portada por los Legionarios terranos de la Novena Legión
era estable, eficiente y pura, pero tanto ellos como su línea genética fueron borrados de
la existencia. Sin que Sanguinius lo supiera, no solo su alma sino también su carne fue
corrompida por Nurgle, y en consecuencia también los implantes preparados a partir de
esta para crear a los nuevos Ángeles Sangrientos. Debido a esto, la línea genética de
Sanguinius se ha convertido en una maldición, actuando como la marca de Nurgle sobre
todo Marine que la porte. Estos implantes actúan más como un único organismo
parasitario que como simples trozos de carne. Absorben agresivamente los nutrientes y
la vitalidad de su anfitrión, provocando el característico aspecto cadavérico y
demacrado de los Ángeles Sangrientos. A cambio, los implantes producen una variedad
casi infinita de potentes enfermedades de las que el Marine se convierte en portador. La
semilla genética protege al anfitrión de los peores síntomas, y también se protege a sí
misma volviendo al portador notoriamente resistente a los daños, o al menos
permitiéndole ignorarlos hasta que se acaba la batalla.
El efecto de todo esto es una acumulación de toxinas en la corriente sanguínea que daña
a los órganos, y que si se deja sin control penetra en el cerebro causando la locura de la
Rabia Negra. Los Sacerdotes Sanguinarios tratan los síntomas administrando
transfusiones frecuentes de sangre no infectada, aunque in extremis puede ser bebida y
utilizada por el cuerpo mediante una adaptación única del implante del preomnor, o
segundo estómago. Los Ángeles Sangrientos pasan gran parte de sus largos viajes por la
Disformidad entre incursiones dentro de sus sarcófagos, despertándose solo al acercarse
al siguiente planeta. Cada sarcófago incorpora arcanos equipos de soporte vital que
filtran las toxinas de su sangre y permiten al Marine entrar en un estado mejorado de
animación suspendida para endentecer su constante declive.
A través de su historia, los Manos de Hierro se han esforzado por hacer más fuerte
a la Humanidad purgando a los débiles, sabiendo que es la única forma de que la
raza sobreviva. Al enterarse de la enormidad de la amenaza representada por los
Poderes Ruinosos, y del efecto insidiosamente corruptor que tenían sobre el cuerpo
y la mente, Ferrus Manus decretó que solo mediante la mecanización podía
derrotarse al Caos. Su objetivo era crear inteligencias frías y lógicas, desnudas de
las emociones que alimentaban a la Disformidad, y alojadas dentro de cuerpos de
inflexible metal. Los Manos de Hierro se han aferrado a este ideal incluso a costa
de ser clasificados como traidores y renegados, pero ahora, después de diez mil
años de ocultación, sus preparativos para hacer a la raza humana superar la
fragilidad de la carne están casi completos.
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Según la leyenda, se vio atraído a una zona de pesadilla del planeta, conocida como la
Tierra de las Sombras, un lugar acosado por monstruos y por los espíritus de los
muertos. Allí cazó a una terrible criatura conocida como la Gran Sierpe de Plata,
Asirnoth el Fragmento de Dragón, que había atacado a los clanes desde tiempos
inmemoriales. Tras una épica batalla el Primarca resultó finalmente victorioso, tras
ahogar a la Sierpe en un río de lava fundida, aunque sus manos quedaron cubiertas para
siempre del brillante metal que formaba el cuerpo de la criatura. Esto le hizo ganarse el
nombre de Ferrus Manus, El De las Manos de Hierro.
La llegada del Emperador y Sus ejércitos a Medusa causó gran temor y suspicacia entre
los clanes, pero Ferrus Manus no tuvo miedo. Caminó solo para enfrentarse al recién
llegado, y lo retó a pruebas de fuerza y habilidad para demostrar Su valía. Durante los
siguientes días de pruebas empatadas, un gran lazo de amor familiar y respeto se forjó
entre los dos, y Manus aceptó de corazón su papel predestinado en la Gran Cruzada. Se
le concedió el mando de la Décima Legión Astartes, y con él el gobierno sobre Medusa.
Aunque hasta entonces se había resistido a adoptar tales papeles de liderazgo, Manus
comprendió su importancia, y enfocó este reto de la misma forma que cualquier otro en
su vida: con fortaleza y fría lógica.
Estaba intrigado por conocer a los Astartes que habían sido creados a partir de su patrón
genético, y estuvo satisfecho de reconocer mucho de sí mismo en su carácter, llegando
incluso a renombrar a la Legión los Manos de Hierro para reflejar esto. De ellos
aprendió sobre el resto del Imperio, absorbiendo conocimientos a un ritmo prodigioso y
demostrando un genio innato para los asuntos técnicos que dejaba sorprendidos a los
Tecnomarines de la Legión. Al mismo tiempo que aprendía de su Legión, él les
transmitió la filosofía estoica y autonomista de Medusa, y el convencimiento de que
para que una sociedad floreciese, la debilidad debía ser eliminada sin remordimiento ni
tibieza algunos.
El objeto de sus esfuerzos hacía mucho que había dejado de ser una simple espada.
Había trascendido. Suponía que debía ser simplemente la inspiración, pero al volver a
mirar los esquemas aún no podía saber de dónde habían surgido muchas de las ideas.
Era como si, incluso sin ningún pensamiento consciente, sus manos plateadas hubieran
diseñado una vez tras otra la solución ideal. Al fin la espada estaba completa. Ningún
campo protector, ninguna armadura forjada, nada podría resistir ante semejante arma.
Que su hermano mirase este Filo Ardiente y llorase, pues era lo que había estado
buscando. Era la perfección.
Las expediciones de conquista de la Legión se extendieron desde Medusa para unir a las
dispersas colonias humanas bajo el dominio del Emperador, y en su mayoría se
dirigieron hacia la salvaje e inexplorada extensión del Segmentum Pacificus en el oeste
galáctico. Para los Manos de Hierro, especialmente aquellos nacidos y criados en
Medusa, muy pocos planetas podían igualar su ética de autonomía. Su acercamiento a
estos mundos era directo y resuelto: cualquier resistencia era respondida con fuerza
aplastante e inmisericorde. Del mismo modo que los clanes luchaban entre sí por la
escasa comida y recursos, ellos no ponían pegas a infligir horribles bajas con tal de
llevar nuevos mundos a la luz del Imperio. Ante estas tácticas, a menudo los líderes
planetarios intentaban rendirse, pero eran ignorados, recibiendo la tarea de acabar con
los elementos más débiles de sus poblaciones por sí mismos antes de pedir que los
Manos de Hierro cesasen las hostilidades. Aunque muchos consideraban que los
métodos de los Manos de Hierro eran propias de bárbaros y matones, solo eran su forma
de asegurarse de que la Humanidad era lo bastante fuerte para enfrentarse a la miríada
de peligros de la Galaxia.
Ferrus Manus expuso a los Manos de Hierro el formidable reto de someter a todos los
mundos humanos en un amplio arco de la Galaxia a la autoridad imperial, misión que
llevaron a cabo con resuelto estoicismo. Aunque les llevó más de un siglo de sangre,
sacrificio y dolor, al fin alcanzaron las Estrellas del Halo en el mismo borde de la
Galaxia. En un planeta tan distante de Terra que el Astronomicón no era más que una
chispa parpadeante en la noche, los Manos de Hierro llegaron al límite de sus
conquistas. El planeta, bautizado apropiadamente como Terminus por los
astrocartógrafos de la flota, era un lugar lleno de polvo y arena y desprovisto desde
hacía mucho de toda forma de vida: incluso su estrella era vieja y parecía moribunda.
Aun así, era un hito, y el lugar donde el destino de la Legión cambiaría para siempre.
El escaneo del planeta reveló que muy por debajo de la superficie existía una red de
vastas cavernas claramente artificiales. Al conseguir acceder a ellas, encontraron todo
tipo de maquinaria xenos aparentemente poderosa, aunque durmiente, y tras solo un
breve examen, Ferrus Manus ordenó a su Legión que le dejase y regresase a la órbita.
Aunque molestos por este giro de los acontecimientos, los Manos de Hierro respetaron
los deseos de su Primarca. Cuando Manus emergió, era un hombre transformado, y
estaba muy entristecido por lo que había encontrado.
Ferrus Manus explicó que había logrado descifrar algunas bases de datos, que relataban
la historia de una avanzada raza anterior incluso al momento en que la vida en Terra
surgió de los océanos. Su imperio había cubierto la Galaxia y su poder parecía
inamovible, pero desconocían la malévola amenaza del Caos que vivía en el corazón de
la Disformidad. El Empíreo, como llegaron a descubrir, no solo estaba habitado por los
depredadores disformes sin mente que atacaban a las naves desprotegidas, sino que
también había entidades de poder divino y maldad innombrable. Al principio habían
recibido con alegría el aumento de los poderes psíquicos entre su raza, pero se dieron
cuenta demasiado tarde de que esto debilitaba los muros que protegían a la realidad de
ese universo de horror, permitiendo que la locura y las posesiones demoníacas se
extendieran.
Esto hizo que una ola de sospechas, matanzas e histeria barriese la Galaxia, algo que
solo reforzó a las criaturas que vivían en tal reino de sombras, pues emociones tan
poderosas como esas eran un festín para ellas. Ni siquiera sus guerreros más poderosos
eran inmunes a la corrupción ni a la posesión, y volvieron sus armas contra cualquiera
que no los siguiese hacia la condenación. Mientras la guerra rugía, los Antiguos
intentaron usar su avanzada tecnología para crear cuerpos totalmente sintéticos para sí
mismos que fuesen inmunes a las tentaciones de la carne, y a los poderes disformes del
Caos. En docenas de bases ocultas por toda la Galaxia, de las cuales las cavernas de
Terminus eran solo una, se apresuraron a liberarse de la trampa de la carne antes de que
toda su raza se extinguiera. Fracasaron. Los incontables millones de silenciosos cuerpos
de metal que encontraron en las profundidades de las catacumbas debían haber acogido
a su raza, pero en vez de eso permanecían de pie y quietos como estatuas.
Las palabras del Primarca emocionaron profundamente a los Manos de Hierro reunidos,
especialmente porque expresaba por ellos un sentimiento que no habían sido capaces de
explicar desde los primeros días de la Gran Cruzada. A pesar de su naturaleza
pragmática y racional, la Legión había visto muchas cosas que no podían ser explicadas,
y esto daba pie a lo irracional. En especial, la proximidad de Medusa al Ojo del Terror
significó que sus fuerzas expedicionarias se habían enfrentado a mundos enteros
poblados por psíquicos, donde la locura y la mutación estaban extendidas, y las criaturas
demoníacas de pesadilla habían sido muy reales.
Para los Manos de Hierro, estaba claro que la historia se estaba repitiendo en ese
momento, y que la Humanidad avanzaba inconscientemente hacia el mismo destino que
habían sufrido los Antiguos. A menos que actuasen, la Humanidad sería corrompida,
atrapada y consumida por los Dioses Oscuros de la Disformidad. Ese día, Ferrus Manus
impuso a su Legión la tarea de examinar la tecnología contenida en cada uno de los
dispersos Mundos Necrópolis y de desarrollarla hasta el punto de que pudiera ser usada
para hacer que la Humanidad trascendiese más allá de las debilidades de la carne.
Dado el celo con el que el Adeptus Mechanicus guardaba sus secretos, la idea de que les
permitieran excavar y retirar nada de Marte estaba simplemente fuera de la cuestión. A
pesar de que el Sistema Solar era el más defendido del Imperio, y de que Marte contaba
con la protección de las Legiones Titánicas y de otras potentes máquinas de destrucción,
se diseñaron planes para sacar el Artefacto mediante el engaño. Estas desesperadas
maquinaciones fueron abandonadas cuando las máquinas de los Antiguos revelaron que
los Poderes Ruinosos ya se estaban moviendo para desgarrar el Imperio en una guerra
civil. Con tan poco tiempo, Manus formuló un audaz plan para aprovechar estos
sucesos.
Sabiendo que Rogal Dorn, el peón elegido por los Poderes Ruinosos, intentaría jugar
con cualquier debilidad aparente, Manus usó diestramente esto para su propio beneficio.
Contactó con Dorn y le habló de su preocupación por la Gran Cruzada, de la necesidad
de un liderazgo fuerte para evitar que el Imperio no se derrumbase por su propio peso, y
de la arrogante forma en que el Adeptus Mechanicus guardaba tan celosamente sus
tesoros tecnológicos. Durante el transcurso de tan importante conversación, Manus
permitió que Dorn le atrajese a la conspiración para deponer a su padre, y se aseguró de
dejar que una pizca de avaricia manchase su modestia cuando le dijo que los Manos de
Hierro serían los gobernantes ideales para Marte bajo el nuevo régimen.
Las palabras no bastaban para asegurar la confianza de Dorn, ni el acceso a Marte que
requerían. El pacto debía ser sellado con sangre y sacrificio en Istvaan V. Allí se
esperaba que ayudasen a emboscar y aplastar a tres Legiones que Dorn no había logrado
convertir a su causa, incluyendo a sus hermanos de armas, los Hijos del Emperador.
Ansiaban avisarles y después unírseles en la batalla contra los Traidores, pero sabían
que no debían hacerlo. Prueba de la resolución y de la confianza de la Legión en su
Primarca que ni un solo Mano de Hierro flaqueó al cumplir su deber, incluso cuando la
batalla hizo chocar a las dos Legiones. No se les pudo ver contenerse en lo más mínimo
contra sus antiguos amigos, y la Legión de Fulgrim atacó a los aparentes traidores con
una furia incandescente. Los dos Primarcas se encontraron, aunque brevemente, y a
pesar de que Manus tuvo a su hermano a su merced, dudó. En ese instante de duda,
Fulgrim atacó, hiriendo de gravedad a Manus y cortándole su mano izquierda antes de
que quedaran separados de nuevo por las mareas de la lucha.
Ferrus Manus, o más bien la cosa que ahora vestía su cuerpo, seleccionó a su próxima
víctima. Los Hijos del Emperador como Legión podían no haber caído al Caos, pero el
Fragmento de Dragón-Manus podía ver que había arraigado en el corazón del
arrogante Capitán duelista que tenía ante él. Aunque no era algo tan pronunciado
como lo que había hecho caer a Rogal Dorn, le habría consumido en un breve lapso de
tiempo si no hubiese venido a morir aquí en Istvaan V. Antes de que el hombre pudiese
siquiera abrir la boca para lanzar su reto, el Fragmento de Dragón saltó hacia delante
agarrando su espada por el filo desnudo. Los ojos de Lucius se abrieron primero por la
sorpresa, y después aún más por el impacto de ver cómo el campo disruptor de la
espada se esforzaba en vano en penetrar el fluido metal plateado que cubría la mano.
Ineficientes e incomprensibles como eran, actos de intimidación como este eran vitales
para mantener la ilusión de humanidad. Del mismo modo, no disfrutó ni por un
momento de la muerte del Astartes.
Con las tres Legiones Leales destruidas a efectos prácticos y su lugar en la rebelión de
Dorn cimentado con la sangre de sus hermanos, los Manos de Hierro pusieron rumbo
hacia el Sistema Solar. Durante el viaje, Manus fabricó una obra maestra de la biónica
con adamantio para reemplazar a la mano que había perdido. Era un recordatorio no
solo del precio que todos habían pagado en Istvaan V, sino también del grave coste del
más mínimo momento de sentimentalidad.
Mientras los Puños Imperiales y los Salamandras seguían avanzando hacia Terra, los
Manos de Hierro se dirigieron a Marte. Ignoraron las peticiones de ayuda de sus
supuestos aliados del Caos, y en vez de eso desembarcaron cerca del área conocida
como Laberinto de Noctis. Mientras la región era asegurada contra los ataques, Ferrus
Manus dirigió a los Tecnomarines de la Legión, por cavernas profundamente enterradas
bajo la superficie del planeta rojo, hasta el premio por el que tanto habían sacrificado.
Lo que encontraron fue una vasta caverna que, salvo por la pátina de los eones, era
prácticamente idéntica a la construida en Medusa. Aunque vacía a simple vista, la
cámara daba una impresión indefinible de abarrotamiento y opresividad, lo que según
Manus era un efecto secundario de la naturaleza extradimensional del Artefacto de
Marte. Tal era la complejidad del objeto, que Manus ordenó que se instalara todo tipo
de equipos arcanos antes de moverlo.
Los páramos del Laberinto de Noctis estaban lejos de los principales choques entre el
Mechanicus y sus hermanos corruptos por el Caos, con lo que durante una semana los
Manos de Hierro apenas recibieron ataques. No obstante, era cuestión de tiempo que su
presencia hiciese acudir a todo el poder de las Legiones Titánicas. Antes de que los
Manos de Hierro pudieran probarse contra este formidable enemigo, Ferrus Manus
ordenó que todos sus hermanos de batalla bajase a la caverna. Allí reveló que el equipo
que habían instalado estaba diseñado para transportarlos a ellos y al Artefacto de Marte
a través de la Galaxia hasta Medusa en un instante.
Manus dio instrucciones a la flota de los Manos de Hierro para que abandonase la órbita
y regresase a Medusa usando el método tradicional para evitar la devastación
tecnológica que causaría la activación de los sistemas. Cuando todo estuvo dispuesto, la
superficie del Laberinto Noctis fue sujeta a un bombardeo a gran escala que sacudió con
su furia toda la corteza. Mientras Ferrus Menus se acercaba al panel de control y alzaba
sus manos para pedir silencio, incluso los truenos de la guerra parecieron acallarse
expectantes. Esto se rompió con el antinatural aullido de energías que buscaban
liberarse, y con una mareante sensación de movimiento. Habían regresado a Medusa,
pero antes de que la Legión pudiese celebrar su éxito se hizo evidente que algo había
salido terriblemente mal.
Manus había aprendido mucho en los años que había pasado aprisionado. Tan seguro
había estado el Fragmento de Dragón de su dominio sobre él, que ni siquiera se había
preocupado de impedirle el acceso a sus recuerdos. Lo que había encontrado había
llenado a Manus con furia y pena, pero tenía recursos, paciencia, y era uno de los
Primarcas del Emperador. Ahora, con la pérdida de su mano de plata en Istvaan V, y
con el ritual para transportar a su amo alienígena a Medusa absorbiendo mucha de su
concentración, Manus supo que su momento había llegado. Si funcionaba, tanto él
como su Legión serían destruidos, pero mejor eso que seguir equivocadamente por su
camino actual. Ejerciendo toda su considerable fuerza de voluntad, Manus empezó
sutilmente a despertar a la entidad de su eónica hibernación.
Peor todavía, el Artefacto de Marte había resultado tan dañado que se requerirían
muchas décadas de trabajo, y todos los recursos de las bases ocultas, antes de poder
intentar otra reactivación. Su intención había sido iniciar el proceso de transformación
de la Humanidad en cuestión de semanas, acabando con la amenaza del Caos y de la
Herejía de Dorn de un solo golpe. En vez de eso, los terriblemente débiles Manos de
Hierro eran tenidos por parias por ambos bandos: el Imperio los consideraba traidores
por sus actos en Istvaan, y las Legiones del Caos los maldecían por ignorar sus
peticiones de ayuda durante el Asedio de Terra. Por mucho que les doliera, debían
ocultarse. Cuando la flota de los Manos de Hierro llegó de vuelta de Marte, las Grandes
Compañías separadas, así como sus clanes de origen, estaban listas para trasladarse a las
bases de los Antiguos por toda la Galaxia.
Lo que encontraron a su llegada fue que los complejos funerarios también habían sido
destruidos por el mismo cataclismo que los había afectado en Medusa. Al mismo
tiempo que el Artefacto de Marte había sido activado, las maquinarias habían hecho lo
mismo y sufrido una catastrófica sobrecarga. Con solo los detallados escaneos de sus
equipos de búsqueda, y el genio tecnológico de Ferrus Manus, las recién creadas
Compañías de Clan se pusieron manos a la obra para reconstruir no solo sus desgastadas
filas, sino también las máquinas de los Antiguos.
Durante miles de años, los Manos de Hierro permanecieron ocultos a los ojos que los
buscaban, aventurándose fuera solo para saquear suministros vitales, asegurándose
incluso de que no dejaban ningún testigo ni pista de su participación. El resto de la
Galaxia asumió que los Manos de Hierro habían sido simplemente bajas de la Herejía
de Dorn, y su muerte no fue lamentada por ningún bando. Sin embargo, con cada
máquina que reconstruían, más y más avances tecnológicos eran revelados. Implantes
biónicos, poderoso armamento Gauss, viaje espacial sin necesidad de cruzar la
Disformidad y teleportación fásica fueron todos desarrollados y aplicados en la mejora
de las capacidades de la Legión.
Aunque los Astartes habían sido diseñados para vivir largo tiempo, a diferencia de su
Primarca no dejaban de envejecer. Aunque podían aliviar el peso de los siglos
mecanizando sus cuerpos, si no hubiera sido por el descubrimiento del Padre de Hierro
Plantar del método para transferir la consciencia a una matriz cristalina, su única opción
para seguir viviendo hasta completar su tarea habría sido ser enterrados en los sistemas
de soporte vital de un Dreadnought. El Proceso Plantar demostró de una vez por todas
que era posible eliminar la debilidad de la carne, pero al ser tan complejo y difícil, no
todos los Manos de Hierro, y ni mucho menos cada miembro de la raza humana, podía
ser transformado de esta manera.
Fue con algo similar a la reverencia con lo que el Fragmento de Dragón se acercó a la
llamativamente ornamentada vitrina de trofeos del Primarca. Tras tanto tiempo
separados, estando menos que completo, la anticipación era palpable. Allí, entre
docenas de otras reliquias importantes para Fulgrim, su mano izquierda cortada
descansaba sobre un cojín de terciopelo púrpura. La placa de cristal se rompió
fácilmente, y recogió ansioso la mano. Como si se pusiera un guante, su mano biónica
izquierda se deslizó fácilmente dentro de la fluida plata, y esta se fundió sin fisuras con
el metal de su muñeca.
Con la Legión resurgiendo de nuevo, al fin los Manos de Hierro fueron capaces de
llevar a cabo las incursiones necesarias para obtener los objetos más difíciles requeridos
para la activación del Artefacto de Marte. Esto ha hecho que la Legión ataque objetivos
abiertamente, y que por tanto se exponga a vengativos contraataques. El mayor asalto
fue su campaña para capturar las Fortalezas Negras, en la que toda la Legión combinó
sus esfuerzos para atacar puntos estratégicos del Sector Gótico e impedir que el Imperio
les detuviera al atacar sus verdaderos objetivos. Las Fortalezas Negras eran bastiones
orbitales, posiblemente de origen xenos, que el Imperio había fortificado crudamente sin
saber realmente su verdadero potencial. Manus, sin embargo, mediante un estudio en
profundidad de los archivos de los Antiguos, había descubierto sus secretos, y cómo
volverlas contra sus defensores.
Durante las fases iniciales de la campaña lograron apoderarse de tres de las Fortalezas
Negras antes de la llegada en masa de refuerzos imperiales. Esto dificultó
significativamente su misión, pues los Astartes de la Guardia de la Muerte destruyeron
la cuarta en Yunque 206, y la quinta fue sustraída de Fulvaris por los Eldar. No
obstante, los Manos de Hierro lograron aprovechar la amarga lucha entre los Eldar y la
Guardia de la Muerte para capturar la última Fortaleza Negra en Schindlegeist.
El Vidente estudió las runas de hueso espectral una vez más, pero sus adivinaciones
fueron tan opacas como siempre. A pesar de sus mejores esfuerzos, los sirvientes del
Dragón seguían ocultos a su vista, revelándose solo las pistas más enloquecedoras.
Buscó entre los posibles futuros el mejor camino a seguir, pero los hados estaban
demasiado enredados incluso para alguien de su capacidad como para estar seguro. En
un intento de entender a su enemigo, había estudiado los muchos posibles hilos de la
juventud de Manus, y recordó con envidia los destinos en que moría
misericordiosamente antes de se atraído a una de las trampas del Dragón. El Vidente
no sabía que mentiras habían escuchado los Manos de Hierro, pero estaba seguro de
que ahora mismo debían estar construyendo y armando sin saberlo vastos números de
constructos Necrones, inconscientes de que los Mon-keigh no se librarían de la gran
cosecha cuando el Dragón despertase.
Los tres Talismanes de Vaul que ya poseían podían ser combinados para destruir
planetas o incluso estrellas enteras, ¿qué daño causarían si se les permitía apoderarse
de los seis? La mayoría de sus colegas pensaba que, a pesar de su increíble capacidad
destructora, su objetivo era simplemente destruirlos, y por tanto eliminar una de las
pocas armas capaces de matar a los Ungir. Sin embargo, los más perceptivos de ellos
se habían dado cuenta de que podían ser usados para destruir a los demás Ungir,
dejando al Dragón que gobernase sin oposición. La mayoría de los demás Mundos
Astronave habían afirmado que esa lucha intestina era un resultado bienvenido, y que
cualquier intervención solo les hacía arriesgarse a provocar más persecuciones de la
Guardia de la Muerte, pero estaban equivocados. Sin importar el coste, ni lo que los
demás Mundos Astronave decidieran hacer, debían conservar alguna forma de derrotar
a los Ungir. El Mundo Astronave Em'brathar debía ir a la guerra.
En los últimos días de M41, la Legión está en proceso de reclamar los últimos objetos
para su Primarca, y las cavernas bajo los Mundos Necrópolis están llenas con
incontables billones de cuerpos metálicos listos para acoger la esencia de toda la
Humanidad. Como si sintiesen que el fin está cerca, tanto las fuerzas del Caos como el
Imperio han intentado encontrar las bases ocultas de los Manos de Hierro, pero no se
puede permitir que nada interfiera con su segundo y tan retrasado intento de activar el
Artefacto de Marte.
Las propias Compañías de Clan están dirigidas por Marines tan ancianos que la mayoría
son veteranos de la Gran Cruzada. Con una edad tan avanzada vienen una experiencia y
sabiduría inmensas, que han sido recompensadas con una mecanización completa. Tan
voluminoso y valioso es el equipo Plantar, que los Marines completamente mecanizados
deben acudir al combate dentro de una Armadura de Exterminador. Tanto se venera a
estos antiguos, que su presencia se emplea para inspirar y dirigir a escuadras de sus
hermanos más jóvenes, equipados con servoarmaduras, en misiones particularmente
críticas.
Mientras los comandantes dirigen a las Compañías de Clan en las sendas de la guerra,
son los Padres de Hierro los que dirigen la investigación para reconstruir las
maquinarias de los Antiguos y aplicar sus secretos para reforzar a la Legión. Debido a
esto, los Padres de Hierro poseen una influencia enorme, no solo dentro de sus
Compañías de Clan, sino en el resto de la Legión, y pueden viajar sin problemas entre
los mundos de los Manos de Hierro en busca del siguiente descubrimiento tecnológico.
Los Manos de Hierro también han aplicado su maestría tecnológica a sus armas,
produciendo filos capaces no solo de cortar a través de la armadura más resistente, sino
también de sobrecargar fácilmente a los campos de energía. La Legión también ha
abandonado su antiguo arsenal de disparo en favor de las armas basadas en el principio
de proyección de flujo Gauss. Este envuelve al objetivo en un abrasador rayo de energía
que rápidamente lo descompone capa por capa, ya sea la carne de un ser vivo o el
blindaje de adamantio de un tanque de batalla. Cada tipo de arma de los Manos de
Hierro sigue este principio, desde el rifle básico a las armas pesadas portadas por las
Escuadras de Devastadores, y aún hay ejemplos más poderosos montados en vehículos
como los Predators o los Land Raiders.
"...sabíamos lo vital que era destruir el Land Raider, que lo usaban para
coordinar sus fuerzas y ayudarlas a teleportarse por el campo de batalla.
¡Sabíamos que teníamos que pararlo en seco! El teniente me mandó a todos los
soldados con Rifle de Fusión del pelotón, y después lanzó a todos los demás
contra él como distracción. Le oí ordenándoles que siguieran avanzando incluso
mientras sus hombres eran despellejados a su alrededor, pero no creo que
quedara nadie con vida para cuando nos pusimos a distancia de disparo.
Soltamos un infierno sobre esa cosa, potencia de fuego más que suficiente para
atravesar el núcleo del planeta, y aun así todo lo que hicimos fue arrancarle esa
fea pintura negra. Solo por un segundo pareció que el metal de debajo se había
licuado, se movía como el mercurio, pero entonces se reformó y se endureció.
Ni siquiera estaba caliente..."
—Testimonio del Sargento J.G. Lander, FDP de Tanakreg
Grito de guerra Editar sección
Los Manos de Hierro atacan en silencio, salvo por la estática y el crujido de los fallos de
conexión en las comunicaciones que preceden a su llegada.
Contenido
[mostrar]
El ejército de esclavos escapó de la ciudad, pero sin sus hermanos enloquecidos, que se
quedaron atrás para matar y ser matados. La experiencia hizo a Angron darse cuenta de
que sin un autocontrol y una disciplina de hierro se perderían a sí mismos. La mirada en
los ojos de los antiguos hermanos ebrios de sangre que se había visto obligado a matar
aquel día convenció a Angron de que él jamás debía sufrir ese destino.
Mientras los gladiadores huían a las tierras salvajes, los gobernantes de la ciudad
organizaron y enviaron un ejército de mercenarios para cazarlos. Angron y sus
hermanos emboscaron a los confiados y mal disciplinados soldados, los despojaron de
sus armas y provisiones, y los enviaron de vuelta a la ciudad como una ensangrentada
advertencia de que no los persiguieran más. Sin embargo, con la noticia del escape de
Angron extendiéndose y soliviantando a los gladiadores de otras ciudades, esto no era
algo que los gobernantes del planeta pudiesen ignorar. Temiendo perder su poder, y sin
subestimar más a ese “simple gladiador”, movilizaron un ejército de cien mil hombres y
lo enviaron a rastrear el país. Contra un enemigo tan aplastante, la única opción de
Angron era penetrar más y más profundamente en las montañas, pero al final no quedó
ningún sitio al que dirigirse. En la cima de Fedan Mhor, Angron y sus hermanos se
prepararon para hacer su última batalla.
Horus consiguió convencer a su padre de que había una solución mejor, y cuando el sol
se alzó sobre la montaña, los ejércitos de esclavistas se encontraron de frente no sólo
con los antiguos gladiadores de Angron, sino también por el Señor de la Humanidad, y
los Astartes de los Lobos Lunares. Contra unos oponentes tan formidables, los
esclavistas no tenían nada que hacer, y fueron eliminados fácilmente. Mientras el
enemigo huía desorganizadamente por las laderas, Angron se aproximó a su padre a
través del humo, y se arrodilló suplicante, reconociendo el lazo que los unía, y
respetando la verdadera honorabilidad del Emperador y Su causa. Aceptando lo
inevitable, la élite gobernante del planeta entregó el poder sin rechistar, y el mundo
aceptó rápidamente unirse al Imperio.
Horus tomó a Angron bajo su tutela, educándolo en todos los aspectos del Imperio. Así,
logró eliminar sus persistentes dudas sobre si estaría cambiando unos grilletes por otros,
y si el Emperador no sería sólo otro esclavista que quería verlo luchar y morir para su
propia diversión. Su primer encuentro en Fedan Mhor había ayudado mucho en esto, y
la presencia de Horus y sus Lobos Lunares superaron los recelos iniciales de Angron
sobre los implantes y psicoacondicionamientos que implicaban convertirse en un
Marine Espacial. Al principio, el proceso le pareció inquietantemente parecido a los
“chips agresivos” y los implantes cibernéticos que los esclavistas imponían a los
gladiadores, y que los volvían menos que humanos. Sin embargo, después de ver a los
Lobos Lunares en acción, Angron supo que tales cosas eran simples herramientas para
hacerles guerreros más eficientes, y que con un rígido autocontrol no había nada que
temer. Cuando la XII Legión llegó finalmente para encontrarse formalmente con su
Primarca, Angron estaba listo para tomar el mando.
Tristemente, no fue así. Primero el Señor de la Guerra fue derribado por una
enfermedad desconocida, y después llegaron noticias de que Guilliman había declarado
territorio independiente las vastas extensiones estelares del este galáctico liberadas por
su Legión de los Ultramarines: el llamado Segmentum Ultramar. Semejante afrenta al
sueño imperial hizo que los Devoradores de Mundos se entregasen inmediatamente a la
tarea de devolver el buen sentido a Guilliman, o de terminar con esta herejía de una vez
por todas. Bajo el mando de Rogal Dorn, el Pretoriano del Emperador, se reunieron
siete Legiones en la órbita de la última conquista Ultramarine, el quinto planeta del
Sistema Istvaan. Los Devoradores de Mundos, junto a los Hijos del Emperador y la
Guardia del Cuervo, se lanzaron sobre lo que se suponía era una Legión rebelde
machacada y desmoralizada, pero en su lugar se vieron masacrados por los disparos
tanto de los Ultramarines como de sus antiguos aliados. Dorn había sido corrompido por
los Dioses del Caos, y había arrastrado consigo a los Puños Imperiales, los Manos de
Hierro, los Ángeles Oscuros y los Salamandras. Conociendo los legendarios idealismo y
lealtad al Señor de la Guerra de los Devoradores de Mundos, Dorn ni siquiera había
intentado atraerlos hacia su causa. En vez de eso, optó por usarlos como un sacrificio de
sangre para sus Dioses Oscuros, y para comprar la neutralidad de los Ultramarines
durante la guerra que se avecinaba.
Vadeando ríos de su propia sangre, los machacados restos de las tres Legiones Leales se
abrieron camino hasta el punto de evacuación. El código marcial de Angron exigía que
semejante traición no pasase sin castigo, pero incluso él sabía que no ganarían nada con
ser masacrados gloriosamente. Su misión ahora era advertir al Emperador de la traición
de Dorn. Tras arrastrar tantos de sus hermanos caídos como pudieron a las lanzaderas de
evacuación, empezaron a recibir un bombardeo intenso desde las armas pesadas de los
Salamandras dirigidos por Vulkan, su horriblemente desfigurado Primarca. Con las
lanzaderas y las naves llenas de sus hermanos explotando a su alrededor, Angron
aprovechó su última oportunidad para salvar a su Legión y cumplir con su código
personal. Hizo saltar la portilla de su lanzadera, y se lanzó desde el lento aparato en
mitad de los Salamandras.
Las armas pesadas dirigidas contra los transportes fueron silenciadas, y los pocos
supervivientes de las tres Legiones evacuados. El destino final de Angron es objeto de
encendidos debates. Tanto los Devoradores de Mundos como los Hijos del Emperador
afirman que encontró su fin en combate contra el traidor Vulkan, mientras que la
difamatoria propaganda escupida por los Salamandras apunta a un final
considerablemente menos heroico. No hace falta decir que desde la Herejía, los
Devoradores de Mundos han aprovechado todas las oportunidades de luchar contra los
Salamandras. Cualquier campaña entre estas dos Legiones, como la Batalla de
Skalathrax o la Purificación de Gorthan-Liess, es luchada con una extrema amargura y
odio por ambas partes.
Enfurecidos al ver cómo les arrebataban el poder una segunda vez, los líderes depuestos
pusieron en marcha su solución final: si ellos no podían tener el planeta, entonces nadie
lo tendría. A su orden, poderosos explosivos fueron detonados a lo largo de las líneas
tectónicas y en el interior de las plantas geotérmicas del planeta, inundando las tierras
con lava y ahogando la atmósfera con ceniza. Esto provocó nuevas oleadas de actividad
volcánica que sumieron el mundo en oscuridad, y se produjo una extinción a escala
global. Los Devoradores de Mundos, protegidos por sus servoarmaduras, fueron los
únicos supervivientes del cataclismo, pero incluso su Fortaleza-Monasterio en Fedan
Mhor había resultado dañada. Tras evacuar a la flota en órbita, la Legión mantuvo una
vigilia de cien días sobre su moribundo mundo natal, y después se marcharon, jurando
recordar siempre, pero no volver jamás.
Parte de este proceso fue la retirada de sus “chips agresivos”, y las feas cicatrices
dejadas por el proceso se convirtieron en un recordatorio palpable de su pasado
rechazado. En solidaridad, los Astartes terranos que nunca habían llevado los chips
empezaron a tatuarse la forma de la cicatriz sobre la sien izquierda, y diez milenios
después, esta práctica aún continúa.
Tras la destrucción de su mundo natal, la Legión tuvo, por necesidad, que reclutar
nuevos miembros de otros Sistemas. Las flotas de los Devoradores de Mundos patrullan
por todo el Imperio, de forma que la Legión pueda seleccionar a los mejores candidatos
allá donde quiera que se encuentren. Las Barcazas de Batalla de cada Gran Compañía
contienen el conocimiento y los recursos necesarios para entrenar y reclutar a la
siguiente generación de Devoradores de Mundos. La Legión es muy respetada y
generalmente se la tiene por justa y honorable, y muchos Gobernadores Planetarios
están ansiosos por convertirse en uno de sus mundos de reclutamiento, con toda la
protección añadida que esto conlleva.
El traidor se derrumbó sobre el suelo, casi partido por la mitad por el Hacha Sierra.
Estaba incapacitado, pero aún se aferraba a la vida. A Varren le entristecía que una de
las Legiones del Emperador pudiera haber caído en la adoración a los Poderes
Ruinosos, dedicándose sólo al derramamiento de sangre y a cortar cabezas. Mirando a
los ojos del loco, un terrorífico pensamiento le asaltó: ¿Habría sido este su destino si
Angron no hubiese dado la espalda a la matanza? Por la gracia del Emperador...
- Sangre para el Dios de la Sangre. No le importa de dónde fluye -respondió con tono
áspero el Lobo Espacial, con una borboteante carcajada-. Somos hermanos de sangre
ahora...
El sacrílego insulto fue interrumpido bruscamente por la caída del hacha.
Varren lamió distraídamente sus labios, y saboreó el toque ácido y cobrizo de la sangre
del traidor. Durante el más breve instante, su mente se llenó de los recuerdos de su
oponente, y experimentó el disfrute de perderse dentro de la creciente marea de
sangre...
Entonces los muros del autocontrol se cerraron de nuevo en su sitio, y con revulsión
cayó de rodillas. Por encima del sonido de sus propias arcadas, el Capitán Varren
estuvo seguro de que podía oír las tentadoras carcajadas de los Dioses Oscuros.
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La conclusión de esta aplastante victoria fue empañada por la noticia de que Konor
había fallecido, y de que como único Cónsul restante, Gallan había tomado sus
competencias y posesiones. Gallan envió sus condolencias, pero también ordenó a
Guilliman y a sus tropas que abandonasen inmediatamente Illyrium para jurarle lealtad.
Guilliman regresó como se le había ordenado, pero se horrorizó al ver el estado de
abandono en que habían quedado las antiguas tierras de su padre adoptivo solo pocos
meses después de pasar a manos del nuevo gobernante único, con lo que cuando se
presentó ante Gallan, se negó desafiantemente a arrodillarse.
Ante los nobles reunidos, afirmó sin dejar lugar a dudas que Gallan no era el único
Cónsul: ante ellos se encontraba el Cónsul de Illyrium, según las antiguas tradiciones
que el mismo Gallan había invocado. Gallan no tenía más autoridad sobre él que las
mismas estrellas. Con esto, Guilliman regresó al norte a la cabeza de su curtido y
extenso ejército, y tras semejante despliegue de fuerza militar, Gallan no volvió a hablar
de lealtades.
Los mundos bajo su control crearon fuertes lazos entre sí, con una identidad tan
Ultramarine como imperial. Con cada nuevo mundo, estos planetas de "Ultramar"
crecían en fuerza militar e influencia cultural. A menudo su reputación los precedía de
tal modo, que las fuerzas invasoras eran recibidas por multitudes aclamadoras en lugar
de por una resistencia armada. Finalmente, su expansión llegó tan lejos que entró en
contacto con planetas sometidos por otras Expediciones imperiales. Reconociendo el
superior funcionamiento de Ultramar en comparación con el estancado e ineficiente
Administratum, un número cada vez mayor de ellos solicitó discretamente unirse a
Ultramar. Incluso llegó a haber peticiones de algunos planetas de la Franja Este para
que el Segmentum Ultima fuese renombrado "Segmentum Ultramar".
Esto llevó a amargas disputas entre el Administratum y los Ultramarines. La Legión fue
acusada de instigar estas peticiones y de minar la autoridad del Imperio. Esto fue
desmentido constantemente, si bien los desafiantes representantes de los Ultramarines
dijeron que seguirían aportando su experiencia a aquellos planetas imperiales que lo
solicitasen. La guerra verbal creció en intensidad hasta el punto de que, en la
conferencia de Jhalta, oficiales de alto rango del Administratum acusaron a los
Ultramarines de intentar tomar el control de planetas imperiales mediante subterfugios.
Durante una discusión particularmente encendida, un miembro del Administratum
incluso se atrevió a sugerir que habían dado la espalda al Emperador. Con el encuentro a
solo segundos de degenerar en un enfrentamiento violento, el propio Guilliman entró en
la sala. Su sobrehumano carisma y su presencia calmaron la tensa situación, y hacia el
final de la conferencia, los representantes del Administratum habían aceptado como
benignas las intenciones del Primarca. Muchos incluso estaban discutiendo teorías
organizativas con él y tomando notas. Parecía que el malentendido había sido resuelto.
Y así Dorn se había dirigido a los bordes del Segmentum Ultramar al mando de la flota
imperial. La mente del Emperador, dijo, había sido nublada por mentiras y paranoias, y
aunque Dorn había sido capaz de convencer a varios de los Primarcas durante el viaje,
Corax, Fulgrim y Angron habían sido incapaces de razonar. Con todo lo repugnante que
le resultaba, Dorn propuso que sus Legiones fuesen "neutralizadas" emboscándolas en
el recientemente sometido planeta de Istvaan V. Dorn también reveló que los Portadores
de la Palabra y la Legión Alfa habían sido enviados a golpear directamente el corazón
del Segmentum Ultramar. Para sellar el trato, Dorn transmitió a Guilliman las rutas
previstas de la Legión Alfa y los Portadores de la Palabra para que pudieran ser
rastreados y combatidos con mayor facilidad.
Viendo que no tenía más opción, Guilliman aceptó con tristeza el plan de Dorn. Su
Legión, apoyada por aquellas que Dorn había podido convencer de la locura del
Emperador, aplastó a la Guardia del Cuervo, los Hijos del Emperador y los Devoradores
de Mundos en Istvaan V. Al conocer sus códigos direccionales, los Ultramarines
pudieron apuntar a las naves y Cápsulas de Desembarco antes de que la mayoría de sus
ocupantes pudieran siquiera poner un pie en el planeta. Los pocos que sobrevivieron
lucharon como leones, y aunque no eran rival para las fuerzas dispuestas en su contra,
un puñado aún logró escapar de vuelta a la órbita para extender la noticia de la rebelión.
Dorn y sus Legiones se prepararon para abandonar Istvaan, pero antes de separarse los
dos hermanos se reunieron una última vez. Guilliman ofreció a las Legiones renegadas
asilo dentro del Segmentum Ultramar. Dorn le agradeció la oferta, pero dijo que debía
regresar a Terra para explicar sus actos al Emperador. Dorn le advirtió que aquellos que
manipulaban a su padre eran expertos en el arte de tergiversar la verdad, y que la misma
gente que había susurrado falsedades contra los Ultramarines sin duda empezaría a
extender propaganda contra Dorn y sus camaradas en los siguientes meses. Le llegasen
las noticias que le llegasen, Dorn urgió a Guilliman a recordar su amistad y a confiar en
él.
Tras esto, Guilliman les deseó buen viaje y buena suerte. Aunque deseaba
ardientemente regresar a Terra y ayudar a liberar a su padre de las fuerzas malignas que
Le rodeaban, Ultramar seguía estando bajo ataque de dos Legiones Astartes enteras.
Cada Marine y, de hecho, cada ciudadano del Segmentum Ultramar sería necesario para
derrotarlas.
El enfoque marcial de la Legión Alfa era radicalmente diferente, aunque igual de letal.
Mientras que el asalto de Lorgar era un ariete demoledor que arrasaba todo a su paso,
Alfarius era un veneno debilitante que se extendía insidiosamente por el Segmentum
Ultramar. Los enemigos parecían estar en todas partes, haciendo fallar las estructuras de
mando de cada planeta que tocaban mediante asesinatos, desinformación, terrorismo y
sabotaje. Peor aún, eran como fantasmas: trabajaban mediante redes de agentes
humanos, y eran enloquecedoramente difíciles de combatir abiertamente. En cualquier
otro reino que no fuese Ultramar, semejante estrategia habría provocado una parálisis
generalizada y arrojado a cada planeta a un egoísta aislacionismo, pero las enseñanzas
organizativas de Guilliman les hicieron capear la tormenta.
Tras un duelo que pareció durar horas, Roboute Guilliman ejecutó finalmente a Alfarius
por sus crímenes al pie de los acantilados de Amanthi. Más que una catarsis, Eskrador
resultó ser una victoria pírrica para los Ultramarines. Muchos grandes héroes de
Ultramar, como el Capitán Orar y Lord Kharta, Regente de Talassar, murieron para
lograrla, y sin embargo la pérdida de su Primarca no detuvo ni frenó siquiera el cáncer
de insurrecciones que la Legión Alfa había extendido por todo el Segmentum.
Durante décadas, el único contacto que tuvieron con las tropas imperiales fueron las
insidiosas insurrecciones y actos de guerrilla inspirados por la Legión Alfa, y algunos se
atrevieron a pensar que serían dejados mayormente en paz. Guilliman, sin embargo, se
mantuvo inamovible en su decisión de mantener la vigilancia. Su constancia se vio
recompensada cuando el martillazo imperial cayó en forma de cruzadas en masa.
Mediante una meticulosa planificación, habilidad y valentía, rechazaron cada ataque. La
tasa de muertes fue horrenda, perdiéndose poblaciones planetarias al completo, pero
Ultramar, como siempre, perduró.
Viendo cómo crecían la corrupción e ineficacia del Imperio tras la muerte del
Emperador, Guilliman refinó y codificó sus pensamientos en su obra maestra sobre
organización, el Codex Ultramar. Además de recoger cómo las autoridades civiles
debían estructurarse, también decretaba que su propia Legión debería ser dividida en
unidades autosuficientes más pequeñas para cubrir las vastas áreas de espacio que debía
proteger. Las Grandes Compañías fueron reorganizadas y rebautizadas como Capítulos,
dándose a sus Señores una autonomía mucho mayor. De esta forma, Guilliman creó una
estructura fuertemente conectada con los planetas que protegía, pero que a la vez podía
solicitar apoyo al resto de Ultramar en caso de enfrentarse a una amenaza muy superior,
como las Cruzadas imperiales.
Esto fue puesto a prueba cuando fueron atacados por formas odiosamente pervertidas de
Marines Espaciales que vestían las insignias de las Legiones a cuyo lado habían luchado
en Istvaan. Esta invasion se vio acompañada por una explosion de extraños y brutales
cultos dentro de sus fronteras. Aunque esto se atribuyó en un principio a un nuevo plan
de la Legión Alfa, pronto se hizo evidente que era algo mucho más peligroso, cuando
los Bibliotecarios de la Legión descubrieron tardíamente la verdadera y horrible
naturaleza de la Disformidad. Por si la realidad de la posesión demoníaca, de la
existencia de los Poderes Ruinosos y de la capacidad de estos para corromper incluso a
los Astartes no era lo bastante impactante, también quedaron destrozados al darse
cuenta de cómo Dorn los había manipulado a ellos y a su punto de vista de la guerra. Se
hizo terriblemente evidente que los “fantásticos cuentos” que se extendían desde las
fronteras imperiales, historias que habían sido ignoradas como simple propaganda
negra, contenían una amarga dosis de verdad.
El descubrimiento de cómo le había usado Rogal Dorn fue devastador para Guilliman.
Dorn había aprovechado bien el aislamiento de Ultramar respecto a Terra y el
malentendido con el Administratum para sus propios fines. La confianza de Guilliman
en su hermano había sido empleada para hacerle cómplice de la destrucción de tres
Legiones Leales en Istvaan V, y empujarle a elegir el bando equivocado en el
alzamiento contra el Emperador. Las manos de Guilliman estaban manchadas con la
sangre de su padre, y esto le hizo caer en una terrible depresión y una angustiosa
introversión. Esta situación preocupaba profundamente a sus hombres, y cuando
reapareció en escena, hizo dos anuncios. El primero fue afirmar la dolorosa certeza de
que la historia se repetía a sí misma. Siempre se había creído que la muerte de Konor
había sido accidental, pero a la luz del plan de Dorn de aislar a Guilliman en su intento
de matar al Emperador y apoderarse del trono, los actos de Gallan se hicieron mucho
más claros. Desde su envío al lejano Illyrium, a la velocidad con la que tomó el control,
todo indicaba que obviamente el hombre que le había adoptado también había sido
asesinado. Al ser comprobadas, las afirmaciones de Guilliman fueron pronto probadas,
y el nombre de Gallan y el de su familia fueron maldecidos por toda Ultramar.
El segundo anuncio de Guilliman fue incluso más impactante. Debían sanar la herida
entre el Segmentum Ultramar y el Imperio. A pesar de toda la sangre que había sido
derramada, debían reunificarse para destruir al Caos, el Gran Embaucador. Para gran
consternación de sus lugartenientes, Guilliman inició las negociaciones con los que
gobernaban en lugar del Emperador, y el planeta Prandium fue elegido como el lugar
del que debería haber sido un histórico encuentro.
En vez de eso, fue el lugar de una cobarde emboscada bajo la bandera de la tregua, y la
última y mejor esperanza para la paz entre los reinos fue destrozada. La delegación
imperial les engañó con palabras cálias, y las discusiones entre ambos bandos parecían
ir bien, hasta que los Astartes imperiales atacaron en masa a sus anfitriones
Ultramarines sin piedad alguna. Guilliman era el objetivo de su ira. En su informe final
como líder de la Guardia de Honor del Primarca, Kaisus explicó que se había logrado
abrir camino a través de la marea de cuerpos, solo para ver a Fulgrim de los Hijos del
Emperador derribar a su señor Guilliman de un golpe por la espalda. Los dos quedaron
entonces ocultos tras una nube de acre humo de ficelina, y cuando este se disipó, ambos
habían desaparecido.
Los dos habían sido abducidos a la órbita, y aunque los Ultramarines persiguieron a las
flotas imperiales todo el camino hasta la frontera y más allá, no pudieron rescatar a su
Primarca. Solo más tarde descubrieron la horrible verdad: las fuerzas imperiales habían
atrapado a Guilliman en un campo de estasis un momento antes de su muerte como una
tortura especial, y que había sido llevado a Terra como un macabro trofeo de guerra.
Esta atrocidad destruyó para siempre cualquier posibilidad de reconciliación entre los
dos reinos. Estaba claro que no se podría confiar nunca en el Imperio, y que este no
descansaría hasta que cada mundo y ciudadano de Ultramar fuese esclavizado. Por lo
que pudieron extraer de sus agents encubiertos y de refugiados que cruzaban la frontera,
el Imperio estaba atrapado en una espiral descendente de superstición, corrupción,
ineficiencia y brutalidad. Sin el Señor de la Humanidad, el Imperio estaba muriendo
lentamente, pero como cualquier bestia malherida, aún podía ser letal en sus estertores
de muerte.
Más allá de recuperar mundos conquistados por las cruzadas imperiales y aumentar las
defensas contra el siguiente asalto, había un consenso generalizado en que las fronteras del
Segmentum Ultramar debían expandirse. La tarea de arrebatar Sistemas a la mano muerta del
mal gobierno imperial fue encargada principalmente a Capítulos Sucesores recién fundados
que, como su Primarca antes que ellos, conquistaron nuevos territorios para demostrar su
valía. Aunque las fronteras del Segmentum Ultramar han crecido y decrecido durante los
milenios, estos Capítulos jóvenes y agresivos han sido la causa de la gradual expansión del
reino.
Aunque no es más que una fracción del tamaño del Imperio, el Segmentum Ultramar
sigue siendo ordenado, productivo y eficiente, lo que le permite sostener a sus vastas
fuerzas armadas. También es un reino ilustrado, tolerante y culto, muy alejado de la
represión prejuiciosa y estrecha de miras del Imperio. Por esto los refugiados se
arriesgan tanto por acudir en busca de asilo, y la población lucha tan duramente para
evitar ser devuelta al corrupto y brutal Imperio.
También ha habido muchas peticiones a lo largo de los milenios para que Ultramar
emprendiese su propia cruzada. No solo para liberar mundos fronterizos, sino para
lanzar un ataque profundo hacia el podrido corazón del Imperio y detener los ataques de
una vez por todas. Otro motivo añadido es el ardiente deseo de derribar las puertas de
Terra y recuperar finalmente el cuerpo de Guilliman de su prisión de estasis. Muchos
piden con pasión esta liberación, bien para dejarle morir con dignidad, bien para curarle
y que pueda dirigir la reunificación de toda la Humanidad en una nueva era de
iluminación.
La última de estas peticiones se produjo hace más de dos siglos, en el 740.M41. Un gran
número de nuevos Capítulos Sucesores acababa de ser fundado, y el Señor de
Macragge, Marneus Calgar, parecía decidido a decretar una cruzada así para rescatar a
su Primarca. Este valeroso plan, sin embargo, fue abortado con la llegada de la Mente
Enjambre Tiránida desde más allá del borde galáctico. Estos implacables alienígenas
devoraban todo a su paso, desnudando mundos enteros hasta la roca madre en su
hambre. Esta primera Flota Enjambre, designada “Behemoth”, solo fue detenida por un
despliegue de fuerzas por todo el Segmentum, y por el sacrificio de la mayor parte de la
Flota de Batalla de Calth. A pesar de esto, los Tiránidos tuvieron éxito allí donde el
Imperio había fracasado tantas veces, llegando a desembarcar en la superficie de
Macragge. Enemigos y aliados aprovecharon por igual la devastación, produciéndose un
avance de los Orkos, el Imperio e incluso los anteriormente amistosos Tau sobre
territorios de Ultramar.
Esto detuvo en seco todas las peticiones de un ataque sobre Terra, y durante un breve
espacio de tiempo el reino de Ultramar se contrajo. Estos sucesos fueron sonoramente
calificados de “juicios del Emperador” por la Eclesiarquía imperial, y estos insultos
crecieron hasta un nivel febril en la última década con la aparición de una segunda Flota
Enjambre, llamada “Kraken”.
Pero el Segmentum Ultramar hace lo que siempre ha hecho: perdurar. Reforzados por
las lecciones aprendidas en la lucha contra los Tiránidos, y potenciados por la
tecnología robada en sus guerras con los Tau, los Ultramarines volverán a alzarse, aún
más fuertes por haber superado estas pruebas.
Para garantizar que la alta calidad de la semilla genética Ultramarine se mantiene, todos
los Capítulos de la Legión envían regularmente muestras de la suya como tributo a una
instalación enterrada profundamente debajo de la fortaleza polar septentrional de
Macragge. Allí es probada y analizada en busca de cualquier signo de desvío o deriva
genéticos, y después catalogada y almacenada. Este proceso ha resultado ser la
salvación de las reservas genéticas de Capítulos que sufrieron pérdidas catastróficas, y
ha sido la base de la fundación de nuevos Capítulos Sucesores encargados de expandir
las fronteras del Segmentum Ultramar.
La fortaleza defensiva del polo norte de Macragge fue el lugar donde se libró la batalla
más sangrienta de la historia del planeta. En el cénit del ataque de la Flota Enjambre
Behemoth al planeta, incontables millones de organismos Tiránidos fueron dispersados
como semillas por toda la tierra. Enjambres aparentemente infinitos convergieron en la
fortaleza polar septentrional, muy por debajo de la cual se encontraba un almacén de
semilla genética de la Legión, razón por la que los Ultramarines nunca podían dejar que
cayera. Aunque la Primera, Tercera y Séptima Compañías del Capítulo de Macragge
cayeron hasta el último hombre en su defensa, su sacrificio no fue en vano. Dio tiempo
suficiente para que el resto del planeta se movilizara y exterminase a los invasores
xenos. No solo salvaron el legado genético de los Ultramarines, sino que también
previnieron el horror que habría provocado que la Mente Enjambre se hubiese
alimentado de una reserve tan rica de información biológica. Reconociendo la
vulnerabilidad de confiar en un único almacén, desde entonces los Ultramarines han
construido bastantes más. No hace falta decir que el número y localización de estos
lugares están entre los secretos mejor guardados del Segmentum.
A pesar de que ahora está muy adentro de las fronteras del Segmentum Ultramar,
Istvaan V ha seguido siendo un objetivo frecuente de los ataques imperiales. Aunque se
ha convertido en un respetable Mundo Fortaleza, aún mantiene una atracción especial
para las fuerzas comandadas por los Hijos del Emperador o los Devoradores de
Mundos. Tristemente, parecen incapaces de comprender que los Ultramarines fueron tan
víctimas de la Gran Traición de Dorn como lo fueron ellos.
Desde el cisma que dividió a la Humanidad, los mundos fronterizos con el Imperio han
sido rodeados con plataformas de defensa y son patrullados constantemente por flotas
de guerra. Esto ha sido comparado con un “Telón de Acero”, y ciertamente es una
barrera formidable, pero a pesar de los mejores esfuerzos de la Flota de Ultramar, aún se
cuelan fuerzas incursoras para atacar a los mundos más pacíficos que se encuentran al
otro lado. Hay incluso guerras dentro de las fronteras del Segmentum, desde
escaramuzas contra los Tau más allá del Golfo de Damocles y la omnipresente amenaza
de las infestaciones Orkas, a los insidiosos alzamientos populares provocados por la
Legión Alfa y por los esbirros del Caos. Cada Ultramarine y cada Sucesor conoce
demasiado bien los peligros a los que se enfrenta el Segmentum, pero con coraje y
honor, perdurarán.
"Mirad a los Tau. En los milenios que hemos pasado enfrentándonos al Imperio y a los
Poderes Ruinosos ellos han pasado de habitar en cuevas a dominar tecnologías que en
algunos casos superan incluso a nuestro propio entendimiento. Por sus ataques sin
provocación previa por todo el Golfo de Damocles, los Tau han hecho nulos y vacíos sus
tratados con nosotros, incluidos aquellos sobre el uso de su armamento.
Cada uno de los Capítulos y Sucesores de la Legión tiene su propia copia del Codex,
cada una con diferentes cambios y añadidos para reflejar sus propias circunstancias y
experiencias. La versión original e inalterada, escrita por la propia mano de Guilliman,
está guardada en la cámara más profunda de la Fortaleza-Monasterio de Macragge, y
como su autor, se conserva en un campo de estasis. Esta reliquia de valor incalculable
solo es mostrada coincidiendo con el nombramiento de un nuevo Señor del Capítulo. Al
colocar su mano derecha sobre el frágil libro, simboliza su intención de gobernar según
los principios y deseos de su Primarca.
Los ejemplos más importantes de cambios al Codex anotado del Capítulo de Macragge
son aquellos relacionados con los mejores usos de la tecnología de armamento pesado
de inducción, y con las tácticas extensivas desarrolladas para combatir a la amenaza
extragaláctica de los Tiránidos. Antes de que los Bibliotecarios del Capítulo permitan
hacer cualquier añadido al Codex, el potencial autor debe ser capaz de recitar y de
mostrar un profundo entendimiento del texto original de Guilliman. De esta forma, la
filosofía e intenciones del Primarca para el Codex han sido protegidas a lo largo de los
milenios.
El Señor del Capítulo Calgar sintió el zumbido de anticipación entre su tripulación del
puente cuando la Seditio Opprimere quedó completamente preparada para la batalla.
El último combate de la Barcaza de Batalla había tenido lugar en la defensa de
Prandium frente a la Flota Enjambre Kraken, y aunque había servido con valor, ni
siquiera su sacrificio definitivo había sido suficiente para salvar al planeta de ser
consumido. Le había faltado potencia de fuego, y eso era justamente lo que acababa de
proporcionársele. No se trataba solo de otra mejora en sus lanzas y cubiertas de
disparo, sino de un reequipamiento general con tecnología totalmente nueva. Los
aceleradores lineales superpesados tenían cadencias de disparo asombrosas, y eran tan
devastadores disparando a largas distancias como a quemarropa. Calgar había
avisado a sus colegas Señores de Capítulo tras la Primera Guerra Tiránida, pero solo
unos pocos habían querido escucharle. Ser el Señor del Capítulo de Macragge daba
una gran influencia sobre los demás Capítulos, pero no el poder de controlarlos. Según
la tradición, que se remontaba al desafío de Guilliman al Cónsul Gallan, cada Señor de
Capítulo tenía una autoridad absoluta sobre su propio territorio, y la inercia de la
Historia era difícil de superar. El concepto de evolución gradual se había convertido en
la norma en el Segmentum Ultramar, e incluso ante amenazas terribles, las ideas y
enfoques revolucionarios eran rechazados, a pesar de que Guilliman aplicó teorías
semjantes en incontables ocasiones. Solo en Macragge, los escribas habían regresado
de los archivos cargando montones de informes de desarrollos armamentísticos
pioneros que habían sido rechazados por los sucesivos Señores del Capítulo por
considerarlos demasiado radicales. Avances que habrían podido salvar incontables
vidas habían sido apartados en silencio y olvidados. Solo podía imaginar qué
maravillas descansaban enmoheciéndose en las cámaras de los demás Capítulos... Solo
pensarlo parecía una traición a su Primarca, pero en parte culpaba al Codex Ultramar.
La obra maestra de Guilliman era tan útil y amplia que en algunos casos parecía haber
sustituido a la necesidad de pensamiento independiente. Había aplicado las
innovaciones más prometedoras, combinadas con las mejores ideas aprendidas de los
Tau, para resucitar a la Seditio Opprimere. Ante semejante escepticismo, sin embargo,
parecía que solo una prueba completa y aplastantemente exitosa sacudiría la
complacencia de los otros Señores de Capítulo. Como el sistema augur mejorado de la
nave había predicho, el trío de Cruceros imperiales surgió de la Disformidad. Era hora
de poner a prueba su nueva nave, y el principio en general.
Las Compañías Segunda a Quinta son la principal fuerza de combate en primera línea
del Capítulo. Siguiendo el enfoque equilibrado recogido en el Codex, lo ideal es que
cada una de estas Compañías de Batalla contenga seis Escuadras Tácticas, apoyadas por
dos Escuadras Devastadoras y dos Escuadras de Asalto. La Primera Compañía del
Capítulo está formada por los veteranos. Ya vayan vestidos con Armaduras de
Exterminador, o con servoarmaduras, estos Marines reciben las misiones más letales, y
su ejemplo inspira a todos los que los rodean a realizar grandes hazañas de heroísmo.
Aunque un Capítulo de los Ultramarines se compone nominalmente de solo mil
guerreros Astartes, estos son solo la punta de la lanza. El Señor del Capítulo es a efectos
prácticos el Gobernador Militar de cada mundo bajo su dominio, y por tanto tiene
autoridad sobre cada uno de sus Guardias de Ultramar, naves espaciales y Auxiliares, de
forma que cuando los Ultramarines van a la guerra, también lo hacen ellos.
Ven al Emperador como a uno de los mayores hombres jamás nacidos, y como el padre
del Primarca. Sin embargo, a pesar de las proclamas de la Eclesiarquía, saben que el
Emperador lleva mucho tiempo muerto, y no respetan a los incompetentes rufianes que
gobiernan en Su nombre. Por todo esto, su actitud hacia el Imperio es de disgusto y
lástima más que de odio. Su verdadero odio está reservado a los sirvientes de los Dioses
del Caos, y especialmente a los Astartes Traidores, que han abandonado toda apariencia
de humanidad. No obstante, solo cuando tengan todos los recursos de la Humanidad,
serán finalmente capaces de expulsar a los Poderes Ruinosos de la Galaxia.
Contenido
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Algo le había ocurrido a él. Al principio Magnus creyó que su cráneo se estaba
partiendo, pero ahora el dolor se había ido, y su mente se había abierto a algo mucho
más allá del plano material. Su consciencia volvió de golpe a la torre hermética y se
encontró a solas con la entidad… el Demonio. Antes de que pudiera reaccionar, la cosa
le había sujetado contra el suelo y le estaba pellizcando la cuenca de su ojo bueno con
una garra. Le susurró, gozosamente, que había venido a evitar que se convirtiera en
una poderosa herramienta del rival de su amo. Los nombres que mencionó, “Khorne” y
“Tzeentch”, atravesaron su alma como astillas de hielo.
En el corazón de la Disformidad, una preciada alma que había estado destinada desde
hacía mucho a caer en manos de Tzeentch estalló como una supernova. Incineró a las
innumerables entidades demoníacas que la habían estado guiando por el camino, y
flotó libre una vez más. Tzeentch, el Tejedor de Destinos, rugió de incredulidad cuando
el curso del futuro se sacudió hacia una nueva e inesperada dirección.
Aunque estaba a punto de morir cuando lo encontraron, el chico demostró una tenaz
voluntad y una remarcable constitución física. Bajo los cuidados de los sanadores de la
comuna, recuperó rápidamente una robusta salud, pero nada pudo hacerse por salvar el
ojo derecho del chico. Un feo bulto de tejido cicatricial cubría la cuenca ocular, pero en
una sociedad donde la mutación y la deformidad eran abundantes y aceptadas, no
suscitó demasiados comentarios. Fue llamado Magnus, y comúnmente se le apodó, con
cariño, Magnus el Rojo, por su piel cobriza y por el color de su desordenada melena que
se negó tenazmente a cortar jamás. Magnus creció rápidamente hasta una vibrante
madurez, y se entregó de todo corazón al aprendizaje.
Casi siempre se le podía encontrar leyendo los antiguos tomos de las extensas
bibliotecas de la ciudad, o debatiendo animadamente con ancianos estudiosos que le
doblaban varias veces en edad. El conocimiento era su pasión, y con la fiera certeza de
la juventud creía que no había tema que no pudiese dominar. Fue el estudio de las
herméticas artes de la alquimia y la hechicería lo que cambió para siempre su vida. Esto
le abrió al verdadero poder de la Disformidad, acto que destruyó por completo el
edificio en el que había estado estudiando. Al florecer sus poderes psíquicos, descubrió
tanto a los Dioses del Caos, como a su padre, el Emperador de toda la Humanidad.
Sus viajes por la Galaxia les llevaron a encontrarse con muchos de los hermanos
Primarcas de Magnus. Algunos, en particular Horus de los Lobos Lunares y Lorgar de
los Portadores de la Palabra, se convirtieron en firmes amigos suyos. Otros, como
Mortarion de la Guardia de la Muerte y Leman Russ, el salvaje Primarca de los Lobos
Espaciales, miraron con desagrado a Magnus y a todo lo que defendía desde el primer
momento. El grosero Russ le llamó mutante, hechicero, impuro e incluso cíclope, en
referencia al gigante de un ojo de la leyenda terrana. En cada nuevo encuentro, fuese
cordial u hostil, Magnus respetó la exigencia del Emperador y guardó silencio sobre la
naturaleza del Caos, a pesar de la aplastante certeza de que la ignorancia dejaba a sus
hermanos vulnerables ante las depredaciones de los Poderes Ruinosos.
Magnus soportó las duras palabras de sus hermanos con gracia, seguro de que una vez
en el campo de batalla toda enemistad sería dejada a un lado. Esto fue puesto
dolorosamente a prueba en el Mundo Fortaleza de Bartok, donde la campaña de
sumisión de los Lobos Espaciales había degenerado en un sangriento punto muerto. A
fin de poner fin rápidamente al conflicto, el Emperador había ordenado a los Mil Hijos
que reforzasen el ataque. El testarudo Leman Russ detestaba la idea de que pareciera
que necesitaba la ayuda de otra Legión, especialmente la de una contra la que tanto se
había pronunciado, pero se sometió de mala gana al decreto de su padre.
Incluso con el poder de dos Legiones, pronto se hizo evidente por qué Russ había tenido
problemas. La última y mayor ciudad estaba protegida por campos de energía y rodeada
por trincheras, baluartes y redes de búnkeres que daban lugar a campos de disparo
entrelazados y brutalmente efectivos. Las entradas habían sido convertidas en mataderos
dignos de los diseños de Perturabo o de Dorn. Mientras Russ se preparaba para lanzar a
sus fuerzas en otra carga directa contra los cañones enemigos, Magnus y su Legión
expusieron el punto débil de la defensa de Bartok. Por todo el campo de batalla, los Mil
Hijos penetraron en las mentes más débiles e indefensas y les hicieron apuntar sus
armas contra sus aliados. Mientras los Lobos de Russ avanzaban, los emplazamientos
de armas pesadas dejaban de dispararles para pasar a atacarse unos a otros. La
desesperada carga contra toda esperanza se convirtió en una famosa victoria, y una vez
dentro de las líneas de defensa, la ciudad cayó rápidamente.
Justo antes de que el Emperador pusiese rumbo de vuelta a Terra, dejando a Horus con
el mando supremo sobre la Gran Cruzada, llamó a Sus hijos a reunirse en el planeta
Nikaea. Allí buscó acabar con las cada vez más agrias disputas que habían estallado
sobre la naturaleza de los poderes psíquicos. Mortarion, Dorn, Corax y por supuesto
Leman Russ dirigieron la carga, afirmando que no había diferencia entre las habilidades
psíquicas y el uso de hechizos destructivos y corruptos. Todo era una cuestión de
grados, y lo uno llevaba a lo otro inevitablemente. La decisión del Emperador de
guardarse el conocimiento sobre la naturaleza del Caos no había evitado que los
Primarcas sintieran sus peligros, y como Magnus había temido, algunos acusaron a los
psíquicos, los eternos chivos expiatorios.
Atrapado por el decreto del Emperador, Magnus se dio cuenta de que ninguna palabra
suya podría calmar a la creciente muchedumbre. Rogó desesperadamente una audiencia
privada con su padre, y en un movimiento tanto práctico como simbólico propuso que,
empezando por él mismo, cada miembro de los Mil Hijos uniese su esencia con la del
Emperador. Del mismo modo que la Comunión de Almas fortalecía a los Astrópatas
contra los horrores de la Disformidad, el rito purgaría y protegería a la Legión de las
tentaciones de la hechicería, y sería un signo palpable de su lealtad. El Emperador
aceptó esta elegante solución, y el acto se llevó a cabo aquella misma noche.
Cuando los Primarcas y sus asistentes acudieron a la sala del concilio a la mañana
siguiente, vieron a Magnus de pie orgulloso junto a su padre, con su única cuenca ocular
vacía. El proceso de la Comunión de Almas, de la fusión de esencias mediante el poder
psíquico del Emperador, había quemado su nervio óptico y dejado al "cíclope" ciego,
pero Magnus contaba ahora con una segunda visión mejor que la normal. Aunque
tranquilizó a la mayoría, el veredicto no logró calmar a Leman Russ, que salió furioso
de la cámara, y acabó entregándose al servicio del Dios de la Sangre.
Antes de que las Legiones partiesen de Nikaea, Magnus se reunió con su hermano
Lorgar de los Portadores de la Palabra. El Aureliano era un alma pura, genuinamente
feliz del gran honor que había recibido Magnus. Magnus había guardado silencio mucho
tiempo acerca de los Poderes Ruinosos, pero esto le había costado su ojo, y temía que
antes de no mucho tiempo les costaría a todos mucho más. Por primera vez, rompió el
juramento hecho a su padre y advirtió a Lorgar de la amenaza del Caos. La terrible
noticia fue recibida con alegría, pues reafirmaba todo lo que los Portadores de la Palabra
sostenían. Su piedad y su dedicación a la hora de extender la adoración al Emperador
como un ser divino quedaban reivindicadas como vitales para la continuidad de la raza
humana.
Sin previo aviso, Cápsulas de Desembarco y naves de ataque encendieron el cielo como
cometas, y los peores miedos del pueblo de Prospero se hicieron realidad. Distraídos por
los eventos de Davin y, se sospecha, con sus habilidades precognitivas minimizadas por
el poder de Khorne, los Mil Hijos no pudieron evitar que la flota de los Lobos
Espaciales devastase las defensas orbitales del planeta. Antes de que ninguna resistencia
efectiva pudiera ser reunida, las ciudades más recientes fueron convertidas en piras
funerarias, matando a todos los que habían acudido allí desde todo el Imperio en busca
de protección. Aunque estaba protegida de los bombardeos orbitales por poderosos
campos de energía, se vieron figuras grises reunirse en masa en las afueras de Tizca
para realizar una gran ofensiva terrestre. Magnus recurrió a lo impensable: permitió a su
Legión usar fuerza letal contra otros Astartes.
Antes, los Mil Hijos siempre habían contenido sus verdaderos poderes por miedo a
provocar el distanciamiento de sus aliados, pero ante el peligro de extinguirse
abandonaron toda precaución. Atrajeron a sus enemigos a emboscadas en las afueras de
Tizca, desorientándolos primero con sus poderes psíquicos, y después destrozándolos en
letales fuegos cruzados. Justo cuando la batalla parecía inclinarse del todo a favor de los
Mil Hijos, el poder de Khorne atravesó el Empíreo como un maremoto, afectando a
todos los psíquicos del planeta. Los Mil Hijos, a pesar de estar protegidos por la
Comunión de Almas, se quedaron en shock y sin poderes. La población civil resultó aún
más afectada: los que sobrevivieron cargaron enloquecidos desde sus refugios, solo para
ser destrozados por las bestiales e inhumanas criaturas en que se habían convertido los
Lobos Espaciales.
Con su mundo hecho cenizas y su pueblo asesinado, Magnus se esforzó por acceder a
sus poderes psíquicos, pero sin resultado. Ante tal asalto físico y mental, era todo lo que
los Mil Hijos podían hacer para seguir con vida. Cuando Leman Russ llegó
inevitablemente en busca de Magnus, estaba irreconocible: era una bestia ebria de
sangre llena del poder de Khorne. Solo mediante el heroico sacrificio del Custodio fue
capaz Magnus de escapar con vida. Cuando la disrupción en el plano disforme empezó a
diluirse, Magnus pudo ocultar a sus restantes hijos, y abandonaron la necrópolis en que
se había convertido Tizca.
Al oír de la traición de Dorn en Istvaan, vieron que el ataque a Prospero era solo la salva
inicial de una guerra mucho mayor. Incluso con sus números tan reducidos, los Mil
Hijos estaban resueltos a hacer lo que debieran para salvar al Emperador. Siguiendo a la
mucho mayor flota de Russ a una distancia discreta, usaron su dominio de la
Disformidad para retrasar al enemigo y desviarlo de su rumbo. Su esperanza era ganar
tiempo para que las Legiones Leales terminasen con la rebelión antes de que los Lobos
se les uniesen. Su truco de hacer contactar a los Lobos Espaciales con sus amargos
rivales, los Ángeles Oscuros, tristemente no consiguió provocar el derramamiento de
sangre esperado. Se saludaron como aliados del Caos, aunque al menos ahora eran dos
las Legiones Traidoras que mantenían apartadas del cuello del Emperador.
Lo que Magnus no sería capaz de decir a estos Caballeros Grises era la extensión del
sacrificio que sería necesario. Solo liberando sus espíritus de sus formas físicas e
infundiéndolos en el Astronomicón podía salvarse al Emperador. Magnus solo
esperaba que su padre pudiese perdonarle semejante acto.
Mientras las Legiones Traidoras se dispersaban por las estrellas, los Mil Hijos llegaron
para hacer lo que pudieran. Junto con los Guerreros de Hierro, Magnus colocó el cuerpo
paralizado del Emperador dentro del mecanismo de soporte vital incorporado al
Astronomicón. Mientras tanto, el resto de la Legión aplicó sus talentos a la tarea de
purificar el planeta de la mancha de lo demoníaco. En Terra se habían llevado a cabo
muchas profanaciones e invocaciones, y llevó décadas sellar todos los portales que
habían sido creados. El peor lugar de todos era el interior de la antigua sala del trono
imperial. Cuando Dorn se había encontrado con que el Emperador había escapado de él,
había profanado el naciente portal a la Telaraña que había estado construyéndose. Un
ejército de Demonios había surgido de él, e incluso después de la Herejía supuso un
tremendo esfuerzo sellarlo.
Los Mil Hijos nunca se han acostumbrado a la preocupante naturaleza de las frecuentes
desapariciones e imprevistos regresos de su Primarca. Al principio sus viajes duraban
meses o años, y encontró tiempo para dirigirlos en la purga contra los Lobos Espaciales
en su mundo natal de Fenris. Con el paso del tiempo, Magnus empezó a desaparecer
durante décadas, mientras su paradero quedaba oscurecido hasta para los videntes más
determinados.
Aunque aún se supone que está dirigida por su Primarca, las largas desapariciones de
Magnus hacen que en la práctica la Legión sea dirigida por el Capitán de la Primera
Gran Compañía como Regente. Ya es bastante raro encontrar un candidato digno de
convertirse en Astartes en una Legión normal, pero cuando además debe ser un psíquico
fuerte y resistente, la tarea se vuelve aún más difícil. Por esta razón, nunca han sido una
Legión grande, aunque hace mucho que superaron la cantidad descrita en su nombre.
Sus Grandes Compañías son pequeñas, y solo el límite autoimpuesto de Fulgrim de
treinta Grandes Compañías ha permitido que los Mil Hijos no sean la más pequeña de
las Legiones Leales.
En una Legión de psíquicos de combate, los Capitanes de las Grandes Compañías están
entre los más potentes y habilidosos, con poderes que superan de lejos a los de los
Bibliotecarios Jefe de cualquier otra Legión. Dirigiendo más de cien escuadras, cada
Capitán recibe una misión específica del Regente. Esto varía desde guardar la Sagrada
Terra y combatir las incursiones demoníacas, a proseguir la Larga Guerra contra las
Legiones Traidoras, en particular contra los berserkers de los Lobos Espaciales.
Dándose cuenta de que la fuerza psíquica no es nada sin la fortaleza de la fe en el
Emperador, los Mil Hijos fueron la primera Legión en adoptar el concepto de Capellán
de Lorgar. Estos individuos juegan un papel vital en la guía de la moral y el crecimiento
espiritual de la Legión. Los iniciados que, como Lorgar dijo, muestran una "comunión
con lo divino" particularmente intensa, son apartados para un entrenamiento adicional
en el Reclusiam.
Igual que los Capellanes guardan las almas de sus hermanos, el Apothecarion y el
Arsenal de cada Gran Compañía protegen sus cuerpos y su equipo. A pesar de esto, se
ha dicho que comparativamente se ha dedicado poco interés a estos papeles, viéndose
los puestos como el de tripulante de vehículos como el destino de aquellos que no
cumplieron sus prometedoras expectativas de convertirse en psíquicos de batalla. Sin
embargo, este no es siempre el caso, pues entre sus filas hay hermanos capaces de
manifestar talentos psíquicos inestimables para sus tareas, pudiendo internarse en la
materia para reparar la carne, apaciguar a un iracundo Espíritu Máquina o reforjar un
mecanismo estropeado, y son vitales para la continuidad de la existencia de la Legión.
En realidad hacía siglos que el Emperador no había podido comunicarse. Con cada
visita, el espíritu de su padre se había vuelto más y más débil, y los fracturados y
aullantes elementos de Su psique habían perdido hacía mucho toda coherencia. Pero
hasta eso había sido mejor que el lamentable silencio que había sentido hoy. Magnus se
culpaba de ser demasiado lento en la Reunión. Si solo hubiera trabajado más duro, o
incluso si hubiera recurrido a sus hermanos, podría haberlos encontrado más rápido.
Pero lo que estaba hecho, hecho estaba. Allí, mientras los Altos Señores de Terra
ordenaban la muerte de mundos enteros, Magnus tomó silenciosamente una decisión
mucho más importante.
Los Caballeros Grises debían ser reunidos antes de que no quedara nada de su padre
que salvar.
Como siempre ha sido la intención de Magnus, los Mil Hijos emplean sus talentos
psíquicos al máximo en el campo de batalla. Además de blandir poderes que los
convierten en oponentes formidables, los oficiales al mando de la Legión usan sus
prodigiosos talentos para guiar y coordinar los movimientos de sus escuadras y las de
sus aliados. Como nunca han sido una Legión numerosa, dependen sobre todo del
Ejército Imperial, así como de la guía del Tarot del Emperador, para atacar en el
momento y el lugar más propicios. Aunque esto a veces parece intransigente para sus
aliados, una vez dedicados a ello pueden dar la vuelta a una batalla.
Las escuadras individuales son dirigidas por Sargentos que son psíquicos de batalla
poderosos por derecho propio. Es responsabilidad suya coordinar y concentrar las
habilidades menos maduras de los que están a su cargo. A pesar del intensivo
entrenamiento que reciben para esto, es raro que uno de ellos pueda dirigir a más de
cinco o seis de sus hermanos. De esta forma, cada escuadra puede emplear poderes
psíquicos para complementar su misión en la batalla. Tal es su unidad que cada uno de
ellos siente el dolor del resto. Una herida sufrida por uno, por no hablar de su muerte, es
sentida a través de la conexión mental por todos, y la pérdida del Sargento puede dejar a
la escuadra aturdida y sin concentración.
Tras la Herejía, con Prospero convertido en poco más que un gran osario, los Mil Hijos
no sintieron que tuvieran ningún motivo para regresar allí. El lugar contenía demasiados
recuerdos y fantasmas de amigos muertos. Con Magnus trabajando para modificar el
Astronomicón a fin de sostener a la esencia del Emperador, y los Mil Hijos empleando
sus inestimables poderes psíquicos para eliminar la mancha de lo demoníaco en el
mismo corazón del Imperio, empezaron a ver a la Sagrada Terra como su nuevo hogar.
Discretamente, y con el consentimiento de amigos entre los Altos Señores de Terra
como Lorgar y Abaddon, la Legión fortificó y amplió el complejo empleado para llevar
a cabo el ritual de la Comunión de Almas hasta convertirlo en su nueva Fortaleza-
Monasterio. Desde este imponente edificio plateado y blanco, los Mil Hijos seleccionan
reclutas de entre los psíquicos traídos por las Naves Negras. Son probados de mil
maneras, siendo la última de todas el ritual de la Comunión de Almas. Aquellos que
sobreviven son declarados listos para ser entrenados, y para recibir el proceso de
implantación.
Por esto, la Legión ansía reconstruir el sueño original de Prospero creando puertos
francos aislados para aquellos que poseen talentos psíquicos. Siempre que se ha
intentado hacer esto a lo largo de los milenios ha terminado en desastre, bien por
incursiones demoníacas en masa, bien por el resentimiento de las poblaciones cercanas
ante la extensa y preferente protección ofrecida por los Mil Hijos a estos asentamientos
en tiempos de guerra. Sus críticas más duras atacan a esos planes como pruebas de que
los Mil Hijos pretenden reemplazar forzosamente a la Humanidad con la "rama mutante
psíquica". Hay algunos dentro de la Legión que susurran que, ante semejante odio,
quizá sería una buena idea. Son, no obstante, una minoría muy pequeña, y la Legión
sigue luchando tan lealmente por el Imperio como el día en que Magnus se arrodilló por
primera vez ante el Emperador.
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Lorgar fue instruido en las maravillas del Imperio del Emperador por Magnus, y recibió
el mando de la Legión de Marines Espaciales que había sido creada a partir de su
genoma. Los llamó Portadores de la Palabra, e introdujo a sus seguidores más devotos
entre sus filas. Kor Phaeron estuvo por supuesto entre los primeros miembros del
Cónclave en ser elegido para unirse a la XVII Legión, pero en un trágico giro del
destino, sufrió unos catastróficos efectos secundarios durante el proceso de
implantación de la semilla genética. Aunque la muerte de su amigo más cercano desde
la infancia provocó un gran dolor a Lorgar, soportó la pérdida estoicamente, como un
suceso predestinado a ocurrir. A pesar de que esas ideas eran vistas como supersticiones
sin fundamento en todos los planetas del Imperio salvo en los más primitivos, Lorgar no
se avergonzaba de sus creencias. Se aseguró de que los Portadores de la Palabra y el
Cónclave abrazasen el culto al Emperador con una devoción sin igual. Hicieron de
llevar la iluminación a la Galaxia su deber.
"Lo siento, hermano, pero no temas. Nadie olvidará jamás tu lealtad y tu servicio al
credo. Siempre serás recordado como el Maestro de la Fe Imperial."
Atrapado dentro de su prisión de carne, rogando por su liberación, Kor Phaeron aulló.
—Lorgar Aureliano
Estos cambios aceleraron en gran medida su avance durante la Gran Cruzada, pero no
contento con extender la conversión a su pequeña esquina de la Galaxia, Lorgar fue aún
más allá. Contactó con sus hermanos Primarcas para convencerles de incorporar
Capellanes en sus propias Legiones, y aunque muchos rechazaron la idea como una
interferencia externa, los Mil Hijos, los Ángeles Oscuros y los Lobos Lunares fueron los
primeros en aceptar su concepto. Lorgar envió su confesor personal, el Primer Capellán
Erebus, a la Legión de Horus, y este se convirtió en un visitante frecuente y confidente
del hombre que un día se convertiría en Señor de la Guerra.
En Ullanor, el Emperador anunció que iba a regresar a Terra, y que Horus dirigiría la
Gran Cruzada como Señor de la Guerra en su lugar. Su último acto antes de partir fue
convocar un concilio en Nikaea para dirimir las acusaciones de hechicería que rodeaban
a los Mil Hijos, y en general a todos los psíquicos de las Legiones Astartes. Los
Primarcas estaban muy divididos en sus opiniones, y ni siquiera la robusta defensa de
Lorgar hacia su amigo pudo convencer a Russ y Mortarion de cambiar de idea. El
Emperador acabó por decretar que habría mayores restricciones sobre los Bibliotecarios
Marines Espaciales, y que además los Mil Hijos realizarían el ritual de la Comunión de
Almas, fundiendo su esencia con la Suya para obtener una protección mayor frente a los
peligros de la Disformidad. Lorgar vio esto como un gran honor para su hermano, y
cuando habló con Magnus, lo llegó a describir como una "comunión con lo divino". Fue
entonces cuando Magnus le reveló la oscura verdad que lo había estado acosando: que
las palabras de Corax, Russ y Mortarion podían suponer un peligro mucho mayor del
que podían llegar a imaginar. Esa noche, Magnus explicó a Lorgar la naturaleza del
Empíreo, la existencia de los Dioses del Caos, y la vulnerabilidad de los psíquicos
demasiado débiles o pobres de voluntad. Era, según dijo, una verdad tan devastadora
que el Emperador preferiría que no se supiera, incluso entre la mayoría de Sus hijos,
para que no se extendiera el miedo. Magnus, sin embargo, creía que Lorgar debía
saberlo, y que la extendida fe en el Emperador sería vital para protegerles de los Poderes
Siniestros.
A partir de ese momento, los Hijos de Horus se unieron a la guerra oculta contra el
Caos.
La posesión del Señor de la Guerra, apenas evitada, había revelado a Lorgar la seria
amenaza representada por los Poderes Ruinosos, y que ni siquiera los Primarcas eran
inmunes al peligro. El Imperio aún no estaba listo para aceptar todo el horror de aquello
a lo que se enfrentaba, pero Lorgar, junto con Horus y Magnus, permaneció alerta a las
maquinaciones del Caos. En un amargo giro de los hados, esta misma cautela fue
utilizada por el Architraidor para su propio beneficio, lo que demuestra la astucia del
Gran Enemigo.
Desde hacía tiempo había habido preocupación sobre el creciente territorio de Roboute
Guilliman en el Este galáctico. Durante la Gran Cruzada, su búsqueda de poder y
control le había llevado a conquistar vastas áreas de la Galaxia, y su Legión había
crecido en consonancia. Incluso con la Franja Este sometida, el dominio de Guilliman
había seguido creciendo a medida que los mundos que hacían frontera con él solicitaban
unirse a su "Segmentum Ultramar". Cuando Rogal Dorn presentó a Lorgar pruebas de
que los Ultramarines se disponían a separarse del Imperio y retar al justo dominio del
Emperador, Lorgar se preocupó inmediatamente por si los Poderes Ruinosos habrían
encontrado en Guilliman a su nuevo campeón.
Consciente de las sospechas de Lorgar, Dorn dejó sutiles pistas para reforzar la
impresión de que los Ultramarines habían sido corrompidos. Afirmando que era la
voluntad del Emperador, Dorn había llamado a la mitad de las Legiones Astartes para
asaltar el Segmentum Ultramar. Mientras el grueso de las fuerzas se disponía a atacar a
Guilliman en su última conquista, Istvaan V, los Portadores de la Palabra y la Legión
Alfa fueron enviados a atacar directamente al Segmentum Ultramar. Siguiendo su
táctica favorita, Alfarius dispersó a su Legión a lo largo y ancho del territorio enemigo,
para desestabilizarlo, mientras la flota de Lorgar ponía rumbo directo hacia los mundos
centrales asumiendo que con Guilliman muerto o capturado, los rebeldes buscarían el
liderazgo de Macragge. Este plan fue malogrado por la creciente cantidad de naves
enemigas que la seguían por la Disformidad. Esto fue tomado por otra prueba de la
alianza de los Ultramarines con lo demoníaco, y sólo mucho después se hizo evidente
que su rumbo había sido delatado por Dorn, el Architraidor. Obligados a salir de la
Disformidad mucho antes de llegar a Macragge, en un área conocida sólo como el
Abismo, los Portadores de la Palabra destrozaron a la flota Ultramarine que los
perseguía con la ferocidad nacida de la rectitud ofendida.
A pesar de su triunfo, los escaneos astropáticos y las lecturas del Tarot del Emperador
dejaban claro que se habían reunido ejércitos inmensos para la defensa de Macragge.
Conociendo el dogmatismo de los Portadores de la Palabra, los Ultramarines habían
confiado en que nada desviaría a Lorgar de un ataque frontal, y por tanto habían llevado
a sus tropas y flotas al obvio y bien defendido campo de batalla de su mundo capital.
Aunque no poseía el genio táctico de Horus o Alfarius, la decisión de Lorgar de dividir
su flota y atacar a los Sistemas vecinos para alejar a los Ultramarines de Macragge pilló
a los defensores por sorpresa.
La comunicación con el Imperio a través del territorio hostil era problemática, pero al
final se vio claro que Istvaan V había sido una trampa. Rogal Dorn había estado aliado
con Guilliman, y el Pretoriano había arrojado al Imperio a una guerra civil. Muchos de
los Capitanes de Lorgar le rogaron que hiciera regresar a la Legión a Terra a toda prisa,
pero su Primarca se negó. Lorgar dijo que ningún ejército podría resistir ante el
Emperador, y que como dios que era, destruiría inevitablemente a los Traidores. Su
deber seguía siendo el mismo: eliminar al aliado de Dorn y evitar que marchara contra
Terra. Los historiadores han debatido sobre los motivos de Lorgar para no regresar a
Terra. Muchos lo atribuyen a su testarudo dogmatismo y a su fe en la divinidad del
Emperador, aunque unos pocos barajan consideraciones prácticas: estaban tan alejados
y tan atascados en el conflicto, que nunca hubieran sido capaces de regresar a tiempo de
marcar una diferencia. Lorgar ya había mostrado más habilidad táctica de la que se le
creía poseedor, y esto se ha tomado como otra prueba más de una creciente madurez
táctica.
Mientras la guerra continuaba, el propio Guilliman regresó para coordinar las defensas,
y la purga de los mundos centrales degeneró en un sangriento estancamiento. Aunque la
Legión se alegraba de que la amenaza que suponían evitara que los Ultramarines
avanzasen para reforzar la insurrección de Dorn, las probabilidades de que los
Portadores de la Palabra llegasen algún día a poner un pie en Macragge parecían
disminuir cada día, hasta la llegada de los enviados de la Legión Alfa.
Trabajando al fin en equipo, se diseñó un plan para romper el punto muerto. Con el
genio táctico de Alfarius y la testaruda determinación e indomable voluntad de Lorgar,
Macragge caería de rodillas a sus pies. Utilizando al propio Alfarius como cebo, la
Legión Alfa atrajo a Guilliman y a gran parte de sus tropas al planeta Eskrador. Los
Ultramarines no podían dejar pasar esta escasa oportunidad de devolver el golpe a la
Legión Alfa en campo abierto, y aprovecharon el aparente decaimiento de la amenaza
de los Portadores de la Palabra para atacar con todas sus fuerzas.
Sin embargo, el gran asalto sobre Macragge nunca llegó. Justo cuando los Portadores de
la Palabra se estaban retirando de sus dispersos conflictos para reunirse con vistas a un
asalto planetario en masa, sus planes fueron destrozados por una noticia catastrófica: el
Emperador había sido gravemente herido por Dorn y estaba moribundo. Lorgar no
podría haber detenido a su Legión en su apresurada partida a Terra incluso de haber
querido hacerlo, y abandonaron toda precaución. En su dolor, la Legión Alfa fue
olvidada. La retirada se convirtió en huida, y muchos hermanos murieron durante el
regreso a sus naves. Muchos más perdieron sus vidas cuando las naves fueron
destruidas por la flota de Ultramar que los perseguía.
En las profundidades de su dolor Lorgar se dirigió a ellos. Cada hermano de cada nave
oyó su discurso. El Emperador no estaba muerto, dijo. Su corazón aún latía y Su alma
aún brillaba como una supernova dentro del Astronomicón. ¿Acaso no había destruido
al Architraidor y expulsado a las Legiones Traidoras de Su vista? Explicó que esto era
un acto trascendental, predestinado, y que igual que en el caso del destino de su amigo
Kor Phaeron, ellos no eran quién para cuestionar o dudar de las divinas acciones del
Emperador. Los sucesos que habían soportado eran una prueba de fe: algunos habían
demostrado no ser lo bastante dignos y habían sido juzgados correspondientemente.
Aquellos que quedaban se habían probado a sí mismos, y eran aún más fuertes por ello.
Cuando Lorgar bajó del púlpito de mando, hubo un silencio tan profundo que ahogó el
ruido de los motores disformes de la flota. Entonces, al unísono, todos los hermanos
alzaron un grito de devoción al Emperador y a su Primarca. Con ese único discurso,
Lorgar curó las heridas espirituales que habían amenazado con incapacitar a los
Portadores de la Palabra, y para cuando alcanzaron Terra estaban listos para tomar su
puesto como ejemplos de fe en el Dios-Emperador de la Humanidad.
Lorgar empleó su creciente influencia para sanar la ruptura entre Terra y los Adeptos de
Marte. Había mucho rencor guardado por el relativo silencio del Mechanicus durante la
Herejía, pero tras mucha discusión, se alcanzó un entendimiento por el que los
Tecnosacerdotes y Magos reafirmaron muy ostentosamente que el Omnissiah era un
aspecto de la divinidad del Emperador. También canjeó el apoyo de los Portadores de la
Palabra a las Cruzadas de Abaddon a cambio del de este a sus propias Guerras de Fe.
Estas, en su mayoría, eran dirigidas contra las Legiones Traidoras más entregadas a los
Dioses del Caos, pero en ocasiones se hizo necesario luchar contra mundos humanos
que habían pervertido el Credo Imperial para su propio beneficio.
Aunque Lorgar era el Eclesiarca, también era un Primarca del Adeptus Astartes y siguió
dirigiendo a su Legión al combate. En el M36, las tormentas de Disformidad se
extendieron por todo el Imperio, perturbando el tráfico interestelar y debilitando la
separación entre el plano físico y el reino de los Poderes Ruinosos. Esto llevó a un
descontento generalizado por los periódicos aislamientos de los planetas, y los susurros
del Caos ganaron fuerza. Fue el inicio de lo que después sería llamado la "Era de la
Apostasía". Para combatir esto, Lorgar viajó personalmente por el Imperio, volviendo a
prender la llama de la fe en aquellos que la habían perdido, y destruyendo a los cultos
del Caos que habían surgido en un número sin precedentes.
Para los Portadores de la Palabra, la pérdida de Lorgar fue una tragedia sólo superada
por la dolorosa mutilación del Emperador en el clímax de la Herejía de Dorn. Sin su
Primarca, los Portadores de la Palabra estaban desprovistos de toda inspiración y
propósito, cumpliendo sus cometidos como antes, pero eran pálidas sombras de lo que
una vez habían sido. En el inmenso vacío dejado por Lorgar se colocó un ambicioso y
avaricioso Marine Espacial llamado Goge Vandire. Era mejor en la organización que en
la piedad, y su principio de vida demostró ser la acumulación de poder. Nunca se
debería haber permitido a semejante persona ingresar en la Legión, pero una vez dentro,
su naturaleza maquinadora y manipuladora le hizo ascender inexorablemente por la
escala de mando. Mientras la Legión se lamentaba, Vandire asumió rápidamente el
mando de los Portadores de la Palabra, y al hacerlo se convirtió en el nuevo Eclesiarca
del Imperio. Una vez instalado en Terra como Alto Señor, Vandire se aprovechó de la
simpatía por la muerte de Lorgar para aumentar aún más su poder. A medida que su
confianza y su ansia de control crecían, utilizó la manipulación, el soborno y las
amenazas de excomunión contra los Altos Señores que se atrevieron a oponérsele. Para
cuando se hizo evidente que Vandire había ordenado el asesinato del Señor del
Astronomicón y lo había reemplazado por un candidato más maleable, ya era demasiado
tarde: su posición en el poder era inamovible.
Los sucesos llegaron a su clímax cuando Vandire pasó a oponerse al único grupo capaz
de amenazar sus planes: las Legiones Astartes. Hasta ese momento, las demás Legiones
habían permanecido neutrales en el choque de poderes. Las Guerras de Fe eran dirigidas
cuidadosamente para evitar Sistemas con mundos natales o bases de reclutamiento de
Astartes, y ambos bandos eran reticentes a abrir fuego por miedo a desatar una segunda
guerra entre Legiones. Este incómodo arreglo fue roto cuando Vandire acusó a los Hijos
del Emperador, que nunca habían sentido necesidad de tener Capellanes entre sus filas,
de impiedad. Cuando el Señor de la Legión de los Devoradores de Mundos habló en su
defensa, él y su Capellanía fueron acusados de apostasía por desafiar la voluntad del
Eclesiarca. Con el peligro de que Legiones enteras fuesen declaradas Excommunicate
Traitoris, parecía inevitablemente que el hermano volviese a enfrentarse al hermano,
para ruina de todos.
Tras este incidente, lo que se conoció como el Segundo Asedio de Terra fue sangriento
y breve. Negándose a rendirse, incluso ante el disgusto del propio Emperador, las
Consortes fueron eliminadas por completo, y su orden fue expulsada de las páginas de
la historia. Desencajado y enfurecido, Vandire fue sacado a rastras de su escondrijo por
Sebastian Thor, acabando con su mal gobierno. Los dos Portadores de la Palabra fueron
entonces conducidos por los Custodes a la sala del trono del Emperador para ser
juzgados. Mientras que Thor emergió como el nuevo Eclesiarca, Goge Vandire nunca
volvió a ser visto, y ninguno de los presentes hablaría jamás de su destino.
Al fin, la avaricia, la corrupción y el ansia de poder que tanto habían proliferado bajo el
gobierno de Vandire fueron eliminadas. Con el Ministorum devuelto a su función de
guiar la Galaxia en la adoración al Divino Emperador y de proteger al Imperio de los
susurros de los Poderes Ruinosos, Sebastian Thor anunció su reforma final: dimitió
como Eclesiarca. Nunca más volvería un Portador de la Palabra a ostentar el título. En
su lugar, la Legión se convirtió en la Cámara Militante del Ministorum, actuando no
sólo como su fuerte brazo derecho, sino también como el cuerpo encargado de asegurar
que nunca volvería a pasarse de la raya. Estas decisiones devolvieron la estabilidad a la
Galaxia, y marcaron el fin de la Era de la Apostasía, y desde entonces, los Portadores de
la Palabra han sido diligentes guardianes de la Verdad del Emperador en el Imperio.
Debido a los dramáticos cambios organizativos entre batalla y batalla, las escuadras no
son asignadas a especialidades de Asalto, Tácticas o Devastadoras. En cambio, se
espera de los Marines Espaciales que sean duchos en cualquiera de esos papeles. Su
designación en el campo de batalla se muestra con trapos votivos de colores colocados
en sus hombreras, y los Sargentos muestran con orgullo sus colores en estandartes
ricamente bordados colocados sobre su espalda. Unas exhibiciones tan ostentosas no
sólo ayudan a identificar la posición de cada escuadra a sus oficiales, sino que también
espolea a sus aliados a realizar actos mayores de valor.
Su papel como guardianes del Credo Imperial, imponiendo y, cuando hace falta,
manteniendo a raya el poder del Ministorum, obliga a que las fuerzas de la Legión estén
distribuidas dispersamente por toda la Galaxia. Por esta razón, las Grandes Compañías
de los Portadores de la Palabra se componen de menos de quinientos Marines
Espaciales cada una, quizá la mitad del tamaño de las que pueden encontrarse en el resto
de Legiones. Sus flotas van acompañadas de destartalados transportes civiles atestados
de fanáticos ansiosos de convertirse en mártires por la causa, así como por Regimientos
de Frateris Militaris. Cubiertos por armaduras de caparazón de color negro mate, y
armados con poderosas Armas Infierno y purgadoras armas flamígeras, los sombríos
Frateris se esfuerzan sin descanso por emular a sus superiores Astartes.
Del mismo modo que sus almas son santificadas y annealed por su entrenamiento,
también lo es su armadura. El proceso oscurece las placas de ceramita gris granito hasta
dejarlas del color del azabache. Esto, junto con la distintiva Máscara de Muerte con
forma de calavera que llevan, los convierte en algo temible de contemplar.
Creencias Editar sección
La creencia en el Emperador como ser divino es la guía de los Portadores de la Palabra.
Entienden mejor que muchos la amenaza de los Poderes Ruinosos, y que la Humanidad
está asediada por todas partes por fuerzas malignas que desearían destruirla o
esclavizarla. Sólo mediante un entendimiento y aceptación profundos de la Luz del
Emperador puede el Imperio esperar sobrevivir, y con este fin ayudan a extender Su
Sagrada Palabra hasta los confines más lejanos de la Galaxia.
Los peregrinos acuden a Colchis a millones, pero el lugar más sagrado, el lugar donde el
Emperador pisó Colchis por primera vez, les está vedado, porque en ese punto se
construyó la Fortaleza-Monasterio de la Legión. Desde allí, protegidos por muros de
adamantium tan fuertes como su fe, los Portadores de la Palabra se aseguran de que se
cumple su pacto con el Imperio. Grabado en esos muros, del mismo modo que lo está en
sus almas, se encuentra el credo que Lorgar adoptó al regresar a Colchis tras ver al
Emperador enterrado en el Astronomicón: "El Emperador protege, pero nosotros
también debemos proteger al Emperador."
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El joven Primarca fue encontrado por los convictos, que reconocieron algo de
excepcional en él. Escondieron al niño de los guardias y lo llamaron Corax, o “El
Liberador”, de tan seguros que estaban de que ahora tenían la clave para su salvación.
Esta visión era compartida por Corax, quien desde una temprana edad tuvo sueños de
una vasta y alada presencia, un cuervo que le guiaba en los momentos de tribulación y
le hablaba de un gran destino para proteger a la Humanidad de sus enemigos. Los
primeros pasos de este largo camino eran liberar a la maltratada población de Lycaeus
de sus brutales amos.
Corax analizó clínicamente las debilidades de sus enemigos y diseñó un ingenioso plan
para provocar su caída. Mediante una sutil campaña de sabotajes, los seguidores de
Corax aumentaron constantemente la presión sobre los guardias sin llegar nunca a
provocar su ira. Las habilidades mineras de los prisioneros fueron imprescindibles en
esto, primero para conseguir acceso a áreas restringidas, y después para flanquear y
rodear a sus enemigos. Una serie de “accidentes” en el espaciopuerto destruyeron gran
parte de la pequeña flota de lanzaderas mineras de Kiavahr, lo que hizo que los turnos y
guardias de los guardias se extendiesen constantemente debido a que sus relevos estaban
atrapados en el planeta. Para cuando la revolución de Corax estalló finalmente, los
guardianes estaban exhaustos y descontentos, y fueron presa fácil. La mayor amenaza
provenía de la inmensa torre negra desde la que sus vigilantes gobernaban la luna, pero
también fue neutralizada cuando los defensores se encontraron con que su control sobre
las cúpulas de energía había sido subvertido. Sus intentos de arrojar a los prisioneros
rebeldes al espacio sólo resultaron en la apertura de las puertas de la fortaleza y la
desactivación de la cúpula de energía de la torre, lanzando a los propios guardias al
espacio.
Enfurecidos por la rebelión, los gobernantes de Kiavahr utilizaron las lanzaderas que les
quedaban para transportar fuerzas militares al satélite. No tuvieron mayor éxito que los
guardias, y fueron destrozados por los rebeldes de rostro sombrío de Corax, vueltos aún
más letales por las armas robadas a sus antiguos carceleros. Reconociendo finalmente la
seriedad de la amenaza a la que se enfrentaban, los líderes del Tecnogremio solicitaron
la ayuda del Imperio para acabar con la revuelta. Sin acceso a los recursos minerales de
su luna, las forjas pronto se quedarían frías, y los suministros que necesitaban las
expediciones se agotarían.
Acobardado por este edicto, y por la Legión Astartes puesta bajo el mando de Corax, el
ahora servicial Tecnogremio recibió la misión de proporcionar armas y armadura para
su nueva “Guardia del Cuervo”. Las condiciones de los mineros fueron mejoradas
dramáticamente, y la luna de Lygaeus, ahora renombrada “Deliverance” (liberación) por
los logros de Corax, se convirtió en el hogar de la Legión. La temible torre negra que
había sido el símbolo del poder del Tecnogremio fue reforzada y expandida para
transformarla en la Fortaleza-Monasterio de la Legión, y fue bautizada como la “Torre
del Cuervo”.
Se ha sugerido que el gran cuervo de los sueños de Corax era una manifestación del
Emperador intentando encontrarle. Ciertamente, después de que padre e hijo se
reunieran, Corax rara vez volvió a ser visitado por esta misteriosa presencia. En Ullanor,
es un hecho conocido que Corax preguntó a su padre sobre este fenómeno, pero,
siempre enigmático, el Emperador simplemente sonrió como si supiera exactamente de
qué hablaba.
Los Primarcas regresaron a sus Legiones para continuar con la Gran Cruzada. Bajo la
senescalía de Horus como Señor de la Guerra, la lista de planetas incluidos en el
dominio del Emperador siguió creciendo, pero sin Su presencia apareció una sensación
de malestar. Esto tomó forma cuando el propio Señor de la Guerra fue derribado por una
enfermedad y fue incapaz de responder a los relatos procedentes de la Franja Este que
contaban que Roboute Guilliman, Primarca de los Ultramarines, estaba a punto de
separarse del Imperio. Con el Señor de la Guerra Horus indispuesto, Rogal Dorn, como
Pretoriano del Emperador, reunió una flota lo bastante grande como para hacer caer de
rodillas a la enorme Legión de los Ultramarines. Entre muchas otras, la Guardia del
Cuervo fue una de las Legiones convocadas al completo al Sistema Istvaan.
El nuevo "Segmentum Ultramar" de Guilliman comprendía una gran parte del Este
galáctico, y en su relativo aislamiento los Ultramarines habían crecido hasta alcanzar
proporciones descomunales. Para oponérseles, la mitad de las Legiones Astartes fueron
convocadas al completo, con siete de ellas reunidas sólo para atacar a Guilliman en su
puesto de avanzada de Istvaan V. Aunque perturbado porque el hermano se enfrentase
al hermano, y lo que era peor, porque hubiera que hacerlo bajo el mando de Rogal Dorn,
Corax enfocó la misión con su habitual naturaleza analítica. Sus ofertas de ayuda en la
planificación del asalto fueron rechazadas por Dorn, cuya habilidad para romper asedios
era legendaria. Corax fue informado dismissively de que Dorn dirigiría la primera
oleada de cuatro Legiones en el desembarco planetario. Debilitarían a los Ultramarines,
mientras la Guardia del Cuervo, los Devoradores de Mundos y los Hijos del Emperador
esperaban en órbita para dar el golpe de gracia.
En la víspera del ataque a Istvaan, como a menudo ocurría en tiempos de gran agitación,
los sueños de Corax fueron visitados una vez más. Como en Nikaea, la presencia era
elusiva y no se reveló a sí misma, pero esta vez le habló. Corax había sido aconsejado
por el cuervo incontables veces antes, y por eso la advertencia de que su Legión se
enfrentaba a un gran desastre le heló la sangre. El diario de Corax describe el sueño:
"Rogué a la figura que se mostrase, para que me explicara lo que debía hacerse para
evitar este terrible destino. Desde detrás de mí oí un rascar de garras en el shingle
suelo, y me giré para ver no al cuervo que me había guiado en mi juventud, sino a una
cosa mucho más parecida a un buitre. La criatura escupía bilis, siseando que el
Emperador me había abandonado, pero que las vidas de mis hombres podían ser
salvadas si denunciaba a mi padre y me dedicaba en cuerpo y alma al Dios de la
Transformación.
"Confieso que sentí tal asco e impresión que no pude hablar. Quizás tomando por error
mi silencio como una consideración de su oferta, la cosa se me acercó y preguntó de
nuevo si traicionaría a mi padre. "¡Nunca!", grité, y lo empujé duramente lejos de mí.
Alzó el vuelo, con su plumaje volviéndose azul pálido, y me miró fijamente con su cruel
y malévola mirada. Con un siseo sibilante afirmó que correría como un cobarde en el
campo de batalla de Istvaan, y que condenaría a mi Legión a la ruina más absoluta.
"Tomé una piedra del suelo, y poniendo en ella todo mi rechazo y furia, la arrojé a la
aparición. Acertó al buitre en uno de sus odiosos ojos azulados, haciéndole chillar
maldiciones rechinantes. Su última amenaza de "Nemo me impune lacessit", o "Nadie
me ataca impunemente" resonaba en mis oídos mucho después de que despertase."
Perturbado por el sueño, Corax revisó todo lo que pudo encontrar sobre la próxima
batalla para asegurarse de que la predicción no llegaría a cumplirse. En la última
reunión táctica, Corax expresó su preocupación por la falta de visibilidad sobre la zona
de desembarco, pero Dorn se burló de su cautela. El Pretoriano incluso la presentó como
cobardía por "no querer acudir al campo de batalla para una lucha honesta por una
sola vez". Antes de que el enfrentamiento llegase a más, Dorn tiró sobre la mesa un
puñado de imágenes del planeta, tomadas, según dijo, la noche anterior durante su
fallida visita para intentar convencer a Guilliman de que se rindiese. Ninguno de los
Primarcas devolvió la mirada a su hermano Corax mientras salían de la sala para iniciar
el ataque a Istvaan V.
Corax reunió a los supervivientes, sólo para verse atacado no sólo por los Ultramarines,
sino también por las Legiones de vanguardia de Dorn convertidas en Traidoras.
Acuciado por la profecía de que correría como un cobarde, Corax reunió lo que quedaba
de su Legión para un ataque contra el que los había traicionado, Rogal Dorn. Una y otra
vez la Guardia del Cuervo atacó desde la oscuridad a las posiciones de mando de los
Puños Imperiales, y a pesar de todo no hubo forma de encontrar a Dorn. Seguro de que
Dorn había sido ya localizado, Corax apeló a los Devoradores de Mundos y los Hijos
del Emperador en busca de apoyo, pero vio que estaban luchando en retirada hacia sus
lanzaderas de rescate. Maldiciendo a sus hermanos por su debilidad, Corax dirigió a los
restos de su Legión en un desesperado ataque hacia las fauces de los cañones de los
Puños Imperiales. Superados ampliamente en número, sufrieron bajas terribles, pero
mientras su Primarca siguiera avanzando, sus hombres lo seguirían lealmente hasta
morir. Finalmente, cuando sólo quedó un puñado de sus hombres a su alrededor, Corax
se dio cuenta de lo que su orgullo le había hecho a su Legión. Ordenó amargamente la
retirada, y los machacados restos de la antaño poderosa Guardia del Cuervo se
disolvieron en la humareda de la batalla para unirse a la evacuación.
Con el Imperio alertado de la traición de Dorn, las tres Legiones destrozadas evadieron
a los Traidores y se detuvieron un momento, antes de regresar a sus respectivos mundos
natales para recuperarse. Corax rabiaba en silencio, no sólo por los Traidores sino
también por sus aliados, que no le habían ayudado en su catastrófico último ataque
contra Rogal Dorn. Estaba seguro de que si le hubieran seguido habrían matado al
Architraidor y acabado con su traición allí mismo. Este resentimiento sólo se hizo aún
más profundo cuando la verdadera escala de la guerra alcanzó Deliverance.
La Caída Editar sección
El palafrenero se detuvo ante la puerta del sanctasanctórum, con sus nudillos a
pulgadas de la oscura madera. Lord Corax se había hundido en las profundidades de la
depresión desde la noche de la masacre, pasando de la furia rabiosa a la melancolía
negra. Sintiendo la mirada expectante y calculadora del visitante en su espalda, golpeó
fuertemente tres veces, y entró al oír la respuesta gruñida.
Al salir, el palafrenero oyó a Lord Corax murmurar que había creído que los habían
olvidado después de Istvaan, pero entonces se iluminó, su voz llena de esperanza una
vez más. Mientras la puerta se cerraba, oyó las expectantes, casi suplicantes palabras
de su Primarca.
No se recibieron noticias de la
Legión durante varios años después de la Masacre de Istvaan. Esto no fue sorprendente, ya
que todo el Imperio estaba en medio de una guerra civil, y la Guardia del Cuervo siempre había
sido una Legión taciturna. Cuando las fuerzas imperiales finalmente acudieron a investigar los
rumores de oscuros sucesos que estaban sucediendo en el área circundante del espacio,
encontraron que no sólo Deliverance, sino también Kiavahr, habían quedado completamente
desiertos. Incluso las cúpulas de energía que retenían la atmósfera en torno a la Torre del
Cuervo estaban desactivadas, las grandes puertas abiertas de par en par, y la Fortaleza-
Monasterio expuesta al vacío del espacio. El relato de lo que ocurrió en aquella oscura época
ha sido extraído de lo que se cree que son las propias palabras de Corax, aunque su precisión,
y lo completas que sean, son tema de muchas conjeturas.
El diario de Corax cuenta que en su deseo de reconstruir su Legión, empleó las técnicas
de implantación acelerada de cigotos que se usaron en los primeros días del Imperio.
Esos métodos habían sido abandonados por buenas razones, ya que la gran mayoría de
los sujetos de pruebas resultaron terriblemente deformados. En vez de aumentar de
golpe sus números, provocó el desgaste casi total de sus reservas de semilla genética.
Los niveles inferiores de la Torre del Cuervo se llenaron con monstruos esclavizados
que pasaron a ser conocidos como los "Weregeld", y su martilleo rítmico e hipnótico
sobre los muros de su prisión, como su vergüenza, perseguía a Corax allá donde iba.
En este punto tan desagradable, los sueños de Corax fueron una vez más visitados por la
presencia demoníaca. Esta vez no habló, y sólo le miró con desprecio juzgándole
silenciosamente con esos ojos fríos, muertos, de buitre. Al día siguiente, mientras Corax
caminaba por los pasillos de las cámaras de la Torre del Cuervo, miró por casualidad a
uno de los pobres despojos encerrados, y se dio cuenta de que tenía la misma mirada
burlona del buitre. Buscó entre todos los Weregeld, y dentro de cada celda halló la
misma corrupción del alma devolviéndole la mirada. Sabiendo lo que debía de hacerse,
Corax despidió a sus asistentes y fue de celda en celda para eliminar sistemáticamente
sus errores de la existencia. El martilleo rítmico de las criaturas se alzó en un
shuddering crescendo a la hora del lobo, pero para el amanecer, fue finalmente acallado.
La historia completa sobre lo que ocurrió después, de cómo Corax fue depuesto y de su
destino final, está lejos de estar clara. Las sangrientas incursiones que atrajeron al
Imperio de vuelta a Deliverance estaban dirigidas no por el Primarca de la Legión, sino
por una figura sombría conocida por nombres como el Señor de los Clones, el
Progenitor o incluso el Despellejador de Hombres. Los registros extant como el diario
de Corax hablan en términos brillantes de un individuo que había "solucionado" el
problema con la creación de nuevos Marines, aunque cualquier referencia a cómo se
logró esto, o a la identidad del Señor de los Clones, había sido cuidadosamente
eliminada. A medida que los números de la Guardia del Cuervo volvían a aumentar,
también lo hicieron las esperanzas de Corax. Empezó a entrenar a los nuevos Hermanos
de Batalla e incluso escribió sobre llevar un destacamento a ayudar en el Asedio de
Terra. Sin embargo, esto pronto se vio reemplazado por inquietud ante la naturaleza de
sus nuevos Marines, en particular por su incrementado nivel de habilidades psíquicas
descontroladas, y por los perturbadores métodos empleados para su creación.
A partir de aquí las entradas del diario terminan, aunque el resto de la información ha
sido extraída de lo que se halló escrito en la pared de una celda especialmente
construida en lo que debió ser el Apothecarion de la Fortaleza-Monasterio. Lo siguiente
fue escrito indudablemente por la mano de Corax, y con la propia sangre del Primarca:
"Al principio pensé que aún dormía; todo lo que podía oír era el mismo martilleo
rítmico que ha plagado mis sueños durante tanto tiempo. Entonces abrí los ojos y me di
cuenta de que estaba de verdad en una pesadilla. Lo que vi a mi alrededor hacía
parecer a los Weregeld ángeles beatíficos en comparación."
Parece que Corax había sido drogado y encerrado por el Señor de los Clones tanto para
que sirviera de fuente vital de material genético, como para hacer de él un cruel ejemplo
de aquello en lo que se estaba convirtiendo su Legión. Corax siguió describiendo, con
doloroso detalle, cómo el Señor de los Clones fue pervirtiendo su legado genético, y se
reprendió a sí mismo repetidamente por su intencionada ceguera ante la forma en que
sus nuevos hermanos habían sido creados. Habló de la crianza de monstruos, los
precedentes de aquellos que se convertirían en oponentes demasiado familiares de las
Legiones Leales. Mediante blasfemos ritos su potencial psíquico natural fue aumentado
dramáticamente, convirtiendo a los más habilidosos en hechiceros capaces de manipular
sin esfuerzo los poderes de la Disformidad. La mayoría sólo eran capaces de emplear
sus poderes latentes para reconfigurar sus propios cuerpos, y en un grado menor,
también su armadura y sus armas.
"Para estas abominaciones, la forma sigue al deseo. Los dedos se convierten en garras.
Alas nacientes crecen para alzarlos en vuelo. Los fallos, y aquellos incapaces de
controlar los cambios que se provocan a sí mismos, se transforman en poco más que
sacos amorfos de garras y odio."
El resto de los escritos de Corax se vuelven cada vez más incoherentes a medida que el
encierro, la comprensión y cualesquiera experimentos a que fuera sometido por el Señor
de los Clones se cobraban su precio. La última marca, dibujada en sangre, era una
simple representación de un cuervo.
Avistó a su presa, rodeada por esos monstruosos acólitos. Corax estaba demacrado,
exhausto y desarmado, pero era uno de los Primarcas del Emperador, y aún era un
rival más que superior para el pequeño y sucio Apotecario que había asesinado a su
Legión. Entonces la alarma aulló por las salas de lo que una vez había sido su hogar, y
empezaron a llegar más criaturas. No había otra elección. Sin un solo ruido, escaló el
muro, para saltar por encima de las cabezas de las bestias y acercarse lo máximo
posible al Señor de los Clones. Fuera lo que fuese lo que sucediera con la cúpula de
energía, por muy implacable que pudiera ser al suprimir sus errores, él tenía que
acabar con la vida del traidor sin importar el coste.
Tras la Herejía de Dorn, la corrompida Guardia del Cuervo huyó de su luna natal de
Deliverance y se dispersó siguiendo los caprichos de la Disformidad. Mientras muchas
de las Legiones Traidoras se dirigían al Ojo del Terror para crear Mundos Demoníacos a
su imagen y semejanza, la Guardia del Cuervo rechazó un estancamiento semejante, y
nunca se ha visto a sus miembros permanecer mucho tiempo en un mismo sitio. En vez
de eso, se mueven sin descanso de planeta en planeta y de lugar en lugar, siguiendo los
inefables deseos de Tzeentch, su oscuro Dios del Cambio Interminable.
Cualquier lugar tocado por su horrible presencia jamás vuelve a ser como era, pues los
cultivos crecen retorcidos y la locura y la mutación se extienden con rapidez. Las
investigaciones del Adeptus Mechanicus, los Mil Hijos y la Eclesiarquía han generado
varias teorías para explicar este fenómeno, aunque nadie ha sido capaz todavía de
combatir con efectividad a la corrupción. Purgar el área con fuego y sembrar el suelo
con sal parece ser la única forma de prevenir que más leales súbditos imperiales sean
corrompidos.
De todas las Legiones Leales, la que más éxitos ha tenido a la hora de rechazar y
malograr las argucias de la Guardia del Cuervo ha sido la de los Mil Hijos. Sus
adivinaciones psíquicas les han permitido preparar trampas contra la Guardia del
Cuervo, contraatacar a sus Hechiceros, y expulsar a sus aliados demoníacos de vuelta a
la Disformidad. Esta rivalidad ha provocado batallas titánicas entre las dos Legiones,
aunque muchos de los mundos atrapados entre estas etéreas conflagraciones han sido
dejados como rocas inhabitables.
De todos los Aquelarres sueltos por la Galaxia, el más temido es sin duda el dirigido por
Kayvaan Shrike. Afirma haber nacido en Kiavahr, planeta que el Adeptus Mechanicus
ha intentado repoblar periódicamente, y subió rápidamente en la escala de mando hasta
dirigir el Aquelarre de la Cuchilla Sutil. Su campaña para desestabilizar el Sistema
Targus, bastión desde antiguo contra los imperios Orkos cercanos, redujo el millón de
tropas del Ejército Imperial estacionadas allí a una fracción de su antigua fuerza. Incluso
la llegada de la Sexta Gran Compañía de los Guerreros de Hierro fracasó en detener este
declive, perdiendo ellos mismos más de la mitad de sus fuerzas y tres Ordinati adjuntos
ante las precisas incursiones de la Guardia del Cuervo.
La pérdida del Sistema Targus, y la subsiguiente invasión Orka por todo el Subsector,
coronó la ascensión de Shrike a la categoría de Príncipe Demonio. Sus burlonas
proclamas de que "Estamos más cerca de lo que crees, y nuestras cuchillas están
afiladas" inspiran terror en lo poco que queda del Ejército Imperial en la zona. La razón
que pueda tener Tzeentch para desatar esta ola de pielesverdes, más allá de fomentar el
caos y el descontento, no está clara, pero hasta los Altos Señores de Terra esperan la
próxima aparición de Shrike con gran aprensión.
Los Marines más jóvenes y menos mutados tienen la misión de proporcionar una fuerte
línea de disparo para suprimir al enemigo. Estos hermanos, cuyas habilidades para
transformar sus cuerpos y armaduras aún tienen que madurar, luchan con Bólteres y
ocasionalmente con armamento más pesado. Sin embargo, es raro ver que dependan
demasiado del disparo estático, y la función de disparar la munición más pesada es casi
siempre cumplida por los monstruosos Aniquiladores. Estas abominaciones se han
entregado voluntariamente a la posesión demoníaca para aumentar sus habilidades
naturales, y son capaces de transformar sus cuerpos y armaduras en una amplia variedad
de armas exóticas. Ya sea una peña de Orkos o un Land Raider imperial, no hay
objetivo con el que estos tanques vivientes no puedan acabar.
Cómo la Guardia del Cuervo puede viajar tan rápidamente entre zonas de combate sin la
ayuda de transportes convencionales es una cuestión que nunca ha recibido una
respuesta satisfactoria por parte del Imperio. La teoría más mundana es que tienen
vehículos de transporte bien camuflados lejos de la batalla. En siglos recientes, sin
embargo, informes serios afirman haber visto ejércitos de la Guardia del Cuervo
apareciendo de, y desapareciendo en, la nada. Esto podría significar que sus naves
poseen algún tipo de sistema teleportador de gran capacidad, aunque sólo se les ha visto
usar naves de pequeño tamaño. Dado el poder de sus Hechiceros, es posible que tenga
que ver con la Disformidad o, puesto que han combatido a menudo contra los Videntes
del Mundo Astronave Ulthwé, podrían haber forzado su acceso a la mítica Telaraña
Eldar.
Siempre los más secretistas de los Astartes, el nombre de la Legión Alfa hace
mucho que pasó a lo apócrifo en el Imperio, y la mayoría, fuera de sus hermanos
Astartes y de los Altos Señores de Terra, creen que fue destruida por los
vengativos Ultramarines tras la Herejía de Dorn. Es una idea que ellos están
dispuestos a alimentar, ya que les viene bien para seguir ejercitando sus afiladas
técnicas de actividad encubierta. Desde las sombras, la Legión Alfa usa la
infiltración, el engaño y el asesinato para sembrar la discordia y la anarquía
dentro del territorio enemigo, y eliminar a los insidiosos cultos del Caos que
operan dentro del Imperio.
Contenido
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Extremadamente contento por la noticia de que Su último hijo había sido encontrado, el
Emperador decretó que Él, Alfarius y cuantos Primarcas fuese posible reunir se
encontrarían en Terra para celebrar este importante suceso. Fue una fiesta de especial
magnificencia, y cada hermano habló de las maravillas que había visto y de las victorias
que habían obtenido en nombre de su padre. Ese día, Alfarius escuchó muchos ejemplos
distintos de cómo un Astartes podía luchar, pero se quedó con la certeza de que ninguno
de ellos era su estilo propio. Al tomar el mando de la Vigésima Legión, enseñó su
propia filosofía única en cada uno de sus Marines Espaciales: derrotarían a sus
enemigos no mediante la aplicación de la pura fuerza bruta, sino con astucia,
subterfugios y engaños. Asimismo, eligió para ellos un nombre que proclamaba
audazmente sus inteciones, y decidió que demostrarían ser dignos de llamarse a sí
mismos la Legión Alfa.
Tanto éxito tuvieron estas tácticas, que sus expediciones pronto entraron en contacto
con las de los Ultramarines, que avanzaban en dirección oeste desde su base en la Franja
Este de la Galaxia. Las diferencias filosóficas entre las dos Legiones generaron un
importante malestar, pues la Legión Alfa consideraba a los Ultramarines faltos de
imaginación y encorsetados por las reglas prescritas por su Primarca. Por su parte, los
comandantes Ultramarines, como Lord Kharta y el Capitán Orar, condenaron
públicamente las tácticas de la Legión Alfa como deshonrosas, contraproducentes e
indignas de los Astartes. Afirmaban que la Legión Alfa mostraba una desagradable
despreocupación por las bajas civiles que sus actos causaban, y que esto animaba al
resentimiento contra el Imperio una vez seguían avanzando. La cuenta de victorias de
Alfarius fue, además, descartada, al considerarlas el resultado de las valientes acciones
del Ejército Imperial en apoyo de una Legión débil y sin experiencia. Estos choques
verbales llegaron al clímax durante un encuentro entre los Primarcas de las dos
Legiones, que según se dice acabó con Roboute Guilliman ordenando a la Legión Alfa
"salir del espacio Ultramarine" y diciendo que deberían dejar la Gran Cruzada para los
verdaderos Astartes.
Aparte de este agrio incidente, la Gran Cruzada fue una época de gran optimismo para
el Imperio, pues los mundos largo tiempo aislados de Terra fueron reunidos por fin, y la
oscuridad de la superstición fue apartada por la racionalidad de la Verdad Imperial. El
Emperador había decidido hacer esto, en parte, para suprimir toda investigación sobre la
verdadera y esotérica naturaleza de la Disformidad, creyendo que permitir que la
existencia del Caos fuese conocida por todo el mundo sería suficiente para hacer que
algunos lo adorasen. Ni siquiera a Sus hijos Primarcas les confió esta información,
aunque algunos descubrieron aproximadamente la verdad por sí mismos. Al ser
particularmente hábil a la hora de determinar quién era la mano oculta tras los sucesos,
Alfarius fue uno de estos pocos.
La clave de esto era un insidioso plan de una cábala de razas xenos que buscaba hacer
que el Señor de la Guerra Horus sucumbiese a una posesión demoníaca y lanzase al
Imperio a una catastrófica guerra civil. A pesar de someter a los conspiradores xenos a
los interrogatorios más terribles y persuasivos, no pudieron averiguar dónde o ni
siquiera cuándo tendría lugar esta posesión. Consiguieron enterarse, no obstante, de que
la muerte de un Capellán de los Portadores de la Palabra llamado Erebus era vital para
los planes de los alienígenas. Quizá fuese un signo de su paranoia y de su amor por los
secretos, pero en vez de simplemente informar al Señor de la Guerra de la amenaza
contra su persona, decidieron seguir a escondidas al Capellán Erebus y asegurar su
seguridad.
De esta forma, la emboscada que los alienígenas habían preparado para el Portador de la
Palabra fue evitada, y Erebus se reunió con la flota de los Hijos de Horus sin llegar a
enterarse jamás de que su vida había estado en peligro. Cuando Horus fue derribado en
la luna de Davin por una enfermedad inexplicable incluso para los mejores Apotecarios,
el Capellán Erebus demostró su inmensa valía. Reconoció la aflicción como lo que
verdaderamente era, y ayudado por el poder psíquico de Magnus de los Mil Hijos, logró
exorcizar a la entidad demoníaca y salvar al Señor de la Guerra. La Legión Alfa asumió
que la amenaza había sido eliminada, pero tristemente habían subestimado la astucia y
la sutileza de su Gran Adversario.
"No, está bien, Ezekyle", dijo Horus. "Ekan Sladen y yo somos viejos camaradas.
¡Luchamos codo con codo contra aquella escoria pielverde en Kapos!" En ese momento,
Sladen sintió la necesidad de confiar su misión a Horus, pero se controló sabiamente. A
pesar de lo dolorosa que era la decisión de su Primarca de no advertir a Horus de la
amenaza contra su vida, entendía por qué había sido tomada. Sin ninguna prueba
tangible del complot, ni de dónde ni cuándo ocurriría, no había forma de prevenirlo.
Peor aún, si Erebus no había tenido éxito, si apenas un vestigio de la influencia del
Demonio seguía dentro de su alma, el poseído Horus nunca les dejaría acercársele por
la amenaza que representaban. En vez de eso, Sladen tenía la misión de fingir
ignorancia, observando impotente cómo Horus era derribado en Davin. Ahora que los
Portadores de la Palabra y los Mil Hijos habían cumplido con sus partes, era el turno
de la Legión Alfa para honrar a Horus Lupercal. Buscaría cualquier resto de influencia
demoníaca, y estaría listo para matarle antes que permitir que el Caos lanzase al
Imperio a una guerra civil. Aunque estaba seguro de la resistencia de sus escudos
mentales, se esforzó por no pensar en los letales artefactos ocultos en puntos
estratégicos de la Espíritu Vengativo...
Además, las flotas Ultramarines se estaban volviendo cada vez más grandes, y su
expansión hacia el oeste los estaba llevando a áreas del espacio que ya habían sido
pacificadas por la Gran Cruzada. La Legión Alfa sospechó que todo esto eran señales de
que Guilliman intentaba usurpar su control. Estos mundos eran más leales a Guilliman
que al Emperador, y, si no se controlaba, esta expansión silenciosa podría llevar a que
los Ultramarines se volviesen demasiado poderosos como para ser detenidos. Alfarius
transmitió esta terrible información directamente a Terra, y cuando se movilizó a la
mitad de las Legiones Astartes para someter a los Ultramarines, la Legión Alfa fue de
las primeras en ofrecerse voluntariamente.
Con el Señor de la Guerra Horus aún recuperándose de los sucesos de Davin, fue Rogal
Dorn, el Pretoriano del Emperador, el que tomó el mando de la misión. Mientras el
dirigía el grueso de las fuerzas Astartes contra Guilliman en su recientemente
anexionado mundo de Istvaan V, la Legión Alfa y los Portadores de la Palabra fueron
enviados a desestabilizar el reino renegado desde dentro. Lorgar puso rumbo
directamente hacia Macragge, pero la Legión Alfa se dispersó para infiltrarse en cada
mundo que encontraban. A diferencia de la Gran Cruzada, donde tenían el apoyo del
Ejército Imperial, su objetivo era simplemente extender la anarquía y trastornar el
esfuerzo bélico para que el Segmentum Ultramar respondiera a un ataque como planetas
aislados más que como una entidad unificada. Solo después, una vez se movilizara
adecuadamente al Ejército Imperial, podrían recuperarse los mundos para el Imperio.
A pesar de sus éxitos iniciales, que paralizaron grandes áreas del Segmentum Ultramar,
la Legión Alfa se encontró una presión cada vez mayor debido a los grandes números de
Ultramarines que regresaban de Istvaan. La guerra les había dejado virtualmente
desconectados del Imperio, pero a un gran coste los Astrópatas de la Legión pudieron
finalmente penetrar el aullido etéreo. Con cada fragmento de información que reunían,
la situación se volvía cada vez más preocupante. Contra toda expectativa, los
Ultramarines habían triunfado en Istvaan, destruido a varias de las Legiones enviadas
contra ellos, y ahora avanzaban en su contra con todas sus fuerzas. Finalmente se reveló
la razón del desastre de Istvaan V: Rogal Dorn había traicionado a las Legiones del
Emperador para Guilliman, y ahora buscaba apoderarse del trono imperial. Aunque el
Señor de la Guerra Horus había sido salvado, los Poderes Ruinosos habían encontrado a
otro Primarca mediante el que poner en marcha sus malvados planes.
La astucia de Dorn había logrado que tanto la Legión Alfa como los Portadores de la
Palabra se internasen tanto en el territorio enemigo que ninguna podría regresar a Terra
a tiempo. Alfarius estaba convencido de que lo mejor que podían hacer era continuar su
misión, manteniendo el Segmentum Ultramar agitado y evitando que Guilliman enviase
ayuda a los Traidores de Dorn. Estaba preocupado por cómo los Portadores de la
Palabra reaccionarían ante la amenaza contra su Dios-Emperador, pero al reunirse con
Lorgar, encontró que opinaba igual que él. Tan inamovible era su fe en la omnipotencia
del Emperador que ni siquiera se planteaba la posibilidad de que pudiera ser derrotado.
Creía firmemente que las Legiones Leales, dirigidas por el Señor de la Guerra Horus,
aplastarían al rebelde Dorn, y que los Portadores de la Palabra debían demostrar que
estaban a su altura conquistando Macragge y arrancando el corazón a los secesionistas
Ultramarines.
Aunque era una noble ambición, el flujo de refuerzos Ultramarines desde Istvaan
significó que cualquier asalto frontal a Macragge se ahogaría en su propia sangre.
Alfarius propuso alejar a los defensores con algo a lo que no podrían resistirse: la
oportunidad de enfrentarse finalmente a la elusiva Legión Alfa en un conflicto abierto.
Esto se hizo revelando sutilmente una gran base de la Legión Alfa en el planeta
Eskrador, endulzándolo además con la promesa de poder enfrentarse al propio Alfarius.
El plan resultó más exitoso de lo que podían haber esperado, pues Guilliman envió
tropas en grandes números al asalto. En lugar de la sobria y comedida campaña que
habían anticipado, los Ultramarines fueron mucho más temerarios, lanzando un
desembarco masivo con Cápsulas de Desembarco sobre las laderas montañosas cercanas
a la supuesta base de la Vigésima Legión. Para cualquier otra Legión, esto habría
desordenado totalmente sus planes, pero en vez de eso se adaptaron, y aprovecharon la
nueva situación. La infantería desprovista de apoyo que emergió de las Cápsulas fue
castigada sin piedad por su orgullo, y muchos Ultramarines, incluidos varios
comandantes de alto rango, murieron antes de que sus refuerzos consiguieran abrirse
camino desde las tierras bajas.
Los Ultramarines cuentan la historia de Eskrador como una gloriosa victoria, pero todo
lo que ganaron fueron los cuerpos de nada más que una fracción de los Legionarios Alfa
presentes, y una base llena con información intencionadamente errónea. Su "victoria"
más preciada, la supuesta muerte de Alfarius, también les fue negada. Fuera quien fuese
el que luchó con Guilliman aquel día, no era Alfarius, pues él sigue dirigiendo la Legión
hoy día. Muy probablemente, se trató de un engaño para hacer creer a los Ultramarines
que la amenaza de la Legión Alfa había sido eliminada.
"+++ He discutido conmigo mismo sobre esto, y aun así no logro ponerme de
acuerdo. Una mitad de mí ansía enfrentarse a Guilliman, lo desea más allá de
toda lógica y razón. La otra sabe que no ganaría nada de semejante acto, que
estoy siendo cegado por el odio. Al venir aquí a Eskrador en tales números y
dejar Macragge abierta a un ataque, Guilliman ya ha perdido. Enfrentarme a él
ahora en combate abierto solo jugaría en su favor, y sería arriesgarse sin
necesidad a darle una victoria. +++
+++ No hay más tiempo. Su ejército se acerca. Debo tomar una decisión
definitiva. +++
+++ Está decidido. Dejaré que los Ultramarines disfruten su vacía victoria,
mientras su mundo natal es arrasado. Me he jurado a mí mismo que no
regresaré al Imperio hasta que Guilliman esté sufriendo el infinito tormento que
merece con justicia, pero eso ocurrirá con mis propias condiciones... No
ocurrirá hoy. +++"
—Bitácora personal de Alfarius
Aunque Eskrador fue un gran éxito como distracción, antes de que los Portadores de la
Palabra pudieran asaltar al debilitado Macragge se filtró una noticia desde el Imperio
que destruyó su resolución. Mientras ponía fin a la Herejía de Dorn, el Emperador había
sido mortalmente herido, y en su dolor los Portadores de la Palabra de Lorgar huyeron
de vuelta a Terra, olvidando el asalto a Macragge. La Legión Alfa se quedó luchando
sola contra el poder del Segmentum Ultramar.
Desde su desaparición, la Legión Alfa había afilado enormemente sus habilidades para
la guerra encubierta, y había evitado que el Segmentum Ultramar centrase su atención
en el Imperio. Guilliman, no obstante, se había cansado de esta situación y planeaba,
bajo la bandera de la diplomacia, tomar lo que tanto tiempo le había sido negado.
Apenas un mes después, los Altos Señores recibieron un comunicado de Guilliman, que
rogaba perdón por Istvaan. Afirmaba haber sido engañado por Dorn, y ofrecía una
alianza estratégica contra sus verdaderos enemigos: las fuerzas del Caos. Puestos sobre
aviso, los Altos Señores vieron esto como lo que era: un truco para permitir que las
flotas Ultramarines penetraran profundamente en el espacio imperial y atacasen Terra.
"Tu plan funcionó perfectamente, hermano, y a cambio, aquí tienes el artefacto que
deseabas. Como dijiste, el traidor lo llevaba como un trofeo", dijo Fulgrim mientras le
ofrecía a la figura encapuchada un antiguo anillo. La luz se reflejó en su pulida
superficie, revelando el símbolo grabado de una hidra. La otra figura lo tomó con un
silencioso gesto de agradecimiento, y lo deslizó en su dedo junto a otro anillo idéntico.
El silencio llenó la sala mientras los dos observaban la agónica cara de Guilliman.
Ambos estaban perdidos en sus pensamientos sobre lo que había sido, lo que podría
haber sido y lo que sería.
Que otras ocho Legiones además de los Ultramarines habían traicionado también sus
juramentos al Emperador no había sido olvidado, y con Guilliman pagando al fin por
sus crímenes, la penitencia autoimpuesta de la Legión Alfa podía darse por terminada.
Como la Legión es más efectiva cuando el enemigo ni siquiera sospecha de su
presencia, siguieron siendo oficialmente bajas de la Herejía de Dorn, y solo los rangos
superiores del Imperio y las Legiones Leales fueron hechos partícipes de la verdad.
Desde entonces, la Legión Alfa ha usado sus habilidades contra los Poderes Ruinosos
vigilando planetas cercanos al Ojo del Terror en busca de actividad de cultistas, y como
vanguardia de las Cruzadas imperiales que buscan expulsar a las Legiones Traidoras de
los mundos del Emperador.
Allí donde los Ultramarines seguían reglas estrictas y una estructura organizativa
predecible y rígida, las fuerzas del Caos eran, por su propia naturaleza, una quimera
siempre cambiante. Esto hizo que las habilidades que tanto éxito habían tenido en el
Segmentum Ultramar a menudo no sirvieran de nada en torno al Ojo del Terror. Del
mismo modo, sus métodos de infiltración resultaron mucho más vulnerables ante la
detección por medio de la hechicería y la eterna y malévola mirada de los Poderes
Ruinosos. Orgullosa de su habilidad para adaptarse, la Legión Alfa tomó este nuevo reto
con aplomo. Con la ayuda de ciertas organizaciones imperiales altamente
especializadas, han encontrado formas de rodear incluso a estos obstáculos. Con estas
armas, igual que con Bólteres y frío acero, es como la Legión Alfa trabaja para extirpar
el cáncer del Caos de la Galaxia.
El éxito de la Legión Alfa en mantener a las fuerzas del Caos encerradas dentro del Ojo
del Terror ha costado un alto precio a sus operaciones dentro del Segmentum Ultramar.
Aunque sigue siendo un gran ejemplo de la habilidad de la Legión para extender la
destrucción y la anarquía en territorio enemigo, sus números son demasiado escasos
para hacer más que ralentizar el implacable avance de los Ultramarines. En
reconocimiento a este perturbador hecho, la Legión se ha vuelto cada vez más creativa y
destructiva en sus planes.
Cuando se opera dentro del territorio Ultramarine, no hay posibilidad de recibir apoyo
desde el Imperio, y por tanto la Legión Alfa recurre a menudo a métodos menos
convencionales para acabar con grandes fuerzas militares. Ya sea mediante
provocación, acciones militares encubiertas, o simplemente sobornando a sus líderes,
los ubicuos Orkos han demostrado ser aliados valiosos, aunque inconscientes. En
particular, varias campañas Ultramarines contra el Imperio han sido evitadas por
oportunos alzamientos del Imperio Orko de Charadon. Otra técnica valiosa que ha
perfeccionado la Legión Alfa es fracturar alianzas y hacer que sus miembros se lancen
el uno contra el otro. Ya sean las agitadas coaliciones del Caos o los tecnológicamente
avanzados Tau y los Ultramarines, nada siembra discordia como un ataque sin
provocación previa por parte de Astartes que visten los colores de un aliado.
Dada su naturaleza hermética, todo tipo de teorías conspirativas han sido atribuidas a la
Legión Alfa. Se especula incluso que la Legión se ha fragmentado tanto que sus
retorcidos planes y maquinaciones luchan tanto entre sí como contra el enemigo. Parece
seguro que la verdad es más prosaica, y al mismo tiempo más increíble que lo que ni el
más ardiente teorizador podría imaginar. La única persona que conoce toda la verdad es
su Primarca, y Alfarius ha demostrado ser extremadamente bueno guardando sus
secretos.
Arrastrado inexorablemente de vuelta a los eventos de Malodrax, los dedos del Capitán
pasearon inconscientemente por los controles de la terminal de datos. Enterrada
profundamente bajo las capas de pensamiento consciente, la personalidad implantada
envió los inestimables paquetes de información encriptada a través de la red para su
recogida por los agentes de la Hydra…
Aunque solo un puñado de Astartes completos esté presente en una operación, van
acompañados por un número mucho mayor de operativos humanos. Estos incluyen
iniciados que aún no han recibido todos los implantes genéticos, así como veteranos del
Ejército Imperial y el Adeptus Arbites que pueden pasar desapercibidos entre el
populacho de una forma que un Astartes, incluso sin servoarmadura, jamás podría
lograr. Apoyando a estos agentes de campo hay armeros y escribas, además de
tecnosabios expertos en la exploración de las masas de datos en busca de la inteligencia
que requieren. El submundo criminal también es una fuente inestimable de información
ilícita y músculos, aunque se toma un especial cuidado para asegurar que nunca
sospechen la verdadera identidad de quienes los contratan.
Tan insidiosos son los Poderes Ruinosos que a través de la historia de la Legión,
individuos e incluso células enteras han caído al servicio a los Dioses Oscuros. Aunque
el conocimiento poseído por una única célula es apenas una fracción, y por tanto no
puede acabar con la Legión, tales deserciones pueden malograr planes que llevaban
décadas preparándose. La tarea de cazar a estos renegados recae en los mejores de la
Legión Alfa, y en varias ocasiones notables, el propio Alfarius se ha encargado de
determinar cuánto se ha extendido la corrupción.
Cuando operan en las profundidades del territorio enemigo, la Legión Alfa emplea sus
habilidades para desestabilizar planetas sin jamás revelar su presencia. Para este
objetivo, los actos de sabotaje, la infiltración y el asesinato son todos armas de su
arsenal, como lo son la fracturación de alianzas y la incitación del malestar civil. En
lugar de solo mantener al territorio enemigo en un estado anárquico permanente, la
Legión Alfa trabaja junto a los Templarios Negros en apoyo a sus Cruzadas Astartes.
Infiltrándose por delante de la invasión, pueden incapacitar las defensas enemigas,
alejar a los ejércitos fuera de sus posiciones y asegurarse de que cualquier contraataque
es fragmentado e inefectivo. Sus actos siempre están meticulosamente planificados, con
ataques desde múltiples direcciones para que el fracaso de un elemento no ponga en
riesgo toda la misión. En este aspecto son como la mítica hidra: si se corta una cabeza,
dos más parecen surgir en su lugar.
Como mezclarse con la multitud sería bastante difícil para un Legionario Alfa, mucho
del trabajo es llevado a cabo por sus redes de operativos humanos. Reúnen inteligencia,
se infiltran en las instalaciones enemigas y procuran obtener todo lo que sus amos
necesitan. No obstante, por habilidosos que sean estos agentes humanos, hay algunas
misiones que solo pueden ser llevadas a cabo por un Equipo de Ejecución Astartes. En
su armadura de infiltración y cubiertos por capas de camaleonina, son expertos en
moverse por las sombras como fantasmas. Sin embargo, a menudo es más eficiente
aparecer simplemente como Astartes de otras Legiones, ya sean Leales o Traidoras.
Muchas victorias contra el Caos atribuídas a la oportuna intervención de una escuadra
de Portadores de la Palabra o de Guerreros de Hierro que convenció a la ciudadanía de
resistir a los incursores se debieron en realidad a la Legión Alfa.
Estos disfraces son incluso más útiles cuando se actúa tras las líneas enemigas, pues les
permiten una libertad de movimientos casi absoluta por los mundos controlados por el
Caos. Tal es el terror que despiertan los Astartes Traidores en sus habitantes que pocos
se atreverían a mirarlos a los ojos, mucho menos negarles acceso a cualquier edificio o
búnker en el que quisieran entrar. También usan la apariencia de Astartes enemigos para
llevar a cabo actos públicos que desestabilicen alianzas entre grupos. Esto puede variar
desde acribillar multitudes para despertar la ira de los civiles en un mundo Ultramarine,
a profanar santuarios de Slaanesh bajo el disfraz de los Lobos Espaciales para provocar
tensiones entre las facciones del Caos.
Aunque se aseguran de que su armadura es meticulosamente reconsagrada después de
tales actos, deben tomarse las mayores precauciones al disfrazarse de adoradores de los
Poderes Ruinosos. En tales circunstancias solo usan los símbolos más genéricos para
dar la impresión de la Legión a la que intentan imitar. Como las amargas experiencias
sufridas les han enseñado, el simple acto de pintar un símbolo del Caos en su armadura
mancha el alma, y puede atraer la mirada de los Dioses Oscuros sobre el portador.
"... una increíble confluencia de sucesos que solo puedo atribuir a la divina
bendición del Emperador sobre nuestra invasión. Nuestra primera señal fue que
las famosas defensas planetarias de Luycen, que creíamos que habían sido
capturadas prácticamente intactas, estaban totalmente silenciosas. Parecía que
el alto comandante enemigo había sido asesinado por uno de sus subordinados
poco antes de nuestra llegada, y que la consiguiente lucha de poder para
sucederle había arrojado a los traidores, bueno, al caos, si se me permite la
broma. [El sujeto sonríe nervioso] Esperábamos que fuese una campaña dura y
brutal, pero con el enemigo así de desorganizado, e incluso la ciudadanía
alzándose en su contra con guerrillas, habíamos liberado el planeta y
acorralado a los últimos herejes cinco semanas después de nuestra llegada. [El
sujeto ríe] Con esa clase de suerte, ¿quién necesita a los Astartes?"
—Interrogatorio a un Soldado Imperial
Se dice que la semilla genética de la Legión Alfa es pura e inmaculada, aunque se toma
el mayor de los cuidados al tratar con las progenoides cosechadas de Astartes que han
pasado largos periodos de tiempo cerca del Ojo del Terror. La fuerza de la semilla de
Alfarius ha sido propuesta como la razón del sorprendente parecido entre muchos
Legionarios Alfa y su Primarca, incluso en la altura. Aunque se han observado efectos
similares en las líneas genéticas de otras Legiones, ha llevado a especular sobre el uso
de clones humanos, el reclutamiento a partir de una base genética restringida, como
sería el secreto mundo natal de Alfarius, o el empleo de operaciones quirúrgicas para
crear dobles que actúen como señuelos. De estas teorías, la última es la que mejor
encaja en el modus operando de la Legión, pues sus Apotecarios pueden alterar
dramáticamente la apariencia de un Marine si la misión lo requiere. Esto podría explicar
también cómo pudo ser engañado Guilliman en Eskrador para que creyera que había
luchado y derrotado a su hermano.
Creencias Editar sección
La Legión Alfa cree firmemente en el viejo proverbio de que "una daga en la oscuridad
vale más que mil espadas al amanecer". En consecuencia, se hacen grandes esfuerzos
para mantener en secreto su existencia, incluso después de concluir la misión. Puesto
que la mayoría de sus operaciones son llevadas a cabo tras las líneas enemigas, cada
acción realizada por la Legión Alfa es única, pues caer en patrones predecibles
resultaría en su rápida captura o destrucción. Esto debe surgir de la creatividad y la
inspiración, y no pueden aprenderse de memoria de un libro. Dicho esto, han encontrado
en el Codex Ultramar de Guilliman una inestimable puerta hacia la mente, las tácticas y
las formas de respuesta de su enemigo.
Legiones Leales
Guardia de la Muerte
Legiones Traidoras
Salamandras