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Caras Luis Fallas EL TALLER DON JOSE MEDINA era el duefio de la tienda de zapatos “La Luz” y del mejor taller de ta ciudad. Allf se fabricaba y vendia toda clase de calzado: de hombre y de mujer; co: sido y clavado. Y desde las mds finas zapatillas de raso 0 amuza, hasta Ids fuertes zapatones de trabajo de cuero impermeable. Pero la especialidad de la tienda era el cal zado fino. Los zapatos de Ja tienda “La Luz” tenian fama de ser jos més elegantes y los de mejor calidad que se fabricaban en Alajuela. Por eso se calzaban alli las familias acomoda- das que pretendian tener buen gusto y toda la gente que en la cludad presumia de elegante. E| amplio caser6n que alquilaba el patrén José Me- dina alcanzaba para todo. En el local que daba a la caile, con dos grandes ventanas y dos puertas, estaba instalada . es tienda de zapatos; el taller ocupaba el ancho corredor que corria a todo lo largo del patio interior de la casona; y en las habitaciones de! fondo se alojaba él con su muj Veintidés hombres trabajaban en el taller, sin contar los tres muchachillos que estaban aprendiendo el oficio, y todos eran operarios magnificos, cada cual en su especiali- dad, porque el patrén, a quien siempre le habia gustado tener un personal escogido, reclutaba a los buenos zapateros con el halago de sueldos mejores q en los talleres. Buen conocedor del oficio, tenia el orgullo de poder ofrecer a su clientela el mejor calzado de Alajuela Al aproximarse la Semana Santa u otra festividad im- portante y, sobre todo, en los iiltimos meses del afo, la demanda de zapatos se multiplicaba. Entonces en el taller se trabajaba hasta altas horas de la noche, muchas veces Los zapateros —que ganaban por pares de zapatos entre- jados— hacfanlo gustosamente, entre chistes, bromas y pullas picantes que algunas veces degeneraban en groserias y en discusiones violentas. Todos, quien més, quien menos, los viejos y los jéve nes y aun aquellos que parecian més serios y formales, eran duchos en el arte de burlarse del préjimo y en el de h reir a expensas de los demés. Pero en eso se es| zaban Camorra y Petates, quienes constantemente estaban presumiendo de graciosos. Eran los payasos del taller. Ca medio gibado, muy blanco, con la nariz ancha y colorada, usaba su maltratado sombrero en el taller como simbolo de distincién, en tanto que Petates, moreno y vellu: si siempre trabajaba con los pantalones arrollados encima de las rodillas, para axhibir asi la negra y re- vuelta montafia de p ubria sus piernas. '8€ invéntando pullas hirientes y haciendo chis' intencién, que los demés celebraban carcajadas. Y tenjan bastante fecilidad gracia para improvisar cuartetas mortifican ie os fijado: A veces ambos graciosos tomaban como b pullas a Golia apacible como un buey, tan devoto del aguardiente que cuando resolvia beber no paraba hasta quedar tumbado en cualquier desagiie de co de un verdadero gigante, pero manso y sus ja poblacién. 58 Un sébado de tantos, al salir del taller, a Goliat le daba por irse a la cantina, donde iniclaba una juerga que se prolongaba toda la noche y el dia siguiente también. Su compafiera, una mujerona sucia y desgrefiada, Ilegaba al taller el lunes muy temprano en busca del patrén, tle- vando de la mano a sus dos muchachillos, muy pélidos, descalzos y mal vestidos. Su marido, después de gastarse todo el sueldo de la semana en aguardiente, habia amane- cido en la cércel y mandaba @ pedir cinco pesos para pagar la multa. La mujer suplicaba gimiendo y sollozando, y el patron, después de echarle mil maldiciones al preso, termi- naba por enviarle el dinero. Al poco rato Ilegaba Goliat, cabizbajo, con el pelo en desorden, a sentarse por ahi, en cualquier rineén det taller, muy avergonzado y mohino. Los operarios recibianlo con burlonas exclamaciones de bienvonida. Inmediatamente Ca- morra reclamaba silencio y atencién, haciendo repicar su martillo contra la plancha de majar la suela; y soltaba su cuarteta: TICONOTICIA “El borracho reborracho no debe tener mujer: si é] se chupa lo que gana, Ja pobre gqué va a comer?” rez V 24-26-36 Ap, 351 ¢ Desde allé, de la otra mesa, y también entre escan- dalosos redobles de martillo, improvisaba entonces Petates: Sar Jasé “AI bruto que con esposa y con hijos se entrega al ron, 2qué es primero?, le pregunto, Zel vicio 0 Ja obligacién?” Y asi segufan, incansables, burléndose, moralizando a expensas dei manso gigante, a pesar de que ellos mismos, 59 i todos los demds también, incurrian con frecuencia en deslices parecidos. Cuando pecaba Camorra, los ot os toma: ban el desquite, con ‘a de Petates, a quien Camorra en su oportunidad respondia de la misma manera. Pero ese dia le tocaba a Gollat ser el blanco de cuartetas y chistes de los fan alegremente y se aprovec! en cuando, con broma: dos graciosos. Los demés fan para terclar de cuando subidas de tono. Goliat, que no aba para fiestas, disimulaba su malestar fingiendo reir también a cada pulla de esas, con gestos forzados que més tenian de muecas que de risa. Algunas veces, los zapateros habilidosamente logra- ban provocar prolongados y terribles pugilatos de dimes y diretes entre Camorra y Petates. En tales ocasiones el duelo resultaba enconadisimo, pues ambos procuraban siempre superarse en ingenio y mordacidad. Se arrancaban el pelle- jo; decianse las cosas més absurdas y disparatadas; se exageraban y ridiculizaban, sin piedad alguna, los defectos fisicos y morales; y sacaban a relucir, deforméndolos, he- chos ciertos y un tanto vergonzosos de la vida de ambos. Hasta las respectivas parentelas, sin respetar ni a sus pro- nitores, iban apareciendo poco a poco en las malignas jartetas, cuando ya se caldeaba mucho el ambiente. Todo el personal del taller tomaba parte en el pug lato. Unos, aplaudiendo y azuzando a Camorra; otros, a Petates. Hasta los viejos més serios segufan con atencién la pugna, e intervenian de vez en cuando, como jueces, criticando en voz alta las groserias exageradas 0 calificando la calidad de tal o cual cuarteta —iMuy mala, Camorra! —interrumpia de pronto don Pocho—. No tiene ninguna gracia: es puro insulto... jEso cuarte Y al poco rato: —iMuy bien, muy bien! jEsa es cuarteta! jEsa si que tiene chispal 60 Durante esos prolongados torneos, el rendimiento det trabajo de todos y cada uno de los operatios disminuia, con la consigulente disminucién del salario que podian ganar. Los que més tlempo perdian eran los dos rivales, que, mientras simulaban majar suela o recortar un avio, realmente tenian su atencién pendiente de la cuarteta del otro y estaban rumiando una répida contestacién. Term naban de zaherirse cuando el patrén, que también habia estado azuzdndolos y divirtiéndose con ellos, los lamaba al orden y exigia a todos que trabajaran de verdad. Pero esas pugnas entre los dos muchachos eran raras. Generalmente ocupaban su Ingenio en elaborar chistes per- versos para mortificar a los demas. A Petates gustabale mucho, también, provocar apuestas extravagantes, siempre con la intencién de tomarle el pelo a alguno. Y con fre- cuencia su victima resultaba ser Betin, un operario muy joven todavia, pequefiito, especializado en calzado infantil; porque Betin, que era corto de entendederas y terco como una mula, estaba empecinado en ganarle alguna vez. Este Betin, que tenia fama de hartén, pusose una tarde a exagerar su capacidad para ingerir alimentos. In- mediatamente salté la proposicin de Petates —Pa que no seas rajén, te apuesto dos pesos a que no te comés un colén de galleta tostada, :querés? Azuzado por los demés, Betin acept6, asegurando que no uno, sino tres pesos de galleta se podia comer él de un solo tirén, Pero a la hora de formalizar la apuesta, surgie- ron las condiciones de Petates: se las tenia que comer todas, una tras otra, sin parar y sin beber agua ni liquido alguno y en un tiempo maximo de veinte minutos; el que perdia la apuesta debia pagar también el colén de las galle- tas. Betin aceptd sin objecién alguna. Don Pocho, que ya sonreia socarronamente, fue escogide para juez y deposi- tario de la apuesta. Al salir el aprendiz para la panaderia, Petates le grits Decile a don Gordiano que te escoja las mds toste- iy que no se olvide del daban mos més el veinte por ciento de vendaje cuando se com- colén en adelante. Total, ciento recién salidas del horno, le fi su mesa de trabajo. Todos abandonai agruparon alrededor del héroe posibilidades que éste tenia quehaceres y loradamente | perder la Comenzé el tragén a devorar de tres en tr galletas que, crujiendo ruidosamente entre sus dientes, aparecian después como por encanto y sin tregue ni 190 alguno en sus insaciable s. Asi 0 on ya por segura la ‘ado, empez6 a defi c tragade todos por semejante principio, di derrota de Petates. Y éste, asus a gritos, diciendo: —iNo sea chollao! {No deje jon Pocho, péngale un sor juntando Pero muy luego pudo verse cémo B blemente su ritmo de mastica er tantas boronas el regazo, pa irle brero in disminuia j6n y cOmo cada vez tra- con mayor dificultad. Volaba el tiempo, faltébale que consumir més de la mitad de su gargantuesca , y los partidarios del tragén redoblaron sus voces de El no atendia ni miraba a nadie siquiera; conti- aba en su’ terco empefio con la cabeza muy agachada, endo las quijades y haciendo muecas horribles, en un tremendo esfuerzo que lo obligé por fin, al no poder i6n, a hurgarse la boca con los simple habiase dejado atrapar en una trampa cada tostada galleta d pobre estab: a, qué se le metfa Ue la boca y amenaza andaba grandes reservas de saliva, mastics ba asfixiario, 26se de pronto y con un gesto de angustia se precipite hacia la lave de la cafieria, a beber agua desespera Perdié ta apuesta, y fue objeto de burlas y cuchufletas al por mayo Petates aposté otro dia un colén a que Betin no e1 capaz de comerse una cajeta y un cigarrillo al mismo tiempo. Apostaba de mala fe y a sabiendas de que el tragén, por el cepricho de ganarle al vez, aceptaria tan estupida propuesta. En esa ocasién Betin: comidse el cigarrillo con la cajeta, hasta la ¢ orizna de tabaco. Pero un estaba bafiado en sudor, livido y vomitando rato despul ardé cama el resto uidosa en la pila del taller. Guard del dia; y al dia siguiente tuvo que tragarse un purgante, para pasar la mafiana entera en carreras al interior, carreras esas que saludaban siempre sus compaferos con risas y silbidos, mientras el regocijado Petates repetia: “;Corra y tenga, ganador, tenga y corre sin perar que si pone el huevo equi nadie podrd trabajar! lo en zapatos de mujer, era maestro tre los Gole, especie en provocar discusiones sobre temas escabrosos que mas presumian de instruidos o de ser ms experimen: tados. Y apuntébase un gran triunfo cuando lograba pro- e don Pocho y Beteta, el mejor operario en zapato cosido que tenia el taller, porque el viejo, que ade- més de su experiencia poseia bastante instruccién, resultaba an empecinado y diestro polemista como el tal Beteta, quien, Indigestado con la lectura de todas las obras de Vargas Vila, padecia por eso de un insoportable complejo 63 Ce y superioridad, con mucha presuncién de sabe- nabilidoso para argumentar, jotodo; ademés, era muy Siempre que discutian sobre esas cuestiones hacianlo lo que con gran tesén, poniendo en juego sabian, hasta llegar a dar argumentos, cuando ya se encontraban bastante a Pero entonces intervenian los demds, en dos bandos con trarios, absurdas que muy grandes voces y a torcer y retorcer esgrimiendo afirmaciones tan pronto hacian degenerar la discusién en pugilato general de pullas y bromas divertidas Casi todos, cual més, cual menos, te A ) nian | iad y | ‘a para polemizar; y para enredar una cuestién cuando Pero destacdbanse tres 0 cuatro verdaderos maestros en esa especialidad. Los zaps- habian hecho un arte de ta discusién, que ejercitaban | demasiada frecuencia y sobre todos los temas habidos | y por haber. Eran muchos los que ompraban el periddico | | taller, para leerlo de cabo a \ odas las mafianas, camino d he ces, antes de comenzar a tra bajar. Y luego, mientras mojaban los avios para iniciar | la labor, iniciaban también los comentarios sobre esta o | aquelia noticia, © sobre tal 0 cual articulo lefdo; @ inme- diatamente surgian las discusiones, con frecuencia muy | Siempre discutian apasionadamente, ya se tra tara de cuestiones artisticas o de problemas cientificos que | | todo; ya de politica internacional de cardcter nacional. En ese nteresantes ninguno podia digerir del sentido, el taller resultaba una escuela ‘para todos. J ban zapateros de cardcter tur- bulento y exaltado, esas discusiones, asf como las bromas y las pullas malévolas, raramente lograban exaspe- groseras y rar a alguno al extremo de que Ilegara a utilizar los p g6 a correr A pesar de que no fal para resolver la cuestién; y sélo una v is entre dos operarios jévent angre, en una rifia a pufalai una cuestién de pero por das, Allf el zapatero aprendia a dominar su temperamento” | EI recién Ilegado, 0 lograba pronto domar su mal cardcter, si lo tenia, hasta poder contener sus impulsos violentos, 0 abandonaba el taller. Cuando se quedaba, poco a poco base acostumbrando a replicar con viveza, a defenderse argumentando, a usar la cabeza para medirse con sus com- pafieros més despiertos; y a aceptar les bromas con la risa en los labios, aunque por dentro le hirviera la sangre de rabia. Porque los zapateros consideraban estipido y derrotado al que pretendia contestar una pulla a pufietazos 0 terminar una discusién con ese mismo argumento. el taller se mortificaban mutuamente, sin compe- alguna; pero ante una verdadera desgracia formaban frente comin. Si a cualquiera de ellos se le moria un pariente los demés aportaban lo que més podian para con. tribuir a sufragar los gastos del entierro; y cuando alguno enfermaba, los otros epuntébanse cuotas semanales para urarse y a sostener la familia ee ayudarle a Hasta al mismo patrén —que para ellos no se llama- ba don José Medina, sino simplemente “el Cholo José habian logrado domar los zapateros. Muy moreno, de cuerpo recio y pelo corto, ensorti- en el que ya comenzaban a apuntar las canas, este ‘én, nacido en la capital de Nicaragua, en’ donde apren- diera el oficio y trabajara como operario, habia logrado en Alajuela y al cabo de no pocos afios amasar una modesta fortuna con su taller. Y logré eso a pesar de las malditas faldas, que eran su més grande y costosa debilidad. En la ciudad tenia hijos con tres o cuatro mujeres, a las que ayudaba econémicamente, sin contar la que ocupaba por ese entonces, en pasajera calidad de ama y sefiora, las habita- clones interiores del viejo caserén. Los zapateros cono: cianle esa y algunas otras debilidades, se las ridiculizaban y sabfai provecho de ellas. Eso hacian, por ejemplo, con su costumbre de ostentar el dinero ante la clientela femenina. El © José acostumbraba adelantar a sus opera- rigs, e! dia martes de cada semana, algin dinero para los gastos menudos. Pero si el viernes, como ocurria frecu lemente, a Camorra se le antojaba solicitar un adelanto de dos colones, con el pretexto de comprar céfiamo u otro material cualquiera, el patrén, furioso, n cando en tono definitivo y concluyente: -iNo sabés que hoy no es dia’e chuzo iEstoy limpio como el ojo de un gallo y no tengo un cinco ni pal remedio de mi mujer! repli- Camorra a su asiento encogiéndose de sombros y guifiando un ojo con socarroneria. Y en cuanto lograba ofr voces de mujer en la tienda, aprovechaba la acho en actitud respetuosa, saludaba A mucha humildad no me presta un cuatro que nece- Cholo José echébale una mirada disimulada a las zcaba luego de la bolsa un grueso fajo de billetes, toda ostent diez colones, y alar- lo a su taimado operario ¢ Tomé estos diez pesos... ZNo les he dicho que mi no me anden pidiendo cuatros? Camorra cogia entonces el billete ¢ ibase de alli direc temente para la cantina o el billar. Y no se volvia a acordar del trabajo hasta e! dia lunes de la semana siguiente, extraia c gand En ciertas temporadas del afio las ventas de la tienda disminuian y el trabajo escaseaba entonces en el taller. Co- menzébase a trabajar el dia martes de cada semana, y los lunes —~'domingos chiquitos", como los lamaban los zapa- Nn aprovechados por la mayoria de éstos para y también para escaparse hasta el caserio de Las @ embriagarse con el aguardiente que cierto cam- pesino fabricada de contrabando y vendia a muy bajo precio, En esos meses, aperezado el personal por los cons- tantes retrasos, los torneos de ingenio se sucedian con frecuencia en ei taller y se prolongaban mis las lec’ las constantes discusiones. Y se jugaba a las damas, co: téndose apuestas entre los mas destacados jugadores. Mon- s6n, el alistador; Cotico, el remendén del taller —un vejete encorvado y cascarrabias, qu iempo tosien- do—; el Indio, Beteta y Gole, todos los cinco presumian de ser maestros consumados en la encia de mover las fichas. EI patrén tamb jas daba de j muy bien, pero no sabia perder; siempre encontraba pre: car sus derrotas. Y a veces se pasaba las enteras jugando a las damas con sus operarios Un dia, como a las ocho de la mahana, mientras entregaba el avio a Gole el patrén le advirtio —Este par me urge pa la una de la ta si lo podés tener pa esa hora o no, pa que des salgés con vainas. ;Podés? Es que la duefia pasa por él a esa hora Goie se comprometié, y comenzé a trabajar con todo empefio. A las diez de la mafana ya tenia el par de zapa- tillas en puntaduras, y mientras asentaba el cuchillo pisose @ comentar una’ partida de damas que él le habia ganado al patron el lunes anterior, buriéndose de clertos gordos errores que aquél cometiera en esa ocasién. El Cholo José, que lo escuchaba desde el despacho, no pudo contenerse 4s y asomé de pronto en la puerta que daba al taller diciendo a gritos pasdbase el textos para justi de. Deci pués no me 67 a 1Qué es lo qu 4s hablando v No seas fachento! Ese dia yo te estaba dando agua," porque me dabas léstima... iVos no jugés nada! —Y reforzaba sus afirmaciones en alto, agitando los brazos en ntos Gole replicé en forma pare y entonces intervino Petate —A ver, ;por qué no juegan de a peso el tablero, y e dejan de tanto grito y tanta rajonada? ida; se agrié la discusién, Gole alegé no tener dinero. —Yo le presto, pero que no se me corra... ;Aqui esta el peso! —dijo el patron dirigiéndose a los demés, al mismo tiempo que sacaba ap fe una moneda y se la arrojaba a Gole Un momento después los dos estaban encorvados bre el tablero, pendientes del movimiento de las fichas Unos cuantos, que abandonaron el trabajo para contemplar la partida, en voz baja comentaban y discutian el pro y el contra de cada jugada hecha. La primera partida, que se no, fue ganada por Gole. Se celebré su triunfo y con muchas burlas para el perdidoso. El Cholo José, amoscado, exigié una partida més, para el pero alejé a todos los mirones, diciendo —iVayan a trabajar, majaderos! Ustedes le soplaron aquella jugada a este carajo. Por eso me maté la corona el tablero En la segunda partida hicieron tablas, y resolvieron jugar el desempate. Asi continuaron. Y cuando los ope- ios se na almorzar, el Cholo José ordend a su wujer que sirviera el almuerzo alli, donde él-estaba jugando, e invité a Gole, para que no se suspendiera el juego; y prosiguieron entonces haciendo jugadas mientras comian a puftados y descuidadament Regresaron los operarios de sus casas, reanudaron sus labores, y ellos continuaban empefiados en el juego. 68 Gole tlevaba Ia ventaja en partidas ganadas; pero el patron 0 queria darse por vencido. Se rascaba con rabia la juriébase 61 mismo, entre dientes, cada vez que error. Y estaba haciendo una jugada decisiva, ndo su mujer, que atendia el despacho en esos momen- tos, grité desde el zaguén: —iJosé! jAqui te buscan, en la tienda! Termin6 de hacer la jugada y se levanté luego prote: tando por a interrupcién y haciendo advertencias a Gole: jCuidao me corr 8 fichas!_ jVos sos muy sin- pero yo sé cémo las dejo! —Y fue a ver qué vergiienz le querian All4 en la tienda oyéronse voces alteradas de mujer. Un momento después el patrén regresé hasta la puerta del taller y desde alli comenzé a increpar a Gole, furioso, a grandes voces: —{No te dije que ese par precisaba pa la una? jMird cémo fo tenés...! jTe debia’e cortar el rabo* por infor- mal y vagabundo! —Y con acento desesperado agreg6, para todo el personal—: jAsi es como ustedes le ayudan a uno, carajo!... Ya esa olienta se perdié! Pero Gole sabia defenderse. Arroj6 violentamente el tablero al patio y, a grandes voces también, acusé al patron de haberlo provocado a perder el tiempo en tales vaga- bunderias; y alego tener derecho a oxigirle al Cholo José el pago de lo que habia dejado de ganar por estar jugando as6 la tormenta. Gole volvié a sus zapatos. Y el patrén, calmado ya, dedicése a enhebrar pretextos para justificar su nueva derrota. En esos periodos de estancamiento, el Indio levébase su guitarra para el taller. Gran amigo de Beteta y del patron, 69 este operario, que ya usaba anteojos para hombre de edad madura y cara fea, moreno, a uy limpio y de cierta elegancia para vestir y Pensando siempre en sacudirse de encima a su rujer, a como una hormiga, pero incémo vivia atormentado por los ojos cl ica_vecina illos_ melancéiico: esas tardes, cuando se coser, era un grufiona y e gustaban 3 viejos y llorones, Y en entia triste o aburrido, de Da 10s zapatos a un lado, quitabase los anteojos, y descolgando su guitarra se ponia a puntearla suavemente —con Ja iz: quierda, porque era zurdo—, por largo rato, como burlandose de aciencia de los demé profunda y agra tamentos: Por fin dejaba oir su voz le en un tango tleno d amarguras wando me no puedo cerrar la puerta, amorra que habia perdido su novia por ju: conmov nes, dejaba y suspirando uista ner aten- de cuando en de trabajar para p do. murmurab: indo...1 Qué dice...! Cuando el Indio colgaba de nuevo su guitarra, los contagiados, dedicdbanse a cantar y a tararear hasta aburrirse. O a discutir s tantes. Cierta vez, interviniendo en una de esas discusion Gole afirms: ila pura vordF TE Qeevetytpnpe: da y maricona! trasno Su rotunda afirmacién provocé un encendido debate Se formaron varios bandos, unos, apasionados del tang otros del vals del pasillo. Don Pocho, que en su juvent habia tocado el clarinete en la banda militar de la ciudad, tenia pasién por la misica eso tercié en apoyo de Gole: Yo no niego que hay tangos que se pueden oir E| Choclo y “La Comparsita”, por ejemplo, Pero son muy pocos. Porque los tangos hoy se han corrompido; ni en su mtisica ni en su letra val iLamentos de cornudo! ~Y con desprecio—: jEI tango ha d pa chulos y rameras! Los partidarios del tango arremetieron contra don Pocho, unos en serio, otros en broma. Petates dejo de trabajar y se planté en el centro del taller, diciendo: —Qué quiere don Pocho, zépera? Pues yo prefiero el tango; por lo menos se entiende lo que dice y uno que lo siente... A mi me gusta cierta misica seria, aun que no la pueda entender tan bien como don Pocho. Pero en todo hay de todo. {Qué gusto se le puede sacar a lo que dicen en !'6pera? {Si cantan en italiano! ... Y aunque cantaran en espafiol, siempre se quedarian todos en ia luna. Porque eso, pa mi, no es canto: lo que hacen es ladrar como perros apaliaos; y las mujeres, como gatas que s’estuvieran horcando ... Yo no hablo por hablar, don Pocho. {Se acuer- do de aquella Compajiia que vino? Pues yo, a noche cogi el camién y me fui pal Nacional... {Cinco aqué iAcharé pesos, mejor me los n gofio! Me tuve que salir a media funcién, porque me estaba durmiendo de aburrio... ;Quieren que es Improvise un poco de dpera? tes arrollése ain més los pantalones, como para mejor sus torcidas y velludas piernas, cogié un ria y odiaba los tangos; por ao en gene! oso, U pesos gale wubiera com p filoso cuchillo y comenz6 a explicar lay una gran mesa, y los dos estén paraos cerquita della... El carajo, en calzoncillos verdes, esté celoso y va @ matar a su mujer, una gorda mal hecha que no dlera yo un cinco por dormir con ella... El comienza a dar Pasitos pa onde esté la vieja, muy poquito a poco, como pa no llegar nunca, con esta mano en el pecho y el pufal levantao en la otra... Asi, gentienden? —E hizo una ridicu- Ja pirueta, exagerando los gestos de un actor de teatro, para afiadir—: Y en esta facha se pone entonces a ladrar como perro en noche de temblores.... Nadie entiende lo que dice; pero eso quiere decir que le esté diclendo a la mujer que llega muy furioso y que la va a matar porque acaba de saber que ella le esté quemando la canilla... Y la gorda va dando pasitos p'atrés, muy despacio también, como pa dar tlempo a que el otro termine de ladrar, con las manos en el pecho y con [os ojos paraos, asi, haciendo gorgotitos y dando gritillos de gata nueva en las ufias de mi gato... Eso quiere decir que Hora y que le esté diciendo que todo es mentira zo ella lo quiere y que sdlo le ha puesto cuernos con sus porque ellos son primos de confi Y pa decirse esas cuatro babosadas tienen que durar dos horas haciendo gargaras y visajes, y sin que el otro termine de matarla nunca? ;Como si pa apaliar una puta hicieran falta tantas muecas!... Y después salen del tiatro las viejas parando los ojos y diciendo, pa que las oigan todos: “jooh, qué maravilla! jAsaah, qué sostenio de pecho!” \Y ni han entendfo nada ni les ha gustao tampoco a las babosas! Y Petates, onvalentonado por las risas con que sus compafieros celebraban sus ocurrencias, se acercé ain mé a don Pocho, para rematar diciendo —Si, don Pocho, la Gpera ya pasé a la historia iVa pal cajén de la basura...! Don Pocho protesté indignado, afirmando con pro- funda conviccién: -iJamés! jJamés! jEsa es musica eterna, misica Inmortal! {Musica que le hablaré siempre al alma de los hombres, por los siglos de los siglos ...! —Y agrego luego, ya més calmado, con un cierto dejo burlén—: Lo que pasa es que se necesita un poguito’e cultura y otro poquito’e talento pa poder entender y saboriar esa milsica, que si es misica’e verdé ... Y cuando uno puede apreciarla, zqué le importa entonces la idiotez del argumento? 000 Un dia Ilegé’ al taller un nuevo operario. El Cholo habiale dado trabajo porque era palsano suyo, y a los zapa- teros el hombre les causé una extrafia impresién; era un tipo raro El, que se dio cuenta de la sensacién que su presen- ia causaba, parecié cohibirse, y saludé a todos con un “ibuenos dias, muchachos!”, dicho en voz muy baja y son- riendo con cierta cortedad. Luego, por indicacién del patrén, cogié un taburete, se fue a sentar a la mesa en que traba- jaba Gole, sacé sus herramientas y en silencio pisose a acomodarlas. Al poco rato ya estaba majando su primer El extraiio individuo resulté ser un cosedor de cal zado de hombre, magnifico y ligero; un peligroso rival para Beteta, quien hasta entonces habia sido el operario prefe rido para hacer esa clase de zapato y el que siempre alcan zara los mas altos salarios semanales. Habia hecho su aparicién en la ciudad el dia anterior. Llegé con una maleta bajo el brazo y sin un cinco en el bolsillo; se sentd a descansar en uno de los asientos del Parque, le echo una amorosa mirada a los altos y fron- dosos mangos, y resolvié quedarse. Si, le gusté Alajuela, aldeota tranquila y soficlienta, abierta al sol y a los vientos del verano. 73 Venia de Nicaragua. Nacido en Rivas, alli habia vivi- do por largos cuarenta y dos afios. A esa edad, quién sabe por qué razones, un die de tantos arrollé sus pocos trapos y sus cuatro herramientas y eché a andar, camino de la frontera. Y asi, en ese verano caluroso, devorando a je leguas y més leguas de caminos polvorientos, vino a dar con sus huesos al taller del Cholo José. Eso se supo después, por su ‘compafiero de mesa, Gole, @ quien el hombre se lo contara. Con los demas, a pesar de que pasaban los dias, se mostraba todavia reser- vado, aunque siempre sonriente y dispuesto a prestar cual- guler servicio que Ie solicitaran. Por esa actitud, y por su fisico feo @ imponente, inspiraba respeto a los zapateros, lo que no impidié que Jo tomaran por muchos dias como blanco Indirecto de sus bromas y ocurrencias. En tales ocasiones, cuando los demas reian, el hombre, como si no entendiera que era de él que se burlaban, sonrefa: también, sin quitar los ojos de lo que estuviera haciendo y sin pronunciar pala- Hasta que una tarde Petates, agresivo por los tragos que ingiriera antes de llegar al taller, atreviése a soltar una cuarteta mordaz: “gHan visto ustedes, jachos? Si no han visto ya verén: yo he visto haclendo zapatos aun horrible orangutén.” Muy pocos rieron la hiriente ocurrencia de Petates. La mayoria se contuvo, esperando una violenta reaccién del aludido. Pero el hombre, aunque se alteré visiblemente y no sonrié esta vez, hizo Iuego un gesto de conformidad y volviéndose hacia Petates dijo, tratando de aparentar tran- quilidad, mas sin lograr impedir que se adivinaran en su vor el resentimiento y la amargura: —£so no es culpa mia, amigo... Yo quisiera no ser tan feo. 74 Porque era feo como un orangutan. De un moreno a rillento, muy alto y huesudo y con los brazos despropor- clonadamente largos, lucia orejas muy pequefias y grue nariz chata, ojos saltones y enormes, pero que a pesar de eso parecian pequefios en su cabezota deforme, calva de la frente hasta la coronilla y rodeada de mechones lacios, mAs una extrafia barba de sélo cuatro pelos largos, que él afeitaba nunca Aquella breve réplica a Petates, por el tono en que e dicha, causé una profunda impresién. De alli nacié en ichos un sentimiento de solidaridad con ef y pronto todos pudieron darse cuenta de que ese hombre era capaz, a pesar de su fealdad, de inspirar simpatia. Su ancha boca, de labios gruesos y dientes torcidos y amarillos, perecia iluminada siempre por una abierta sonrisa de sin- cera cordialidad. Llamabase Juan, a secas. De su apellido no se sabia nada; ninguno se Jo pregunt6, él posiblemente no tenia por qué andarlo pregonando, ni eso le iba a hacer falta para vivir en Algjuela. En el taller, siguiendo la vieja costumbre establecida en la ciudad, muy pronto to rebautizaron con el mote de “Cachamba”. {Por qué? ;Qué queria decir? Ninguno lo sabia; pero desde ese momento dejé de llamarse Juan. Se siguié llamando Cachamba para toda la gente por la misma razén que su compafiero de mesa llamabase Gole, y Monsén el alistador. Todos sus compafieros di taller, asi como otros vecinos que é! iba conociendo en I ciudad, llevaban motes parecidos o mAs raros todavia. Por eso se acostumbré muy pronto al suyo. Cachamba, que alquilara un humilde cuartucho en el barrio de El Arroyo, comia en casa de unos vecinos de esa e pasaba, las viejas del vecin- misma barriada. Cada vez 75 dario salfan a observarlo y a burlarse disimuladamente de él. Cuando Cachamba sorprendia esas burlas, sonrefa resig- nado y apresuraba el paso. También. mofabanse de él los chiquillos, por los que sin embargo parecia sentir un espe- cial afecto: siempre llevaba frutas 0 caramelos en las boisas fe sus arrugados y flojos pantalones para repartir entre fos mas desarrapados muchachitlos det barrio, que recibian sus obsequios temblando. Esto sucedia al principio, Pero ya un mes después los chicos le sonreian, la gente mayor habiase acostumbrado a su grotesca fealdad y a sus ropas descuidadas, y el hombre se movia por toda la ciudad como Pedro por su casa. Era un vecino més Dia a dia, después de almuerzo, antes de volver al taller pasaba por el Mercado a comprar frutas, con las que luego invitaba a sus compafieros. Aunque enemigo de hablar mucho, habia dejado ya sus reservas y era amigo de todos los operarios de! mente de Gole, por el qu manifestaba, a su manera, particular predileccién. Parecia rruy satisfecho de vivir en la ciudad. En una ocasién le &jo a Gole! —Me gusta la gente de aq buena. Sobre todo, las mujeres —No er, especi jul; no tiene orgullo y es ‘odas, amigo 1s muy tontas, no cr El parecié no escucharlo. Tenia los ojos perdidos en el pedazo de cielo que se alcanzaba a ver desde el corredor sonreia con placid bébase suavemente Ia oreja, mien- tras continuaba murmurando, asi, como si hablara con las pubes lejanas —jQué tardes més lindas...! {Qué jDan ganas de dormir! Y qué vida més tranquila Frecuentemente caia en esos ensimismamie pendia la labor y quedabase por largo rato con la mir perdida en el vacio, sobéndose la oreja, sonriendo, abstraido ut much slorcito en quién sabe qué ensuefios agradables. De pronto abeza, miraba con disimulo a todos lados y volvia furiosamente, por horas y horas, sin descansar ni e el Iébulo de bia dia ta a trabaja pronunciar palabra, Su costumbre de sob la oreja derecha debia ser muy vieja, porque se lo deformado ya y lucia en él un principio de callosidad. Era un operario incansable y le rendia mucho el tra- bajo. Si era necesario, trabajaba toda la noche también; el oficio, agotador y dafino, no parecia hacer mella en su organismo de hierro. Cuando se suscitaban charlas o discu- siones, él ponia atencién; pero pocas veces suspendia el trabajo para escuchar y mds pocas atin para hacer una ligera intervencién. En ef taller se reflejaban las periédicas luchas electo- rales de cierta manera. El personal aprovechaba la oportu- nidad para criticar a todos Jos politicos y para burlarse de ellos. A la mayor parte de los zapateros esa clase de pro: mucho y se conformaban con depo- sitar el voto, cuando més. Pero el habi neturalizado en el pais, si parecfa muy ini politics, Como don Rosendo Soto —"Vinagre migos— se calzaba en su taller, é! crefase obligado a ser rio; porque don Rosendo, eterno presidente municipal, aspiraba a una nueva reelec Cuando en el taller criticaban al presidente municipal © se burlaban de él, el Cholo José intervenia, y se provo- caba entonces una agria discusién. En el curso de una de Petates, con calculada intencién, interrum blemas no intere: sus eni esas discusione pié diciendo: —iEse Vinagre es un viejo sinvergienzal Dicen que todo lo que tiene se lo ha robao en la Municipalida y que por eso es que no quiere soltar el glieso... ;Cudndo se ir a cansar de estar pegao del Presupuesto? El patron enfureciése y protesté con vehemencia, agi- tando los pufios mientras se acercaba a Petates —iMentis, bocén! ;Don Rosendo es un hombre hon- raol... Y el dia que ese hombre falte en. Alajuela, jhasta vos vas a tener que sentirlo! —Y dirigiéndose a todo personal, agregé —iSe acaban aqui hora mismo esta clase de jetonadas! iHablo con todos...! Don Rosendo es amigo mio, iy yo exijo que en mi casa se respete a mis amigos! —iEsta bien, José! —exclamé Petates, para afi luego, con fingido tono conciliador—: {Por qué te enojés? Todo se arregla no volviendo a hablar de poli Pero dejame que te diga que me extrafia oirte decir que ese for es amigo tuyo. Te palmetea I'espalda aqui, en la nda, pa ver si puede llevarse los zapatos fiaos. Pero en alle no te alza a ver... {Te acordas aquel lunes ibamos pa la Plaza'e Ganao? Gomo venia con unas viejas de San José, se hizo el tonto, pa no contestar tu saludo .. iNo jodas! Las Ultimas palabras de Petates y las carcajacas de | los zapateros desconcertaron al patrén. E| Cholo José aban do repetidamente la cabeza y forzando que | sonrisa, —Tiene razén Petates —comenté Gole a media voz— Y el Cholo José es muy tonto si esta creyendo que ese tal don Rosendo se va interesar ahora en hacer algo por la cludé.... Ni él ni ninguno de los otros. {No cré usté asf, Cachamba? El hombre, que durante toda la discusién habia estado ndiendo su trabajo, sin hacer el menor caso a lo que los otros estaban alegando, alzé la cabeza para decir: —No sé... Yo no entiendo, ni me gustan esas cosas de —Es cierto... Usté es extranjero —dijo Gole. 78 ne No, tlerra, gsabe? vida es buer lard él entonces qué complicarse la vida? La pero hay que sabe e aceptar mo son, como vienen Decialo con honrada conviccién, sonriendo bonded entr aba el lébulo de | mente se sobaba y re Y Gole entendié que el hombre hablaba con sinceri- dad, pues ya se habia dado cuenta de que esa era su actitud frente a la vida: procurar vivir sin mucha retrayéndose en si mismo, y enfrentando las contrariedades con tranquila resignacin. Eso podia explicarse, tal vez, como resultado de su fealdad, que, sin llegar a envenenarle el corazén ni a deformar sus sentimientos mas nobles, si podia haber lo cierto complejo de inferioridad. Quizés por ese complejo Cachamba trataba a mundo de “usted”. Y quizés por esa misma raz6n era tan descuidado en su manera de vestir. Negébase a usar som- brero, como para no deforme y caiva fealdad de su cabeza; andaba siempre con los pantalones flojos, manchada por el jugo de todas las frutas que comia y con los zapatos rotos y sucios; y no se preo- cupeba nunca del estado lamentable de su ropa, y cuando se veia obligado a renovarla c ray mas barata q ntraba, sin probérsela antes ni fijarse en color ni en calidad Algo de eso perecia haber adivinado Gole, qu llegé a sentir por Cachamba un gran afecto que mucho tenia de conmiseracién. preocupacion mpraba fa prim de marzo, Cachamba regresé lo una hermosa pifia Un lunes, en pleno me: al taller, después de almuerzo, Ilev que comprara en el mercado. Afuera la ciudad parecia dor 79 jesta, si en cuando entre | jejaba en el hojas secas y sop! —iQué dia més lindo! En la calle no se siente el Sonreia, satisfecho. ciosidad, invité a Gole y a comiése el resto a grand que el abu y dulee jugo los ladrillos del pisg. Terminé con un por la bar chorrear ngado ‘'jAh” de satisfaccién y se enjugé la boc: sro con las faldas de su camisa. Después dijo: Se vive bien aqul... Me gu 3 tran- a, iverdé? lo sé. Tal vez pa usté —contesté Gole. ¥ Ojalé que siempre pueda decir lo mismo... Pero, mo? Entonces no hay trabajo suficiente; se ‘a muy poco, y uno tiene que andar bu: mprar el pan de la mafiane —Yo soy solo... —arguyé él Pero lo dijo como si eso le doliera, y se quedé largo rato pensativo. Mas tarde, cuando la mujer de G una muchacha limpia y agradable— !legé con el café de su ma: rido, él, en cuanto ella se fue, le dijo a —Linda mujer tiene usté; linda y buen muy dichoso, —acepté Gole—, pero me he complicao la vid: usté. Antes yo no tenia que pensar en nada gsabe? {No vive usté més contento como esté, sol ndo el cuatro Es ust mo dis -Eso es distinto —afirmé él. Y a -: Una mujer buena alegra la vida Segtin lo poco que de su vida se sabia, Cachamba, posiblemente por su fealdad, habia vivido huérfano de afec- eg6, mel 80 tos. Tal vez por eso le tenia tanto carifio a los chiquillos y miraba con tanta ternura a las mujeres, ante las cuales extremaba su timidez, como si entendiera que eran algo Iejano e inalcanzable para él. Tal vez habia suspirado siem- pre por un poco de calor hogarefio, anhelo que luego se le exacerbara atin més, a la vista de las mujeres e hijos de sus compafieros y oyendo constantemente a los muchachos hablar de sus novias o de sus féciles conquistas. Poco a poco habfase ido interesando en los problemas familiares de sus compafieros; y si alguno tenia dificultades serias en su hogat, él parecia sufrirlas también. Lleg6 a conocer por sus nombres a las mujeres y a los hijos de todos los operarios del taller; y cuando encontraba a esos chicos en Ia calle, obsequidbalos con cuanto podia. Una mafiana se supo que Goliat, borracho, la noche anterlor habia apaleado a su mujer. Petates y Camorré estuvieron fustigando al gigante con sus bromas y cuarte- tas. Pero Cachamba, visiblemente indignado, hablando con Gole dijo —iEse Goliat es un bruto! Merece una buena tunda, Nunca haga usté eso, Gole... jPobre mujer! Y cuando en el taller se hablaba de mujeres, de las aventuras de éste o de aquél con tal o cual muchacha, él, que antes nunca lo hiciera, ahora descuidaba el trabajo para poner atencién y hasta intervenia con timidas preguntas, vez en cuando, para que ampliaran el relato. Después quedabase por largo rato abstraido, moviendo los labios imperceptiblemente algunas veces, tal y como si estuviera conversando y sonriendo con: persona amiga; y en esos ins- tantes, mientras se sobaba la oreja, en sus ojos saltones se cuajaba un reflejo de intensa ternura, Camotra, maliciando ya, como algunos otros también, que en Cachamba se habia despertado un ardiente deseo de carifio, cuando lo sorprendia en esas actitudes.decia en voz baja, sefialéndolo con gestos de burla: iMiren a mi gorilital {En este momento se imagina hecho un nudo con Rosita Alfaro! Y los demés refan regocijados. Rosita Alfaro, la hija del Comandante de Plaza, era la muchacha més elegente y més guapa de la ciudad; y la més orgullosa también, Cayeron las primeras tluvias de mayo, alegres, fuga- ces, aplacando el polvo de las calles e impregnando la cludad de un tibio olor a tierra mojada. Luego, aguaceros furiosos todas las tardes, truenos, relimpagos y secos es tampidos de la rayeria; y de vez en cuando, granizos. Después llegaron los meses més bravos del invierno, con sus dias tristes, sombrios, con sus noches frias, de profunda negrura. Y el constante caer de la Iluvia, Con frecuencia, sobre todo después de almuerzo, los zapateros llegaban al taller renegando, sacudiéndose el agua de fos zapatos y de los pantalones; y fos que no tenian paraguas, hechos una sopa. Petates repetia constantemente: “Beban guaro, compa eso es bueno pa estas agui Beban guaro, sinvergilenzas no compren su peraguas.” En el taller, a pesar del invierno, no disminuyé el trabajo, EI Cholo José habia hecho un contrato con una firma de la capital que tenfa agencias en Puerto Limén y en la provincia de Guanacaste. Cada quince dias el Cholo debia entregar varias docenas de zapatos, que se mandaban empacados en cajas de cartén a San José. El pagaba un poco menos por la hechura de ese zapato. Pero sus opera- Fios estaban contentos; abundaba el trabajo. Cuando se aproximaba la fecha del envio trabajébe hasta altas horas de la noche, con mala luz y casi siem; 82 oyendo el aburrido golpear del agua en las tejas. A veces, cuando soplaba el viento con furia, la Iluvia entraba de pronto en rafaga violenta y salpicaba casi todo el taller, haciendo estremecerse de frfo a los operarios y apagando de paso la lamparilla de alcoho! que usaban para lujar. Don Pocho, que tenia los ojos muy gastados por los argos afios de forzarlos en el oficio, y que padecia de reu: matismo, quejébase frecuentemente de frio en los pies y Procuraba no trabajar de noche; pero a veces ta violencia de la Huvia lo obligaba a quedarse alii hasta muy tarde, sin comer, esperando que amainara el aguacero Cachamba parecia no sentir el trabajo en esas noches de invierno tampoco; para él no habia Iluvia, ni frio, ni mala luz eléctrica. Una semana de esas alcanz6 el més alto sueldo que é! habia lo en el taller. Casi ochenta colo- nes. El lunes siguiente llegé muy temprano, estrenando un paraguas, enorme y feo como su duefio. Habia un poco de sol. El abrié el paraguas en el patio y se fue a sentar en su omo para admirarlo desde alli, echandole ojea: das furt cuando en cuando ntento y se frotaba fas manos con fruicié: s lindo el invierno, zsabe? —dijole a Gole—. Se duerme tranquilo oyendo la iluvia... Me molestaba mo- jarme; pero hora compré mi paraguas. —Eché una amorosa mirada hacia el patio y luego, recordando, comenté —iSe fija? No habia por qué preocuparse: a pesar del invierno, hay. trabajo. —Y se acariciaba la oreja con plécida satisfaccién, Poco rato despué zaron a ridiculizar su paraguas, Cache amargura: —Lo compré pa taparme. No es pa lucirlo... Yo n, , cuando Camorra y Petates comen- mba explicé con cierta no soy un muchacho, Algunas noches, cuando terminaban sus labores y una fuerte Iluvia obligaba a los zapateros a permanecer en el taller, allf se improvisaban alegres veladas con la guitarra del Indio o se jugaba a las damas: y alld de vez en cuando se hacia correr los dados, casi siempre por insistencia del Patron y apostando poco dinero El Cholo José presumia de buen tahur. Un sébado en la noche, aprovechando el aguacero, pisose a jugar con Camorra y con Monsén, el alistador; Cotico, el remendén asmético, intervenia de cuando en cuando. Cachamba, que acababa de terminar su trabajo, los contemplaba sonriendo. Sélo ellos quedaban en el taller. Apostaban pequefias sumas de dinero y las monedas iban y venian, pero pronto el patron puso y recogid todo lo que los otros tenian en el bol: sillo, que no era mucho. Como deseaba seguir jugando, resolvié prestarles unos cuantos pesos; y les volvié a ganar. Entonces Cotico, que estaba furioso con la buena suerte del patrén, se volvié hacia Cachamba y dijo, entre violentos accesos de tos —sJuegue usté plata a este ladrén Yo no sé jugar. Y no me gusta —replicé Cachamba El Cholo José, que no queria soltar ef churuco, comen- 26 0 provocarlo, diciéndole: —Juegue, Cechamba; ellos le van diciendo. Yo no lo voy a engafiar. —Y con doble intencién agregé—: Dicen que es torcido en amores, es derecho pa los daos Cachamba resolvié jugar unos pesos, por compro Comenz6 a hacer timidas post y reia entre dientes cuando ganaba y también cuando p Pero la suerte se nctin6 a su lado. El patrén sacé un fajo de biiietes y aposté todo lo que Cachamba tenia por delante. El parecid asus- ey dijo —Ya eso es mucho, don José. gNo cré? —Y s oreja, desconcertado se i amigo, pa ver si acaso le saca esa iso. Pero el patrén insistia, y los otros animaban a Ca- chamba, deseosos de ver perder al Cholo José. Gané Ca- chamba, Y cuando ya tenia ganados ciento cincuenta colones, y el patién, exasperado, quiso que los jugaran en una sola parada, él, inquieto y con cierta angustia en la voz, negése a apostar, tartamudeando: . don José. Yo no quiero Lo interrumpid Cotico, entusiasmado: —iTirele, amigo, no sea tonto! j£sta noche usté le gana al Cholo la plata y el taller también! —iNo! —repitié Cachamba, con vehemencia. Y, acon- gojado por lo que habla ocurrido, se dirigié al patron diciendo—; No se vaya a disgustar, don José... pero, toda esa plata es suya. {Céjala, don José! Yo no la quiero —iNuncal Me la ha ganao en buena ley, yo querfa que me ganara —afirmé entonces con jactancia el Cholo José. Después afladié en tono despectivo: —Eso es una cochineda... Yo, antenoche, en el club, ochocientos pesos Gachamba crey6 lo que el patrén decfa y, como si le hubieran quitado un gran peso de eché a refr, ale- gremente sorprendido. Antes de recoger el dinero didle las gracias al Cholo José y devolvié a los otros los pocos Pesos que perdieran; y luego dispuso invitarlos a tomar un trago. Diciendo y haciendo, cogié el paraguas, fue a la can- tina cercana y regresé con dos botellas de ron y abundante qué comer. Bebieron y comieron con largueza. Al calor de esos primeros tragos se esfumé su timidez, y Cachamba, en un desborde de buen humor, refa y charlaba sin parar, como nunca lo hiciera antes. Dos tragos més y ya estaba tarareando una cancion, para demostrar entonces, con la guitarra del Indio, y sorprendiéndo a sus amigos, que podia pulsar con soltura ese instrumento. Al colgarla de nuevo. dijo, a manera de excusa: me g 85 —De muchacho tocaba bastente, pero hora tengo los, dedos muy tlesos ... jEs que hace afios que no cogia una guitarra en mis manos! Después siguié tomando tragos y dando y recibiendo bromas. Cuando estaban ya casi borrachos, Cachamba, ex- trafiado atin y sin acabar de entender todavia aquel ines- perado suceso, exclamé: —ILo que son las cosas! jNunea cref yo que pudiera tener suerte en algo! —iPor qué...? Hay que tener fe en la vida —acon. sej6 Camorra, hipando. Enternecido por el ron considerd necesario alentar a su compaiiero, y a esa tarea se dedic, diciendo. —Hora tiene que tantiar con las mujeres, joiga, Ca- chambita!... Yo le voy a buscar una... Mafiana mismo coge esa platica y se compra unos pantaloncitos de casimir, y una cemisita... y unos zapaticos... jAh, me corto las orejas si no van a andar asi'e condenadas detrés de Ca- chambital No ve que yo las conozco?... ;No se ha fijao en el Indio? Cachamba, mientras tanto, repetia regocijadamente: —Se le subid el trago, se le subié el trago. Qué nal Ocho dias después, el domingo, Cachamba Ilegé a la zapateria afeitado y totalmente transformado de la cabeza a los pies: hermoso, aunque mal atreglado fieltro de anchas alas, camisa blanca, pantalones grises, de casimir, muy bien Planchados, y zapatos nuevos también, amarillos y brillan- tes. Se quedé titubeando en la puerta del taller, apoyado en el paraguas, confundido, sonriendo timidamente. Sélo Gole se encontraba alli, terminando un trabajo de urgencia, Agradablemente sorprendido por aquel ines- 86 perado cambio de su amigo, grité desde su mesa y simu: lando dirigirse a un desconocido personaje —Buenos dias, sefior, iqué se le ofrece? {Busca al patron? Por detrs de Cachamba y viniendo del despacho aso- m6 en ese momento el Cholo José, diciéndole a Gole entre rises de burlona satisfaccién —iMiré, aqui vienen mis pesos! {Qué te parece? aba las prendas nuevas de su paisano. Cachamba decidiése a entrar al fin y se senté cerca de su amigo, un tanto avergonzado. ja estado en la beria, Hasta Gole llegaba el fuerte olor de un perfume barato —Carambi placido El disimulé su turbacién estirandose el quiebre de los pantalones. Gole se levanté —Preste, hay que derle forma a este sombrero —dijo, y tomando el hermoso fieltro en sus manos Io ahormé con sumo gusto y cuidado y se lo puso de n ladedndoselo un poco. Volvi6 a sentarse y muy satisfecho le eché una larga a a la cabeza de su amigo, haciendo repetidos gestos s dijo 8, asi parece un novio —afirmé Gole, com- vo a Cachamba, mira de aprobacién. Despu ve bien Cachamba lo dejaba hacer y decir, acariciéndose mien- tras tanto la oreja y sonriendo con timida s Los zapateros, al dia siguiente, recibieron a Cachamba con muchas exclamaciones de fingido asombro, con felici- taciones burlonas y bromas divertidas. Y en tanto que él basta hibido, sé cambiaba de pantalones para sentarse a trabajar, Camorra con grandes aspavientos le dedicé una cuartet staccid te ‘Quien esa ropa pagé es cosa que yo me sé: yo sé que se la ganaron al bableca de José.” Los z te del pa también teros aplaudieron Y Pe burléndose regocijadamen- ates, para no quedarse atrés, improvis6 “La ropa le hace muy blen al monito y a la mone; ayer era casi un mono, hoy parece una persone. Después le dedicaron cuartetas al sombrero de Ca- chamba, a sus zapatos nuevos y hasta a los cuatro pelos de la barba que dejara en la barberia, todas celebradas con grandes risas. Pero él muy pronto recobré el aplomo, y ese dia si pudo celebrar también las festivas ocurrencias. de los dos graciosos. Al taller comenzaron a llegar rumores, cada vez Ss taba ocurriendo en otros talleres de la Los zapateros, al comentarios, alegrébanse de su buena suerte: el contrato del Cholo José los ponia al margen de la crisis. Pero en todas las demés zapaterias el trabajo escaseaba en ese invierno como en ninguno otro y la situa- clon de sus operarios cada dia tornabase més angustiosa. Pronto se supo que los otros patrones habian acordado una rebaja de salarios; luego el anuncio de posibles despi- dos. Con la excepcién del personal de “La Luz”, todos los zapateros de la ciudad se agitaban en inquietos corrillos, discutiendo el problema y buscéndole solucién adecuada. lo que e: 88, Algunos hablaban de formar una Cooperativa; otros, de organizar un sindicato para presentarle un frente unido a Jos patrones. Querian celebrar una reunién general para resolver la cuestién. Una tarde, ya al irse para la casa.a comer, Gole dijole a Cachamba: —Esta noche se retnen los zapateros, por all, en mi barrio. Creo que van a formar un sindicato. Dicen que viene un delegao de San José. {Quiere que vayamos? —No, Gole —replicé él—. No me interesa, Nosotros estamos bien: tenemos trabajo. ;Qué vamos a buscar alli? Y no se meta usté en lios, Gole. Al buen operario no le falta el trabajo, gno es cierto? Créamelo, esas son vaga- bunderias. Pa qué? ... Es peligroso ... Usté tiene mujer .. Hablaba con sinceridad, deseoso de evitarle dificul tades a su amigo, y haciendo amplios gestos con la mano en que empufiaba la lezna. Después agregd, ya en tono ma: reposado: —Vivimos bien, everdé? 000 El movimiento que intentaran los zapateros de la ciu- dad fracasé lamentablemente. La mayoria, por temor a posibles represalias de los patrones, abstUvose de concurrir a la reunién, Pero ésta se efectud con unos pocos y en el transcurso de ella los mas exaltados hicieron intervenciones candentes, criticando a los patrones y proclamando la nece- sidad de una huelga inmediata, proposicién que no pudo ser votada porque casi todos los asistentes, atemorizados por la violencia de. los discursos, optaron por retirarse de la reunién. Lo ocurtido esa noche sirvié de pretexto a los patro- nes —que de todo se enteraron— para despedir al dia siguiente a numerosos operarios. Y el comandante Al cit6 a tres o cuatro de los més conocidos zapateros, para hacerles saber que no estaba dispuesto a tolerar disturbios en Ia ciudad. Hablando de tales sucesos con Gole, que estuviera en la reunién hasta el final, Cachamba comenté: —Yo tenia razén, gverda? Las cosas son como son y nada se puede arreglar con esos alborotos. Cada uno s defiende como puede. {Pa qué complicar las cosas? Yo, por lo menos, vivo muy contento como vivo. Y decia verdad ef hombre. Hacia dias que se le notaba una extrafia alegria. Y habla cambiado en sus cos- tumbres también; procuraba no tener que trabajar de noche y, para reponer ese tiempo perdido, mafianeaba mucho todos os dias. El Choto José preguntébase: “zDe cudndo acé I ha dao a este viejo por venirme a botar la puerta a las cinco jedia’e la mafiana?” Llegaba a esa hora, estremeciéndose de frio. Pero a las siete de la mafana, cuando los demés apenas comenza- ban a desperezarse y a leer las noticias del periédico, ya él sudaba a chorros y tenfa muy adelantada su labor. § pre habia sido un operario tenaz y ligero, en esos dias lo era mucho més y parecfa una méquina de hacer zapatos Trabajaba con verdadera furia por horas y horas, sin levan: tar la cabeza ni tomar descanso, y sus largos brazos, cuando estaba cosiendo, movianse Incensables en un constante esti rar y encoger. Y cuando cafa en uno de sus ensimismamien- tos —ya no tan frecuentes como antes— se recobraba pronto y entonces sacudfa su cebeza con rabla y rezongaba entre dientes, como reprochéndose el tiempo perdido. Pero todo eso terminaba a las seis de la tarde en punto. Cachamba dejaba el trabajo a esa hora, estuviera lloviendo 0 no; iba a la pila, aseabase y peindbase muy bien y regresaba silbando a cambiarse la ropa, que estiraba y sacudia con sumo cuidado. Después se calaba el sombrero, siem- 90 —_— ecogfa el paraguas y abandonaba el taller a grandes zan. cada: —Hum ... gen qué andard este viejo? —se pregun- taba Gole, intrigado. Cachamba aclaré una tarde esas dudas, contando que ya tenia amigos allé en El Arroyo y que estaba aprendiendo con ellos a jugar carambolas. Y eso, aunque extrafio, debia ‘er cierto, porque Cotico, que vivia en ese barrio también, lo habia visto varias noches en el billar de don Pencho Ramirez, —Hay que llegar temprano pa poder jugar un rato —agregaba Cachambe—. Después llegan los buenos tacos del barrio y ya no hay chance pa los chambones. En visperas de la navidad aumenté en la tienda la demanda de zapato fino, Cachamba volvié a trabajar de noche otra vez, y lo hacia alegremente. Olvidé el billar, Hablaba de hacer una economia y hablase comprado un 2 misa rayada, de seda, para estrenar el veinticuatro de diciembre. Una noche de esas, Gole salié a buscar un corte para su mujer. Cuando regres6, Cacham- ba desenvolvié el paquete y pusose a examinar la tela con mucho cuidado, acariciéndola suavemente. Hizo el paquete de nuevo y se lo entregé a Gole, murmurando: £s bonito regalar Un dia se supo en el taller, por conducto de Cotico, que Cachamba tenia novia. Asi se aseguraba en los corr los de El Arroyo. De acuerdo con esos chismes, tratébase de una purera llamada Consuelo, vecina de ese mismo barrio. Tal noticia, que Cotico soltara aprovechando una ausencia de Cachamba, provocé mil comentarios un tanto indiscretos sobre la vida y milagros de aquella mujer. Debia andar en los veinticinco o veintiséis afios de edad, era a1 kuérfana de padre y madre y tenfa una hija pequefia, de un enamorarla desapare ebanista espafiol que después de ciudad. Y un dato curioso: trabajaba en una modesta pureria del mencionado barrio de El Arroyo situada precisamente frente al billar de don Pencho Ramirez Esa mujer no es mala y no ha sido fea, que digamos -coment6 Cotico, tosiendo. Cachamba regresé al taller y sentése a trabajar sil muy contento; pero se silencié cuando se dio cuenta insistencia con que sus compafieros estaban conju gando el verbo “consolar”. De las alusiones veladas fueron asando entre risas, a las pullas més directas. Petates hacia muecas, repitiendo gozoso la cuarteta que le soplara don Pone para siempre de | bando, I $ un consue egan como yo yo vivia desconsola ido y ef billar me consol. Y Ca mora agrega ‘Escondido y esc ndido y escondido lo creyé: pero al fin se supo todo ly tanto que lo escondié!" El, muy agachado, refa bajito, sin poder esconder su satisfacci6n. Pero cuando Gole lo interrogé al respecto, ba- Jando Ja voz y en forma cordial respondié: No crea... Son cosas d’ellos. Es una amiga. —Hizo una pausa y pisose serio para agregar —Muy buena amiga, {sabe?... Y tiene una chiquita que yo quiero mucho Al comenzar enero cesaron las lluvias, adelantindose el buen tiempo, como si el cielo se hubiera cansado de 92 fanto echar agua. Y llegé febrero de’ verano espléndido, Los dias eran claros y alegres; por las tardes el sol so es condia entre hermosos celajes. Sélo allé, sobre las azules y lejanas montaftas del Norte, hacia el Pods," de cusndo €n cuando la neblina se cuajaba en algodonados e inmensos Penachos inméviles. A todo se acostumbra la gente con el tiempo. Por 880, al correr de los dias, hasta el inesperado noviazgo de Cachamba dej6 de llamar la atencién y ya solo muy de vez en cuando y por casualidad provocaba en el taller un ligero comentario. Para él, en cambio, y por ciertas curlosas alte- raciones que desde los primeros dias produjéranse en su modo de ser, ese noviazgo parecta haber Ilegado a signi- ficarlo todo y a ser el objeto nico de sus constantes y mas hondas cavilaciones. Cachamba por ese entonces volvié a caer en largos y Muy frecuentes ensimismamientos; a veces éstos eran ta sonrientes y su buen humor tan cordial y en tal forma expre- sado, que parecian reflejar un vehemente deseo de poder Compartir con todos su inmensa dicha interior; otras veces Sus cefudas cavilaciones y su hosco malhumor denunciaban @ gritos una intima tortura de temores, dudas y contrarie- Gades. Pero tanto en estas como en aquellas circunstancias Ganipie mostrébase reservado, y més todavia en las raras ovasiones en que algun zapatero, habilidosamente, pretendia hacerlo hablar de su novia. Sdlo con su compafiero de mesa Se franqueaba a veces. Gole, que de verdad lo estimaba, un iunes habiale dicho, sin segunda intencién ni malicia alguna: —Anoche ful con mi mujer al cine. Daban una peli- cula muy buena. gPor qué usté no Ilev6 a su novia? El, entre sorprendido y disgustado, le eché una larga y recelosa mirada a su amigo, para contester al fin, tite beando y con una extrafia sonrisa en los labios: ja no quiso ni las retretas ... No le gusta salir que lo dijo y en su sonrisa amarga dejé traslucir su hondo resentimiento por esa actitud de la mujer. Poco después Cachamba falté un lunes al taller. Al uiente le cont6 a Gole cémo él y su novia habian ido de paseo al cercano Brasil, y cémo se entretuvieran por la orilla del rio y almorzaran a la sombra de un érbol inmenso. Parecfa muy contento y complacido. Y el siguien te lunes, muy temprano, aproveché la primera oportunidad para decir a Gole, con cierta orgullosa satistaccién: -Anoche fui al cine con Consuelo. —Y agregé después, como si creyera necesario destacar la circunstan- cla—: Ella me pidié que la Ilevera. sde entonces Cachamba habla cambiado de actitud. Esfuméronse sus hoscos ensimismamientos; y con mucha frecuencia hablaba de Consuelo. Era feliz y no pretendia ccultarlo. Y su nuevo modo de ser y de conversar daban Ja sensacién de que Cachamba por primera vez en su vida Se enteraba de que era un hombre igual a todos los demas. El matrimonio de Cachamba fue muy sencillo. Se efectué en la Gobernacién, un dia cualquiera del mes de mayo; Gole y don Pencho Ramirez sirvieron de testigos. Vivian en una casita humilde pero limpia, que alquilara Cachamba en el barrio de El Arroyo. Tenia ho Dice que no le gusta el cine, — Yen el tono en Cuando Consuelo —bajita, delgada, muy blanca y ‘con unos grandes ojos tristes y cansados— llegaba al taller con su pequefia hija a dejarle café, él t inmensa ternura. el mismo rueg —No venga mafiana, m'hijita. No se moleste. Esté largo, y ya le he dicho que a mi no me hace falta el café. ‘aba a las dos con Y siempre despediase de su mujer con Con el verano, la situacién de los zapateros de otros talleres de la ciudad habia cambiado muy poco. La mala situacién general, que dia a dia e insensiblemente se iba agudizando en todo el pais, reflejébase también en esos talleres, burlando las esperanzas que los operarios pusieran en la temporada de verano. En muy poco aumentaba el tra bajo, y los patrones se empefiaban en mantener los bajos no anterior, calarios que establecieran aprovechando el invi estar entre los zapateros, que Por eso crecia el mi constitufan el gremio més numeroso e inquieto de la ciudad. A pesar del primer fracaso, los mas resueltos habian conti- nuado trabajando en el énimo de sus compafieros; al fin lograron formar un nticleo inicial y, con la ayuda de los zapateros de la capital —que ya estaban organizedos y habfan planteado sus primeres demandas—, alquilaron un modesto local en donde celebraban reuniones todas las se- ero atin eran una minoria. En el taller del Cholo José se comentaban con fre- cuencia esas reuniones y se discutian las posibilidades de defensa y de mejoramiento que un sindicato podria signi- ficar para los zapateros. Y alli las opiniones estaban muy divididas, Sélo Mons6n, Gole y Petates pertenecian al pequefio grupo organizado, asistian a las asambleas y con: tribufan semanalmente para el pago del local; y también el manso Goliat que, segtin se sabia, iba a dormir a las reuniones. Pero Goliat no discutia con nadie en el taller, ni parecia interesarse mucho en el asunto; s6lo cuando estaba borracho acordébase de lo poco que alcanzara a ofr en les reuniones y entonces le daba por amenazar al duefio de la cantina con todos los horrores de la Revolucién Social, tal y como él habfa llegado a imaginarla, Don Pocho, a quien en los ultimos tiempos te diera por visitar de vez en cuando el templo evangélico recién fundado en Ja ciudad, y por leer la Biblia, se mostraba reacio la organizacién, no tenia fe en esas cosas. Cada dia se manas. 95 afirmaba més en sus nuevas convicciones religiosas; no les hacia propaganda abi a las pullas de los zapateros —que en su ban con Indiferencia los asuntos religiosos, cuando no los comentaban despec- tivamente—-, pero en forma disimulada trataba siempre de insinuarlas. —Esas organizaciones que sdlo le hablan al esté- mago, no podrén nunca resolver el verdadero problema del Hombre —decia don Pocho, con evangélica conviccion y refiriéndose a los sindicatos—. Qué buscan?... Vida mejor? ¢Felicida? jEsos son problemas del Espiritu! De- bemos buscar los caminos del Espiritu, un poco més de luz interior... Esto —y se estiraba las flacidas carnes del esto pronto seré polvo y nada mds... 20 es que én que somos bestias y que todo consiste en tener pasto abundante para rellenarse la barriga? Cotico, el vejete mathumorado, si atacaba abierta: mente a los que estaban organizando el sindicato. Pero por otras razones 1A mi no me vw a agarrar de baboso! —t jeclara rto dia, muy exaltado y tosiendo con fi cia—. Eso no es nuevo, zquién dice? zYa no hubo, hace bastante tiempo, por cierto, una tal Confederacién en San José? Y jen qué paré? Yo vivia entonces en la capital y de tonto me meti en la danza. Después llegaron cuatro vivos de la politica y le dieron vuelta a la cosa con el tal Partido Reformista, que era del pueblo, segiin nos decian Y fuimos a la campafia; y nos dieron palo; y nos metieron a la creel. ;Todo, pa qué? Pa que esos vivos, con tal de Negar ellos al Congreso y a los ministerios, nos vendieran como chanchos al viejo don Ricardo." !Y se acabé la tal Confederacién y se acabé el tal partido del pueblo! ... Hora vienen otros, pa querer hacer la misma cosa. {Que no jodan! Pero Beteta era el peor enemigo que el sindicato tenia en el taller. Era josefino, vestia muy bien, furnaba s6lo ciga: a por tem mayoria mir abia uen- 96 rrillos Chesterfield, presumfa de tener mucha cultura y, por todo eso, consideraébase superior a sus compefieros de oficio. Se jactaba de tener en la ciudad relaciones con cha gente “‘distinguida’ Beteta se burlaba mordazmente de los obreros organi- zados y hacia insinuaciones malévolas, desconcertantes. Una vez, en el curso de una agria discusién con Gole, habia dicho con venenosa ironia: iMuy bien, Gole, usté tiene razén! jSi yo también hita que afilar...! Yo ingreso, pero io General. Se recogen muchas quisiera tener mi ha si me nombran Secret pesetas, iverda? La mayoria del personal aceptaba como buenas esas distintas opiniones adversas a la organizacién. Nunca ha- bian existido sindicatos en Alajuela y, con excepoidn de la pequefia minoria de zapateros que ya intentaba organizarse, muy pocos obreros de la ciudad lograban explicarse qué eran en realidad esas organizaciones y para qué podian servir, La reciente formacién de sindicatos en la capital apenas comenzaba a agitar la curiosidad del obrerismo lajuetense. Monsén, el alistador, que era josefino también, como Beteta, y que algunas veces recibia folletos y manifiestos gue le enviaban de la capital, si era un ardiente partidario de la organizacién. Hablaba de cosas que los demas no entendian muy bien: de proletariado y burguesfa; de lucha de clases; de un futuro mejor para la humanidad, forjado por la lucha de los obreros.: Y lo hacia con gran entusias- mo, con mucho calor, provocando siempre encendidas dis- cusiones en el taller. En esas ocasiones, Gole intervenia para apoyarlo y Petates también, ridiculizando con sus chis- tes a los adversarios de Monsén. Cachamba, cuando Gote se exaltaba discutiendo sobre esos temas, trataba de calmarlo dici 97 —No se haga mala sangre discutiendo de esas co: No vale la pena... Y no pierda tiempo en reuniones, Gole. Deje eso pa otros. —Y agregaba con énfasi —iNosotros tenemos obligaciones! El vivia siempre atento a su trabajo y muy preocupado en atender su hogar. A Gole le hablaba con uncién de todas jliares. De la ropa que habia nifia; del abrigo que le comprara a su muje de Io bien que ésta cocinaba, y de lo caro que estaba todo. Su mayor placer consistia en salir los domingos y los lunes, @ pasear por los alrededores de la ciudad con su mujer y la nifia, siempre muy limpios y muy bien ari los tres. Cuando hablaba de todas esas pequefias cosas, Ca- mba suspendia el trabajo, como para poder saborearlas mejor; y entonces la expresién de su cara parecia mas hu- ana y tranquila, su sonrisa més amplia, y su voz se tornaba més célida, Un dfa, como a la una de Ia tarde, el Cholo José mése a la puerta que daba al taller y desde alli grité: -iVeni acd, Indio! jTenemos que hablar! Por la forma en que lo dijo, todos sospecharon que se habia suscitado un serio disgusto entre los dos. Al poco rato regres6 el Indio a su asiento, y detras de é! aparecié el patrén, que pasé refunfufando hacia las habitaciones del fondo, Salié trajeado con su ropa de gala, el paraguas bajo el brazo y de sombrero, prenda que sélo usaba para it a la capital, Atravesaba el tall desde alld, y él apena voz airada —iNo me hagés perder el tiempo, carajo! Sali a atender la tien Y se alej6 a grandes tra haciendo r cuando su mujer lo llamo se detuvo un poco para decirle con 98 chirriar con violencia sus zapatos nuevos en el piso del zaguén EI Indio comento con Beteta, en voz baja, lo que le dijera el patron; algo alcanzé a ofr Petates, que trabajaba cerca de ellos, y un momento después todo el personal estaba enterado de la novedad. El patrén acababa de recibir una carta pidiéndole que suspendiera los envios quincenales de calzado @ San José; parecia que la casa comercial que los habfa estado recibiendo, alegaba no poder colocar ya e808 zapatos en Limén ni en Guanacaste. El patrén iba para la capital a discutir el esunto, a buscar la forma de impedir ja cancelacién del contreto Las zapateros pusiéronse a hacer conjeturas y comen- tarios sombrios, seaba el trabajo; estaban apen: los primeros dias de setiembre; feltaban atin los meses mas crudos del invierno. Por eso hablaban en tono formal, ha- iendo céleulos pesimistas sobre el futuro inmediato. Sélo Petates tuvo la burlona ocurrencia de hacer chistes exage- rando las posibles congojas venideras Comenz6 a Hover. Se hacia tarde. Pero nadie aban ba el local, esperando la llegada del Cholo regres agua que trai anunci6, fi en dons é. Este a las siete de la noche; entré sacudiéndose el en los zapatos, y desde la puerta del tal igiendo despreocupacién y forzando una sonrisa: iNo se apuren mucho, viejitos, que ya no vamos a tener necesidd’e trabajar tanto! jA echarle cuatro nudos a la tripa...! {Se acabaron los pedidos de calzado! —Y luego, en tono severo, afiadié: —No me vusiven a trabajar de noche... iY voy a recortar el chuzo también! Ast dijo y, el pretexto de un negocio urgente, pero en realidad para no oir enojosos comentarios, abrié de nuevo el paraguas y volvié a coger la calle. Comenzaron las dificultades para el personal de “La luz". Los atrasos en el trabajo hacianse cada vez més 99 frecuentes con el transcurso de los dias. El Cholo “José redujo el monto de los acostumbrados adelantos semanales y exigid abonos mayores a las deudas que casi todos los, operarios tenian contraidas con él. Se defendia a su manera. ébados no le alcanzaba el dinero para completar el pago, y los zapateros veianse obligades a regresar el domingo, para esperar en el taller largas horas, refunfu- fando, mientras en la tienda el patrén realizaba las venta de la mafiana y recogia algin dinero. Las angustias econémicas del hogar eran el tema obit gado de las conversaciones en el taller. Porque, ademas, Aigunos subfan los precios de todas las mercancias y en la ciudad articulos de consumo diario, unos cuantos comerciantes comenzaban a escasear a escondidos en las bodes especuladores A mediados del mes de octubre, con las fuertes Iu- 8, empeord la situacién en el taller. Se haraganeaba el dia lunes y casi siempre el martes también. En el resto de Ja semana el patron cominmente empezaba a repartir avios, casi a la hora en que sus operarios ibanse a almorzar. El Cholo José insinuaba ya la necesidad de reducir su personal y de rebajar el pago de la mano de obra. apateros, que conocian al dedillo el verdadero Los de cada par de calzado, y los gastos que tenia el hacian numeros y afirmaban que al Cholo todavia ba una ganancia suficiente como para seguir pagan mismo por la hechura de los zapatos. Y comenzaron a murmurar acremente. Camorra, rematando una conversa y refiriéndose al patrén, cierta vez habia dicho: —Mantiene cuatro queridas... Y casi todas las no- ches se va a meter al Club del Manco. L’encanta la poca clon 100 y es muy bruto pa jugar. clentos pesos, Llovia furiosamente casi todos los dias. Los zapate- ros, después de almuerzo, con frecuencia llegaban al taller chorreando agua, malhumorados, maldiciendo del tiempo y de su suerte. La mala situacién les agriaba ol carécter; la vida haciase muy dificil y dura para ellos. Pero todavia mantenian la esperanza de que el trabajo mejorara un poco en el mes de diciembre que ya se acercaba, Al viejo Cotico, el remendén, se le agravé violenta- mente la tos y tuvo que guardar cama; murié cinco dias, después, vomitando sangre. Cuando los zapateros regresa- ban del cementerio, buscando aleros para esquivar Ia lluvia, don Pocho habia exclamado, con afliccién: —Pobre viejo, tenia que morir tisico... ;Cuarentidés afios de estar doblao sobre el taburete! Dicen que anoche perdié tres- Atn despu chamba mostrabase ligere: de la cancelacién del contrato, Ca- imoso y optimista; confiaba en su ay habilidad para el trabajo. Pero la negra realidad pronto se encrgé de demostrarle que e nada le servia teniendo poco qué hacer. Empezé a encontrar, como todos los demés, crecientes dificultades para atender las modestas necesidades de su casa; contrajo algunas deudas. Y enton- ces perdié el optimismo y agriésele el carécter. Con fr cuencia Hegaba al taller maihumorado y pasaba largas horas sin cambiar palabra con nadie; se quedaba pensativo, sombrio, estiréndose con rabia la oreja: y a veces Gole lo ofa rezongar: —iYa no se puede vivir... Una tarde de viento y de liuvia, Cachamba regresé al taller totalmente empapado, y furioso. Con airados gestos y grufiendo entre dientes sacudise el agua, se quité la 401 ropa, retorcié la camisa y la tendié a secar en el cordén de luz eléctrica. : —7Oué fur 2? uSe le olvidé el paragu: 2 —inquirié Gole. iNo! —replicé él, colérico—. Fue que el viento me lo volvié ab revés, y yo'e célera lo acabé de desgraciar contra el poste de la esquina ... Sélo eso faltaba, jcarajo! Y lo pior es que hora Hlego, y el Cholo José, riéndose de verme todo mojao, me recibe diciendo! “;Pa qué se mojé? De todas maneras, todavia no esté listo el corte de ese pe que leva entre manos, y usté va a tener que atrasarse tama fio rato...” jMe dieron ganas de darle un manazo! —Y afie- luego con desesperacién —Y [a vaina es que, con esta situacién, yo no voy a poder comprar otro paraguas quién sabe hasta cudndo iMadita sea! Por primera vez ofan en el taller a Cachamba lanzar amenazes y expresiones groseras. Por eso Gole !o mird sorprendido. Posiblemente las dificultades econémicas lo tenfan exasperado, a pesar de que a él no le faltaba cora para hacerles frente. Ya una vez habia dicho a Gole —Consuelo quiere volver a trabajar, p'ayudarme. Pero yo le dije que no. Mientras yo ter ay sal, todo se puede arreglai En el mes de diciembre, como la clientela de “La Luz’ era escogida, aumenté en el taller un poco ef trabajo, pero no tanto como en otros afios. Los zapateros apenas ganaban para ir haciendo abonos a sus deudas mds urgentes. Y tuvieron que contraer otras, para hacerle frente @ los gastos de la Navidad Cachamba pudo conseguir un préstamo con don Pen- cho Ramirez —el comerciante de su barrio que le sirviera Ge testigo en el matrimonio—, para comprarle algunos re- galos a la nifia y alguna ropa a su mujer, que estaba embarazada. Porque ehora. Cachamba parecia mas enamo- avi 102 rado que nunca de su esposa. A pesar de sus con siempre hablaba de ella y del hijo futuro con una gran ternura; sin embai ndose a ese hijo una vez co- menté: —Serd mi mayor alegria. Pero, qué desgracia qu venga cuando estamos en esta situacién! Y esa Navidad fue pobre y triste para Los zapateros de la capital, ya bi dos, apro- vecharon la oportunidad para declarar una huelga quince dias antes del 25 de diciembre, exigiendo aumento de salarios, Se produjeron choques con Jos rompehuelgas y con la policfa que les daba proteccién. Pero rapidamente las patrones cedieron, para no perder las ventas de Navi- dad y Afio Nuevo. Triunfaron los zapateros josefinos: y otros gremios de la capital, estimulados por el ejemplo, comenzaban a agitarse también. Pero en Alajuela, a pesar de que el grupo organizado de zapateros habiase reforzado en las Gltimas semanas con el ingreso de nuevos afiliados, todavia no contaba con fuerza suficiente para intentar algo parecido. El Cholo José, tal como lo anunciara, Inmediatamente después del Afio Nuevo rebajé los salarios y despidié cinco operarios, entre ellos al viejo don Pocho y a Camorra, el cuartetero. Para don Pocho eso fue un rudo golpe. El patré le dio la noticia de la mejor manera posible, disculpandose y prometiendo volverle a dar trabajo cuando la situacién mejorara. Y habia terminado diciéndole: —Bueno, don Pocho, sera un pequefio descanso. No se aflija. Y no me debe nada: le perdono la cuenta. Usté me ha ayudao mucho . El pobre viejo palidecié intensamente-y por largo rato no pudo pronunciar palabra. En el silencio que guardaban todos, se le oyé por fin murmurar con desesperacicn y dotor: n organiza 103 —iDespués de tantos af iHora quién me va a dar trabajo, con esta situacié viejo como estoy! luego pisose a recoger sus herramientas, pacio, sin alzar a ver a nadie ni responder a los que se acercaban a consolarlo y a golpearle la espalda afectuosa- mente, Cuando se fue, despidiéndose de todos con un simple gesto, como si no pudiera hablar, en el taller se hizo un largo silencio. Camorra se despidié entre bromas su Giltima cuarteta: y carcajadas “Ye me voy yo pa mi casa volveré e ése pero pronto y aquel otro Y, mientras se iba escurriendo hacia la pue tas efia- Ieba uno tras otro a todos los zapateros que quedaban en el taller. En Alajuela, movidos por el ejemplo de los de San y aguijoneados por la mala situacién, los obreros se itaban ahora buscando la mejor forma de organizarse y defenderse. Semana a semana aumentaba el numero de zapateros que concurria a las reuniones dei local, inclu- yendo a varios del taller de! Cholo José. Los panaderos también se estaban reuniendo alli, todos los martes, en el dia. Y hasta los sastres, menos numerosos y més apdticos y estirados, comenzaban a dar muestras de inquietud. De la capital llegaban con frecuencia folletos y perié-

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