Fabian Casas
Ocio
emecs
cruz del surMmedioraiplanensomat
Began de ge Gp Eiko ama ALC
‘Sete ni 20
Gusisentonl pata que pevaelney h7
Son las seis de la tarde y ya se pone oscuro.
Estoy tirado en mi pieza, escuchando Abbey
Road, de los Beatles. Escucho sobre todo el
lado dos, ese es el que me gusta. Canciones en-
ganchadas 0, mejor dicho, una melodia origi:
nal que va sufriendo mutaciones. Los Beat
esos si que eran grandes. Lo puedo asegurar. No
hay muchas otras cosas que pueda asegurar. A
lo sumo puedo escribir, citar, poner fechas. Por
ejemplo: el verano tardé muchisimo enirse. Un
calor hiimedo y terrible, sébanas htimedas, ci-
garrillos doblados, olor.
Pero ahora estoy, o estamos —si es que afue-
rade esta pieza queda alguien vivo—en medio
del invierno. Oscurece: ya casi es noche cerra~
da, Me imagino a las familias alrededor de las,
mesas, preparadas para cenar, con los hogares8 oso
encendidos y los lefios queméndose en su feli-
cidad. Las ratinas cotidianas del verano modi-
ficadas hasta el proximo aio.
Pero no para mi: yo estoy, desde hace meses,
hundido en el ocio. Como, cago, duermo; soy
una biologia que no tiene rumbo.
Me paro. Pongo otravez el lado dos de Abbey
Road. Me sirvo café; aunque ya no le siento el
gusto, porquelo estuve tomando todala tarde y
To que siento es una presién en los ojos y llagas,
en la boca, justo debajo de la lengua. Vuelvo a
Ia cama. Ayer hice casi lo mismo. Me levanté
al mediodia, almorcé con mi viejo y mi her-
‘mano, porque era domingo y estaban en casa.
Después subja la terraza a fumar un cigarrillo.
‘Como habia un sol mediocre, bajé a la cocina y
‘me preparé un café y me meti en la pieza a es-
cuchar Abbey Road, de los Beatles. Abajo, en el
patio cubierto, mi viejo se paseaba en pijamas.
Envejecié en estos diltimos meses como un mi-
én de afios. Yo lo miraba a través de las ren-
dijas de la ventana de mi pieza. Estaba encua-
dernando revistas. Siempre compré cualquier
cantidad de revistas. Colecciona enciclopedias
sobre perros, ocultismo, historia, depilacién a
la cera negra; en la terraza hay un cuarto e-
no de revistas. «Un dfa —decia mi vieja—vaa
haber tantos libros que vamos a tener que salir
Febidn Casas °
nosotros.» Las revistas y el fiitbol son sus pa-
siones. Antes, cuando era muy joven, estudi6
teatro. Dicen que llegé a recorrer el pais con una
compafifa independiente. Hasta que naci yo y,
tres afios mis tarde, mi hermano, Entonces mi
viejo dejé de actuar para representar actores.
Ahi le fue bien, le tocé un cémico que ahora
es muy famoso y se compré esta casa, el auto y
‘un equipo de alta fidelidad. Pero como mi viejo
leva una vida limitada porque no sabe manejar,
elauto lo maneja mi hermano, que ademés tra-
baja y tiene plata para la nafta. Asi que el auto
es una pasi6n instil. Aunque a veces lo uso. Si
mi hermano esté durmiendo o salié y lo dej6,
me fijo si le queda nafta y doy unas vueltas,
despacio, hasta que el tablero empieza a mar-
car que estoy en rojo. Se podria decir que utili-
0 el tiempo que mi hermano prefirié no usar.
Y estaria bien. A mi manejar me tranquiliza.
No me gusta correr o pegar frenadas para que
los giles me miren. Me gusta deslizarme por la
ciudad nocturna, mirar alos pocos que cruzan
lascalles.aesa hora, pensar boludeces mientras
espero en un seméforo.
Mi viejo, mi hermano y yo vivimos cada uno
en zonas diferentes; la distancia que nos separa
esla misma que separa los planetas. Miviejaera
el cruce de caminos donde nos encontrébamos.10 cio
Era el motor. Una familia necesita siempre deun
‘motor, porque sino es evidente la parilisis quese
forma cuando varias personas se amontonan por
mandatos biolégicos.
‘Mi mamé murié en mayo del 85, de un ata-
quede hipertensién arterial. Estuvo una semana
‘en coma en un hospital de la obra social de mi
‘papi. La noche que volvimos a casa después del
entierro me fui a la terrazaa tomar un café. Ha-
cia bastante fifo y el cielo estaba terriblemente
estrellado. Siempre me dio vértigo mirar el cie-
Io estrellado; pero esa noche no podia apartarle
los ojos. Lo miré tan fijamente y durante tanto
tiempo que la redondez dela luna me parecié un
agujero a través del cual se vela una claridad que
‘para nosotros estaba vedada.
Si tuviera que rotular algunos periodos de
mi vida, a mi nifiez la ubicaria bajo el titulo de
La Escoléstica de mi Viejo, y a mi adolescen-
cia como El Imperio de los Sentidos. Después
viene esta parte en la que estoy, una mezcla de
adolescencia y juventud, siempre imprecisa, a
Iaqueno le encuentro la vuelta. En realidad, la
Fabidn Casas "
vuelta serfa trabajar. Tener un trabajo te fija, te
da cierta regularidad, te eleva frente a tus fa-
miliares. Durante mi adolescencia tuve traba-
jos ocasionales con amigos de mi viejo. Porque
para toda mi familia, incluyendo primos leja-
nisimos, mi viejo siempre fue como una espe-
cie de agencia de colocaciones. La cosa es que
yo me peleé con todos los amigos de mi viejo
y fui perdiendo laburo tras laburo. Mientras
tanto, cuando salf de la secundaria, me ano-
t6 en la Facultad de Filosofia. Cursé tres aiios
y me fui dos de viaje. Cuando volvi, al poco
tiempo murié mi mamé y mi familia se desin-
tegré. Quiero decir: seguimos viviendo bajo el
mismo techo, pero cada uno en su zona, con-
servando ciertas costumbres, més por inercia
que por conviccién.
En una isla est mi hermano. Se levantaa las
ocho de la mafiana, se preparael desayunoyseva
a trabajar. Vuelve a las siete de la tarde. Se pone
a mirar televisin. Después deja la ropa sucia en.
un baldey se bafta
Sale casi siempre una o dos horas, vuelve para
cenar, cena, mira un poco mas de tele y se acues-
ta. A veces se lleva un racimo de vasa la cama.
Devezen cuando intercambiamosalgunas frases,
como 42 Querés café?v 0 «gCémo salié San Loren-
zo». Y nada més.2 cio
En laisla de enfrente est mi viejo. Un tipo
de la noche, de la farindula. Siempre se va
después de cenar y vuelve a las seis de la ma-
fiana. Y si, por algtin motivo, no sale, enton-
ces anda por la casa todo ese espacio de horas
acomodando libros, ordenando fotos, con la
radio a todo volumen, como si viviera solo en
el Himalaya. A su favor diria que siempre fue
un hombre limpio y ordenado, Ordenaba mis,
juguetes, los roperos, mis libros, las cosas de
Ja casa; aun cuando Ilegaba muy cansado, an-
tes de acostarse ordenaba implacablemente su
‘ropa; el dia que se muera va estar acomodin-
dose la ropa en el cajén. ¥ quizés a mi me pase
Jo mismo, porque heredé esa mania. Aun hoy,
tirado en la cama, sin salir desde hace dias, mi
pieza conserva un orden impecable. Soy como
Jos gatos, que cuando se dejan de lamer para
lavarse estén muertos. Estar vivo, de todas for-
‘mas, no significa nada.
Dos noches después de la muerte de mi ma-
dre, me despierto sobresaltado porque siento la
presencia de alguien en mi pieza. No tengo que
prender la luz para saber quién.es.
—2Qué pasa? —digo.
—No sé —dice mi viejo—, me siento raro.
Est parado en la oscuridad, como si algo
ajeno a su voluntad lo hubiese transportado
Fabidn Casas 18
hasta ahf y ahora no supiera qué hacer. Después,
se va. Sus pisadas bajan la escalera y atraviesan
elpatio. La puerta de su pieza se abre y se cierra,
provocando un chirrido y después otra vez. el
silencio. Trato de volver a dormirme, pero no
puedo. Doy unos revolcones y empiezoasudar.
‘Tengo la sensaci6n de que millones de hormi-
gas se pasean en las profundidades de mi cuer-
po, con antorchas y carteles, en manifestacién.
‘Asi que finalmente bajo también las escaleras.
Esté lloviendo muy despacio, y el agua, al gol-
pear contra el techo metilico del patio, produce
unruido similaral de los discos viejos. Cuando
estoy frente a la puerta de la pieza de mi viejo,
golpeo y abro. Esté metido en la cama, tapado
hasta la cintura con una frazada escocesa. Tiene
puesto un pijama azul que no se pondrfa ni un
mendigo. En su mesita, bajo el cono de luz de
a impara, hay una pila de revistas.
—2Te sentis mal? —Ie pregunto.
—Me falta el aire —dice, haciendo girar su
cabeza de izquierda a derecha, lentamente. Es
‘un gesto que suele hacer cuando quiere que le
hagan masajes.
—eQuerés un t6? digo.
—Bueno —dice.
Entro a la cocina, prendo la luz y veo una
cucaracha, roja y chiquita, paralizada sobre la4 cio
mesada de mérmol. Odio las cucarachas, me
producen un asco insoportable. Y he llegado a
perseguir algunas por toda la casa, hasta aplas-
tarlas. Pero esta vez ni seme ocurre hacerlo, Pre-
paro el téy vuelvoa la pieza. Me pongo del lado
de la cama que ocupaba mi vieja. Haciendo un
ruido insoportable, miviejo toma. téa sorbos.
Después deja la taza, que humea, sobre la mesa
deluz.
—2Te podés quedar un rato? —dice.
—Claro—le contesto.
Se recuesta completamente y su mano
—como un cangrejo— se arrastra sobre la fra-
zada hasta aleanzar mi mano. Esté fria y suda-
da, Las manos de mi papé y las mias son igua-
les. Las de mi mami eran chicas y gordas. Las,
de mi papé son largas y delicadas. Le doy una
mirada a la pieza y me detengo sobre el lomo
oscuro de la pantalla del televisor. Esta era la
pieza de mis viejos, ahora es la pieza de mi vie-
jo. En una parte del ropero estin los vestidos
demi vieja. De golpe, mi viejo dice: «Tu madre
era igual a mi madre... Para mi era su reencar-
naci6n, era tan buena como ella... Mi mama
siempre me decia que habfa que ser bueno en la
vida...». Hace silencio, Se ve que no espera que
le conteste nada. Est monologando. Hacien-
do esgrima con el miedo. Como con mi viejo
Fabisn Casas 18
nunca nos tocamos mucho, estar en la cama y
de la mano era una situacién francamente in-
soportable. Pero no me querfa ir. Asi que me
cubri con la frazada a esperar que se durmiera.
No hay ninguna pena que el suefio no pueda
doblegar. Puede tardar dias en venir, peroal fi-
nal llega. Yo estaba dispuesto a esperar lo que
fuera necesario, De golpe mi viejo apaga la luz.
El televisor se convierte en una masa negra y
detris de él, en los vidrios de la puerta de la
pieza, se refleja el fuego de la estufa del patio.
Se me ocurre que fue en esa oscuridad donde
mis viejos se convirtieron en hermanos.
Empecé a tomar drogas mientras vigjaba, por
curiosidad. Cuando volvi, mis viejosme interna-
ron para una desintoxicacién. Nunca tomé dro-
gas duras, solo cocaina, acidos y porros. De vez
en cuando algunas pastillas. De todas, lejos, la
cocaina era la que mas me gustaba.
Una tarde, mientras charlaba con una tia,
‘vi cémo una pantera negra se me arrojaba en-
cima. Me tiré al suelo y me escondi debajo de
la mesa. Como lo déinico negro que pude haber16 cio
visto era el pafiuelo que mi tia Hevaba en el
cuello, mis viejos decidieron internarme. Las
pastillas me producfan esas visiones zool6gi-
cas. En el hospital pasé dos dias de alucina-
ciones que fueron como una temporada con
Bela Lugosi. Cuando por fin me dejaron salir,
no volvi a tomar drogas hasta el comienzo del
invierno pasado, después de la muerte de mi
vieja. Y fue otra vez. por curiosidad: queria sa-
ber si podia volver a engancharme. Estabamos
con Roli, un amigo mfo, caminando por la 9
de Julio. Veniamos hablando de una pelicula
que yo acababa de ver que me parecia lo mas
grande que se habfa hecho en el cine hasta el
momento. «Y eso que la viste sin nada», me
dijo Roli, sacando a relucir un cigarrillo muy
fino, una aguja. Como ya estbamos en Cons-
titucién, le dijea Roli que tuviera cuidado con
los canas. Pero, como era su costumbre, ni me
contest6. Fumamos el cigarrillo muy rapido,
mientras camingbamos. «Es muy bueno —decia
Roli saboreindolo—, es un Pedro Juan.» Le
dije que si para no contrariarlo, porquea mini
‘me habfa tocado. Cuando llegamos a la plaza,
‘nos sentamos en un banco, al lado dela parada
de colectivos. Eran casi las doce de la noche
y hacia un frio barbaro. Roli empez6 a hablar
cosas extrafias, gesticulando y pronunciando
Fabide Casa ”
cada rato la palabra ejoyar para decir quealgo
era bueno. Hablaba de unos grupos que esta~
ba escuchando y que segtin su opinién iban a
cambiar la miisica de los noventa. Yo conociaa
los grupos de los que hablaba. Y no eran mtisi-
cos: no tenian melodias, no tenfan estribillos.
Era como escuchar conciertos de broches o de
tenedores. Roli mismo, sin saber ni una nota,
tocaba el bajo en un grupo de vanguardia que
se llamaba Los Truhanes. Yo los habia ido ver
un par de veces porque no tenfa nada que ha-
cer. De todas formas, Roli era un créneo. Nos
habfamos conocido en la secundaria. Después,
a través de él, conoci a Picasso. Cuando me lo
presenté le pregunté si le gustaba pintar y me
contesté que en su vida habfa agarrado un pin-
cel. Le decfan Picasso por el pico. Era, segtin
Roli, un verdadero maestro dela vena. Pero en
ese entonces ya habia dejado la droga y solo le
quedaba el nombre.
Como tenia miedo de perder el diltimo co-
lectivo, le dije a Roli que me iba a casa. «Si es
tu deseor, dijo. Cuando le pegaba el porro em-
pezaba a hablar con el tono afectado de los ac-
tores en las peliculas argentinas. Asi que me
paré para irme y él'me pas6 un paquetito. Lo
‘meti como venja en el bolsillo de la campera.
Nos despedimos, crucé una avenida mal ilu-18 Oso
minada y me subi al 53 que calentaba el motor
ena parada. El colectivo estaba recién lavadoy
semivacio, Me senté en el tiltimo asiento indi-
vidual y cerré la ventanilla que algin esquiimal
habfa dejado abierta, Mientras el 53 arrancaba
eché un éltimo vistazo a la plaza: arboles gri-
ses, poca luz, puestos de venta de comida con
soles de noche. Con la mano derecha toqué el
paquetito que me habia dado Roli, Eran casi
dos porros. Fumé uno esa misma noche, an-
tes de acostarme. Y el otro en el bafio del cine,
antes de volver a ver la pelicula mis grande de
todos los tiempos.
Sali del cine caminando de la misma manera
en que lo hacia el personaje central dela pelicu-
la... ba por Cortientes,a laaltura de Esmeralda.
Caminaba despacio, mirando cémo las perso-
nas habfan perdido sus colores y se movian en
‘un mundo monocromitico, Crucé la 9 de Julio
y me meti en una librerfa, Revisé las mesas de
ofertas, pero no habfa nada bueno. De todos
modos no tenia plata, Pensé en irme, pero me
mandé hacia unos estantes que estaban en la
Fabidn Casas 19
parte de atrés. Un viejo y una mina charlaban
en el mostrador, casi sin mirarme. Los libros
estaban ordenados alfabéticamente: Bioy Ca-
sares, Borges, Cortézar. Los habia leido a casi
todos cuando empecé a leer, a los doce o trece
afios. En la fila de autores extranjeros aparecié
‘un nombre que solo habia escuchado en boca de
Picasso y de Roli. Céline. Viaje alfin de la noche.
Lo saqué del estante. Tenfa una tapa blanca, con
Ja firma en dorado del autor. Lo abri al azar y
lef: «Traicionar, segin dicen, es facil. Lo dificil
es tener la ocasiénn, Cerré, Lo abri: «Se durmié
de golpe, a la luz de la vela. Yo no pude aguan-
tarme, y me levanté de nuevo para mirar dete-
nidamente sus rasgos. Era muy corriente. No
seria ninguna bobada que algo nos permitiera
distinguir a los buenos de los malos». Cerré. El
viejo se refa y la mina se acomodaba los lentes.
‘Me metf el libro en el sobaco izquierdo, bajo la
‘campera, Estuve unos minutos haciendo tiem-
poy después sali despacio.
En Ia calle, una multitud abandonaba los
cines. Dejé Corrientes y doblé por Uruguay.
Entonces vi, a media cuadra de distancia, aun
tipo parecido a mi, En realidad no era que fuera
tan parecido a mi, lo que pasaba es que tenia
‘una campera parecida a la de mi hermano. Una
campera de cuero quea veces usaba yo. El tipo20 cio
iba con un gordo inmenso y rubio. Apuré el
paso y, ya bastante cerca, me di cuenta de que
Tacampera era la de mi hermano y el tipo, para
variar, era mi hermano, Me paré en seco. Los
dejéalejarse y empecé a seguirlos. Doblaron por
Sarmiento y caminaron por Talcahuano hasta
Megar casi a Rivadavia, ala Plaza Congreso. Las
calles estaban oscuras, los bares cerrados y ha-
bia alguna que otra casa de videojuegos con sus,
ruiditos estipidos. Me llevaban media cuadra
de distancia cuando los vi meterse en el res-
plandor rojizo de una puerta. Apuré el paso y,
ctiando llegué hasta ahi, vi una bombita rojaen
el techo y una escalera que subfa y doblaba.
«Escuela de Modelos», decfa una placa gas-
tada, barata, pegada junto a la chapa de la di-
reccidn. Crucé a la vereda de enfrente, y me
puse detras de un auto. Al rato entraron dos
tipos més. Parecian bolivianos. Pasé media
hora, cuarenta minutos, hasta que mi herma-
noyel gordo reaparecieron. Ahora que los veia
de cerca, tenia la certeza de que al gordo no lo
habia visto en la puta vida. Empezaron a ca-
minar apurados. Cruzaron la Plaza Congreso
hacia Belgrano, después doblaron por Moreno
y entraron en una galerfa, Yo me habia retrasa-
do porque tuve miedo de que me vieran en el
descampado de la plaza. Asi que corri un poco
Fabian Casas a
ylllegué ala puerta de la galerfa. Adentro habia
una entrada parecida a la de un microcine, En
‘un pequeiio hall, unos tipos discutfan yanota-
ban cosas. Como nadie me paré, crucé el hally
‘me meti, Atravesé una barrera de luces y humo
y senti el olor de los lugares donde se amonto-
nan hombres. El supuesto cine era en realidad
‘un gimnasio reacondicionado, con una fila de
cémaras de televisién y butacas desperdigadas.
Parecfa la bolsa de valores. Yo estaba sobre una
tarima; elevado por encima de la multitud, a
pasos de la puerta. La fila de televisores trans-
mitia una carrera de caballos. En el fondo haba
una boleteria donde se apostaba. El piso estaba
cubjerto de boletos y cigarrillos. Muchos grita-
ban y pateaban, alzaban los pufios 0 escupfan
maldiciendo. Me parecié raro que mi hermano
estuviera entre esa multitud ruidosa. En casa
casi nunca hacfa ruido, y si hablaba era sola-
mente porque todavia no habia conseguido
‘manejar la telepatia. Sali, Me quedé un rato en
la puerta de la galeria, escuchando los gritos
que venfan desde adentro. Un hombre pas6 de-
trds de mi y se encontré con una mujer que lo
estaba esperando. Ambos eran viejosy desalifia~
dos. La mujer lo trataba mal. El hombre movia
sus manos como si espantara moscas. Se per-
dieron hacia mi derecha. Como no tenia ganas,22 cio
ni de dormir ni de ir a mi casa, encaré para el
bar Astral, en Corrientes, para ver si estaban
Picasso y Roli.
Estaban los dos, en la mesa del fondo, con-
tra l inicio de la barra. Detris de ellos, sentado
solo en una mesa, con la espalda apoyada en la
pared y los ojos cerrados, descansaba Tito, el
‘mozo, entre la fonola con los temas de Sandro
y la puerta de los bafios. Parecia un cantante de
blues calvo, caido en desgracia. Con Roli y Pi-
casso habfa dos tipos més. Sobre la mesa habia
unas botellas de cerveza y unos paquetes de ci-
garrillos. La luz lunarde los tubos fluorescentes,
remarcaba los rasgos de los cuatro.
Amedida que me acercabanoté, juntoalacer-
veza y los cigarrillos, una revista con un dibujo
en la tapa. Picasso, ni bien me vio, grit6 «Salud,
Andrésl» y me present6 alos dos tipos. Eso tenia
de bueno Picasso, sobre todo para un paranoico
como yo: te podfa recibir de buen humor hasta
enel velatorio de su madre, ysile dabas tiempo,
hacerte sentir indispensable.
Fabian Casas 23
Uno de los tipos usaba una campera negra,
de cuero, pasadisima de moda, el pelo negro
y largo y anteojos gruesos, que, junto con los
mostachos sobre los labios, le daban el aspec-
to de un Dartagnén intelectual: se llamaba Ro-
dolfo Lamadrid. El otro tenia los ojos chatos,
como si acabara de fumarse muchisimos po-
ros, una remera a rayas negra y verde, muy ex-
trafia, yun anillo en el meftique izquierdo que
seguramente pertenecié a Atila. Sunombre era
Daniel Dragon.
En la tapa de la revista que estaba sobre la
‘mesa habfa un dibujo de un tipo con una flecha
de goma en la cabeza.
—Si nos organizamos, podemos hacerla con
mis hojas y mis fotos —dijo Lamadrid—. Es
cuesti6n de poner algo de guita 0 conseguir
publicidad.
Me pregunté quién carajo querria poner un
aviso en una revista asi. El clan Manson, por
ejemplo, ya estaba disuelto.
—