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ROLLO MAY DNs tYeys Ad voluntad Contra la violencia A ey Eypne ty ree s | sociedad actual Rollo May AMOR Y VOLUNTAD PsIcoLocta Editorial Gedisa ofrece los siguientes titulos sobre PSICOLOGIA RoLLo May Macias P. Nicos Doris B. HAMMOND Harry Loraine. NicHoLAs CAPALDI GABL LINDENFIELD LUCY FREEMAN FRANCESCO ALBERONI FRANCESCO ALBERONI (GERLINDE ORTNER STEPHAN LERMER HUNTER Lewis REGINA HAMBURGER FRANCESCO ALBERONI FRANCESCO ALBERONI FRANCESCO ALBERONI FRANCESCO ALBERONI ROSINA CRISPO,, EDUARDO FIGUEROA Y DIANA GUELAR Perer D. KRAMER ‘Maxe FISHER Y MARC ALLEN Eldilema del hombre Andlisis psicolégico de la crisis de los 40 afios ‘Nunca me imaginé que mis padres supieran lo que es el sexo Cémo desarrottar su memoria Cémo ganar una discusién Ten confianca en ti misma La ira, a furia, ta rabia Fl vuelo nupeial Valores La modestia no es ninguna virtud El hombre abandonado La cuestién de los valores EIABC de la seduecién El optimismo Te amo El primer amor Ten coraje Anorexia y bulimia. Lo que hay que saber Conflictos de pareja Piensa como un millonario AMOR Y VOLUNTAD- Contra la violencia y la apatia en la sociedad actual por Rollo May BIBLIOTECA UNIVERSIDAD ANAHUAC ‘Titulo del original en inglés: Love and Will © W.WNorton & Co.ne, BF EPL W320 Libba eve a¢ / A ro Ut Disefto de cubierta: Alma Larroca ‘Traducei6n: Alfredo Baez Segunda edici6n: julio del 2000, Barcelona Derechos reservados para (ods las ediciones en castellano © Béitorial Gedisa, S.A. Paseo Bonanova, 9 I°-I* (08022 Barcelona, Espana ‘Tel. 93 253 09 04 Fax 93 253 09 05 Correo electrénico: gedisa@ gedisa.com ISBN: 84-7432-214-6 Dep6sito legal: B.23959-2000 Impreso por: Carvigrat Clot, 31- Barcelona Impreso en Espafia Printed in Spain ‘Queda prohibida la reproduccién total o parcial por cualquier medio de impresi en forma idéatica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma, INDICE PREFACIO.. u ‘Amor y voluntad.. b I Introdvecisn: nuestro mundo esquizoide 5 19 La condicién profética de los problemas... El artista y el neurdtico : EI neurético como profeta La aparici6n de la apatia 1. Amor 35 1, Paradojs de sexo y el amor 37 Yermo sexual 38 La salvacign por Ia eniea 2 El nuevo pusitanismo. aa Freud y el puritanismo, 41 Motivos del problema. St La rebelign conta el sex 56 IIL Eros en conflicto con el sexo... . 61 62 El retorno del eros reprimido. {Qué es eros?. Eros en Plats, Freud y Eros. La misién de Eros. Estudio de un caso.. 83 Eros enfermo, 87 IV. El amor y la muerte... El amor como insinuacién de la mortalidad ... = ‘La muerte y 1a obsesiGn del sexo .... i 99 El sentido irégico en el amor 102 Lo irigico y Ia separaci6n.. 104 Los anticoaceptivos y lo trigico vr, 109 \V. Bl amor y lo demonfaco 113 Objeviones al érmino 19 120 123 Lo demonfaco en la psicoterapia primitiva Algunos sondeos histéricos EL amor y to demoniaco 133 VI. Lo demonfaco en el didlogo ... 141 Dilogo e integraci6i 142 Fases de lo demoniaco 145 Lo demonfaco y lo anénimo 146 Lo demonfaco y el conocimiento 149 Nombrar lo demoniaco .. 152 Nombrar lo demonfaco en terapia ... . 156 2. La voluntad, 161 VIL. La voluntad en crisis. no 168 La socavacién de la responsabilidad personal sn 168 Lo contradictorio de la voluntad ... o 166 El caso de John 170 La voluntad en psiCoanslisiswninennnninin 1B Iusién y voluntad. a= 76) VIL. Bl deseo y Ia voluntad .... 181 La definicin de la fuerza de VolUN(AG ...nsnnnsnnnnennninnne 183 El sistema de antivoluntad de Freud. so 185 El deseo ... so o ron 186 La incapacidad de desear como enfermedad 189 La falta de capacidad de desea... 192 William James y la voluntad : a 195 3. Amor y voluntad IX. La intencionalidad Las rafces de la intencionalidad... Bjemplos del psicoandlisis.. Percepeién e intencionalidad 201 206 210 El cuerpo y Ia intencionalidad... 212 La voluntad y la intencionalidad 215 X, La intencionalidad en la terapia 220 El caso de Preston. 221 Fases en la terapia ww 232 Del deseo a la voluntad 235, ns 236 237 Del deseo y la voluntad de decision... La libertad humana 241 XI. La relacién del amor y ta voluniad E1 amor y la voluntad se obstaculizan reciprocamente .. 244 [La impoiencia coma nn ejemplo 247 Imaginacién y tiempo 1 248 Unién del amor y la voluntad .... 249 XI. La significacién del cuidad.. 253, 254 El cuidado en el amor y la voluntad . 258 EL mito del cuidado .. El cuidado en nuestro dias... 267 ‘XIII. Comunién de conciencia m1 El amor como fenémeno personal mm Aspectos del acto del amor 276 Crear conciencia os 278 EL amor, la voluntad y las formas de la sociedad .. 281 Prefacio ‘Tal vez a algunos lectores les sorprenda Ia yuxtaposiciGn de los conceptos {de amor y Voluntad en el titulo de este libro. Hace mucho que ereo que amor y voluniad son interdependientes y corren parejos. Ambos son procesos ligados del ser; trétase de influir en otros, de modelar, de formar, de crear Ia conciencia de otro, Pero esto es posible sélo, en un sentido intemo, si uno se abre simulténea- ‘mente a la influencia del otro. La voluntad sin amor se convierte en manipula cién, de Ia cual tenemos copiosos ejemplos en la época inmediatamente anterior ala primera guerra mundial. Y el amor sin voluntad se hace en nuestros dias sen- timental y experimental. ‘Siento el habitual orgullo del autor por las ideas expuestas en este libro, de las cuales, por supuesto, asumo la responsabilidad. Pero en los ocho afios que tardé en elaborarlo, una serie de amigos ley6 y discutié conmigo los capitulos. Deseo agradecer pues su contribucién a Jerome Brune, Doris Cole, Robert Lifton, Gardner Murphy, Elinor Roberts, Emest Schachtel y al difunto Paul Tillich. Jessica Ryan me brind6 su intuitiva comprensién y sugestiones précticas {que un autor siempre considera que merece mas que la gratitud. Durante los largos veranos pasadas en New Hampshire cuando escribt este libro, solfa levantarme muy temprano por la madrugada y salir a mi terraza desde donde se dominaba el valle que se extendfa hasta las cadenas montafiosas del norte y el este; el valle se vefa plateado en medio de las brumas anteriores a Ia aurora. Los pajaros, voces elocuentes en un mundo de otro modo completamen- te silencioso, ya entonaban su coro de aleluya para dar la bienvenida al nuevo dia. El canoro gorrién eanta con tal ehtusiastto que casi se mece en lo alto del man- zano y el jilguero se une armoniosamente a él con sus obligados gorjeos. El bos- ‘que esté tan colmado de cantos que el zorzal tampoco puede contenerse. El paja- ro carpintero da picotazos en Ia hueca haya. Los somorgujos del Iago lanzan su quejumbroso y atormentado lamento para que el conjunto no sea demasiado dulce. Luego el sol asoma sobre la cadena montaiiosa y revela un New Hampshire inerefblemente verde que se extiende por todo el valle con una exu- ul berancia que resulta casi demasiado abundante. Los érboles parecen haber creci- do varias pulgadas de la noche a la mafiana y el prado estalla con una nueva vida. ‘Tomo a sentir el permanente ir y venir de la vida, el eterno retorno, ese cre- cer, aparearse y perecer para volver a crecer de nuevo. Sé que los seres humanos son parte de ese eterno proceso, parte de su tristeza, asf como de su cantar jubi loso, Pero el hombre, ese buscador, esté llamado por su conciencia a trascender eletemo retorno. Y yo no soy diferente de los dems, salvo en lo tocante a laelec- cin del terreno de indagaci6n, Siempre estuve convencido de que debfa indagar la realidad interior y siempre cref que los frutos de valores futuros solo podrén florecer si han sido sembrados por los valores de nuestra historia. En este siglo xx de transicién, cuando se nos hacen patentes los resultados completos de la bancarrota de nuestros valores interiores, creo que es especialmente importante {que busquemos la fuente del amor y la voluntad. ROLLO MAY Amor y voluntad Introduccién: nuestro mundo esquizoide Casandra: Apolo fue el profeta que me dio esta tarea Coro: {Eas ya entonees experta en las ares del dios? Casandra: Sf; ya entonces lef la suerte de si iudad. Agamendn, ESQUILO En nuestros dias lo curioso respecto del amor y la voluntad es el hecho de 4que, mientras en el pasado fueron siempre considerados como la respuesta a las dificutades de la vida, ahora se han convert ellos mismos en problemas. Claro est que el amor y Ia voluntad resultan siempre més diffciles de ejercitar en una poca de transicidn, y la nuestra es una edad de radical transicién. Los antiguos mitos y simbolos mediante los cuales nos orientabamos han desaparecido y 1a ansiedad es general y profunda; nos aferramos unos a otros y tratamos de per- suadimos de que Io que sentimos es amor; no queremos amar porque tememos ‘que si elegimos una cosa o a una persona perderemos otra y nos sentimos dema- siado inseguros para correr ese riesgo. Nuestro interior se agita entonces con ‘emociones y procesos... de los cuales el amor y la voluntad son los dos ejemplos ‘mis prominentes. El individuo se ve forzado a volverse a su interior; est obse- sionado con la nueva forma del problema de identidad que puede expresarse ast “Aun cuando sepa quign soy, no tengo ninguna significacién para nadie. Soy incapaz de influit en otros”. El préximo paso es la apatfa. Y el paso siguiente es 1a violencia, pues ningtin ser humano puede soportar perpetuament la frustran- te experiencia de su propia impotencia, 15 ‘Antes era tan grande la importancia asignada al amor, considerado como la resolucién de las dificultades de la vida, que Ia autoestima de Ia gente aumenta- ‘ba o disminu‘a si alcanzaba el amor o si no lo alcanzaba. Quienes crefan haber alcanzado el amor se entregaban a una especie de farisefsmo, confiados en esa prueba visible de salvaciGn, asf como la riqueza de los calvinistas era considera- da la prueba tangible de que quien Ia poseia se encontraba entre los elegidos. (Quienes no lograban encontrar el amor se sentfan no tan s6lo ms © menos deso- lados, sino que su autoestima quedaba minada en un nivel mas profundo y daiio- so. Se sentian como una nueva especie de parias y en las sesiones de psicotera- pila, confesaban que en horas de la madrugada se despertaban con la sensacién no necesariamente de estar solos o de ser desdichados, sino que los corro‘a la con- viccién de que de algiin modo se les habia escapado el gran secreto de la vida. Y mientras tanto, con la creciente tasa de divorcios, con la creciente trivializacion del amor en la literatura y en el arte y con el hecho de que para muchos el sexo perdfa significacién a medida que se hacia més accesible, ese “amor” parecta algo enormemente evasivo sino ya una rotunda ilusiGn. Algunos miembros de la nueva izquierda politica llegaron a la conclusién de que la naturaleza misma de nuestra sociedad burguesa destruye el amor y las reformas que propontaa tenian la finalidad especifica de hacer “un mundo en el cual el amor fuera més posibl En semejante situacién contradictoria, la forma sexual del amor -el comin denominador més bajo de la escala de salvacién- se convirti, como era com- prensible, en nuestra preocupacién principal pues el sexo, como tiene sus raices en la ineludible biologia del hombre, parece siempre seguro para dar por lo ‘menos un facsfmil de amor, Pero el sexo también se convirtié en carga y prueba del hombre occidental, en vez de ser su salvacién. Se imprimen copiosamente libros sobre téenicas amorosas y sexuales que si bien Hegan a ser bestsellers durante unas semanas tienen un sonido falso: la mayor parte de la gente parece advertr que el frenesf con que andamos detrds de técnicas amorosas como mues- {ro medio de salvaci6n esté en proporcién directa con el grado en que hemos per- dido de vista la salvacién que estamos buscando. Una vieja e irénica costumbre de los seres inumanos consiste en apresuramos y correr més répidamente cuando perdimos el camino; y lo Cierto es que nos aferramos tenazmente a las estadisti- cas, a las investigaciones y ayudas técnicas en cuanto a la sexualidad cuando hemos perdido los valores y significacién del amor. Cualesquiera que sean los iméritos o deficiencias que tengan los estudios de Kinsey y las investigaciones de ‘Masters-Johnson, lo cierto ¢s que son sintométicos de una cultura en la cual se haa ido perdiendo progresivamente Ja significacién personal del amor. Antes se creia que el amor era una fuerza de motivacién, una energfa con la que se podia contar para adelantar en la vida, Pero el gran cambio producido en nuestros dias " Carl Oplesby en A Prophetic Minority, de Jack Newfield (Nueva York, New American Library, 1966), pg. 19. 16 significa que esa fuerza de motivacién misma se pone en tela de juicio, El amor se ha convertido él mismo en un problema. Y, realmente, tan contradictorio se ha hecho el concepto del amor que algu- nos de los que estudian Ia vida de Ia familia Hegaron a la conclusién de que et “amor” es sencillamente el nombre que dan los miembros més poderosos de la familia la manera de controlar a los otros miembros. Ronald Laing sostiene que el amor es encubridor de violencia. YY Jo mismo puede decirse de la voluntad. De nuestros antepasados de la 6poca victoriana heredamos la creencia de que el tnico problema verdadero de la ida era decidir racionalmente qué hay que hacer, y entonces la voluntad era la “facultad” que nos permitia hacerlo, Alora ya no se trata de una cuestin de deci- ir qué hacer, sino que la cuestién es decidir cémo decidir. La base misma de la voluntad queda asé cuestionada. 2Es la voluntad una ilusién? Muchos psicdlogos y psicoterapeutas desde Freud en adelante han sostenido que lo es. Las expresiones, tales como “fuerza de voluntad” y “libre voluntad’, tan necesarias en el vocabulario de nuestros padres, han quedado completamente eliminadas de toda discusién contemporé- nea con ciertas pretensiones o bien se usan en mofa La gente acude a los tera- peutas para hallar sustitutos de su perdida voluntad; acude a ellos para aprender cémo hacer que el “inconsciente” dirja sus vidas o para aprender la dltima tée- nica de condicionamiento que les permita conducirse bien o para enterarse de las ruevas drogas que revelen algtin motivo para vivir. 0 para aprender el Gitimo étodo de “liberar 0 descargar afectos” sin darse cuenta de que los afectos no son algo que existan por sf mismos, sino que son un subproducto de la manera en que uno se entrega a una situaci6n de la vida. Y la cuestidn es ésta: {Con qué fin usard In gente tal situacién? En su estudio sobre la voluntad, Leslie Farber afirma que eneste fracaso de la voluntad consiste la patologia central de nuestros dias y que nuestra época deberfa llamarse 1a “edad de la voluntad trastornada”.* En una época de radical transicién como la nuestra, el individuo se ve mpulsado a considerarse a si mismo. Cuando los fundamentos del amor y de la voluniad han sido sacudidos y casi destruidos, no podemos escapar a la necesi- dad de ir mas allé de la superficie y buscar las fuentes del amor y la voluntad en nuestra propia conciencia y en la “conciencia inarticulada y colectiva” de nues- {ta sociedad. Empleo aquf el término “fuente” en el sentido que tiene en francés la palabra source de un rio, las fuentes de que originalmente brota el agua. Si ppodemos encontrar las fuentes de que manan el amor y la voluntad, podremos descubrir las nuevas formas que necesitan estas experiencias esenciales para {que resulien viables en Ia nueva edad en que nos estamos moviendo. En este sentido, nuestra indagacién, como cualquier exploracién de esta indole, es una indagacién moral, pues buscamos las bases sobre las que pueda fundarse una moral de una nueva edad. Toda persona sensible se encuentra en la posicién » Leslie Farber, The Ways ofthe Will (Nueva York, Basie Books, 1965), pi. 48, a de Stephen Dedalus: “Procedo a forjar en la fragua de mi alma Ia conciencia no creada de mi especie”. ‘La palabra “esquizoide” que figura en el titulo de este capitulo significa falta de contacto; el hecho de evitar relaciones fatimas, Ia incapacidad de sentir. No templeo el término como tuna referencia ala psicopatologia sino como tna referen- cia a las condiciones generales de nuestra cultura y las tendencias de las personas {que laclaboran, Anthony Stor, al referrse al esquizoide desde el punto de vista de ta psicopatologia individual, afirma que la persona esquizoide es fia, distanciada, muestra superioridad y desapego. Estas condiciones pueden estallar en violenta tgresién y todo es0, dice Store, consttuye una compleja mascara de un reprimido ‘anhelo de amor. El distanciamiento y desapego del esquizoide son una defensa con- tra fa hostilidad y tiene st fuente en una deformaci6n del amor y de Ia confianza experimentada en la nifiez, deformacién que determina que la persona tema para siempre el, vetdadero amor “porque el amor amenaza su existencia misma”.” Hasta cierto punto estoy de acuerdo con lo que dice Storr, pero lo que yo sostengo es que la condicién esquizoide es una tendencia general de nuestra edad de transicién y que el “desamparo y descuido” en la nifiez a que se refiere Storr fe deben no tanto a Ios padres sino a casi todos los aspectos de nuestra cultura {Los padres mismos estén desamparados y son expresiones inconscientes de su ‘cultura, El hombre esquizoide es el producto natural del hombre tecnolégico. sta representa una manera de vivir, de la que cada vez. més se echa mano. y es tuna manera que puede estallar ext violencia, En su sentido “normal” el esspiz0i- ide no requiere represiGn. Sélo el futuro puede decidir si el estado esquizoide se desarrollaré posteriormente en un estado semejante al estado esquizofrénico. Pero esto es mucho menos probable que ocurra si el individuo puede admitir francamente y afrontar los caracteres esquizoides de su estado actual. Anthony Storr indica ademds que el cardcter esquizoide tiene la “conviccién de que nadie puede amarlo y la sensacién de que se lo ataca y se 1o humilla con exticas™* Si bien valoro la descripci6n de Storr, hay un punto en que ésta presenta una falla, Ello ocurre cuando cita a Freud, Descartes, Schopenhauer y Beethoven como ejemplos de esquizoides. “En el caso de Descartes y Schopenhauer es st falienacién misma del amor Jo que hizo nacer sus filosoffas”. En cuanto a Beethoven, "En compensacin desu desilusin de los sere humanos y de su resentimiento, Besthoven imaging an mundo ideal de amcey amistad. Su msics, quiz con mis clara que la dd cualquier oto compositor, manifesta intensa agesign en el sentido de potencia vio- lenciay fuera. Bs fill imaginar gue, si Beethoven no hubier sido apa de sublimar st tontldad en su misica, podria muy bien haber sucumbido a una psicosisparanoide* » Amthony Stor, Human Aggression (Nueva York, Atheneum, 1968), pas. 85 “tit Tod, 88. 18 La disyuntiva de Storr consiste en que si esos hombres considerados psico- patol6gicos Iuego se hubieran “curado” no tendriamos sus creaciones. De modo {que creo que hay que admitir que el estado esquizoide puede ser una manera constructiva de afrontar situaciones profundamente dificiles. Mientras otras cul- ‘turas empujen a las personas esquizoides a ser creativas, nuestra cultura empuja fla gente a hacerse més desapegada y mecénica. ‘Al concentrar mi atencién en los problemas del amor y Ia voluntad, no olvi- do las caracteristicas positivas de nuestro tiempo ni las potencialidades que tiene para fa realizaci6n individual. Es un hecho innegable que, cuando una época per- Ibid, Mayo 6, 1964, » Keniston, en The Uncommiited, al referise esta anomia die: “Nuestra época inspira ‘escasoentussamo, Bn el Occidente industrial y cada vez mis ahora en la nacions no alineadas falta ardor en cambio, os hombres hablan de su eecinteaejamieno Tos unos de fs ors, de la tistancia que los separa desu orden socal, de su trabajo y de sus juegos tambign de Tos valores Y hoes queen un pasado, visto tl vez con colores romdntcos, parecia haber dado orden, sg Ficaién y coherencla ass vidas" 29 nificativos de los cuales uno no participa. En esas condiciones nunca puede sur- girla cuestin de la voluntad. La interrelaci6n de amor y voluntad consiste en que ‘ambos conceptos se refieren @ una persona que se encuentra en el proceso de ten- der a algo, de moverse hacia el mundo exterior, de tratar de afectar a los demas ‘al mundo inanimado y de ofrecerse ella misma para ser afectada; trétase de un proceso de modelar, formar, establecer una relaci6n con el mundo o tratar de que ste establezca wna relacién con uno. Esta es la razén de que amor y voluntad sean tan diffciles de alcanzar en una época de transicién en Ia cual todos los fami- liares puntos de apoyo han desaparecido. EI bloqueo de los caminos en las cua- les afectamos a los demas y somos afectados por ellos constituye el trastorno esencial del amor y la voluntad. La apatia, o a-pathos, es un retiro de todo senti- tiento; el proceso puede, comenzar fingiendo cierta frialdad, una manera estu- diada de manifestarse desinteresado y no afectado. “No querfa vermie envuelto en ‘esa cuestin”, fue la coherente respuesta de los ireinta y ocho ciudadanos de Kew Gardens cuando se les preguni6 por qué no habfan intervenido. La apatia, que obra lo mismo que el “instinto de muerte” de Freud, consiste en una gradual falta de participacién hasta que llega uno a sentir que la vida misma pierde toda significacién. ‘Al considerar recientemente 1a sociedad, algunos estudiantes suelen tener ‘una visin ms clara de ella que los adultos mayores, aunque tienden, en una sim- plificacién exagerada, a echar la culpa de todo a las instituciones. “Aqui no se nos ha procurado una sensacién apasionada de las excitaciones de 1a vida intelec- tual”, deefa el director del Spectator de Columbia. ® Un colaborador estudiante de The Michigan Daily escribta: “Esta institucién, por triste que sea admitirlo, no logré inculcar en sus alumnos nada que se pareciera a un apetito intelectual”. El articulista hablaba de la tendencia “hacia algo peor que la mediocridad... que es la absoluta indiferencia. Una indiferencia acaso hasta por la vida misma”. “Todos nosotros estamos clasificados y registrados en tarjetas .B.M.”, observa- ba un estudiante de Berkeley.” “Hemos decidido retornar a las revueltas de 1964, pero aqui la revolucién verdadera vendré cuando decidamos quemar las tarjetas de la computadora asf como las listas de enrolamiento”,” ‘Existe una relacién dialéetica entre apatia y violencia. Vivir en un estado de apatia provoca violencia; y en incidentes como los que hemos mencionado la violencia provoca apaufa, La violencia es el Gltimo sustituto destructivo que apa- rece para llenar el vacfo donde no hay ninguna relacién.* Hay dos grados de vio- lencia que van desde el relativamente normal afecto chocante de muchas for- » James H. Billington, “The Humanistic Heart bea! Has Failed, Life Magazine, pig. 32 Wid "bid. "La apatiapablica die el Dr. Karl Menninger, es ella misma uns mi siGn". Karl Menninger en una conferenia sobre la violencia dads en la Asociacién Médica Correccionaly publicada por el The New York Times, e12 de abril de 1964 30 mas de arte modermo, pasando por la pornografia y la obscenidad -que logran provocar la deseada reaccién haciendo violencia a nuestras formas de vida- hasta la patologta extrema de los asesinatos. Cuando la vida interior se deseca, cuando decrecen los sentimientos y aumenta Ia apatia, cuando uno no puede afectar a otra persona o no puede siquiera conmoveria genuinamente, la violencia se desenca- dena como una demonfaca necesidad de contacto, como un impulso demente para conmover por la fuerza del modo més directo posible.” Este es un aspecto de la bien conocida relacién que hay entre sensaciones sexuales y crimenes de violencia. Infligit dolor y torturar es algo que nos prueba que por lo menos uno puede afectar a alguien. En el estado de alienacién de los medios de comunica- cidn masiva el ciudadano medio conoce a muchas personalidades de la television due se presentan sonriendo en su sal6n por la tarde, pero él mismo nunca es conocido. En ese estado de alienacin y anonimato que resulta penoso para todos, la persona media puede muy bien concebir fantasias que rayen una verdadera patologfa. BI estado de énimo de la persona anénima podria expresarse asf: “Si ro puedo afectar 0 conmover a nadie, por lo menos puedo forzarlo a que experi- mente algo mediante heridas y dolores; por lo menos tendré Ia seguridad de que los dos sentimos algo y, por lo tanto, lo obligaré a usted a que me mine y enton- ces sabré que yo también estoy aqui”. Muchos nifios o adolescentes obligaron al ‘grupo a que pertenecfan a que tomaran conocimiento de ellos mediante una con- dducta destructiva: y si bien luego se los castig6, por lo menos la comunidad advir- ti6 que existfan, Ser activamente odiados es casi tan bueno como ser activamen- te amado; cualquiera de estos dos sentimientos interrumpe la intolerable situa- cin del anonimato y la soledad. Hemos considerado los graves efectos de la apatia: ahora debemos consi- derar su necesidad y e6mo en su forma “esquizoide normal” la apatia puede con- vertirse en una funciGn constructiva. Nuestra trégica paradoja es la de que en el mundo contemporéneo tenemos que protegernos valiéndonos de algin tipo de pati “La apatfa es un estado curioso”, observa Harry Stack Sullivan, “Es algo que empleamos para sobrevivir a la derrota sin experimentar dafios materiales, aunque si ella dura demasiado uno se ve dattado por el paso del tiempo. La apa- ‘fa me parece un milagro de proteccién en virtud del cual una persona que ha sutfrido un fiasco extremo deseansa hasta que pueda hacer alguna otra cosa.” Mis tiempo se tarda en afrontar la situacién, més se prolonga la apatia, que tarde ‘0 temprano se convierte en un estado permanente de cardcter, Esa falta de afec- La gran necesidd de contacto que tiene nvesta sociedad y su oposici alas prohibicio nes’ de contacto, se reve en el incremento de todas las formas de terapia de contacto desde Esalen hasta ls terapias de grupo. Estas terapias reflejan la necesidad, pero estin eradasen su tendencia antinteleetual y en las grandiosas pretensiones sobre lo que en titima jstanciaes slo una medi- dda corectiva También estin eradas al no ver que Ete es un aspect de toda la sociedad que debe ser modticado y modiicado en un nivel profundo, que abarque a todo et hombre. > Harry Stack Sullivan, The Psychiatric Ineview (Nueva York, W. W. Norton & Co., 1984), pig. 184, 3 {05 es como encogerse uno frente a los vientos de continuas demandas, es como acurrucarse para evitar los hiperestimulos, mientras uno deja que la corriente, pues teme quedar arrollado si respondiera a ella. Cualquiera que haya viajado en el subterréneo a las horas de tropel, con su cacofénico alboroto y sus hordas de an6nima humanidad, no se sorprenderd de esto. No es dificil comprender que la gente que vive en una época esquizoide tenga que protegerse del tremendo exceso de estimulos, protegerse del fuego con- centrado de Ia atilleria de palabras y ruidos emitidos por radio y televisi6n, pro- tegerse de las demandas de la producci6n en serie de una industria colectivizada yy concentrada en gigantescas fabricas. En un mundo en el que un niimero se impone inexorablemente como medio de idemtficacién, cual lava que amenaza sofocar y fosilizar a su paso todo aliento de vida, en un mundo en el que “Ia nor- alidad” es definida como mantener la sangre frfa, en el que el sexo es tan acce~ sible que la Gnica manera de preservar nuestro centro fntimo es aprender a reali zar el acto sexual sin participar uno fntimamente, en semejante mundo esquizoi- de, que los j6venes experimentan mas directamente puesto que no tuvieron tiem- po para construirse las defensas que embotan los sentidos de los mayores, no es sorprendente que el amor y la voluntad se hayan hecho cada vez mas problemé- ticos y hasta imposibles de alcanzar, segin creen algunos. Pero, y el uso constructivo de esta situacién esquizoide? Ya vimos c6mo Cézanne aplicaba su personalidad, esquizoide a la expresidn de las formas més significativas de la vida moderna y cémo por medio de su arte era capaz de res tir las tendencias debilitantes de nuestra sociedad. Vimos también que el estado cesquizoide es necesario; ahora debemos preguntamos si en sus dimensiones salu- dables el estado esquizoide puede también convertirse en algo bueno. La perso- ‘na esquizoide constructiva se opone a esa vacuidad espiritval de la tecnologia que todo lo invade y no se deja vaciar por ella. Esa persona vive y trabaja con la ‘miiquina sin convertirse en una méquina, Comprueba que es necesario permane- cer lo bastante desapegado de las cosas para encontrar significaciGn a la expe- riencia, pero que debe adoptar tal actitud para proteger su vida interior del empo- brecimiento. El doctor Bruno Bettelheim encuentra Ia misma superioridad de la persona apartada y retraida -a la que yo llamarfa esquizoide - durante las experiencias que tuve en los campos durante la segunda guerra mundial, Segin las convicciones psicoanaliticas correntes entonces... el retraimiento, el partarse de otras personas y tomar distancia del mundo eran considerados como ebilidad de cargcter. Mis comentarios...sobre la admirable manera en que se con- ‘ajo un grupo, de lo que yo llamo “personas ungidas”, en los campos de concentra ‘ign sugieren hasta qué punto me lamaron la atencién esas personas tan retradas y ‘partadss. Cieramente no mantenfan gran contacto con su inconsciente, pero sin cmbargo conservaban la antigua estructura de su personalidad y se aerraban a sus valores frente a los extremados trabajos y privaciones, de suerte que la experiencia dd campos de concentracin no ls afecaba como personas... sus mistos hombres 32 ‘que, segin Ia teoria psicoanaitica existente, debian tener personalidades débiles, proclives a desintegrarse,resultaron lideres heroicos principalmente a causa de la fuerza de su caricie.® Y en verdad, ciertos estudios han mostrado que las personas que sobreviven ins eficazmente en las naves espaciales y que pueden capiarse a las privaciones sensoriales necesarias en esa vida -nuesiros camaradas del sigio XXI- son aque- las que pueden retraerse y retirarse dentro de sf mismas, “Hay razones para creer" dice Arthur J. Brodbeck después de resumir os hechos, “que bien pudie- za ser la personalidad esquizoide la mejor capacitada para soportar las exigencias de un viaje espacial prolongado”™ Esas personas preservan su mundo interior, que los hiperestimulos de nuestra €poca anonadarfan. Estos introvertidos pueden continvar existiendo a pesar de poderosos estimulos 0 a pesar de la falta de esti- mulos, pues han aprendido a adoptar frente a la vida una actitud esquizoide “constructiva”. Puesto que debemos vivir en ef mundo tal como To encontramos, distinguir-este aspecto consructivo constituye una parte importante de nuestra ‘area. La apatia es el retro de la voluntad y el amor; equivale a afirmar que la voluniad y amor “no importan”, es una suspensién de toda participacién. En tiempos de stress y agitacién la apatia es necesara; y la gran cantidad actual de estimulos representa una forma de stress. Pero la apatia, a diferencia de la acti- tud esquizoide normal, determina la vacuidad interior y nos hace menos capaces de defendemos, menos capaces de sobrevivi. Pero por comprensible que sea el estado que designamos con el término apatia, es también esencial que enconire- ‘mos una nueva base para el amor y la voluntad que fueron sus principales victi- Bruno Bettelheim, The Informed Heart (Glencoe, HL, The Free Pres, 1960), piginas 20.21 * Artur J. Brodbeck, “Placing Aesthetic Developments in Soci ‘Value Analysis", Joural of Social Issues, ener, 1964, pg. 17 Sontext: A Program of 33 PRIMERA PARTE Amor I Paradojas del sexo y el amor El ato sexual es la réplica humana dl proceso césmico Proverbio de la antigua China Un pacient refit el siguiente suefio: “Estoy en la cama con mi mujer y entre los dds esté mi tenedor de libros. Se dispone a tener relaciones sexuales con ella, Lo 3. slo que de alguna manera aquello me parecia apro- Comunicado por el doctor John Schimet Hay cuatro clases de amor en la tradicin occidental. Uno es la sexualidad 6 que llamamos concupiscencia, lujuria, libido. La segunda clase es eros, el mpulso amoroso para procrear o crear, el impulso, como decian los griegos, que nos lleva hacia formas superiores de relacién y de ser. Una tercera forma es la philia o amistad, el amor fraternal. La cuarta clase es agape o caritas como lo Ila- ‘maban Ios latinos, es el amor dedicado al bienestar de los demas y su prototipo el amor de Dios a los hombres. Toda experiencia humana de auténtico amor es tuna mezcla, en variadas proporciones, de estas cuatro formas. ‘Comenzamos por considerar el sexo no s6lo porque representa el principal interés de nuestra sociedad, sino también porque en é1 comienza taml tencia bioldgica de cada hombre. Cada uno de nosotros debe su ser al hecho de {que en un moments dado un hombre y una mujer salvaron la brecha, para decir- To con las palabras de T. S. Eliot, que hay “entre el deseo y el espasmo”. Independientemente del hecho de que nuestra sociedad pueda trivis mo la sexualidad, ésta continta siendo la fuerza de la procreacién, el impulso que perpetia la especie, a fuente ala vez del placer mas intenso del ser humano y de su ansiedad més penetrate. En su forma demonfaca, el sexo puede arrojar al individuo a abismos de desesperacidn y cuando esté aliado con el eros puede ele- vvarlo desde la melancolia a las Grbitas del éxtasis. 37 Los antiguos consideraban el sexo o Ia concupiscencia como algo dado por descontado de Ia misma manera en que consideraban la muerte. Sélo en nuestra Epoca contemporinea hemos convertido el sexo en nuestra principal preocupa- cin y hemos exigido que lleve el peso de las cuatro formas de amor. Pasando por alto la excesiva tensién que da Freud a los fenémenos sexuales como tales -posi- cci6n en la que Freud no representa més que la voz del proceso de tesis y antte- sis de la historia moderna, es de todas maneras evidente que la sexualidad cons tituye la fuerza fundamental de la especie y seguramente tiene la importancia, ho la extensidn, que Freud le daba. Podremos trivializar el sexo a nuestro gusto fen novelas y dramas 0 defendernos cuanto queramos de su poder apelando al cinismo y afectando frialdad, pero la pasién sexual permanece al acecho para sor~ prendemos desprevenidos en cualquier momento y demostramos que continda siendo el mysterium tremendu. Pero apenas nos ponemos a considerar la relacién de sexo y amor en nes {ro tiempo nos encontramos sumidos en una vorigine de contradicciones. Por eso, para comenzar presentaremos un breve esboz0 fenomenol6gico de las extra- jas paradojas que rodean Ta sexualidad en nuestra sociedad, Yermo sexual En la época vietoriana cuando era corriente negar los impulsos y las sensa- ciones sexuales y ewando no se podia hablar de las cuestiones del sexo en una sociedad elegante, todo el tema estaba rodeado de una aureota de santa repulsi6n. Hombres y mujeres se trataban como si no poseyeran Srganos sexuales. William James, ese extraordinario cruzado tan adelantado a su época en cualquier otra ‘cuestidn, traté las cuestiones del sexo con esa fina aversi6n caracteristica de fines de siglo, En los dos volimenes de sus principios de psicologia, obra que hizo Epoca, el autor s6lo dedies una pagina a la sexualidad y al final agreg6: “Es un poco desagradable discutir estos detalles... Pero la advertencia de William Blake, hecha un siglo antes: “El que desea pero no obra engendra pestilencia”, quedé ampliamente demostrada por los psicoterapeutas posteriores. Freud, un hombre de la época victoriana que considers las cuestiones del sexo, estaba en lo cierto al describir aquella ciénaga de sintomas neuréticos que resultaban de cer- ccenar una parte tan vital del cuerpo y del ser humano, Lego, en la década de 1920, se produjo un cambio radical casi de la noche ‘a la mafiana, En los efrculos literales se convirti6 en el dogma militate la cre ‘encia de que lo contrario de la represién -es decir, la educacién sexual, la liber- tad de hablar sobre cuestiones sexuales - tendria efectos saludables y evidente- ‘mente ésa era la tinica posicién que debia adoptar Ia gente ilustrada. En un perfo- "tian James, Principles of Psychology (Nueva York, Dover Publications, 1950: original- ‘mente publicado por Henry Holt, 1890). 11, pig. 439. 38 do notablemente breve que sigui6 a la primera guerra mundial pasamos de obrar como $i el sexo no existiera en modo alguno a sentirnos obsesionados por la sexualidad. Ahora ponemos més énfasis en el sexo que cualquier otra sociedad desde Ia antigua Roma, y algunos estudiosos creen que estamos preocupados por las cuestiones sexuales mas que ningiin otro pueblo de toda la historia, Hoy lejos de no hablar sobre la sexualidad, bien pudiéramos parecer a un visitante de Marte que fuera a dar al Times Square que somos genles que no tenemos otro tema de conversacién, YY ésta no es solamente una obsesién de los norteamericanos. Al otto lado del océano, en Inglaterra, por ejemplo, “desde obispos a bidlogos, todo el mundo est en eso”. Un agudo articulo que aparece en la primera pégina de The Times Literary Supplement de Londres hasta sefiaa la “vigorosa oleada de utilitarismo posterior a Kinsey y de elevacién moral posterior a Chatterey. Abrase un diario de cualquier dia (especialmente del domingo) y lo més probable es que se encuentra algtin sabio exponiendo al piblico sus opiniones sobre la anticoncep- cién, el aborto, el adulteri, las publicaciones obscenas, la homosexualidad entre adultos (si todo lo dems Falla) sobre las normas morales contemporéneas entre ruestros adolescentes”? En parte debido a este cambio radical, hoy los terapeutas rara vez ven a pacientes que muestran represién sexual a la manera de los pacientes histéricos de Freud antes de la primera guerra mundial. En realidad, comprobamos en las Personas que acuden en busea de ayuda exactamente lo contrario: hablan enor- memente sobre la sexualidad, tienen una gran actividad sexual y précticamente ninguno se queja de prohibiciones culturales que impidan ir a la cama tantas veces como uno lo desee y con cuantas parejas como quiera. Pero aquello de que se quejan nuestros pacientes es la falta de pasién y sentimiento. “Lo curioso en esta esfera es comprobar cusn poco parece el individuo estar gazando de la emancipacién.”* {Mucho sexo y tan poca significacién! {Y ni siquiera se lo encuentra divertido! Si los victorianos no deseaban que se supiera que él o ella tenfan sensacio- nes sexuales, nosotros nos avergonzamos si no las tenemos, Antes de 1910 si le deciamos a una sefiora que tenfa atractivo sexual ella se sentirfa insultada; hoy en dfa, en cambio, aprecia el cumplimiento y nos recompensa volviendo sus encantos en nuestra direccién. Nuestros pacientes tienen a menudo el problema de la frigidez y la impotencia, pero lo extrafio y amativo que observamos en ellos es el hecho de que tratan desesperadamente que nadie se dé cuenta de que no sienten sexualmente. El fino victoriano, hombre o mujer, se sentia culpable si experimentaba sensaciones sexuales; ahora nos sentimos culpables si no las ‘experimentamos. * Atlas, noviembre, 195, pig, 302. Citado de The Times Literary Supplement, Londres. id 39 Por es0 una paradoja esté representada por el hecho de que Ia ilustracién no resolvié los problemas sexuales de nuestra cultura, Ciertamente debemos importantes resultados positivos a la nueva ilustraciOn, especialmente en el aumento de libertad individual. Muchos problemas exteriores fueron resueltos: pueden adquirirse conocimientos sexuales en cualquier librerfa, los medios anticonceptivos son aecesibles en cualquier parte, salvo en Boston donde toda- ‘fa se cree, como lo aseguré aquella condesa inglesa en su noche de bodas, que el sexo es “demasiado bueno para la gente comin". Las parejas pueden, sin sen- tirse culpables y generalmente lo hacen sin remilgos, hablar de sus relaciones sexuales y proponerse que ésas resulten reefprocamente mas gratificantes y sig- nificativas. No debemos minimizar estos beneficios. La ansiedad social exterior yeel sentimiento de culpa ante la sociedad decrecieron, Obtuso serfa quien no se alegrara de ello. Pero en cambio han aumentado la ansiedad interna y ta culpabilidad interna, Y en ciertos aspectos esa ansiedad y esa culpabilidad son més morbosas, més ifciles de tratar; ademés imponen al individuo una carga més pesada que la ansiedad y la culpabilidad exteriores. ‘Anes, cuando un hombre abordaba a una mujer con intenciones amorosas, solfa hacerse una pregunta, muy sencilla y directa ~;Se acostard conmigo 0 n0? Jo cual implicaba la cuesti6n de Ia acttud de esa mujer frente a las normas cul- turales def momento. Pero la pregunta que se hacen hoy los hombres ya no es “Se acostard 0 no conmigo?”. sino: "zPodré hacerlo 0 no?”. La cuestiGn se ddesplaza hacia la capacidad personal de la mujer, a la capacidad que tenga para aleanzar el tan mentado orgasmo... que deberfa parecer como el acceso de un grand mal. Aunque podriamos estar de acuerdo en que la segunda pregunta coloca el problema de Ia decisién sexual mas donde deberfa estar, no podemos pasar por alto el hecho de que la primera pregunta es mucho mas fécil de afron- tar para la persona en cuestién. En mi préctica clinica comprobé que una mujer temfa acostarse con un hombre porque “no le pareceré muy bien haciendo el amor"; otra estaba temerosa porque “ni siquiera sé qué hacer” y suponia que el amante considerarfa aquello como una deficiencia, Otra sentia un miedo mortal amie lus perspectivas de su segundo matrimonio porque temia no poder llegar al corgasmo como le ocurriera en su primer casamiento. A menudo la actitud vaci- lante de la mujer puede formularse asf: “No le gustaré lo bastante para que vuel- va otra vez.conmigo” En décadas pasadas uno podfa culpar a las estrictas normas morales de ta sociedad y conservar la propia autoestima diciéndose que lo que hacfa o fo que no hacia era culpa de la sociedad y no de uno mismo. Y eso le daba a uno cierio tiempo para decidir lo que realmente deseaba hacer o para madurar una decisin. Pero cuando la cuestién se reduce sencillamente a saber c6mo puede uno actuar haciendo el amor, nuestro sentido de la propia capacidad y de la autoestima ‘queda inmediatamente puesto en tela de juicio y todo el peso del encuentro se esplaza hacia adentro para saber c6mo podré uno pasar la prueba. 40 Los estudiantes de colegios que tanto insisten ante las autoridades para que establezcan horas en las cuales se permiten visitas de chicas en fos euartos de os hhombres, son curiosamente ciegos al hecho de que los reglamentos constituyen & menudo una bendicidn. Las reglas y reglamentos dan al estudiante tiempo para {que se encuente a s{ mismo. Asftene cierto margen para considerar la manera fen que ha de comportarse sin sentirse obligado a actuar antes de estar pronto a hacerlo; puede entonces entablar tentativamente relaciones, y esto constituye parte de todo desarrollo. Es mejor no estar comprometido directa y pablicamen- te a mantener relaciones sexuales, pues esto seria actuar bajo presiGn, hacer vio- Jencia a los sentimientos mediante un compromiso fisico sin sentirse psicol6gi- ‘eamente comprometido. E} estudiante podré burlarse de las reglas, pero por lo menos éstas le dan un objeto del cual mofarse, Que el estudiante obedezca 0 n0 Jas reglas, Io que sostengo es cierto. Muchos estudiantes actuales experimentan ‘comprensible ansiedad a causa de su nueva libertad sexual y entonces reprimen ‘esa ansiedad; pero Iuego compensan esa ansiedad adicional que les provoca la represiGn atacendo a las autoridades jporque no les dan més libertad! Lo que no comprendimos en nuestro liberalismo de cortas miras en lo tocan- teal exo fe que el Ianzar al individuo a unilimitado mar vacio de lire eleccién no le da libertad, sino que por el contrario suele aumentarle sus conflictos inter- ‘os. La libertad sexual a que tendrfamos dista mucho de ser plenamente humana. ‘También en las artes hemos descubierto hasta qué punto era una ilusién que la mera liberad resolverfa nuestros problemas. Consideremos, por ejemplo, el drama, En un articulo ttulado “;Esté iquidado el sexo?”, Howard Taubman, ex exftco teatral de The New York Times, sinetizé lo que todos habsamos observado en un drama tras otro: “Eniregarse a la actividad sexual era como salir a hacer ccompras en una grisicea tare; el deseo nada tenfa que ver con es0 y hasta la ceriosidad era débil” + Consideremos también la novela. En su “rebeli6n contra los victorianos”, escribe Leon Edel, “los extremistas tuvieron su gran dfa. Pero asi empobrecieron la novela en lugar de enriquecerla”* Edel con agudeza sefala el punto principal, es decir, el hecho de que en Ia ilustracién puramente reaista se produjo una deshumanizacién de la sexualidad en la fiecién, y dice que en Zola “hay encuentros sexuales que tienen mucho més verdad que cualquiera de Jos descrtos por D. H. Lawrence... y también més humanidad” * La lucha conira la censura y por la libertad de expresién seguramente fue tuna gran batalla, pero {n0 se ha convertido alora en una nueva camisa de Fuerza esa libertad? Los autores, tanto novelistas como dramaturgos, “preferirfan empe- fiar sus méquinas de escribir a trabajar en un manuscrito que no contuviera las obligatorias escenas con prédiga documentacin anai6mica para explicar la con- ducta sexual de sus personajes.."” Nuestra ilustracién dogmética” se frustra + Howard Taubman, “is Sex Kaput?”, The New York Times, sect. 3, enero 17.196. » Lesn Bde, "Sex and the Novel”, The New York Times, sec. 7, tI, noviembre 1, 1968 + mia » Véase Taubman, 41 ‘sf misma: termina por destruir Ia misma pasién sexual que pretendia proteger. En la gran oleada realista nos olvidamos, tanto en el escenario como en la nove- lay aun en psicoterapia, de que la imaginacién es la sangre vital de eros y que el realismo no es ni sexual ni erético. En realidad no hay nada menos sexy que la pura desnudez, como puede comprobarse fécilmente en una visita a un campa- ‘mento nudista, Es necesaria la infusién de la imaginacién (que luego lamaré intencionalidad) para trasmutar lo fisiolégico y anatémico en experiencia inter- personal, en arte, en pasién, en eros, que en un milldn de formas tienen el poder de conmovernos o encantarnos. Una ilustracién que se reduce a puro detalle realista, ,no serd una evasién de la ansiedad implicada en Ia relaci6n de la imaginaci6a humana con la pasién erética? La salvaci6n por la técnica ‘Una segunda paradoja consiste en la nueva importancia que se asigna a las técnicas sexuales y artes de hacer el amor. A menudo pienso que hay una rela- cidn inversa entre la cantidad de libros sobre técnicas sexuales que lee una per- sona y la dosis de pasién sexual o de placer que experimenta la persona en cues- tin, Por cierto que nada malo tienen las técnicas como tales, a técnica de jugar al golf 0 de actuar en el escenario 0 de hacer cl amor. Pero el hecho de asignar importancia excesiva a las técnicas sexuales determina una actitud mecénica frente al acto de hacer el amor, cierta alienacién y sentimientos de sotedad y despersonalizacién. Un aspecto de la enajenacién esté en el hecho de que el amante, con todo suarte milenari, tiende a ser suplantado por el operador de una computadora con su moderna eficiencia. Las parejas suelen llevar registros y respetar horarios en sus actividades sexuales, una préctica confirmada y divulgada por Kinsey. Si estén atrasados en el cumplimiento del programa segiin manda el horatio se onen ansiosos y se sienten empujados a ir a la cama, tengan deseos 0 no de hacerlo, Mi colega, el doctor John Schimel, observa: “Mis pacientes soportaron esioicamente, 0 veces sin advertirlo, tratos realmente destructivos @ manos de sus cényuges, pero experimentaban como una pérdida de amor el hecho de no hhaber cumptido con el horario sexual”.* El varin siente como que de alguna manera pierde su condici6n viril si no cobra seggin el programa y Ia mujer siente que ha perdido su atrativo femenino si pasa demasiado tiempo sin que el hombre se le acerque. La frase “entre hombres” aque las mujeres emplean para referrse a las cuestiones de los hombres sugiere asimismo una brecha en el tiempo como el enfreacte. Uno no deja de preguntar- "John L. Schimel, “Ideology and Sexual Practices”, Sexual Behavior and, the Law, ed Ralph Slovenko (Springfield, IIL, Charles C. Thomas, 1965), pigs. 195, 197 42 se e6mo puede sobrevivir la espontaneidad del més esponténeo de todos los actos cuando considera las listas detalladas de cuestiones tales como: {Cuéntas veces hicimos el amor esta semana? ;Me prest6 ella (o él) la debida atencién durante lanoche? ,Fueron los preludios de preparacién suficientemente largos? La com- pputadora se cierne sobre el escenario del drama de hacer el amor de la manera en (que Freud deefa que rondaban los padres. 'No sorprende pues que, con esta preocupaci6n por las técnicas, las pregun- tas tfpicas que se formulan en lo referente al acto sexual no sean ;hubo pasién 0 placer en el acio?, sino jactué realmente bien?” Considérese por ejemplo lo que Cyril Connolly Ilama “la tiranfa del orgasmo” y la preocupacién para llegar a él simulténeamente ambos miembros de la pareja, 1o cual es otro aspecto de la alie~ nacién, Confieso que cuando la gente habla sobre el “orgasmo apocaliptico” no dejo de preguntarme {por qué se proponen cosas tan dificiles? ¢Qué abismos de dudas, qué vacio interior, qué soledad estén tratando de encubrir con efectos tan ¢grandiosos? Hasta los sex6logos, cuya actitud en general es la de que cuanto més sexua- lidad, mas felicidad, estén frunciendo el entrecejo estos dias ante la exagerada y ansiosa importancia que se da a lograr el orgasmo y a “satisfacer” a la pareja. A ‘un hombre le importa mucho saber si Ia mujer “Io aleanz6” o si “termin6" o bien cemplea algén otro eufemismo para designar una experiencia con la cual obvia~ mente no cabe ningtin eufemismo. Simone de Beauvoir y otras mujeres que tra tan de interpretar el acto del amor nos recuerdan a los hombres que eso es lo que ‘menos desea una mujer que se le pregunte en ese momento, Ademés, la preocu- pacién técnica priva a la mujer precisamente de lo que ella mas desea fisica y emocionalmente, es decir, el abandono esponténeo del hombre en el momento culminante del acto, Ese abandono le procura el estremecimiento 0 el éxtasis que esa experiencia es capaz de dar. Cuando dejamos de lado toda esa jerigonza sobre las maneras de actuar al hacer el amor, 1o que queda es el simple hecho de la intimidad en la relacién -el encuentro de los cuerpos, la creciente excitacién al no saber ad6nde conduciré todo, Ia afirmacién det propio yo y la entrega del propio ‘yo que es extraordinariamente importante para que un encuentro sexual se haga ‘memorable, {No es esa intimidad lo que nos hace recordar una y otra vez el hecho mismo cuando necesitamos reconfortarnos junto a los hogares que Ia vida nos oftece? Un rasgo extrafio de nuestra sociedad es el de que precisamente aque Io que contribuye a crear una relacién entre dos personas -los mismos gustos, fantasfas, suefios, esperanzas para el futuro y temores por el pasado- parece deter- ‘minar que esas personas se pongan més timidas y vulnerables que cuando "De ver en cuando alguna paciente me cuenta que un hombe, al tatar de seduce, men- ciona como parte de ss atractvos el hecho de queen amante muy efcintey le prometécum- plir el acto de manera eminentementesatisfactora para ella. (;Imaginese al Don Giovanni de ‘Mozart presentando Semejante argumento}). Para ser justo con la elemental naturaleza humana, Bsos a Ia famosa entresita de Timoshy Leary que Playboy utlz6 ampliamentee sestenia que el LSD hace posible a una mujer “ien orgasmos” y que "un ‘omprenda una asin tims noes realmente completa. En realidad el LSD aparenterentepara- Tica de manera trasitora las Funciones sexuales, Esa entrevista provoed una réplia de una auto- rida tanto en LSD como en sexvalidad,e doctor R.E. L. Masters quien esribi6 “Semejanespre- tensiones sobre los efectos det LSD son no s6lofalsas sino peligrosas... No dudo de que algunos ‘casos excepcioniles poxran confirmar esa pretensiones; pero él [el engevstad] suglere que ests refrgndose a la rela, no ala excep, y evo es completamente falso (carta mimeogrfiada que circu prvadamente), 55 llega ala conclusién de que Playboy es fundamentalmente antisexual y que cons- tituye “el dtimo y més meloso episodio de Ia continua negativa del hombre ser hhumano”. Cree éste autor que “todo el fenémeno de que Playboy es s6lo una part, ilustravividamente el funesto hecho del nuevo tipo de tiranfa"2" Bl poeta ¥ socislogo Calvin Herton, al considerar a Playboy en relaci6n con el mundo de la moda y del especticulo, lo llama el nuevo fascismo sexual.” Verdaderamente Playboy capt6 algo significativo de a sociedad norteameri- cana: Cox cree que se trata de “el temor reprimido de enredarse y comprometer- se.con mujeres”. Yo voy un poco ms lejos y sostengo que, como un ejemplo del ‘nuevo puritarismo, Playboy extrae su dindmica de una ansiedad reprimida en los, hombres norteamericanos que es mucho més amplia que el temor & comprome- terse, Se trata de la ansiedad reprimida eausada por la impotencia, En la revista todo est habilmente trazado para avivar la ilusin del vigor sin ponerlo munca a prueba, Abstenerse de toda participacién y compromiso (como afectar frialdad) ¢ lo que caracteriza al modelo ideal de playboy. Esto es posible porque Ia ilu- sidn es hermética y se refiere a hombres temerosos de su vigor, de suerte que la ilusién se capitaliza explotando esa ansiedad. El carécter de la ilusién queda luego demosirado por el hecho de que los hombres dejan de leer signficativa- mente Playboy después de los treinta alos cuando ya no pueden eludir el trato con mujeres reales. ¥ esta ilusi6n estd ilustrada por ef hecho de que el propio Hefner, un ex maestro de escuela dominicale hijo de devotos metodistas, pricti- camente no sale nunca de su gran establecimiento del norte de Chicago. Refugiado allt, Hefner prosigue su obra rodeado por sus conejillas en medio de bbacanales no alcohdlicas en que se bebe Pepsi-Cola. La rebelién contra el sexo Con la variedad de motivos que Hevan al acto sexual y a los que nos hemos referido -en ese acto estén presentes casi todos 10s motivos salvo el deseo de hacer el amor-no ha de asombrar que se haya registrado una disminucién de sen- timientos y que la pasi6n haya disminuido hasta casi desaparecer; esa disminu- cin de sentimientos asume a menudo la forma de una especie de anestesia (esta vez. sin necesidad de ungtientos) en personas que llevan a cabo perfectamente bien los aspectos mecdnicos del acto sexual. Ya estamos acostumbrados a oft la ‘queja que formulan nuestros pacientes desde el divén o desde el sill6n: “Hicimos el amor, pero yo no sentfa nada”. Y también los poetas nos dicen To mismo que ruestros pacientes; T. S. Eliot escribe en The Wast Land que después de “haber- > “La doetrina del vari de Playboy’ sin ndmero de pina * Discasién en el simposi sobre sexo, Michigan State University, febrero de 1969 > mid en Christianity and eriss, XXUG. abel 17 de 1961, 56 se rebajado hasta el desatino la amorosa mujer” y después de haberse marchado el avispado empleado de oficina que la sedujo: Ella se vuelve y se mira un instante al espejo, YY apenas se da cuenta de que su amante se ha marchado; En su cabeza adquiere a medias forma un pensamiento: “Bueno, ahora que esté hecho, me alegro de que haya terminado”. Después de haberse rebajado hasta el desatino la amorosa mujer Se pasea por la habitacién de nuevo sola, Se alisa el cabello con automética mano Y pone un disco en el graméfono, (IIE: 249-256) EI sexo es la “tltima frontera”, dice significativamente David Riesman en The Lonely crowd. Gerald Sykes asimismo observa: “En un mundo que se ha hecho grisaceo con los informes de mercado, los estuidios del tiempo, las dispo- jones tributarias y los andlisis patol6gicos de los laboratorios, el rebelde com- prucba que el sexo es la tinica cosa verde”. Es verdaderamente cierto que son “experiencias de frontera’” la aventura y el ardor, el trtar con (odas las fuerzas de descubrir nuevas y excitantes esferas de sentimiento y experiencia en uno mismo yen Ia relacién que mantiene con los demés y también la validaciéa del yo que acompatia a estas experiencias, Ellas estén normalmente presentes en la sexuali dad como parte del desarrollo psicosocial de toda persona. Y en nuestra sociedad tuvieron, en efecto, ese poder durante varias décadas después de la de 1920 cuan- do casi toda otra actividad se consideraba desalentadora, vacfa de ardor y de todo sentido de aventura. Pero por varias razones -una de ellas es la de que el sexo por s{ mismo tuvo que Hlevar el peso de la validacién de Ia personalidad en prictica- mente todas las otras esferas también- se van perdiendo cada vez. més la frescu- 1, la novedad y el desafio de casi todas las experiencias de frontera ues ahora estamos viviendo en la época posterior a Riesman y estamos experimentando las implicaciones a largo plazo de la conducta “enderezada en otra direccién”, segtin dijo Riesman, La Gitima frontera se ha convertido en una abundante Las Vegas y ya no es ninguna frontera. Los jévenes ya no pueden adquirir un sentimiento de identidad personal rebeléndose contra la sexualidad puesto que en ella ya no hay nada contra qué rebelarse. Estudios sobre la adic~ cidn de drogas entre los j6venes nos informan que, segiin los mismos jévenes dicen, Ia rebelién contra ios padres, ese “estimulo para sentirse animados”, que solfan obtener del sexo, tienen ahora que obtenerlo de las drogas. Uno de esos estudios indica que ciertos estudiantes expresan “algtin fastidio y aburrimiento * Gerald Sykes, The Coo! Millennium (Nueva York, 1967) 37 por el sexo, en tanto que las drogas son sin6nimo de excitacién, curiosidad, aven- tura prohibida y amplia permisividad de la sociedad’. ‘Ya no es nada nuevo comprobar que para muchos j6venes lo que antes solfa, atraerlos a hacer el amor es experimentado ahora como un fotil“batir de palmas”, segtin la profética frase de Aldous Huxley: que nos digan que les resulta dificil comprender a qué se referfan los poetas y que tan a menudo oigamos el desilu- sionado estrbillo: “Nos acostamos pero no salié nada bueno”. ,Nada contra qué rebelarse, dije? Y bien, evidentemente queda atin algo contra qué rebelarse y es €l sexo mismo. La frontera, el hecho de afirmar la propia identidad, la validacién Did, pg 168. > iid. » I profesor Morgan, pi. 174, manifesta asombro pore hecho de que Freud, que conc cia tan bien a los clsicos, hubiera podido cometer un eror tan extraordiario. Solo podemos ‘observarlo que es obvio: tan grandes son as pesiones que ejerce cualquier sociedad pars que vea- ‘mos la realidad através de fas lentes de nuestra propas pedilecciones que tendemos a reiter- pretar el pasado de conformidadl con nuestasinclinacionesy, ene aso de la cultura del siglo XIX fr que vivi Freud, ests preferencias eran la fisca de Helmoltz “En sus Tres ensays sobre fa Sexulidad, Freud comete otro error notable al exponer una intespretacin completamente fast del amor en fs atenenses ‘La diferencia mis notable entre la vida erica dela antigedad y la nues- tre consist sin duda en el hecho de que los antiguos asignaban gran imporanca al insinto mismo, fen tanto que nosotros hacemos hincapé en su objeto. Los antiguosgloificaban el nsintoy por ét ‘stabandispuestos a honraraun abet inferior, en cambio nosotros desprciamos Ia setividad ins- Tintual en sf misma y encontramos excusas par ella por os méritos dt objeto’. Standard Edin, Vil. pig. 149, not 1 Si por “antiguos” hemos de entender a Plan, no es dil desacreditar a Froud con tn equivocada iterpretacién, Para Platén el dinamismo del amor deriva todo su valor {et objeto stim, “los objets inferiores” eran honrads no a causa del amor, sino antes bien por. ‘ve revelaban de una manera limitada el objeto propiamenteamado cn dita intancia, ;Y Freud parece aq tan equivocado Sobre el psioandlsis como sobre Plat!” 82 Pero por mi parte valoro la intuicién de Freud o “espero”, sies Iicito decir- Jo asf, que el eros freudiano tenga algo del de Platén. Este es otro ejemplo de lo que tan a menudo comprobamos en Freud -lo cual explica que con tanta fre- ccuencia recurra a los mitos-: que el ethas y la significacién de sus conceptos van is alld de su metodologfa y més alld de ia légica de la estricta aplicacién de los cconceptos. No estoy de acuerdo con el profesor Morgan cuando éste afirma que los concepts de amor freudiano y platénico son incompatibles, Basdndome en ‘mj trabajo clinico con pacientes, creo que los dos conceptos no sélo son compa- tibles sino que representan dos mitades, necesarias ambas en el desarrollo psico- l6gico de un ser humano. La unién de Eros. Estudio de un caso Daré como ejemplo una sesién psicoanalitica que tuvo lugar mientras esta- baescribiendo este capitulo, caso que demuestra en la terapia,seztin creo, no slo la diferencia entre los conceptos freudiano y plat6nico de eros, sino también su interrelacién, Una mujer que estaba cerca de los treinta afios habia acudido a tratarse a causa de una grave falta de sentimientos,inhibicién en su espontaneidad y cierta timidez que a veces Is paralizaba; estos factores determinaban que las relaciones sexuales fueran un dificil problema para ella y su marido, Pertenecfa a una de las antiguas familias aristocréticas norieamericanas en la que la madre masoquista, el prestigioso padre y tres hermanos mayores formaban una rfgida estructura, en 4a cual se habla criado mi paciente. En la terapia la mujer aprendié -con su tem- Peramento racional- a preguntarse sobre el “porqué” de su pardlisis emocional en esta 0 aquellasituacién, cusl era la razén de que no sintiera nada sexualmente: Por fin lleg6 a ser capaz de experimentar y expresar edlera, pasiGn sexual y otros sentimientos con considerable libertad. A este resultado ayud6 una itil indaga- cin sobre su nifez y los profundos traumas que habia suirido la paciente en el seno de aquella familia rigidamente estructurada; los efectos positivos de la tera- pia se hicieron sentir en la vida préctica de la mujer. Pero en cierta fase del tratamiento nos quedamos detenidos. Ella continuaba pregunténdose el “porqué”, pero este procedimiento ya no producfa en ella nin- sin cambio; sus emociones parecfan tener su propia raz6n de ser. La sesién a la ‘que he de referirme se desarroll6 durante un perfodo en el que la paciente estaba considerando las posibilidades de vivir un genuino amor con su marido. Me comunicé que la noche anterior haba estado flirteando con el marido que en ese estado de dnimo le habla pedido que le estirara un poco el vestido ¥ le quitara de él un insecto 0 algtin otro pretexto por el estilo. Luego, por la roche, mientras ella estaba haciendo unos cheques en el escritorio, el marido inesperadamente la enlaz6 entre sus brazos. Furiosa por verse interrumpida de 83 ‘esa manera le traz6 una linea en Ia cara con Ia lapicera. Al contarme estas cosas, me dio una explicacién que tenfa a mano: me hablé de Ia c6lera que sentfa cuan- do los hermanos la molestaban siendo nifia.en momentos en que ella se encon- traba entregada a una ocupacién. Como yo dudara de la autenticidad de esa explicacién, le pregunté qué se habia hecho de sus sentimientos en aquel inci dente y ella furiosa me replicé que yo no tenia en cuenta su “libre espontanei dad”, {No me daba cuenta de que ella necesitaba “confiar en sus instintos?” {No habia yo dedicado tanto tiempo para ayudarla a que aprendiera a sentir? ;Y ‘qué querfa yo ahora decir cuando le preguntaba qué habia hecho de sus sent mnientos? Y me dijo que mi pregunta sonaba como cuando su familia le decfa que era culpable de algo. Termin6 su ataque reconvinigndome y exclamando: “(Los sentimientos son sentimientos!. Fécilmente podemos ver la contradiecién en que habfa caido la paciente. Hiabfa echado a perder la velada con su marido, Ostensiblemente consideraba las posibilidades de un genuino amor entre ellos pero habia obrado del modo mas inconveniente. Con una mano airae al marido hacia si y con la otra To aleja. La ppaciente justifica esta conducta contradictoria suponiendo que es muy comiin en huestros dias, es decir, que el sentimiento es un movimiento subjetivo que pro- ‘cede de nuestro interior, que las emociones (Ia palabra deriva de emovere, mover hacia afuera) son fuerzas que se ponen en movimiento y que hay que darles rien- da suelta de la manera que a uno le parezca en el momento. Probablemente éste seael supuesto sobre las emociones que més difundido estd en nuestra sociedad. iene su modelo en una especie de hidréulica glandular: tenemos una secreci6n interna de adrenalina y necesitamos desahogar la c6lera 0 tenemos una excita- cin sexual y debemos encontrar un objeto sexual. (Independientemente de lo {que haya podido pensar Freud sobre esto, la gente cita su nombre en conexién ‘con este supuesto.) El supuesto se ajusta al modelo mecéiico del cuerpo, popu- larmente aceptado, y también al de los modelos deterministas mas refinados que nos expusieron 2 muchos de nosotros en nuestros primeros cursos de psicologya y fisiologia. Lo que no se nos dijo -porque précticamente nadie lo veia - es que ése era tun sistema radicalmente solipsista, esquizoide. Nos deja separados como ména- das, nos deja alienados sin ningiin puente que nos comunique con otra persona. Podemos dar rienda suelta a los sentimientos y podemos mantener relaciones sexuales hasta el dia del juicio final sin experimentar nunca una relacién verda- dera con otra persona. Y ciertamente no disminuye el horror de la situaciGn darse cuenta de que muchisima gente, para no decir Ia mayor parte de nuestra sociedad, experimenta sus emociones precisamente de esta manera solitaria, De modo que sentir les hace atin mas penosa su soledad y asf terminan por dejar de sentir. En la concepcin de mi paciente (y en la de nuestra sociedad), lo que se pasa poralto es el hecho de que las emociones no son un impulso procedente de atrés sino, que son un fender hacia algo, un fmpetu para formar algo, un llamado para ‘modelar una situacién. Los sentimientos no son sélo un estado fortuito del 84 ‘momento sino que tienden al futuro y representan una manera de e6mo yo deseo que sea algo. Salvo en los casos de patologfa muy aguda, los sentimientos siem- pre se dan en un terreno personal, son una experiencia de uno mismo imaginan- 4o # otros, aun cuando lteralmente ningtn otro esté presente. Los sentimientos son cabalmente un modo de comunicarnos con las personas significatvas de ruestro mundo, tn intento de modelar la relaci6n con ellas; los sentimientos son tun Ienguaje mediante el cual edificamos y construimos en el terreno interperso- nal lo cual quiere decir que los sentimientos son intencionales. EI primer aspecto de las emociones entendidas como fuerzas que lo smpujan” a uno tiene que ver con el pasado y se relaciona con la causalidad y el determinismo de la experiencia pasada de uno, incluso la infantil y areaica. Este es el lado regresivo, de las emociones sobre el cual tantas cosas nos ense~ 16 Freud, En este sentido la indagaci6n de Ia nfiz del paciente y hacer que el paciente vuelva a experimentarla cumplen un papel saludable y esencial en toda buena psicoterapia. En cambio, el segundo aspecto de las emociones comienza en el presente y apunta al futuro, Es el aspecto progresivo de las emociones. Nuestros senti- tmientos, como los colores y el pincel del artista, son medios de comunicar algo significativo nuestro al mundo. Nuestros sentimientos no slo tienen en consi- deracién a la otra persona sino que en un sentido real estén parcialmente for- ‘mados por los seniimientos de las otras personas en cuestidn, Sentimos en un ¢ampo magnético. Una persona sencible aprende a recoger. a menudo sin darse cuenta de ello, los sentimientos de las personas que la rodean, asf como la cuer- da de un violin resuena en respuesta a la vibracion de cualquier otra cuerda ‘musical que suene en el aposento, aunque Io hace en un grado tan infinitesi- ‘malmente pequefio que resulta imperceptible al ofdo. Todo aquel que ama sabe estas cosas por “instinto”. Y ésta es una condicién esencial -si no es la condi- cin esencial- del buen terapeuta. Cuando se considera el primer aspecto de las emociones es completamente correcio y exacto preguntarse por el “porque”. Pero el segundo aspecto exige que preguntemos por el “propésito” o designio. El enfoque freudiano tiene que ver en ‘general con el primer aspecto y Freud sin duda alguna habria objetado el con- cepto de “propésito” que expongo aut. El concepto griego y platénico de eros se relaciona con el segundo aspecto: la emocién es atraccié, es tender hacia algo: mis sentimientos son suscitados por metas, ideales, posiilidades del futu- ro que me atraen. En la l6gica modema también se hace esta distincién: el por- «qué supone considerar lo que en el pasado explica por qué hago eso 0 aquello, y el propésito, en cambio, es aquello que uno desea alcanzar al hacer lo que esté haciendo. El primer concepto es correlativo con el determinismo. El segundo sig- nifica abrirse « nuevas posibilidades de experiencia y, por lo tanto, es correlativo con ta libertad. Participamos en la formacién del futuro en virtud de nuestra ‘capacidad de concebir nuevas posiblidades y responder aellas y de extraerlas de la imaginacién para convertirlas en actualidad. Este es el proceso del amor 85 activo, El eros que mora en nosotros responde al eros que mora en los demés y cen el mundo de Ia naturaleza. Pero volvamos a mi paciente: en la sesién a que me he referido, Ia paciente se sentia desanimada pues habfa cobrado oscura conciencia de la trampa en que hhabia cafdo. Dos sesiones después me decfa: “Siempre busqué las razones de lo ue yo sentia por George. Crefa que eso era lo importante... ese proceso que con- ducirfa a un nirvana, Ahora ya no busco razones. Tal vez no existe ninguna”. Es interesante observar que su tiltima frase es mas profunda de lo que Ia paciente pensaba. En efecto, tanto en la terapia como en la vida, es cierto, cuando Hega- ‘mos a la fase en que se ven satisfechas nuestras necesidades esenciales y no nos ‘vemos impulsados por necesidades, que “no existen razones” en el sentido de que las razones pierden su relevancia.” El conflicio se estanca y se hace tedioso, por un lado, 0 bien, por otro uno, se abre a nuevas posibitidades al profundizarse Ia conciencia y al decidir uno entregarse a nuevos modos de vida. La distincién entre “porqué"y “propésito” ayudé mucho a mi paciente y le permitié comprender varias cosas importantes. Con sorpresa comprobé, por ejemplo, que se habia producido un cambio en el sentido que daba a la respon- sabilidad. Ahora ya no vefa en la responsabilidad lo que pasivamente y exterior- ‘mente esperaban los miembros de sv familia de ella, sino que concebia una res- Ponsabilidad activa respecto de sf misma al darse cuenta del poder que estaba cjerciendo aquella noche con su marido, La responsabilidad consisifa ahora en decidir ella 1o que deseaba que fuera su vida con el marido y su vida en general Sin duda puede afirmarse siempre exceptuando a individuos pronunciada- mente patolégicos - que fodas las emociones, por contradictorias que parezcan en la superficie, tienen cierta unidad en la Gestalt que constituye el yo. El problema clinico -como en el caso del nifio ansioso que se ve forzado a obrar amablemen- {e-con los paces, los cuales en realidad mantienen una actitud hostil y destructi- va frente al niffo- consiste en que la persona no puede 0 no quiere cobrar con- ciencia de lo que siente o de lo que hace con sus sentimientos. Cuando mi pacien- (e logré analizar sus dos actitudes contradictorias respecto de su marido aquella noche, result6 que ambas estaban motivadas por su c6lera contra el marido y con- (ta los hombres en general y ella manejé la situacién para probar que el hombre es el villano del cucnto. Ambas actitudes suponfan en el hombre la figura autori- taria. Y mientras tanto la paciente continta siendo la nifia caprichosa, antojadiza, ferca, En el marco de su nifiez la paciente era capaz. de habérselas con los hom- bres, pero -como su estado se resolvié en una pronunciada ansiedad en ulteriores sesiones-, ,podfa habérselas con ellos siendo una persona adulta? En alas de eros, si puedo decirlo asf, hemos liegado a un nuevo concepto de ccausalidad. Ya no nos vemos obligados a entender al ser humano en una relacién de causa y efecto, como algo basado s6lo en las explicaciones del “porqué” y sus- » Abraham Maslow expuso bien este punto en sus varios escrito, 86 ceptible de ser objeto de rigidas predicciones. En verdad, Aristételes crefa que la ‘motivacién de eros era tan diferente del determinismo del pasado que ni siquiera Ja llama causalidad. “En Arist6teles encontramos la doctrina del eros universal”, dice Tillich, “que impulsa todas las cosas hacia la forma suprema, hacia la actua~ lidad pura que mueve ef mundo, no como una causa (kinoumenon), sino como el ‘objeto de amor (eromenon). ¥ el movimiento que Aristteles describe es un movi- ‘miento que va de lo potencial a fo actual, de la dynamis a la energeia...”* Propongo aqui una descripcién de los seres humanos como criaturas sus- ceeptibles de ser motivadas por nuevas posibilidades, metas ¢ ideales que los atraen hacia el futuro, Esto no pasa por alto el hecho de que estamos parcialmente ‘empujados desde aris y determinados por el pasado, sino que une esta fuerza con su otra mitad. Eros nos da una causalidad en la cual estén unidos el “porqué” y <1 “propésito”. El primero es parte de toda experiencia humana puesto que todos participamos en el mundo natural, finito; en este sentido cada uno de nosotros, al omar una importante decisién, necesita establecer hasta qué punto es capaz. de enfrentar los hechos objetivos de la situacién. Este aspecto es particularmente importante en problemas de neurosis en los cuales hechos pasados ejercen un efecto compulsivo, en cadena, de repeticién, predecible en los actos de la perso- na, Freud tenfa razén al afirmar que la rigida causalidad determinista hace sentir su accién en las neurosis y otras afecciones. ero no tenfa razén cuando trat6 de aplicar este concepto a toda la expe- riencia humana. El propésito, que entra en juego cuando el individuo cabra con- ciencia de lo que esti haciendo, le abre nuevas y diferentes posibilidades en et futuro e introduce los elementos de responsabilidad y libertad personales. Eros enfermo El eros que hemos estado considerando es el de la época clisica, cuando todavia era una fuerza creadora y el intermediario entre hombres y dioses. Pero ese eros “saludable” se fue deteriorando. El concepto de eros que tiene Plat6n es tuna forma media, que se encventra entre la concepcién de Eros de Hesiodo (entendido como el poderoso y original ereador) y la forma posterior en la que Eros aparece como un niflo enfermizo. Estos tres aspectos de Eros reflejan tam- bign exactamente arquetipos psicol6gicos de experiencia humana: cada uno de ‘nosotros en diferentes momentos vive la experiencia de Eros como creador, como mediador y como trivial playboy. Nuestra época en modo alguno es la primera {que experimenta la tivializacién del amor y que comprueba que sin pasién el amor decee. En la encantadora narracién que citamos al comienzo de este capitulo vimos {que los antiguos griegos consignaron en el lenguaje del mito verdades que ema Paul Tlic, Love, Power and Justice (Nuewa York, Oxford University Press, 1954), pi, 22. 87 nan de los arquetipos de la psique humana. Eros, el hijo de Ares y Afrodita, “no crecié como los ott0s nifios sino que permanecié siendo pequefio, rosado, regor- dete con sus difanas alas y su rostro picaresco con hoyuelos”. Después de comu= nnicamos que la alarmada madre fue informada que “el amor no puede crecer sin la pasi6n' el mito continda asi En vano la diosa se esforz6 por comprender la ocultasignficacién de esa respuesta, Solo le fue revelada euando le nacié Anteros, el dios de la pasién, Junto con su her- mano, Eros ereci6 y floreci6 hasta converse en un hermoso y esbelto joven; pero ‘cuando Bros quedaba separado de él, nvariablemente volvia a asumie su forma infan- tily sus malos habitos.” Dentro de estas frases ingenuas e inocentes, con que los griegos sol revestir su mds profunda sabidurfa, hay varios puntos decisivos que conciernen al problema que estamos considerando. Uno es el hecho de que Eros es también hijo de Ates. Esto indica que el amor esté inseparablemente vinculado con Ia agresin. iro punto es cl hecho de que Eros, que en la época de Hesfodo fuera el vigoroso creador, el que hizo que la esiéril terra se viera cubierta por verdes Arboles y el que insufl6 el espirtu de vida en el hombre, aparezca ahora rebaj 4 en la figura de un nto rosado, mofletudo y a veces como un pequeto gordi £lén que juega con el arco y las flechas. Lo vernos representado como un cansa- do Cupido en muchas piniuras de los siglos XV y xvi y también en pinturas antiguas. “En el arte arcaico, Eros aparece represeatado como un hermoso joven alado, pero luego se tiende a hacerlo cada vez mAs joven hasta que en la época helenfsiica llega a ser un infante”, En la poesfa alejandrina, Eros degenera hasta convertirse en un nifo travieso:” En la misma naturaleza de Eros debe de haber algo que causa este deterioro, pues ese algo ya est presente en el mito que, aun siendo posterior a la versién de Hesiodo, todavia data de mucho antes de la des- integracién de la civilizaci6n griega. Esto nos lleva al corazén mismo de lo que también marcha mal en nuestros fas: Eros perdi la pasidn y se ha hecho insipido, pueri, trivial ‘Como ocurre & menudo, el mito revela un conflicto extico en las rafces mis- mas de Ia experiencia humana, confficto que se dio tanto en los griegos como se da en nosotros: nos esforzamos en huir de Eros, la otrora poderosa fuente origi- nal del ser, para refugiamos en el sexo, la niierfa sin sentido. Eros queda reduci- 40a la funcién de un bonito cantinero que sirve uvas y vino, que estimula el rego- deo y cuya misién consiste en mantener la vida en una interminable sensualidad en medio de blandas nubes. Ya no representa el uso creativo de la fuerza -sexval, procreadora o de otra indole- sino que representa la gratificacién inmediata, Y, Helene A. Guesber, Myhs of Greece and Rome (Londres, British Book Cente, 1907), gina 86 “Eros”, Eneylopedia Britannica vol VII (1947), pig. 685. 88 ‘mirabile dictu, descubrimos que el mito proclama exactamente lo que vemos, que ‘curre en nuiestros dfas: Eros entonces hasta pierde interés en el sexo. En una ver- sién del mito, Afrodita lo busca y lo encuentra descuidando su misin de difun- dir el amor con sus flechas y su arco. Convertido ahora en un gandul y un tahtr, {juega con Ganimedes y hace trampas en el juego. Ha desaparecido aquel espiritu que animaba las flechas dadoras de vida, ha desaparecido aquella criatura que insuflaba espfritu en el hombre y la mujer, han desaparecido los vigorosos festivales dionisfacos con sus frenéticas danzas y los misterios que conmovian a los iniciados mas que las tan mentadas drogas de huesira era mecéinica, ha desaparecido hasta el entusiasmo bucélico. Eros se ha convertido ahora realmente en un playboy. ;Bacanales con Pepsi-Cola! {Bs eso lo que la civilizaci6n hace siempre? ;Amansa a Eros para que éste convenga a las necesidades que la sociedad tiene de perpetuarse? ;Lo cambia para que ya no sea el poder que da nacimiento a nuevos seres, ideas y pasio- nes? {Lo debilita hasta el punto de que ya no es la fuerza creadora que hace pedazos las formas para crear otras nuevas? ;Lo amansa hasta convertirlo en el ‘simbolo del perpetuo retozo, de la vida acomodada y facil y, en éltima instan- cia, apética™" En relacién con esto el mundo occidental afronta un nuevo problema espe- cial: la guerra entre Eros y la tecnologéa. Entre el sexo y la tecnologia no hay nin- guna guerra: nuestros inventos técnicos contribuyen a que el sexo sea algo segu~ 1, accesible, como lo demuestran desde las pildoras para controlar la natalidad hhasta los libros que exponen (enicas sexuales. Sexo y tecnologfa se unen para aleanzat el “ajuste”; habiendo descargado plenamente las tensiones durante el fin de semana uno puede trabajar mejor en el prosaico mundo que comienza el lunes. Las necesidades sexuales y su satisfaccién no estin refidas con la técnica, por lo ‘menos en un sentido inmediato (que lo estén a la larga ya es otra cuestiGn), “ Rollo May, en una resehia de Vance Packard, The Serual Wilderness The Contemporary Upheaval in Male Female Relationships (New York, David MeKayCompany, 1968), publicado en The New York Times Book Review, Oeubee 13, 1968:"Packard cta aq el yoluminoso st ‘lvidado Sex and Culture (1934), de J, Unvsn, un estudio de oehenta sociedades no civilizadas Y también de una sere de ultras histricamente avanzadas. Unwin tataba de establecer una rel ‘id entre la permisvidad senual de Its sociedades con la energia de esas sociedad para lear & ‘ho progesos de civlizaci, Este autor lleguba a la conclusion de que ‘el grado de ascensocul- fural gue aleanzan las sociedadesprimitvas corre paralelo con el grado de limitacién que esas sociedades ponen alas oportunidades sexuales no conyugales. Virwalmente todas las soiedades ivlizadas examinades por Unutin -los habionios, los atenienses, los romanos, los anglosajo- res-comenzaron sus trayectoras histricas en un “estado de absoluta monogamia’. La dnica fexcepcin eral de los rabes entre quienes una sancion igiosa expecfica daba apoyo ala poi- amin, “Toda sociedad humana’ dice Unwin, “tine la libertad deelgir entre despegar gran ene {ia cultural y gozar de libertad sexual: ls pruebas indican que no pueden hacerse las dos cosas ‘urante mis de una generaidn’. Packard hace noar que este punto de vista esté apoyado de dife- retfes maneras por otros hstriadores y antopélogos como Carl. C. Zimmerman, Arnold ‘Toynbee, Charles Winick y Pitrim A. Soroka". 89 Pero no resulta en modo alguno claro que Ia técnica y Bros sean compatibles © siquiera que puedan coexistir sin librarse una guerra perpetua. El que ama, ‘como el poeta, ¢s una amenaza al sistema de produccién en serie. Eros destruye Jas formas existentes y crea otras nuevas y, naturalmente, eso representa una ame~ naza a la técnica. La técnica exige regularidad, que los fenémenos puedan pre- decirse y que todo marche segtin el reloj. El eros no amansado combate todos los. ‘conceptos y confines del tiempo. Eros es el impulso que construye civilizaciones. Pero las civilizaciones se ‘vuelven contra su progenitor e imponen disciplina a los impulsos erdticos. Esto todavia puede favorecer 1a expansién y el incremento de la conciencia. Los mpulsos pueden y deben tener alguna disciplina: el evangelio de la libre expre- sidn de todo impulso hace que la experiencia se disperse, como un rio sin orillas cuyas aguas se derraman y se pierden al correr en todas direcciones. La discipi 1a de eros suministra formas en las que podemos desarrollarnos, formas que nos protegen de la intolerable ansiedad. Freud crefa que imponer disciplina a Eros era necesario a la cultura y que la fuerza que creaban las civilizaciones procedia de la represién y sublimacién de los impulsos eréticos. De Rougement esté de acuerdo con Freud, una de las pocas veces que esto ocurre, pues no olvida {que sin Ia disciplina sexual que las llamadas tendencias puritanas nos impusieron ‘desde que existié Europa, en nuestra civlizacién no habria nada ms que lo que hay fen aquellas naciones conocidas como naciones subdesarrolladas y sin duda habria ‘menos: no habia mi trabajo, ni estuerzo organizado, ni esa técnica que cres el mundo actual. jNisiquieraexisiria el problema del eotismo! Los autores erticos olvidan muy ingenuamente este hecho, entregados como estin a su pasin poética o moral ‘ante, que tan frecuentemente Ios aleja de la verdadera naturaleza de Ios “hechos de Ja vida" y de sus compos vinculos con Ia economia, la sociedad y la cultura Pero llega un momento (y aquf esti el desaffo que debe afrontar el moderno, hombre occidental tecnol6gico) en que el culto de la técnica destruye el senti- ‘miento, mina la pasién y borra la identidad individual. El amante técnicamente eficiente, que se debate en la contradiccién de ta c6pula sin eros, es en dltima ins- {ancia un amante impotente, Perdis la facultad de dejarse llevar pues sabe, dema- siado lo que estd haciendo. En este punto, la técnica reduce la conciencia y des- truye el Eros. Los instrumentos ya no estin al servicio de una ampliaciGn de la conciencia sino que Ia susticuyen o bien tienden a reprimirla y a cercenarla, {Debe siempre la civilizacién amansar a Eros para evitar que la sociedad ‘vuelva a hacerse pedazos? Hesfodo vivi6 en un potente y creador siglo vi, cerca de las fuentes de la cultura y en los momentos de gestacién y nacimiento, cuan- do obraban los poderes de procreacién y ef hombre tenia que vivir en el caos y © Denis de Rougement, The Myths of Love, (Nueva York, Pantheon, Books, 1963), citado en Ais, noviembre, 1965, pig 306. 90 tenfa que darle alguna forma. Pero luego, al crecer la necesidad de estabilizacién, fueron quedando sepultados los elementos demonfacos y trigicos. Y aqui se reve- lala decadencia y cafda de las civilizaciones, Veamos cmo la gastada Atenas fue suplantada por los més primitivos macedonios que, a su vez, Io fueron por los romanos y los romanos, luego, por los hunos. ,Seremos nosotros suplantados por las razas negra y amarilla? Eros es el centro de la vitalidad de una cultura, es su corazén y su alma. Y ‘cuando la descarga de las tensiones ocupa el lugar de Eros ereador, es segura ta ruina de la eivilizaci6n, 1 IV El amor y la muerte La confrontacién con la muerte -y haberse Hibrado deella-hace que todo parez- ca tan precioso, tan sagrado, tan hermoso, que siento con més intensidad que ‘nunca el impulso de amaro todo, de abrazarlo todo y de dejarme avasalar por toda, Mi rio nunca me parecié mais bello...la muerte y su posibilidad siempre presente hace més posible el amor, el amor apasionado. Me pregunto si pods ‘mos amar apasionadamente, si seria posible el éxtass, si supiéramos que nunca Ihabrfamos de more. De una carta de Abraham Maslow, eserita mientras se recuperaba de un ataque cardiac, ‘Abordaremos ahora una de as més profundas y significativas paradojas del amor, Me refiero a la intensificada disposicién a amar que nos da la concienci de la muerey, simulténeamente, al intensificado sentido de muerte que el amor aporta consigo. Recordemos que hasta las lechas con las cuales Eros crea -esas, flechas dadoras de vida que Eros dispara al fro seno de la tierra para hacer que de la drida superficie surja exuberante y verde vegetacin- estan emponzofiadas. sos son los elementos de ansiedad propios del amor humano. Porque los dardos que lanza el arco de Eros penetran “tanto corazones brutales como corazones bandos y les provoca la muerte o indecible deleite”.’ Muerte y delete, angustia 1 jubilo, ansiedad y el milagro del nacimiento...ésa es la urdimbre y trama de {que esti hecho el amor humano. Es Eros quien “quiebra la fuerza de Ios individuos”, quien “en todos los dio- ses yen todos los seres humanos vence a Ia inteligencia y se sobrepone asus astu- tos planes", Asf dice Hesfodo en su Teogonia. Hesfodo escribia en aquel perio- 1 Campbell IL, pi. 67 2 Hesiodo, Teogonia, versos 120-122, sep la traduccin de Richmond Lattimore (Ann Arbor, Univesity of Michigan Pres, 1961), cad por Joseph Campbell I, pg. 234 93 do arcaico, vigoroso y ereador (circa 750 a. de C.) cuando Grecia estaba colma- dda de aquel fermento que hhizo nacer los estados ciudades y al nuevo individuo riego consciente de sf mismo y de su dignidad. La “superacién” de las funcio- nes racionales esté pues directamente en relacién con el poder, de crear de Eros. No podia haber manera més elocuente de decirnos que el acto de crear las formas y la vida partiendo del caos y el acto de dar vitalidad al hombre requiere una pasién que trasciende la inteligencia y los “planes calculados”. Eros “quiebra la fuerza de los individuos... en todos los dioses, en todos los seres humanos”. Eros destruye mientras crea.” El amor como insinuacién de la mortalidad Amar significa abrimos a lo negativo como a lo positivo, a la afliccién, al dolor y al desengatio, asf como al jabilo, al goce y a una intensidad de concien- cia que antes no nos parecfa posible. Describiré primero esta experiencia, desde el punto de vista fenomenol6gico, en su forma ideal, como paradigma. Cuando nos enamoramos el mundo se sacude y todo cambia alrededor, no sélo en su aspecto, sino en la experiencia de lo que estamos haciendo en el ‘mundo, Generalmente se siente esa sacudida conscientemente, en sus aspectos positivos, como un maravilloso y nuevo cielo que el amor produjo sibitamente con su milagro y su misterio. El amor es la respuesta a todo, cantamos. Independientemente de la trivialidad de semejante descripeién, nuestra cultura occidental parece empefiada en una romdntica -aunque desesperada conspiracién para imponer la ilusién de que todo 1o que hay en ese estado es eros. La vehe- mencia misma del esfuerzo para sostener tal ilusi6n revela la presencia del polo ‘opuesto reprimido. Ese elemento opuesto es la conciencia de Ia muerte. Pues la muerte est siempre a la sombra de los deleites del amor. Como un débil presagio siempre std presente la tremenda pregunta: “,No nos destruiré esta nueva relacién’?” (Cuando amamos abandonamos el centro de nosotros mismos. Somos arrancados de nuestro anterior estado de existencia y arrojados a un vacfo; y aunque espera- ‘mos alcanzar un nuevo mundo, una nueva existencia, nunca podemos estar segu- +05 de lograrlo. Nada parece lo mismo y bien pudiera ocurrir que ya nunca vol- vviera a tener el mismo aspecto, El mundo esté como aniquilado; ;cémo podemos saber si volverd a construirse de nuevo? Nos entregamos y renunciamos a nues- {ro propio centro; ;¢6mo sabemos que lo recuperaremos? Nos despertamos para encontrar al mundo sacudiéndose: ,cudndo volver a recobrar la calma? El jibilo amoroso més exaltado esté acompafiado por la conciencia de la inminencia de la muerte... y esa conciencia tiene la misma intensidad que el jabi- Jo, No parece posible que una cosa exista sin la otra "a. 94 Esta experiencia de aniquilamiento es, como el mito lo expone con claridad, esencialmente lo que eros hace en nosotros. No se trata sencillamente de lo que aotra persona nos hace. Amar completamente acarrea consigo la amenaza de Ia aniquilacién de todo. Esta intensidad de conciencia tiene algo en comiin con el

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