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MODERNIDAD MEXICANA Y

CONMEMORACIÓN DEL BICENTENARIO DE LA


INDEPENDENCIA DE MÉXICO
Y CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN.

Ismael Gamez Robles

PROYECTO

Ante la proximidad del Bicentenario de la Independencia


de México y el Centenario de la Revolución, y en un esfuerzo
por pensar la historia, la ética, la cultura, la política, el arte y la
religión, así como el papel del español y lenguas autóctonas
como instrumentos de pensamiento y de difusión cultural,
profesores-investigadores de la Universidad Autónoma
Indígena de México proponen desarrollar una reflexión
actualizada sobre los rasgos civilizatorios que caracterizaron el
difícil recorrido de la sociedad mexicana hacia la modernidad,
a partir de un espacio geográfico y cultural concreto: el
Noroeste de México.
Con ello, no se trata meramente de construir una nueva
mirada sobre el pasado, sino de evaluar el capital cultural
compartido en estas zonas del país y sus posibilidades de futuro.
El patrimonio lingüístico constituye en este sentido un valor
primordial de primer orden, pues en el contexto de una
globalización comunicativa dominada por las industrias
culturales, la lengua española sobrevive y demuestra su
capacidad de crecimiento tanto cuantitativo como cualitativo,
mas no así las lenguas autóctonas. El ciclo de las transiciones a
la democracia durante el final del siglo XX parece también
haber impuesto una cesura a una trayectoria secular que, ya
sea descrita bajo el signo de los caudillos, de los populismos o

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de las dictaduras, arroja un saldo de inestabilidad pensada
durante mucho tiempo como endémica a la cultura política
mexicana y más extensivamente iberoamericana. Es una ironía
que haya sido precisamente esa difícil relación con la
modernidad política la que, en el terreno estético y literario,
haya proporcionado algunas de las señas más fácilmente
reconocibles y exportables de su identidad cultural, desde las
novelas sobre dictadores hasta las canciones contestatarias. Sin
embargo, no todo es motivo para el optimismo, pues las
instituciones académicas y la producción científica mexicana
siguen pugnando por superar unas modestas calificaciones,
mientras que el español sigue teniendo pendiente su pleno
reconocimiento como lengua de pensamiento y ensayo.
La reflexión que proponemos no sólo se inicia en el marco del
pensamiento de la Independencia y la Guerra Civil de 1910,
sino también en el de sus antecedentes novohispanos,
acudiendo a la tradición permanente, aunque no siempre
realizada, de la función propia del pensamiento: la de asumir la
experiencia y la conciencia histórica vigente y, desde ahí,
realizar su crítica como posibilidad siempre presente a partir del
hombre y la sociedad actual.
La conciencia de la propia situación histórica, el pathos de la
memoria (la pasión de la memoria) es el principio indispensable
de liberación del hombre de las servidumbres de la razón actual,
y de las justificaciones mediáticas y antropológicas del orden
existente.
Este momento crítico y utópico del individuo es patrimonio
genuino del pensamiento, y por tanto de todos.
Todo lo que el individuo es, lo es en su existencia concreta
dentro del proceso-histórico-social, del cual es a la vez soporte y
producto. El individuo es inteligible en la medida en que sea
inteligible el proceso social en que se desenvuelve su existencia.
Cuanto más diáfana y racional sea la sociedad, más diáfana,
libre y consciente será la existencia del individuo. Este es el
empeño que nos proponemos y empeño de toda producción
social de la realidad.

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EL PROBLEMA DE LA MODERNIDAD MEXICANA

El estudio de la modernidad mexicana se ha visto lastrado


hasta la fecha por numerosos tópicos. Quizá el más recurrente
haya sido el de negar simplemente su existencia. De acuerdo
con la interpretación convencional, el sujeto moderno nació en
el proceso de pensarse como soberano de sí mismo, libre pues
del anclaje de la tradición. La suya fue un nuevo tipo de
subjetividad autorreferida y unitaria capaz de interpretar el
mundo desde instancias autónomas, de desarrollar una
racionalidad económica proyectiva y de negociar fórmulas
institucionales para la convivencia social. Los cánones de ese
eje modernizador habrían surgido en el norte de Europa a lo
largo del siglo XVI, por lo que los cambios sociales, culturales y
políticos normalmente asociados con la modernidad habrían
estado ausentes del entorno civilizatorio mexicano y más
extensivamente, iberoamericano. Según esta versión, la
modernidad mexicana habría sido en realidad una
contramodernidad cuyos efectos retardatarios se manifestarían
como decadencia económica, oscurantismo religioso, retraso
científico-cultural e incapacidad política. Sin embargo, también
podemos reconocer un diagnóstico diametralmente opuesto: el
de los defensores de una supuesta cultura espiritualista y épica
de raíz ibérica que afirmaría su superioridad moral frente al
materialismo decadente de la modernidad del norte.
Ninguna de estas perspectivas resulta plausible en la
actualidad para interpretar una noción, la de modernidad, que
ha perdido sus connotaciones teleológicas y deterministas. La
modernidad no es el estado final de un proceso que atraviese
por etapas escalonadas según una cronología preconcebida,
sino un tipo de conciencia cultural capaz de percibir, impulsar y
legitimar nuevos cursos de acción social. Alude, pues, a
procesos conscientes de transformación social cuyas tendencias
pueden coincidir, divergir e incluso ser internamente
contradictorias, pero en cuyo despliegue histórico no cabe
imaginar un punto único y predeterminado de llegada.
Movimientos de la modernidad fueron el humanismo

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renacentista, la Reforma protestante, las revoluciones
científicas o la Ilustración, pero también el encuentro con el
otro de este lado del Atlántico o el sincretismo cultural forjado a
raíz del mismo. Pero a decir verdad, esto último fue olvidado y
aún repudiado por ciertos núcleos independentistas y
revolucionarios, claudicando ante una visión lineal,
“progresista” y determinista, creyendo encontrar en el espíritu
ilustrado la fuerza para “liberarse”. Paradoja descomunal: a
partir de 1810 se inicia la imitación frenética de ideas
extralógicas y no parará hasta el presente.
Con todo, es preciso reconocer que los cambios de la
modernidad requieren una interpretación matizada cuando se
trata de contextualizarlos en el entorno iberoamericano o
mexicano. El sentido diferencial que durante largo tiempo
albergaron nuestras sociedades sobre sí mismas, así como la
propensión a quererlo superar con medidas excepcionales
(violencia, aullidos, alaridos, mentadas de madre, caudillos,
dictaduras, revoluciones), revelan inmediatamente la
peculiaridad de su trayectoria histórica y sus originales pautas
de cambio cultural.
Hora es pues, de prestar atención tanto a quienes creyeron
en la “razón ilustrada” y determinista como a quienes no
creyeron en ella; tanto al sincretismo cultural construido por el
otro, como a lo que quedó y queda fuera de esa razón ilustrada:
lo despreciado por el “concepto”.
El proyecto aquí presentado se propone precisamente el
estudio de esas peculiaridades con el doble propósito de
actualizar nuestra visión del pasado y evaluar el capital cultural
acumulado de cara al futuro.

ESTRUCTURA TEMÁTICA

Este proyecto ha sido pensado para que una importante


parte de la Universidad Autónoma Indígena de México y
colegas de la Universidad Autónoma de Sinaloa se involucren
en él y se conviertan en motor de la asunción crítica del pathos

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de la memoria. El Noroeste de México (sin que en absoluto
prime el estudio de esta zona del país) es el lugar contemplado y
el corazón de esta conciencia histórica. Si bien para cada una
de estas cabeceras se convocará a un conjunto de especialistas
de diversas disciplinas y procedencias, la finalidad del proyecto
es articular las investigaciones con niños, jóvenes, maestros,
clubes, asociaciones intermedias y cronistas de algunos de estos
lugares del Noroeste de México. Cada grupo, cada estamento se
organizará atendiendo a una serie de vectores temáticos que
aglutinen tanto perspectivas de amplio calado como estudios
profundos sobre los principales procesos de vertebración del
Noroeste mexicano y lugares diferentes del país. Es decir, se
primará tanto la capacidad sintética como la erudita, pues
aportar visiones amplias que reconozcan tendencias y rasgos
generales es tan fundamental como los relatos pormenorizados
sobre fenómenos muy específicos. El número total de
participantes lo dictaminará la comisión especial que resulte de
esta invitación. De acuerdo con estos criterios, las aportaciones
escritas deberán ubicarse en los siguientes ejes temáticos:

1.-Las culturas ibéricas y la apertura moderna del mundo


occidental.

Los descubrimientos y exploraciones geográficas


organizados desde los reinos ibéricos constituyeron uno de los
factores desencadenantes de la modernidad europea. En ellos
podemos rastrear también un talante cultural y político
heredado del Renacimiento. Desde el siglo XV la península
ibérica se convirtió así en una plataforma para la apertura de
Europa al mundo y para un encuentro con el otro que
culminaría con reflexiones jurídicas y políticas como las
propiciadas por el descubrimiento y conquista de América, la
exploración de las costas africanas y la apertura de rutas
comerciales con Asia. Este capítulo propone abordar el
trasfondo histórico y político que impulsó esa apertura
civilizatoria, los factores culturales que la condicionaron y, en

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última instancia, el giro que en menos de dos siglos terminaría
por aislar a las culturas ibéricas de su entorno contemporáneo.

2- Las culturas indígenas y su encuentro con el mundo


occidental.

3.- El Barroco y el sincretismo cultural iberoamericano.

El Barroco fue mucho más que el estilo oficialmente


consagrado por la España del siglo XVI. En la Nueva España
sirvió también de molde para un peculiar sincretismo cultural
entre el mundo ibero-católico y las culturas indígenas. En la
medida que propició formas específicas de cambio socio
cultural—y también, a la larga, resistencias a las innovaciones
—el Barroco novohispano puede entenderse como una forma
de modernidad cargada de luces y sombras. Por otro lado,
ligado al mismo –pero no exclusivamente—resulta también
posible explorar las dimensiones religiosas, estéticas y literarias
que configuraron una subjetividad cultural característica del
mundo mexicano, así como sus repercusiones en el ámbito de
las relaciones sociales, políticas y económicas. Entre ellas
podemos contar el sentido del honor y la justicia, la ética del
trabajo y del lucro, la actitud hacia el cuerpo, el mestizaje etc.

4.-Nueva España: una civilización urbana.

Este apartado propone tomar la ciudad y las formas


culturales urbanas como referencia para el estudio de la
vertebración socio-cultural del mundo novohispano. Los fueros
medievales de las ciudades castellanas y sus instrumentos de
organización civil y política fueron inicialmente trasladados a
tierras americanas y sirvieron de pauta para un nuevo proceso
civilizatorio. Desde las primeras repúblicas de españoles y de
indios durante la Nueva España hasta las grandes urbes
mexicanas de la actualidad, pasando por los propios procesos

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de independencia y de construcción nacional a lo largo del siglo
XIX, la ciudad, su personalidad cívico- política y sus formas de
vida se convirtieron en los principales ejes de modernización
social y cultural, no sólo en su calidad de centros de irradiación
de tendencias, sino también como cauce jurídico e institucional
para la atribución de derechos y la administración de recursos.

5.- Luces y sombras de la Ilustración mexicana.

El movimiento reformista de la Ilustración no pasó sin


consecuencias por el solar mexicano. Sus iniciativas, sin
embargo, se dejaron notar sobre todo en el terreno de las
innovaciones técnicas y administrativas propiciadas por los
Borbones en los dominios de la corona española y por
gobiernos como el del Marqués de Pombal en el dominio
portugués. En el terreno cultural, factores como la expulsión de
los jesuitas, los temores despertados por la revolución francesa,
la imitación de ideas emanadas de las Luces y la exacerbación
ideológica restringieron los márgenes para la creatividad
cultural, la innovación científica y la apertura política. El
debate suscitado por el libelo de Nicolás Masson de Morvillier
sobre España en la Encyclopédie méthodique viene a resumir
las percepciones estereotipadas y los complejos de inferioridad
cultural de una época que, por otro lado, albergó también la
simiente de lo que habría de ser una de las más tempranas
experiencias de constitucionalismo liberal: la Constitución de
Cádiz de 1812, que tendría una notable repercusión inicial en la
América hispana y en Portugal.

6.- 1810 y la crisis del Antiguo Régimen: secularización y


cambio político.

Con la disolución de los viejos imperios coloniales y la


secularización formal de los criterios de legitimación política se
abrió una dimensión particularmente compleja de la
modernidad política mexicana. Aunque fueron diversas las

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ideologías que vinieron a ocupar el vacío dejado por la
autoridad monárquica, en algunas de ellas es posible rastrear la
pervivencia de un monismo político de probable raíz
iusnaturalista: desde el republicanismo y su universo neoclásico
de virtudes patrióticas hasta el catolicismo político que amparó
una serie de tendencias autoritarias de índole corporativa hasta
la intervención extranjera. Ambas corrientes dificultaron la
rutinización institucional de los elementos carismáticos,
hierocráticos y plebiscitarios de la política mexicana. Estos
elementos encontraron expresión social en fenómenos como el
caudillismo, el populismo y los movimientos insurgentes, pero
su huella intelectual también resulta detectable en el trasfondo
de algunas doctrinas políticas y filosóficas autóctonas, desde el
liberalismo decimonónico hasta la teoría de la dependencia y la
filosofía de la liberación en los siglos XX y XXI. Este capítulo
propone por ello ubicar culturalmente no sólo la trayectoria
política de la modernidad mexicana, sino también la de estas
parte del Noroeste de México, ya que, pese a algunas
semejanzas con experiencias similares, éstas muestran rasgos
fuertemente idiosincrásicos. Así, por ejemplo, las doctrinas
liberales hubieron de conciliar las nociones iuscatólicas del
bien común con las demandas de autonomía individual, libertad
económica y pluralismo político importadas del iusnaturalismo
anglosajón. El análisis de los rasgos culturales que
acompañaron los proyectos de cambio político de 1810 tras la
crisis de absolutismo y la violencia de 1857-1866 en la que se
involucró el Noroeste de México, sigue constituyendo por ello
un capítulo de interés para la adecuada comprensión de su
particular cultura política.

7.- Bajo el síndrome de la mimesis. El problema de la identidad.

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Uno de los rasgos definitorios de la cultura mexicana
desde la emancipación colonial, con la particular fisonomía que
reviste el ámbito cultural nacional, ha sido la pregunta por su
actualidad y la búsqueda enfática de unas señas de identidad
propias. Esta serie de inquietudes y complejos se tradujo con
frecuencia en la importación apresurada de modas y
vanguardias culturales y en la imitación de pautas intelectuales,
estéticas y de consumo asimiladas a la modernidad europea y
norteamericana. Muchos de tales rasgos son demasiado visibles
para abundar en ellos; otros se han superado o evolucionado en
un sentido contrario; otros, por el contrario, se han agudizado
con el tiempo, pero en cualquier caso resultan
de interés para analizar las formas de autocomprensión
cultural.

8.- La Revolución mexicana y la imaginación emancipatoria.

Probablemente arraigada en la forma de colonización


española y en los elementos mesiánicos aportados por la Iglesia
católica a ese proceso, la idea de América como tierra de
promisión, esperanza o liberación ha sido una pulsión
constante en su experiencia de la modernidad. El significado
concreto de esa idea de emancipación ha sido muy dispar y se
ha expresado en lenguajes políticos heterogéneos
(republicanismo, positivismo, populismo, indigenismo,
tercermundismo, teología de la liberación, neoliberalismo, etc.),
pero en cualquier caso aporta un elemento decisivo para la
interpretación de la cultura política mexicana y su personalidad
intelectual. Este apartado se hará eco por ello de los
movimientos políticos idiosincrásicos del espacio político
nacional y del papel que han jugado en sus procesos de
institucionalización: la Revolución mexicana, el nacionalismo
populista, los movimientos indigenistas en sus múltiples
vertientes de ideología estatal y movimiento social
contemporáneo ligado a procesos de etnogénesis y
reivindicación social. Pero especialmente reflexionará sobre el

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período de más intensa movilización social del siglo XX: la
Revolución de 1910 en el Noroeste de México.

9.-Educación y laicismo.

Resulta muy difícil distinguir con respecto al laicismo


entre lo que corresponde al orden de la singularidad mexicana
y al orden de sus “pretensiones universales”. La concepción del
laicismo en México está directamente ligada a la historia de las
relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado. En México, la
política ha conseguido su autonomía por el enfrentamiento
Iglesia-Estado, produciéndose en la esfera pública un
equivalente a esa autonomía que para Kant era propia de la
dimensión moral.
Pero en seguida debe destacarse que la historia mexicana
resulta ser en este ámbito, sólo parcial; pues hay que relacionar
la situación mexicana con una problemática mundial más
vasta, nunca perdiendo de vista que nuestras soluciones deben
ser situadas dentro de un espacio cosmopolita en el que otras
son posibles.
Y es que en el debate público se manifiesta cierto
desconocimiento de las diferencias existentes entre dos usos
diferentes del término laicismo. El mismo término se utiliza
para designar, en efecto, dos prácticas muy distintas: el laicismo
de Estado, por una parte, y por la otra, el de la sociedad civil.

10.- El “fracaso” del Estado Mexicano. El individuo y el


Estado-nación.

El papel histórico y político desempeñado en México por el


Estado en lo referente a la constitución de la nación, tiene dos
momentos fundamentales: el movimiento de Independencia de
1810 y la ruptura revolucionaria de 1910, que eliminaron a casi
todas las asociaciones intermediarias y enfrentaron
directamente, casi a manera de cortocircuito, al ciudadano y al
Estado. En México el Estado representa lo universal,

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resultando incluso condición necesaria de su misma
constitución política.
Las consecuencias de lo anterior son formidables. A causa
de nuestra escasa experiencia asociativa cuando queremos
definir lo que es ciudadanía sólo disponemos de su carácter de
posición frente al Estado.
Ahora bien, los grupos corporativos del Estado de ningún
modo han significado niveles intermedios entre el individuo y el
Estado-nación. La ausencia de dichos niveles se ha querido
llenar con el descentralismo. Pero lo anterior se ha llevado a
cabo por medio de la fragmentación del Estado y por la
creación de un regionalismo político, lo que es muy diferente.
En el descentralismo a la manera mexicana el Estado ha
perdido el control de ciertas cosas que concernían, de hecho, a
su soberanía. La fragmentación del soberanismo ha originado
vacíos políticos que, no obstante, no ha llegado a llenar con el
asociacionismo. Eso lo pagamos en la actualidad con un avance
de la corrupción a escala local y nacional, y con estructuras de
poder que hacen posible la existencia de bandas de
secuestradores, narcotraficantes y crimen organizado.

9.- Los circuitos culturales de la modernidad mexicana.

El castellano ha encontrado –sobre todo a partir del boom


latinoamericano de los años 60-- un reconocimiento
internacional como lengua literaria. No ha sido este el caso, sin
embargo, de su dimensión como lengua de pensamiento y
ensayo, descartado definitivamente el ámbito científico por la
hegemonía internacional del inglés y la limitación de la
aportación mexicana. Los nuevos medios de comunicación
suponen un desafío añadido a esa ambición. Este capítulo se
propone abordar la dimensión histórica del castellano y las
lenguas indígenas sobrevivientes en el Noroeste de México
como vehículos de transmisión cultural y cambio socio-político.

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En su dimensión literaria, el castellano tiene altas notas
desde hace siglos, si bien la novela tuvo un papel mucho más
discreto en su momento de eclosión con la sociedad burguesa
del siglo XIX.
Una segunda dimensión de este capítulo sería de
naturaleza socio-política y aludiría al papel que ha jugado la
inmigración y el exilio como instrumento de transmisión
cultural. La propia aparición de una conciencia americana
suele cifrarse en la obra de los jesuitas expulsados de los
dominios españoles a finales del siglo XVIII. Los inmigrantes
árabes y españoles marcaron una etapa importante a fines del
siglo XIX y principios del XX. Los exilios intra- y
exoamericanos ligados a los avatares políticos en la
construcción de los Estados liberales también impactaron
fuertemente durante el siglo XIX. Este período fue importante
en la medida en que la inmigración y los exilios vinieron a
suplir la circulación institucional de ideas en un contexto
nacional políticamente fragmentado tras la independencia en el
que la Iglesia había perdido el monopolio intelectual. Ya en el
siglo XX, la inmigración (especialmente griega) en parte del
Noroeste mexicano fue un factor importante de circulación de
ideas e intercambio de universos linguísticos. El exilio generado
por la guerra civil española funcionó también como un
catalizador de la modernidad cultural –la misma modernidad
que se alejaba de una península aislada tras la guerra--,
mientras que los exilios provocados por las dictaduras militares
del Cono Sur contribuyeron a crear en los años ochenta unas
redes de circulación intelectual que, si bien se concentraron en
nuestro país, tuvieron una auténtica dimensión continental. Las
dificultades para la consolidación de la democracia en nuestro
país ha dado también lugar a nuevas y atípicas formas de exilio
intelectual y emigración: las provocadas por las crisis
económicas –y la consiguiente quiebra de numerosos sistemas
académicos—o por fenómenos ligados a la violencia y el
narcotráfico.

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GESTIÓN, CRONOGRAMA Y DESARROLLO DEL
PROYECTO

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