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ies INICIACION A LA ABOGACIA Ese es el verdadero sentido de la improvisacién, que no es el arte de discurtir de improviso y sin preparacién, que €s menos creacién, que sibita manifestacién de ideas acumuladas en el recogimiento y de un problema largo tiempo meditado. “La larga incubacién de la idea, dijo ‘Victor Hugo, facilita el inmediato surgir de la expresién; Ja improvisacién no consiste mis que en abrir sibitamente y al mando de la voluntad ese depésito que es el cerebro; pero se requiere que el dep6sito esté leno. De la plenitud del pensamiento resulta la abundancia de la palabra. En el fondo, lo que se improvisa, parece nuevo al auditorio, pero ¢s viejo en quien lo dice. Habla bien, quien gasta la medi- tacién de un dia, de una semana, de un mes, en ocasiones de toda su vida, en una palabra de una hora.” "* Segiin Plutarco, Pericles no iba nunca a la plaza pi- blica sin rogai a los dioses que le fueran favorables. No os Presentéis jamés en la barra sin una suficiente preparacién; dl trabajo también es oracién. 298 Vieror Huco, Actes et pafler: le droit et la loi. VI EL ALEGATO “Alege ts un ae oun Gein? No sb sue palabra empler eto s€ que mu tense Dare tanto ms fc exam mis cre Gin yield ae tine Inerogad os fogeendo, al mis seg, Al ime chews de" aimpaon or rapomte que ios tt eno de saber aegr A's ae det shgatinot ode ls ids, Se action arenen esa por To sens an, ‘mo och" Bastonsro CueNu, su oftio hacer un libzo, ha dicho La Bruyése, al igual que hacer un reloj” y puede apregarse, ae de he se 0s contradiga; o hacer un alegato; terible empresa, Segiin el propio Cicerén, la de enfrentarse en las lucios de {a barra y quizés la més dura que pueda intentar el espicitu humano."™ Una vez que se ha “ordenado la materia” que habri de servit de base al alegato, hay que ponetla en’ movinenes bara alcanzar el doble objetivo! que debe proponerse el ana. dor: iustear y convencer, pues se dtige uno a jucces que Ssperan que se les instruya en la causa: es el momento nn ‘ne la palabra va a nacer del pensamiento y a convertisse en accién, 29 De oratore, Lib. I, XVII, 72. 189 — 190 INICIACION A LA ABOGACIA Vir Bonus Btienne Pasquier decia a su hijo, que estaba a punto de set abogado, “que los jueces se dejan ficilmente per- suadir por 1a boca de quien tienen por hombre de bien. ‘Al contratio, tened reputacién de malo, poned cuanta ele- gancia 0s plazca, persuadiréis mucho menos, porque cada Gqien se mantendti en guardia por Ia opinién que de vos- Gtros tenga”. El juez no distingue al hombre del oradors muy a su pesar, se forma opinién del que alegas aprecia tu arte, pero concede ain mis valor a Ia autoridad de su palabea; son las fuerzas secretas que emanan del hombres Sobrepasan' el prestigio del buen hablista. “Hablad, decia Platén,-a fin de que se 0s conozca.” ‘Cuando de un abogado se dice que tiene “influencia en un tribunal” no quiere decit, como lo recordaba el Bastonero Thorp" a sus colegas, que el juez fallaré por favor, por capricho, 0 por simpatia; significa que se Hene dl crédito particular que dan, cuando van unidos, el talento y la conciencia profesional; que se excucha al abogado con Ta atencién especial a la que nuestro privilegio da derecho; aque nuestro alegato se acoge con la cetexa de que no he dcjado nada en la penumbra, sin recatgarse, empero, cot digresiones instiles; significa que el abogado inspira tat ‘Confianza al tribunal que el juicio se forma con la sola audi- Gian de la palabra; por eso la experiencia de los siglos ha Yefinido al oradot: un hombre de bien que sabe hablar. “EL abopado adquiere autoridad, decia también el Basto nero Payen, 10 pot los asuntos que defiende, ni por los fsuntos. que gana, sino por 10s asuntos que rechaza.” Ue 100 La “jafluencia", en efecto, s¢ toma a veces en el sentido de ave posible aun apfovedharse del juer pa 38 Discourse rentde, 1934. * ‘ohechatle. (N. T.) EL ALEGATO 191 viene, mas atin qui feneci eos ee oe Pa a Pea (Pot ia ida Dicenvt PeRTUs Pero el bien decir tamy 1 1poco es despreciable; dew cojmiodedenats “No hay menos elocuencia, decia La Roch . foucaul, cf tono de la vom, en Ia mirada, y en el sspecto de Ia es sona, que en la seleccién de las palabras.” La voz y el ade- ae una ‘Se gana al oido, el otro a la mirada; dos sentidos, ‘a Quintliano, por medio de los cuales’ transmitimos nuestros sentimientos al alma-del auditrio. Gicerén recomienda al abogado que se mantenga erguido en Ia barra, status erectus ef celts, que levante la cabera ¥ mire a los jueces, que no deje su sitio con frecuencia, excrio moderate equ rag, qu no subrye con el dein al final de las frases; los ademanes del cémi i nos del pretorio.** manned ‘No todos tienen Ia suerte de usar bien ° su vor, de darle con toda su amplitud, la fuerza necesatia; el abogado debe adiestrarse, como los artistas, en colocar su voz; Dussane record Jos preceptos relativos para uso de quienes recitan veg; van igualmene paral abode orcémonos, para sala mas fécilmente, y con ma- yor pleitud, de hacer nuestro instrumento, es ‘ect nostra vx, Jo mis pera posible” “Habra de ser sblida, homogénea, normal obediente y déctil, secundada eto nados en respirar bien.” eas stn teed iiss ie Sa meer eon 18 Dussane, Les vers que je dis, sa 192 INICIACION A LA ABOGACSA “Respirar bien al decir, es saber no agotar nunca el sesuello, sino renovarlo por medio de pequefias provisiones imperceptibles.. .” Pac vale comenzar en tono modesto; Jevantar después 1a vor hasta Hegat al tono que convenga a las propias fuer- vas, 2 la naturaleza del asunto, al tamafio de la sala de udiencias; 1a voz como cera suave, toma cuanta forma quiere darsele; pero conviene hablar, ni muy alto, ni muy bajo; quien habla muy bajo, quita a su auditorio el fruto de su atenci Ni muy alto, ni muy bajo, es el soberano estilo, {os romanos daban gran importancia al tono de la voz; se cuenta que Cayo Graco solia tener tras de si a un flau- fista que Je daba Ia nota adecuada para elevarla si habia bajado su voz, 0 para moderarla, si la forzaba. ‘Guando Montaigne que acababa de cumplir veinticinco aiios, Ilegé a la Corte de Burdeos, ciertos mayores, amigos de su padre, se inclinaban hacia é con simpatia y trata- an en vano de datle consejos de estrategia judicial. “Moderad vuestra voz", dijole un dia el Presidente Car- les. “Monsefior, replicé Montaigne, el tono y el movimiento de mi voz estin al unisono de mi alma. Soy el ‘nico que puede manejarla si quiero que me represente lealmente Hay voces para halagar, voces para instruit y voces para ‘quejatse © expresar su rebelién.” ““Hiablad mis bajo, wuestro adversario os escuchari: mejor.” “De ninguna manera; quiero que mi vor no silo le Hegue, era y Je traspase.” sino que le Hay que fijarse también en la elocucién y en la correc: Gén del lenguaje; se ha dicho acertadamente que Ja lari 1 AnonE Laxanoe, La sie gailarde ot sage de Momsigne, pis. BL ALEGATO ia dad y la confusién de Ia palabra producen tan diversa im- presién, como la del mismo objeto visto en un dia despejado 6 a través de Ia niebla; nuestros jueces instintivamente gus- tan del bien decit y nosotros tenemos a nuestra disposicién el mis bello instrumento del mundo, “nuestra vieja y amada lengua francesa, pronta, nerviosa, militante, armada por cuatro siglos de polémicas para las contiendas del espiritu y que tiene para el pensamiento un traje a su medida”; lengua de Ia que Rivarol con justicia decia que la probidad esté intimamente vinculada a su propia naturaleza; “instru- mento a tal punto admirable, que quienes estin Ilamados al insigne honor de usarlo para una funcién piblica —y iqué funcién! la defensa del derecho—, serian los primeros caulpables, si Ia dejaran envilecerse y falsearse en sus ma- nos”; batirse y hablar bien, decia César de nuestros pa- dres los Galos; no tendrfamos perdén, si no supiésemos sguardar Ia herencia de la mis bella cultura y del mas her- oso lenguaje que se haya hablado después de Grecia. Cicerén tenia 1a més profunda admiracién por la be- Heza del lenguaje. “Es una vergiienza no saber su propia lengua; para ha- blar con propiedad no se requiere ser un buen orador; pienso que basta ser ciudadano romano”; “Ia belleza de la forma, decia Jules Favre a los pasantes de su tiempo, atraera siem- pre por sus irresistibles encantos: ella sola impone Et vera incessut patuit dea dijo el poeta; los mas rebeldes sufren su encanto. Querrian sublevarse pero quedan presos y cautivos. Se puede, enton- ces, decitles todo; la8 audacias ya no les sorprenden. Arras- trados por la magia de la seduccién, olvidan sus pasiones 185 Discurso de Le6n Beeano al Bastonero Ds Sanvr-Ausax, 24 de foeto de 1933. 180 Jouss Fave, of. cit i. 194 INICIACION A LA ABOGACEA. para entregarse a quien sabe deslumbrarles, y cuando vuel- vven en siya no es tiempo de detener el impulso del pen- samiento cuyas ligaduras quedaron rotas por ¢l arte” ‘No obstante, no basta la facilidad “que algunos tienen, de hablar solos y mucho tiempo, unida a la amplitud del fademén, al retumbar de la vor y 4 la fuerza de los pulmo- nes, ventosa et enormis loguacitas"; evitad las palabras hue- fas, las que no exptesan ningin pensamiento y que subsis- ten solitarias, “como cuerpos abandonados por su alma”; no imitéis a’ aquellos de quienes habla La Bruyére, que siguiendd el ejemplo de Numa Roumestan, hablan un mo- mento antes de haber pensado. ESCLARECER Btienne Pasquier también escribia a su hijo: “No espe- réis de mi que os ensefe una infinidad de bellas florecillas gue llenan los libros de Griegos y Romanos. Quiero que sedis hombre probo. Y al pronunciar esa palabra digo todo. La meta del abogado, en sus alegatos, es persuadir a sus jueces; no debe tener més que un ideal, de precisién y de laridad.” “En suma, deseo en mi abogado, to contrario de lo que Cicerén requetia en su orador, que era Ia elocuencia en primer lugar y- después algo de ciencia del derecho; pues yo digo, al revés, que el abogado debe ser, sobre todo, sabio ‘en derecho y en la practica, y medianamente elocuente, mis dialéctico que ret6rico, y més hombre de negocios y de jui- do, que de grande y largo discurso.” La causa se pone en peligro cuando no se da buena im- presién desde un principio. ‘No se retiene la atencién del juez, sino se le interest 16 Jones Favae, op. et ies eax EL ALEGATO 195 en el tema y sino se le presentan las cosas con perfecta evidencia, dando 1a impresién de una tierra féttil: y bien caltivada. “Conseguir que el juez me sea benévolo, dice también icerén, me resulta mas ficil en el curso del alegato, que ‘cuando aiin no conoce nada de la causa; conseguir que sea décil, a eso legaré no prometiéndole que le instruiré, sino instruyéndole en verdad y exponiéndole los hechos; atento, por fin, Io seré si de un extremo a otro del alegato, des- pierto y excito su espiritu, para lo cual no bastaria una simple advertencia en el exordio.” EL juez 0s seguiti, solamente si le mostrdis desde el principio 1a meta que tra- tiis de alcanzar; si no le hactis esperar hasta que os plazca Megar al hecho; si no le hacéis jadear en petsecucién del tema que os escapa y si le conducis simplemente sin extra- viarle en el camino; de vosotros depende no darle Ia opor- tunidad de dormitar, para que, “un cuarto de hora después, ogre Hegar a tiempo de encontrar Ia ilacién del discurso”; la primera de todas las cualidades del abogado es la claridad. “No basta, dijo Quintiliano, que se os pueda escuchar, ¢s necesario que sea imposible no escucharos.” Deméstenes, siempre sencillo, gno es acaso superior a Cicer6n, siempre ostentoso? Usa Ia palabra, como un hom- bre modesto usa su traje, para cubtirse con él; se piensa en Jo que se dice, no en Jas palabras; imptesiona menos la magnifica elocuencia de Cicer6n que la sencillez de Demés- tenes, que no busca lo bello. Lo hace sin pensarlo; esté por encima de la admiracién. Cualquiera que sea el tema que debe tratarse, hay que partir de datos precisos. ‘En todo, bonachén, Sécrates dectale a Fedro bajo los plétanos del Ilisus, hay que empezar por saber de qué se discate.” 388 De oratore, 11, #2. 196 INICIACION A LA ABOGACIA Conviene, desde el exordio, entrar de Ileno en el pro- ceso, saltar al'corazén del asunto ¢ instalarse ahi con maes- tria; definir con claridad el objeto de la discusién, la cues- tién que hay que resolver, “pelat” el hecho, segiin la expre- sién de Dupin el Mayor fijar el punto en que comienzan las disensiones de las partes, sin perderse en cizcunloquios y sin detenerse en generalidades adventicias 0 en esos “alarga- mientos de adorno” de los que habla Montaigne, "sin corret de una a otra idea, y sin disparatar fuera del punto de la causa"; el abogado debe preocuparse ante todo de quienes le escuchan; no basta que esté empapado en su tema; debe pensar que su auditorio no se encuentra en igual dispos ci6n; los que escuchan no pueden ser attastrados de impro- viso por el torbellino oratorio; conviene ponerse a tono con ellos, prepararfes a seguir al orador, presentindoles el asun- to de modo inteligible. Una cosa es entenderse uno mismo, y olra, hacerse entender. Convencer Después de una exposicién clara y precisa, deben pre- sentarse Jos argumentos en el orden mis favorable, pues no basta instruir al juez; se necesita instruirle ventajosamen- te para Ia causa que se defiende. ot Al igual que un general debe colocar su ejército para Ia batalla, teniendo en cuenta el tiempo y el lugar, la dis- posicién del adversario, y mil cosas diversas, se requiere inspirarse en las circunstancias peculiares que pueden pre- sentarse en cada negocio. No sse retiene 1a atencién sino desarrollando ta discu- sién en torno de ideas dominantes, dividiendo lo que es complejo, manteniendo cada argumento ligado a los demés, como Iama que se propaga y que acaba por incendiar todo el horizonte. EL ALEGATO io No siempre es bueno seguir un razonamiento “hasta los liltimos rincones de la légica"; hay que saber atrojar al mat tuna parte de las tiquezas y cuando los hechos son comple- jos, perforar y dejar entrar la luz; podréis entonces elevaros 4 una perspectiva mis. general de Ia causa y abarcar el asunto en su conjunto; abordaréis después el examen de las cuestiones de derecho con las cuales puede tener co. nexién; y no os quedari ya sino concluir, recordando bre. vemente vuestros medios y las razones para destruir los de Ja parte adversa, en forma de Ilevar al juez a inclinatse sin esfuerzo por la tesis que habéis defendido, sin detenerse en un argumento mas que en otro, y arrasteindole en la estela de vuestro pensamiento por la conviccién que se ha formado; pero tal conclusién debe de verdad cerrar el de- bate; no debe darse al juez la impresién de que recopéis de nuevo todo el alegato sin ver su fin; os pareceriais a aquel de quien dijo Racine, “seria més capaz de repetie todo veinte veces, que de abreviar un punto”. Sobre todo, no 0s dejéis llevar a digresiones insitiles; dispersar 1a atencién; la verdadera elocuencia consiste en decir todo lo que se debe y en no decit sino lo que se debe; Solin condenaba en sus leyes a una multa de cin- cuenta dracmas, a todo orador que en el Senado o ante el pueblo, se apartara de su tema; el juez pide que se le hable ante todo, de Ia cuestién que se le ha sometido; no esperéis que 0s vuelva a ella; recordad el epigrama del poeta latino: “Hiblame pues de mis tres.cabras.” Evitad también las re- peticiones; no olvidéis 1o que dijo Montaigne “de ciertos parlanchines a quienes queda el recuerdo de cosas pasadas ¥ que han perdido el recuerdo de lo que han repetido”; ‘no toméis de nuevo una idea, si es necesario, mis que pre. Sentindola bajo otro aspecto, para facilitar su inteligencia, Fs uno de los consejos que Etienne Pasquier también daba a su hijo, cuando le pedia que “diversificara su bien decit”. 198 INICIACION ATA ABOGACIA AGRADAR Guando sedis capaces de presentar vuestra causa con esa laridad necesaria, gracias a la cual los que 08 escuchan comprenderin sin esfuerzo, podréis tratar de fascinar ef ido, ornando vuestras palabras con algunas “flores de ex. presion y de pensamiento”, dando color a vuestro lenguaje, yy animindolo con todas esas fuerzas secretas que el pres. tigio de Ia forma puede agregar a la expresiOn exacta del pensimiento. "El verdadero orador, decia Técito, ¢s aquel aque sobre cualquier materia puede hablar con elocucién pura, adornada, persuasiva, tomando en cuenta la gravedad Yel tema, el conocimiento del tiempo y el placer del au torio.” La vieja palabra “plaid” viene de “placitum”, Io que agrada. Segiin el caso, podréis mostrar agudeza, en Ja medida en que ello haga que el oyente esté més atento, Una humorada, soltada de improviso en una discusién é da, lejos de distraer la atencién del auditorio, Ia reanima, Jlevando su perisamiento, por un instante, fuera de ta au diencia, para volverlo a ella momentos después descansada y refrescada; todo el arte consiste en quedar dentro del tema, dando la impresién de salitse de él. “Quiero, dijo Cicern, que el orador ponga claridad y luces en su cuadto, pero también quiero que ponga som- bras y hundimientos, a fin de que los colores surjan con mayor brillantez, es decir, que en la elocuencia, como en Ia pintura, no todo debe ser luminoso y que, para tener éxito ‘en una como en otra, debe usarse juiciosamente del claro y del obscuro.” Evitad, empero, el parecer erudito, el tratar de divertir el oido por medio del tono armonioso de los periodos, et deslumbrat con el prestigio del talento; el que se cree tener 189 Lo que “place”. (N. T-) 1 ALEGATO 199 eoopea el que en verdad se tiene. Cicerén decia, con suma recision, “que el mayor vicio de un discurso ¢s alejarse Mepasiado de la forma ordinaria de hablat”, y Fénelon, pe “el arte se desacredita exhibigndose” las palabras sen- Silas son las mas claras; Hevan por igual o mejor que las otras a la gran clocuencia; los versos de Racine no ‘contie- fen sino palabras usuales; Bossuet no Ilega a la geandeza Sino por la sencllez; es sublime con palabras comunes, elo- guente, por la exacta equivalencia de la expresién y el pen- Samiento, del tono y del tema; “Ia elocuencia continua, abu- ize”, dijo Pascal, cuyo consejo siempre es bueno: “Estamos tsombrados, encantados, arrebatados, cuando vemos un €s- tilo natural; y es que esperabamos hallar un autor y encon- tramos un hombre”; el alegato no debe tratar de ser una gba maestra de estilo; no es el caso de pronunciar bellos tiscursos para algunos selectos letrados, sino de tener éxito ante los jueces, que son hombres; vuestra accién seri tanto inis fuerte, cuanto la palabra sea mas sencilla y més sincera. fa causa es mala, de nada serviria disimular su debi- lidad y sostener lo imposible; ms vale reconocerlo; 5 un error omitir las circunstancias desfavorables; el adversario no dejaria de sacar ventaja de ese silencio; se Jograr& hacer ‘mitir facilmente lo que pueda ser admitido; nada vale “omo la lealtad en 1a discusién; es la dinica manera de con- servar ese tono de autoridad que, cuando es necesario, quie- bra la resistencia del juez. ‘Mis vale no interrumpit a vuestro adversario, a menos de que tesulte obligado hacetlo para precisar algin hecho esencial que hubiese descrto falsamente; las interrupciones son enfadosas para quien habla; suenan, como decia un viejo autor, “a griterla de pricticos de aldea”. ‘Sed breve. “Gran calidad es para quien es abogado, cuan- do alega, hacerlo en el menor mimero de palabras que pueda, pues, como lo decia la Costumbre de Beauvais, memoria de hombre recuerda mucho més ficilmente pocas palabras.”

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