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Pablo Mella
(Instituto Filosófico Pedro Fco. Bonó, Santo Domingo, Rep. Dominicana)
24 de febrero de 2006
Para enriquecer esta convicción central, la dirección de esta revista ha creído pertinente
responder esta pregunta: ¿qué aporte puede hacer el pensamiento de Jürgen Habermas, el
principal filósofo político alemán contemporáneo, al capability approach y al modelo de
desarrollo humano? Y tuvieron la delicadeza, por amistad, de pedirme que fuera yo
quien la respondiera, pues en mi tesis de doctorado trabajé el conflicto social en la obra
de Habermas y hace unos años vengo trabajando, a mi modo artesanal, en el capability
approach.
Para responder a esta pregunta, creo que tienen que tomarse en cuenta dos cosas: primero,
la tradición filosófica a la que pertenece Habermas, conocida como “teoría crítica de la
Escuela de Frankfurt”; segundo, cómo él la ha redireccionado. Esto permitirá indicar
algunos puntos del pensamiento habermasiano susceptibles de aportar dimensiones
novedosas al paradigma del desarrollo humano inspirado en el capabilty approach.
Por esta razón, muy pronto, en 1933, el núcleo de la Escuela tiene que exilarse, pues los
nazis toman la decisión de cerrar el Instituto. Marcuse permanecerá en Estados Unidos
hasta el final de su vida. Horkheimer y Adorno regresarán a Alemania después de
acabada la Segunda Guerra Mundial, en 1950. Horkheimer y Adorno trabajaron juntos y
publicaron su obra Dialéctica de la Ilustración, que puede considerarse como el texto
fundamental de la Escuela. Allí encontramos los ideales regulativos de la “teoría crítica”.
Horkheimer y Adorno están convencidos de que la teoría social ha de ser “crítica” porque
toda teorización social está enraizada en un ideal personal que la figura histórica de la
modernidad no satisface. La sociedad moderna, nacida de la Ilustración, está llena de
irracionalidades e injusticias. En ella no se puede vivir en libertad y transparencia.
Invirtiendo a Hegel, la teoría crítica está convencida de que “lo real no es racional”, y que
por lo mismo la razón no puede contentarse con un ideal contemplativo, característico de
la razón tradicional o clásica, refugiándose en una burbuja de neutralidad a nombre de la
objetividad. Este ideal de objetividad produce en el intelectual o pensador social una
actitud neutra e indiferente, que acaba por legitimar las formas de dominación de la
sociedad capitalista moderna. La actitud contemplativa conserva el orden establecido y
lo perpetúa sin cambio.
El compromiso último de la teoría crítica es con una razón libre o emancipada, amante de
la universalidad que libera de los particularismos opresores (recordar que son judíos los
que hablan, desterrados o exterminados con eficiencia y eficacia por el ideal ario,
quintaesencia del eurocentrismo). Una teoría crítica se pregunta por el grado de libertad
que una sociedad dada permite a sus miembros. Su objetivo investigativo es
emancipador y progresista. Por eso, el pensador crítico no distingue entre filosofía social
y ciencia social, algo típico del marxismo. Sin embargo, los frankfurtianos se dieron
cuenta de que las sociedades comunistas realmente existentes, las estalinistas, no siempre
lograban lo que su pensamiento crítico se trazaba como horizonte. De ahí concluyeron
que la historia es el resultado de una dialéctica o confrontación entre el mundo y el
pensamiento que se esfuerza por racionalizar el mundo. El triunfo de la razón no está
para nada garantizado, contrario a lo que pensaban Hegel o Marx.
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Queda pendiente una periodización más pormenorizada del pensamiento habermasiano. Creo que la
influencia del idealismo alemán de Schelling es fundamental, pues de él se ocupó en su tesis de doctorado.
Pero esta discusión excede los objetivos de este ensayo.
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satisfactorio las crisis cíclicas del capital, asociados a la esfera del trabajo. Pero
curiosamente, la sociedad del bienestar no encontraba fundamentos para mantener unido
el tejido social; tenía problemas de interacción o comunicativos. Había perdido
“legitimidad”, porque ya no poseía un suelo ético común, en el marco de sociedades
secularizadas, racionalizadas y, por esta razón ya señalada por Max Weber, fragilizadas
por el pluralismo de valores.
Aquí se impone un pequeño excurso, para definir qué es eso de la “acción comunicativa”.
De esto depende esencialmente que entendamos el resto del pensamiento de Habermas
así como su posible aplicación al desarrollo humano. Básicamente, se trata de una
corrección de la teoría de la acción social planteada por la sociología comprehensiva de
Max Weber. La sociología de Weber se pregunta cómo se puede comprender (no
explicar) la “acción social”. La “acción social” es la acción orientada hacia los otros, y la
misma hace posible la estabilidad de una sociedad. Coincide con la idea de
“interacción” que interesó a Habermas desde temprano. Apoyado en su manera peculiar
de ver la historia, Weber estableció cuatro tipos ideales de acción social, que acabarán
por corresponder con cuatro momentos de la historia universal o de las sociedades: 1)
acción racional con arreglo a fines (Zweckrationalität), que se determina por las
expectativas sobre el mundo y sobre los otros seres humanos, que aparecen como
“medios” para lograr los propios fines racionalmente establecidos; 2) acción racional con
arreglo a valores (Wertrationalität): está determinada por una creencia consciente en el
valor intrínseco y absoluto de una determinada conducta, sea por razones éticas, estéticas
o religiosas, de tal manera que no se mira las consecuencias que puede traer dicha
conducta; 3) acción afectiva: es la acción emotiva, motivada por los sentimientos del
momento; 4) acción tradicional: determinada por una costumbre arraigada en la
comunidad de pertenencia. Para Weber, la acción tradicional ya está en la frontera de
una acción racional, o acción con sentido, pues la considera como una oscura reacción
pasiva a lo que se hace en la comunidad.
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Weber, bien al estilo de los pensadores alemanes, consideró que la historia universal
consistía en un amplio proceso de racionalización. Por esto proceso, las sociedades salen
de esquemas tradicionales y alcanzan el punto más alto de racionalidad cuando adquieren
la “acción racional con arreglo a fines”, que como se puede ver, coincide con la cultura
científica y social ilustrada y en buena medida con la idea de “acción instrumental” de los
frankfurtianos. Para Weber, el resultado final del proceso de racionalización es un estado
general de “desencantamiento”, donde nada es sagrado y todo es medio, en principio
conquistable. Metidos en la “jaula de hierro” (iron cage) de tal racionalidad, los seres
humanos de las sociedades modernas sufrirán necesariamente de una fragmentación
interior y se refugiarán en pequeños dioses construidos por su subjetividad. Lo único que
espera a la sociedad moderna es una “guerra de dioses”.
Con Weber y contra Weber al mismo tiempo, Habermas piensa que tal evolución de la
razón es constatable; sin embargo, está convencido de que la última etapa del proceso de
desencantamiento o secularización no es la acción instrumental, sino justamente la
“acción comunicativa”. Mientras Weber tiene una visión derrotista y negativa de la
modernidad, Habermas señala que la modernidad no sólo ha desarrollado un pensamiento
técnico, sino también un pensamiento ético y político que le permite resolver sus
conflictos. Habermas admite que las manifestaciones de esta racionalidad práctica son
muy tenues. Se expresa, por ejemplo, en la lucha de los movimientos sociales o en
muchas luchas por la justicia, estrechamente ligados al “mundo de la vida”. Dos
ejemplos claros serían la lucha por los “Derechos civiles” en Estados Unidos, y los
movimientos ecologistas que proliferan por doquier. Pero no por débil, esta racionalidad
es inexistente. También se muestra en la elaboración constitucional del estado moderno
de derecho.
compromiso por transformarlo. Y uno más habermasiano, a saber, que la propuesta del
capability approach está llamada a convertirse en una acción orientada al entendimiento.
Pero para lograrlo, tendrá que pensar, entre otras cosas, estos tres aspectos
fundamentales.
En este sentido, el recurso al “public debate” al que se refiere Amartya Sen en varios
puntos de su obra, necesitaría de un desarrollo más sustancioso dentro del paradigma del
desarrollo humano. Quizá el pensamiento habermasiano pueda ofrecer importantes pistas
al respecto.
Los frankfurtianos, en la línea de Hegel, Marx y Weber, intentan dialogar con los grandes
procesos históricos. Muestran el drama histórico de la libertad y la manera en que,
específicamente, la racionalidad europea moderna avasalla tantas culturas y modos de
vida no-occidentales, junto con los grandes aportes que les hace.
Aunque los dos mentores principales del desarrollo humano sean un paquistaní y un
indio, ambos pertenecen a las élites racionalizadas de sus sociedades de origen. Como
actores racionalizados, el punto de llegada, el ideal de un “individuo racional” enfrentado
a su tradición o tribalismo, les parece lo más recomendable. El desarrollo humano no
mide las consecuencias negativas de la transformación cultural que propone. Sigue
embebido del ideal histórico-lineal de la Ilustración. Donde quiera que haya prácticas de
“desarrollo humano” siempre habrá un “plus”, una mejoría, nunca una regresión.
Resulta vital que el paradigma del desarrollo humano preste más atención a la historia, a
los grandes procesos por el que hemos llegado a la “globalización”, y que reposicionan a
colectividades enteras del lado de las “víctimas de la historia”, como subrayaba Walter
Benjamin. Ciertamente, algo de esta sensibilidad queda implícito en la obra de
Habermas, aunque sea de manera tenue, a través de la referencia a los movimientos
sociales.
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Una tarea especial, que todavía espera mayores explicitaciones que las realizadas por
Sabina Alkire y Miguel Iguíñiz, es determinar el papel de la religión en la búsqueda de
mejores políticas sociales. Con el paso del tiempo, Habermas ha suavizado su crítica
religiosa y defiende el estatuto público de las religiones, evidentemente, con tal de que
éstas se sometan a las reglas del debate público. Tarea complicada, pero no imposible de
pensar, siguiendo el dinámico debate actual del “diálogo interreligioso”, promovido
especialmente desde el catolicismo y el protestantismo. El desarrollo humano no prohíbe
pensar que si la práctica religiosa es realmente valiosa para una persona, puede formar
parte constitutiva de la calidad de vida.
Si tomamos la noción de “sistema” trabajada por Habermas, conviene mostrar hasta qué
punto la concepción neoliberal del mercado y los cacareados planes de modernización del
Estado, no colonizan los tejidos comunicativos de la mayor parte de la población del
mundo, y acaban por excluirlos.
¿No es una capacidad fundamental hoy día que no se pongan barreras fronterizas a los
pobres, mientras los flujos de capital financiero pueden volar de un lado a otro a la
velocidad de la luz gracias al ciberespacio?
Cada día me convenzo más de que necesitamos una “democracia global” que nos ayude a
humanizarnos, más allá de las violentas fronteras diseñadas por ese adefesio moderno que
es el Estado nación. Y eso lo pienso como verdadero y universalizable, aunque casi
nadie lo considere valioso, y siga parapetándose en sus ideologías nacionalistas. Lo que
me falta, intuyo, es una comunidad de comunicación de espíritu universal, donde pueda
ejercer mi acción social orientada al entendimiento, sin necesidad de renunciar a lo que
por el momento me constituye desde dentro.