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SUSAN SONTAG. ESTILOS RADICALES: ensayos Traducido del inglés por Epuarpo GoLicorsky Muchnik Editores Para Joseph Chaikin + Titulo original: i STYLES OF RADICAL WILL | (Farrar, Straus and Giroux, New York) i © 1966, 1967, 1968, 1969 by Susan Sontag ~ © 1985 by Muchnik Editores, S.A. Pablo Alcover, 75-77, 08017 Barcelona | Cubierta: Arthur Kolnik, «Pour les actualités» Contracubierta: Foto Carlos Freire ISBN: 84-85501-74.8 Depésito legal: B. 41858 - 1984 Impreso en Espafia-Printed in Spain 4A IMAGINACION PORNOGRATICA Nadie deberia emprender un debate sobre la porno- grafia sin antes reconocer que hay varias pornografias por lo menos tres— y sin asumir el compromiso pre- vio de abordarlas una por una. La verdad sale muy be- neficiada cuando se examina, por un lado, la pornogra- fia como elemento.,de. la historia social y, por otro, la jornografia como fendmeno psicolégico (sintoma de-de- Reiencia o deformidad sexual tanto en los. productores como en los consumidores, segiin la opinién generali- zada), y cuando, por afiadidura, se distingue de estas dos otro tipo de pornografia: una _modalidad o conven- cién_ menor pero interesante dentro de Jas artes. En la que quiero fijar la atencién es en Ja tltima de estas tres pornografias. Mas estrictamente, en el géne- ro literario para el cual, a falta de un nombre mejor, estoy dispuesta a aceptar (en la intimidad del debate intelectual serio, no en los tribunales de justicia) el dudoso rétulo de pornografia. Por género literario. en- tiendo un conjunto de obras que pertenecen a la lite- ratura considerada como arte, y a las cuales se aplican las pautas intrinsecas del mérito artistico. Desde el note La imaginacién pornogrdfica 45 punto de vista de los fenémenos sociales y psicolégicos, todos los textos pornograficos entran en la misma cate- gorfa: son documentos. Pero desde el punto de vista del arte, es muy posible que algunos de estos textos se con viertan en algo distinto. Trois filles de leur mere, de Pierre Louys; Histoire de Voeil y Madame Edwarda, de George Bataille; Histoire d’O y L’image, firmadas con seudénimos, no sélo pertenecen a la literatura, sino que se puede explicar claramente por qué estos cinco libros tienen un nivel literario muy superior al de Candy; 0 al de Teleny, de Oscar Wilde; 0 al de Sodom, del conde de Rochester; 0 al de Les amours d’un hospodar, de Apo- llinaire. La avalancha de pornografia comercial que se ha distribuido durante dos siglos en forma clandestina y ahora, cada vez més, en forma publica, no basta para impugnar la jerarquia literaria del primer grupo de libros; tampoco la proliferacién de novelas del tipo de The Carpetbaggers y Valley of the Dolls menoscaba los méritos ‘de Anna ‘Karenina y The Great Gasby y The Man Who Loved Children. Tal vez la raz6n aritmaética entre la auténtica literatura y la bazofia en el ambito de la pornograffa sea un pocd menor que la que existe entre las novelas de genuino valor literario y el grueso de la ficcién subliteraria que s¢ produce para halagar el gusto de las masas. Pero probablemente no es menor que la que existe, por ejemplo, en ese otro subgénero bastante turbio que cuenta en su haber con unos pocos libros de primera magnitud: la ciencia-ficcién, (En cuanto formas literarias, la pornografia y la ciencia-fic- cién tienen otros varios rasgos interesantes en comin.) De todas maneras, la medida cuantitativa suministra una pauta trivial. Hay escritos, quiz4 relativamente es- casos, que parece razonable catalogar como pornogré- ficos —suponiendo que esta rancia denominacién sirva para algo— a los cuales, al mismo tiempo, no se les puede negar la calificaci6n de literatura seria. Todo esto pareceria obvio. Y sin embargo hay indi- cios de que dista mucho de serlo. Por lo menos en In- glaterra y Estados Unidos, el estudio y la valoracion razonados de la pornografia se cifie estrictamente a los limites de la retérica que emplean los psicdlogos, socid- logos, historiadores, juristas, moralistas _profesionales y criticos sociales. La pornografia es una enfermedad que hay que diagnosticar y que se presta a la formula- 46 cién de juicios. Se est4 a favor o en contra de ella. ¥ tomar partido respecto de la pornografia no se pare- ce nada, al hecho de tomarlo en favor o en contra de la musica aleatoria 0 del pop art, y en cambio se parece bastante al hecho de tomarlo en favor 0 en contra de la legalizacién del aborto o de la ayuda guberna- mental a las egcuelas religiosas. En verdad, los nuevos elocuentes defensores del derecho y el deber de la Sociedad a prohibir los libros obscenos, como George P. Elliott y George Steiner, y quienes, como Paul Goodman, prévén qué la politica de censura’ tendra Gonsecuencias nocivas mucho peores que cualquier dafio que puedan producir dichos libros, abordan este tema con la misma propensién a considerarlo fundamental. Los libertarios y los aspirantes a censores estén de acuerdo en reducir la pornografia a la catego- ria de un sintoma patolégico y de un producto social incierto. Existe un consenso casi undnime acerca de lo que es la pornografia, y se la identifica con teorias sobre las fuentes del impulso que Ileva a producir y consumir estas curiosas mercancfas. Cuando se la enfoca como tema de andlisis psicolégico, raramente se la juzga como algo mas interesante que los textos que ilustran una interrupcién deplorable en el desarrollo normal de la sexualidad adulta. Seguin este punto de vista, la porno- fia no es més que la representacién de las fantasias ie la vida sexual infantil, filtradas por la conciencia mas experta y menos inocente del adolescente masturbador, para que las compren los presuntos adultos. Cuando se Ja enfoca como fenémeno social —por ejemplo, en rela- cin con el auge de la produccién de pornograffa en las sociedades de Europa cccidental y Estados Unidos a partir del siglo xvi el criterio no es menos inequivo- camente clinico. La pornografia se convierte en una patologia colectiva, en la enfermedad de toda una cul- tura, y existe un consenso casi general acerca de sus causas. La produccién creciente de libros obscenos se atribuye a una herencia purulenta de la represién sexual cristiana y a la pura y simple ignorancia fisiolégica, anti- guas lacras que ahora estdn agravadas por hechos histé- ticos mas recientes, por el impacto de dislocamientos drdsticos en las formas tradicionales de la familia y el orden politico, y por el cambio inquictante en el papel de los sexos. (EI problema de la pornografia es uno de La imaginacién pornogrdfica a7 «los dilemas de la sociedad en transicién, afirmé Good- man en tm ensayo que escribié hace varios afies.) Por consiguiente, existe un consenso casi total en el diagnds- tico de la pornografia, Las discrepancias solo afloran cuando se trata de calcular las consecuencias de su difu- sién, y de enunciar las tdcticas y las politicas. _ Los artifices mas esclarecidos de la politica moral es- tan dispuestos, indudablemente, a admitir que existe algo asi como una «imaginacién. pornograficar, aunque solo en el sentido de que las obras pornograficas scn simbelos de un fracaso o una deformacién extremos de la imaginacion. Y tal vez reconozcan que, como han sugerido Goodman, Wayland. Young, y otros, también existe una «scciedad pornografica»: que, en verdad, la nuestra es un ejemplo floreciente de ello, porque se trata de una sociedad edificada con tanta hipocresia y repre- sién que debe generar inevitablemente una explosién de pornografia, entendida ésta como su expresion légica y como su antidoto subversivo y popular. Pero jams he visto argumentar en algtin sector de la comunidad lite- raria anglonorteamericana que determinados libros por nogréficos son obras de arte interesantes e impor- tantes. Mientras se encare Ia pornografia slo como un fenémeno social y psicolégico y como un foco de preo- cupacién moral, g¢dmo se podria plantear semejante argumento? 2 Existe otra razén, independiente de este encasillamiento de la pornografia como tema de andlisis, por la cual nunca se ha debatido realmente si las obras pornogré- ficas pueden 0 no ser interpretadas como literatura. Me reficro a la opinién que sustentan sobre la literatura misma la mayoria de los criticos ingleses y norteameri- canos, opinién ésta que, al dejar por definicién a los textos pornogrdficos fuera de los territorios de la lite- ratura, excluye mucho més. Desde luego, nadie niega que la pornogratia consti- tuye una rama de la literatura en la medida en que apa- rece en forma de libros de ficcién impresos. Pero no se acepta nada que vaya mas alld de este nexo trivial. El talante con que la mayoria de los criticos analizan la 4B naturaleza de la literatura escrita en prosa, por un lado, y en no menor medida la opinién que sustentan sobre la naturaleza de la pornografia, por otro, colocan a esta tiltima en una relacién antagénica con Ja primera. Se trata de un razonamiento invulnerable, porque si un libro pornografico no pertenece, por definicién, al 4m- bito de la literatura (y viceversa), es innecesario exami- nar estos libros individualmente. ‘La mayorfa de las definiciones mutuamente excluyen- tes de la pornografia y la literatura descansan sobre cuatro argumentos independientes. Una de ellas sostie- ne que la forma absolutamente obsesiva en que las obras pornograficas se dirigen al lector con el propésito de excitarlo sexualmente, entra en contradiccién con la funcién compleja de la literatura. A continuacién se puc- de alegar que 1a intencién de la pornografia —despertar Ja excitacién sexual— esta refiida con la implicacién serena y distante que suscita el verdadero arte. Pero esta variante de la argumentacién parece atin menos con- vincente que otras, si se piensa que la literatura «rea~ lista» intenta apelar alos sentimientos morales del lector sin que por ello sea menos respetable, para no men- cionar el hecho de que algunas obras maestras consa- gradas (desde Chaucer hasta Lawrence) contienen pa- Sajes que excitan sexualmente, en grado sumo, a los lectores. Es més plausible limitarse a subrayar que la pornografia contintia teniendo una sola «intencién», en “tanto que cualquier obra literaria verdaderamente va- liosa tiene muchas. El segundo argumento, enunciado por Adorno, entre otros, sostiene que las obras pornograficas carecen de * la forma caracteristica de la literatura: comienzo-nudo- | desenlace. Un texto pornogréfico se limita a pergefiar | una excusa burda para el comienzo, y una vez comenza- \ do sigue y sigue y no termina en ninguna parte. El texcer argumento consiste en que los textos por- nograficos no pueden demostrar ningun interés por sus medios de expresién como tales (a la literatura si le interesan), porque el fin de la pornografia es inspirar | una serie de fantasias no verbales en las cuales el Jen- guaje desempefia un papel envilecido, simplemente ins- trumental. El ultimo argumento, y también el mds ponderable, consiste en que el tema de Ia literatura es la relacién de La imaginacién pornogrdfica 49 Jos seres humanos entre si, con sus sentimientos y emo- ciones complejos, en tanto que la pornografia, por el contrario, desdeaa a las personas integramente formadas (los retratos psicolégicos y. sociales), hace caso omiso de las motivaciones y su credibilidad, y sdlo describe la transacciones infundadas ¢ incansables de érganos despersonalizados. Basta extrapolar, tomando como punto de partida el concepto de literatura que sustenta actualmente la ma- yoria de los criticos ingleses y norteamericanos, para Hegar a la conclusién de que el valor literario de la por- negrafia tiene que ser nulo. Pero estos paradigmas no resisten un andlisis atento, y ni siquiera se conjugan con su tema. Tomemos, por éjemplo, Histoire d'0. Aun- que si se le aplican las pautas corrientes esta novela es evidentemente obscena, y mas eficaz que muchas otras para excitar sexualmente al lector, no parece que las’ situaciones descritas estén destinadas tinicamente a pro- vocar la excitacién sexual. La narracién tiene un co- mienzo, un nudo y un desenlace bien definidos. La ele- gancia del estilo no induce a pensar que el autor encard el lenguaje como. una necesidad engorrosa. Mas atin, os personajes son duefios de emociones muy intensas, aunque obsesivas y en verdad absolutamente asociales; y también tienen motivaciones, aunque éstas no sean psiquidtrica 0 socialmente enormales». Los personajes de Histoire d’O estan dotados de una suerte de «psico- logia», que deriva de la psicologia de Ia lujuria. Y aun- que lo que se puede averiguar acerca de los personajes dentro de las situaciones en que los colocan est muy circunscrito —a formas de concentracién sexual y de comportamiento sexual explicitamente descrito—, Oy sus compaficros y compafieras no aparecen mas reduci- dos 0 escorzados que. los personajes de muchas obras no pornograficas de la ficcién contempordnea. Sdlo cuando los criticos ingleses y norteamericanos elaboren una concepcién més evolucionada de Ia litera tura se iniciaré un debate interesante. (Al fin, este de- bate deberia girar no sdlo en torno de la pornografia sino del conjunto de la literatura contempordnea, que enfoca insistentemente situaciones y formas de conduc- ta extremas.) La dificultad surge porque muchos criti- cos contintian. identificando las convenciones literarias particulares del «realismo» (lo que se podria asociar 50. a grandes rasgos con la gran tradicién de la novela del siglo x1x) con la literatura en prosa propiamente dicha. Los ejemplos de formas literarias alternativas no se li- mitan a muchas de las obras mas importantes del siglo Xx: a Ulysses, un libro que no.se ocupa de personajes sino de los medios del intercambio traspersonal, de todo lo que escapa a la drbita de la psicologia individual y de la necesidad personal; al surrealismo francés y a su vastago mds reciente, el nouveau roman; a la ficcién «ex- presionista» alemana; a la postnovela rusa representada por San Peiersburgo de Bicly y por Nabokov; 0 a las harraciones no lineales y disténdidas de Stein y Bur- roughs. Una definicion de Ia literatura que menoscaba una obra porque ésta hinca sus raices en la «fantasia» y no en la trascripcién realista de la manera en que ‘conviven personas verosimiles en situaciones familiares, no podria juzgar siquiera convenciones tan venerables como Ia dé la novela bucdlica, que describe relaciones entre personas ciertamente estereotipadas, insulsas y nada convincentes. Ya hace mucho tiempo que deberia haberse produ- cido la expurgacién de algunos de estos clisés tan te- naces, tanto para promover una lectura més lticida de la literatura pasada como para colocar a los criticos y Jectores comunes en contacto mas estrecho con la lite- ratura contempordnea, algunas de cuyas variants tic- nen semejanzas estructurales con la pornografia. Es fa- cil y virtualmente desatinado pedir que la literatura se atenga alo «chumano». Porque no se trata de una opcién entre lo . A la ce- lebracién ritual de la forma en que cada genio contem- La imaginacién pornogrdfica 53 pordneo socavaba las antiguas teorias literarias Ja acom- pafiaba, a menudo, la insistencia nerviosa en el hecho de que sus escritos eran, desdichadamente, los iltimos de su linaje noble y estéril. Ahora bien, esta manera in- trineada y unilateral de encarar la literatura moderna ha producido varias décadas de interés y esplendor in- comparables’ en las criticas inglesa y norteamericana. Sobre todo en la norteamericana. Pero se trata de un interés y un esplendor asentados sobre la bancarrota del buen gusto y sobre algo parecido a una deshonestidad fundamental del método. La forma retrograda en que los criticos han tomado conciencia de los nuevos y colo- sales méritos de la literatura moderna, ascciada con su desolacién por lo que generalmente ‘se definia como «rechazo de la realidad» y «fracaso del yor endémicos de dicha literatura, indica el lugar preciso donde la crf- tica literaria anglonorteamericana més talentosa deja de examinar las estructuras literarias y se vuelca a la critica de la cultura. No quiero repetir aqui los argumentos que he esgri- mido en otra parte para defender un enfoque critico distinto. Igualmente, es necesario hacer alguna alusién a dicho enfoque. El hecho de discutir aunque no sea mas qué una sola obra de la naturaleza radical de Histoire de I'oeil plantea el problema de la literatura en. si mis- ma, de la narracién en prosa tomada como forma artis- tica, ¥ no se podrian haber escrito libros como los de Bataille si no fuera por esa torturada revaloracién de la naturaleza de la literatura que viene preocupando a la Europa literaria desde hace mds de medio siglo. Pero en ausencia de ese contexto, deben de ser casi indige- tibles para Jos lectores ingleses y norteamericanos... excepto comio «mera» pornografia, como una bazofia jnexplicablemente refinada. Basta que sea necesario pre- guntar si la pornografia y la literatura son o no son anti- téticas, y que sea necesario afirmar que las obras por- nograficas pueden pertenecer al Ambito de la literatura, para que semejante afirmacién deba Mevar implicita una idea global de lo que es el arte. Dicho en términos muy generales: el arte (y su ela- boracién) es una forma de conciencia; los materiales del arte son las diversas formas de conciencia. No exis- te ningin principio estético en virtud del cual se pueda interpretar que esta concepcién de los materiales. del 54 arte excluye hasta las formas extremas de conciencia que trascienden ld personalidad social o la individuali- dad_psicolégica. i : Por supuestd, es posible que en la vida cotidiana aceptemos la obligacién moral de reprimir tales estados de conciencia. Esta obligacién parece ser prudente desde el punto de vista pragmatico, no solo para salvaguardar el orden social en su sentido mds amplio, sino también para permitir que el individuo establezca y mantenga el Contacto humano con otras personas (aunque se pueda renunciar a este contacto, durante periodos mas 0 me- nos breves o prolongados). Es harto sabido que cuando las personas se aventuran por los confines tiltimos de la conciencia, arriesgan su cordura, 0 lo que es lo mis- mo, st humanidad. Pero la en la misma medida en que les libros que reflejan una forma extrema de experiencia religiosa se proponen «convertir», 3 Dos libros franceses que han sido traducidos reciente- mente al inglés, Histoire d’O y L'image, ilustran ade- cuadamente algunos aspectos de este tema que la criti- ca anglonorteamericana casi no ha explorado: el de la pornografia como literatura. Histoire d'O, de «Pauline Réage», aparecié en 1954 y se hizo inmediatamente famosa, en parte porque conté con el patrocinio de Jean Paulhan, que escribié el pré- logo. Muchas personas pensaron que el mismo Paulhan era el autor de la novela, quiz4 en raz6n del preceden- te que haba sentado Bataille al adosar un ensayo (que 58 6 con su nombre) a su Madame Edwarda, que se Bnet ‘por primera vez en 1937 bajo el seudénimo de EPierre Angélique», y quiz también porque el nombre Pauline traia reminiscencias de Paulhan. Pero Paulhan siempre ha negado ser el autor de Histoire d’O, y ha insistido en que en verdad Ia escribié una mujer que nunca habja publicado ‘antes, que vivia en otro lugar de Francia, y que se émpefiaba en conservar el anoni- mato, Si bien Ia versién de Paulhan no detuvo las ¢s- peculaciones, finalmente se debilits la conviecién de que él era el autor. A lo largo de los afios ganaron credibi- lidad y luego fueron desechadas muchas otras hipstesis ingeniosas, que atribuian el libro a figuras destacadas del mundo literario parisiense. La verdadera identidad de «Pauline Réage> continua siendo uno de los pocos secretos bien guardados de la literatura contempordnea. ‘Limage fue publicada dos afios mds tarde, en 1956, también con un scudénimo: «Jean de Berg». Para com- plicar atin més el misterio, estaba dedicada a «Pauline Réages, que firmaba el. prélogo, y de Ia que no volvié ‘a haber noticias. (El prologo de «Réage» es conciso y ol- vidable, en tanto que el de Paulhan es extenso y muy interesante) Pero los chismorreos de los circulos lite- rarios parisienses sobre la identidad de «Jean de Berg» son mas concluyentes que las investigaciones en torno de «Pauline Réage». Un solo rumor, que menciona a la esposa de un joven ¢ influyente novelista, ha triunfado sobre todos Jos demés. ; 5 No es dificil entender por qué quienes son suficiente- mente curiosos como para urdir especulaciones acerca de los dos seudénimes, optan por el nombre de algin miembro de los circulos consagrados de las letras fran- cesas. Es casi inconcebible que un aficionado haya escri- to de buenas a primeras cualquiera de estos libros. No obstante las diferencias que las separan, Histoire d’O y Limage dejan traslucir una calidad que no se puede atribuir sencillamente a una plétora de las habituales dotes literarias de. sensibilidad, energia e inteligencia. Estas virtudes, que saltan a la vista, han sido reelabo- radas mediante un didlogo leno de artificios. El som- brio formalismo de las narraciones no podria estar mas alejado de la falta de control y artesanfa que general- mente asociamos con la maniféstacién de la Iujuria ob- La imaginacion pornogrdfica 59 sesiva. Aunque sus respectivos temas son embriagantes (i el lector no se desconecta y los encuentra sdlo gra- ciosos 0 siniestros), ambas ‘narraciones ponen mas énfasis en el «uso» del material erdtico que en su «expre- sién». Y este uso es —no hay otro término para definir- lo—_predominantemente literario. La imaginacién que persigue sus extravagantes placeres en Histoire d’O y en Liimage, permanece s6lidamente aferrada a detetmina- das nociones sobre la consumacién formal del senti- miento exacerbado, sobre los procedimientos apropiados para agotar una experiencia, nociones éstas que la vin- culan tanto con Ia literatura y la historia literaria re- cientes como con el ambito ahistorico del eros, 2Y por qué no? Las experiencias no son pornograficas: sélo las imAgenes y representaciones —las estructuras de la ima- ginacién— lo son, Esta es la razén por la cual a menudo un libro pornografico le hace pensar al lector, sobre todo, en otros libros pornograficos, mas que en el sexo sin intermediarios.,. sin que ello vaya necesariamente en detrimento de su excitacién erética. Por ejemplo, lo que reverbera a todo lo largo de Histoire d’O es un voluminoso acervo de literatura por- nogréfica 0 ‘«libertina», casi siempre deleznable, en fran- cés ¢ inglés, que se remonta al siglo xvi. La referencia mas obvia es Sade. Pero en este caso no debemos pen- sar s6lo en los escritos del mismo Sade, sino en la rein- terpretacién que de él hicieron los intelectuales de ia literatura francesa posterior a la Segunda Guerra Mun- dial, cuya actitud critica quizA sea andloga, por su im- portancia y su influencia sobre el gusto literario educa- do y sobre la orientacién concreta de la ficcién seria en Francia, a la revaloracién de James que se emprendié en Estados Unidos inmediatamente antes de la Segunda Guerra Mundial. Con la diferencia de que la revalora- cién francesa ha sido mds perdurable y parece haber echado raices mas profundas. (Por supuesto, a Sade no Jo olvidaron nunca. Flaubert, Baudelaire y la mayoria de los otros genios radicales de la literatura francesa de finales del siglo xxx lo leyeron con entusiasmo. Fue uno de los santos patronos del movimiento surrealista, y ocupa un lugar destacado en el pensamiento de Breton. Pero fue la discusién que se desarrollé en torno de Sade después de 1945 la que lo consolidé. verdaderamente como punto de partida inagotable para toda reflexion 60 yadical sobre la condicin humana. Los documentos més sobresalientes de la revaloracién de postguerra que afianzaron esta modificacion extraordinariamente auc de la sensibilidad literaria francesa fueron el famoso en- sayo de Beauvoir, la tenaz y erudita labor biogréfica de Gilbert Lely, y escritos de Blanchot, Paulhan, Batai- lle, Klossowski ¥ Leiris que aém no han sido traducidos al inglés. La calidad y la densidad. terica del interés que los franceses dedican a Sade siguensiendo virtual- Thente incomprensibles. para los intelectuales ingleses ¥ norteamericanos especializados en literatura, para los Guales Sade es quiz un personaje paradigmatico en la historia de la psicopatologia, tanto individual como so- cial, al que no es concebible, empero, que lo tomen en serio como «pensador».) Pero Io que se oculta detrés de Histoire d’O no es s6lo Sade, con los problemas que é1 planteé y los que se plantean en su nombre. El libro también. hinca: sus raices en las formulas de'las novelas «libertinas» fran- cesas del siglo x1x, escritas con fines comerciales, que transcurrian tipicamente en una Inglaterra ficticia po- blada de aristécratas brutales dotades de enormes érga- nos sexuales y gustos violentos, y se cefifan a los moldes del sadomasoquismo. El nombre del segundo amante- propietario de O, Sir Stephen, rinde evidente tributo 4 la fantasfa de aquel periodo, lo mismo que Ja figura del Sir Edmond en Histoire de l'oeil. Y hay que sub- rayar que Ja alusién a un tipo estereotipado de bazo- fia pornografica se encuentra, como referencia literaria, exactamente en el mismo nivel que el ambiente ana- cronico de la accién principal, directamente copiado del teatro sexual de Sade. La narracién comienza en Paris (O se reine con su amante René en un coche y es le- yada de un lado a otro) pero la mayor parte de Ia accién posterior se traslada a un territorio més familiar y me- nos plausible: el castillo convenientemente aislado, amueblado con lujo y dotado de una numerosa servi- dumbre, donde se reine una camarilla de ricachones fa los cuales les proporcionan mujeres virtualmente re- ducidas a la condicién de esclavas, para que ellos las conviertan en objetos compartidos de su lascivia brutal € inventiva. Hay latigos y cadenas, mdscaras que los hombres se colocan cuando las mujeres comparecen ante ellos, grandes fogatas en el hogar, ultrajes sexuales in- La imaginacién pornogréfica 61 nombrables, flagelaciones y formas més ingeniosas de mutilacién fisica, varias escenas de lesbianismo cuando parece decaer la excitacién de las orgias que se desa- rrollan en el noes En sintesis, la novela llega pertre- mn algunos de los componentes del repertorio pornogréfico. nee _ gHasta qué punto podemos tomar todo esto en se- rio? Un resumen descarnado del argumento podria dar la impresién de que Histoire d'O no es tanto pornogra- fia como metapornografia: una parodia brillante. Aigo semejante alegaron en defensa de Candy cuando esta novela aparecié en Estados Unidos hace varios afics, después de vegetar' modestamente en Paris en la cate: goria de libro obsceno ‘© menos legal. Candy no era pornografia, se dijo, sino una tomadura de pelo, una satira ingeniosa de los convencionalismos de la na- rracién pornogréfica barata. A mi juicio Candy puede ser graciosa, pero sigue siendo pornograffa. Porque la pornografia no es una forma qué pueda parodiarse a st misma. La imaginacién pornogréfica prefiere, por su propia naturaleza, los convencionalismos estereotipados en materia de personajes, escenario y accién. La porno- grafia es un teatro de tipos, nunca de individuos. Una parodia de la pornografia, si tiene un Apice de autén- tica eficacia, seguira, siendo siempre pornografia. En verdad, la parodia es una forma comin de narracién rnogréfica. El mismo Sade la empleaba a menudo, invirtiendo las ficciones moralistas de Richardson en las cuales la virtud femenina siempre triunfa sobre la libidinosidad masculina (ya sea diciendo que no o mu- riendo después), En el caso de Histoire d’O seria mas correcto decir que «usa» a Sade y no que lo parodia, EI tono de Histoire d’O basta para indicar que cual- quier elemento del libro que se pueda interpretar como parodia o exhumacién de estilos antiguos —¢pornogra- fia para mandarines?— no es mas que uno de los varios elementos que forman la narracién. (Aunque hay des- cripciones detalladas de situaciones sexuales que abar- can todas las variaciones previsibles de la lascivia, el estilo de la prosa es bastante formal, y el nivel del Ienguaje es decoroso y casi casto.) Se erplean. compo- nentes del escenario de Sade para configurar la accién, pero el lineamiento basico de la accién difiere funda- mentalmente de todo lo que escribié Sade. Por ejem- 62 i bierto obra de Sade tiene incorporado un final abierto Plo. Gnio de inisaciabilidad. Les 120 journées ie So- dome es quizis el libro pomogréfico mis ambicioso que jamés se haya concebido (desde el punto de is de su escala): una suerte de tratado de la imaginacion pomogedfica, asombrosamente grandioso y desasosegan- te, aun en la forma trunca —parte narracién y parte li- breto— en que ha llegado hasta nosotros. (BI manus- crito fue rescatado por casualidad de la Bastilla desnuce de que a Sade le obligaron a dejarlo alli cuando ie trasladaron a Charenton en 1789, pero él creye hast el dia de su muerte que su obra maestra habia sido destruida durante el asalto a la pi m.) pade parece pilotar un tren expreso atestado de atrocidades que Janza por una via interminable pero ana. Sus aescrip- ciones son demasiado esquemdticas para ser. sensuales, Los actos ficticios. son, més bien, ilustraciones de sus ideas repetidas sin. tregua. Sin embargo, pensindolo mejor, estas mismas ideas polémicas se parecen mas 2 Jos principios de una dramaturgia que a.una tecria con- creta, Las ideas de Sade —sobre la persona como «cosa uu «objeto», sobre el cuerpo come maquina y sobre la orgfa come inventario de las. posibilidades idealment e infinitas de que varias méquinas colaboren entre si— parecen concebidas sobre todo para permitir una espe cie de actividad interminable, desprovista de cul mine cién y, en wltima instancia, carente de afecto. A la inversa, Histoire d’O tiene un movimiento. definido, una Jégica de los acontecimientes por contraposici6n al prin- cipio estdtico del catdlogo 0 la enciclopedia que enicon tramos en Sade. Este movimiento argumental se halla fuertemente apuntalado por el hecho de que, en casi teda la narracién, el autor tolera al menos un vestigio de ela pareja» (Oy René, O y Sir Stephen), unidad ésta que la literatura. pornografica generalmente repudla. se 'Y, desde luego, la figura de la misma. O es dis inte. Sus sentimientos, aunque se aferren insistentemente a un tema, tienen alguna modulacion y son descritos con minuciosidad. Aunque sea pasiva, O no se parece casi nada a esas bobaliconas de las ficciones de rm le gue. estén prisioneras en castillos remotos donde las ator: mentan nobles despiadados y sacerdotes satanicos: E es presentada, asimismo, como un personaje, activo: Ti teralmente activo, como en la seduccién de Jacqueline, La imaginacién pornografica 63 y lo que es atin més importante, profundamente activo en su propia pasividad. O solo se asemeja superficial- mente a sus prototipos copiados de Sade. En los libros de Sade no existe la conciencia personal, si se excep- nia la del autor. Pero O si tiene conciencia, y es ésta la que sirve como atalaya para‘contar su hisioria, (La narracién, aunque escrita en tercera persona, nunca se aparta del punto de vista de O ni entiende mas de lo que ella entiende.) Sade pretende neutralizar la sexua- lidad de todas sus asociaciones personales, presentando una especie de encuentro sexual impersonal, 0 puro. Pero Ja narracién de «Pauline Réage» muestra cémo O reacciona’ de maneras muy distintas (incluso con amor) ante diferentes personas, y sobre todo ante René, Sir Stephen, Jacqueline y Anne-Marie. Sade parece representar mejor los principales con- vencionalismos de la ficcién porno; En la medi da en que la imaginacién pornografica tiende a conver- tir a una persona en intercambiable con otra y a todas las personas intercambiables con objetos, no es funcio- nal describir a una persona tal como es descrita O: en términos de un cierto estado de su voluntad (que ella intenta desechar) y de su comprensién. La pornografia est4 poblada principalmente por criaturas como la Jus- tine de Sade, desprovistas de inteligencia ¢ incluso, apa- rentemente, de memoria, Justine vive en un estado de asombro perpetuo, y nunca aprende nada de las viola- ciones llamativamente repetidas de su inocencia. Des- pués de cada nueva traicién, se coloca en. condiciones apropiadas para volver a empezar, sin haber sacado ningin provecho de sus experiencias previas, pronta a confiar en el préximo libertino despético y a ver cémo éste la recompensa con una pérdida renovada de su libertad, con los mismos ultrajes y los mismos sermo- nes blasfemos en los que hace la apologia del vicio. Casi siempre, las figuras que desempefian el papel de objetos sexuales en la pornografia tienen mucho en comin con el protagonista . Como dice Paulhan, «el fervor de la herofia» es total- mente inexplicable én términos del vocabulario psiquid: trico convencional. También es necesario explicar hecho mismo de que la novela emplee algunos de los motivos y trucos t{picos del teatro sadomasoquista. Pero Mandiargues ha cafdo en un error igualmente simplista y apenas menos vulgar. Ciertamente, el vocabulario re- igioso no es la tmica alternativa a las equivalencias psi- uidtricas. Pero el hecho de que sdlo existan estas dos Alternativas esquematicas vuelve a demostrar que, no obstante la nueva permisividad de la que se hace tanto alarde, en esta cultura sigue imperando la arraigada de- nigracién de la magnitud y seriedad de la experiencia oe Seetn mi opinién personal, «Pauline Réage> escri- La imaginacion pornografica ‘79 bié un libro erético. ‘La idea de que el eros es un sacra- mento, implicita en Histoire d’0, no cs la «verdad» ocul ta detras del sentido literal (¢rético) del libro —los ritos lascivos de esclavizacién y degradacién a los que Gs pometida O-- sino, precisamente, una metafora de dicho sentido. ¢Por qué decir algo mas fuerte, cuando lo manifestado no puede significar realmente nada mds fuerte? Pero si bien la experiencia sustantiva que es- conde el vocabulario religioso es virtualmente incom- prensible para la mayoria de las personas cultas de nuestro tiempo, existe una devocién inalterable hacia la solemnidad de las emociones que se vertfan en aquel vocabulario, La imaginacién religiosa perdura para la mayorfa de las personas no s6lo como el principal mo- dele crefble de una imaginacién que se compromete de manera total, sino casi como el tinico modelo de este tipo de compromiso. No es extrafio, entences, que las formas nuevas o radicalmente renovadas de la imaginacién total que han aparecido en cl siglo pasado. —sobre todo las del ar- tista, el erotémano, el revolucionario de izquierda y el Icco— hayan usufructuado crénicamente el prestigio del vocabulario religioso. Y las experiencias totales, de las cuales existen muchas variedades, generalmente se captan, una y otra vez, como reverdecimientos o traduc- ciones ‘de la imaginacién religiosa. Una de: las principa- les tareas intelectuales del pensamiento futuro consis. tiré en ensayar la creacion de una nueva forma de explayarse en el plano més serio, vehemente y entusiasta, con independencia total del molde religioso. Tal como estan las cosas, cuando todo lo que va desde Histoire dO hasta Mac es reabsorbido en la incorregible super- vivencia del impulso religioso, todo el pensamiento y todo el sentimiento se degradan. (Hegel fue quiz quien realizé el mayor esfuerzo encaminado a forjar, a partir de Ja filosofa, un vecabulario postreligioso que contu- viera los tesoros de pasion y credibilidad y justeza emo- tiva acumulados hasta entonces en el vocabulario reli- gioso. Pero sus epigonos mds interesantes socavaron sistemAticamente el lenguaje abstracto metarreligioso en que él habia legado su pensamiento, y se centraron en cambio en las aplicaciones sociales y practicas especi- ficas de su forma revolucionaria de pensamiento dialéc- tico, el historicismo. El fracaso de Hégel se atraviesa en 80. el panorama intelectual como una mole gigantesca ¢ in- quietante, ¥ después de Hegel nadie fue suficientemente desmesurado, presuntuoso 0 enérgico como para reto- mar la iniciativa.) ¥ asf seguimos, zigzagucando entre nuestras variadi- simas opciones de imaginacidn total, de especies de seriedad total, QuizA la repercusién espiritual mas pro- funda del desarrollo de la pernografia en la etapa «mo- derna» y occidental que abordamos aqui (la pornografia en Oriente o en el mundo islamico es muy distinta) re- side en esta inmensa frustracién que experimentan la pasién y la seriedad humanas desde que la antigua ima- ginacién religiosa, duefia de un monopolio seguro sobre Ia imaginacion total, empez a desmoronarse en las postrimerias del siglo xvitr. La ridiculez y la ineptitud de Ia mayoria de los textos, peliculas y pinturas porno- graficas salta a la vista de cualquiera que los haya co- nocido. Lo que’ se capta con menos frecuencia en los productos tipicos de la imaginacién pornografica es su patetismo. La mayor parte de las obras pornogritficas sin excluir los libros aqui analizados— pone de relieve algo mas general que el simple dafio sexual. Me refiero a Ja incapacidad traumatica de la sociedad capitalista mo- derna para suministrar auténticas vias de desahogo a la perenne vocacién humana por las calenturientas obse- siones visionarias, para satisfacer el apetito de formas sublimes de concentracién y seriedad que trasciendan el yo. La necesidad de trascender «lo personal» que ex- perimentan los seres humanos no es menos profunda que la necesidad de ser persona, individuo. Pero esta sociedad satisface muy mal dicha necesidad. Suministra sobre todo vocabularios demoniacos en los cuales si- tuarla y a partir de los cuales se inicia la accién y se elaboran ritos de comportamiento. Nos ofrece optar entre vocabularios de pensamiento y de accién que no son s6lo autotrascendentes sino también autodestruc- tivos. 6 Pero Ja imaginacién pornografica no se debe entender sdlo como una forma de absolutismo psiquico, algunos de cuyos productos podriamos contemplar (en el papel La imaginacion pornografica 81 de peritos y no de clientes) con més simpatia, curiosi- dad intelectual o refinamiento estético. En este ensayo he aludido varias veces a la posibili- dad de que la imaginacién pornografica diga algo que valga Ja pena escuchar, aunque nos lo exprese de una manera envilecida y a menudo irreconocible. He sub- rayado que esta forma espectacularmente comprimida de la imaginacién humana tiene, sin embargo, su acceso peculiar a una dosis de verdad. Bsta verdad —sobre la sensibilidad, el sexo, la personalidad individual, la de- sesperacién, los limites— se puede compartir cuando se traduce én arte. (Todos, por lo menos en suefios, han habitado el mundo de la imaginacién pornografica ‘du- rante algunas horas 0 dias 0 incluso. perfodos mas extensos, pero s6lo los. que residen en él permanente- mente elaboran los fetiches, los trofeos, el arte.) Este discurso. que podrfamos. definir como la. poesia de la trasgresién también es conocimiento. El trasgresor no s6lo viola. una norma. Va adonde los demés no van y sabe algo que los demas no saben. La pornografia, considerada como forma artistica, productora de arte, de la imaginacién humana, es una expresién de lo que William James Iamé «mentalidad morbosa». Pero James seguramente estaba en lo cierto cuando completaba la definicién de la mentalidad mor- bosa con el aserto de que ésta abarcaba «una escala de experiencias mds vasta» que la mentalidad sana. ¢Qué cabe decir, empero, a las muchas personas sen- satas y sensibles que consideran deprimenie el hecho de que én lostltimos afios se haya puesto al alcance de los muy jévenes toda una biblioteca de materiales de lectura pornograficos, en ediciones de bolsillo? Pro- bablemente cabe decirles lo siguiente: que su preocu- pacion esta justificada, aunque tal vez sea despropor- cionada, No me dirijo @ los quejosos crénicos, a aque- Nos que opinan que puesto que el sexo es al fin y al cabo procaz, también lo son los libros que se regodean en él (procaces en el sentido en que aparentemente no Jo es un genocidio que se proyecta todas las noches por televisidn). Pero atin existe una apreciable minoria que objeta la pornografia o le tiene repulsién no porque la crea procaz sino porque sabe que puede ser un arma para las personas que sufren aberraciones psiquicas y un medio para envilecer a los moralmente inocentes. 82 Yo también le tengo aversion a la pornografia por estas razones, y me inquietan las consecuencias de su cre- ciente difusién. gPero Ia preocupacién no esté un poco descaminada? ¢Qué es lo que esta verdaderamente en juego? La preocupacién por los usos del conocimiento. En cierto sentido todo conocimiento es peligroso, porque no todas las personas se encuentran en las mismas con- diciones ‘como conocedoras reales 0 potenciales. Quiz la mayoria de las personas no necesitan «una escala de experiencias mas vasta». Puede suceder que, sin una preparacién psicoldgica sutil y de gran magnitud, cual quier expansion de la experiencia y la conciencia sea destructiva para la mayorfa de los individuos. Enton- ces deberiamos preguntarnos qué es lo que justifica la confianza temeraria e ilimitada que depositamos en la actual difusién masiva de otros tipos de conccimiento, y_ qué es lo que justifica la aprobacién optimista que dispensamos a Ja transformacién y ampliacién de las aptitudes humanas mediante el empleo de maquinas. La pornografia no es ms que una de las muchas mercan- clas peligrosas que circulan por esta sociedad y, a pesar de su falta de atractivo, es una de las menos ietales, de las que menos cuestan a la comunidad en términos de sufrimientos humanos. Excepto quizd dentro de un pequefio cendculo de escritores e intelectuales france- ses, la porncgrafia es una vertiente ignominiosa y harto despreciada de la imaginacién. Su baja categoria es justo la antitesis del considerable prestigio espiritual del que disfrutan muchos elementos inmensamente mas perjudiciales. En ultima instancia, el lugar que asignamos a la por- nografia depende de las metas que fijamos a nuestra propia conciencia, a nuestra propia experiencia. Pero es pesible que si A elige una meta para su conciencia, no le guste que B adopte la misma, porque juzga que B no tiene suficiente competencia, experiencia o sutile- za. Y es posible que B se descorazone e incluso se in- digne si A abraza las ideas que él mismo profesa, por- que cuando las sustenta A se vuelven presuntuosas © superficiales. Es probable que esta crénica desconfianza reciproca ante las aptitudes de nuestro projimo —que sugiere, en la practica, una jerarquia de competencias respecto de la conciencia humana— nunca se resuelva para satisfaccién de todos. ¢Cémo podria resolverse, La imaginacién pornogréfica 83 mientras sea tan desigual la calidad de la conciencia humana? En un ensayo que dedicé hace algunos afios a este tema, Paul Goodman escribié: «El problema no gira en torno de Ia existencia de la pornografia, sino en tor. no de su calidad. Esta es la pura verdad. Y se podria ampliar mucho el alcance de esta reflexién, El proble- ma no gira en torno de la exisfencia de la conciencia © del conocimiento, sino en torno de Ia calidad de la conciencia y del conocimiento. Y esto invita a meditar sobre la calidad o el refinamiento del sujeto humano, el mas problemitico de todos los patrones. No parece errado afirmar que la mayoria de los miembros de esta sociedad que no estén activamente locos son, en el me: jor de los casos, lundticos reformados o potenciales. ¢Pero acaso se presume que alguien deber4 actuar sobre la base de este dato, o incluso deberd convivir auténti- camente con él? Si tantas personas hacen equilibrios so- bre el filo del asesinato, de Ja deshumanizacién, de la deformidad sexual y de la desesperacién, y si nosotros debiéramos actuar guidndonos por ello, habria que apli- car una censura mucho més drastica que la que ima- ginaron jamds los indignados enemigos de la pornogra- fla. Porque de ser asi, no sélo la pornografia sine todas las formas del arte y del conocimiento serios —en otras. palabras, todas las formas de la verdad— son sospe- chosas y peligrosas. (1967)

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