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LA.RELACION DE MICHOACAN SU IMPORTANCIA ARTISTICA POR MANUEL TOUSSAINT EENTRE los documentos conocidos con el nombre de cédices post-cor- tesianos descuella la Uamada Relacién de Michoacén, No séto por su valor histérico ya que, como es sabido, se trata de la fuente més autorizada ‘para Ja historia del Michoacdn anterior a la conquista, sino por otros aspec- tos, este libro es de interés primordial en- nuestra bibliogratia. ‘Lastima es, y grande, que no poseamos una buena edicién de tan valioso eédice, pues las dos que existen han reproducido el original con sus enormes defectos de encuadernacién, al grado de que es dificil darse cuenta de como fué la obra en tm principio. Las bellisimas léminas que adornan el cédice sélo fueron reproducidas en la segunda edicién (Morelia 1903); pero sa- cadas de dibujos que en nada se parecen al original, de modo que, al com- Parar estas pobres estampas, mal fotograbadas en medio-tona y solo en negro, con las sorprendentes miniaturas de vivos colores que ilustran el ma- nuscrito original, no sabemos si declinar a risa nuestra primera indignacién, El doctor don Nicolas L,eén, michoacano ilustre ya desaparecido, hizo un estudio bibliogratico bastante completo de esta joya histérica en la Revista Mexicana de Estudios Histéricos (‘Tomo ¥, N® 5). Da alli todos los datos necesarios para conocer el origen y vicisitudes porque’ pasé el ma- ‘nuscrito, e indica los errores de compaginacién de las ediciones impresas, y la manera de corregirlos. Esto nos ahorra la tarea de hacer mas disquisicio- 3 nes acerca del asunto. Sélo vamos 4 ocuparnos de la Relacién desde el punto de vista plistico, de la calidad de sus cuarenta y cuatro ldminas. Utilizamos para ello las mismas calcas ficlmente iluminadas que us el Dr. Leén y agradecemos pitblicamente a su. poseedor, don Federico Gémez de Orozco, que nos haya permitido estudiar a nuestro sabor esta obra de arte. ee Por su asunto, las kiminas del cédice nos narran con viveza apasionante, todas las costumbres, los ritos y las aventuras histéricas de los pueblos michoacanos. Alli aparece desde la genealogia de los seforéS del pais des- pectivamente Mamados después Calcomtsis, hasta la legada de log espafioles. Los sactificios a jos dioses, Ja guerra a los enemigos, los matrimonios, las enenfistades de los patientes, todo va pintado, subrayanda Jas pasiones humanas y poniendo toques de sentimiento delicado como, cuando Tarié- curi se da cuenta de que su mujer ls es infiel, liviana y facil para otros hombres. Podriamos resumir iuestras ideas acerca del valor de este docu- mento diciendo que es mds bello que el-Cédice mendocino y tan interesante coms el Cédice florentino de la monumental historia de Sahagin. El cédice pertenece pues al grupo mixto que hacen los bibliégrafos en sus disquisiciones: trata de asuntos histéricos, religiosos, legales y de cos- tumbres. Un tema le falta que se hacia el mas necesario a los conquistadores de la época en que fué escrito: la némina de tributos. Pero es que no exis- tian acaso en el pais michoacano, dada su unidad politica y civil, como abun- daban en la enorme zona dominada por el pueblo azteca. Los asuntos histéricos comprenden principalmente la narracién de la vida del gran Taridcuri y sus hijos y parientes. La parte religiosa nos ensefia. cémo se dividian los oficios del culto, desde el gran sacerdote llamado Petémuti hasta los ministrites que tafian los atabales (ateparba) y las cor- netas (pinsacucha). Esta lamina muestra a. los sacrificadores (avamentia) ; a los que tenian asidos por los pies a las victimas (popitrecha) ; a los que Jos levaban arrastrando; a los que incensaban (cuxifiecha) ;.a quienes le- vaban a cuestas a los dioses, tedforos, que dirian los griegos y que en su idioma se Hamaban teinimeschi, Como la guerra estaba santificada en estos pueblos, habia unos sacerdotes especiales “que hacian la cerimonia de la guerra” y eran designados con el nombre de cuiripecha. La Seceidn legal esta unida a lo religioso y a las costumbres: asi vemos que trata De le justicia general que se hacta: De la gabornacién que tenia y tiene esta gente entre si; De la justicia que hacta el Cazonsi; De la muerte 4 seperba parfe. :7 URE | thc tossecoms faactie cancatee) ear Me erate as on » WE amrepasa sve em Fn pw Vpn Ga Jemerbors Latte goth pera eS Ujdvuafiefta Yamada % qnata consqnaao que qinexe gesix zelas Flechas (wego el sigmente aia Bespu 2 Bela festa haziase Juft! selos mal hechexes qneavian $180 rrebel 25/0990 besientes w hechavan los atoses pre £98 enna cargel grande 9 a Pa ¥n guacelere Sipn ta dopa ifucadallos x eran estos los qnednatroveses dyiande xaSo te tres letia pean los Giaba mans ati ento xesen late qnienladexava ees 8 is ones quan so el Gagner en, 1 tosala province que bray 1 finer le Pechavar peso, RELACION DE MICHOACAN Los sefiores asisten al castigo de los criminales 5 oo ee del cacique y cémo ponian otros. La muerte del Calzonzi est rescfiatada con cuidado, pero esto pertenece ya al campo de las costumbres. La estampa nos ensefia al sefior en su lecho de muerte radeado de nobles y familiares; como Je cubren con una rica manta roja; le ponen en el rostro una mascara de turquesas, lo colocan sobre unas andas, con su pectoral azul, su arco y sus flechas en um carcax de piel de pantera; tiene, ademas, un mosquitero 0 abanico de plumas verdes. Asi lo Hevan, en cortejo solemne, por la ruta que han batrido previamente. Delante van los que tafien las trompetas y los caracoles marinos, precedidos por un indio que Neva uno a manera de es- tandarte. Siguen los que van cargados de bastimnentos; después las andas del cadaver, sus mujeres, y al fin la tropa de guerreros. EL cuerpo es en seguida incinerado ; las mujeres loran, hay esclavos a quienes sacrifican con porras para que sirvan a su sefior en el més alld. La escena final es la in- humacion: un indio leva a cuestas los despojos: las cenizas del Jefe, la mis- cara de turquesas que parece cubrir otra de oro, su tocado com el airon de plumas, el pectoral, las armas, un disco, al parecer de oro, que forma el cuerpo del difunto. El todo es depositado en una gran olla, al sén de Jas trompetas que tocan los ministriles. Un arroyo de sangre baja por los pel- dafios del templo. Mas importante es acaso la parte que trata de Jas costumbres. Aqui nos dicen cémo se casaban los sefiores y cémo Jo hacian los plebeyos; cémo com- ‘batian a sus enemigos y les destruian sus haciendas y sus personas al entrar en las poblaciones a fuego y sangre. Las platicas que hacian y los agieros que consultaban. Los dioses Noran y se afligen cuando conocen Ia Megada de los espafioles con sus nuevas deidades a su pais. Es una verdadera escena de ballet: las mdscaras verdes, azules, amarillas y rojas; tos tocados fantis- ticos, de asiatismo recéndito, ora abiertos en plumeria de abanicos, ora en- corvados como penachos, ya como turbantes de pieles de fieras 0 como go- tras europeas; los trajes de telas diversas de que se visten los dioses ¥ los mismos sacerdotes, todo nos traslada 2 un mundo nuevo en que el sentido de la plastica es mas vivo y el de la decoracién insuperable. _ Dos laminas hay que nos ilustran acerca de la civilizacién prehispé de Michoaciin, més que muchos libros impresos: las que nbs presentan a los artesanos y oficiales. Frente a su casa csta sentado ¢l Calzonzi, mds acd su gobernador o azatécuri y alrededor se agrupan los trabajadores, en, pe- quefios miicleos de seis o siete personas, con el atributo principal de sti oficio. Alli vemos a los agricultores o mayordomos de sementeras teretava zatati, con una eafia de maiz florecida y fructificada por emblemma; los tejedores de mantas y algodén, lamados pisud vandari tienen un telar y madejas; los 6 RELACION DE MICHOACAN La Megada de los espafioles plumajeros, usquesencurcha; los pintores se llaman caracha y los canteros cacacka; los pescadores varucha y quicocha los cazadores. Alli se sientan los carpinteros, con una hacha de cobre por simbolo, y su designacién es tecacka, Los pellejeros, con un pedazo de cordobén rojo en las manos, se apellidan crzutha y los que hacian arcos para flechas quemingueucka. Los montaraces, los que traen a vender yerbas selvaticas, se apodan pucuriquacha. Todos estos aparecen vestidos con unos a modo de hdbitos largos. La otra Jamina presenta grupos de operarius mas humildes 0 que, por su oficio, necesitan de menos vestimenta: todos estén desnudos con un ta- Parrabos en Ja cintura. Ostentan el signo de su trabajo pero no llevan las Pintorescas designaciones indigenas. Estan aqui los que hacen esteras, con un fragmenta de ellas en las manos y sin su nombre castellano como los otros, Los que tienen el oficio de alférez, con uma gran bandera de carrizo y pa- pel de color; los que hacen guirnaldas y coronas, con la yerba y las flores; los que suben a los altos, su escaleta al lado; los mercaderes ofrecen plumas Ticas, y comestibles; los zapateros, que también hacen correas; los carteros que llevan un bastén con un papel escrito en su extremio; los plateros tra- bajan en su oficio; el que usa cl soplete esté desnudo por “amor del fuego” ; hay alli una bola de oro y dos piezas, orejetas o pinjantes, ya terminados ; los curtidores, con su piel tirante en el bastidor y un par de calzado de cuero Tojo; los que dan de comer; con un cesto rebosante de huevos; los nava- jeros que saben separar las hojas de obsidiana, tzinapu, y otros que sefialan una bola de fuego sin decirnos cual es su trato, En. medio de los grupos, tres personajes desnudes, uno noble porque Heva el angdmekua o bezote de turquesa en los labios. Son quizis los alcaldes de estos trabajadores. Pues si de las costumbres que usaban estos hombres pasamos al estudio de los objetos reproducidos en el cédice, es muchedumbre Ja que nuestra curiosidad se ofrece. La indumentaria puede set apreciada integramente, desde el virrey don Antonio de Mendoza cuyo traje talar amarillo blasona Ja cruz de Santiago ; ef humilde fraile descalzo que le presenta el libro maravi- Mloso; et descendiente de los gobernantes ridiculamente vestide ya a la euro- Pea; los sttmos sacerdotes atm ataviados a la usanza indigena y con su in- Signias correspondientes, hasta ¢l ultimo plebeyo que aparece en el libro, todos repraducen sus vestimentas con toda clase de detalles. Describamos, no mis, por importante y hermosa, la figura del sacerdote mayor de fa Témina 19, Lleva un traje corto, color de vino, con ornatos de plata y sandalias ro- jas; un pectoral de oro en forma de hacha abierta con volutas. Una correa cifie su frente formandole una especie de turbante. Sus insignias son, ade- mas del pectoral, una lanza con gran borla yun bule, 0 calabazo seco incrus- ? RELACION DE MICHOACAN Trabajadores y artistas 8 a Cflesfin les facor dots yicfftales ales cS ‘Ga RELACION DE MICHOACAN Los sacerdotes y empleados de los templos 9 tado de turquesas y con dos grandes bandas al parecer de ora con tres lineas. rojas por ribete. El angdmekua o besote de turquesa en su barba bajo el labio inferior, indica la nobleza de su estirpe. También lo usan los sefiores © caciques que van vestidos con grandes tinieas a cuadros, gastan gorras, que cuelgan hacia atris como turbantes, mientras fuman deleitosamente en unas originales pipas, de cabo largo y dos patitas en su cazoleta que per- miten poneflas sobre una mesa sin volcar su contenido. Todos eltos ocupan banquillos de tres patas y asiento céncavo, caracteristicos de Michoacan, pues se repiten por diversos lugares del libro y algunos ostentan labores coloridas de laca, como las jicaras, que en algunas casas cuelgar. unas sobre otras, La arquitectura encuentra las casds, cériodas esas cof una estancia y¥ una terraza, techadas ambas de palma, con fajas de colores en lo alto por adorno y sarapes a los lades de su puerta, como cortinas; templos que sor como piramides, con su escalinata al centro y su santuario techado también de palma en lo alto, Los techos de algunas casas parecen ctipulas, asi de altos y redondeados se ven. A veces aparecen femascales como los de México. Las armas que usan son arcos y flechas, rodelas pequefias, porras, pero reproducen también armas europeas, como la ballesta, la espada y la adarga que envié el sefior de México al Calzonzi para pedir su ayuda, deliciosamente interpretadas. 1.08 objetos de uso doméstico, los comestibles, los cacharros, las hachas, Ja escoba con que barre la recién casada; los animales que empleaban y cazaban o pescaban, todo esta fielmente reproducido. Asi pudo ser captado un momento de la vida de aquellos pueblos para entregérsenos por completo, en toda su pureza y con intensidad que nos Mena de asombro. Si se toma en cuenta la fecha en que fué escrita y dibujada la Relacién de Michoacdn, de 1538'a 1539 segtin el Dr. Leén, hay que convenir que, artisticamente, representa un esfuerzo notable. Cualidades tiene que no son superadas ni por las obras maestras del género inclusive el famoso Liertso de Tlaxcala. Ningin artista como éste sabe, por ejemplo, agrupar miulti- tudes. Los combates del Lienso se deslizan entre unos cuantos guerreros, pero la dificultad de aprisionar el aspecto de las muchedumbres no ha sido vencida. En la Relacién, en cambio, cuando es necesaria, hay danzas de mul- titudes que nos impresionan por eso, par la muchedumbre que vive y acciona. 10 Asi es la lamina 6 Como destruian o combatian los pueblos. El jefe arenga a su e@jército, a un verdadero ejército que después se lanza al implacable combate. . . Otra cuslidad unica ‘de la Relacién es Ia vitalidad. Sus personajes obe- decen, como a conjuro magico, ai pincel de éste creador de vidas y siguen su destino irremisiblemente, desempefiando el papel que el taumaturgo quiso darles. Nada hay sobrante, todo es necesario, hasta los espectadores que Ponen un testimonio de veracidad a lo que el historiador-artista quiere na- rrarnos, Su dibujo es ingenue y recurre no pocas veces al conyencionalismo como buen indigena que era. Mas que formas parece muchas veces reproducir actitudes y siempre podemos apreciar Jas pasiones escondidas en las lineas de sus figuras, como un mévil interno. Estiliza como en todo el arte aborigen pero sus estilizaciones son me- nos frecuentes y menos burdas que en los cédices de origen azteca. Las montafias aparecen bien representadas, no como un signo, el tépetl nava. Los rios y los lagos tampoco flevan la estilizacién de las olas, cara a los Hacuilos de México, ‘Tampoco aparece el signo de la palabra, porque sus Personajes hablan o Horan, su actitud nos lo dice sin necesidad de ese sub- terfugio. Los Arboles y las plantas estan representados con fidelidad no desprovista de gracia y lo mismo acontece con los animales que no aparecen simplemente como glifos. Su técnica es primitiva: parece haber dibujado sus figuras con pluma Sobre papel europeo y después iluminddolas a la aguada. Los arboles a veces, y ciertos detalles del paisaje, estan hechos sueltamente a la acua- rela. Algunas figuras secundarias aparecen sin color y es en esto donde Vemos una imperfeccién porque ciertas laminas resultan asi incompletas © descuidadas, junto a otras en que el acabado es mayor. En los personajes de nota empasta sus colores y en los que no lo son los diluye, pero busca Mmatizarlos y sombrearlos y no pone colores planos sistemdticamente como en otras pinturas indias. También ¢s notable su esfuerzo por obtener perspectiva. No que siem- Pre lo consiga, o que fleguc a usar de nuestra convencional manera de res- Petar la profundidad. Generalmente recurre al arbitrio que emplearon todos. las artistas primitivos: las figuras -mds bajas ocupan el primer término y las mas altas los términos lejanos. Pero a veces disminuye el tamafio de sus figuras altas y representa el pavimento con verdadera profundidad. Pocas de sus estampas dan la impresién de que sus personajes estin en an solo Plano, li Logra, cémo no, el mas amplio efecto decorative en sus creaciones. EE Grbol geneaidgico de ios Jejes de Michoacén es una bella pieza decorativa ¥ otras hay, La Muerte del Caizonzi. Los dioses afligidos por los agiteros. La eleccién de nuevos seiores. La legada de los espafioles. La guerra qué hacian, entre otras muchas, que desearfamos ver reproducidas en grandes. muros, pintadas al fresco, para ornamento y ensefianza, en los nuevos edi- ficios que se construyen en Michoacan. Seria un homenaje a la raza, en Jo que de mas puro y noble tiene. Mas, si dejamos este campo formalista y externo y nos hundimos en las. Profundidades emotivas de estas pinturas, jqué honda y limpida corriente fluye de sus seres! Todos se mueven, accionan impulsades por un fin o Por una pasién. ‘Taridcuri es victima de los mas encontrados sentimientos. cuando conoce Ja liviandad de su mujer; sentado solo ante el fuego, sus armas colgadas de un Arbol, revela bien el estado de su espiritu: la ira agu- zada por la vergiienza y Ja ridiculez que lo cubren. Ella, entre tanto, retoza. ton dos hombres. La misma pasién tifie suavemente todas las escenas de este libro: como si sus personajes, sabiamente adiestrados, tomaran parte. en la gran tragicomedia, que es la vida, pero no pudieran substraerse al amévil interior que, dentro de la disciplina necesaria, le da a cada uno un matiz diverso, eu su actitud o en su intencién discretamente esbozada. Mas si ellos, criaturas suyas, logran ese chispazo de vida, jcudl no sera la emocién de este artista que narra, obligado, la historia del derrumbamiento de su civilizacién y su raza! La delicadeza con que trabaja, con que procura aprisionar lo que ha visto, lo que es preciso hacer imperecedero, nos Hega @ lo mas intima de nuestra sensibilidad: hay laminas veladas de tristeza y otras que parecen un desgarramienta de ira. Notable es por su sabor psicologico la estampa en que aparecen ya los guerreros hispanos. Ellos cabalgan en una ruta marcada de huellas humanas, como si las herraduras de sus ca- ballos fuesen ya una profanacién. El sefior despacha mensajeros acompafiados. Por un cargamento de presentes, en tanto que el pueblo huye, unos en canoas ‘presuradamente, otros a esconderse entre los matorrales y los magueyes, con sus hijos a cuestas, con sus animales y sus cosas, estrechandolos contra el pecho, Tal si quisiera dar a entender que aquel nuevo suceso iba a pri- vatlos de su hacienda, de sus scres queridos, de todo, mientras el paisaje sonrie impasible, con ia misma placidez, a vencedores y a vencidos. Asi se acaba este libro admirable. . 13 Fueron siempre los de Michoacén grandes pintores, Los frailes utfli- zaron su aptitud para decorar iglesias y conventos que muestran atin ese arte delicada e. ingenuo de los monasterios del siglo XVI. La tradicién se perpetué y consta que en 1600 habia grupos de pintores en gran actividad. Entre los manuscritos ilustrados con laminas pocos son los conocidos, pero ninguno de ellos, mi el famoso lienzo de Jucuéécafo que tan diversas inter- pretaciones ha suscitado, Megan a tener el valor plistico dé la Retacién de Michoacan, En cuanto a las ilustraciones que acompafian la Crénica de Beaumont y que, segiim este autor, le fueron dadas por los indigenas de ‘Tzintzuntzan, no resisten la-comparacién. Estos indigenas michoacanos ves- tides a la romana, estos diablos tan temibles que pueden espantar a los nifios, se encuentran tan lejos de nuestros personajes de la Relacién que pensamos que, o Beaumont fué victirna de una supercheria ya que le dieron ‘obras pintadas en st propio tiempo y que él tomé por antiguas, o que él mismo quiso urdir una patrafia mandando pintar las ilustraciones com- probatorias de sus hipétesis histéricas. ‘Todo pudo haber sucedido. Pero nada es capaz de borrarnos la impresién que nos ha catisado este viejo cédice que aviva en nosotros el deseo de verlo impreso, para que todos gocen de la ingenuidad de su arte y de las curiosas narraciones que entre sus paginas viven aprisionadas. 4

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