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Íñigo Errejón, ¿el Fusaro español?

· La polémica intelectual de la temporada es la publicación de varios textos de Diego Fusaro, el pensador de


izquierda acusado de tener varias ideas de derecha.
· En realidad, encuadrado en la teoría nacional-popular, su análogo electoral español sería el espacio
errejonista 'Más País'.
· Respondemos aquí a las críticas de Garzón, Maestre, Tena, Sidera, Xandru, Forti, Rodríguez y Alabao...

1.-La izquierda del trabajo y la derecha de los valores

El argumento central de Diego Fusaro es que los más poderosos tienen hoy ideas “de derecha”
(competición, desregulación, privatización, despolitización...) pero ciertos valores “de izquierda”
(globalismo, libertinaje, radicalismo, sin-fronterismo...), por lo que nosotros deberíamos oponerles el
modelo contrario: ideas “de izquierda” (trabajo, derechos laborales, sentido social de comunidad, bien
general, solidaridad...) y valores ocasionalmente considerados “de derecha” (estado nacional, familia,
honor, trascendencia, eticidad...). En palabras de Carlos Fernández Liria, sería necesario un cierto
conservadurismo contra "los más poderosos y ricos del planeta, que son ahora los subversivos, nihilistas,
anarcoides; están dispuestos a acabar con las instituciones que sostienen una vida digna, convertir el
planeta en un desierto, especular con la alimentación, demoler el estado de derecho". La política necesaria
para el mañana consistiría entonces en "ser radicales anticapitalistas para poder ser conservadores" o, en
términos del genial Santiago Alba Rico, ser “revolucionarios en lo económico y conservadores en lo
antropológico”.

Íñigo Errejón lo desarrolla magistralmente (Le Figaro, 2018): “Contrariamente a cierta idea
progresista, las grandes movilizaciones tienen vocación de defender conquistas previas, antes que algo
nuevo. Se baten por instituciones, derechos, conjuntos jurídicos de los que la población se siente heredera
porque ya ha evaluado los beneficios que comportan. Incluso las utopías más avanzadas en reparto de
riqueza y poder se han apoyado siempre sobre mitos o confesiones del imaginario popular; por ejemplo,
tenemos la similitud entre ciertas metáforas socialistas e ideas del pensamiento cristiano. Cierto
pensamiento liberal cree que el progreso debe ser lineal, sin lazos con el pasado. Ahora bien, cuando
apelamos a sentimientos, ideas, prejuicios o mitos que están ya en el imaginario colectivo, entonces incluso
las revoluciones más rupturistas se vuelven posibles. Las revoluciones son siempre una negociación con el
pasado, incluso cuando quieren hacer tabla rasa con lo que las ha precedido. Yo no creo que haya una
dicotomía entre el progresismo y el conservadurismo”. Tanto Errejón como Fusaro desarrollan aquella
descripción de Walther Benjamin de la revolución como freno de mano contra una Historia desbocada.
En este sentido, Fusaro señala que es imprescindible disputarle a la derecha (neo)conservadora
conceptos básicos de la existencia humana, como son: la defensa de las familias, la protección del mundo
rural, la idea social de patriotismo (volveremos a ello en el punto 2), la atención a autónomos y pequeños
empresarios (punto 3) y el sentido de seguridad. Se trata de aquello que César Rendueles ha bautizado
acertadamente como 'los nichos vacíos': campos políticos que la derecha (más o menos extrema) pretende
ocupar, y a los que la izquierda (más o menos extrema) tiende a renunciar. Reclamar provechosamente
estas áreas requerirá, de nuevo según Alba Rico, leer “con interés a Michea o Fusaro, a los que no hay
meter en el mismo saco, salvo porque reprochan a la izquierda un abandono de la decencia y sentido común
-con lo que estoy completamente de acuerdo-", lecturas necesarias para poder vencer "contra el capitalismo
soltero y contra las izquierdas del elitismo obrerista y el elitismo cosmopolita".

Sobre el primer 'nicho' mencionado, aquel de las familias -que no desarrollaremos aquí-, la
izquierda posee abundante material valioso: desde el reciente texto de Diana López Varela, 'Maternofobia:
Retrato de una generación enfrentada a la maternidad' (también existen interesantes defensas de la
paternidad como 'El gesto de Héctor' de Luigi Zoja), hasta las excelentes reflexiones de Clara Serra acerca
del ámbito familiar como espacio anticapitalista. Todos ellos beben del clásico 'La familia: refugio en un
mundo despiadado', del comunitarista Christopher Lasch. Leemos del prefacio una frase sobre su
argumentario familiar, que bien podría definir todo el pensamiento de Fusaro: "alabado por la derecha que
no comprende sus auténticas implicaciones políticas, condenado por la izquierda infantil, recibido por el
centro con incomodidad".

Sobre el último 'nicho' mencionado, aquel de la seguridad, queda también inmejorablemente


expuesto por Errejón: “El neoliberalismo ha provocado una desorganización masiva de nuestros países en
todos los niveles. La gente ha sido despojada de toda identidad sólida proveedora de certidumbres.
Nuestras pertenencias sociales están altamente fragmentadas y quebradas. Frente a esta desorganización
que no beneficia más que a una ínfima minoría, el mayor cambio que puede haber es el del orden. Es un
error progresista haber dejado a los conservadores el monopolio de la idea de orden, de estabilidad social
y de continuidad. Es el orden entendido en el sentido de comunidad”. En el acto central de Más Madrid se
recalcó que “son las familias trabajadoras quienes necesitan orden y normas; los que no necesitan
seguridad son los privilegiados que pueden recurrir a sus agendas telefónicas, apellidos ilustres o herencias
millonarias”. Tampoco desgranaremos aquí este punto -que ha sido interesadamente magnificado-, pero
baste decir que la seguridad incluye luchar contra "las mafias que trafican con personas y estafan
aprovechándose de la desesperación, actuando con la lógica del mercado" (Jorge Moruno), evitando lo que
Antoni Domènech llama “la tentación neoanarquista de la nueva izquierda" contra las fronteras, y lo que
Chantal Mouffe (referente francesa de Errejón) denomina "la ilusión neoliberal de los no-border".

Todo esto que, en principio, resulta de sentido común para una mayoría de personas, es como un
arcano incomprensible para las mencionadas mentes de 'izquierda infantil' y 'progresismo errado': dice
Xandru Fernández que ha “buscado a lo largo y a lo ancho” de los textos de Fusaro “alguna idea de
izquierda, pero no la he encontrado; de derechas he encontrado un montón". ¿Quizás se deba a una
ignorante incapacidad para reconocer otras ideas de izquierda, desde el nuevo 'protectionnisme social' del
francés Mélenchon, hasta el antiguo 'compromesso storico' del italiano Berlinguer, pasando por el 'blue
labour' del británico Miliband? Lo mismo parece ocurrirle a Alberto Garzón, coordinador federal de
Izquierda Unida, que sólo percibe en Fusaro una “visión estrecha” que relaciona con "melancolía y
mediocridad", "consignas oxidadas" y un proyecto “incapaz de elaborar ningún análisis material del
presente". Releyendo estos comentarios, solamente añadiremos -con Mateo 12:34- que a menudo hay
quien señala en los demás aquello que mejor los definiría a sí mismos.

Pero debe quedar claro: Fusaro no cree que 'izquierda' y 'derecha' ya no signifiquen nada por causa
de 'El fin de la Historia' (Fukuyama) o por un 'Crepúsculo de las ideologías' (Fernández de la Mora) -pobres
autoengaños de liberal ensoberbecido y conservador acomplejado-. Muy al contrario, el eje izquierda-
derecha será transmutado por un 'reinicio de la Historia' en el nuevo eje horizontal nación-globalismo, y
por una 'aurora de las ideologías' en el nuevo eje vertical democracia-oligarquía. Costanzo Preve (maître à
penser de Fusaro) ya pronosticaba la irrupción del conflicto entre las diversas comunidades orgánicas y un
gran colectivismo mecánico; el propio Fusaro actualiza la profecía describiendo también un enfrentamiento
conjunto de las grandes masas de siervos modernos contra los nuevos señores feudales. Revisemos ambas
novedades axiales en los puntos 2 y 3.

2.- Sólo los ricos pueden permitirse el lujo de no tener patria

Fusaro y Errejón tienen en común el haber estado más cercanos a las modernas experiencias
nacional-populares hispanoamericanas y mediterráneas que al eurocomunismo y 'socialismo real' del siglo
pasado, así como un interés más centrado en el amplio mundo de la filosofía política nacional y europea,
que en el estrecho margen de la ortodoxia revolucionaria izquierdista. En palabras de Hanna Arendt, no
están en la brecha que hay entre Marx y Stalin, sino en la línea que remonta a Marx hasta Aristóteles. Esto
hace que errejonistas y fusaristas coincidan en lo esencial: buscar el encaje de la soberanía nacional con la
soberanía popular, un -en palabras de Fusaro- “soberanismo democrático y socialista”, concepto
magníficamente desarrollado en los textos sobre “patriotismo democrático” de Clara Ramas.

La idea clave en Fusaro es que, en tiempos de privilegiados a escala mundial, la causa de los
comunes necesita la fuerza de las naciones, por lo que (siguiendo a Errejón) “no habría que demonizar los
símbolos nacionales ni dejárselos a la extrema derecha, porque las naciones se forman como conjuntos
democráticos frente a los defensores de los privilegios; en el corazón de la nación se encuentra una voluntad
democrática: por el hecho de nacer aquí y de vivir juntos, somos iguales en derechos”. Lo secunda Jorge
Moruno, "nación viene de nacer, reivindica la igualdad de nacimiento compartida". Y coincide Pablo
Bustinduy en esta “batalla por el significante 'patria' como componente popular y democrático unido a
derechos sociales": cuando lo patriótico "se corresponde con la calidad de vida de la comunidad de
pertenencia, donde la dignidad de cada uno depende de la de todos (y especialmente de los que menos
tienen), es un afecto político poderosísimo y noble en esencia". También para Fernández Liria, es necesario
ser "tan conservadores que podamos reivindicar un patriotismo que nos identifique con una escuela y una
sanidad públicas, con unos derechos laborales, con un parlamento o unos tribunales de justicia".

Por el contrario, Xandru Fernández, muy crítico con Fusaro, opina que "es difícil que cale
socialmente la resignificación del término 'patria' que Errejón practica", la cual ve como "un
aprovechamiento energético de la veta patriotera, en la pelea por los restos de Podemos". También Steven
Forti cree que un patriotismo social es un mero resultado de que "la formación morada se encuentra en
apuros y el ciclo del 15M ha terminado", y Alberto Prieto escribe que “el plan de Errejón suena a reacción
ante la irrupción de Vox, en cuyos mítines se ven cien banderas de España”. Para Garzón, toda izquierda
nacional es una reciente “oposición al feminismo”; para Forti, la última respuesta al “europeísmo de la
acogida de migrantes”; para Fernández, un “vértigo producido por la cuestión catalana”. ¿Acaso
desconocen estos adanistas que décadas antes de Fusaro hubo un Costanzo Preve, antes de Errejón hubo
un Manuel Monereo, antes de Iglesias hubo un Jorge Verstrynge?

Todo este ideario social-patriota, advierte Fusaro, “en otros tiempos se hubiera llamado leninista,
marxista o gramsciano, pero hoy es considerado peronista o fascista por ciertas izquierdas". Efectivamente,
el susodicho Forti cree que quienes "utilizan conceptos gramscianos como 'nacional-popular' o 'hegemonía
cultural' , compran parte del discurso de la extrema derecha". Para Alba Sidera, ni siquiera se pueden
utilizar los términos "populismo soberanista, socialista, antiglobalista”, sólo porque “oirán exactamente las
mismas palabras en una reunión de neofascistas"; de hecho, llega a afirmar que "el nuevo fascismo está en
la interpretación del Che Guevara, Marx y Gramsci". A Alberto Garzón también le preocupa que la lectura de
Gramsci sea "por momentos indistinguible de Primo de Rivera". Se conoce que el lastre de cierta izquierda
no es tanto los 'nichos vacíos' como las cabezas huecas. Parecen por completo ignorantes de que la nación
ha sido la gran construcción de las izquierdas, desde Sieyès (“hacer del Tercer Estado una nación”) hasta
Lenin (“hacer que la causa del pueblo sea la causa de la nación”).

Fusaro expone que solamente a partir del cuidado a la nación sería posible desarrollar una
verdadera solidaridad inter-nacional ('entre las naciones'), tal y como sólo ladrillo a ladrillo se construye un
puente. Sin embargo, esta obviedad es percibida por Emmanuel Rodríguez directamente como “un
deslizamiento del viejo comunismo hacia el nuevo fascismo”, confirmando de forma involuntaria la teoría de
Fusaro: lo que realmente abunda hoy es “un deslizamiento en las izquierdas desde la idea internacionalista
obrera hacia el cosmopolitismo liberal”. Todo ello operado, como explica Mouffe, por elementos "marxistas,
autonomistas e insurreccionalistas con un común rechazo a la nación y al Estado, aspecto en el que
comulgan con el neoliberalismo. Y están al lado de la corriente socialdemócrata y pospolítica, que ya no
imagina cómo se puede trasformar realmente un Estado".

A pesar de que Fusaro explica con claridad que su "soberanismo internacionalista está tanto contra
el cosmopolitismo liberal, como contra el nacionalismo reaccionario", la izquierda (neo)trotskista insiste en
confundirlo todo con nacionalismo reaccionario, y ver únicamente "socialismo nacional" (la fórmula
estalinista 'socialismo en un sólo país') donde se está planteando una verdadera internacional de los
trabajadores (la fórmula marxista 'socialismo en cada país'). Y están al lado de la izquierda del diario El País,
donde Ricardo Dudda publica -escandalizado- que Errejón "aspira a construir un nuevo Demos a partir de
un repliegue nacionalista, hablando de 'sentido de trascendencia' y 'concepción telúrica' de la voluntad
popular", "una concepción i-liberal de la política, antagónica a la del PSOE". Allí donde la izquierda
puerilmente 'antisistema' describe a Fusaro como "trumpismo de izquierdas", la izquierda senilmente
'sistémica' describe el discurso de Errejón como “una versión aparentemente izquierdista del 'Make Spain
Great Again'” (Dudda, Letras Libres). Para Emmanuel Rodríguez, aquel 'socialismo nacional' de Fusaro “no
escapa a la idea de capitalismo bueno; la promesa de producir más, mejor y más barato", exactamente la
misma crítica que se hace al errejonismo como 'izquierda amable'.

El tal Rodríguez, junto con Nuria Alabao, considera que “al lado del obrerismo fetichista y poco
simpático de Fusaro, el populismo de izquierdas de Errejón ensalza 'lo popular', que tiende a confundir con
la nación. Errejón –que durante un tiempo pretendió ser la síntesis entre la izquierda progre y la nueva
izquierda populista - trata de 'construir pueblo': el soberanismo no puede, por eso, dejar de ser nacionalista.
La cercanía de su populismo con el 'rojipardismo' (conjunción de izquierda y fascismo) es de solo medio
paso”. Volveremos a esta acusación en el punto 4. Mientras que Fusaro y Errejón serían -para Alabao y
Rodríguez- peligrosos “soberanistas maoístas”, para Àngel Ferrero “pertenecen ambos a lo que E. P.
Thompson definió como lumpen-intelligentsia, de la misma vieja tradición del elitismo burgués”, y considera
que “elegir entre una nueva izquierda liberal de pensamiento débil [Errejón] y una izquierda de
redescubierta perspectiva de clase estereotipada [Fusaro] es como elegir entre un unicornio o un rocín
flaco”. Sólo desde perspectivas así de obtusas puede entenderse que Alberto Tena llame “marxistas de
derechas" a quienes -como veremos a continuación- realmente son comunitaristas de izquierdas.

3.- La comunidad es un pueblo, y no mitades

Fusaro observa la necesidad de un frente amplio contra la super-clase global, reformando el


conocido antagonismo entre proletariado y burguesía, de quienes rescata -respectivamente- el espíritu
combativo y la ética clásica. Siguiendo a Preve, el nuevo sujeto político sería la Comunidad -combativa y
ética-, definida por Errejón como “un conjunto de ciudadanos que comparten derechos, libertades y
proyecto de futuro. Lo contrario a un agregado de personas asustadas que coinciden en centros
comerciales”. El nuevo conflicto en el centro de lo político defendería a esta comunidad popular contra la
casta oligárquica, partiendo de un planteamiento que Fusaro define como “populismo de izquierda basado
en Laclau y Mouffe”. Efectivamente, Mouffe explica que la democracia radical debe operar traduciendo el
clásico dualismo dialéctico por el de 'pueblo frente a establishment'.

Dicha comunidad funcionaría como un agregador de demandas tanto de las personas como de los
colectivos, jamás como dispositivo de anulación de alguno de ambos. En este sentido, es una perspectiva
superior tanto a la derecha puramente económico-individualista como a una izquierda meramente
sociológico-identitaria. Fernández Liria lo describe como “un populismo de izquierdas que no renuncie a su
civilización, un republicanismo común frente a las tendencias anarco-líquidas", pero que es también "un
viraje conservador, una especie de 'antimayo del 68' que no se trata de pedir lo imposible ni de imaginación
desbordante, sino de derechos muy elementales: vivienda, familia estable, pensión, sanidad, escuela
pública, etc". Así que, además del dualismo izquierda-derecha, tal idea de comunidad resolvería, en general,
cualquier enfrentamiento superfluo entre mitades: progresismo contra tradicionalismo, materialismo contra
idealismo, demografía contra ecología, lo lineal contra lo cíclico, trascendencia contra inmanencia, y
proletariado internacional contra burguesía nacional (ejemplos desarrollados por Preve).
Conociendo este enfoque abiertamente pos-burgués y pos-proletario, resultan particularmente
ridículas aquellas acusaciones de 'obrerismo' vertidas por Garzón, o Alabao y Rodríguez (“el punto de
apoyo de los nuevos soberanistas es la clase obrera, una suerte de fetichismo de clase que corresponde a un
arcaísmo”), reacciones que solo podrían venir de quienes sí albergasen algún remordimiento real por haber
sustituido la causa de los trabajadores con alguna otra. De hecho, Fusaro considera que el mero uso
peyorativo de los términos 'soberanismo', 'comunitarismo' u 'obrerismo' (RAE: doctrina política encaminada
a mejorar las condiciones de vida de los obreros), es el marchamo inconfundible de un mercenario del
poder. Lo explica Benoît Duteurtre: "lo que antes eran valores progresistas (protección social, disminución
del tiempo de trabajo, reducción de la edad de jubilación) son denunciados ahora como valores
'conservadores' por los señores del liberalismo económico, que se han apropiado de las temáticas de
reformistas y revolucionarios: '¡No os detengáis en adquisiciones sociales, viles conservadores de izquierda!
¡Uníos a nosotros para cambiar el mundo y derribar todas sus obsoletas normas!'".

Y así lo hace Emmanuel Rodríguez, como buen vasallo del poder, cuando denuncia una "lectura
más conservadora" en algo tan básico como el "viejo pacto social: trabajo seguro, pensión segura, sanidad
segura". El mismo autor, enfrentado a todo lo que no esté desarraigado y posmodernizado, critica a la vez la
"aburguesada" defensa errejoniana de la clase media ('Operación Errejón': “chicos que tienen estudios, que
se han esforzado, y que no aceptan los empleos precarios y de miseria habitualmente destinados a quienes
carecen de estudios, los pobres y los parias”), y la “obrerista” defensa fusariana de la clase trabajadora
('Soberanistas de todos los países': “nostálgicos de la vieja clase obrera industrial europea, que no aceptan
ser un precariado principalmente compuesto por mujeres migrantes, gays, lesbianas, trans, negros,
amarillos y marrones”). Es decir, cualquier retorno a la comunidad desde el mundialismo salvaje es
contrarrevolucionario, 'otro mundo es imposible': “plantearse la salida del globalismo es un ejercicio tan
absurdo como plantearse la salida del planeta Tierra". Ya lo decía Mark Fisher, hay gente tan pusilánime que
imagina el fin del mundo antes que el fin del capitalismo.

Volviendo a nuestra exposición teórica, decíamos que Fusaro plantea la comunidad como una
síntesis integradora tanto de la clase materialista como de la causa culturalista, una coordinación sinérgica
de la redistribución y la representación. La comunidad reuniría a clases populares con clases medias, pero
también a un movimiento ecologista transformador con un movimiento feminista transversal, así como a
dichas clases y movimientos entre sí. Ramas la define como "una unión donde, lejos de dejarse de lado las
diferencias, éstas se subliman, integran y superan (aufheben), formando un universo que no es ni montón de
cosas desgajadas ni unidad monolítica por encima de ellas, sino 'comunidad de todos' (Allgemeinheit)". Este
comunitarismo sería el único horizonte posible "hoy que izquierda y derecha no son la frontera principal
para el cambio político en España" (Errejón y Mouffe, 2015) y “en una época en la que los centros de
trabajo ya no son proveedores de identidad, y se han demostrado los límites de la suma un tanto
disparatada de identidades fragmentadas, suministradas por las redes sociales y la sociedad de consumo”.

En este sentido, las críticas de Fusaro hacia una “izquierda arcoiris de diversas identidades
fragmentadas” van en la línea de las elaboradas por Alba Rico: “empiezan rechazando las malas leyes y
acaban rechazando el Derecho, empiezan rechazando el capitalismo y acaban rechazando la luz eléctrica,
empiezan rechazando el machismo y acaban rechazando el maquillaje, empiezan rechazando el maltrato
animal y acaban queriendo prohibir que se ordeñe a las vacas”, “un discurso sin freno con apariencia de
querer eliminar niños y rosas, que ofrece un blanco fácil a los ataques de intelectuales conservadores como
Reverte o Marías... pero también a las burlas de las trabajadoras en peluquerías, autobuses y call-centers”.

Fusaristas y errejonistas habrían de compartir una cautela ante las causas que no buscasen
integrarse en la estructura comunitaria, sino sustituir el horizonte de comunidad nacional-popular por
cualquier otro (sea individualismo atomista, tribalismo cultural, nacionalismo divisor, cosmopolitismo
liberal...), o desplazar la citada contradicción principal -aquella de la comunidad trabajadora del 99% frente
a la casta capitalista del 1%- hacia otros planteamientos de discordia interna (sea xenofobia del penúltimo
contra el último, altermundismo del 80% global contra el 20% occidental, clasismo del 60% asalariado
contra el 40% de empresarios y funcionarios, sexismo del 50% contra el 50%...). Tras alguna de esas
perspectivas de apariencia progresista se esconde el más puro clasismo, como ve Serra en el feminismo
"más totalitario" que censura una charla pública "sólo a las prostitutas que trabajan en la calle, y no a las
académicas pro-derechos Fraser o Butler", o como señala Rendueles en un ecologismo "más neoliberal"
que se niega a instalar aire acondicionado en los centros educativos "para no dañar la atmósfera".

Efectivamente, Fusaro alerta del peligro real de que tales movimientos, cercenados del paradigma
común, se conviertan en máscara del neoliberalismo macroniano o clintonita (Àngel Ferrero: "la lucha de
las mujeres reducida a un pseudofeminismo meritocrático de cuotas de representación en consejos
administrativos, el ecologismo limitado a una opción de consumo alejada del poder adquisitivo del
trabajador, el discurso de los Derechos Humanos como caridad de ONGs e intervenciones militares
'humanitarias', el internacionalismo confundido con la defensa de la globalización existente o
alternativa..."), ¡o incluso en mascarón de la extrema derecha lepeniana o wilderita! Como ejemplo, el
brillante Guillermo Fernández ('Qué hacer con la extrema derecha en Europa') ha señalado que la francesa
Agrupación Nacional rentabilizó el auge feminista presentando a “la única candidata femenina, contraria a
quienes obligan a las mujeres a ponerse velo”; y “el Frente Nacional recogía en su programa de 2017 la
necesidad de fomentar la economía de proximidad con el objetivo de preservar el medioambiente”. También
el citado Rendueles predice un “nacionalismo verde o ecofascismo, un patriotismo ecológico de derechas
que apueste por políticas verdes reaccionarias”.
Observar estos evidentes riesgos culturalistas le ha valido a Fusaro gruesos descalificativos,
semejantes a la acusación de transfobia que Paloma Rando dedicó a Manuela Carmena por el lema 'Ames a
quien ames, Madrid te ama' (“la sigla más ninguneada del colectivo LGTB es excluida deliberadamente”), o
la acusación de “argumentario especista y de derecha” que Coral Bravo lanzó contra Errejón a raíz de sus
declaraciones sobre tener como prioridad “no el sufrimiento animal sino el sufrimiento de las personas”.
Podríamos considerar que son deslices provenientes de sectores hiper-sensibilizados, pero más bien
parecen llamadas al orden desde un pensamiento único incapaz de considerar el menor matiz. Como
rudimentario mecanismo de represión ante cualquier disidencia, se lanzan epítetos, ya sea contra los
seguidores de Fusaro o de Errejón, ya sea como 'izquierda amable' o 'izquierda Viriato' -sin que quede claro
qué tendría de peyorativo ninguna de ambas-. No nos queda más remedio que suponer que provienen de
una 'izquierda grosera' e 'izquierda servil' (de Servilio, enemigo de Viriato).

4.- Antifascismo y anticomunismo, herramientas del Capital

Para Fusaro, "poco importa si desde la derecha dicen que somos comunistas y desde la izquierda
dicen que somos fascistas, ese es el precio por pagar por quien tenga el coraje de proceder contracorriente,
consciente de que lo viejo está muriendo y de que a lo nuevo le cuesta nacer". Tal parece que el espectral
capitalismo se ha llenado de cazafantasmas: anticomunistas en ausencia de comunismo real (Abascal) y
antifascistas en ausencia de fascismo real (Iglesias). De la 'alerta antifascista' decretada por este último en
diciembre de 2018 se desmarcaron únicamente la corriente de Errejón (“Vox es un síntoma pero no el mal",
"no hay cuatrocientos mil andaluces fascistas", "no se puede salir culpando a otros del trabajo que no se ha
hecho bien") y la corriente de Monereo (“Es una exageración llamarles fascistas y el 'todos frente a ellos' es
un error incalculable”, “Vox quiere tender una trampa a Podemos para polarizar con ellos”). Ambos sectores
tenían claro que el espejismo antifascista era una desviación del verdadero conflicto anti-capitalista, anti-
oligárquico, anti-elitista, anti-casta. Aquel 'antifascismo' abocaba a "ser el espejo de izquierdas de Vox"
(Fernández Liria) y, en palabras de Guillermo Fernández, atacar solamente "las cosas que hacen menos
daño a Vox, teniendo en cuenta que quieren esa batalla cultural (violencia de género, homosexuales,
animales...), cuando lo que en realidad puede hacerles daño es señalar que apuestan por privatizar las
pensiones o por un plan hidrológico aznarista".

Fusaro sigue a Pier Paolo Pasolini a la hora de diferenciar el originario antifascismo de Gramsci -“en
presencia de fascismo, revolucionario, patriótico, anticapitalista”- de la farsa contemporánea -“en ausencia,
acomodado, mundialista, útil al capitalismo”-. Este último 'antifascismo' sirve hoy para que Frans
Timmermans -vicepresidente de la Comisión Europea- exija la obediencia de "una mayoría en Europa que
vaya de Macron a Tsipras", sometiendo toda fuerza política transformadora a las fuerzas neoliberales: un
gran bloque de 'extremo centro' con la excusa del temor a una dudosa 'extrema derecha'. Ha servido en
tiempos recientes para que el miedo a LePen haga que los franceses aclamen a Macron: una cantidad
semejante de patriotería, pero con una mayor cantidad de neoliberalismo. Sirvió ya en 1994 para que la SER
acusase a Anguita de falangista, de forma que el corrupto Felipe González no gobernase con él, sino con el
corrupto Pujol.

Fernández Liria carga contra este antifascismo de la "izquierda de entorno PRISA", cuyos "editoriales
de El País valen lo mismo para identificar al Che Guevara como un caudillo asesino que a Hitler como un
idealista coherente", publicando (Javier Cercas, 'Populismo bueno') que "Ernesto Laclau e Íñigo Errejón
reivindican rasgos típicos del fascismo", simplemente "porque apelan al pueblo, que es una abstracción, y
no a los ciudadanos, realidades tangibles responsables de su destino". Son los mismos que acusaron
falazmente a Monereo de cercanía con la Lega Nord, y también de cercanía con sus ex-socios de gobierno a
Errejón, representante -según Jaime Pastor- de un "neopopulismo centrado y verde, próximo a lo que
representa el italiano Movimento 5 Stelle".

Y esta falsa perspectiva 'antifascista' no solo fortalece el núcleo del poder, sino que divide el corazón
del país: Mouffe nos recuerda que “el sociólogo Éric Fassin dice que no deberíamos ni hablar con quienes
votan a populistas de derecha; personas inherentemente misóginas, fascistas, movidas por pasiones tristes.
Esa izquierda ha criticado a Mélenchon por participar en manifestaciones de los 'chalecos amarillos'; según
aquellos, ¡esto significa estar con los fascistas de Marine Le Pen!”. Queda demostrado, según Fusaro, que
este antifascismo es un dispositivo mental del poder, infiltrado entre las izquierdas con el objetivo de que
abandonen cualquier idea propia que sea disputada por la diabolizada 'extrema derecha', de forma que los
conceptos más revolucionarios puedan ser eficazmente robados y anulados bajo el signo reaccionario.

No importa que Fusaro haya presentado sus obras hasta en la socialista e indigenista Bolivia, junto a
Álvaro García Linera (por cierto, referente boliviano de Errejón): el horror a coincidir con el otro, este
pánico a la transversalidad, es lo que lleva a Xandru Fernández a criticar a Fusaro por haber sido
ocasionalmente publicado en España con una 'extrema derecha' -en Ediciones Fides-, que también reseñó
positivamente el libro de Errejón -en Réfléchir & Agir, que cuenta entre sus colaboradores al famoso
derechista Alain de Benoist-. Da la casualidad de que el 'muy antifascista' Antonio Maestre -uno de los que
en 2017 ensalzaba a Macron como “dique de contención contra el fascismo”- ha escrito en redes sociales
que “no hay diferencias entre Benoist y Fusaro". Los esfuerzos por situar a Fusaro en la Nueva Derecha de
Benoist nos parecen tan fuera de lugar como los de adjudicarlo a la 'vieja izquierda' del obrerismo. No
habría espacio aquí para analizar las incontables disparidades entre Benoist y Fusaro (el materialismo
biológico o el idealismo marxista, lo pagano o lo cristiano, el imperialismo o el soberanismo, la visión
antropológica o la económica...), pero sí diremos que las palabras de Maestre resultan -además de una
deficiente investigación periodística- una peligrosa actualización progre de mantras liberales: 'no hay
diferencias entre el fascismo y el socialismo', 'izquierda y derecha son lo mismo'.

Nos lo confirma Ferrero: "el uso del término 'rojipardo' [conjunción de izquierda y fascismo] deriva
de la vieja 'teoría de la herradura' ('los extremos se tocan'), usada por el centro-izquierda liberal con el fin
de desacreditar a otras corrientes políticas". El epíteto 'rojipardo' también es lanzado desde el comunismo
más sectario: Trostky acusaba en 1931 de 'nacional-comunismo' a Bukharin por proponer alianzas de la
burguesía alemana y el proletariado soviético contra la Entente del capital franco-británico; décadas más
tarde, la prensa soviética llamaba 'comuno-fascismo' a la oposición parlamentaria a Yeltsin. Y más
recientemente -dice Costas Lapavitsas-, Syriza, "el gobierno con mayores garantías anti-rescate de Grecia",
sufrió "por parte del Partido Comunista de Grecia" la invectiva "de que el gobierno de coalición entre Syriza
y los conservadores de Anel suponía una terrible alianza rojiparda".

Pero, ante todo, la acusación de 'rojipardo' es una táctica propia de las derechas más radicales. Para
el politólogo Rudolph Bauer, el objetivo es "legitimar un estilo de debate político que divide a la izquierda, y
en el cual la derecha se encuentra cómoda", situada como antídoto simultáneo a lo 'rojo' y a lo 'pardo'. El
término fue imaginado por el sionista Roger Cukierman (de los lobbies CRIF y WJC) para designar una
temida alianza 'pardo-verde-roja' entre patriotas, populistas ecologistas y comunistas; fue popularizado por
el derechista islamófobo Alexandre del Valle; y fue utilizado por Ian Traynor ("red-brown alliance", The
Guardian 2006) para criticar a todos los que se opusieron a los crímenes de la OTAN, desde Yugoslavia en
1999 hasta Irak en 2003. Mario Noya en Libertad Digital lo utilizaba para calificar al populismo
hispanoamericano, "fascismo de izquierdas de Chávez, el gorila rojo pardo". Hermann Tertsch en ABC
describía los escraches de Colau en la PAH como "acoso rojipardo". Y podemos ver cómo, desde la
presentación de Más Madrid Comunidad, Javier Redondo en El Mundo lo tachó de neoperonismo, y Jorge
Vilches en El Español de neofascismo ("Errejón recuerda a fórmulas gastadas en el siglo XX que deseaban
arrinconar a una parte de la sociedad. Europa ya pasó por ahí, por propuestas supuestamente transversales
que atendían al interés de la raza"). E igual que antiguamente se hablaba de 'filetes' ('pardos' por fuera,
'rojos' por dentro), ahora Cristian Campos habla de Errejón como un “huevo 'Kinder sorpresa': moderado
por fuera, peronista por dentro”.

5.- Desde Iberia hasta Siberia, de Brest a Bucarest

Si hay una parte de la izquierda europea que ve con naturalidad la alianza con el 'neoliberalismo
progresista' (Nancy Fraser) de matriz estadounidense, pero vive con horror cualquier coincidencia en Grecia
o Italia entre populismos de izquierda y derecha contra la hegemonía del capital germano, es sencillamente
por una absoluta carencia de nociones geopolíticas, es decir, conocimiento de lo que Fusaro llama Interés
Nacional. Estos intereses suelen estar por encima de izquierdas y derechas (Errejón: “el interés del país, por
encima de los humores personales”), y tienden a crear flexibles alianzas nacionales e internacionales. Quien
no comprenda, por ejemplo, la geopolítica de la defensa asiática ante el intervencionismo norteamericano,
no concebirá que haya sido posible la alianza del ateísmo chino con el islamismo iraní. Como lamenta Pablo
Bustinduy, "nos falta pensamiento geopolítico, especialmente a las fuerzas transformadoras".

Para Fusaro, una de las claves del siglo XXI es el retorno de la geopolítica, y la consiguiente
necesidad de una visión revolucionaria de un panorama internacional donde las multinacionales han
sustituido a las naciones, los países orientales se han convertido en las nuevas locomotoras del capitalismo
global, y los países europeos se han estancado en el enanismo político y el gusanismo militar (Mark
Eyskens). Como adelantamos en el punto 2, la reivindicación del Estado nación como primer garante de
derechos podría acompañar un (con)federalismo europeo de signo progresista y proteccionista. La
propuesta de Fusaro es, en palabras de Bustinduy, “lo estatal como principal arena de intervención política”
-contando con fórmulas como "la federación española con Portugal" o "la alianza de la Europa del Sur"-, en
combinación con una integración europea "basada en la gratuidad de la educación superior, los seguros de
desempleo, los salarios mínimos, los sistemas de dependencia o la lucha contra el cambio climático, es decir,
en toda política donde la escala continental puede ser mucho más útil que la escala estatal".

Hace años, Preve enseñó a Fusaro que la necesidad más urgente era "un estado nacional
democratizado con cultura comunitaria", pero que "una Europa imperial y federal se opondría a invasiones
como la de Irak por EEUU (2003) mejor que unos estados nacionales separados, inútiles ante el poder
geopolítico de una coalición atlantista". Con solo releer atentamente esta afirmación, pueden desbaratarse
las -muy contradictorias- acusaciones que reciben Fusaro y su entorno: por un lado de nacionalismo
antieuropeo, por otro lado de eurocentrismo imperialista. No debería resultar tan difícil comprender el
concepto explicado por Moruno ('Nunca más un país sin su gente': "un nuevo país para una nueva Europa,
pues ambos cambios son indisociables: no hay horizonte europeo sin recuperación de las instituciones
nacionales") o por Ramas ('¿Qué Ilustración?': "ni repliegue nacionalista ni globalismo impotente: soberanía
multipolar de bloques geopolíticos", "consenso y pluralidad hacia dentro, multipolaridad y solidaridad hacia
fuera").

Según Fusaro, para que tal proyecto nacional y europeo llegue a realizarse, existen tres requisitos. El
primero es oponerse a una 'Unión Europea' cuya única identidad es “la desregulación económica y la
despolitización como único fundamento simbólico del viejo continente”, y plantear otra Europa entendida
como "comunidad existencial" (José Luis Villacañas,'Comanchería'). Aquí tropezamos de nuevo con
Emmanuel Rodríguez, que ya se ha revelado como un verdadero thatcheriano ("there is no alternative"), y
amenaza con que "el único modo de un desenganche real de la UE sería asumir un drástico recorte de los
niveles de vida", como si el resultado de seguir 'enganchados' a la actual eurocracia bruselense no fuese el
mismo. El segundo requisito es, de nuevo según Bustinduy, "la transición hacia la autonomía estratégica y
defensiva de Europa, que implica el desmantelamiento de la estructura de la OTAN", buscando "avanzar en
la integración del sistema de defensa europeo fuera de un clima ideológico de histeria antirrusa
completamente fuera de lugar". Y, en consecuencia, el tercer requisito sería la integración de los países
europeos con el espacio ex-soviético, principalmente Rusia, satisfaciendo las mutuas necesidades
complementarias de progreso político y sostenibilidad económica. Citamos -ya por última vez- a Bustinduy:
"sin una dialéctica entre Europa y Rusia, no se entiende la historia de Europa desde ninguna perspectiva:
económica, bélica, política, etc", "para la seguridad europea -no sólo seguridad militar sino seguridad
humana, como dicen las Naciones Unidas- lo mejor sería articular una relación con Rusia que fuera
beneficiosa para las dos partes".

Y aquí volvemos a chocar con los elementos ignorantes que mencionábamos al principio de este
apartado. Por ejemplo, Xandru Fernández se evade de todos estos debates geopolíticos considerando la
materia como "pseudociencia", y haciendo ver que la idea de una Europa soberana asociada con Rusia es
-en continuidad con el punto 4- otra idea fascista, señalando en el -fallido- intento a Carl Schmitt (cuyas
ideas no sirvieron a un proyecto europeísta sino, contrariamente, supremacista germano) y a Oswald
Mosley (que era directamente eslavófobo y contrario a Rusia), y haciendo pasar por antisemita y
anticomunista un proyecto geopolítico que fue pioneramente delineado, entre otros, por el judío Radek y el
comunista Lenin. Estamos convencidos, además, de que Fernández o Rodríguez sí preservan el prejuicio
geopolítico nazi de la actual Rusia como despotismo asiático, tiranía neozarista y amenaza para el mundo
civilizado. Con este pretendido puritanismo ideológico, ¿renunciarán también -junto con la geopolítica- a
Althusser, pues su estructuralismo proviene de la sociología de los euro-rusistas Jakobson y Trubetzkoy?

En fin, rechazar una geopolítica nacional en aras de una pretensión cosmopolita o una falsa
autoidentificación primermundista es, para el español y el europeo de hoy -cada vez más convertidos en
periferia del mundo-, un peligro tan mortal como abandonar la perspectiva trabajadora -cada vez más
acuciante- en aras de una pretensión de multitudes autónomas o una falsa autoidentificación como clase
media universal. De hecho, sospechamos que ambos negacionismos van de la mano. Y, por consiguiente,
creemos que también habrán de ir de la mano elementos transformadores del espacio político italiano
-como Fusaro- y del espacio político español -como Errejón-.

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