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Otto es un rinoceronte Pg Capitulo 1 5 El nifio se llamaba Topper, y no puede decirse que fuera muy hermoso. ~ Su pelo era entre colorado y casta- fio, casi como el hierro oxidado; era tan grueso y duro que, para que estuviera un poco presentable, su madre tenfa que pei- narselo con un rastrillo. Tenfa la cara toda llena de pecas y los dientes de arriba casi se le escapaban de la boca. Topper vivia en una casa de color rojo a la orilla del mar. La casa roja era grande y vieja, y estaba llena de puertas torcidas y escale- ras que crujfan. En el invierno hab{a ratones en el sétano y cuervos en la chimenea. El resto del afio la casa estaba Ile- na de gente, nifios y gatitos que corrfan de un lado para otro. 9 A Topper le gustaba mucho aque- lla casa grande y roja, y cuando volvia de la escuela siempre le decia: —jHola, casa!, hace buen dia, ;eh? Y entonces le parecia que la casa se alegraba, todo lo que se puede alegrar una casa sin que se abran grietas en las paredes. En el tiltimo piso, debajo del teja- do, vivia el portero, Sr. Holm. El Sr. Holm cuidaba de la casa y trataba que la gente lo pasara bien e hi- cieta cosas raras. i Fumaba en una pipa pequefia, re- torcida como un gancho, y sabfa contar historias de miedo, de fantasmas, de bru- jas y de canibales hasta hacer temblar. El Sr. Holm era bajito, gordo y muy amable y tenfa el bigote blanco. El Sr. Holm no era canibal y comia cosas tan normales como carne, sardinas fritas, pan y algunas veces flan de chocolate. “A la pipa la llamaba calientanariz y solamente la sacaba de la boca para contar historias de miedo y para comer. 10 —Seguro que por las noches duer- me con la pipa puesta —le dijo una vez Topper a Viggo. Viggo era el amigo de Topper. —No —dijo Viggo—. Mi padre dice que no se puede dormir con la pipa, porque entonces se cae todo el tabaco en la cama y mi padre es muy inteligente y lo sabe todo. Pero Topper pensaba que el Sr. Holm sabia mucho més y decidiéd que le preguntarfa eso de la pipa sin que se enteraran Viggo ni su padre que era tan inteligente. El padre inteligente de Viggo se llamaba Leén y tenfa un café en el primer piso de la casa roja; se llamaba CAFE LA PESCADILLA AZUL, y todas las tardes estaba Ileno de pescadores y marineros que iban allfa comer guiso de carne, a fu- mar y a beber vino. Topper vivia en el piso intermedio de la casa roja. ‘Topper vivia.con su madre, que era pescadora y vendia pescado en el mercado, ll al otro lado del puerto. La madre de Top- per cantaba tan fuerte que hacia temblar todas las ventanas, y los peces saltaban asustados. El padre de Topper era marinero, navegaba por los siete mares y solamente venfa a casa una vez al afio. En la escuela, Topper le contaba a la profesora y a los otros nifios cosas de su padre. —Mi padre —dijo Topper un dia— es un marinero auténtico, navega en alta mar y tiene dentadura postiza. —;Qué es dentadura postiza? —preguntaron los otros nifios. —Bueno —dijo la maestra po- niéndose las gafas—. Una dentadura es postiza cuando se pueden quitar y poner los dientes de la boca. — Caray! —dijeron los otros ni- fos—. ;Puede tu padre quitarse los dien- tes de la boca? —Claro que si —dijo Topper po- niéndose muy orgulloso—. Una vez que hab{fa tormenta en el mar, se los saco para 12 mirarlos un ratito y PLOP, se le cayeron en medio de las olas y desaparecieron. —jOh! —dijeron los otros ni- flos—. ;Hicieron PLOP? —Si —dijo Topper—. Un autén- tico PLOP y entonces ya no tuvo mas dientes y durante mucho tiempo se tuvo que conformar comiendo sélo sopas y papillas. —Aggg —dijeron aleunos—. Eso no podia ser muy agradable para él. 13 —No —dijo Topper—. Fue terri- ble y al final, del disgusto, agarré la fiebre amarilla. —Jests! —dijo la maestra—. cAgarré la fiebre amarilla? —Si que la agarré, y ademas una muy gorda; pero ahora ya esta bien y en vez de fiebre amarilla agarré una mujer en cada puerto —dijo Topper. A la maestra casi se le cayeron los anteojos. —Bien —dijo—. Ahora vamos a escribir y ya oiremos mas cosas del padre de Topper otro dia. Los nifios tomaron sus cuadernos y se pusieron a escribir todo lo bien que podian. Pero pensaban mucho en el padre de Topper y en sus extrafios dientes que se podian quitar de la boca. Todos deseaban poderlo ver bien cuando volviera a casa desde alta mar. También vivia en la gran casa roja una sehora mayor. Se llamaba Sra. Flora y tenia una 14 trompeta de oir, dorada y larga, porque era muy sorda. Su balcén estaba Ileno de enormes macetas con flores y jaulas con pajaritos verdes. —Las flores son lo mas bonito que existe —le dijo un dia al Sr. Holm cuando bajaba por la escalera para barrer la calle. —Si, es cierto —dijo el Sr. Holm tomando su calientanariz—. No hay na- da mejor que las flores, solamente una ta- za de café. —;iCémo dice? —pregunté la Sra. Flora metiéndose la trompetilla en la ore- ja y volviéndola hacia el Sr. Holm. —CAFE —grité el Sr. Holm. —jAh!, sf, el café también est4 muy bueno —dijo la Sra. Flora—. :Quie- re tomar usted una taza de café, Sr. Holm? EI Sr. Holm acepto. —Si, muchas gracias —dijo—. Si no es abusar demasiado. —jDemasiado? —dijo la Sra. Flo- ra sonriendo—. No, no tenga miedo que no le daré demasiado. 15 Asi hablaban el Sr. Holm y la Sra. Flora, de cuando en cuando, de flores y de café; en el fondo al Sr. Holm eso le gustaba. Casi todos los dias se sentaban el Sr. Holm y la Sra. Flora en el balcén, en- tre flores y pajaritos, felices, mientras to- maban café. —Un hombre atractivo como us- ted, Sr. Holm —dijo la Sra. Flora—. Un hombre atractivo como usted debfa bus- carse una mujer. —Si —dijo el Sr. Holm—. Usted y yo casados, no estariamos mal. —MAL —dijo la Sra. Flora olien- do la cafetera—. ;Cree usted que mi café tiene mal sabor?, no es posible, mi queri- do portero, es café de Java. —Mmm —dijo el Sr. Holm un poco avergonzado. Bien, salud, Sra. Flora. Pero estaba pensando: Un dia le escribiré una carta y en esa carta le voy a decir asi; CASESE CONMIGO, DULCI- SIMA SENORA FLORA. Una carta asi tiene que entenderla esa dulce sefiora. 16 Asi era la vida en la gran casa roja de la orilla del mar y asi era la gente que vivia en ella. Y ahora ya es hora de contar una cosa muy rara que pasé precisamente alli. a Capitulo 2 ~ Topper era coleccionista. Coleccionaba de todo, pero prin- cipalmente coleccionaba cosas pequefias, de esas que se pueden meter en el bolsi- Ilo, para darselas a sus amigos. En invierno no se encontraban muchas, pero el verano era la mejor épo- ca para los coleccionistas. En el verano Topper encontraba pajaritos, tapas de botellas y piedras blancas. También encontraba escarabajos de alas azules, gusanos verdes... y una vez encontré un cochecito de nifio, de tres tuedas, todo oxidado. El carricoche fue una de las mejo- res cosas que encontré aquel verano. Topper y Viggo le llamaban TEM- BLEQUE y se turnaban para llevarse el uno al otro hasta la escuela. Pero un dia que Topper Ilevaba a Viggo en el carricoche, vio a su novia, porque, todo hay que decirlo, Topper te- nia una novia. Se llamaba Sille y era muy bonita. —Hola, Sille —grité Topper ha- ciendo sefias con las manos para que se fi- jara en él—, ;Has visto el TEMBLEQUE? —iQué TEMBLEQUE? —pre- gunto Sille, acercandose rapidamente en su pequefia bicicleta amarilla. —TEMBLEQUE es nuestro carri- coche —dijo Topper sefialdndolo con el dedo. 19 —Tonto —dijo Sille al alejarse—. Yo no veo ningtin carricoche TEM- BLEQUE, —Bueno —dijo Topper muy sorprendido—. Es posible que no. Y se dio la vuelta para seguir empujando a TEMBLEQUE, pero del ca- rricoche no habia ni rastro. «Qué raro», pensé Topper miran- do para todas partes. «Seguro que se marché solo a la escuela con Viggo». Eché a andar, y no habia andado mucho cuando oyé una voz muy enojada que gritaba detras de un zarzal. — Qué es esto? —decia la voz enojada—. Un carricoche en medio de las flores, en mi vida vi cosa igual y ademas con un nifio dentro. —Sffi —murmuraba la voz de Viggo desde detras de las zarzas. —;Cémo demonios viniste a pa- rar en medio de las flores? —grité la voz enojada. —jOh! —dijo Viggo—. Pasando a través del zarzal. 21 —Eso es lo mds descarado que oi —gritd la voz enojada—. Voy a decirte algo, esto no es un sitio para jugar. —No —murmuré Viggo—. Ya lo sé. —Esto —grité la voz enojada— es un jardin muy bien cuidado y muy bonito. —Si —dijo Viggo—. Y me gusta- tia salir de aqui corriendo. —Corriendo —grité la voz—. Di- jiste corriendo, entonces acércate, amiguito. «Qué raro», pensd Topper. «Ahora le llama amiguito, y uno no debe gritarle a sus amigos...» Pero Topper no pudo seguir pen- sando mucho en eso de los amigos, porque de repente aparecié Viggo volando sobre el zarzal y detras de él TEMBLEQUE. — Uf! —dijo Viggo. —Te lastimaste —dijo Topper y le ayudé a ponerse en pie. —jUfl —dijo Viggo—. ;Por qué soltaste el carricoche? Topper se rascé su pelo oxidado. —Pues —dijo Viggo—. Vers, pa- sa que Sille ven{a por allf y entonces crei a2 que tenia que saludarla, y asi... —jClaro! —dijo Viggo quitandose las espinas del pantalén—. Eso es lo que pasa con esas tonterias del amor, pero de ahora en adelante seré yo solamente el que empuje a TEMBLEQUE. —Bueno —dijo Topper—. Estd bien. A Topper le parecia muy bien ese arreglo y pensé que, después de todo, eso del amor en el fondo no era tanta tonterfa. —Sabes una cosa, Viggo? —dijo Topper—. Tu también tienes que encon- trar una novia. — (Bah! —dijo Viggo tragando sa- liva—. TU estas loco. —Si —dijo Topper—. ;Quizds! Y se senté todo cémodo en TEM- BLEQUE, el carricoche, soltando un par de pitidos fuertes. — Qué haces? —preguntéd Viggo, un poco asustado, parando el carricoche. —Silbo —dijo Topper sonriendo muy complacido—. Estoy silbando, ami- guito. i Capitulo 3 +, Si El carricoche TEMBLEQUE fue un buen hallazgo. Por lo menos para Topper. No tenfa nada en contra de que Viggo prefiriera empujar a TEMBLEQUE, y todos los dias Topper se sentaba en el carricoche y silbaba. Y algunas veces, si tenia suerte, sa- ludaba a su novia Sille cuando pasaba en su bicicleta amarilla. Y entonces Ilegaron las vacaciones de verano. La profesora cerré la puerta de la escuela y puso un letrero. El letrero decia: LA ESCUELA ESTA CERRADA PORQUE ES VERAN LA PRO o Ld 24 —Bueno —dijo Topper rascdndose su pelo oxidado—. ;Qué pena! —jQué va! —dijo Viggo muy con- tento—. Creo que tenemos suerte. Y se fueron a su casa a pasar las ya- caciones de verano. Pero dos dias mas tarde, Topper encontré algo que era atin mejor que el carricoche, Era un lapiz. Topper lo encontré a la orilla del mar, por la mafana temprano, cuando iba acompafiando a su madre al mercado donde cantaba y vendia pescado. Era solamente un trozo de lapiz pequefio, de esos que usan los carpinteros cuando tienen que marcar la madera. —jCaray! —dijo Topper metiendo el trozo de ldpiz en el bolsillo—. Por lo visto soy un tipo con suerte. Un l4piz asi es lo que estuve deseando siempre —afia- dié a continuacién. Topper siguid andando, con la mano metida en el bolsillo donde tenia el lépiz y cuando llegé a la pared de atras BB del almacén de pescado, se paré. «Je, je», pensd, mirando a todas partes. «Seguro que un lapiz asi escribe bien. Creo que voy a escribir algo en la pared, algo bonito y delicado». Estuvo pensando un rato algo que fuera, a la vez, bonito y delicado para es- cribir en una pared. Y¥ escribid: Sille Le Amo «Hum», pensd. «Quedé bonito de verdad. Ahora sdlo falta que Sille pase por aqui y lo vea». En ese momento oyé un ruido un poco mas arriba. Era el ruido de una bicicleta que bajaba disparada por el camino. A Topper le parecié que sonaba como una pequefia bicicleta amarilla, a toda velocidad. «Oh!», pensd con un sobresalto. «Es ella, sucedid». 26 27 Se dio la vuelta y se puso de espaldas er diye. Rephire ayiende contra la pared tapando el escrito. —jCaramba! —dijo Sille y frend haciendo saltar los guijarros del cami- no—. Topper, :qué estas escribiendo? —jEjem! —dijo Topper sobresal- tado—. Nada de particular, Sille. Sola- mente dos letras de nada. —Topper —dijo Sille apoyando la bicicleta contra la pared—, éSabes lo que me parece ? —NNOO —murmuré Topper—. No lo sé. —Creo que es algo peor, me pare- ce que escribiste una frescura —dijo Si- lle—. Porque estas todo colorado. —Si?_ —dijo Topper asustado, tratando de que se le quitaran los colores, —Si —dijo Sille—. Me gustaria ver lo que escribiste. No importa que sea los brazos. —Escribo muy mal, horriblemen- te, solo son garabatos, casi te dolerfan los ojos de verlo. = ; —No importa —dijo Sille—. Dé- jamelo ver de todas formas. -) F Y aparté a Topper de un Cmipyen. «Ahora», pensé Topper y respiro fuerte. «Ahora lo va a ver y a lo mejor se enoja conmigo. Espero que por lo menos no arafie». Sille se quedé mirando la pared un rato. —Topper —dijo—. Tu estas loco. —Si —dijo Topper—. Ya lo sé. Pero a mi me parece que es muy bonito. —;Qué es lo que es muy bonito? —pregunté Sille. . —Eso de la pared —dijo Topper una frescura. ~ sefialando la pared, por encima del hom- —Bueno —murmuré Topper tra- | bro. jen 3 14 gando saliva—. Es que... Yo... Yo no es- —Pero, east aa i ie ctibo muy bien, Sille, casi son garabatos. dose—. 5i en la pared no hay nada: — Si? —dijo Sille acerc4ndose. Topper volvié la cabeza despacio y 29 ‘miré hacia la pared. TODAS LAS PALA- BRAS HABIAN DESAPARECIDO. Aquello tan bonito que le habia escri- to a Sille, habia desaparecido sin dejar rastro. Solamente quedaba la pared blan- ca y la sombra de Sille. —Me engafiaste —dijo Sille—. Yo cref que habjas escrito alguna frescura so- bre nosotros dos. Se monté en la bicicleta y se fue hacia el puerto. Topper se quedé mirandola, bajo el sol de la mafiana, hasta que la vio desa- parecer, a toda velocidad por detrds de unas casas negras de madera. «Demonios», pensé Topper co- giendo el pedazo de lapiz. «Es muy extrafio, Debe haber algo misterioso en este lapiz. Voy a probarlo otra vez, voy a escribir otra cosa». Y esta vez escribid: 30 «Porque eso es lo que es», pensd ‘Topper. «PRAM, CHAS», se oyé de repente. Y casi sin que Topper tuviera tiem- po de volverse, Sille ya se habia pasado de largo. Lo Unico que pudo ver fueron sus trenzas moviéndose con el viento y el pol- vo que levantaba la bicicleta amarilla. Y cuando se dio la vuelta para ver lo que habia escrito de ella en la pared, se quedé paralizado por la sorpresa. NO HABIA NI UNA RAYA EN LA PARED. Ni una palabra. La pared estaba toda blanca y soleada y olfa a hierba, a brea y a lanchas recién pintadas. —Este lépiz —dijo Topper, mi- randolo bien— es el lépiz mas extrafhio que vi en mi vida. Tengo que mostrarselo a Viggo. Y se fue corriendo a la ciudad pa- ra buscar a Viggo. > Capitulo 4 a Viggo estaba delante del CAFE LA PESCADILLA AZUL pintando el carrico- che de rojo. —Mira —grité Topper desde lejos haciendo sefias con los brazos—. Mira lo ‘que encontré. mt Viggo pegé un salto sorprendido y se salpicé el pantalén con la pintura roja. -—jMira, mira! —grité Topper to- do excitado, poniendo el lapiz casi en la nariz de Viggo—. ;Qué te parece, has vis- to alguna vez un lapiz asi? —Uf —dijo Viggo tratando de Bperuicarse la pintura del pantal6n—. Buena se va a poner mi madre. —No, qué va —dijo Topper apre- tando el l4piz muy fuerte—. Nunca sabra nada de este super-lapiz. —Ya —dijo Viggo—. Pero si que sabra lo de la pintura en el pantalén. 32 —Tonterfas —dijo Topper—. Pin- temos el pantalén todo de rojo, hay bas- tante pintura. —Si, claro, y asf, atin se enojara mas —gimoted Viggo. —No, hombre —dijo Topper—. Seguro que ni se preocupa por la pintura. De todas formas, ahora ya no tiene arre- glo. Pero, oye, ghas visto bien lo que ten- go aqui? —jAh!, ese estipido lapiz —dijo éNo tienes otra Viggo de mal humor—. cosa que hacer que andar por ahi moles- tando a la gente con tu lapiz? Y se puso a pintar de nuevo. —Pero, oye, Viggo —dijo Topper—. Este no es un ldpiz corriente. —Todos los lapices son corrientes —dijo Viggo—. Lo dice mi padre. Mi padre dice: Todos los ldpices son igual de corrientes. —Ya, ya —dijo Topper, riéndo- se—. Entonces no es tan listo como yo creia, porque, jsabes qué tipo de lApiz es éste, Viggo? Este lapiz esté embrujado. 33 —Me importa un bledo —dijo bia escrito, casi de repente. —Si —dijo Viggo, atin enojado—. Con una goma de borrar. —No —dijo Topper, levantando la voz—. NO, idiota. SIN goma ni nada. Viggo dejé de pintar. —;Desaparece sin goma? —pre- ‘gunté y miré a Topper con desconfian- ta—. Tengo que contarselo a mi padre. —No, espera —dijo Topper aga- trando a Viggo por el hombro—. Nadie ha de saber nada de este lapiz, sdlo tt y yo. —wNunca en mi vida of hablar de un l4piz asi —dijo Viggo—. ;Estas segu- to de que desaparece todo lo que se escri- be con él? —Desde luego —dijo Topper—. Ya lo probé. Todo desaparece sin dejar rastro. Vamos a mi casa a probarlo. Y se fue, llevandose a Viggo con él. Por la escalera se encontraron al 34 portero, Sr. Holm, que bajaba._ —Buenos dias, nifios —dijo el Sr. Holm—. ;Quieren ofr un cuento de miedo, bueno de verdad? —NO —dijeron los nifios y siguie- ron escaleras arriba. —;Cémo? —dijo el Sr. Holm sor- prendido—. Pero si andan siempre como locos para que les cuente alguno. —Hoy no —grité Topper—. Te- nemos que escribir. —jEscribir! —dijo el Sr. Holm—. Escribir, nunca of nada tan raro, los nifios son cada vez mds raros. Cuando yo era ni- fio solamente escribiamos después de que el profesor nos tiraba de las orejas. —Si, es posible —dijeron los ni- fos entrando en la casa de Topper. La habitacién de Topper estaba llena de cosas raras que colgaban del te- cho y de las paredes. Todas eran cosas que el padre habfa trafdo a casa, de alta mar. Habia cocodrilos disecados y pie- les de serpiente, que parecian hechas de papel. Habia sables ondulados, cocos 35 y figuras talladas en madera. _ Viggo miré nervioso hacia el co- 0 y pregunté: —;Dénde podemos escribir algo? —Bueno, vamos a ver —dijo Top- . Quizas podriamos hacerlo en la —jEn la pared! —dijo Viggo asus- randose todavia mas—. Tu madre se va a poner furiosa. —;Furiosa? —dijo Topper—. No, mi madre nunca se pone furiosa. Y des- pués de todo, va a desaparecer. , —Si. Ojala! —dijo Viggo—. ;Qué vamos a escribir? —No vamos a escribir—dijo Topper. —;Quée? —dijo Viggo—. Pero ti dijiste que ibamos a escribir en la pared. —Si—dijo Topper—. Pero me acabo de arrepentir. No vamos a escribir, vamos a dibujar. Vamos a dibujar un enorme rinoceronte. Y empezé a dibujar un rinoceronte. —No me gusta mucho esto —dijo Viggo nervioso—. A lo mejor no desaparece. 36 —Bah, no te preocupes —dijo Topper—. No importa, porque yo dibujo muy bien los rinocerontes y creo que mi madre se pondria muy contenta de tener un dibujo asi. Topper siguid dibujando y, des- pués de todo, Viggo tuvo que reconocer que le habia salido un rinoceronte muy bonito. a7 —Bueno —dijo Topper al termi- —. Ahora nos vamos a la cocina y to- ‘mamos cuatro o cinco bebidas. Cuando yolvamos, verds algo estupendo. =) Se fueron para la cocina y cogieron bebidas y pan. Pero sélo habian tomado ‘un trago de bebida cuando oyeron un rui- do muy raro que salfa de la habitacién. ‘ —Escucha —dijo Viggo bajito—. Un ruido. 2 —Anda a ver lo que es —dijo Top- per con la boca Ilena de pan. —A lo mejor es algo peligroso —di- jo Viggo—. A mi no me gustan las cosas peligrosas. Pero de todas formas se puso a es- piar, con mucho cuidado. Y cerrd la puer- ta de golpe. —Topper —susurr6—. Atin esta alli. —Bueno —dijo Topper tomando bebida—. Entonces tenemos que esperar un poquito mas. —Si, pero... —siguiéd Viggo muy bajito—. También hay algo mas. — Qué mas? —pregunté Topper. 38 39 —El, el... guifié el ojo —dijo Viggo. —Ja —rié Topper—. Gui el ojo. Eso tengo que verlo. Se bajé de la mesa y abrié la puerta. —Yooooss! —grité Topper—. Tie- nes raz6n, Viggo, guifié el ojo, Nunca ha- bia dibujado un rinoceronte que guifiara el ojo. Es estupendo. —A mi no me parece estupendo —dijo Viggo. Y en ese momento, el rinoceronte lanz6 un terrible grufido y movid la cabeza. —Mirarlo, claro —dijo Topper riendo otra vez la puerta. | El rinoceronte se acercé a la venta- ay empezo a comer la cortina. _ Era un rinoceronte precioso y norme, y ten{a el mismo color amarillo ue la pared. —jOy! jOy! —dijo Topper—. Ya tiene hambre. Vamos a darle pan. Y se acercé con cuidado al rinoce- ronte con un pedazo de pan en la mano, El rinoceronte volvié la cabeza despacio, lo miré amistoso y se comid el de un bocado. — Socorro! —grité Viggo dando un salto. —GRUMP, JORK, JORK —dijo. —Chist, calla —dijo Topper—. Lo —jUy!, se lo come —dijo Top- vas a asustar como sigas gritando asf. Hola, _per—. Viggo, trae mds pan y una bebida. rinoceronte. E —jAy! —dijo Viggo—. Creo que —GRUMP, JORK, JORK —dijo FW po me atrevo. el rinoceronte. —Viggo —dijo Topper—. sQuie- Y DE PRONTO, SE PLANTO EN res que nuestro rinoceronte se muera de MEDIO DE LA HABITACION. Pambre? Viggo trag6 saliva y cerré la puerta. —NO, NO —dijo Viggo, y fue a —{Qué... qué vamos a hacer? —dijo buscar pan y bebida. muy bajito. Poco después el rinoceronte se habia 42 comido todo el pan que habia en la coci- na. Dio un grufiido de satisfaccién y em- pez6 a comerse las plantas que habia en la habitacién. —jAnda, tt! —dijo Topper—. Qué tipo, cémo come. éCémo vamos a llamarle? —Umm —dijo Viggo poniéndose a pensar. —Viggo, tienes que buscarle un nombre —dijo Topper. —Umm —dijo Viggo y se puso a pensar atin mas. —¢Como se llama tu padre? —pre- gunt6é Topper. —Se llama Sr. Leén —dijo Viggo. — —Otto —grité Topper dandole palmadas en el lomo al rinoceronte—. Amigo, te vas a llamar Otto. —GRUMP —dijo el rinoceronte. Y siguié comiendo la funda del sofa, —Tenemos que conseguir mas co- mida —dijo Topper—. Voy a pedirle dine- to a mi madre para comprar diez panes. —Aayy —dijo Viggo muy nervioso 43 yarrandose a la puerta—. ;Puedo hacer- ) yo, Topper? Tengo miedo de quedarme solo, con Otto. —Si, si que puedes —dijo Top- yer—. Pero aprestirate, antes de que se soma todos los muebles. Viggo no esperé a ofrlo dos veces, se eché a correr escaleras abajo y no sdlo i se rompe una pierna, sino que tam- bién casi se rompe un brazo, y al salir por Ja entrada fue a tropezar con la barriga de re. eo —erufidé el Sr. Leén diri- giéndose a su hijo—. ;Adénde vas con esa prisa, muchacho? —vVoy a buscar pan para el rinoce- ronte —dijo Viggo desapareciendo calle abajo. 4 —Pan para el rinoceronte —dijo el Sr. Leén de mal humor—. Dios sabe lo que estos dos locos acaban de inventat. Creo que voy a tener que echar un vistazo. yt i” Capitulo5 | "J Viggo desaparecié corriendo, tanto como podfa, en direccién a la pescaderfa de la madre de Topper, y entré tan depri- sa que tirdé de espaldas a una sefiora con su pescado y todo. 45 La sefiora fue a parar a un rincén de la tienda, donde se quedé protestando. = —Los nifios ahora tienen mucha prisa —dijo levantandose—. Cuando yo era nifia éramos mas formales. —Si —dijo Viggo—. Pero es que yo vengo a buscar dinero para comprar diez panes. La madre de Topper se puso a reir. —Parece que tienen hambre —dijo. —Bueno, es que... —dijo Vig- go—. No es para nosotros, es para Otto. —j(Vaya! —dijo la madre de Top- per—. ;Quién es Otto, un amigo nuevo? —NO —dijo Viggo—. Otto es un rinoceronte. — OOH], entonces diez panes no son demasiados —dijo la madre de Top- per—. ;Cémo encontraron a Otto? —Lo dibujé Topper —dijo Vig- go—. Y ahora se esta comiendo todos los muebles. —Jestis! —dijo la sefiora que se habia cafdo de espaldas—. jJestis!, qué manera de mentir, la de los nifios de 46 ahora—. Y se marché enojada._ —Si, y también hay que ver el mal humor de alguna gente —dijo la madre de Topper y se eché a reir tan fuerte que se le notaba todo el pecho saltando deba- jo de la camisa azul—. Denle algo de co- mer a Otto, pero tengan cuidado de que no haga ningtin estropicio. —Si, si podemos controlarlo —di- jo Viggo y se marché deprisa a comprar los panes. Pero cuando uno es nifio no es tan facil comprar diez panes. El primer sitio al que fue Viggo, era una panaderfa pequefia con una panadera muy grande que estaba detrs del mostrador lim pidndose las ufias cuando Viggo entrd, —Diez panes —pidié Viggo. La panadera se limpié las manos con el delantal y miraba a Viggo con sus ojos pequefios y observadores. —;{Diez panes? —dijo y siguid mirando a Viggo con desconfianza. —Si —dijo Viggo, que estaba so- focado por la carrera—. Diez panes. —Mira, :quieres hacer el favor de charte? —dijo la panadera—. No se pue- e ira los sitios a hacerle burla a la gente. Be —Si, pero... —dijo Viggo triste—. Yo QUERIA comprar diez panes. 3 La panadera se volvié despacio y -abrié una puerta, sin perder de vista a Viggo. } —)Folmer! —grité por la puerta—. Ven un momento; ;me oyes, Folmer? Folmer era el panadero. Era un_ hombre pequefiito que sdlo le llegaba a su mujer a la cintura. —;Qué pasa? —pregunté enojado. 48 —Este nifio, que necesita un tirén de orejas —dijo la panadera poniendo los brazos en la cintura—. Se est4 burlando de mi. —,Se esta burlando de ti, Alman- da? —pregunté el panadero mirando a su enorme mujer. —Si —dijo la panadera—. Entré aqui gritando que queria diez panes, y yo sé que ninguna persona normal se come diez panes. —No, tienes razén, Almanda —di- jo el panadero—. En todo el tiempo que llevo de panadero nunca of que nadie com- prara tantos panes. —;Puede saberse para quién es tanto pan? —pregunté la panadera —Para Otto —dijo Viggo. —Oto —refunfuiid la panade- ta—. Eso puede decirlo cualquiera, y équién es Otto? —Es nuestro rinoceronte —dijo Viggo timidamente. —jUN RINOCERONTE! —erité la panadera—. jLargate de aqui! Nunca of a 49 nifio decir una mentira tan grande. Salpicaba tanto al hablar que pare- una ballena resfriada. —Andas diciendo mentiras y bur- landote de personas serias como Folmer y yo —farfull6b—. Haz algo, Folmer, ti es mi marido. —jFuera! —grité el panadero muy enojado—. Fuera de aqui o llamo a la policia. Viggo ‘no pudo oir lo ultimo, porque ya habia salido en busca de otra panaderia. Todo lo que Viggo pudo conseguir fueron cuatro panes. Cansado y triste se fue hacia la ca- sa roja cargado con los pesados panes. Pero en la ventana del CAFE LA PESCADILLA AZUL, espiando por detras de la cortina, estaba su padre. —Umm —pensé rascdndose la barba—. Estos dos pfcaros estan traman- do algo, tengo que vigilarlos. Se puso a escuchar detras de la puer- ta y oy6 como Viggo subfa las escaleras. ba, no van a hacer travesuras, de eso me encargo yo. Pero Viggo no sabia que su padre lo estaba vigilando. Iba subiendo las escaleras todo fa- tigado y encontré al Sr. Holm hablando con la Sra. Flora. —;Sabe usted una cosa, Sr. Holm? —dijo la Sra. Flora—. Hace como una hora que la cal del techo se cae, ;no es ra- ro? Y créame, ademas la lampara se mue- ve, parece como si se paseara un elefante por el piso de arriba —dijo sefialando con el dedo hacia el techo. EI Sr. Holm se rid al ver a Viggo que subfa, aplastado por el peso de tanto pan. —Hola —dijo el Sr. Holm—. iQué es lo que tienen ustedes dos ahf arriba?, jun elefante? Viggo moviéd la cabeza, todo agotado. —No —dijo—. Es un rinoceronte. El Sr. Holm se volvié hacia la Sra. Flora. 51 _ —No es ningtin elefante —grité la trompetilla, que estaba limpia y bri- te—. Solamente es un rinoceronte. —jCaramba! —dijo la Sra. Flo- . Cudnto pan come este nifio. —No —dijo Viggo—. Es para 0. —jOohh! —dijo la Sra. Flora—. Te nas Otto, claro, claro. Me debo estar ha- ndo vieja, yo crei que te llamabas Viggo. Y en ese mismo momento la lam- para de la Sra. Flora se vino al suelo, —jOiga! —dijo el Sr. Holm sor- prendido—. Voy arriba un momento a ver ese rinoceronte. Y se marché detras de Viggo, esca- leras arriba. La casa de Topper era una auténti- ca revolucién. Otto, el enorme animal amarillo, se habfa comido la tapiceria de dos sillo- nes, todas las cortinas de la sala, dos cen- tros de mesa y un papagayo disecado. Y estaba acabando de comerse la alfombra. 52 EI Sr. Holm se quedé parado en la Capitulo 6 ". puerta y sacéd su CALIENTANARIZ de la boca. —jPor todos los afios de mi vida! —dijo rascandose el bigote cuando vio a Otto—. ;Cémo han conseguido traer aqui arriba un animal tan grande? _ | pan. —Vino solo —dijo Topper son- \ riendo. Le quité el pan a Viggo, que estaba agotado, y se lo metié en la boca a Otto. —JORK —dijo Otto comiéndose __ Entretanto, Viggo se senté en un fF al que le faltaba la tapicera y alli se quedé dormido entre los muelles sueltos. Holm se acercé al rinoceronte amarillo. —Es bonito —dijo acariciando a Otto en el lomo—. Me parece que es el ri- noceronte més bonito que vi en mi vida. —jA que si! —dijo Topper orgu- lloso—. Pero —dijo el Sr. Holm— aqui no pueden tenerlo, porque el techo puede terminar cayéndose encima de la pobre Sra. Flora, una sefiora tan buena y dulce. —Pues no va a quedar mas reme- dio —dijo Topper—. Es demasiado gor- do y no cabe por la puerta. El Sr. Holm se rascé la cabeza. —Lo peor es —dijo— que aqui 54 esta prohibido tener animales en casa. —Lo tendremos escondido —dijo Topper—. Nadie se va a enterar de que lo tenemos. —Si —dijo el Sr. Holm—. Pero pisa tan fuerte al andar que se oird en to- da la casa. —Es porque todavia tiene hambre —dijo Topper—. Asi andan los rinoce- rontes cuando tienen hambre, cuanta mas hambre tienen, més fuerte pisan. — Si? —dijo el Sr. Holm—. Eso» no lo sabia. Pero entonces tenemos que hacer algo pronto. Creo que un cajén de hierba y un cajén de remolachas sera su- ficiente por hoy. Si —dijo Topper—. Y un poco mas de pan. —Voy a encargar un cajén de hierba —dijo el Sr. Holm saliendo y tro- pezando con las tablas del suelo que cru- jfan y se levantaban con el peso del gigan- tesco animal. Mientras el Sr. Holm estaba fuera, Topper abrié la ventana y alli abajo, viendo la cabeza—. ‘Topper. 55 nte de la casa roja, vio a Sille que ve- a montada en su bicicleta amarilla. —4Eh!, Sille —grité Topper. —Hola, Topper —gritd Sille—. Qué estan haciendo? __ —Nada importante —dijo Top- —. Pero sube a ver a Otto. Sille frend. —;Quién es Otto? —pregunté —Otto es un rinoceronte —dijo Topper gritando. —Tt estds loco —dijo Sille mo- Loco de remate, —Si —dijo Topper—. Pero Otto es un verdadero y auténtico rinoceronte amarillo, lavable y todo. Sille se eché a reir. —jBah! —dijo ella moviendo la cabeza—. No hay rinocerontes amarillos. —Sille, si te quedas ahi un mo- ~ mento —dijo Topper— es posible que lo _ pueda acercar hasta la ventana. —Bueno —dijo Sille—. Esperaré. _ ; 56 Topper traté de empujar a Otto { hasta la ventana, empujé con todas sus fuerzas, pero Otto no queria moverse ni un poco. Acababa de encontrar un par de libros en la estanterfa y parecia que los li- bros eran su comida favorita, porque de- cia un JORK después de otro. 37 Entonces, Topper probé a arras- lo tirandolo del rabo, pero ni asf. —JORK, JORK —decia Otto y se- a comiendo. —No hay manera —dijo Topper y ‘se asomoé otra vez a la ventana—. No ‘quiere asomarse, est4 comiendo libros. —Bah!, estas loco —dijo Sille—. Un rinoceronte amarillo que come libros, yaya una tonteria. —Si, es un poco raro —dijo Topper. —— “N = s = > 58 —Topper —dijo Sille monténdo- se en la bicicleta—. Eres la persona mas loca que vi en mi vida. Y desaparecié a toda velocidad por la esquina de la calle. ‘Topper suspiré. —Desde luego, no es tan facil te- ner novia —dijo. —Novia —dijo Viggo bostezan- do—. ;Qué novia? —jOh! —dijo Topper—. Era Sille. —jBah! —dijo Viggo y se durmié otra vez. Abajo, en el teléfono, el Sr. Holm tenia problemas. ; Estaba Ilamando a Amador, el gran- jero que vivia en las afueras de la ciudad. —Buenos dias —dijo el Sr, Holm—. ;Puede mandarme un cajén grande de hierba? —Naturalmente —dijo el granje- ro—. ¢Adénde se lo mando? 59 —A la gran casa roja que esté a la rilla del mar —dijo el Sr. Holm—. Lo ete directamente por la ventana del se- undo piso. —;Cémo dice? —pregunté el jero—. ;Que quiere un cajén de erba en la ventana del segundo piso? —Si, si es usted tan amable —con- ‘testé el Sr. Holm. —Qué cosa mds rara —dijo el granjero—. ;Para qué quieren la hierba dentro de la casa? —Bueno —dijo el Sr. Holm—. Nosotros..., ejem... tenemos un animal y hay que darle de comer. —;Qué animal?. —pregunté el granjero desconfiado. —Bueno —dijo el Sr. Holm—. Es un rinoceronte. —Ja, ja —dijo el granjero—. Ya sabia yo que la gente de la ciudad no es- taba muy bien de la cabeza. Pero tan mal no crefa yo que estuviera. Comida para el rinoceronte del segundo piso, ésta si que es buena. 60 —Entonces, no quiere vendernos la hierba? —pregunté el Sr. Holm. —Si, si que quiero —dijo el granje- ro muerto de risa—. Pero tienen que venir ustedes a buscar la hierba para el rinoce- ronte, Yo no voy a ir a la ciudad para que se rfan de mi por culpa de unos locos. Y colgé el teléfono. El Sr. Holm volvié al lado de los nifios. —Tenemos que ira buscar la hier- ba —dijo—. La hierba de los rinoceron- tes hay que ir a buscarla uno mismo. —También tenemos que conse- guir més pan —dijo Topper—. Otto est4 muerto de hambre. —JORK, JORK —grufié Otto pi- sando con todo su peso. —Bien —dijo el Sr. Holm—. Voy a buscar un cajén de hierba con la bici- cleta, y mientras tanto ustedes tomen el carricoche y vayan a buscar mas pan. En ese momento Ilamaron a la puerta. Topper miré al Sr. Holm y el Sr. Holm miré a Topper. cuidado. 61 —A lo mejor es la policia —dijo el Sr. Holm muy bajito—. Tenemos que es- conder a Otto. —;:D6nde? —pregunté Topper. —Debajo de la alfombra —dijo el Sr. Holm—. Le echamos por encima lo que queda de la alfombra. Llamaron otra vez. —RApido —susurré el Sr. Holm—. Tapalo. Cuando Otto estaba tapado con la alfombra, Topper abrié la puerta con 62 Alli estaba la Sra. Flora y parecia muy preocupada. : —Sr. Holm —dijo—. jSabe que todas mis lamparas se caen del techo? El Sr. Holm le quité Ja alfombra a Otto, y la Sra. Flora miré al animal con curiosidad. —jOohh! —dijo, cruzdndose las manos—. Un rinoceronte. Ahora ya en- tiendo todo mejor. Es tan raro que haya un rinoceronte en Casa. Yo no creo que hayamos tenido ninguno antes. —No —dijo el Sr. Holm—. Es la primera vez que tenemos un rinoceronte. 63 —; Qué? —dijo la Sra. Flora—. Dijo usted café. Muy bien, ahora mismo yoy a prepararle a usted y a los nifios un café bien calentito. Y asf se marché la Sra. Flora a pre- parar el café. —Antes de tomar café —dijo el Sr. Holm—tenemos que conseguir hierba y pan. Topper desperté a Viggo. —Viggo —le grités—. Vamos a bus- car pan. —No —dijo Viggo con voz dolo- ~ rida—. Yo acabo de comprar pan. Pero Topper le cogié de un brazo y, junto con el Sr. Holm, los tres bajaron la escalera y salieron de la casa. Pero detrds de la puerta del CAFE LA PESCADILLA AZUL estaba el padre de Viggo, el Sr. Leén, escuchando. — Qué pasard? —pensd—. Ahora baja el Sr. Holm con ellos como si fuera otro nifio mas. Aqui pasa algo que no es lo que debiera pasar en una casa normal y decentes 64 Abrié la puerta despacito y miré a todos lados. Entonces, se escurrié como una ra- ta por las escaleras crujientes y apoyé la oreja en la puerta del piso en donde estaba Otto esperando a que le trajeran comida. —Raro —murmuré el padre de Viggo—. Muy raro. Y se puso a escuchar otra vez. 2 » , ee : —Qué ruidos mas raros —se dijo asi mismo—. Es como si hubiera un cer- do dentro. Y se puso otra vez a escuchar. «Sin embargo», pensd, «los cerdos no dicen JORK ni GRUMP. Los cerdos dicen SNOF y OINK. ;Qué podrd ser?” Miré a todos lados, otra vez. Entonces se agaché para mirar por el ojo de la cerradura. — Aja! —dijo—. Asi que tienen un rinoceronte escondido ahi dentro. Qué descaro, y ademas un rinoceronte amarillo. Y bajé corriendo las escaleras. —Oye —le dijo a su mujer—. Quieres creer que el portero y los nifios tienen escondido un rinoceronte arriba? —No me digas —dijo la madre de Viggo—. Aqui en esta casa donde siem- pre estuvo todo tan limpio y ordenado. Un rinoceronte, con lo que manchan. —Si —gritd el Sr. Leén—. Yo me encargaré de que desaparezca. ae Capitulo 7 , — Pero el Sr. Leén iba a descubrir muy pronto que es muy dificil deshacer- se de un rinoceronte que vive en un se- gundo piso. Primero Ilamé al director del Par- que Zooldgico. —Buenas —dijo el Sr. Leén. —Buenas —dijo el director del zoolégico. —Buenas, buenas —dijo otra vez el Sr. Le6n, mientras pensaba cémo iba a explicarle al director eso del rinoceronte. —;,Digame? —pregunté el direc- tor molesto—. ;Tiene usted pensado se- guir diciendo buenas todo el dia? —jOoh, noo! —dijo el Sr. Leén asustado. —Eso espero —dijo el director—. Soy un hombre muy ocupado y siempre tengo prisa, usted lo sabe muy bien. Los 67 directores siempre estan ocupados. No puedo gastar mi tiempo en decir buenas. —No, lo comprendo bien —dijo el Sr. Leén. —Llamo para venderle un rinoce- ronte. —jAja! —dijo el director, y ahora su voz parecia mds amable—. Llama para venderme un rinoceronte, eso ya es otra cosa. ;Cémo es? ;Es un rinoceronte de Africa o de Sumatra? —No lo sé —dijo el Sr. Leén—. Es amarillo. El director carrasped sorprendido. —Asi que amarillo —dijo—. Un rinoceronte amarillo, muy extrafio, uni- co. ;Cual es su nombre’, sefior... —Le6én —dijo el Sr. Leén. El director tosié con fuerza, al otro lado del teléfono. Tosié un rato, un rato tan largo que el Sr. Leén se puso ner- vioso, temiendo que el director se hubie- Ta puesto seriamente enfermo. —;Quiere usted decir? —dijo por fin el director carraspeando—, que usted es 68 un leén que quiere vender un rinoceronte. —Si —dijo el Sr. Leén un tanto preocupado—. Mas o menos. —Nunca oj nada tan raro —dijo el director—. Los animales vendiéndose unos a otros. Eso no me lo creo yo. Lo que yo creo es que usted es un bromista que quiere jugar conmigo por teléfono. Pero sepa usted, buen hombre, que noso- tros los directores no tenemos tiempo pa- ra bromas, lo siento pero tengo que colgar el teléfono. —Pero... sefior director —protesté el Sr. Leén—. Yo no soy ningtin bromista. —jAh! —dijo el director—. Enton- ces debe ser que usted est4 completamente loco. Y el director colgé el teléfono con un gran golpe. —No quiere comprar un rinoce- ronte —dijo enfadado el Sr. Leén, a su mujer. —Entonces llama a la_policia —dijo la madre de Viggo—. Puede que ha- gan algo, la policfa siempre puede hacer algo. 69 EI Sr. Leén llamé a la policia. —Buenas —dijo—. ;Qué pode- mos hacer? —Buenas —dijo un policia al otro lado del teléfono—. Por mi puede hacer lo que quiera, si no va contra la ley. —Bien —dijo el Sr. Leé6n—. Se trata de un rinoceronte. No podemos deshacernos de él y no queremos seguir teniéndolo en casa. —iDesde dénde llama usted? —pregunté el policia. —Desde el CAFE LA PESCADI- LLA AZUL —dijo el Sr. Leén. —jOOH, ya! Ahora que dice lo del café —dijo el policia riéndose—. Lla- ma desde un café y quiere hablar de un rinoceronte. Ahora ya sé lo que puede ha- cer usted. —jAHH! ;Si? —dijo muy conten- to, el Sr. Leén—. ;Qué puedo hacer? —Yo creo —dijo el policia— que debe dejar de beber vino. Cuando uno se emborracha tanto como usted, se ven tantos rinocerontes como elefantes. —Si, pero —dijo el Sr. Leén de- sesperado—. No he bebido vino, sdlo quiero deshacerme del rinoceronte. ZN —Escuche —dijo el policia enoja- do—. Si no deja de molestar a la policia con esas tonterfas del rinoceronte, ten- dremos que ir a detenerlo. ;Le gustaria pasar dos dias en la carcel? —No, no —dijo el Sr. Leén. —Muy bien —dijo el policia—. Ahora acuéstese y ya vera cOmo mafiana habra olvidado todo eso del rinoceronte. Buenas tardes. EI Sr. Leén se quedé un rato con el teléfono en la mano, mirdndolo. Luego, muy despacio, colg6. —Me parece que me voy a acostar —dijo bajito—, si no, vendran a buscarme. an Capitulo 8 . a Mientras el Sr. Leén, el padre inte- ligente de Viggo, estaba trabajando para deshacerse de un rinoceronte gue ni tan siquiera le pertenecia, los nifios también tenian problemas para conseguir pan. Cuando llegaron a la panaderia de la panadera amargada, dijo Topper: —Compraremos los diez panes aqui, Viggo. —jOh!, no —dijo Viggo—. Nos echardn, no quieren vender pan a los nifios. —jNo quieren vender pan? —dijo Topper—. Qué tienda més rara. Y se puso a pensar un momento. —Tengo una idea —dijo—, Segu- ro que los de ahi dentro son como los cer- dos, que siempre hacen lo contrario de lo que se les dice. Abrié la puerta de la tienda, mien- 3 tras Viggo se escondia detras de TEM- BLEQUE. —Buenos dias —dijo la panade- ra—. ;Qué quieres? —Nada —dijo Topper. —;Cémo? —dijo la panadera—. sQuieres tomarme el pelo? —No —dijo Topper riéndose—. Vengo aqui porque no quiero comprar nada. — Nooo! —chillé la panadera—. Es increible lo descarados que son los nifios ahora. Folmer, FOLMEEER, ven corriendo. El panadero bajito entré en la tienda. —Mira —dijo la panadera—. Es- te chico no quiere comprar nada. ;Cémo puede ser, Folmer? —Comprar4 —dijo el panadero—. Todos los que entran en nuestra tienda tienen que comprar algo. Cierra la puer- ta, Almanda. No va a salir de aqui sin comprar por lo menos diez panes. La panadera se planté delante de la puerta. 74 —iQué dices ahora, pequefio? —pregunté. —Bueno, entonces deme diez pa- nes —dijo Topper—. No tengo ganas de quedarme aqui todo el dfa. —jAh!, eso es otra cosa —dijo la panadera—. Aqui no viene la gente a burlarse de nosotros. Cuando Topper salid, cargado con los diez enormes panes, Viggo abrié los ojos desmesuradamente, como si viese un fantasma. — Cémo? —pregunté Viggo—. éComo lo conseguiste? —jOoh! —dijo Topper riendo—. No es muy dificil de explicar. Solamente dije que no queria comprar nada. —Estis loco —dijo Viggo. —Si —dijo Topper—. Pero ahora tenemos que ir donde Otto. Cuando volvian para ver al rinoce- ronte, se encontraron con un viejecito de anteojos redondos. Miré para el carrico- che una vez y luego volvié a mirar. —Me parece —dijo limpiandose 75 los anteojos—. Me parece que necesito unos anteojos nuevos. Porque, ;saben lo que me parecié su hermanito? —Pan —dijeron los nifios. —Exacto —dijo el viejecito—. Cuando se le ve con estos anteojos, pare- ce un montén de pan. Y el anciano eché a andar y entré donde el oculista. Aquel dia, la gente que pasaba por delante de la casa roja a la orilla del mar pudo ver cosas muy raras. Primero pudieron ver dos nifos que iban empujando un carricoche lleno de pan. Un poco después pudieron ver un montén de hierba que iba en bicicleta. El monton de hierba se paré al lado del ca- rricoche y un hombre con una pipa salié de entre la hierba y empezo a sacudirse la ropa. Después, pudieron ver cémo el 76 7 hombre de la pipa empezaba a meter la hierba por la ventana del segundo piso. Pero también pasé alguien por alli que vio todo aquello, y ese alguien no era otro que el jefe de policfa. EI jefe de policia era el mas listo de todos los policias y el que habia dete- nido més ladrones. Cuando vio que el Sr. Holm echa- ba hierba a Otto por la ventana, se quedé parado y entrecerré los ojos. Entonces, se acercé al Sr. Holm con pasos firmes, como suelen hacer los jefes de policfa, y le puso una mano en el hombro. —Hola, buenas —dijo el Sr. Holm, y siguié echando hierba por la ventana del segundo piso. EI jefe de policia se puso serio. —Buen hombre —dijo—. Seguin la ley ntimero ochocientos doce, esta pro- hibido echar hierba por las ventanas de la gente. El Sr. Holm pard. —Si, pero —dijo—. El animal tie- ne hambre. Se esta comiendo los muebles. —;De qué animal est4 hablando? —pregunts el jefe de policfa. —Es un secreto —dijo el Sr. Holm poniéndose colorado. 78 —Esta prohibido tener secretos con la policia —dijo el jefe de policia—, 2Es un caballo? —Es un rinoceronte —dijo el me ijo el Sr. El jefe de policia sacé del bolsillo un libro muy gordo. LEYES SOBRE TO- DAS LAS COSAS, decfa en el libro. 1 —Rinoceronte, rinoceronte —di- jo hojeando el libro—, No hay ninguna ley sobre rinocerontes. 5 —Muy bien —dijo el Sr. Holm, mds tranquilo—. Entonces seguiré dan- dole la comida. me —Un momento —dijo el jefe de policfa—. Tiene que pagar el impuesto de peso del animal por tenerlo en un segun- do piso. ;Cudnto pesa? —No tengo ni idea —dijo el $ Holm. gee ___—Entonces hay que pesarlo —di- jo el jefe de policta—. ;Tiene usted una balanza? EI Sr. Holm asintié. —Bien —dijo el jefe de policia. 79 Entonces vamos arriba a pesarlo. Todo tiene que estar en regla, buen hombre. —Si, claro —dijo el Sr. Holm. El Sr. Holm trajo una balanza y con el policia subié al piso donde estaban los nifios. Otto estaba comiendo hierba. Movia el rabo con satisfaccién y decia un JONK después de otro. —Es bastante grande —dijo el je- fe de policia—. ;Cémo lo vamos a subir a la balanza? —Lo engafiaremos con un poco de pan —dijo Topper. A Otto no le apetecia mucho eso de la balanza, pero al fin consiguieron que pusiera una de sus enormes patas delante- ras encima de ella. —Y ahora abajo, otra vez —dijo el jefe de policia. Otto quité la pata de la balanza. La balanza ya no parecfa una balanza, es- taba aplastada como una tortilla. —;Qué vamos a hacer ahora? —pregunté el jefe de policia—. Hay que 80 pesarlo, para que haya orden en las casas. —GRUMP, JONK —dijo Otto. Y empez6 a comer la gorra del je- fe de policia. _ En nombre de la ley —grité el policia muy enojado—. En nombre de la ley, esté prohibido comerse el uniforme de un policfa. 81 —JONK —dijo Otto comiéndose el resto de la gorra. — Qué desgracia! —dijo el poli- cla—. Tengo que conseguir mi gorra 0 nadie podra ver que soy el jefe de policia. —Ya desaparecid —dijo Topper— pero yo te puedo prestar una mia. Y encontré una gorra verde en el fondo de un armario. Pero el jefe de policia estaba muy enojado y la tiré en la hierba al tiempo que gritaba: —Este descarado animal tiene que desaparecer de aqui antes de mafiana a las ocho de la mafiana o si no, lo meteré en la carcel. Dio una patada en el suelo e ibaa marcharse cuando se oy6 un enorme crujido. El enorme crujido venia del suelo. Tenemos que recordar que la casa era vieja y el suelo también. Podia aguantar a Otto. Podia también aguantar a Otto, a los nifios y al Sr. Holm. 84 Pero un jefe de policfa enojado que da golpes en el suelo era ya demasia- do para aquel suelo tan viejo. Con un tremendo crujido, el piso se hundié bajo los pies de aquel grupo y con un ;BUMBA!, aparecieron todos: Otto, los nifios, el Sr. Holm y cl jefe de policia, en la sala de la Sra. Flora. —jCaramba! —dijo la Sra. Flora que salia de la cocina con una jarra Ilena de café—. No los of venir, y también vie- ne el rinoceronte, jqué divertido! Le eché una sonrisa al jefe de po- licfa, que estaba casi enterrado bajo la hierba. —Es que, jsabe usted?, seftor poli- cia —dijo—. Oigo tan mal. —Yo no soy un policfa —protesté el jefe de policia saliendo de entre la hier- ba—. Yo soy el jefe de policia. —jCaramba! —dijo la Sra. Flora dejando el café a un lado—. ;Es usted pa- nadero? Es una ropa muy rara la que tie- ne usted para ser panadero. Bueno, ahora vamos a tomar el café todos juntos. 85 EI jefe de policia se dejé caer en una silla. —Me parece que una taza de café me va a sentar bien —dijo con voz cansa- da—. Algunas veces esto de ser jefe de policia es muy incémodo. Alli estaban todos sentados alrede- dor de la mesa en la bonita sala de la Sra. Flora, tomando café y comiendo galletas. La luz del sol de la tarde entraba por la ventana y, en el balcén, los pajaritos cantaban en sus jaulas. —Umm —dijo la Sra. Flora son- riendo feliz—. ;Qué bonito es estar rodeado de tantas personas agradables y de animalitos. Es tan raro que yo tenga gente de visita! —Son unas galletas muy ricas —di- jo Topper. Estaba sentado a caballo de Otto comiendo galletas a dos manos. A través de la puerta del balcén podfa ver el puer- to y las barcas blancas de los pescadores, y un poquito después vio algo amarillo que se acercaba. 86 —jEh!, Sille —grité saliendo al bal- con—. Parate un momento y sube a ver nuestro rinoceronte. — Hay también un rinoceronte en casa de la Sra. Flora? —pregunté Sille sonriendo. —Topper, Topper —dijo Sille. Pero cuando se marchaba en su bi- cicleta, le mandé un beso con la mano. —jOh! —dijo Topper y fue a co- gerse del rabo de Otto—. Sille es mi novia. — Bah! —dijo Viggo—. Otra vez esa tonteria de la novia. Cuando la madre de Topper llegé a casa, después del trabajo en la pescade- ria, se encontré con un enorme agujero en el suelo, y cuando miré por él, vio una reunion muy rara en la sala de abajo. jCaramba! —dijo—. Qué reu- nién mas agradable, voy a bajar yo tam- bién a tomar una taza de café. 87 —Si, jverdad?. —dijo la Sra. Flora—. ;Verdad que es una reunion agradable? El jefe de policia asintid. —Muy agradable, de verdad —di- jo, tomando un sorbo de café—. Nunca crei que un jefe de policia podia estar en una reunién tan agradable. = Capitulo9 = 3% En el CAFE LA PESCADILLA AZUL dormia, como una piedra, el padre de Viggo, el Sr. Leén. Las dos Ilamadas de teléfono le ha- bian afectado mucho. Al Sr. Leén nunca le habia sucedido que la gente se burlara de él por teléfono, ni tampoco le habfa suce- dido que la gente no creyera lo que decia. Esas cosas le afectaban mucho al Sr. Leén. Pero no pudo dormir mucho. Su mujer lo desperté tirandolo de un brazo. —Es muy extrafio —le dijo sefia- lando al techo. —Las lamparas se caen y la sefiora de arriba salta y hace mucho ruido, es co- Mo Si no se encontrara bien. EI Sr. Leén salté de la cama. — Se caen las lamparas? —pre- gunto—. Eso es terrible, porque cuando 89 se haga de noche no vamos a poder ver nada. —Claro —le dijo su mujer—. Tie- nes que hacer algo. El Sr. Leén se puso los pantalones a toda prisa, subié al piso de arriba, y lla- mé a la puerta de la Sra. Flora. Detras de la puerta se ofan muchas voces, y oyé co- mo si alguien gritara: «jHurra!» —Parece que ahi dentro hay una fiesta —dijo para sus adentros—, sin im- portarles que las lamparas de la gente se caigan. Pero ya les ensefiaré yo que el Sr. Leén también puede gritar. Golpeé la puerta con energia, in- flandose como si fuera un pavo real. Fue el jefe de policfa quien abrié la puerta y cuando el Sr. Leén vio que era el mismo jefe de policia el que abria la puerta, se deshinché como un balén. —Je, je —dijo muy amablemen- te—. ;Estd la sefiora en casa? —Si —dijo el jefe de policia—. Tenemos una pequefia fiesta en honor de Otto. 90 — Si? —dijo el Sr. Leén un tanto preocupado—. Pero es que las lémparas se caen, abajo en el café. —Si —dijo el jefe de policta—, Cosas asi no pueden evitarse, pero es que la sefiora hace un café tan bueno que le pone a uno de buen humor. —‘No podrian ustedes golpear un poco menos? —dijo el padre de Viggo—. No me apetece que todas mis lamparas se caigan. —Lo siento, pero no —dijo el jefe de policia—. Tenemos dentro un animal bastante grande que no podemos sacat por la puerta. — Un animal? —dijo el padre de Viggo poniéndose blanco—. ;Un rinoce- ronte? —Siif, exacto —dijo el jefe de policia—. Un animal muy grande y muy simpatico que se ha comido mi gorra. —;:Podria verlo? —pregunté el Sr. Leén. —Claro, claro —dijo el jefe de policia—. Pase, pero tenga cuidado de no 91 caerse en la hierba. El padre de Viggo entré con mu- cho cuidado en la sala de la Sra. Flora. —GRUMP, JONK —dijo el rino- ceronte amarillo oliéndolo. —jEh! ;Supongo que no muerde? —pregunté nervioso el padre de Viggo. —No, no muerde —dijo el jefe de la policia alegremente—. Es muy bueno, es la bondad misma. E] padre de Viggo tropezé con las tablas del suelo. — Cree usted que el piso aguanta? —pregunto. —Nooo —dijo el jefe de policfa. —Pero entonces, ;qué voy a hacer? —pregunté el padre de Viggo—. El bicho puede caerse dentro de mi café. Eso no me habfa pasado nunca. —Nooo0 —dijo el jefe de policia—. Pero alguna vez tiene que ser la primera. ;Animese, hombre! Y dio al Sr. Leén unas palmadas en la espalda. —jOOHH! —dijo el padre de 92 Viggo—. ;No puede hacer nada la policia con este bicho? —jLa policia? —dijo el jefe de policta—. Nooo, la policia, buen hombre, tiene que ver con la paz y el orden. Un ti- noceronte no es paz, ley ni orden. Un rino- ceronte es mas bien intranquilidad y desor- den, y de esas cosas no nos encargamos nosotros. —Si, pero... —dijo el Sr. Le6n— Usted es el jefe de policia. —Jefe de policia aqui, jefe de po- licfa alli —dijo el jefe de policia—. Ya estoy cansado de mantener todo el tiem- po la ley y el orden. Desde hoy me en- cargo del desorden, de los rinocerontes y del café. Se senté y brind6 con la Sra. Flora. —jCaramba! —pensé el Sr. Leén mientras bajaba la escalera—. Se volvie- ron todos locos. Pero yo lo arreglaré, los echaré a todos fuera. Voy a llamar a los bomberos. Si echan agua en el medio de la habitacién donde tienen la fiesta, ten- dran que marcharse. 93 Temblando de rabia, llamé a los bomberos. —Buenas —dijo un bombero al otro lado del teléfono. —jFuego! —grité el Sr. Leén, que no queria decir nada del rinoceronte amarillo—. Hay fuego en el piso de arri- ba del CAFE LA PESCADILLA AZUL. Vengan corriendo a echar mil litros de agua en el piso; pueden echarlos por la ventana del balcén. —Desde luego —dijo el bombe- ro—. Nosotros los bomberos adoramos ua. aS Un momento después, las calles de la ciudad estaban llenas de coches de bomberos haciendo sonar las sirenas, y de gente que corrfa detrds para ver el fuego. EI Sr. Leén estaba a la puerta del CAFE LA PESCADILLA AZUL frotando- se las manos. Dos grandes coches, llenos de bom- beros entraron en la plaza donde estaba la casa roja y el Sr. Leén se puso a sefialar el balcén de la Sra. Flora. —Es alli —dijo—. Aptirense a echar toda el agua, pronto. Los bomberos miraron al balcén donde habja tantas flores que olfan bien y donde los pajaritos cantaban en sus jaulas. —jAh! —dijo un bombero—. Yo no veo humo en ninguna parte. —Si, pero —dijo el Sr. Leén, que empezaba a ponerse nervioso—, hay mucho fuego, échenle aunque no sean mas que dos mil litros de agua. Pero el bombero se tomaba las co- sas con mucha calma y serenidad. —Yo no veo ni fuego ni humo —dijo otro bombero—. Pero huele a ca- fé. Vamos alli. Cogieron sus escaleras, subieron al balcén de la Sra. Flora y se pusieron a 96 mirar adentro. fe —Hola —dijeron—. ;Es aqui donde huele a café? —jAy! —dijo la Sra. Flora ponién- dosé muy contenta—. Vienen més visi-_ tas. Qué amables son viniendo a verme. Voy a hacer mds café. Y se metié en la cocina, mientras los bomberos entraban en la habitacién. PERO EL SUELO. EI suelo de la sala de la Sra. Flora no estaba hecho para aguantar un rinoce- ronte y mas de veinte personas. Cuando el ultimo bombero entré en la habita- cidn, se oyé el segundo crack gigantesco del dia. Y toda la fiesta de la Sra. Flora se cayé al CAFE LA PESCADILLA AZUL. —jAy, ay!, qué mala suerte tengo —se lamentaba el Sr. Leén llevandose las manos a la cabeza y tirandose de los pe- los—. No sé qué daria por estar lejos de aqui, en la luna. —Ahi esta ese tipo tan extrafio —dijo uno de los bomberos—. Ahora quiere ir a la luna. Me parece que es un oy) poco tonto. —NO —dijo Topper acariciando a Otto—. Es muy, muy inteligente. Lo sabe todo. —A veces esas cosas se suben a la cabeza —dijo otro de los bomberos—. Ahj viene esa sefiora tan simpatica con el café. Y dando un salto tomé por el aire a la Sra. Flora que se habia caido por el agujero del piso. —jUy! —dijo sorprendida—. No los habia ofdo bajar. Miré con amabilidad al bombero que la habia tomado por el aire. — Sabe? —le dijo—. Es que no oigo bien. El bombero asintid con la cabeza. —Si{ —dijo él y le acaricié la cara a la Sra. Flora—. Pero el café si que sabe hacerlo bien. —No, no —dijo la Sra. Flora—. No tengo ningun jardin. Pero tengo un balcén lleno de flores. Ya lo vera cuando termine con el café. a” Capitulol10 Se habia reunido mucha gente detras de los coches de los bomberos, para ver el incendio, y muchos se queda- ron muy enojados y sorprendidos cuando vieron que no habia fuego por ninguna parte. —jBah! —protest6 uno dando una patada en el suelo—. No arde nada. —No —dijo otro—. Un incendio sin fuego es lo mds raro que vi en mi vida. —Si —dijo un tercero—. Nos to- maron el pelo. Hay que protestar. Y todas las personas que se habian enojado se fueron a protestar. Pero también hubo personas mas juiciosas. Les lleg6 el olor a café y entra- ron en el CAFE LA PESCADILLA AZUL. Alli vieron al rinoceronte amarillo y a todos los bomberos, que estaban muy alegres. 99 —jViva! jViva! —gritaban y aplaudfan—. Esto es mucho mejor que un incendio. Y el padre de Viggo, el Sr. Ledn, que se habfa arrancado casi todo el pelo de la cabeza, con la rabia, de repente se convirité en una persona muy feliz y son- tiente, porque todos los que entraban en su café no se conformaban tan sdlo con mirar al rinoceronte amarillo, también querian bebidas, café, vino y comida. Al final habia tanta gente en el CAFE LA PESCADILLA AZUL, que te- nian que sentarse unos encima de otros. Encima de todo estaban los nifios, toman- do bebidas y comiendo salchichas que chorreaban toda la salsa de tomate en las cabezas de sus padres, y debajo de todo es- taba Otto que decia JONK y GRUMP y se sentia muy a gusto iy contento. —jOh! —dijo la Sra. Flora, me- tiéndose debajo de una mesa para estar mas tranquila—. Tantas visitas juntas no habia visto yo en toda mi vida. Es una fiesta muy bonita. 100 —Muy bonita —dijo un nifio pe- quefio que estaba alli poniéndose a soplar por la trompetilla de la Sra. Flora, creyen- do que era de musica—. Muy, muy bonita. Y fue una fiesta muy bonita que terminé muy tarde, cuando ya la luna se paseaba por encima de la ciudad. La luna miraba la ciudad, y sobre todo miraba la casa grande y roja que 101 estaba a la orilla del mar. Vio cémo las visitas decian adiés y se iban a casa con sus hijos, dormidos, en brazos. Vio a los bomberos montar en sus coches y marcharse, vio al Sr. Leén en la puerta diciendo adiés y, cuando miré por la ventana, vio a la Sra. Flora en mitad del café, con su cafetera en la mano y mi- rando el agujero del techo. —jCaray! —dijo la Sra. Flora—. ;Dénde voy a vivir ahora? No se puede vivir en un piso que tiene un agujero tan grande en el suelo. El bueno del Sr. Holm, el portero, carraspeé y se puso un poco colorado. —jHumm! —dijo acariciandose el bigote—. Podrfa venirse a vivir a mi casa, Sra. Flora. —:Qué dice? —pregunté la Sra. Flora—. ;Quiere usted mas café? El Sr. Holm sacudié la cabeza. En- tonces, tomé un trozo de papel y un lapiz y escribié con letras grandes: 102 VENGASE A VIVIR CONMIGO, SENORA FLORA La Sra. Flora leyé el papel. Entonces miré sonriendo al Sr. Holm. —No es mala idea —dijo—. 2Sabe una cosa, Sr. Holm?, me lléevo la ca- fetera, seguro que un sorbo de café nos sienta bien. El Sr. Holm se puso atin mas co- lorado. —Seguro —dijo—. Si, completa- mente seguro. Un poco més tarde, la luna vio cé- mo Otto, el rinoceronte de tres cuernos mas amarillo del mundo, se tumbaba en la hierba y también cémo el jefe de poli- cia, que ya no queria ser mas jefe de poli- cfa, se recostaba sobre el enorme animal y se quedaba dormido. La luna vio cémo el Sr. Leén con- taba todo el dinero que habfa ganado aquel dia, vio cémo cerraba la puerta y apagaba las luces del café y un poquito 103 después oyé un montén de ronquidos que salian de la casa grande. El mas gordo y fuerte de los ron- quidos era el de Otto. El mas chillén era el de Viggo, y el mis alegre y raro era el del Sr. Holm. Porque el Sr. Holm roncaba a tra- vés de su «Calientanariz». Pero de pronto la luna dio un res- pingo alld arriba, porque habia visto una persona muy extrafia que se acercaba a la casa. La persona extrafia iba cargada con un saco a la espalda, y andaba con pasos muy silenciosos. Cuando llegé a la casa roja empe- z6 a mirar a todos lados. Entonces empujé la puerta de al lado del CAFE LA PESCADILLA AZUL y empez6 a subir, descalzo, por las escale- ras, que crujian, y olfan a café. —Café —dijo bajito—. Alguien 104 ha bebido café. Se paré a escuchar detrs de la puerta del piso donde Topper y su madre dormfan, sofando con rinocerontes, ldpices y nifias en bicicletas amarillas. Estuvo parado un momento, escu- chando y sonriendo por debajo de su gran barba. —jOhoho! —dijo—. Ahi dentro duermen como piedras, mucho mejor asi. 105 Abrié la puerta y entré en la sala. Dejo el enorme saco al lado de la puerta. Pero la extrafia persona no podia ver muy bien en la oscuridad, y no vio que habia un gran agujero en el suelo. Con un grito se cayé por el aguje- ro, paso por el agujero de la sala de la Sra. Flora y fue a dar JUSTO ENCIMA DE LA BARRIGA DEL JEFE DE POLICIA. —UUUY —dijo el jefe de policia, despertindose—. Puede alegrarse de que ya no soy jefe de policfa, porque entonces tendria que meterle en la carcel. Esta to- talmente prohibido saltar encima de las barrigas de la gente. Encendié la luz y lo mismo hizo el resto de los vecinos de la casa roja, por- que no estaban acostumbrados a que na- die gritara UUUY en mitad de la noche. Hasta Otto se desperté y grufié JORK, JORK varias veces. La extrafia persona miré al rinoce- ronte, luego miré el agujero del techo del café y empezo a reirse. Se rid tanto que las lagrimas empezaron a correrle por la 106 cara, que estaba muy morena por el sol, y se metian por entre la gran barba roja. —Topper —grit6—. :Qué es lo que has hecho, pillo? —Perdén —dijo el jefe de poli cia—. ;Conoce usted a ese nifio? —,Si lo conozco? —grité el hom- bre de la barba roja dandole una palmada en el hombro al jefe de policfa—. Ese chico es mi hijo. —Papa —grité Topper tirandose por el agujero del suelo—. ;Traes algtin payaso? 107 —Dos —dijo el padre, abrazando a Topper, tan fuerte que se puso azul—. sCambiamos? —;Cambiar qué? —pregunto Top- per tomando aliento. —Por el rinoceronte —dijo su padre. —Oiga —dijo el jefe de policta—. No puede llevarse el rinoceronte del nifto. Qué voy a hacer yo, entonces? Ahora que le tomé carifto al animal. —JORK —dijo Otto arrimandose al jefe de policia. —Espera —dijo el padre de Top- per—. Conozco a un jefe de las islas de Fitti-Huli, en el mar de Benga, que se alegraria mucho de tener un rinoceronte amarillo tan pacifico como éste. «Un fi- noceronte amarillo», me dijo el jefe, una vez que estabamos bebiendo vino de pal- mera, a la luz de las estrellas, «un rinoce- ronte amarillo es lo que mas me gustaria tener. Si ti pudieras conseguirme un rinoceronte asf, te daria tres de mis muje- res mds hermosas». Asi me dijo, y seria 108 una pena no hacerle el favor a mi amigo el jefe, ahora que llego a tierra y encuen- tro un rinoceronte asi en mi propia casa. Ademas, es un buen cambio. —Si —dijo Topper—. Pero ti ya tienes una mujer. —Si que la tengo —dijo, toman- do en el aire a la madre de Topper que se habia tirado por el aire, desde el segundo piso—. Yo tengo una mujer muy buena, pero el jefe de las islas de Fitti-Huli no tiene ningtin rinoceronte, y me gustaria que lo tuviera. —Si, pero gy yo qué? —dijo el jefe de policia poniéndose triste—. Voy a te- ner que ser jefe de policia otra vez. —Te vas con Otto a las islas de Fitti-Huli —dijo el padre de Topper—. Y ademds te puedes quedar con las tres es- posas. —jOh! —dijo el jefe de policia un poco asustado—. Prefiero tener una sola esposa. —Bueno, eso tendrds que decirse- lo ti mismo al jefe —dijo el padre de 109 Topper—. Pero, Topper, de dénde sacas- te ese animal amarillo? Topper se llevé a su padre a un lado. —;Puedes guardar el secreto? —pregunté muy bajito. —Desde luego —contesté su pa- dre—. Desde luego, hijo. —Lo dibujé yo —dijo Topper y sacé el lapiz del bolsillo, para que lo vie- ra su padre. —iLo dibujaste? —pregunto su pa- dre. —S{—dijo Topper—. Todo lo que uno dibuja con este l4piz, se hace verdad. —jEstupendo! —dijo su padre—. Entonces, no te importard que me lleve al rinoceronte. Puedes dibujar otro nuevo, —No —dijo Topper y se acercé a su padre para decirle al oido—. La proxi- ma vez voy a dibujar un elefante. Su padre se eché a reir muy fuerte. —Entonces, tienes que esperar a que le pongan un suelo nuevo a la casa —le dijo. ie Capitulo ultimo = A la mafiana siguiente, subieron a Otto al barco que lo Ilevaria junto con el jefe de policia y el padre de Topper, a las lejanas islas Fitti-Huli. Habfa muchos nifios en el puerto, para ver al rinoceronte, pero cuando vie- ron al padre de Topper con su enorme oni ws e, ae Meas ee nea gett (ah Ses barba roja empezaron a gritar: } —;Podemos ver los dientes? ; es El padre de Topper sonrié y se sa- cs L . we s cé la dentadura postiza de la boca y todos iS Ri los nifios se pusieron a aplaudir. —jOjala fuera mi padre el que tu- viera unos dientes asi! —dijo un nifio. —Los tendra un dfa, ya lo verds —dijo el padre de Topper—. Se caen ellos solos. —jQué bien! —dijo el nifio—. Me alegro, porque asf cuando quiera ir bien presentado se los puedo pedir prestados, 112 A Otto le habian pasado una cuer- da muy gorda por debajo de la barriga, lo levantaron con una grtia y lo pusieron con cuidado encima del barco. Otto estaba de muy buen humor y _ cuando iba por el aire solté unos sonidos muy raros y simpaticos. _—

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