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LA IDEOLOGIA COMO LENGUAJE JUSTO PEREZ CORRAL TAURUS ef X 0701024605 AA Text plus facile élever un temple ‘que ay faire descendre objet du cult Samuel Bscezr, Linnommable Al comienzo de los afios veinte, una serie de personas dedicadas a la filosofi, a la sociologla € incluso a la teologfa, proyectaron una reunién. La mayorfa de ellas habian pasado de una con- fesién a otra; comin a todos era la insistencia fn la reciente adquisicién de una nueva religion, no ésta misma. Todas ellas se hallaban descon- tentas del idealismo que entonces atin dominaba en las universidades. La filosotia les movié a ele sit, por amor de la libertad y autonom(a, la teo- logia positiva, como ya se la lama en Kierke- gaard. No obstante, les interesaba menos el dogma conereto, el contenido de la verdad de la revelacién, que una determinada mentalidad. Un amigo a quien entonces atrafa aguel ambiente no fue invitado, para su ligera irritacién. El no ‘era —se le indicé— suficientemente autéatico, pues vacilaba ante el salto kierkegaardiano; so. pechaba que una religién que es configurada 9 desde un pensar auténomo se somete asi a éste y Se niega a sf misma como lo absoluto que, segiin su propio concepto, pretender ser. Los re- uunidos eran intelectuales antiintelectuales, Se certificaban a sf mismos su alto acuerdo, exchu- vendo a tno que no se confesaba tal como ellos ‘mutuamente se atestiguaban. Lo que defendian ‘espiritualmente lo registraban como su ethos, como si clevara el nivel interior de una persona fl que fuese partidarfa de una doctrina de 1o su- blime: como si en los evangelios no hubiera nada contra los fariseos. Todavia cuarenta afos més tarde ahandonaba un obispo dimisionario la asamblea de una aca- emia evangélica porque un ponente habfa pues- to en duda la posibilidad de la mésica sagrada en la actualidad. También 1 se sentia desvinen- Jado, o habia sido prevenido, de tratar con Ios que firmasen: como si aquel pensamiento eri. fico careciera de fundamento objetivo y fuera una prevaricaciéa subjetiva. La gente de esa indole refine la tendencia de colocarse a derechas, sein Jn expresién de Borchardt, con el miedo a reflee- tar su reflexién, como si no se ereyeran del todo asi mismos. Hoy como ayer, barruntan el peligro de perder de muevo lo que ellos Haman concreto “10 fen favor de Ia abstraccién, que les resulta sospe- chosa y que no puede ser exterminada de los conceptos. La conerecién quieren proclamatla por ‘medio de un sacrificio, yen primer lugar el in- telectual. Algunos disidentes bautizaron el circt- Jo como Tos “auténticos”. Ser y Tiempo tardarfa ‘ain mucho en aparecer. Tal como Heidegger in- ‘trodujo la autenticidad en s{ de un modo antro- poldgicoexistencial como un término téenico loséfico, asi también ha fundido con fuerza en filosoffa aquello por lo que los auténticos se es- fuerzan menos teéricamente, y con ello ha gana- do a todos los que vagamente reaccionan ante aguella. Gracias a él, las imputaciones confesio- es resultaron superfluas. Su libro aleanzé su ’imbus” porque describié con sagacidad ¥ puso ante los ojos, con nobleza que obliza, hacia dénde iba el oscuro impulso de Ta “intelligentsia” antes de 1933. Cierto aue en él, y en todos los aue si- guieron sa lenguaje, resuena, hasta hoy, debili tado, el eco teoldgico, pues en ese lenguaje se infiltraron Ias nostalgias teolégicas de aquellos afios, mucho més alld del émbito de quienes en- tonces se Ias dieron de elitistas. Desde entonces, sin embargo, lo sagrado del lenguaje de los autén” ticos reza mis con el culto de la autenticidad que con el cristianismo, incluso alli donde, por pasa: jera falta de otra autoridad disponible, se acomo- da a él. Antes de cualquier contenido especial, su ct enguaje modula el pensamiento de suerte que se acomode al objetivo de la sumisién, incluso all{ donde cree estar resistiéndole. La autoridad de lo absoluto es derribada por una autoridad absolutizada. El fascism no sélo fue la conju- raci6n que de hecho era, sino que surgié ademés dentro de una poderosa tendencia social. El len- guaje le da asilo y en el lenguaje se manifiesta Ja oculta y creciente catéstrofe como si fuera la salvacion. En Alemania se habla, y, mas atin, se escribe, uuna_jenga de la autenticidad, distintivo de selec: sn sociaizada, noble y al mismo tiempo con reminiscencias de la patria chica; un_sublenguaje como, supralenguaje, que se extiende desde la filosotiay Ia teologis, no sélo de las Academia’ Evangélicas, a través de Tar pedagbaia Tas escue- Jas populares superioces y las agrupaciones juve- niles, hasta el elevado modo de hablar de los representantes de Ja economia y la administra. cidn, Mientras se desborda en su pretensién de tuna profunda emocién humana, esta jerga se halla tan estandarizada como el mundo que oficial mente niega; en parte, debido a su éxito de ‘masas; en parte también porque proclama su 2 mensaje automitieo, por su mera indole, aislén- dolo asi de la experiencia que deberfa infundirlo. Dispone de un modesto numero de palabras que ceficajan y funcionan como obedientes a un eédigo de sefiales. ~ —— “La autenticidad misma no es en esto lo pri- mordial; antes bien, es lo que ilumina el am- biente en que florece la jerga, y la mentalidad. que la alimenta. Basten como ejemplos, de un ‘modo existencial, “en la decisién’ mamiento, encuentro, auténtica conversacién, ‘mensaje, deseo, vinculacién; a esta lista podrian afiadirse no pocos términos nada terminolégicos de andtogo tenor. Algunos de ellos, como el “de- seo", ya localizado en el diccionario de Grimm, ¥ que todavia Benjamin usé inocentemente, ad- Quirieron semejante tinte sélo al caer en aquel ‘campo de tensiGn (también esta expresién resul- ta competente). No se trata de establecer un Index verborum prohibitoriam de sustantivos no- bles, corrientes en el mercado, sino de investigar su funcién lingiistica en la jerga. Desde luego, ‘no_todas_sus palabras. son_sustantivos, nobles; de vez en cuando también ella echa mano de los Banales, Tos eleva a las alturas y los bronceay segiin el us0 fascista, que mezcla sabiamente lo plebiseitario con lo. elitatio. Los poetas del neorromanticismo que se embriagaron de exqui- B siteces, como George y Hofmannsthal, de ningiin ‘modo eseribieron su prosa en jerga; si, en cam- bio, algunos de sus agentes, como Gundolf. Las palabras se convierten en palabras de jerga s6lo por la constelacién que niegan, por el por- te de unicidad de cada una de ellas. Lo que la palabra singular perdié de magia se le otorga de un modo dirigista, como por me! das oficiales. La trascendencia de cada palabra fs una segunda que se suministra nueva de fé- brica: criatura suplantada de las palabras perdi- ddas. Las piezas integrantes del lenguaje empirico son manipuladas en su rigidez como si lo fueran de una lengua verdadera y revelada; el trato ‘empirico con las palabras sacrales es para el lo- ccutor y para el oyente un espejismo de inmedia- tez fisies. El éter es rociado mecdnicamente; las palabras atomistas son ataviadas sin ser modifi- cadas. Gracias a la trama, asi amada por la jerga, adquieren un rango superior a aquélla. La Jerea, objetivamente un sistema, apliea como principio organizado la desorganizacién, Ia des- integracién del lenguaje en palabras en si. Al- gunas de ellas son utilizadas en otros contextos sim hacer un guifio ala jerga; “enunciado”, donde se trata de designar de un modo gréfico, en la teoria del conocimiento, el sentido de 10s juicios predicativos; “propiamente” —claro que ya con clerta cautela— también como adjetivo, donde 4 hhace diferencia entre esencial y accidental; spropiamente” *, donde se alude a una rup- ura, expresién que no resulte inmediatamente adecuada a lo expresado; “las retransmisiones radiofénicas de la miisica tradicional concebida cen categorias de la ejecucién viva evan sub- yacente la sensacién del como si, de lo impropio, jnguténtico” “Impropio” esta af eriticamente, en negacién determinada de algo aparente. La jerga, sin em- Dargo, crea autenticidad, © su contrario, desde cada uno de tales sagaces contextos. Cierto que no habré que cargar en cuenta a ninguna empresa Ja palabra “encargo” cada vez que se le hace uno, Pero tales posibilidades permanecen estre- has y abstractas. Quien las estire demasiado, va hhaciendo una teoria puramente nominalista' del Jenguaje, en Ia cual las palabras son elementos in- ‘ercambiables de juego, en nada afectados por la historia. Esta, no obstante, inmigra en cada pala- bra y sustrae a cada una de las recostruccién del ‘supuesto sentido originario que persigue la jerga. + Adormo utiliza en este texto el sustantivo “Eigen Uichkeit”, que traducimor por “autenicidad™ y el mista ‘téemino én sus formas de adjetiva y adverbio que. tra Alucimos por “propio” y “proplamente™ (N. del 7) * Theodor W. ADomNo: Der gereue Korrepetitor, Lehrscriften zur musikelichen Pravin. Frasktare, 1983, p28. 3 f Qué es © que no es la jerga lo decide el hecho de si la palabra esta escrita en el tono en que ella se plantea como trascendente frente a su propia significacién; de si cada una de las pa- Jabras van cargadas a costa de la proposicion, el juicio y lo pensado. Segin esto, el cardcter de la jerga seria sobremanera formal: ella se encarga de que lo que desea sea sentido y acep- tado por su expesicién, en gran parte sin tener en cuenta el contenido de las palabras. El elemen- to preconceptual y mimético del lenguaje lo toma ella bajo su direcci6n a favor de los efectos por ella deseados. Asf “mensaje”, por ejemplo, quiere hhacer creer que la existencia del hablante'se par- ticipa junto con la cosa y atribuye a ésta su dig- nidad; el hablante da a entender que sin esa su superabundancia, el discurso seria ya inauténtico y la pura atencidn de la expresin a la cosa, un pecado. Para fines demagogicos, este formalismo resulta muy favorable. Quien domine Ia jerga no necesita decir Io que piensa, ni siquiera pensarlo reetamente: de esto le exonera Ia jerga, que all mismo tiempo desvaloriza el pensamiento. Pro- piamente: recio sera que todo el hombre hable. Y en ello sucede lo que la jerga misma estiliza en el “acontecer”. La comunicacién engrana y hace propaganda de una verdad que, por el sbito acuerdo colectivo, deberfa més bien resultar sos- pechosa. El conjuntamento de la jerga tiene algo 16 de la seriedad de fos augures, conjurados a dis- ferecién con cualquier objeto consagrado. EL hecho de que las palabras de Ia jerga sue- ‘nen, independientemente del contexto y del con- ‘tenido conceptual, como si dijeran algo més ele- vado de lo que significan, habria que designarlo con el término de “‘aureola’”. Apenas es un azar ‘que Benjamin lo haya introducido en el mismo instante en que, segiin su propia teoria, se des. hhizo en la experiencia lo que él entendia por ‘aureola'. Sacrales sin contenido sacral, emana- cciones congeladas, las palabras, santo-y-sefia de la Ja jerga de Ia autenticidad, son productos dege- nerados de la aureola, Esta va pareja con una falta de compromiso que, en pleno mundo des- cencantado, la hace disponible 0, como se diria en el nuevo alemén paramilitar, lista para entrar fen servicio. La permanente amonestacién contra Ia cosifieacién que representa la jerga, est cosi- ficada. En ésta cae la definicién de “efecto” de Richard Wagner, dirigida contra el arte rudo, como resultado ‘sin causa. Donde se acaba el spirit santo, se habla con lenguas mecénicas. El secreto sugerido e inexistente es, sin embargo, pliblico. El que no lo tiene, basta que hable como + te, Walter Boon, Schriften 1, Frankturl, 1955 Daag Kurstwerk im Zeitler stiner tachnlschen Reprod slerbartet, 374. wv si lo tuviera y como si los demés careciesen de 4. La férmula expresionista “todo hombre es ele ido”, que se halla en un drama de Paul Kornfeld, asesinado por los nacionalsocialistas, sirve, tras Ja eliminacién del falso Dostoievski, para la mas- turbacién ideolégiea de la pequefia burguesia, amenazada y humillada por el desarrollo social. Del hecho de que con aquella evolucién avanzase ian poco, tanto real como espiritualmente, deriva sul agraciamiento, el de la pristina origenidad. Nietzsche no vivi6 el tiempo suficiente para as- guearse de la jerga de la autenticidad: € cons- tituye en el siglo xx el fenémeno por excelencia ei resentimiento alemdn. El “no huele bien” de Nietzsche habria legado completamente a convertirse en su jerga, en vista de las raras fies: tas balneatorias de la vida sana: “El domingo comienza ya propiamente el sébado por Ia tarde, Cuando el menestral pone en orden su. taller, cuando el ama de casa ha dejado toda la casa en un estado de brillante limpieza, barriendo in- cluso la calle delante de su casa, libréndola de la suciedad acumulada durante la semana; cuan- do al final se bafian los nifios, y también los adultos, en una limpieza a fondo, eliminan el polvo de Ia semana, y ya esta preparada la nueva vestimenta; cuando todo esto se realiza con por- menores y cachaza campesinos, entonces se apo- 18 dra del hombre una sensaciSn de descans funda y beatifica’’', Be Sin cesar surgen y se hinchan expresiones y sttuaiones de una vida cotdiana et geneal yo inexistente, como ai fucran autoricads 9 garan Uzadas por un absolifo gue silenea el anor Mientras los avisados se ecclan de aelat ala revelacin, organizan, ansiosos de atoridady Ia ascensién de la palabca sobre el ambit de lo ifetce, condcionndo « impugnable, promaneise, dela, hasta‘en imprest, como. s'le bendicta de Io alto hubiera sido compuesta en ella misina de un modo famediato, Lo ids alto que habia au pensar y que repugna al pensamient, loo, tropea la jerga al comportase como sto tuviera “siempre yay dica ella. Love la‘tosole qi siera, Su peciliardad, por euya cause et om, Gial la representacin,exige que todas sus re bras diam mas de fo gue dicen eada une. elas, Esto descuarties la técnica de I jerga, Ea teascendencia de la verdad por encima de la si aifeacin de cada wna de les palabras ici ¢ adjudicada por ella alas palabras Some woe Dropiedad intranserible, mientras que aque) ples S6lo se forma en Ia constlacion, es deci de wna manera mediats El lenguafeisSfco, sega 1 propio idea, rebasa lo que die en ited de Ovo Fir Botinow, Neue Geto, Sc erie 8 19 lo que dice, en el proceso del pensamiento, Tras- ciende dialéeticamente, al hacerse consciente, y duefio por tanto, de la contradiceiin entre ver- dad y pensamiento. La jerga confisea destructi- vamente semejante trascendencia y la abandona a su propio cencerreo. Eso que las palabras dicen mas de lo que dicen se les adjudica como expre- sin una vez por todas, quebrando la dialécti la de la palabra y cosa, lo mismo que la intra- linguistica entre cada una de las palabras y su relacién. Sin juicio, sin reflexi6n, la palabra ha de dejar su significacién debajo de sf Con ello se trata de fundar la realidad de aquel plus, como tuna burla de la mistica especulacién del len guaje, que la jerga se guarda de recordar, orgu- losa sin motivo de su llaneza. En ella desaparece Ja diferencia entre el plus que el lenguaje anda buscando a tientas y su serensf. La hipocresia se convierte en @ priori: el lenguaje_cotidiano es hablado hic et mune, como si fuera el sagra- do. A éste s6lo podria acercérsele uno profand 3 través de la distancia del tono de lo santo, no por imitacién. La jerga se ensafla en él de un ‘modo blasfemo. Si reviste de aureola las pala- ‘bras destinadas a expresar lo empirico, a cambio ‘de eso da una mano tan espesa de conceptos generales e ideas filoséticas, como la del ser, que su sustancia conceptual, a mediacién por el su- jeto pensante, desaparece bajo la pintura de co- 20 bertura: entonces-atrien como lo mas concreto. La trascendencia y la concreci6n resultan risa: das} la ambigiiedad es el medium de una acti ud lingiistica, cuya filosofia favorita condena a aquélla* Pero lo que no es verdadero se descubre con- victo de su propia culpabilidad. Alguien eseri- ‘bid, tas una larga separacién, que se hallaba existencialmente asegurado; hace falta cierta re- flexién para averiguar que contaba con una si- ficiente previsién financiera. Un centro previsto ara discusiones internacionales, sirvan para lo ue sirvan, se lama Casa de los Encuentros; el edificio ‘visible, bien cimentado en la tierra, se convierte en lugar sagrado para los actos que han de ser superiores a meras discusiones porque tienen lugar entre hombres vivos existentes, que fen ailtimo término también podrfan discutir y que, mientras no se maten, difieilmente podrén hhacer otra cosa que exist. Lo importante, antes, de cualquier otro contenido, debe ser Ia relacién ‘al otro; para ello resulta suficiente a la jerga el lesgastado ethos comunitario del movimiento ju- venil, silenciéndose que no aleanza més alld de © he. Martin Himsccts, Sein und Zet, 3° ed Halle, 1931, pp. 173 8, & 37, 2 Jas natices del que habla ni de Ta capacidad del “compaiero”, asf lamado recientemente. La jerga domestica al engagement, convietiéndolo en. una firme institueién_y refuerza_ademas_a Tos ora. Sores ins subi 5 fiablaalguie ado.la_jerga-es nula. La altisonante recomndacién de Ta jerga de que su idea no debe esforzarse demasiado, pues de lo contrario ‘molestaria a la comunidad, es para ellos ademés garantia del mAs alto acrisolamiento. Queda’ es eamoteado el hecho de que el lenguaje mismo niega ya, por medio de su generalidad y obje- tividad, 2 aquel hombre integral, al sujeto ha blante individual: por de pronto ese lenguaje va a costa del sertal de los individuos. Sin em- argo, con su proclamacién de que habla todo el hombre y no la idea, la jerga simula, como un modo de comunicacién “a mano”, que estarfa vacunada contra una deshumanizada comunica- cin de masas; esto es precisamente 10 que’ Ie sranjea el acuerdo entusiasta de todos. Quien se afirma tras sus palabras tal como éstas lo simu- Tan, esté a cubierto de la sospecha de aguello que fen ese mismo instante est haciendo: que habla por otros y para colarles algo. De su coartada se encarga la palabra “mensaje”, y de un modo total cuando se le engancha el “auténtico”, Con su prestigio pretende otorgar a aquel “por otros” 2 la clegancia y pureza de un “‘en-s{". Donde todo es comunicacién, ésta es algo mejor que mera comunicacién; pues el hombre exaltado al cielo, que no hace mucho inventé Ia expresién “coman: do de ta ascensién al cielo”, es para la jerga lo mismo el fondo del ser que el destinatario del ‘mensaje, sin que se puedan diferenciar ambas cosas. A menudo también va adherido a le pa- labra mensaje el atributo “ralido”; evidentemen te, porque la vigorosa experiencia de que esa palabra presume ya no seré consumada por aque- Ios que la favorecen por amor a esa pretensién. Es preciso un amplificador. El “mensaje” desea comunicar que Io dicho procede de lo profundo del sujeto hablante y que esté a salvo del ana- oma de la comprensién superficial, Pero al mismo tiempo se disfraza en el mensaje la confusién comunicativa. Cuando uno habla, eso debe ser ya, gracias a la elevada palabra “mensaje”, signo de verdad, como silos hombres no se dejaran pren- der por lo no verdadero a no pudieran padecer el martirio por un puro disparate. Este disloca miento condena al mensaje, en cuanto pretende ser tal, sobre todo a la mentira. Debido a su confiabilidad subjetiva, el que escucha debe re- cibir algo. Pero he ahi un préstamo del mundo ‘mereantil: Ia exigencia del consumidor de que también lo espiritual debe, contra su propio con- cepto, regirse por él. Esa advertencia al espiritu 23 domina en silencio todo el clima de la jenga. La real y vana necesidad de ayuda debe ser satis- fecha por el nuevo espiritu, consolando sin in- tervenir. Los dislates del mensaje son 1a ideolo- sfa complementaria del mutismo, al cual el orden obliga a quienes nada pueden sobge, él y cuyo lamamiento por eso mismo resultafile#S de an- temano. Ahora bien, lo que rechaza eriticamente exe estado de cosas, fue desvalorizade como “sin valor de mensaje” por alemanes con cargo y rango. No en altimo término se golpea con al “mensaje” contra el arte nuevo; su rebeldfa con- tra el sentido tradicionalmente comunicable como censurada desde alta talaya por aquellos cuya consciencia estética no es capaz de comprender. Si al “mensaje” se le afiade “vélido”, entonces se puede pasar de matute, con habilitacién metafi- sica, cualquier cosa en circulacién y matasellada La férmula ahorra toda reflexién sobre Ta meta- fisica por él arrastrada lo mismo que la de lo testificado. El concepto de testimonio aparece en Heidegger nada menos que como constitutive del “ahi”. La tesis, agazapada tras la jerga, sobre la rela cin yo-td como el Tugar de la verdad ennegrece su objetividad como césica y pone a calentar en secreto el irracionalismo. En cuanto tal relacién, Ta comunicacién se convierte en aquello supra: ~Y Gl Humesom, 0. e. p. 184 4 psicol6gico que ella sélo serfa a través del mo: mento de la objetividad del comunicar mismo; al final, pues, la estupidez como fundadora de 12 metafisica. Desde que Martin Buber desintegré de la eristologia de Kierkegaard el concepto de Jo existencial y lo arregl6 hasta convertirlo en tuna actitud a secas, existe la tendencia domi ante a presentar el contenido metafisico come vinculado a la Hamada relacién yo-tt. Se romite 4 Ia inmediatez. de la vida, se fija Ta teologfa en determinaciones de la inmanencia, que, por su parte y por recuerdo de Ia teologia, quieren ser més, es decir, virtualmente ya como palabras de Ta jerga. Nada menos que el umbral entre natural ¥ sobrenatural es aqui prestidigitado. Los autén- ticos més modestos elevan con uncién los ojos ante la muerte, pero su comportamiento espit. tual, enamorado de Io vital, 1a escamotea. A la teologfa se le extrac el aguijén, sin ef cual no se puede concebir la salvacién. Segin su concepto, hada natural pasé por Ia muerte sin experimenta transformacién; ningén “de hombre a hombre ces agu y ahora la eternidad, y ciertamente ningiin “de hombre a Dios”, que palmotea a Este en el hombro, por decirlo ast. El existencialismo de estilo buberiano deduce de ab que las relaciones esponténeas entre los hombres no pueden red cirse a polos césicos, sf su trascendencia en una inversién de la gnalogia entis. Sigue siendo la filosofia de la vida, de la cual surgié histérica- mente y a la que rechazé: peralté la dinémica de fo mortal hasta la parte inmortal. Asi, la tras- cendencia es trafda a una cereanfa humana, Esto esti completamente dentro de la jerga: es el 6r- sano Wurlitzer del espiritu. En €l tiene que haber Sido compuesto aquel sermén del Brave new World de Huxley, bablando en cinta y desbobi nable segiin las necesidades, que, con alta vero similitud psicosocial, debe hacer entrar en azn, ‘mediante la programada emocién, a las mases rebeldes, caso de que otra vez volvieran a unirse. Asi como el Srgano Wurlitzer humaniza, con fines publieitarios, el trémolo, en otro tiempo Portador musical de 1a expresi6n subjetiva, in- crusténdolo mas tarde mecénicamente en el so- nnido mecdnicamente producido; asf también la jerga suministra al hombre patrones del ser-hom- bbre, que les ha suprimido el trabajo no libre, cuando de otro modo deberfan haber sido reali: zadas algunas huellas de ello. Heidegger ha es. tablecido Iz autenticidad frente al “uno” y las “habladurias”, sin perder de vista que entre los dos tipos de lo que 1 denomina existenciales no hhay ningiin salto perfecto, incluso que se inter- pretan por su propia dinémica. Pero no ha pre- visto que fo que él lama autenticidad, una ver hecho palabra, incrementa el mismo anonimato do Ia sociedad de cambio contra la eual se levanta 26 Ser y Tiempo. La jerga, que en la fenomenclogta de las habladusias, de Heidegger, se conquist6 un puesto de honor, califica a los adeptos, sega su opinién, de no triviales y Henos de alto sen- tido, del mismo modo que calma la todavia. su- purante sospecha de desarraigo. En los grupos profesionales que, segin se dice, desarrollan un trabajo mental, pero que al mismo tiempo carecen de independencia 0 son econé- ricamente débites, 1a jerga ha legado a ser una enfermedad profesional. En tales grupos, a la fancién social de tipo general se afiade una es- pecifica, Su formacién y su consciencia quedan muy ala zaga de aauel esplrita con el que se han ocupado segtin 1a divisién social del traba- jo. Por medio de la jerza quisieran nivelar la dis ‘ancia, presentarse lo mismo como participes de ‘una cultura exquisita —todavia les suena a cosa moderna los géneros invendibles— que en cuan- to individuos con sustaneia propia: los més cén- hasta que termina su carrera» no se constituye por una

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