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guaranitica y s6lo hasta el siglo XVIII) la perforacién del labio inferior del varén adolescente con el remberd, pequefia astilla de madera del tamatio de un escarbadiente Pero de aquelrelato de los charrdas del Chaco sobre un rito iniciitico concreto cuya memoria vencié al tiempo, no habfa es- cuchado ninguna referencia ni en el Uruguay ni en el Entre Rios abjan pasado ya seis afios de mi estadia allf cuando fui invi- tado por un grupo de jévenes que deseaba ampliar su conocimien- to sobre pueblos originarios. Para mi sorpresa tenfan una versi6n propia, recogida en el Uruguay, sobre lo que yo habia ofdo en el Chaco. Habj{a una diferencia: segtin sus fuentes el animal nativo que juega un rol central en el relato no era el mismo. ‘Aqui mantengo la versién que recog{ primero, la cual men- ciona al tero (esa ave nativa tan nuestra, ala cual en Sur de Brasil se le llama “queroquero”) como elemento simbélico central, De oes anodoslayversinde,loagevenes! aulcuedimeyayudaron, a recuperar a memoria, no alteraba el sentido ético del relato. 'Y aqu{ va la sencilla leyenda, ofda por primera vez. de labios de un charnéa del Chaco, leyenda que no esté registrada en mi ibro “Nuestra Rafz Charria” porque se habfa escondido para re- aparecer cuando quiso, por esos senderos misteriosos del didlogo con la gente. Lalleyenda Dicen que por entonces las sefiales anunciaban un invierno muy duro. Los adultos intensificaban las tareas de cosecha, aco- pio, recoleccién, trueque, tratado de pieles para su conservacion salado de pescado a la orilla del Océano. : ‘Aquel dia soplé el primer viento frfo. Los nifios no se aleja- ron en sus correrfas habituales ni en los juegos con sus bolas de piedra, Los mayores segufan en sus actividades rutinarias pero no hablaban entre si. En la aldea se respiraba un clima de expectativas. De pronto todas las miradas empezaron a seguir Jos pasos de tun charvia muy joven. Hijo del médico yuyero, heredero de una sabidurfa ancestral muy profunda, se le habfa visto renunciar tem- pranamente a los juegos infantles y preguntar con respet0 Por las Rosas trascendenies. Su solidaridad con los pequeflos era tan in- mensa eomo sui conocimiento de animales y plantas. Los péjaros benteveos lo escoltaban siempre de forma muy especial y los pa- jaros horneros preferfan hacer sus nidos en Ia proximidad de su vivienda. ‘Ahora el Consejo de Ancianos lo habfa llamado. No enfren- tarfa una prueba sencilla: la comunidad necesitaba conocer sus poderes innatos, necesitaba probarlo ‘Concentrado en sus pensamientos el joven caminaba hacia la choza donde se reunfa el Consejo cuando vio una pareja de teros, esas hermosas aves de nuestros esteros, que lo saludaron con su grito inconfundible. El joven intuy6 que esa presencia ora una Oe Fal, pero aiin no lograba entender claramente los mensajes de los viejos espiritus incorporados en los animales. Entré con decisi6n. Lo esperaban en una actitud de silencio y atenci6n que indicaba claramente la solemnidad del momento. La anciana portavoz. del Consejo le habl6 con serenidad y fit- meza: "Debes ponerte en camiino de inmediato para buscar el Tero ‘Amul, Es un tero de tamatio corriente pero su plumaje es azul, Par- tirés hacia los esteros lejanos, sin armas, y no deberds: probar ali- mento alguno hasta agotar tus esfuerzos por encontrar a ese mis: terioso pajaro. La anciana le advirtié ademas que si pasaban los dfs sin 1o- grar la visi6n no se dejara morir, que en ese ‘caso se alimentase ¥ Solviera a la aldea. Pero le insistié en que hiciera el maximo es- fuerzo posible para mantenerse en ayunas y buscar al-Tero Azul. Se le entregé harina de mandioca y charque de pescado en una bolsa hecha con un buche de fiandd. Al recoger Ja bolsa el joven se estremeci6: era la que habia usado su padre tantas ve- 43 ces para recolectar hierbas medicinales y el hecho de que ahora se la confiaran daba mayor trascendencia atin a la mendada, El muchacho salié de la aldea, caminé hasta la caida del Sol y finalmente establecié su puesto de observacién sobre las zonas bajas, que son el territorio de los teros. Vio el ocaso, reconocié los cantos de las aves y buscé en vano detrés de cada grito de los teros el plumaje diferente. Después acos6 las tinieblas hasta que se hi- cieron silencio con grillos, y despert6 antes del amanecer del dia siguiente. Caminé y caminé hasta que un nuevo atardecer devol- vi6 los pajaros y sus cantos a sus nidos, y entonces vivié un nuevo ocaso, y esper6 bebiendo solamente agua recogida de los manan- tiales transparentes, pero no vio al Tero Azul. Al tercer dia sintié al amanecer los graznidos caracteristicos de estas aves detrés de unas totoras muy altas; corrié hacia el lla- mado con el resto de sus fuerzas, pero los emisores eran teros comunes, de plumaje pardo y blanco, con las elegantes listas ne- gras en sus alas extendidas. No hall6 al Tero Azul, Al borde de sus fuerzas decidié finalmente alimentarse por- que esa era la orden, no porque deseara hacerlo. Abrié aquella bolsa amada con dolor y resolucién. Amarga le supo la comida que levaba, que sin embargo lo reconfort6 fisicamente. Volvié a la aldea con una infinita tristeza. Pas6 entre los su- os con rostro inescrutable, inexpresivo; lo que habia vivido de- bfa ser expuesto en primer lugar ante quienes le habian encomen- dado 1a misién, Ante el Consejo de los Ancianos cont6 su dolor: -No pude ver al Tero Azul, No supe verlo. No soy digno de la esperanza que en mf tenfan ustedes, mi padre, mi madre y mis hermanos. ‘Todos miraron a la anciana y ella lo mir6 en silencio. La pau- sa se hizo eterna para el muchacho, pero finalmente la anciana habl6: ision enco- 44 -Si sos digno de nuestra confianza - respondié al fin - ; sabfa~ ‘mos que atin no estabas preparado para encontrar al Tero Azul s6lo te pedimos que lo buscaras. Y lo importante es que tu cora- z6n no intent6 engafarnos y asumié la tristeza como debe hacerlo nuestra gente: llegaste a nosotros y hablaste la verdad. Ahora no hables a nadie de tu btisqueda y cultiva en tus compafieros las virtudes que demostraste. Verds al Tero Azul cuando Ilegue el dia en el que debas verlo, A veces el dia est gris y frio pero el alma tiene una dulce tibie- za. Al muchacho le parecié por un instante que el aire olfa a pri- mavera y a jazmines del pafs, y que esa fragancia era su paisaje y su casa, Vendrén otras épocas, eso comprendié, habré otra gente, pero en este suelo charrda, atin en los interiores de las ea- sas urbanas, perdurarfa la fragancia del jazmin del pafs y la ca- pacidad de seguir persiguiendo teros azules. LA PROFECIA DEL ABUELO NANDU Introduccién La macroetnia charriia llamaba “bera” al avestruz americano. Como era una lengua pampeana, no parece haber relacién inicial alguna con el “vera” guarant que significa “brillo”, “luminosidad”” En cambio la palabra “flandd” es guaranf y significa “arafia”. De ahi deriva la voz “fiandutt” que originariamente significé “tela de araiia” y luego designé también los tejidos de finos hilos entrecruzados que hasta hoy elaboran las mujeres campesinas del Paraguay. Ahora bien, la arafia (fiandti) era el animal sagrado de los guaranfes. Cuando la floresta permitia pasar los rayos de Sol la tela de la arafia los descomponfa en todos los colores de la Natura- leza, O sea que la arafia (Gandii) no s6lo capturaba insectos: cap- turaba en su tela mégica, en ciertas circunstancias, todos los colo- 45

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