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Humanidades Robert McMahon La Guerra Fria Una breve introduccién El libro de bolsillo Historia Alianza Editorial ‘Tiruto onscmat: The Cold War. A Very Short Introduction Publicado originalmente en inglés en 2003. Esta traduccién se ha realizado por acuerdo con Oxford University Press ‘Trapuctora: Carmen Criado Disenio de cubierta: Angel Uriarte Fotografia de cubierta: © Bettmann/CORBIS Reseryados todos es dorechos. El cantanido de eta obraetéproteido por Ley, que esablece penas de prisinylomiltas ademés elas coreqonsientes inden Bizaciones por davos perjuicos, para quienes reprodujeren,slagaren,distibu- yereno comunicaren pubicament,entodooen pact una obalteraia,attica O cientfica, osu transformaacién icerpretacisno eecucionaristicafada en ‘cualquier ipo desoporteo comunicadas través de cualquier melo, sin recep © Robert J. MeMahon, 2008 © dela traduccién: Carmen Criado, 2009 © Alianza Editorial, S.A., Madrid, 2009 Calle Juan Ignacio Luce de Tena, 15; 28027 Madrid tléfono 91 393 88 88 ‘wwrwalianzaeditorialies ISBN: 978-64-206-4967-2 Depésito legal: M, $8.225-2008 Fotocomposicién e impresion: EFca, s. 4 Parque Industrial eLas Monjas» 28850 Torrején de Ardoz (Madrid) Printed in Spain ‘STQUIERERECIBIRINFORMACION PERIOD ICA SOBRELASNOVEDADESDE AALIANZA EDITORIAL, ENVIE UN CORREO ELECTRONIOO A LA DIRECCION: alianzaeditorial@anaya.es Prefacio a esta edicion Escribir una breve historia del conflicto que domino, y determiné en gran parte, los asuntos internacionales urante casi medio siglo ha resultado una tarea tan esti- mulante como abrumadora. Sobre la gran mayoria de los acontecimientos, crisis, tendencias y personalidades de los que trata este libro, necesariamente breve, existen monografias detalladas, muchas de ellas excelentes y la mayor parte considerablemente mas extensas que el presente volumen. Més atin, acerca de casi todos los as- pectos de la Guerra Fria se han desarrollado encendidos debates académicos, a menudo dsperos, que se han avi vado e intensificado en afios recientes debido a la publ cacién de documentacién anteriormente secreta, exis- tente en archivos de Estados Unidos, Rusia, Europa del Este y China entre otros lugares, y a las nuevas perspec- tivas que oftece el paso del tiempo. En consecuencia, este libro no pretende ~no podria hacerlo~ decir la dlti- ma palabra sobre la Guerra Fria ni representar nada pa- 7 8 A GUERRA Ria recido a una historia exhaustiva de ese complejo y poli- facético contlicto, En lugar de eso, mi propésito ha sido proporcionar tuna interpretacién global, tan accesible a los estudiantes como al lector en general. Este libro ofrece una descrip- cién general de la Guerra Fria, desde 1945 hasta el de- senlace del enfrentamiento entre Estados Unidos y la Union Soviética en 1990, y elucida acontecimientos, ten- dencias y temas partiendo de algunas de las investi- gaciones mas importantes sobre el conflicto publicacas recientemente. He procurado, sobre todo, poner al al- cance del lector una base esencial para la comprensién y la valoracién de uno de los acontecimientos seminales de la historia contemporénea. Inevitablemente he tenido que levar a cabo una difi- cil seleccién en cuanto a qué incluir y qué omitir de un enfrentamiento que abarcé cuarenta y cinco afios y afecté précticamente al mundo entero, La limitacién del espacio me ha obligado a omitir algunos episodios sig- nificativos y a tratar otros de Ja forma més breve posi- ble. Por otro lado, decidi prestar una menor atencién al aspecto militar del conflicto. Lo que sigue constituye, pues, como promete el titu- Jo, una «breve introduccién» a la Guerra Fria, escrita desde una perspectiva internacional y un punto de vista posterior a su desarrollo, Entre las cuestiones clave que aborda este texto figuran: sc6mo, cudndo y por qué co- menzé la Guerra Frias spor qué duré tanto tiempo; spor qué pasé desde sus origenes en la posguerra euro- pea a abarcar practicamente el mundo entero; spor qué acabé tan sibita ¢ inesperadamente?, y :qué impacto caus6? Hericio A ESTA (DIGION : Quiero dar las gracias a Robert Zieger, Lawrence Freed- man y Melvyn Leffler, que leyeron el manuscrito y me hicieron valiosas sugerencias para mejorarlo. Gracias también a Rebecca O'Connor por su aliento, sus conse- jos y su apoyo, y 2 todo el equipo editorial de Oxford University Press que convirtieron en un placer la tarea de escribir este libro. 1, La Segunda Guerra Mundial y la destruccién del viejo orden Cualquier explicacién del comienzo de la Guerra Fria debe tener como punto de partida la Segunda Guerra Mundial, en todos los aspectos el conflicto mis destructivo de la historia de la humanidad, causante de un nivel de muerte, devastacion, mise- ria y desorden sin precedentes. «La conflagracién de 1939-1945 fue tan doloro- sa, tan total, tan profunda, que provocé un vuelco total del mundo —observa el historiador Thomas G. Paterson~, no sélo de un mundo de trabajado- res, campesinos, comerciantes, financieros ¢ inte~ lectuales prosperos y productivos, no sélo de un mundo seguro de familias y comunidades unidas, no sélo de un mundo de guardias de asalto nazis y kamikazes japoneses, sino de todo eso y mas.» Al alterar también «el mundo de la politica estable, la sabiduria heredada, las tradiciones, las institucio- n 2 1s GUERRA FRA, Aa BREVEneTRODUCEION nes, las alianzas, las lealtades, el comercio y las cla- ses sociales», creé las condiciones que hicieron po- sible, si no inevitable, un gran enfrentamiento de poderes. Un mundo trastocado Aproximadamente 60 millones de personas per- dieron la vida como resultado directo de la gue- tra, dos tercios de ellas no combatientes. Los pai- ses perdedores del Eje, Alemania, Japon e Italia, sufrieron mas de 3 millones de bajas civiles; los vencedores, los aliados, soportaron pérdidas atin mayores: al menos 35 millones de bajas civiles. Asombrosamente, perecié entre el 10 y el 20% de la poblacién total de Ja Union Soviética, Polonia y Yugoslavia, y entre el 4 y el 6% de la poblacién total de Alemania, Italia, Austria, Hungrfa, Japon y China, Aunque el cémputo exacto del nimero de victimas provocado por esta devastadora confla- gracién mundial sigue desafiando los esfuerzos por alcanzar la precision estadistica, la magnitud de la pérdida en cuanto a vidas humanas contintia pareciéndonos hoy, dos generaciones después de la Segunda Guerra Mundial, tan inconmensurable como lo parecié en el perfodo de la inmediata pos- guerra. Al acabar la contienda gran parte del continente europeo se encontraba en ruinas. El primer minis- 1. i SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Y LA DESTACCION DEL VIE} ORDEN 13 tro britanico Winston Churchill describié la Euro- pa de la posguerra, en su prosa particularmente grafica, como «un montén de escombros, un osa- rio, un criadero de pestilencia y de odio». Berlin era «un verdadero yermo -observé el corresponsal William Shirer-; Creo que en ningtin lugar se ha dado una destruccién a semejante escala». Lo cier- to es que muchas de las grandes ciudades de la Europa central y oriental sufrieron un nivel com. parable de devastacién: el 90% de los edificios de Colonia, Diisseldorf y Hamburgo y el 70% de los edificios del centro de Viena fueron destruidos por los bombardeos aliados. En Varsovia, segtin infor- mé John Hershey, los alemanes habfan destruido sistematicamente «calle tras calle, callején tras ca- Tejon y casa tras casa. No queda més que un reme~ do de arquitectura». E] embajador norteamericano Arthur Bliss Lane escribié en julio de 1945 al en- trar en la ciudad arrasada por la guerra: «El repug- nante olor dulz6n a carne humana quemada fue la sombria advertencia de que estébamos entrando en una ciudad de muertos». En Francia, una quin- ta parte de los edificios del pais habian sufrido dafios o habjan sido destruidos; en Grecia, una cuarta parte. Incluso Gran Bretafia, que nunca es- tuvo ocupada, suftié dafios importantes, debidos principalmente a los bombardeos nazis, y perdié aproximadamente la cuarta parte del total de su riqueza nacional en el curso del conflicto. Las pér- didas soviéticas fueron las més graves: 25 millones 4 LA GUERRA FRA. Una BREvE nerREDUCCIN de personas murieron, otros 25 millones quedaron sin hogar, 6 millones de edificios fueron destruidos y gran parte de Jas instalaciones industriales y de las tievras productivas del pais quedaron inutiliza- das. Unos 50 millones de supervivientes de toda Europa se vieron obligados a abandonar sus hoga- res, 16 millones de ellos descritos por los vence- dores con el eufemismo de «desplazados». En la posguerra asidtica las condiciones eran casi igual de sombrias. Practicamente todas las ciudades de Japén habian suftido los constantes bombar- deos norteamericanos y el 40% de sus zonas urba~ nas habjan sido completamente destruidas. Tokio, la ciudad més populosa de Japén, fue devastada por las bombas incendiarias aliadas, que destruyeron més de la mitad de sus edificios. Hiroshima y Naga- saki conocieron un destino ain més trégico cuan- do las dos explosiones atémicas que pusieron fin a la Guerra del Pacifico las arrasaron totalmente. Aproximadamente 9 millones de japoneses habfan quedado sin hogar cuando sus lideres finalmente capitularon. En China, campo de batalla durante mis de una década, las instalaciones industriales de Manchuria habfan sido destruidas, y las fértiles tierras del rio Amarillo se hallaban inundadas. Cuatro millones de indonesios habian muerto como consecuencia directa o indirecta del conflicto. Un miillén de indios sucumbieron debido a la ham- bruna de 1943 provocada por la guerra, y un mi- lon mas murié en Indochina dos afios mas tarde. ie 1a SEGUNDA GUERRA MUNDIAL ¥ LA DESTRUCCION DEL VllO ORDEN 15 Aunque gran parte del Sureste Asidtico se libré de los horrores que sufrieron Japon, China y varias islas del Pacifico, otros lugares, como Filipinas y Birmania, no tuvieron tanta suerte. Durante la iltima fase de la contienda, el 80% de los edificios de Manila fueron destruidos en una confrontacién, salvaje. Segiin el testimonio del lider birmano Ba Maw, un combate igualmente brutal habia tenido jugar en Birmania y habia «reducido a ruinas una gran parte del pais». La gran oleada de muerte y devastacién provo- cada por la guerra destruyé no slo gran parte de Buropa y de Asia, sino también el viejo orden inter- nacional. «La estructura y el orden que habiamos heredado del siglo xx habian desaparecido», ob- servo el secretario de Estado norteamericano Dean. Acheson. Efectivamente, el sistema internacional eurocéntrico que habia dominado el mundo du- rante quinientos aos se habia desintegrado préc- ticamente de la noche a la mafiana. Dos gigantes militares de proporciones continentales —que ya se calificaban de superpotencias- se habfan alzado en su lugar y trataban de forjar, por separado, un nuevo orden acorde con sus particulares necesi- dades y valores. Conforme la guerra se acercaba a su fase final, hasta el observador més despreocupado de la po- Itica mundial podia ver que Estados Unidos y la URSS tenian en sus manos las mejores bazas di- plomaticas, econémicas y militares. Slo acerca de 16 1A GUERRA FRA UNA BREVE ReTRODUCCION 4. LASEGUNDA GUERRA MUNDIAL ¥ LA DESTRUCCION DEL VINO ORDEN fa un objetivo basico estaban esencialmente de acuer- do aquellos adversarios convertidos en aliados: era imprescindible restaurar rapidamente una apa. riencia de autoridad y estabilidad, y no sdlo en las zonas directamente afectadas por la guerra sino en todo el sistema internacional. Como advirtié el subsecretario de Estado Joseph Grew, la tarea era tan urgente como abrumadora: «De la actual pe- nuria econémica y de la agitacién politica puede surgir la anarquia». Las raices inmediatas de la Guerra Fria, al menos en un sentido general y estructural, se hunden en la interseccién entre un mundo postrado por un conflicto global devastador y las recetas opuestas para la creacién de un orden internacional que ‘Washington y Moscit pretendfan imponer a un mundo moldeable destrozado por la guerra. Siem- pre que un orden internacional imperante y el equilibrio de poder que le acompaiia se derrum- ban, surge invariablemente algiin grado de conflic- to, especialmente cuando la caida se produce con tan pasmosa brusquedad. En este sentido, la ten- sidn, el recelo y la rivalidad que afectaron a las re- laciones entre Estados Unidos y la URSS después de la guerra no representaron ninguna sorpresa. Sin embargo, el grado y el alcance del enfrenta- miento, y especialmente su duracién, no pueden explicarse aludiendo exclusivamente a fuerzas es- tructurales. Después de todo, la historia nos ofrece numerosos ejemplos de grandes potencias que si- ‘MAR BALTICO Buropa central tras la Segunda Guerra Mundi (MAR DEL NORTE oun anerat ond (tos cambio tery gen ppeeca di a: ia AES ge a 3 aa io 18 1A GUERRA FRA UNA BREVE NTRODUCCION guieron la senda del compromiso y la colaboracién, y optaron por actuar de comtin acuerdo con el fin de instaurar un orden internacional aceptable ca- paz de satisfacer los intereses fundamentales de cada una de ellas. Los estudiosos han empleado la expresién «condominio de grandes potencias» para describir ese sistema, A pesar de las esperanzas de algunos altos cargos tanto estadounidenses como soviéticos, en este caso no sucederfa asi por moti- vos directamente relacionados con los origenes de la Guerra Fria. En resumen, lo que transformé unas tensiones inevitables en una confrontacién épica de cuatro décadas de duracién a la que da- mos el nombre de Guerra Fria fueron las aspira- ciones, necesidades, historias, instituciones guber- namentales ¢ ideologias divergentes de Estados Unidos y la Union Soviética. La visién norteamericana del orden de posguerra Estados Unidos superé el desastre de la Segunda Guerra Mundial con pérdidas relativamente mode- radas, Aunque unos 400.000 soldados norteameri canos murieron en la lucha contra las potencias del Eje, el 75% aproximadamente en el campo de batalla, conviene subrayar que esa cifra represent solamente el 1% del ntimero total de victimas mortales de la guerra y menos del 2% de la pérdi- 1, a SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Y La DESTRUCCION DEL VEO ORDEN 8 da de vidas humanas suftida por la Unién Soviéti- ca, Para la mayoria de los ciudadanos estadouni- denses, a diferencia de lo que ocurrié en Europa, Oriente, Africa del Norte y otros lugares, la guerra no significé suftimiento y privaciones, sino pros- peridad e, incluso, abundancia. El producto inte- rior bruto del pafs se duplicé entre 1941 y 1945, ofreciendo las ventajas de una economia extrema- damente productiva y de pleno empleo a una ciu- dadanfa acostumbrada a las privaciones impuestas por una década de depresi6n. Los salarios subieron espectacularmente durante los afios que duré la contienda y los norteamericanos se encontraron disfrutando de la abundancia de unos bienes de consumo que ahora estaban a su alcance. «El pue- blo americano —observé el director de la Oficina de Movilizacién y Reconversién- se enfrenta al agradable dilema de tener que aprender a llevar una vida un cincuenta por ciento mejor de la que ha conocido hasta ahora.» En marzo de 1945, el nuevo presidente, Harry $. Truman, simplemente expresé lo evidente al co- mentar: «Hemos surgido de esta guerra como la nacién més poderosa del mundo, la nacién més poderosa, quiz4, de toda la historian. Y sin embargo, ni los beneficios econémicos que la guerra habia proporcionado a los norteamericanos, ni el poder militar, ni la capacidad productiva, ni el prestigio internacional creciente que habfa alcanzado la na- cién durante su lucha contra la agresién del Eje 20 1A GUERRA FRA. UNA BREVE TRCRUCCION podian atenuar Ja aterradora inseguridad que ca- racterizaba al mundo originado por la guerra. El ataque japonés a Pearl Harbor habia destruido de- finitivamente la ilusion de invulnerabilidad que los norteamericanos habian experimentado desde el fin de las guerras napoleonicas a comienzos del siglo xix. La obsesién por la seguridad nacional, que se convertiria en el principal motor de la politica ex- terior y de defensa a lo largo de toda la Guerra Fria, tuvo su origen en los acontecimientos que culminaron en el ataque del 7 de diciembre de 1941, y que acabé con el mito de la indestructibili- dad de la nacién. Los norteamericanos no volve- rian a experimentar un ataque a su pafs tan directo e inesperado hasta sesenta afios después, con los atentados terroristas de Washington y Nueva York. Los estrategas militares estadounidenses apren- dieron varias lecciones del audaz ataque japonés, cada una de las cuales tuvo profundas repercusio- nes con respecto al futuro. Se convencieron, en primer lugar, de que la tecnologfa, y en especial el poder de la aviacién, habia contraido el mundo de tal forma que la tan cacareada barrera de los dos ‘océanos ya no proporcionaba a Norteamérica sufi- ciente proteccién ante un ataque exterior. Una au- téntica seguridad exigia ahora una defensa que co- menzaba mucho mis allé de las costas del pais, es decir, utilizando la formula militar, «una defensa en profundidad», Ese concepto llevé a los respon- 1. IA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Y LA DESTRUCCION DEL VINO ORDEN 2 sables de Defensa de los gobiernos de Roosevelt y de Truman a abogar por el establecimiento de una red global integrada de bases aéreas y navales con- troladas por Estados Unidos y por la negociacién de derechos generalizados de tréfico aéreo militar. Una y otros permitirian al pais ejercer mas facil- mente su poder en puntos potencialmente conflic- tivos y disuadir a posibles enemigos mucho antes de que consiguieran la capacidad de atacar territo- rio norteamericano. Una lista de emplazamientos «esenciales» compilada por el Departamento de Estado en 1946 da una idea aproximada de la am- plitud de sus exigencias con respecto a bases mili- tares estadounidenses. La lista inclufa, entre otros lugares, Birmania, Canad4, las islas Fiji, Nueva Ze- landa, Cuba, Groenlandia, Ecuador, Marruecos Francés, Senegal, Islandia, Liberia, Panamé, Pert y Jas Azores. En segundo lugar, y en un sentido general, los estrategas norteamericanos decidieron que nunca mas deberia volver a permitirse que el poder militar de la nacién Megara a atrofiarse. La fuerza militar de Estados Unidos, acordaron, debia ser un elemento esencial del nuevo orden mundial. Los gobiernos de Franklin D. Roosevelt y Harry 8. Truman insis- tieron, pues, en mantener unas fuerzas navales y aéreas superiores a las de cualquier otra nacién, ademas de una fuerte presencia militar en el Pacifi- co, el dominio del hemisferio occidental, un papel central en la ocupacién de los pafses enemigos de- 2 La GUERRA FR. UNA BREVE IITRODUGION rrotados Italia, Alemania, Austria y Japén— y un monopolio continuado de la bomba atémica. In- cluso antes del comienzo de la Guerra Fria, los res- ponsables de la planificacién estratégica de Estados Unidos operaban a partir de un concepto extraor- dinariamente expansivo de la seguridad nacional. Una tercera leccién que los lideres norteamerica- nos aprendieron de la experiencia de la Segunda Guerra Mundial vino a reforzar esta amplia vision de los requisitos de la seguridad nacional: nunca jams habrian de permitir que una nacién hostil, 0 una coalicién de naciones hostiles, adquiriera un control preponderante sobre la poblacién, el terri- torio y los recursos de Europa y del este de Asia. El coraz6n de Eurasia, como gustaban de llamar a esta regién los expertos en geopolitica, constituia Ja presa econémica y estratégica mas preciada del mundo; la combinacién de sus abundantes recur- sos naturales, su avanzada infraestructura indus- trial, su mano de obra cualificada y sus complejas instalaciones militares la convertfan en la piedra angular del poder mundial, como tan dolorosamen- te vinieron a demostrar los acontecimientos de 1940-1941. Cuando las potencias del Eje se hicie- ron con el control de Eurasia a comienzos de la década de los cuarenta, consiguicron los medios necesarios para mantener una guerra prolongada, subvertir la economia mundial, cometer crimenes horrendos contra la humanidad y amenazar, y fi- nalmente atacar, al hemisferio occidental. Los altos | 1. LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL LA DESTHUCCION OEL ¥IEIO ORDEN 2 cargos de Defensa estadounidenses temfan que si esto volvia a ocurrir, el sistema internacional volve- ria a desestabilizarse, el equilibrio de poderes que- daria peligrosamente distorsionado y la seguridad del pais correria un grave peligro. Més atin, aun- que pudiera evitarse que se produjera un ataque directo a Estados Unidos, Norteamérica tenia que estar preparada para esa eventualidad, lo cual sig- nificarfa un aumento radical tanto del gasto militar como del personal dedicado de forma permanente a la Defensa, una reconfiguracién de la economia nacional y la limitacién, dentro del pais, de unas libertades muy apreciadas por los ciudadanos, En resumen, el control de Eurasia por parte del Eje de cualquier futuro enemigo pondria también en peligro su sistema de libertades, un sistema crucial para las creencias y valores basicos estadouniden- ses, La experiencia de la Segunda Guerra Mundial ofrecia en este sentido unas lecciones muy duras sobre la importancia de mantener un equilibrio de poder favorable en Eurasia. La dimensi6n estratégica y militar del orden mundial era, para la mentalidad norteamericana, inseparable de la dimensién econémica. Los plani- ficadores estadounidenses consideraban la instau- racién de un sistema econémico internacional més abierto y més libre un factor indispensable con respecto al nuevo orden que estaban decididos a construir a partir de las cenizas de la mas horrible conflagracién de la historia. La experiencia les ha- 4 La GUERRA FRA, ona REE neTROBUCCION bia ensefiado, como records el secretario de Esta- do, Cordell Hull, que la libertad de comercio era un prerrequisito esencial de la paz. La autarquia, las limitaciones comerciales y las barreras naciona~ les impuestas a la inversién extranjera y a la con- vertibilidad de la moneda que habfan caracteriza- do Ja década de la depresién no hacian mas que alentar la rivalidad y los conflictos. Un mundo mas abierto, de acuerdo con la formula norteameri- cana, seria un mundo més préspero, que tendria como consecuencia, a su vez, un mundo més esta- ble y més pacifico. Para alcanzar esos fines, Estados Unidos ejercié durante la guerra, en consejos di- plomiticos, una fuerte presién en favor de un régi- men econdémico multilateral de comercio liberali- zado, igualdad de oportunidades de inversién para todas las naciones, un sistema de tipos de cambio estables y libertad de convertibilidad total. En la Conferencia de Bretton Woods, celebrada a fines de 1944, Estados Unidos consiguié una aceptacién general de esos principios, ademés del apoyo para la creacién de dos instituciones supranacionales clave, el Fondo Monetario Internacional y el Ban- co Internacional para la Reconstruccién y el De- sarrollo (Banco Mundial), encargadas ambas de contribuir a estabilizar la economia global. Que Estados Unidos -el principal estado capitalista del mundo, que al final de la guerra producia un asom- broso 50% de los bienes y servicios del mundo- sin duda se beneficiarfa de este régimen comercial mul- 1. LASEGUNDA GUERRA MUNDIAL Y LA DESTRUCCION DEL VIBO ORDEN’ 2B tilateral tan decididamente respaldado por los go- biernos de Roosevelt y de Truman y por los hom- bres de negocios del pats, era algo que se daba por hecho, Los ideales norteamericanos estaban inex- tricablemente unidos a los intereses norteameri- canos. En un editorial del mes de diciembre de 1944, el Chicago Tribune reflejaba el optimismo y la con: fianza en si misma de la sociedad estadounidense al proclamar orgullosamente que era «una suerte para el mundo», y no sdlo para Estados Unidos, que «el poder y unas incuestionables intenciones» se hubieran unido ahora en la Gran Reptiblica Norteamericana. Esta seguridad en el honroso des- tino de Estados Unidos estaba profundamente en- raizada en la historia y la cultura norteamericanas. Tanto las élites como el resto de la poblacién acep- taban la idea de que la responsabilidad historica de su pais consistia en crear un mundo nuevo mas pacifico, préspero y estable. Sus lideres albergaban pocas dudas respecto a la capacidad de la nacion para efectuar una transicién tan trascendental, y no veian ningtin posible conflicto entre el orden mundial que deseaban forjar y las necesidades ¢ intereses del resto de la humanidad. Con el orgullo desmesurado del pueblo que ha co- nocido contados fracasos, los estadounidenses pensaban que podian, como dijo Dean Acheson, «tomar en sus manos la historia y moldearla a su 26 1 CURA FRA. Ua BREVE RETRODUCCION gusto». Sélo acechaba un obstéculo significativo. La Union Soviética, advertia la revista Life en julio de 1945, «es el problema mimero uno para los norteamericanos, porque es el tinico pais del mun- do que tiene el dinamismo necesario como para desafiar nuestra concepcién de la verdad, la justi- cia y una vida digna». La vision soviética del orden de posguerra El proyecto soviético para el orden de la posguerra nacié también de unos temores profundamente enraizados acerca de la seguridad del pais. Como en el caso de Estados Unidos, esos temores se ha- bian refractado a través de los filtros de la historia, la cultura y la ideologia. El recuerdo que tenfan los soviéticos del sorpresivo ataque de Hitler de junio de 1941 era tan vivido como el recuerdo que los norteamericanos conservaban de Pearl Harbor, aunque mucho mas aterrador. No podia ser de otra manera en una tierra que habia sufrido tantas y tan terribles pérdidas. De las quince repuiblicas soviéticas, nueve habian sido ocupadas, totalmente © en parte, por los alemanes. Pocos eran los ciuda- danos que no se habian visto afectados personal- mente por la que habfan sacralizado con el nom- bre de «La Gran Guerra Patridtica». Casi todas las familias habian perdido a algin ser querido; la ma- yoria de ellas, a varios. Ademés de los millones de i i i 1. LASEGUNDA GUERRA MUNDIAL Y LA DESTRUCCION DEL VIO ORDEN 2D vidas humanas segadas por el conflicto, 1.700 ciu- dades, mas de 70.000 pueblos y aldeas y 31.000 fa- bricas habfan sido destruidos. Leningrad, la ciu- dad.bistérica por antonomasia del pais, sufrié un prolongado asedio que se cobré més de un millén de victimas. La invasién alemana caus6 estragos también en la base agricola de la nacién destruyen- do millones de hectareas de cultivos y causando la muerte de decenas de miles de cabezas de ganado, cerdos, ovejas, cabras y caballos. Los recuerdos candentes del ataque y la ocupa- cién alemana se mezclaban con otros recuerdos anteriores —Ios de la invasién alemana durante la Primera Guerra Mundial, los de la intervencién de los aliados durante la guerra civil rusa o los del in- tento de conquista de Rusia por parte de Napoleon a comienzos del siglo anterior-, despertando en Ios Iideres soviéticos una verdadera obsesién por asegurar la proteccién de su patria de futuras viola- ciones territoriales. La extensién geografica de la URSS, una nacién que abarcaba una sexta parte de la masa terrestre y era tres veces mayor que Estados Unidos, agudiza- ba muy especialmente el problema de una defensa nacional adecuada. Las dos regiones principales desde el punto de vista de la economia, la Rusia europea y Siberia, ocupaban los extremos del pais, y ambas habjan resultado ser muy vulnerables a Jos ataques. La primera miraba hacia el tristemen- te famoso corredor de Polonia, la ruta a través de 2 a GUERRA FRA, UNA REE nrTRQDUCCIEN la cual las tropas de Napoleén, el kéiser y Hitler habian invadido el pais. La segunda habia sido vic- tima dos veces en los tiltimos veinticinco aiios de la agresin japonesa, Més atin, Siberia compartia una extensa frontera con China, un vecino inestable que atin experimentaba los ramalazos de la agita- ci6n revolucionaria. La Unidn Soviética no tenia ni unos vecinos amistosos, comme México 0 Canadé, ni dos barreras ocednicas que facilitaran la tarea de quienes planificaran su defensa. En el meollo de todos los planes del Kremlin para el mundo de la posguerra se hallaba la impe- riosa necesidad de defender la patria sovittica. En este sentido, bloquear la ruta, o «puerta de acceso», polaca ocupaba un lugar primordial. En opinion de Stalin, Polonia era «un asunto de vida 0 muerte» para la Union Soviética. «En el curso de veinticin- co aiios los alemanes han invadido Rusia dos veces a través de Polonia ~advirtié el dirigente soviético al enviado de Estados Unidos, Harry Hopkins, en mayo de 1945-. Ni el pueblo britanico ni el norte- americano han experimentado unas invasiones se- mejantes por parte de Alemania, algo terrible de soportar... Es, pues, vital para Rusia que Polonia sea un pais fuerte y amigo.» Convencido de que los alemanes se recuperarian pronto y volverfan a constituir una amenaza para la ‘Union Soviética, Stalin consideraba imprescindible tomar las medidas necesarias para asegurar la futura seguridad de su pais mientras el mundo era todavia 2. A SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Y LA DESTRUCCION DEL MEIO ORDEN 2 maleable. Esa seguridad exigia, como minimo, ins- taurar gobiernos sumisos en Polonia y en otros esta- dos clave de Europa del Este, devolver las fronteras soviéticas a la situacién prerrevolucionaria -lo cual significaba la anexién permanente de los estados bilticos y la zona oriental de la Polonia de pregue- 1ra~ y maniatar a Alemania impidiendo sistem: ticamente su industrializaci6n e imponiéndole un duro régimen de ocupacién y la obligacion de pagar unas reparaciones cuantiosas. Estas podrian contri- buir ademés a la reconstruccién masiva que debia abordar la Unién Soviética en su esfuerzo por recu- perarse de los estragos de la guerra. Sin embargo, esos planes, aunque basados en la vieja formula de lograr seguridad por medio de la expansion, tenian que equilibrarse con el deseo de preservar el marco de colaboracién con Estados Unidos y Gran Breta- fia, un marco desarrollado, aunque de forma imper- fecta, durante los afios de guerra. El interés del Kremlin por mantener la asocia- cién de la Gran Alianza forjada al calor de la con- tienda se basaba, no en el sentimiento, que no ha- Haba cabida en su diplomacia, sino en un conjunto de consideraciones prdcticas. En primer lugar, los dirigentes soviéticos reconocfan que tenian que evitar una ruptura abierta con Occidente, al me- nos en un futuro proximo. Dadas las pérdidas su- fridas por el pais durante la guerra en cuanto a mano de obra, recursos e infraestructura industrial, un conflicto prematuro con Estados Unidos y Gran 30 1A GUERRA FR UNA BREVE BTRODUCCION Bretafia colocaria a la Unién Soviética en una clara desventaja, una desventaja atin mas evidente tras la demostracién por parte de los norteamericanos de su capacidad nuclear en agosto de 1945. En segun- do lugar, Stalin y sus principales lugartenientes es- peraban poder inducir a Estados Unidos a cumplir su promesa de contribuir con una Yenerosa ayuda financiera a su esfuerzo de reconstruccién. Una politica de expansi6n territorial desenfrenada re- sultaria contraproducente, ya que provocaria la di- solucién de Ja alianza forjada durante la guerra y la consiguiente negacién de ayuda econémica, algo que querian evitar. Finalmente, la Unién Soviética, que durante tan- to tiempo habia sido tratada como un estado pa- ria, deseaba ser aceptada como una gran potencia responsable y respetada. Un tanto paradéjicamen- te, los soviéticos ansiaban el respeto de aquellos es- tados capitalistas que sus convicciones ideolégicas, les ensefiaban a aborrecer. Pero, naturalmente, no s6lo querian respeto, sino que insistfan también en tener en los foros internacionales una voz equi- yalente a la de otras potencias y en que se reco- nociera la legitimidad de sus intereses. Mas atin, aspiraban al reconocimiento formal por parte de Occidente de sus fronteras, y a una aceptacién, o al menos a una aquiescencia, respecto a su nueva es- fera de influencia en la Europa del Este. Todas esas consideraciones actuaban como freno a cualquier inclinacién imprudente a devorar tanto territorio a 1. LASEGUNDA GUERRA MUNDIAL LA BESTRUCCION pit vig] ORDEN 31 como la fuerza del Ejército Rojo pudiera poner a su alcance, El hecho de que uno de los gobernantes més brutales, implacables y desconfiados de la historia presidiera el delicado equilibrio que debia mante- ner Ja URSS en ese momento critico, afiade un ele- mento personal inevitable a la historia de las ambi- ciones de Mosctt durante el periodo de posguerra. El autoritario Stalin dominé completamente la politica soviética antes, durante y después de la guerra sin tolerar la menor disensin. Como re- cordarfa més tarde su sucesor Nikita Kruschev, «él hablaba y nosotros escuchdbamos». EI antiguo re- volucionario bolchevique, «durante los aiios trein- ta, transformé el gobierno que dirigfa, e incluso el Pere ree ee ee eee eee eee eee cee IOSIF STALIN, Bajo de estatura y.no especialmente dotado de ca rrisma-o de talento para la oratoria, Stalin, nacido en Georgia, gobernd. su. pafs con pufio. de hierro, desde mediados de I4 década de 1920 hasta su muerte, ocurrida en, 1953, El dictador soviético, aferré con "mayor fuerza las riendas del poder durante los afios. " treinta, con terribles resultados para su propio pue- “blo. Veinte millones de ciudadanos murieron a con~ “sécuencia, directa 0 indirecta, de la colectivizacion de'la agricultuira y la represion sistemstica impues- tas por él. iu 32 A GUESS FRUA. UNA BREVE ISTRODUCCION pais que gobernaba, en una prolongacién gigantes- ca de su propia personalidad patologicamente des- confiada», sugiere el historiador John Lewis Gad- dis, Fue aquél «un supremo acto de egoismo» que «dio lugar a innumerables tragedias». Al acabar la Segunda Guerra Mundial, Stalin vefa a sus aliados occidentales como veia a todo posible competidor, tanto en su propio pais como en el extranjero: con el mayor recelo y la méxima desconfianza. Sin embargo, la politica exterior rusa no puede entenderse como el producto, puro y simple, de la rudeza de Stalin y de su insaciable sed de domina- cién, aunque sin duda una y otra fueron impor- tantes. A pesar de su brutalidad y su paranoia, y a pesar de la crueldad que mostré con respecto a su propio pueblo, el dictador ruso siguié una politica exterior generalmente prudente y cautelosa, pro- curando equilibrar en todo momento la oportuni- dad con el riesgo. Calculé siempre con gran cuida- do la «correlacién de fuerzas», mostré un respeto realista hacia el poder superior militar e industrial de Estados Unidos y prefirié conformarse con una parte de lo que deseaba en aquellos casos en que tratar de conseguir la totalidad habria podido ge- nerar resistencia. Las necesidades del estado sovié- tico —que siempre estuvieron para Stalin por enci- ma del deseo de propagar el comunismo-, en lugar de una estrategia de expansién agresiva, dictaron una politica en la que el oportunismo se mezclaba con la cautela y con una inclinacién al compromiso. 1. LA SEGUNDA GUERRA MONDIAL Y La DESTRUGCION DAL VIO ORDEN 3B La ideologia del marxismo-leninismo que sus tentaba el estado soviético influyé también en la perspectiva y la politica de Stalin y sus mas cerca- nos colaboradores, aunque de una forma compleja y dificil de precisar. Su profunda creencia en las ensefnianzas de Marx y Lenin les transmitié una fe mesiénica en el futuro, la seguridad tranquilizado- ra de que, por muchas dificultades que tuviera que atravesar Moscti en el corto plazo, la historia esta- ba de su parte. Stalin y la élite del Kremlin admi- tian que el conflicto entre el mundo socialista y el, mundo capitalista era inevitable, y tenian la segu- ridad de que las fuerzas de la revolucién proletaria vencerfan finalmente. En consecuencia, no estaban. dispuestos a ejercer demasiada presién mientras la correlacién de fuerzas pareciera favorable a Occi- dente, «Nuestra ideologia propugna las operacio- nes ofensivas cuando es posible. Si no lo es, espe- ramos», puntualizé V. M. Molotov, ministro de ‘Asuntos Exteriores. Pero si la conviccién ideolégica dio lugar en ocasiones a una prudente paciencia, en otras distorsioné la realidad. Los dirigentes ru- sos nunca pudieron comprender, por ejemplo, por qué tantos alemanes y europeos del Este vetan las fuerzas del Ejército Rojo més como opresoras que como libertadoras, ni dejaron de creer que los es- tados capitalistas se enfrentarfan finalmente entre ellos y que el sistema capitalista conocerfa pronto otra depresién mundial. Bt 1A GUERRA FAA, Un BREE INTRODUECION La ideologfa infundié en los soviéticos y los nortea- mericanos por igual una fe mesidnica en el papel historico que sus respectivas naciones habian de ju- gar en el mundo. A cada lado de lo que pronto seria Ta Iinea divisoria de la Guerra Fria, lideres y ciuda- danos crefan que sus respectivos paises actuaban impulsados por unos propésitos que trascendian con mucho sus intereses nacionales. Tanto los sovié- ticos como los norteamericanos consideraban, de hecho, que actuaban impulsados por nobles moti- vaciones y con el fin de conducir a la humanidad a una nueva era de paz, justicia y orden. Esos valores ideol6gicos opuestos, unidos al aplastante poder que ambas naciones posefan en un momento en que una gran parte del mundo yacia postrada, propor- cionaron una receta segura para el conflicto. \ t i > 2. Los origenes de la Guerra Fria en Europa (1945-1950) Una fragil alianza Matrimonio clasico de conveniencia, la alianza que forjaron durante la guerra la principal potencia ca~ pitalista del globo y el principal defensor de la re- volucién proletaria internacional estuvo marcada desde el primer momento por la tensién, la des- confianza mutua y el recelo. Més alla del objetivo comtin de derrotar a la Alemania nazi, era poco lo que podia cimentar una asociacién nacida de una necesidad incémoda y lastrada por un pasado car- gado de conflictos. Después de todo, Estados Uni- dos habia manifestado una constante hostilidad hacia el estado soviético desde la revolucién bol- chevique que lo alumbré. Por su parte, los gober- nantes del Kremlin consideraban a los Estados Uni- dos el cabecilla de los paises capitalistas que habian 35 36 1a qua Fata tratado de estrangular su régimen desde su infan- cia. A ese intento habfan seguido la presién econé- mica y el aislamiento diplomatico junto a las per- sistentes denuncias del gobierno soviético y todo lo que éste representaba. El tardio reconocimiento de la URSS por parte de Washington, que llegé diecisiete afios después de su nacimiento, fue insu- ficiente para agotar toda la reserva de hostilidad acumulada, debida especialmente al hecho de que los esfuerzos de Stalin por organizar un frente co- miin contra la Alemania de Hitler a mediados y fi- nales de la década de los treinta habian chocado con Ia indiferencia de los Estados Unidos y otras potencias occidentales. Abandonado de nuevo por Occidente, al menos desde su punto de vista, y obligado a enfrentarse en solitario con los lobos alemanes, Stalin accedié a firmar el pacto germa- no-soviético de 1939 en gran medida como medio de autoproteccién. Por su parte, Estados Unidos entré en el periodo posterior a la Primera Guerra Mundial manifes- tando solamente desdén hacia un régimen intrata~ ble e impredecible que habia confiscado propieda- des, se habia negado a reconocer deudas anteriores a la guerra y se habia comprometido a ayudar a las revoluciones de la clase trabajadora en todo el mundo. Los estrategas norteamericanos no temian a la fuerza militar convencional de la Unién Sovié- tica, que era decididamente limitada. Pero si les preocupaba el atractivo del mensaje que los mar- 4. MOS ORIGENES DE LA GUERRA FIA EN BUROPA (9451950) 7 xistas-leninistas dirigfan a las masas oprimidas de otros paises ~y también de Estados Unidos- y a la insurgencia revolucionaria, con la consiguiente inestabilidad que ésta pudiera provocar. En conse- cuencia, alo largo de los afios veinte y principios de la década siguiente, Washington se esforz6 por po- ner en cuarentena el virus comunista y aislar a los Iideres de Moscti. «Era como tener un vecino mal- vado y denigrante —recuerda el presidente Herbert Hoover en sus memorias-: No le atacamos, pero tampoco le extendimos un certificado de buena conducta invitandole a nuestra casa.» El reconoci- miento diplomitico de la Unién Soviética por par- te de Roosevelt en 1933, motivado por céleulos geo- politicos y comerciales, vino a cambiar muy poco la situacion. Las relaciones entre los dos paises si- guieron siendo gélidas hasta que Hitler traicion6 a su aliado soviético en junio de 1941. Hasta ese mo- mento, el pacto faustico firmado entre Alemania y Rusia slo habja servido para intensificar la aver- sion de Estados Unidos con respecto al régimen de Stalin. Cuando el dictador soviético utilizé de for- ma oportunista la cobertura que le proporcionaba Alemania para lanzar su agresién contra Polonia, los estados bélticos y Finlandia en 1939-1940, el sentimiento antisoviético aumenté rapidamente en la sociedad americana. ‘Tras la invasién alemana de la Unidn Soviética, la oposicién ideolégica cedié a los dictados de la realpolitik. Roosevelt y sus principales estrategas 38 La cuER eat reconocieron répidamente las grandes ventajas geo- estratégicas que revestia para Estados Unidos una Unidn Soviética capaz de resistir el embate ale- mén; inversamente, le preocupaba el poder que Alemania podia conseguir si lograba sojuzgar a un pais tan rico en recursos. En consecuencia, a partir del verano de 1941, Es- tados Unidos comenz6 a enviar material militar a la Unién Soviética con el fin de reforzar las oportn- nidades del Bjército Rojo. Lo que impulsé esencial- mente la politica de Roosevelt desde junio de 1941 en adelante fue, como ha sefialado acertadamente el historiador Waldo Heinrichs, «la conviccién de que la supervivencia de la URSS era esencial para le derrota de Alemania, y que la derrota de Alemania era esencial para la seguridad de Norteamérica» Hasta un anticomunista acérrimo como Churchill entendié inmediatamente la importancia decisiva que la supervivencia de la URSS tenfa en la lucha contra la agresién alemana. «Si Hitler invadiera el infierno ~dijo en una ocasién bromeando- yo ha- ria al menos una referencia favorable al demonio en la Camara de los Comunes.» Los norteamerica- nos, los soviéticos y los briténicos se encontraron, pues, de pronto luchando contra un enemigo co- matin, hecho que vino a formalizar la declaracién de guerra que hizo Hitler a Estados Unidos dos dias después del ataque a Pearl Harbor. Estados Unidos envié a la Uni6n Soviética du- rante la contienda ayuda militar por valor de més 2. 40S ORIGENES DE LA GUERRA FRIA EN EUROPA 195-1950) 39 de 11.000 millones de délares, la manifestaci6n més concreta de una nueva politica en la que un interés mutuo unfa ahora a Washington y Mosci. ‘Al mismo tiempo, la maquinaria de propaganda del gobierno estadounidense traté de suavizar la imagen tanto de Stalin como del indeseable régi- men que encabezaba, un régimen que durante tan- to tiempo habia detestado. Sin embargo, como, donde y cuando combatir al adversario comtin fueron cuestiones que casi in- mediatamente generaron friccién en el seno de la Gran Alianza. Stalin apremié a sus socios anglo- americanos para que abrieran cuanto antes un se- gundo frente contra los alemanes que aliviara la intensa presién militar que éstos ejercian sobre su patria. Pero, a pesar de las promesas de Rodsevelt, Estados Unidos y Gran Bretafia decidieron no abrir ese frente hasta dos afios y medio después de Pearl Harbor, optando en cambio por llevar a cabo operaciones periféricas, menos arriesgadas, en Africa del Norte y en Italia en 1942 y 1943. Cuan- do en junio de 1943 Stalin supo que atin tardarian un afio mas en abrir un segundo frente en el noro- este de Europa, escribié airado a Roosevelt afir- mando que «la confianza del gobierno soviético en sus aliados... se esté viendo sometida a una gran tension», y hacia referencia también a «los enor- mes sacrificios que estd levando a cabo el ejército soviético, comparados con los cuales los sacrificios de los ejércitos angloamericanos son insignifican- 0 1A OUEREA FRA tes». No es de extrafiar que Stalin mostrara una in- comprensi6n total con respecto a los problemas de abastecimiento y preparacién de las dos potencias. Estas podian permitirse el lujo de esperar antes de enfrentarse al embate de Ja fuerza armada alemana, mientras que los rusos no podian hacerlo. Stalin sospeché que sus supuestos aliados simplemente no consideraban prioritario aliviar a los soviéticos, y sin duda no se equivocaba al pensar que norte- americanos y briténicos preferian con mucho que fueran soldados rusos los que murieran luchando contra Hitler, si con eso consegufan salvar las vidas de sus propios soldados. Las fuerzas soviéticas tu- vieron que contener a més del 80% de las divisio- nes de la Wehrmacht antes de que en junio de 1944 tuviera lugar la tan esperada invasion aliada de la costa normanda ocupada por los alemanes. Las disputas politicas envenenaron también la alianza durante la guerra. Las mas espinosas fue- ron las relativas a los términos de la paz que debia imponerse a Alemania y al estatus de la Europa del Este en la posguerra. En la Conferencia de Tehe- ran, celebrada en noviembre de 1943, y durante todo el afio siguiente, Stalin traté de transmitir a Roosevelt y a Churchill su conviccién de que, aca~ bada la contienda, Alemania recuperaria su poder industrial y militar, y volveria por tanto a suponer un peligro mortal para la URSS. En consecuencia, el dirigente ruso insistié incan- sablemente en que se debfa imponer a ese pais una 2 LOS ORIGENES DE LA GUERRA FRI EN EUROPA (1945-980) 41 paz muy dura que le despojara de una parte de su tertitorio y de su infraestructura industrial. Esto satisfaria la doble necesidad que tenia la Unién So- viética de mantener a Alemania bajo control mien- tras extrafa de ella una considerable aportacion. para su propia reconstruccién. Roosevelt se mos- tr6 poco dispuesto a comprometerse a fondo con las propuestas punitivas de Stalin, aunque si le co- municé que él también consideraba ventajoso el desmembramiento permanente de Alemania. De hecho, los expertos estadounidenses no habian to- mado partido todavia entre dos impulsos opues- tos: el de aplastar Ja nacién que habia provocado una masacre semejante, o el que les conducia a tra tarla magndénimamente, utilizando el periode de ocupacién para contribuir a modelar una nueva ‘Alemania que pudiera jugar un papel constructivo en Ja Europa de la posguerra, con sus recursos y su industria aplicados a la gigantesca tarea de recons- truir un continente desgarrado por la contienda. A pesar de la aprobacién inicial de Roosevelt con res- pecto a una actitud punitiva, el asunto no quedé definitivamente resuelto, como vinieron a demos- trar, lamentablemente, acontecimientos posteriores. Las cuestiones relativas a la Europa del Este, que afectaban directamente a la seguridad vital de la URSS, tampoco tuvieron una facil solucién. Tanto en la teorfa como en la prctica, los norteamerica~ nos y los britanicos se habian resignado a la exis- tencia de una esfera de influencia soviética en la a 1a GUERRA Fla Europa Oriental sobre la cual los rusos ejercfan ya una influencia predominante-. En la versién més rudimentaria de la diplomacia de esferas de in- fluencia que tuvo lugar durante la guerra, Churchill y Stalin aprobaron provisionalmente, en noviem- bre de 1944, el «acuerdo de los porcentajes», lamen- tablemente famoso, por el que gran parte de los Balcanes quedaban divididos en zonas de influen- cia briténica o rusa. Roosevelt nunca se adhirié, sin embargo, a ese modus vivendi, que representa ba una violacion demasiado flagrante de los prin- cipios de autodeterminacién libre y democratica que constitufan la piedra angular de los planes de Estados Unidos con respecto al orden politico de la posguerra. Pero resolver ese problema resultaba tan imposible como Ia cuadratura del circulo. Polonia, el pais cuya invasién conjunta por parte de Alemania y la Unién Soviética habia provocado la guerra europea, resumia la insoluble naturaleza del conflicto. Dos gobiernos polacos competian por el reconocimiento internacional durante la guerra: uno, con sede en Londres, estaba en manos de nacionalistas polacos acérrimamente antisovié- ticos; el otro, establecido en la ciudad polaca de Lublin, era en esencia un gobierno titere de Mos- ci. En una situacién tan polarizada no cabian tér- minos medios; habfa, por lo tanto, poco margen para alcanzar un compromiso, como gustaba de hacer Roosevelt con respecto a los enfrentamientos politicos dentro de su pats. | i | | | | | 2. LOS ORIGENES DE LA GUERRA FIA EN EUROPA (15-1950) a 1, Churchill, Roosevelt y Stalin posan para los fotografos durante la Conferencia de Yalta. Febrero de 1945. En la Conferencia de Yalta de febrero de 1945, Roosevelt, Churchill y Stalin trataron de resolver algunas de sus principales diferencias mientras planeaban la partida que habia de jugarse acabada la guerra. La conferencia represent6 el punto dlgi- do de cooperacién durante la contienda; los com- promisos alcanzados reflejaron tanto el equilibrio de poderes como la decisién de los lideres de los «Tres Grandes» de mantener el espiritu de colabora- cién y compromiso que la supervivencia de su ex- traiia alianza requeria. Sobre la cuestién crucial de Polonia, norteamericanos y britanicos acordaron “ 1A GUERRA Fala reconocer al gobierno de Lublin apoyado por los. soviéticos, a condicién de que Stalin ampliara su representatividad y permitiera la celebracién de elecciones libres, En gran parte para compensar a Roosevelt —que necesitaba una hoja de parra con la que ocultar su abandono de lo que Estados Unidos habia proclamado como uno de los objetivos de la guerra, al tiempo que para apaciguar también a los millones de norteamericanos originarios de Europa del Este (la mayoria de los cuales, detalle no precisamente insignificante, eran votantes del Partido Demécrata), Stalin acepté una Declara~ cién sobre la Europa Liberada. Los tres lideres se comprometieron, en ese docu- mento, a apoyar los procesos democraticos y la creacién de gobiernos representativos en cada una de las naciones europeas liberadas. Se aseguré al dirigente soviético que se obligaria a Alemania a pagar unas reparaciones fijadas provisionalmente en 20.000 millones de délares, 10.000 de los cuales irian a la Uni6n Soviética. Pero el acuerdo final so- bre este asunto quedé pospuesto. El compromiso soviético, también negociado en Yalta, de entrar en la guerra contra Japon tres me- ses después de acabada la contienda en Europa, asi como la aceptacién formal por parte de la Unién Soviética de formar parte de Naciones Unidas, sig- nificaron una gran victoria diplomética para Esta- dos Unidos. 2. tos onfGDNES De LA GHEA FA ES EUROPACE) 4s De la cooperacién al conflicto, 1945-1947 Sin embargo, a las pocas semanas de las tiltimas sesiones de la Conferencia, la creciente insatisfac- cién angloamericana con respecto a las actividades de la Unién Soviética en el este de Europa vino a al- terar el espiritu de Yalta. La brutal represin de los polacos no comunistas por parte de Moscti, unida a sus torpes actuaciones en Bulgaria, Rumania y Hungrfa, zonas todas ellas recientemente libera- das por el Ejército Rojo, fueron interpretadas por Churchill y por Roosevelt como violaciones de los acuerdos adoptados en la Conferencia. El primero insté al presidente norteamericano a convertir Po- lonia en «un caso que siente jurisprudencia entre nosotros y los rusos». Roosevelt, por su parte, aun- que igualmente preocupado por la conducta de Stalin, se opuso; hasta sus ultimos dias estuvo con- vencido de que podia mantenerse una relacion ra~ zonable y de concesiones mutuas con los rusos. Cuando el 12 de abril sufrié una hemorragia cere- bral masiva, esa abrumadora responsabilidad reca- y6 en un Harry §, Truman carente de experiencia. Hasta qué punto el cambio de liderazgo en ese momento critico supuso una diferencia sustancial en el curso de las relaciones entre Estados Uni- dos y la Unién Soviética ha sido un tema sujeto a un intenso debate académico. Ciertamente Tru- man demostré estar mas dispuesto que su ante- cesor a aceptar la recomendacién de sus asesores 6 1A GUERRA FRA de la linea més dura, para los que mostrarse infle- xibles con los rusos ayudaria a Estados Unidos a alcanzar sus objetivos. El 20 de abril, en un co- mentario revelador que se ha citado con frecuen- cia, Truman manifest6 que no veia ninguna raz6n por Ia que Estados Unidos no deberfa conseguir el 85% de lo que solicitaba en relacién con los asun- tos mas importantes. Tres dias después, exigid as- peramente al ministro de Asuntos Extcriores so- viético, V. M, Molotov, que se asegurase de que su pais cumplia sus compromisos con respecto a Polonia. También Churchill se mostraba cada vez més contrariado con lo que describia como acti- tud intimidatoria de los soviéticos, creando asi el marco idéneo para un conflictivo encuentro de los «Tres Grandes» en una Alemania devastada por la guerra. En julio de 1945, dos meses después de la ren- dicion alemana, los lideres soviético, briténico y norteamericano se esforzaron una vez més por re- solver sus diferencias ~lo que lograron con desigua- les resultados— durante la tiltima de las grandes con- ferencias celebradas en el transcurso de la guerra. En las reuniones, celebradas a las afueras de Berlin, en un Potsdam bombardeado, trataron de una gran variedad de temas, incluidos los ajustes territoriales en Asia y el momento concreto de la entrada en guerra de los soviéticos en el Pacifico. Pero los problemas més espinosos, los que do- minaron las dos semanas de la conferencia, fueron 2. LOS ORIGENES DE 1A GUERRA FRA EN EUROPA (19851850) ” Jos que rodearon los acuerdos relativos a la Europa del Este y Alemania en la posguerra. Stalin consi- guié pronto uno de sus principales objetivos di- plomaticos: el reconocimiento por parte de Esta- dos Unidos y Gran Bretafia del nuevo régimen de Varsovia. Sus socios de la Gran Alianza pensaron que no tenian més opcién que aceptar como fait accompli una Polonia dominada por la Union So- viética, incluso con unos limites occidentales am- pliados a expensas del antiguo territorio alemén. Sin embargo, se negaron a reconocer los gobiernos establecidos por los soviéticos en Bulgaria y Ru- mania. En lugar de eso, los participantes instituye- ron un Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores que habria de encargarse, en futuras reuniones, de esa y otras cuestiones territoriales surgidas como consecuencia de la guerra, y de redactar tratados de paz con las potencias derrotadas del Eje. ‘Alemania —cla gran cuestién», como tan acer- tadamente la calificé Churchill suscit6é una vio- lenta disputa antes de que una solucién de com- promiso propuesta por Estados Unidos impidiera que las negociaciones llegaran a un punto muer- to, aunque a costa de una division econémica de facto del pais. De nuevo las reparaciones surgie- ron como el obstaculo principal. La insistencia de Stalin en recibir de Alemania los 10.000 mi- llones de délares, como, a su entender, se habia acordado en Yalta, tropez6 con la firme resisten- cia de Truman y sus asesores. Los norteamerica- 8 ‘a GUERRA FA nos, convencidos ahora de que la recuperacién econémica y la futura prosperidad de la Europa Occidental -y de Estados Unidos- exigian una Alemania econémicamente fuerte y se oponian a cualquier plan que dificultara ese objetivo. El secretario de Estado, James E, Byrnes, propu- so un compromiso que los soviéticos aceptaron finalmente, aunque no sin cierta renuencia, y se- gtin el cual las cuatro potencias ocupantes Esta dos Unidos, Gran Bretafia, Francia y la Union So- viética~ obtendrian basicamente las reparaciones de sus propias zonas de ocupacién; se prometié, ademis, a los soviéticos equipamiento procedente de las zonas occidentales, que incluian las partes més industrializadas y ricas en recursos del pats, pero que quedarian aisladas de la influencia rusa. Dado que los participantes en la Gran Alianza no pudieron ponerse de acuerdo con respecto a la cuestién alemana —el asunto diplomatico mds conflictivo durante la contienda y el que estaba destinado a ser el problema central a lo largo de toda la Guerra Fria~, optaron esencialmente por la division, aunque tratando de mantener una apariencia de unidad. Las ramificaciones de esa solucién fueron tras- cendentales. Representé un primer paso hacia la integracién de las zonas de Alemania ocupadas por la Unién Soviética y por Occidente en siste- mas politicos y econémicos opuestos y auguré la division del continente europeo en Este y Oeste. 2. Churchill, Truman y Stalin posan ante la residencia de Churchill durante la Conferencia de Potsdam. Julio de 1945. Truman, a pesar de todo, se mostré satisfecho con las ominosas decisiones alcanzadas en Pots- dam. «Me gusta Stalin -afirmé entonces-. Es di- recto, Sabe lo que quiere y es capaz de llegar a un 50 1A GUERRA FRA compromiso cuando no puede conseguirlo.» La confianza del dirigente norteamericano en su ha- bilidad para lograr la mayor parte de sus objetivos en negociaciones futuras con su homélogo soviéti- co radicaba esencialmente en las que tanto él como. sus principales asesores consideraban las dos me- jores bazas de Washington: su poder econémico y su posesién exclusiva de la bomba atémica. La confianza de Truman aumenté significativamente cuando, durante las conversaciones de Potsdam, recibié la noticia de que las pruebas de la bomba se habian llevado a cabo con éxito en Nuevo Méxi- co. Esta «escalera real», como la Ilamé el secretario de la Guerra Henry Stimson, mejoraba indudable- mente la perspectiva de unos acuerdos diplomati- cos favorables a los intereses americanos, o al me- nos eso crefan Truman y su circulo de asesores. El lanzamiento de dos bombas atémicas, sobre Hiroshima el 6 de agosto y sobre Nagasaki el 9 de agosto, que causaron la muerte instanténea de 115.000 personas y dejaron a otras decenas de mi- les al borde de la muerte a causa de la radiacién, forzé la rendicién de Japén. La utilizacién de la bomba cumplié simulténeamente varios objetivos militares y diplomaticos de Estados Unidos: con- dujo a un rdpido final de la guerra evitando la muerte de miles de norteamericanos, hizo innece- saria la intervencién de tropas soviéticas en el Paci- fico (aunque no evité su presencia en Manchuria) y cerré a la Unién Soviética la puerta a cualquier 2 10S ORIGENES BELA GUERRA FRA EW EUROPA (145-1380) 51 pretensién realista sobre su posible papel en la ocupacién de Japén una vez acabada la guerra. Sin embargo, a pesar de las bazas con que con- taba el gobierno de Truman, las relaciones entre Estados Unidos y la URSS se fueron deteriorando en los meses posteriores a la rendicién de Japon. Aunque Europa del Este y Alemania seguian cons- tituyendo los problemas de més dificil solucién, a éstos se afiadieron ahora los que suponian las vi- siones opuestas de los antiguos aliados acerca de cémo lograr el control internacional de las armas atémicas, sus intereses divergentes en Oriente Me- dio y en el este del Mediterraneo, la cuestién de la ayuda econémica de Estados Unidos y el papel de la Unién Soviética en Manchuria. Aunque en las diferentes reuniones del Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores se alcanzaron varios compro- misos, 1946 marcé la desaparicién de la Gran Alianza y el comienzo de la auténtica Guerra Fria. Durante ese afio, el gobierno de Truman y sus principales aliados occidentales comenzaron a con- siderar més y més el pafs de Stalin como un matén oportunista aquejado de un apetito insaciable de territorios, recursos y concesiones. George F. Ken- nan, diplomatico de Estados Unidos en Mosci, ar- ticulé y dio peso a esa valoracién en su famoso «largo telegrama» del 22 de febrero de 1946. En él subrayaba Kennan que la hostilidad soviética hacia e] mundo capitalista era tan inmutable como inevi- table, resultado de una combinacién de la inseguri- 82 1A GUERRA FIA dad tradicional rusa y el dogma marxista-leninista. Argumentaba que los lideres del Kremlin habian impuesto al pueblo soviético un régimen totalitario opresivo y que ahora utilizaban la supuesta amena- za de los enemigos externos para justificar la conti- nuaci6n de la tiranfa que los mantenja en el poder. El consejo de Kennan era claro: renunciar a una ac- titud acomodaticia que, en cualquier caso, nunca habria de funcionar, y concentrarse, en cambio, en contener la éxpansién de la influencia y el poder soviéticos. El Kremlin, insistfa, sélo cederia ante una fuerza superior. Bl dia 5 de marzo, Winston Churchill, derrotado ahora en las elecciones, afia- dié puiblicamente su voz al creciente coro antiso- viético. En Fulton, Missouri, mientras compartia podio con un Harry Truman que manifestaba su evidente aprobacién, el lider briténico clamé: «Un telén de acero ha caido sobre todo el continente, desde Stettin en el Baltico hasta Trieste en el Adria- ticon. La civilizacién cristiana, advirtié, peligraba ahora a causa del expansionismo comunista. La conducta soviética no justificaba por si sola el gtado de alarma que reinaba en las capitales de Europa Occidental, ni tampoco las catastréficas perspectivas que se bosquejaban en algunos circu- Jos norteamericanos. Ciertamente, el régimen es- talinista trataba de sacar provecho en todo mo- mento. Asi, impuso gobiernos serviles a Polonia, Rumanfa y Bulgaria; se hizo con una esfera de in fluencia exclusiva en su zona de ocupacién de Ale- 2. 10S ORIGENES DE La GUERRA FIA EN EUROPA (9451850 mania del Este; se neg6 inicialmente a retirar sus tropas de Iran precipitando la primera gran crisi de Ja Guerra Fria en marzo de 1946; intimidé a Turquia para lograr concesiones, llegando a con- centrar tropas a lo largo de la frontera builgara, y saqueé Manchuria. Sin embargo, también permi- ti6 que se celebraran unas elecciones relativamente libres en Hungria y Checoslovaquia, colaboré en la formacién de gobiernos representativos en Finlan- dia y Austria, continué participando en animadas negociaciones con las potencias occidentales a tra- vés del Consejo de Ministros de Asuntos Exterio- res, e incluso frené a los poderosos partidos comu- nistas de Italia, Francia y del resto de los paises de Europa Occidental. La conducta soviética requeria una interpretacién mas sutil y equilibrada que las que ofrecian Kennan y Churchill. De hecho, lo que més temian Estados Unidos y los analistas britanicos no era el comportamiento de los soviéticos ni las intenciones hostiles que al parecer subyacian a su conducta. Tampoco les preo- cupaba excesivamente la capacidad militar soviética, al menos a corto plazo. Los principales expertos britanicos y norteamericanos consideraban a la Unidn Soviética demasiado débil para lanzarse a una guerra contra Estados Unidos, y en particular, crefan sumamente improbable que el Ejército Rojo atacara Europa Occidental. Lo que preocupaba a los dirigentes norteameri- canos y britanicos era la perspectiva de que la 34 1 GUERRA RIA Unién Soviética aprovechara en beneficio propio la agitaci6n politica y las lamentables condiciones sociolégicas que marcaron el mundo de la pos- guerra, condiciones que habian provocado el as- censo de la izquierda en el mundo entero, un fe- némeno que se reflejaba no sdlo en la creciente popularidad de los partidos comunistas de Europa Occidental, sino también en el auge de movimien- tos nacionalistas, anticolonialistas y revoluciona- rios en el Tercer Mundo. Las graves conmociones econémicas y sociales provocadas por la guerra convirtieron al comunismo en una atractiva alter- nativa para muchos pueblos del mundo. Los mi- nisterios de Defensa y Asuntos Exteriores occiden- tales temieron que los partidos comunistas locales y los movimientos revolucionarios autéctonos se aliaran con la Unién Soviética, un estado cuya le- gitimidad y cuyo prestigio habian aumentado con- siderablemente gracias al papel que habia jugado en la cruzada antifascista. De este modo, el Krem- lin podia aumentar su poder y su radio de accién sin tener que arriesgarse siquiera a emprender una accién militar directa. Para los estrategas estadounidenses, la sombra amenazadora del periodo 1940-1941 seguia cer- niéndose sobre el mundo. Otra potencia hostil, ar- mada de nuevo con una ideologia amenazadora y ajena, podia llegar a controlar Eurasia inclinando Ja balanza de poder en contra de Estados Unidos, negando a este pais el acceso a importantes merca- 2. LOS ORIGENES BELA GUERRA ERA EN EUROPA 195-1950) 55 dos y recursos, y poniendo en peligro su libertad econémica y politica. Pijando Hmites Para enfrentarse a esas graves, aunque difusas, amenazas, durante la primera mitad de 1947 Esta~ dos Unidos se apresuré a implementar, con una ve- locidad vertiginosa, una estrategia destinada a con- tener a la URSS y, al mismo tiempo, a reducir la atraccién del comunismo. Una iniciativa britanica, debida a la pérdida del poder y los problemas fi- nancieros de Londres, inspiré el primer paso criti- co en la ofensiva diplomatica estadounidense. E121 de febrero, el gobierno britanico informé al Departamento de Estado de que no podia seguir proporcionando ayuda militar y econémica a Gre- cia y a Turqufa. La Administraci6n norteamericana decidié inmediatamente que Estados Unidos debfa asumir el papel que hasta ese momento habia juga- do Gran Bretafia con el fin de bloquear la posible expansion del control soviético sobre el Mediterrd- neo oriental y también sobre el Oriente Medio y su gran riqueza petrolifera. Para conseguir el apoyo de un Congreso consciente del coste que eso suponia y de una ciudadanfa poco dispuesta a aceptar nuevas obligaciones internacionales, Truman pronuncié el 12 de marzo un enérgico discurso ante los repre- sentantes de la nacién en el que pidié 400 millones 56 La cuen de délares en ayuda militar y econémica para los gobiernos de Grecia y Turqufa. Hasta cierto punto, Estados Unidos actuaba en este caso para llenar un vacio de poder creado por el declive de Gran Bretafia. El gobierno griego de derechas libraba una guerra civil contra los comu- nistas del pais, abastecidos por la Yugoslavia comu- nista. Los turcos, por su parte, se veian sometidos a una presién constante por parte de los rusos, que exigian concesiones en los Dardanelos. Moscti y sus aliados se mostraban dispuestos a beneficiarse de la retirada briténica, una inquietante perspectiva que ja iniciativa americana trataba de obstaculizar. Sin embargo, lo particularmente significative de la «Doctrina Truman» no es el hecho basico de la politica de poder que representaba, sino la forma en que el presidente norteamericano eligié presentar su propuesta de ayuda, Utilizando un lenguaje hi- perbélico, unas imagenes maniqueas y una simpli- ficaci6n deliberada para reforzar su llamamiento, Truman traté de conseguir un consenso entre los ciudadanos y en el Congreso que respaldara no s6lo este compromiso concreto, sino una politica exterior norteamericana més activa, una politica que se mostrara al mismo tiempo antisoviética y anti comunista. La Doctrina Truman», pues, vino a significar la declaracin de una Guerra Fria ideolégica y de una Guerra Fria geopolitica. Sin embargo, abundaba en ambigtiedades que tendrian serios efectos a lo .05 ORIGENES DE LA GUERRA FRA EN EUROPA (9881920) 7 LA «DOCTRINA TRUMAN» «En el momento presente de Ja historia mundial dijo Truman al Congreso al solicitar un paquete de ayuda para Grecia y Turquia-, casi todas las nacio- nes deben elegir entre distintos modos de vida.» Tras enumerar las insidias de la Unidn Soviética, aunque sin nombrarla directamente, concluyé con: Ja famosa exhortacién segiin la cual «la politica de Estados Unidos debe consistir en ayudar a los pue- blos libres que luchan contra las minorfas armadas 0 las presiones exteriores que pretenden sojuzgar- Jos». Este impresionante compromiso sin plazo de- finido recibié inmediatamente el nombre de «Doc- trina Truman», largo de todo el conflicto. ;De qué tipo exactamen- te era la amenaza que justificaba un compromiso a tal escala? ;Se trataba del posible aumento del poder soviético, o de la expansién de unas ideas ‘opuestas a los valores norteamericanos? Estos dos peligros, muy diferentes, se fundieron impercepti- blemente en el pensamiento norteamericano. Tres meses después del histérico discurso de Truman, Estados Unidos anuncié publicamente la segunda fase de su ofensiva diplomética. En una alocucién pronunciada en la Universidad de Har- vard con motivo de la ceremonia de graduacién, el secretario de Estado George C. Marshall prometi6 38 GUERRA FA ayuda norteamericana a todos los paises europeos que estuvieran dispuestos a coordinar sus trabajos de reconstruccién. Los enemigos que Estados Uni- dos pretendia combatir con lo que pronto habria de recibir el nombre de «Plan Marshall» eran el hambre, la pobreza y la desmoralizacién que ali- mentaban el ascenso de la izquierda en la Europa de posguerra, un conjunto de circunstancias pro- vocadas por la lentitud de la reconstruccién y exa- cerbadas por el invierno mas crudo de los tiltimos ochenta afios. El ministro britanico de Asuntos Exteriores, Ernest Bevin, y su homélogo francés, Georges Bidault, res- pondieron de forma inmediata y entusiasta a la propuesta de Marshall, organizando un encuentro de estados europeos que pronto sugitié un conjun- to de principios organizativos para ese programa de ayuda. Gran Bretaiia, Francia y otros gobier- nos de Europa Occidental vieron en el Plan una oportunidad inmejorable para aliviar sus graves problemas econémicos, hacer frente a los parti- dos comunistas locales y frenar la expansion de la Unién Soviética. Todos ellos compartian gran parte de los recelos de la Administracion ‘Truman acer- ca de los peligros inherentes a la posguerra, aunque tenfan por lo general una fijaci6n menor que sus homélogos norteamericanos respecto a la ame- naza que la ideologia comunista representaba. Los lideres de Europa Occidental recibieron con alegria ~y solicitaron- una politica norteamericana mas 2. 105 ORIGENES D5 La GUERRA ERA EUROPA (1565-1950) 159 activa en la zona porque esto encajaba con sus ne- cesidades econémicas, politicas y de seguridad. Bl Plan Marshall significé 13.000 millones de délares en ayuda para Europa Occidental, contribuyendo asia la recuperaci6n e integracién econémica de la region y restableciendo un importante mercado para los productos norteamericanos. Stalin, te- miendo que el Programa de Recuperacién Europea viniera a relajar el control que Rusia ejercia sobre sus satélites, prohibi6 a los paises del Este partici- par en él, Molotov, ministro soviético de Asuntos Exteriores, abandoné la Conferencia de Paris con Ja severa advertencia de que el Plan Marshall «divi- dirfa Europa en dos grupos de estados». Otra parte integrante de la ofensiva diplomatica de la Administracién Truman fue una decisiva reo- tientacién de’ su politica con respecto a Alemania. Los responsables de la politica norteamericana consideraban esencial para sus propésitos la parti- cipacién en el Plan Marshall de las zonas de Alema- nia ocupadas por las potencias occidentales, ya que la industria y los recursos de este pafs constitufan un motor indispensable del crecimiento econémico europeo. Aun antes de desvelar el Plan, Estados Unidos habia tomado medidas para incrementar la produccién de carbén en las zonas de ocupacién britanica y norteamericana, ya unidas por enton- ces. Los planificadores de Washington estaban con- vencidos de que la paz y la prosperidad mundiales, asi como la seguridad y el bienestar econémico de 60 La cuERRA UA Estados Unidos, dependian de la recuperacién eco- némica europea, y que para que esta recuperacién se produjera era necesaria una Alemania fuerte y econémicamente revitalizada, lo cual se oponia a cualquier compromiso diplomético con la Unién Soviética sobre esa cuestin primordial. La insistencia de Marshall en que Alemania par- ticipara en el Programa de Recuperacién Europea hizo imposible cualquier perspectiva de acuerdo a ese respecto entre las cuatro potencias y condujo directamente al fracaso de las reuniones del Con- sejo de Ministros de Asuntos Exteriores manteni- das en noviembre de 1947. «No queremos ni pro- yectamos aceptar la unificacién de Alemania en los +términos que Rusia consideraria aceptables», admi- tid en privado un diplomatico norteamericano de alto rango. Al preferir la division del pais a correr el riesgo de una Alemania unificada que con el tiempo pudiera alinearse con la Unién Soviética 0 adoptar una postura neutral —algo tan peligroso como lo anterior, Estados Unidos, Gran Bretafia y Francia dieron el primer paso, en 1948, hacia la creacién de una Alemania Occidental indepen- diente. El embajador briténico, Lord Inverchapel, observé acertadamente que para los norteamerica- nos «la divisién de Alemania y la absorcién de las dos partes por las esferas rivales, oriental y occi- dental, es preferible a la creaci6n de una tierra de nadie en el limite de una zona de hegemonia so- viética en expansion». 4 2. LOS ORIGINES DE LA GUERRA Fila EN EUROPA (10451950) a Dada la preocupacién de Stalin, tantas veces for- mulada, acerca de la resurreccién del poder ale- mén, esas iniciativas occidentales aseguraban una fuerte reaccién soviética. Los lideres norteamerica- nos la esperaban y no quedaron decepcionados. En septiembre de 1947, durante una conferencia cele~ brada en Polonia, los soviéticos crearon la Oficina de Informacién de Paises Comunistas (Komin- form) como medio para reforzar su control sobre los estados satélites de Europa del Este y los parti- dos comunistas de Europa Occidental. Tras denun- ciar el Plan Marshall como parte de una estrategia organizada para forjar una alianza que pudiera servir de «trampolin para atacar a la Unién Sovié- tica», el principal delegado ruso, Andrei Zhdanov, afirmé que el mundo estaba dividido ahora en «dos campos». En febrero de 1948, un golpe de estado auspiciado por los rusos en Checoslovaquia provo- cé la dimisién de todos los ministros no comunis- tas del gobierno y, posteriormente, la muerte del ministro de Asuntos Exteriores, Jan Masarik, una figura muy respetada, en circunstancias sumamen- te sospechosas. Junto con la dura represién de la oposicién no comunista en Hungria, el golpe de estado en Checoslovaquia anuncié una actitud mucho més dura en el «campo» soviético y contri- buy6 a que cristalizara la division entre el Este y el Oeste en Europa. Mas tarde, el 24 de junio de 1948, Stalin decidié pasar al ataque. En respuesta a la posicién de los eo La GUERRA FIA franceses, britanicos y norteamericanos con respec- to ala reconstruccién y consolidacién de Alemania Occidental, los soviéticos prohibieron el acceso por tierra de los aliados a Berlin Occidental. El propésito de Stalin al aislar el enclave occidental de esa ciudad dividida, situada en zona soviética a 160 kilémetros del punto més préximo de la zona norteamericana, era demostrar la vulnerabilidad de sus adversarios, impidiendo asi lo que tanto te- mia: la creacién de un estado alemén integrado en el bloque occidental. En uno de los episodios mas tensos y celebrados del comienzo de la Guerra Fria, Truman respondié con un puente aéreo que durante las veinticuatro horas del dia abastecié de alimentos y combustible a los residentes de un Berlin Occidental sitiado. En mayo de 1949, Stalin levanté finalmente lo que habia llegado a conver- tirse en un bloqueo totalmente inutil y en. una de- sastrosa operacién de imagen. La torpe réplica soviética s6lo consiguié profun- dizar la divisién entre el Este y el Oeste, excitando en contra suya a la opinién publica de Estados Unidos y Europa Occidental, y acabando con el til- timo resto de esperanza con respecto a un acuerdo sobre Alemania que resultara aceptable para los cuatro paises ocupantes. En septiembre de 1949, las potencias occidentales crearon la Reptiblica Fe- deral Alemana. Un mes después, los soviéticos es- tablecian en su zona de ocupacién la Republica Democratica Alemana. Las dos zonas de la Guerra eee eee 2. 10S ORIGENES DE LA GUERRA FIA EN EUROPA (1985-1950) 8 Fria en Europa quedaban asi claramente demarca- das; la divisién de Alemania reflejaba la existencia de una divisién més amplia en una esfera dominada por Estados Unidos y una esfera dominada por la Unién Soviética. Algunos de los més destacados diplomaticos de Europa Occidental -y mas decididamente que nin- gtin otro el ministro de Asuntos Exteriores bri- tanico Ernest Bevin-, crefan que la creciente co- laboracion entre Europa y Estados Unidos debia fundamentarse en un acuerdo de seguridad trans- atlantic. Con este propésito, el antiguo lider sindi- calista se convirtié en el primer impulsor del Pacto de Bruselas de abril de 1948. Bevin esperaba que ese acuerdo mutuo de seguridad entre Gran Bre- tafia, Francia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo sir- viera de base para una alianza occidental de mayor alcance. Deseaba forjar un mecanismo con el que involucrar a los americanos mas a fondo en los asuntos europeos, calmar la preocupacién de Fran- cia acerca del resurgimiento de Alemania y conte- ner a los soviéticos, 0, como expresé, tosca pero acertadamente, encontrar el medio para «mantener a los americanos dentro, a los soviéticos fuera y a los alemanes debajo». La Organizacién del Tratado del Atlantico Norte (OTAN) cumplia los requisitos de Bevin y también los de una Administracién Truman decidida a afiadir un ancla de seguridad a su nueva estrategia de conten- cion. Constituida en abril de 1949, la OTAN agrupé 64 a GUERRA FIA a los paises firmantes de Bruselas, més Italia, Dina- marca, Noruega, Portugal, Canada y Estados Uni- dos, en un pacto de seguridad mutua, Cada uno de os estados miembros accedia a considerar cualquier ataque a uno de ellos como un ataque a la totalidad. El acuerdo representé para Estados Unidos un cambio histérico con respecto a una de las caracte- risticas tradicionales de su politica exterior. Desde su alianza con Francia a fines del siglo xvitt, Was- hington no habia participado en ningtin pacto que exigiera tal grado de compromiso, ni habfa unido sus necesidades de seguridad tan estrechamente a las de otros estados soberanos. La esfera de influencia, o «imperio», que Estados Unidos forjé en la Europa de posguerra respondia més asus temores que a sus ambiciones. Fue el pro- ducto, ademds, de una coincidencia de intereses en- tre este pats y las élites de Europa Occidental. Estas wiltimas merecen el reconocimiento de haber sido coautoras de lo que el historiador Geit Lundestad ha definido como el «imperio por invitacién». En este sentido, existieron importantes diferencias en- tre un «imperio» soviético esencialmente impuesto a gran parte de la Europa del Este y un «imperio» norteamericano resultante de una asociacién nacida de unos temores comunes respecto a seguridad y tunas necesidades econémicas coincidentes, ‘Aunque se traté sin duda de un proceso crucial en el comienzo de la Guerra Fria, la divisién de Euro- 2. LOS ORIGENES DE LA GUERRA ERA EN EUROPA (195-1950) 6s pa en dos esferas hostiles de influencia constituye solamente una parte de la historia. Si el conflicto se hubiera limitado a una rivalidad por el poder y la influencia dentro de los limites de Europa, esa historia se habria desarrollado de un modo muy diferente de como finalmente lo hizo. Bn conse- cuencia, el siguiente capitulo se centra geografica~ mente en Asia, el segundo escenario en importan- cia de la Guerra Fria a comienzos de la posguerra. 3, Hacia la «guerra caliente» en Asia (1945-1950) Asia se convirtié en el segundo escenario en impor- tancia de la Guerra Fria y en el lugar en que ésta se convirtié en caliente. Naturalmente, Europa emer- gid tras la Segunda Guerra Mundial como el pri- mer foco de tensién entre los antiguos aliados, ge- nerando mis controversia y recibiendo una mayor atencién por parte de Estados Unidos y de la URSS que el resto del mundo, Ambos paises identificaron en este continente intereses que parecian vitales para su seguridad y su bienestar econdémico, tanto a corto como a largo plazo. Como se ha visto en el capitulo anterior, el desarrollo de la esfera de in- fluencia de Estados Unidos en Europa Occidental y el de la esfera de influencia soviética en Europa del Este constituyen Ja verdadera esencia de la primera fase de la Guerra Fria, con Alemania como zona cero. ¥ sin embargo, ambas potencias consiguieron 6 —4 3. HACIA LA AGUERRA CALIENTE EN ASA 151850) or eyitar un conflicto abierto en Europa entre el Este y el Oeste, tanto a finales de los aftos cuarenta como alo largo de las cuatro décadas siguientes. Asia, donde Washington y Moscti tenian tam- bién intereses, aunque decididamente menos vita- les, no fue tan afortunada, Seis millones de perso- nas perderian la vida en Corea e Indochina en conflictos relacionados con la Guerra Fria. Mas atin, el comienzo de la Guerra de Corea en junio de 1950 fue el acontecimiento que precipité el primer enfrentamiento militar directo entre Estados Uni- dos y las fuerzas comunistas y, mas que ningin otro, el que convirtié la Guerra Fria en una lucha global. Japon: de enemigo mortal a aliado en la Guerra Fria La Segunda Guerra Mundial produjo cambios de gran trascendencia a todo lo ancho del continente asiético. La asombrosa serie de conquistas que lle- 6 a cabo Japén en los primeros meses de la con- tienda -en Singapur, Malasia, Birmania, Filipinas, las Indias Orientales Holandesas, la Indochina francesa y otros lugares~ hizo zozobrar el sistema colonial de Occidente en Asia Oriental, al menos temporalmente, mientras destruia el mito de la su- perioridad racial de los blancos sobre el que des- cansaba en ultima instancia ese dominio. «El Im- 68 1A GUERRA FR perio Britanico del Lejano Oriente dependia del prestigio —observé un diplomatico australiano en esa época-, ¥ ese prestigio se ha hecho afiicos.» La posterior ocupacién de las posesiones coloniales americanas, holandesas, francesas y briténicas por parte de los japoneses, racionalizada por el eslo- gan, tan efectivo como interesado, de «Asia para los asiaticos», aceleré el crecimiento del sentimien- to nacionalista entre los pueblos de ese continente y creé el marco idéneo para las revoluciones de cor- te nacionalista que surgirfan al finalizar la guerra. El vacio de poder que dejé la precipitada rendicién de Jap6n el 14 de agosto de 1945 proporcions tiem- po suficiente a los aspirantes nacionalistas para ga- nar apoyo popular y organizar alternativas locales al dominio japonés, y occidental, que inmediata- mente trataron de poner en marcha. Las luchas épicas por la independencia y la liber- tad nacional que sostuvieron los pueblos de Asia y de otras regiones del ‘lercer Mundo después de la Segunda Guerra Mundial figuran entre las fuerzas hist6ricas mas poderosas del siglo xx. Hay que su- brayar que fueron algo muy distinto del enfrenta~ miento por el poder y la influencia que mantenian en aquel momento Estados Unidos y la Unién So- viética, y que habrian tenido lugar aunque la Gue- tra Fria no hubiera existido. Pero la Guerra Fria existio, y su cardcter totalizador marcé inevitable- mente el cardcter, el ritmo y el resultado de esas Tuchas. La descolonizacién y la Guerra Fria estaban di 2 HACIA LA GUERRA CALIENTE® 2 aStn (1945-1984) o destinadas a quedar inextricablemente unidas, moldeandose mutuamente, tanto en Asia como en cualquier otra parte del mundo. Al comenzar la posguerra, ni Estados Unidos ni Ja Union Soviética parecieron reconocer que el vie- jo orden habia sido socavado irreversiblemente en ‘Asia Oriental por la guerra en el Pacifico, como tam- poco parecieron reconocer hasta qué punto las co- rrientes nacionalistas que esa guerra habia desata- do habrian de cambiar radicalmente las sociedades asiaticas. Inicialmente, los soviéticos siguieron en esa region una politica caracteristicamente opor- tunista pero cautelosa, coherente con su actuacién en la Europa de posguerra. Stalin trat6 de recobrar el territorio controlado por la Rusia zarista, recu- perar concesiones econémicas en Manchuria y ‘Mongolia Exterior y consolidar la seguridad de los 6.700 kilémetros de frontera que separaban a Chi- na de la Unién Soviética, Sus propésitos respon- dian a la necesidad de mantener esa nacién como pafs amigo pero débil ~y preferiblemente dividi- do- para evitar enfrentamientos con las potencias occidentales, y al deseo de reprimir los impulsos revolucionarios de los partidos comunistas locales. Por su parte, Estados Unidos puso en prictica una politica exterior mds ambiciosa, que consistia en desmilitarizar Jap6n, transformar el Pacifico en un Jago americano, convertir a China en un aliado fia~ ble y estable, e impulsar una solucién moderada al problema colonial. rs AGUERRA FRA Sin embargo, primero y ante todo, los planifica~ dores de la politica exterior estadounidense consi- deraron de primordial importancia no permitir que Japén volviera a poner en peligro la paz de la regién. Con ese propésito, Washington manifests su decision de que fuera Estados Unidos, y slo Estados Unidos, el encargado de supervisar la ocu- pacion de Japon y la reestructuracion del pais. Los objetivos de los norteamericanos a este respecto eran tan claros como ambiciosos: utilizar su poder para reconstruir la sociedad japonesa, destruir todo vestigio de militarismo y ayudar a fomentar el desarrollo de instituciones democriticas libera- les, En gran medida, lograron su propésito. Bajo la supervision del autoritario general Dou- glas MacArthur, el régimen de ocupacién nortea- mericano puso en marcha una amplia serie de medidas: se inicié una gran reforma agraria, se aprobaron leyes que establecian derechos colecti- vos de negociacién y la creacidn de sindicatos, se Mevaron a cabo mejoras en la educacién y se con- cedié la igualdad de derechos a las mujeres. La nueva Constitucién de mayo de 1947 renunciaba formalmente a la guerra, prohibia la existencia de fuerzas armadas y sentaba las bases de un sistema representativo, un gobierno democratico sometido a la ley. En palabras de un historiador, fue «quiz la operacion mas exhaustivamente planificada de toda la historia de un cambio politico masivo y di- rigido desde el exterior». nei nina 5. HACIA LA GUERRA CALIENTE Bs ASI (196-400) a A diferencia de Alemania, gobernada directa~ mente por cuatro potencias distintas y dividida administrativa y politicamente entre ellas, Japon continué bajo el dominio de un solo pais, que lo goberné indirectamente, prefiriendo ejercer su vo- luntad a través de una estrecha colaboracién con la pragmatica burocracia gubernamental japonesa. Naturalmente, también a diferencia de Alemania, la soberanfa del pais permanccié intacta. Y sin embargo, a pesar de estas notables diferen- cias, Estados Unidos traté a Japon, especialmente después de 1947, como el equivalente asiatico de Alemania Occidental, es decir, como una nacién cuya avanzada estructura industrial, mano de obra especializada y capacidad tecnolégica la convertian en el motor indispensable del crecimiento eco- némico de la regi6n y en un activo estratégico de incalculable valor en el marco de Ja Guerra Fria. Conforme aumentaban en Europa las tensiones entre el Este y el Oeste, el régimen de ocupacién norteamericano en Japén pas6 de concentrarse en la reforma y desmilitarizacién de un antiguo enemigo a preocuparse por facilitar su répida r cuperacién econémica. Los estrategas estadouni denses consideraban que un Japén estable, econd- micamente pujante y proamericano era algo tan esencial para los objetivos de su pais en Asia du- rante la posguerra como lo era con respecto a Europa una Alemania estable, econémicamente pujante y proamericana. En ambos casos, los obje~ ” a GUERRA FA tivos geopoliticos y econémicos formaban un en- tramado perfecto. Los expertos norteamericanos consideraban a Ja- pén la nacién mas importante de Asia debido a su potencial como motor de la recuperacién econémi- ca de la regién y a su valor estratégico. Desde 1947 en adelante, el principal objetivo politico del gobier- no de Truman en Asia consistié en orientar un Ja- pon préspero y estable hacia Occidente. La Junta de Jefes de Estado Mayor advirti6 al presidente de que si Tokio caja bajo la influencia comunista «la Unién Soviética ganaria con ello un potencial bélico equi- valente a un veinticinco por ciento de su capaci- dad». En diciembre de 1949, el secretario de Estado Dean Acheson expresé de forma semejante la im- portancia estratégica de Japén en relaci6n con el equilibrio de poder entre el Este y el Oeste. «Si Ja p6n se incorporara al bloque comunista ~subray6—, los soviéticos adquirirfan una mano de obra espe- cializada y un potencial industrial capaz de alterar significativamente el equilibrio de poder mundial.» En vista de la enorme importancia de lo que es- taba en juego, los estrategas norteamericanos acor- daron que proteger a Jap6n de cualquier amenaza externa comunista y vacunarlo, al mismo tiempo, contra un posible contagio interno debia ser la maxima prioridad de su pais en aquella region. A pesar de los notables éxitos que acompafiaron en un primer momento a la ocupacién, no dejaron de mostrarse inquietos acerca del futuro, temiendo 5. HACIA LA SQUERRA CALIENTE® EN ASA (1545-950) a especialmente que los acontecimientos que tenian lugar al otro lado del Mar de la China pudieran venir a frustrar la perspectiva de un Japon fir- memente anclado en Occidente. Con la victoria de Mao Tse-Tung en China a fines de la década de los cuarenta, los analistas estadounidenses temie- ron que la tradicional dependencia de Japon con respecto a este pais, su principal mercado, pudiera atraerlo con el tiempo a la 6rbita comunista. Des- pués de todo, como dijo el primer ministro japo- nés Shigeru Yoshida, «China, sea roja o verde, es nuestro mercado natural». La orientacion de Japon y el futuro de China no eran problemas que pudie- ran separarse facilmente. El triunfo de los comunistas en China La proclamacion de la Repiiblica Popular China el 1 de octubre de 1949 no sdlo representé un enorme triunfo personal de Mao Tse-Tung y el resto de los lideres de un movimiento comunista que habfa sido derrotado, perseguido y casi suprimido dos déca- das antes por el Kuomintang de Chiang Kai-Shek. Significé también un cambio fundamental en la naturaleza y localizacién de la Guerra Fria, con im- portantes implicaciones ideolégicas y estratégicas. Durante la Segunda Guerra Mundial, el go- bierno de Roosevelt habia apoyado al régimen de Chiang Kai-Shek con una ayuda sustancial, militar ” 1A GUERRA FRA y econémica que el exigente generalisimo nunca consideré suficiente. Roosevelt queria transformar al ejército chino en una fuerza de combate antija- ponesa efectiva y al régimen de Chiang en un alia- do fiable de Estados Unidos, un aliado capaz de asumir un papel estabilizador y nivelador en la posguerra asidtica. Para conseguir esos objetivos, se reunié con el lider chino en E] Cairo en 1943, antes e inmediatamente después de la cumbre de los «Tres Grandes» celebrada en Teheran, a la cual no fue invitado el lider chino, Durante las conver- saciones de El Cairo, el presidente americano hala- g6 a China elevandola simbélicamente a la catego- rfa de gran potencia y se refirié después a este pais como a uno de los «cuatro policias» que, junto con Estados Unidos, la Union Soviética y Gran Breta- fia, ayudarian a mantener la paz después de la gue- ra. Lo hizo asi en parte para cimentar la unién de este pais con Estados Unidos, en parte para com- pensar el hecho de que Washington no iba a pro- porcionar a Chiang la ayuda material adicional que éste habia solicitado, y en parte tarnbién para mantener a China en la guerra, evitando con ello la desastrosa posibilidad de que legara a firmar por separado una paz con Japon, Pero ni los gestos simbélicos de Roosevelt ni las misiones diplomati- cas y militares que envi6 con cierta regularidad a Chongqing, la capital del Kuomintang durante la guerra, bastaron para conseguir una colaboracién significativa por parte de las tropas de Chiang, r | 2 HACIA LA SGUERRA CALIENTE® EN ASA (19454950) 6 En 1944 los diplométicos norteamericanos des- tinados en la zona vefan cada vez con mayor escep- ticismo las perspectivas que ofrecfa a largo plazo un régimen hundido en la corrupcién y la incom- petencia, Por su parte, el gobierno del Kuomin- tang, nacionalista, estaba convencido de que la principal amenaza con respecto a su existencia procedfa no de los japoneses; a quienes sus alia- dos norteamericanos derrotarian sin duda con 0 sin la ayuda de China, sino de los comunistas chi- nos. Bajo el competente liderazgo de Mao, estos tiltimos se habian convertido, durante los afios de ocupacién japonesa, en una fuerza militar y politi- ca formidable, haciéndose con el control de una vasta porcién del centro y norte del pais. En lugar de dedicar soldados y material al enfrentamiento con los invasores japoneses, Chiang y sus mas cer- canos colaboradores decidieron gestionar bien sus valiosos recursos y prepararse para una confronta- cién con los comunistas que, consideraban, habria de tener lugar, inevitablemente, una vez acabada la guerra. En febrero de 1945, durante la Conferencia de Yalta, Roosevelt buscé en un lugar inesperado la solucién al dilema que China planteaba a la politi- ca norteamericana. Desilusionado por la evidente desgana que Chiang Kai-Shek demostraba con res- pecto a la lucha, consiguié que la URSS se com- prometiera a entrar en la guerra contra Japén tres meses después de que acabaran las hostilidades en 76 La cueRRa a 3. Mao Tse-Tung, secretatio general del Partido Comunista Chino, Europa. El precio que Stalin puso a ese gesto -que Roosevelt prometiera ayudar a los soviéticos a re- cuperar las concesiones de la era zarista en Man- churia y Mongolia Exterior fue aceptado por el presidente norteamericano, para quien reducir la 2 HACIA. «GUERRA CALINTE®B AStA 2915-1959) 7 pérdida de vidas humanas en el desenlace de la Guerra del Pacifico, que se esperaba extremada- mente sangriento, revestia una gran importancia. El 14 de agosto, por el llamado oficialmente Trata- do Chino-Soviético de Amistad y Ayuda Mutua, Chiang accedié a otorgar a la Unién Soviética esas concesiones a cambio del reconocimiento por par- te de Moscti de la soberanfa de su gobierno. No es de extrafiar que los comunistas chinos se sintieran traicionados por quienes supuestamente compartian su ideologia. Era evidente que, para Stalin, los intereses nacionales rusos estaban por encima de cualquier inclinacién sentimental que pudiera experimentar hacia la causa de sus compa- fieros revolucionarios. De hecho, el lider soviético preferfa una China débil y dividida a una China fuerte y unificada, fuera cual fuese su gobernante. Querfa que los comunistas chinos siguieran some- tidos a Moscit y adivinaba una amenaza en un mo- vimiento intensamente nacionalista que, de adqui- rir poder, tal vez quisiera imponer su soberania sobre todo el territorio chino poniendo en peligro la esfera de influencia a la que él aspiraba. El refle- xivo dictador soviético, siempre reacio a correr riesgos, deseaba evitar también provocar a Estados Unidos. Se conformé con saquear Manchuria en agosto de 1945 y consolidar los nuevos beneficios comerciales de Moscti alli y en otras zonas fronte- tizas. Las necesidades de Mao, a quien consideraba un advenedizo capaz de desmandarse y dificil de 78 1A GUERRA FRA controlar, lider de un grupo de comunistas «de margarina», quedaban en segundo plano frente a las necesidades de la patria soviética. Tras la rendicion japonesa, la situacién politica en China se deterioré progresivamente. Como Chiang Kai-Shek, Mao consideraba muy poco pro- bable una auténtica paz entre los comunistas y el Kuomintang y creja inevitable un conflicto arma- do. El 11 de agosto ordené a los cuadros y Hderes militares del Partido Comunista «aunar nuestras fuerzas con el fin de prepararnos para una guerra civil». A lo largo del otono de 1945, tropas nacio- nalistas y comunistas protagonizaron en el nordes- te de China un enfrentamiento en el que Chiang utiliz6 el material proporcionado por Estados Uni- dos en un esfuerzo por desalojar a las fuerzas co- munistas, Las esperanzas estadounidenses con respecto a una China unificada, pacifica y proame- ricana se fueron disipando poco a poco. Albert Wedemeyer, el general al mando del pequefto con- tingente de tropas norteamericanas en aquel pais, aconsejé a Washington que respaldara a Chiang incondicionalmente. «Si China llegara a convertir- se en un estado marioneta de los soviéticos ~profe- tiz6—, lo cual seria exactamente lo que significaria una victoria comunista, la Rusia soviética con- trolaria practicamente los continentes europeo y asidtico.» Otros analistas norteamericanos expre- saron su desacuerdo con ese alarmismo. Convenci- dos de que Chiang no podia derrotar militarmente 5. HACIA LA aGUBRRA CALIENTE EN ASIA 2965-1950) ~ a los comunistas chinos y de que sdlo una paz ne- gociada entre comunistas y nacionalistas podrfa evitar una guerra civil, que sin duda desestabiliza- xia el pais y dificultarfa la consecucién de los obje- tivos politicos de Estados Unidos, insistieron en que el Iider nacionalista debfa llegar a un compro- miso con sus rivales politicos en lugar de tratar de aplastarlos. A fines de 1945, el presidente Truman envié a China al general George C. Marshall, el militar norteamericano més experto y respetado de su generacién, para que mediara en la busque- da de una soluci6n pacifica del conflicto. ‘A comienzos de 1946, Marshall logré una tregua temporal que duré poco tiempo. Los intentos del general norteamericano por conseguir un acuerdo entre Chiang y Mao descansaban en uiltima instan- cia en Ja ilusién de que nacionalistas y comunistas podian compartir de algun modo el poder en un gobierno de coalicién. A pesar de su imparcialidad, sus esfuerzos fracasaron debido a las diferencias irreconciliables entre las dos partes, ninguna de las cuales estaba dispuesta a compartir el poder con la otra. A fines de 1946, Marshall decidié, acertada- mente, que s6lo la fuerza de las armas podia poner fin a la lucha, y que en ese enfrentamiento Chiang no podia ganar. La Administracién Truman siguié proporcionando ayuda al régimen de Chiang —un total de 2.800 millones de ddlares entre la rendicién japonesa y 1950-, més para protegerse de los ata- ques de Jos partidarios de los nacionalistas chinos 80 1A GUERRA FRA en el Congreso norteamericano y del llamado «lobby chino», que por la conviccién de que la ayuda de Estados Unidos haria posible la victoria del Kuomintang. A fines de 1948, la derrota se convirtio en desbandada cuando Chiang y sus co- laboradores més cercanos huyeron a la isla de Tai- wan. La dramética proclamacién de Mao de la nueva Repiiblica Popular China desde la Puerta de Ja Paz Celestial de Pekin, en octubre de 1949, vino solamente a formalizar un resultado que la mayo- tia de los observadores informados anticipaban desde hacfa mucho tiempo. La victoria comunista en la guerra civil china, aunque producto en gran parte de fuerzas comple- jas generadas en el interior del pais, tuvo inevita- blemente ramificaciones relacionadas con la Gue- rra Fria, Un régimen nacionalista apoyado por Estados Unidos ~a pesar de la inestable relacién, cargada de desconfianza, que unia a Washington con Chiang~ habfa sido derrotado por un movi- miento comunista respaldado por la Uni6n Sovi tica -a pesar de la inestable relacién, cargada de desconfianza, que unia a Moscti con Mao-. Espec- tadores tanto asidticos y europeos como del resto de] mundo consideraron el resultado de la guerra civil china una derrota importante para Occidente y una victoria de la mayor trascendencia tanto para la Union Soviética como para el mundo co- munista. Asi fue valorado también por los criticos de Truman en Estados Unidos, quienes acusaron al 4 2. HACIA LA «GUERRA CALIENTE® EX ASL 5-850) a presidente de haber perdido China a causa de unas actuaciones deficientemente planeadas que ra- yaban en la traicién. Por su parte, los planificadores de Defensa del gobierno de Truman vieron el triunfo del comu- nismo en China con cierto grado de ecuanimidad, juzgindolo como un decepcionante revés para Estados Unidos mds que como un auténtico desas- tre. En primer lugar, el secretario de Estado Dean ‘Acheson y sus lugartenientes no consideraban una China empobrecida y asolada por la guerra un ele- mento crucial del equilibrio de poder en el mun- do, al menos en un futuro préximo, por lo cual lo que estaba en juego en ese pais no era comparable a lo que estaba en juego en Europa o en Japon, 0 incluso en Oriente Medio. En segundo lugar, con- cluyeron que una China comunista no conducia necesariamente a un bloque chino-soviético y an- tiamericano. Algunos estrategas estadounidenses experimentados crefan que unas ambiciones geo- politicas enfrentadas obstaculizarfan el desarrollo de unos vinculos fuertes entre la Unidn Soviética de Stalin y la China de Mao. Finalmente esperaban que la apremiante necesidad de ayuda econémica por parte de Pekin podria proporcionar a Estados Unidos la oportunidad que necesitaba de abrir una brecha entre las dos potencias comunistas. Algunos historiadores creen que Estados Unidos desperdicié una oportunidad tinica para establecer con China en esa importante coyuntura unas rela- 82 La GEREN RA ciones amistosas, 0 al menos productivas. Habia elementos del gobierno comunista chino favora~ bles a mantener una relacién positiva con Was- hington con el fin de conseguir la ayuda que nece- sitaban para la reconstruccién del pais, evitando asi una dependencia excesiva del Kremlin. Por par- te de Estados Unidos, Acheson crefa que, una vez que «se posara el polvo», Washington pod{a reco- nocer al gobierno de Pekin y salvar lo que pudiera del desastre de la guerra civil. Sin embargo, investi- gaciones recientes sugieren que esa «oportunidad perdida» nunca existi6. Impulsado por su decisién de levantar el pais -una determinacién alimentada por su furia contra los imperialistas occidentales que durante tanto tiempo lo habian profanado, y por la necesidad de encontrar un enemigo exterior que Je ayudara a conseguir el apoyo popular para sus grandes ambiciones revolucionarias-, Mao se inclin6é de forma natural hacia el campo soviético, rechazando las sugerencias de los que le impulsa- ban a ofrecer a Washington una rama de olivo. El lider chino viajé a Moscti en diciembre de 1949 y, a pesar de la fria recepcin que le ofrecié un Stalin todavia receloso, consiguié negociar un tratado de amistad y alianza con la Unién Soviéti- ca. Este tratado, que obligaba a las dos potencias a acudir en ayuda de la otra en caso de ataque por parte de una tercera, fue quizd el simbolo mds omi- noso de que la Guerra Fria se habia asentado ahora firmemente en Asia. 2G AEA CAMENTE EN SLA 10 8 La Guerra Fria llega al Sureste Asidtico Las luchas por la independencia en el Sureste Asid- tico de la posguerra estuvieron tan inextricable- mente unidas a la Guerra Fria como lo habia esta- do la guerra civil china. Los nacionalistas de cada pais y las potencias coloniales europeas trataron de conseguir la legitimidad internacional y el apoyo externo que necesitaban invocando el enfrenta~ miento Este-Oeste y envolviendo sus respectivas causas con las vestiduras de la contienda para con- seguir ayuda material y diplomética de una de las dos superpotencias. La «globalizacién» resultante de estas disputas locales inauguré un esquema que habfa de repetirse a lo largo de todo el periodo. En un principio, ni Estados Unidos ni la Unién Sovié- tica detectaron intereses vitales en el Sureste Asiati- co, ni hallaron una conexion significativa entre las luchas por el poder en ese distante rincén del mundo y los conflictos diplomdticos de mucha mayor trascendencia que tenian lugar en Europa. Sin embargo, los retos que planteaban estas dos distintas regiones del globo no podian separarse facilmente, y a fines de la década de los cuarenta, coincidiendo con el triunfo del comunismo en China, Washington y Mosca comenzaron a consi- derar el Sureste Asidtico otro importante escenario del enfrentamiento Este-Oeste. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Ja Union Soviética no habfa dedicado una gran atencién a 84 1A GUERRA FIA esta zona. Mas atin, su lentitud en reconocer las ventajas geopoliticas que podia cosechar si legaba a alinearse con las insurrecciones lideradas por co- munistas en esa regién fue sorprendente. Por su parte, Washington, como Moscti, presté escasa atencién al Sureste Asidtico en el periodo siguiente a la Segunda Guerra Mundial. Renuncié a sus po- sesiones coloniales en Asia, presidiendo en Fili- pinas, en julio de 1946, un ordenado traspaso de la soberanfa a un gobierno independiente y pro- americano, y mantuvo una presencia visible en el archipiélago exigiendo el derecho a unas bases que contribuyeron a proporcionar al ejército norteame- ricano un formidable potencial aéreo y naval que podia proyectar a todo el Pacifico. Pero aparte de esas bases militares y de un deseo general de paz, de estabilidad y de un régimen comercial més abier- to con respecto a esa region, el interés de Estados Unidos por el Sureste Asidtico parecfa minimo. El gobierno de Truman alenté a los britanicos, franceses y holandeses a seguir su ejemplo en Fili- pinas y a transferir gradualmente las riendas de la autoridad civil a las élites locales prooccidentales, sin renunciar a cierto grado de influencia politica, comercial y de seguridad en las antiguas colonias, un modelo que parecia a los expertos norteame- ricanos el més adecuado para conseguir a largo plazo la paz y la prosperidad que los intereses de Estados Unidos requerian, alli y en cualquier otra parte. 3. HACIA LA GUERRA cat TEEN ASA (1451850) 35 Los briténicos, bajo el gobierno laborista del pri- mer ministro Clement Attlee, adoptaron basica- mente la misma formula, negociando la devolucion Pacifica del poder en Ja mayoria de sus posesiones asidticas. India y Pakistén consiguieron la indepen- dencia en 1947; Birmania y Ceildn, en 1948. Sin em- bargo, los franceses y los holandeses estaban decidi- dos a recuperar el control de Indochina y las Indias Orientales, que habian sido ocupadas por los japo- neses durante la guerra, Su poca disposicién a ceder frente a lo que Gran Bretafia y Estados Unidos juz- gaban acertadamente una fuerza histérica irreversi- ble no s6lo causé un derramamiento de sangre in- necesario, sino que afadié una clara coloracién de Guerra Fria a las dos luchas por la descolonizacién ms conflictivas del primer periodo de la posguerra, Estados Unidos traté inicialmente de mante- her una postura ptiblica de imparcialidad y neu- tralidad con respecto a los enfrentamientos de Francia con Vietnam y de Holanda con Indonesia. Se esforz6 por evitar, en la medida de lo posible, la enemistad tanto de los colonialistas europeos como de los nacionalistas asidticos, manteniendo al mismo tiempo cierta influencia sobre unos y otros. Sin embargo, en Ia practica, el gobierno de ‘Truman se puso, desde un principio, de parte de sus alia- dos europeos; consideraba a Francia y a Holanda paises demasiado valiosos para la emergente coali- cién antisoviética como para arriesgarse a provocar su rechazo al ondear la bandera anticolonialista. 86 2A GUERRA FRA Ho Chi Minh y Sukarno, los lideres de los movi- mientos nacionalistas de Vietnam y de Indonesia, acudieron a Estados Unidos en busca de ayuda ba- sandose en las promesas que habia hecho este pais durante la guerra en favor de la autodetermina- cién. Ambos quedaron decepcionados cuando Washington hizo ofdos sordos a sus peticiones. Por otra parte, la ayuda que prestaba indirectamente a los imperivs que deseaban derrocar desperté en ellos un claro resentimiento. Entre 1948-1949 una serie de factores relaciona- dos entre si y ajenos a la regién Ilevé a los lideres estadounidenses a preocuparse por los asuntos del Sureste Asidtico y a intervenir en ellos. Los violen- tos conflictos coloniales de Indochina y las Indias Orientales, junto con la insurgencia liderada por Jos comunistas en la Malasia britanica, constituye- ron un obstéculo significativo en la recuperacion de Europa Occidental. Las materias primas del Sureste Asidtico habian contribuido tradicional- mente a la vitalidad econémica y a la capacidad de obtencién de délares por parte de Gran Bretafia, Francia y Holanda. Sin embargo, la inestabilidad en aquella region no sélo dificulté dicha contribucién, sino que absorbié un dinero, unos recursos y una mano de obra necesarios para el Plan Marshall y la incipiente Alianza Atlantica, uno y otra prioritarios para Estados Unidos durante la Guerra Fria. Los expertos norteamericanos estaban convenci- dos de que la agitacién politica y el consiguiente 5. HACEA LA GUERRA CALIBNTE® EN ASA (1845-1950) 7 estancamiento econémico en aquella zona obsta- culizaban también la recuperacién de Japén, un pais que necesitaba de mercados extranjeros para su supervivencia econémica. Con la consolidacién del control comunista en China, los responsables de la politica exterior estadounidense desaconseja- ron el comercio con este pais, el mayor mercado para Jap6n antes de la guerra, temiendo que unos estrechos vinculos comerciales pudieran acercar politicamente a Tokio y a Pekin. La respuesta mas prometedora para el dilema que se presentaba a las exportaciones japonesas consistia en encontrar mercados alternativos, pero antes era necesario poner fin al desorden politico y econdmico de la region. La emergencia de un régimen comunista en el pais més populoso de Asia fue el otro factor externo que impuls6 a Estados Unidos a adoptar una postura més activa con respecto al Sureste Asidtico. Los analistas norteamericanos temian las tendencias expansionistas de China; si la posibili- dad de que utilizara su potencial militar para con- trolar una parte del Sureste Asidtico suponia una amenaza, la probabilidad de que proporcionara ayuda a las insurgencias revolucionarias afiadia una més a la anterior. Como respuesta a estos problemas, Estados Unidos establecié una serie de nuevos compromi- sos destinados a impulsar la estabilizaci6n politica de la zona y, al mismo tiempo, a contener la ame- naza china. Més significativo fue que abandonara 88 A GUERRA FRA su postura casi neutral con respecto al conflicto de Indochina para apoyar abiertamente a los fran- ceses, reconociendo oficialmente, en febrero de 1950, el gobierno titere instaurado por los france- ses y encabezado por el anterior emperador Bao Dai, al que prometié apoyo militar directo, La Administracién Truman incrementé también su ayuda a las fuerzas britanicas que combatian la insurreccién comunista en Malasia y se compro- meti6 a proporcionar asistencia técnica y econé- mica a los gobiernos de Birmania, Tailandia, Fili- pinas ¢ Indonesia, Este tiltimo pais consiguié la independencia en diciembre de 1949, tras soste- ner con los holandeses una dura lucha debida en parte a que Estados Unidos habia abandonado también alli su postura casi neutral, aunque en este caso para presionar a un aliado europeo con el fin de que reconociera lo que parecfa un movi- miento nacionalista moderado y decididamente no comunista. Donde los Estados Unidos percibian peligros, sus adversarios de la Guerra Fria vefan oportuni- dades. Fuertes vinculos fraternales e intereses pa- ralelos contribuyeron a que Mao, Stalin y Ho Chi Minh forjaran un frente comin. Este ultimo -co- munista desde hacia tres décadas con una larga experiencia en la Internacional Comunista y pa- triota vietnamita con impecables credenciales— viajé secretamente a Pekin en enero de 1950 con el fin de conseguir del nuevo gobierno chino recono- 4. HACIA LA GUERRA CALIENTE EM ASA (19461980) cimiento diplomético y ayuda material. Al mes si- guiente se traslad6 a la Unién Soviética, donde pidi6 personalmente ayuda a Stalin, y también a Mao, que se encontraba en aquel momento en Mosc negociando, no sin dificultades, el que habria de convertirse en tratado de alianza chino- soviético. Los esfuerzos de Ho Chi Minh dieron fruto, A comienzos de 1950, tanto Mosca como. Pekin reconocieron oficialmente la recién nacida Reptiblica Democratica de Vietnam; poco después, HO CHIMINE ‘Bl legendario lider nacionalista de Vietnam nacié en "1890 en el seiio de una familia ielativamente culta y ‘privilegiada. Tras negarse a trabajar para el régimen_ colonial francés, abandoné su’ hogar en 1912 y mas tarde se instalé én Paris, donde pasé’a formar parte de la comunidad de exiliados vietnamitas. Ingres6 en el Partido Comunista Francés en 1920, recibid adies- tramiento ideolégico y organizativo en la Unidn So- vigtica y trabajé como agente de Ja Internacional - Comunista (Komintern) durante los afios veinte y i 930 fundd el Partido Comunista de In- ia de casi tréinta aftos, organizo el Vietminh nacionalista al dominio francés y Japonés, El 2 de -septiembr de 1945, 1 tras la rendi- Gén de Japon, proclamd-la Republica Democratica - de Vietnam independiente, 90 A GUERRA FRA Mao proporcionaba material y entrenamiento mi- litar a los combatientes del Vietminh. El Hider chi- no crefa que con su apoyo a los comunistas de Vietnam podia contribuir a defender la frontera meridional de China, a reducir la amenaza que su- ponian Estados Unidos y sus aliados, y a conseguir tun papel central en Ja lucha contra el imperialismo en el continente asidtico. Mao creé un Grupo Ase- sor Militar que envié a Vietnam del Norte para que colaborara en la organizaci6n de la resistencia de Ho Chi Minh contra los franceses y aportara experiencia a su estrategia militar. El comienzo del conflicto de Corea en junio de 1950 intensificé tanto el interés de Mao por el Vietminh y su apoyo a dicha causa como el interés de Estados Unidos por la causa y la actividad militar francesas en In- dochina. La guerra llega a Corea A primera hora de la mafiana del 25 de junio de 1950, una fuerza de ataque compuesta por cerca de 100.000 norcoreanos, armados con mas de 1.400 piezas de artillerfa y acompafiados por 126 tanques, cruz6 el paralelo 38 y entré en Corea del Sur. La inesperada invasién marcé el comienzo de una nueva fase, mucho més peligrosa, de la Guerra Fria, no sdlo en Asia sino en el mundo entero. Convencido de que el ataque sélo podia haber te- t 2 HACIA La sGUERRA CALIENTE BN ASIA (1945-1950) s1 nido lugar con la ayuda de la Unién Soviética y de China'—-una valoracién correcta, confirmada por la informacién ahora disponible, y seguro de que anunciaba una ofensiva més audaz y agresiva de alcance mundial por parte de las potencias co- munistas, el gobierno de Truman respondié con firmeza enviando inmediatamente fuerzas navales y aéreas para detener el avance norcoreano y re- forzar la defensa de Corea del Sur. Cuando se hizo evidente que esa intervencién inicial no era suficiente, envio tropas de combate integradas en las fuerzas internacionales resultantes de la conde- na del ataque norcoreano por parte de Naciones Unidas. «El ataque a Corea deja fuera de toda duda ~declaré Truman en su discurso del 27 de junio al pueblo norteamericano— que el comunismo ha pa- sado de utilizar la subversién a conquistar nacio- nes independientes, y que utilizar la invasin ar- mada y la guerra.» En ese mismo discurso revelé que habfa ordenado enviar a la VII Flota al estre- cho de Taiwan, aumentar la ayuda a los franceses en Indochina y enviar ayuda adicional al gobierno proamericano de Filipinas, que se enfrentaba al movimiento guerrillero huk. Tras esas cuatro in- tervenciones —en Corea, China, Indochina y Filipi- nas~ se ocultaba la percepcién norteamericana de que un movimiento comunista global liderado por la Unidn Soviética y su nuevo aliado chino supo- nfa una amenaza de formidables proporciones contra los intereses de Occidente. 2 > Oferva comusits Provenance cekon chia ena ealagiens, rev de 185). \ A Desembaro des far dea ONU alma de ocartus, sepenbre de 135 > Iesfices elon, 00% a5 MAR DEL JAPON tne el Aris, juli de 1959, 2M isin iat Pea 2. Came ager: 25-6195 Ay Furaschinsy de Cre el Nore obliga recede als fuera ONU enero de 1951, vane mii de (Cores de Nowe, sei de 1950, Hin 3 HACUA LA GUERRA CALIENTE® BN ASIA 158.1980) 93 Es dificil exagerar el impacto que el conflicto de Corea causé en la Guerra Fria. No sélo condujo a su intensificacién y su expansin geogréfica, ame- nazando con provocar un enfrentamiento mas amplio entre Estados Unidos y las potencias comu- nistas, y fomentando la hostilidad entre el Este y el Oeste, sino que tuvo también como resultado un enorme aumento de los gastos de Defensa estado- unidenses y una militarizacién y globalizacion de la politica exterior norteamericana. Fuera de Asia, el conflicto de Corea aceleré tam- bién el fortalecimiento de la OTAN, el rearme de Alemania y el emplazamiento de tropas estadouni- denses en suelo europeo. «Fue la guerra de Corea, y no la Segunda Guerra Mundial, la que convirtié a Estados Unidos en una potencia politica y militar mundial», asegur6 el diplomatico Charles Bohlen. Los investigadores han corroborado su opinién con rara unanimidad, al reconocer en ese conflicto el punto de inflexién en la historia internacional de la posguerra, «El compromiso real de Estados Unidos de contener el comunismo alla donde se originara partié de los acontecimientos que rodearon la gue- rra de Corea», afirma John Lewis Gaddis. Warren I. Cohen la define como «una guerra que vino a alterar Ja naturaleza del enfrentamiento entre la Unién So- viética y Estados Unidos; lo que era una rivalidad politica sistémica pasé a ser una confrontacién mili- tarizada que obedecfa a motivos ideolégicos y supo- nfa una amenaza para la supervivencia del planeta». 34 1s cuenta Sin embargo, como afirma Cohen, «que una gue- rra civil en Corea se convirtiera en el punto de in- flexién de las relaciones entre la Unién Soviética y Estados Unidos en la posguerra dando lugar a la posibilidad de una guerra mundial parece retros- pectivamente, como minimo, extrafio». Ciertamen- te, tras la Segunda Guerra Mundial, pocos lugares parecian tener menos probabilidades de convertir- se en el foco de la rivalidad de las grandes potencias. Ocupada y gobernada como colonia por Japon desde 1910, Corea se mencionaba durante la gue- rra sélo como un territorio de poca importancia cuyo destino recaia sobre los hombros ya sobrecar- gados de los aliados. En la Conferencia de Potsdam, norteamericanos y soviéticos acordaron compartir las responsabilidades de la ocupacién dividiendo temporalmente el pais por el paralelo 38, y acorda- ron también trabajar por el establecimiento de una Corea unificada e independiente en cuanto fuera posible, En diciembre de 1945, durante una reu- ni6n de ministros de Asuntos Exteriores en Mosctt, los soviéticos aceptaron la propuesta de Estados Unidos de crear una comisién conjunta para prepa- rar Ja eleccién de un gobierno provisional coreano como primer paso para la independencia. Pero ese plan fracasé, victima de las tensiones de la Guerra Fria, que actuaban en contra de toda colaboraci6n © compromiso entre Mosc y Washington. En 1948, la divisién entre los ocupantes se habia agu- dizado, En el norte, un régimen prosoviético lide- 5. HACIALA eGUERRA CALIENTE» BN ASIA (195-1958) 95 rado por Kim Il-Sung, que habia luchado contra Jos japoneses, adoptaba la apariencia de un régi- men independiente. Lo mismo hacia en el sur un régimen proamericano liderado por un acérrimo anticomunista, Syngman Rhee, nacionalista corea- no de larga experiencia. Ambos hacian sonar sus sables regularmente a ambos lados de la frontera; ni Corea del Norte ni Corea del Sur estaban dis- puestas a aceptar una divisién permanente de su patria. En 1948, el gobierno de Truman habfa comenza- do a retirar sus tropas de la peninsula en un es- fuerzo por liberarse airosamente del compromiso adquirido con Corea, Sus estrategas creian no sélo que el despliegue de fuerzas norteamericanas en el mundo entero habia sobrepasado los limites con- venientes, y que por lo tanto se hacia necesaria una retirada, sino que, de hecho, Corea posefa un valor estratégico minimo. La invasién de Corea del Sur dos afios después cambié este planteamiento. Aun- que quizé careciera de un gran valor estratégico, Corea se convirtié en un poderoso simbolo, espe- cialmente en vista del papel que Estados Unidos jugaba como partera y protector del régimen de Setil. Mas atin, el ataque de Corea del Norte, auto- rizado y apoyado por la Union Soviética y por China, amenazaba la credibilidad de Estados Uni- dos como potencia global y regional en la misma medida en que amenazaba la supervivencia del go- bierno surcoreano, A juicio de Truman, Acheson y 96 a cue ala otros politicos experimentados, lo que estaba en juego en aquel pafs tenia una enorme importancia. En consecuencia, el presidente autorizé répida- mente la intervencién militar norteamericana sin que se alzara en su contra ni una sola voz. «Si la ONU cede ante la fuerza de esta agresién ~declaré plblicamente Truman el 30 de noviembre-, nin- guna nacién estard a salvo. Sila agresién triunfa en Corea, podemos esperar que se extienda a través de Asia y Europa a este hemisferio. En Corea lucha- mos por la seguridad y la supervivencia de nuestro pais.» Esa afirmacién se produjo inmediatamente des- pués de que tropas integradas por «woluntarios» chinos entraran en la contienda, un acontecimien- to que cambié el cardcter del conflicto, y podria decirse que también el de la Guerra Fria. Truman y sus asesores militares se confiaron en exceso cuan- do MacArthur cambié el curso de los aconteci mientos, en septiembre de 1950, con su legendario desembarco de Inchén. Las fuerzas de Naciones Unidas entraron bajo su mando en Corea del Norte el 7 de octubre; el 25 del mismo mes, algunas uni- dades avanzadas llegaron al rio Yalu, frontera de Corea del Norte con China. Conforme se acerca- ban a territorio chino, Mao informé a Stalin de que hab{a decidido enviar tropas al otro lado del rio, «La raz6n -explicé— es que si permitimos a Esta~ dos Unidos ocupar Corea y las fuerzas revoluciona- rias coreanas sufren una derrota decisiva, los ame- 4, HAGIA La GUERRA CALIENTE EN ASI 1965-1580) ” icanos actuaran sin freno en perjuicio de todo Oriente.» Mao vio también implicaciones globales y regionales en el resultado del conflicto de Corea. MacArthur, que tan desdefiosamente habia subesti- mado la amenaza militar china y cuyas fuerzas casi habian sido expulsadas de Corea del Norte para fines de noviembre, informé a la Junta de Jefes de Estado Mayor: «Nos enfrentamos a una guerra totalmente nueva». Para entonces el mundo se enfrentaba también a una Guerra Fria totalmente nueva, una guerra cu- yas fronteras llegaban mucho més allé de Europa. El régimen de Mao en China, la alianza de chinos y soviéticos, la ayuda prestada por China y la Union Soviética al aventurismo norcoreano, la interven- cién de fuerzas de Estados Unidos y la ONU en Corea, la consiguiente intervencién de tropas chi- nas, la presencia de elementos comunistas en los movimientos nacionalistas del Sureste Asidtico, todo ello aseguraba que la Guerra Eria mantendria una presencia abrumadora en Asia durante largo tiempo. La Guerra de Corea se prolongé sin resul- tado concluyente hasta julio de 1953, cuando los dos bandos enfrentados firmaron un armisticio que se redujo a poco mas que un intercambio de prisioneros de guerra y a una vuelta al statu quo ante bellum. El paralelo 38 siguié constituyendo una ominosa linea divisoria, no slo entre Corea del Norte y Corea del Sur, sino también entre los dos bloques, el oriental y el occidental.

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