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Editorial Andrés Bello La originalidad creadora de Jacqueline Balcells va quedando plasmada una y otra vez en el encanto, la finura y una sugerente amalgama de ingenuidad y sabidurfa ancestral, de ambigtiedad 'y precision tanto del sentimiento mismo como de Ia intuicién poética En estos siete relatos infantiles se mez- clan la magia y Ia realidad, la sicologia y el humor, la aventura y la belleza y, por sobre todo, lo maravilloso, Todo ello, mas una accién vertiginosa que muchas ve" ces, paraddjicamente, parece estan- cada, hace que el lector quede prisio- nero én las redes de una trama genial. ¥ ese lector bien puede tener cinco, cincuenta 0 quinientos afos de vida: iTodo depende de la capacidad de asombro que cada uno, en definitiva, posea! ae : giiR DET) ee NIVELS OQ» 78" 95611511701 Jacqueline Balcells EL NINO JACQUELINE BALCELLS EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL PROLOGO DE. ANA MARIA LARRAIN ILUSTRACIONES DE EDUARDO OSORIO EDITORIAL ANDRES BELLO Barcelona * Buenos Aires * México D.F. * Santiago de Chile INDICE Pr6logo, de Ana Maria Larrain EI niffo que se fue en un Arbol . . Como empez6 el olvido La princesa y el enano verde v0... Ta pasa encantada ..........0050. ae El pececito que tenia sed ...... El gigante enterrado . Conversemos sobre EI nifio que se fire en un drboly los OU70S CUEMEOS eee eee ee 6 El elixir de las sirenas ©... 6... 60sec e eevee 13 29 45 61 B 85 5 115 PROLOGO En los cuentos tradicionales, el ntimero 7 es, asf como el 3 © el 12, uno de los denominados “nimeros magicos”, por cuanto encierran un concepto de totalidad y perfeccién que por si solo resulta, en la imaginacién popular y lo mismo en Ja infantil, altamente sugerente, hasta el punto de no mere- cer mayores explicaciones. Pues bien, rio sé si por magia o simple casualidad, este conjunto de relatos infantiles esta conformado, también, por siete narraciones de calidad bastante pareja —lo que no deja de ser un acierto cuando ésta es buena— y de una in- ventiva ciertamente original que en repetidos momentos alcanza, en virtud de un uso apropiado y creador del lengua- je, mAs de algiin atisbo de excelencia Es asf como ya el primero de ellos (El niffo que se fue en un drbol), que sirve de titulo al texto, se revela al lector, desde sus mismos inicios, como un hermoso relato de amor, maravilla y suspenso, donde una engafiadora simpleza del estilo no oculta a esa profunda conocedora de la sicologia del nifio que es Jacqueline Balcells. Esto no s6lo se aprecia en el tratamiento de personajes y situaciones narrativas, sino también —desde Iuego— en un manejo lingiifstico que re- curre preferentemente a figuras poéticas extraidas del caudal inagotable de la vida “cotidiana”, cuyos avatares no cesan de causar asombro en la sensibilidad siempre alerta de los mas pequefios. Gradaciones y reiteraciones, hipérboles y comparaciones van configurando esa realidad en la que el 8 PROLOGO lector infantil se moverd con interés y soltura: “bajo él algo se movfa y crujfa con un ruido como de papeles que se estuviesen arrugando”. O también: “era un pafio blanco, tan blanco, que reflejaba los rayos de sol como si fuesen nieve”; “(la naranja) se encendid como un farol y comenz6 a hin- charse mds que un melon, mds que un zapallo...""; “... cada vez mas fuerte, como si un sacacorchos gigante estuviese destapando una botella del porte de una casa, el ruido subia y subia...”, Al modo de aquellos viejos relatos que ya pertenecen al inconsciente colectivo, se insintia en esta coleccién —que por muchos indices pertenece a nuestro tiempo, sin perte- necer del todo a él, en realidad, ni tampoco a ningiin otro— una simbiosis perfecta entre hombre y naturaleza, tal cual se aprecia (para seguir con nuestro ejemplo) entre el extrafio nifio aparecido como por arte de magia en el hogar de los Pérez y ese drbol no menos extrafio que es el naranjo, cuya brillante y estratosférica luz ilumina con desconocidos rayos el huerto familiar. Lo curioso es que sobre esta base se logra, precisamente, tanto aqui como en los demds cuentos, un climax de honda emotividad y suspenso. El desenlace de a historia es por otra parte igualmente inesperado y quizds por eso impacta reiteradamente en cada relato, salvo tal vez en El pececito que tenia sed, a nuestro juicio el de menor inventiva y calidad literaria. Y aunque més de alguno de ellos recordaré al lector habitual los grandes clasicos infanti- les (de un modo, por cierto, dificilmente precisable), como Elgigante egoista de Wilde, 0 El principito de Saint-Exupéry (descontando, evidentemente, la riquisima fuente de inspi- tacion que constituyen los cuentos de hadas tradicionales), la originalidad creadora de Jacqueline Balcells va quedando una y otra vez plasmada en el encanto, la finura y esa suge- rente mezcla de ingenuidad y sabiduria ancestral, de ambi- giledad y precisién tanto del sentimiento mismo como de la intuicién poética que se concreta linea a linea en este texto. PROLOGO 9 “Seré para siempre tu hijo en las estrellas”, le dice el niflo “que se fue en un 4rbol” a su madre adoptiva, con quien ha establecido los irrompibles y misteriosos lazos del amor materno-filial, ‘nico por su gratuidad, entrafieza y raigam- bre, tinico —también— en sus infinitas e imprevisibles pro- longaciones. “Seré para siempre tu hijo en las estrellas”... Bien sabe la autora de hijos (y bien sabe, en verdad, de estrellas): por algo a los 24 afios, cuando comienza su actividad literatia, lo hace para entretener a sus propios hijos y desarrollarles una imaginacién sin trabas que vuele més alld de los lfmites del espacio. Nacida en Valparaiso en 1944, Jacqueline Marty aban- dona los cerros de su ciudad natal para estudiar en Santiago, primero en la Alianza Francesa y después en la Cruz Roj Luego de desempefiarse como arsenalera en el Hospital Mili- tar, viaja a México, Estados Unidos y Europa. A su regreso ingresa a la escuela de Periodismo de la Universidad Catoli- ca, En 1966 se casa y se traslada a vivir a Valparaiso, donde comienza a escribir cuentos para sus hijos, actividad que no abandona hasta el dia de hoy, e inicia paralelamente una serie de trabajos periodisticos que tomaran otro giro a raiz de su residencia en Francia desde 1982 hasta 1985 (Paris). Alli participa en seminarios de teologfa e imparte catequesis en la Parroquia de Saint-Laurent; organiza la biblioteca de la Embajada de Chile en Paris; escribe en la revista Année Bateaux; traduce diversos temas para la revista Poésie y publica, finalmente, cuentos infantilesen la coleccion Jaime Lire, de la Editorial Orial Bayard. Presse, uno de los cuales (Le Raisin Enchantée) aparece entre los mas lefdos del afio 1984, segtin las encuestas pertinentes. Hoy, tras su regreso a Chile en 1985 y sin abandonar del todo a sus lectores franceses, la autora publica en la Edi- torial Andrés Bello su exitoso cuento La pasa encantada, entre otros que configuran este volumen. 10 PROLOGO La versién espafiola de aquél mantiene el sin limite de una imaginacién desbordante que no cae, a pesar de una tematica dificil de abordar para el nifio, en el morbo de la tragedia excesiva. Por el contrario, el humor que corre, imperceptible, por cada linea del relato va salvando del absurdo cada una de las situaciones que le tocan de soslayo, de manera tal que, en vez de aterrorizarse por los efectos que la reiterada desobediencia de sus vastagos ha provocado en la madre del cuento, el lector infantil no podrd sino gozar con el triunfo final de ésta: por mucho que se halle converti- da literalmente en una arrugada pasa, segtin tantas veces le habia anunciado en su desesperacién a la prole, ella logra permanecer junto a sus hijos para seguirles entregando su amor desmedido... y para seguir alecciondndolos en el plano ético, como lo habia venido haciendo cuando atin conserva- ba la gracia y el garbo de... su figura humana, No faltan, de paso, las criticas sutiles al acendrado machismo de una so- ciedad como la muestra, donde “a mujer muerta, mujer puesta”, en una consideracién de la fémina como un trasto inttil o util, pero facilmente reemplazable. Todo ello, mas una accién vertiginosa que muchas veces, paradéjicamente, parece estancada, hacen que el lector quede prisionero en las redes de una trama genial aunque, en el fondo, espeluz- nante y, sobre todo, maravillosa,,maravillosa. Dificil sera olvidar, por otra parte, esa suerte de biblica pero desenfadada parabola moderna que es Cémo empezé el olvido, donde los matices mds sobresalientes de la sicologfa femenina y masculina van quedando plasmados ya desde los comienzos del mundo; lo mismo ocurre con ese cautivante relato que constituye La princesa y el enano verde, en el cual baila, junto al humor més genuino, toda la inocencia de un mundo incontaminado donde lo bueno es bello y donde Jo malo es, naturalmente, de horripilante y/o ridiculo aspecto. Como una sombra cultural siempre presente, las Meta- morfosis de Ovidio parecen ordenar el caos latente en cada PROLOGO n historia, especialmente en ese cuento escrito, al parecer, bajo la inspiracién nostalgia del recuerdo de Chile, esta tierra nuestra cuyos reiterados remezones quedan plena- mente “justificados” ante los ojos infantiles con la historia de ese Gigante enterrado que se mueve, inquieto, ante la afioranza del mar... Aventura, magia, realidad, sicologfa, humor, belleza y jmaravilla! son los ingredientes que Jacqueline Balcells ma- neja a voluntad, aprisionando en su relato a un lector, que bien puede tener cinco, cincuenta o quinientos afios de vida. ;Todo depende de la capacidad de asombro que cada uno, en definitiva, posea! ANA MARIA LARRAIN EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL, Geo. A sefiora Pérez estaba regando el huerto cuando alguien toc a la puerta de su casa. En ese mo- mento ella miraba perpleja un nuevo drbol que habia aparecido entre los otros drboles frutales. El huerto de los Pérez era muy pequefio y por eso ella estaba segura de que esa planta no estaba ahi antes. A simple vista parecia un naranjo igual a los demas, pero... tenfa algo extrafio: su ojo de campesina, ‘acostumbrado a conocer cada planta de la tierra, le decia que all{ habfa algo equivocado... ;Como no lo habia visto antes? ;Por qué sus escasas hojas tendrfan ese brillo raro, como metilico? Sus hijos interrumpieron sus pensamientos. Venian los tres corriendo desde la casa, gritando muy agitados. —jMamé! jMamé! Han dejado un paquete en la puer- —dijo Manuel, el mayor, casi sin aliento. No... Tonto! jNo es un paquete! Es un bulto en- vuelto en sébanas... ~habl6 Melisa. —Mamé..., mamé..., jven a verlo! Parece que es un bicho enorme, porque se mueve y hace un ruido rarfsimo... —dijo José, el mas pequefio. La sefiora Pérez, secéndose las manos en el delantal anudado a su cintura y dando un suspiro, camin6 lentamen- te hacia la casa. Entré por la cocina, atraves6 el viejo comedor y Meg6 ala puerta principal, que estaba entreabierta. La empujé un poco més y... alli en el suelo estaba lo que habfa causado ta... 4 JACQUELINE BALCELLS. tanta consternacién a los nifios: era un pafio blanco, tan blanco, que reflejaba los rayos del sol como si fuese nieve. Bajo él algo se movia y crujia, con un ruido como de Papeles que se estuviesen arrugando. La sefiora Pérez se qued6 ahi parada sin atreverse a to- carlo, —Pero nifios..., jno vieron quién dejé esto aqui? —Ies pregunt6, —No, mamé, Golpearon a la puerta y cuando yo fui a abrir no habfa nadie —dijo Melisa. -Yo incluso miré hacia el camino —agregé Manuel pero slo se veian las piedras y los arboles. iY no lo vas a mirar, mam? ,Qué estas esperando? —grité José, el menor, tirandola de la falda. Entonces la sefiora Pérez les contest: ~jAléjense un poco, por si es algo que salta! Y agach4ndose, tomé con mucha precaucién el albo pafio por una esquina y le dio un tiron hacia atrds, Inmedia- tamente el género volé por los aires y se deshizo como si fuera una telarafia barrida por el més feroz de los huracanes. Y lo que quedé ah{ en el suelo, entre la sefiora Pérez y sus tres hijos, era tan inesperado, que los cuatro se quedaron boquiabiertos miréndolo, Acostada de espaldas y completamente desnuda, una guagua gorda y rosada los miraba con dos enormes ojos negros. Pataleaba, manoteaba y hacfa un ruido tan curioso que no parecfa Ianto, sino, mas bien, el grito de algin pdja- to, Su carita estaba bafiada en lagrimas. . La seffora Pérez, sin vacilar un instante, se incliné y tomé a la guagua entre sus brazos. Y ésta, inmediatamente, dejé de chillar. ~{Pobrecito! ;Pobrecito! —dijo la buena sefiora, mien- tras lo mecfa, Por el momento no se le ocurria otra cosa que decir. EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL 1s Los nifios, en cambio, la atiborraron de preguntas: —Mamé, jde quién ser? —{Quién lo habré dejado aqui? —{ Qué vamos a hacer con él? La madre, entrando a la casa con el nifio, les contest: —Por el momento lo abrigaré y le daré de comer. Lue- go, veremos.... Por la tarde, cuando se puso el sol y las faenas del cam- po terminaron, el seflor Pérez volvié a su casa. En cuanto abrié la puerta, los nifios se abalanzaron a darle la noticia. — Pap, tenemos una guagua! —dijo Manuel. iPap4, encontramos un paquete en la puert: Melisa, agitada, —;Pap4, no me gusta como Hora... jparece un horrible péjaro! —agregd José. —jPero qué tonterfas hablan! ;Dénde est4 la mama? —dijo el sefior Pérez. ‘std con la guagua! —contestaron los tres a coro —jSi es una broma... —los amenaz6 el padre medio enojado—, van a ver lo que les pasaré...! Y en dos pasos atraves6 Ia sala y entro a la cocina. Alli estaba la sefiora Pérez, sentada en un banco, dando un biberén de leche a una robusta guagua vestida con unas ropas que Ie quedaban enormes. ~i¥ este niflo? {Quién lo dejé a tu cargo? —Ie pregun- to a su mujer. No lo sabemos... —contesté ella con voz compungida. —jCémo que no lo sabemos! —vociferd el sefior Pérez. jLo dejaron en la puerta! —dijo Melisa, que estaba a su lado. El seftor Pérez apret6 los pufios y comenz6 a hablar con voz extremadamente calmada: —{Que-rrian ex-pli-car-me, antes de que me dé un ata- que de furia, de qué se trata es-to? —Y seftal6 con su dedo a —habl6 16 JACQUELINE BALCELLS la guagua que lo miraba placidamente desde los brazos de la sefiora Pérez. Ella entonces le conté en detalle y con calma como la habfan encontrado, Cuando termin6, su marido dio media vuelta y salié de la casa diciendo: —jEsto no puede ser! Iré a averiguar quién lo dejé aqui... Se fue donde los vecinos mas préximos y luego siguié hasta el_pueblo. Hablé con toda la gente que conocfa y final- mente pregunté en la iglesia y a los carabineros. Pero nadie pudo decirle nada. Volvié a su casa cabizbajo y preocupado. Encontré a sus hijos ya durmiendo y a la nueva guagua junto a la cama de su mujer en una vieja cuna rescatada del desvan. La sefio- ra Pérez le pregunté por el resultado de sus averiguaciones y, al saberlo, se quedé largo rato en silencio. Luego, cuando el sefior Pérez ya se dormfa, le dijo: ~Sabias que hoy también aparecié un drbol nuevo en el huerto? Es un naranjo que no parece naranjo... Muy raro, muy raro... —Déjate de hablar tonterfas —le contesté malhumora- do su marido—. No sabemos qué hacer con esta guagua y ta preocupada de un Arbol... Al dia siguiente los desperté el lanto —como graznido de p4jaro— del nifio. El sefior Pérez se senté en la cama de un salto y le dijo a su mujer: . —jEsto no es posible! jAhora mismo hay que llevar a este nifio a alguna parte donde lo reciban! Pero..., jadénde? —le pregunté su mujer en tono angustiado. —A un asilo de huérfanos en la ciudad, no sé; ya encon- traremos un lugar... EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL 1” La sefiora Pérez miré a la criatura y los ojos se le Hena- ron de lagrimas. —iPobrecito! Me va a costar mucho entregarlo... ,Y si nos queddramos con él? —{Quedarnos con él? Estas loca? ;Justo ahora que te- nemos una sequia tremenda y la cosecha serd mala? Ademés no me gustan sus ojos, son demasiado grandes y negros, no parecen humanos... —iEI loco eres ti, tiene unos ojos preciosos! —dijo ella, enfurecida. Y levantandose, tomé al nifio en brazos y salié con él de la pieza, EI sefior Pérez, que querfa mucho a su mujer y conocfa su buen coraz6n, la siguié y le habl6é suavemente: —Bueno..., finalmente eres ta quien lo cuidaré. Al fin y al cabo una boca més... No alcanz6 a terminar la frase, cuando su mujer estaba ya abrazdndolo. —jGracias! jGracias! ;Verds como Ilegards a quererlo! Ademés nos ha traido buena suerte: justo el dia de su Ilega- da descubri el nuevo arbol. ;Ahora tenemos cuatro hijos y cuatro naranjos! —{Un nifio de la suerte? ;Vamos, vamos, mujer! Con esta sequia tremenda no hay nifio ni suerte que valgan. Pasaron los dfas y pasaron los meses. Y la sequia inter- minable resecaba la tierra y los campos. Ya nada brotaba, ni el pasto ni la maleza. Pero en la casa de los Pérez hab{a dos seres que crecfan a una velocidad increible: el nifio abando- nado y el drbol raro. En cuanto al niflo, a quien todos se habjan puesto de acuerdo en llamar Galo —diminutivo de regalo, éste ya caminaba por toda la casa. Era realmente enorme para su edad, pero no hablaba ni una sola palabra. Yo creo que Galo es medio tonto, mama —Ie decfa Manuel. 18 JACQUELINE BALCELLS _-j¥ es tan torpe! Se tropieza en todas partes! Todo lo que toca lo rompe —seguia Melisa. ~Y esa forma espantosa de Horar que tiene... jno la so- porto! —agregaba José, el mas pequefio. En realidad los tres hermanos le tenfan unos celos tre- mendos. No les gustaba que su madre se preocupara tanto de él. Y en esto el padre los apoyaba: _,No crees, mujer, que exageras en los cuidados de este nifio? Ademés nuestros hijos tienen razén: Galo es extrafio, torpe y mudo. ;Quién sabe como serfan sus padres! Entonces ella, para cambiar de tema, le hablaba a su marido del arbol — {Has visto cmo ha crecido ese naranjo raro? En unos pocos meses ha pasado a todos los otros drboles. jEsté tan alto como un élamo! _Si —contestaba el sefior Pérez, lo he visto muy bien y pienso cortarlo muy pronto. No sé si te has fijado que no tiene ni un solo botén y apenas unas cuantas hojas. Jamas produciré una naranja! Tenemos que conservar la poca agua de riego que nos queda para los otros pobres Arboles. Si lo corto, ;por lo menos serviré su lefia! Yun dfa muy temprano se fue al huerto con un hacha y se dispuso a cortar el érbol. Galo lo habia seguido en silen- cio, como de costumbre, pero al verlo pegar el primer ha- chazo se puso a gritar como un loco. Gritaba como si el hacha Jo estuviera cortando a él en pedazos y, avanzando torpemente, se colg6 del brazo de su padre adoptivo. Fl senor Pérez, soltandose furioso, llamé a su mujer para que se lo llevara, —Ademés de que este Arbol es mas duro que una roca, tengo que soportar a este tonto y sus graznidos... _Es que es su arbol predilecto —le dijo Melisa—. A lo mejor cree que los hachazos le duelei —Cada vez que rompe un juguete y lo retamos, se viene a esconder detrés de este arbol —afladié Manuel. } | | | EL NINO QUE SE FUE EN UN ARBOL 19 —Un dia yo lo encontré abrazado al tronco, como ton- to que es —terminé diciendo José, el més chico y el més picado. Pero aunque la sefiora Pérez se levé a Galo para que no se oyera su Ianto y el sefior Pérez le peg6 al drbol todo Jo que quiso, no logré sacarle ni una sola astilla. —jArbol maldito! —grito el sefior Pérez, agotado y furioso—. jMafiana le cortaré las rafces! Esa noche Galo no quiso comer ni siquiera un pedacito de pan, y la buena sefiora pens6 que estaba enfermo. Varias veces se levanté a mirarlo y lo encontré despierto en su cama, con los enormes ojos negros muy abiertos, que la mi- raban angustiados. Al dia siguiente el sefior Pérez tomé la picota y el chu- zo y se fue directo al érbol. El nifio traté otra vez de seguir- Jo, pero la sefiora Pérez lo encerrd en la casa y le dio una aspirina, pues penso que estaba afiebrado. Galo Horaba y lloraba y trataba con dificultad de abrir la puerta que daba al. huerto. Los hermanos se refan de él diciéndole que su drbol ya estaba en el suelo. Mientras tanto el sefior Pérez trataba desesperadamente de arrancar las rafces con el chuzo. Estas eran tan grandes, tan duras y tan profundas como él no habfa visto nunca antes. Parecfan haber crecido tanto hacia abajo, como las ramas de la copa hacia el cielo. —jArbol del demonio! —exclamé el seftor Pérez, luego de tres horas de esfuerzo y ya agotado-. ;Para sacar estas raices tendria que destruir la mitad del huerto! —Y entr6 a la casa, vencido y furioso. Galo, por suerte, al ver su arbol en pie todavia, se habfa calmado. ‘Asi siguieron pasando los dfas y los meses sin que nin- guna gota de agua cayera del cielo. Pero el arbol raro, sin frutos ni hojas, al cual el sefior Pérez no habia regado més, segufa igual creciendo. Los otros tres naranjos, en cambio, a duras penas seguian vivos con los pocos litros de agua que

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