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~~, luis e. valedrce SN Us” valesree og ee a S \ t \ \ \ a fs ; “4 ; jp | | a ( , | TEMPESTAD _ EN LOS ANDES: Coleccion Autores Peruanos 44 ANOS DESPUES x Universidad Nacional if; Federico Villarreal Sale esta nueva edicién de Tempestad en los tx} Andes cuarenta y cuatro anos después de su aparicién ==" ANTROPOLOGIA en Lima, bajo el padrinazgo espiritual de José Carlos http://antropologiaunfv.wordpress.com Maridtegui, quien habia publicado antes algunas de sus paginas desde el primer niimero de la Revista “Amau- ta”. Casi medio siglo nos separa de aquel tiempo en que el Indigenismo alcanzaba su climax en lo ideolégico y en lo artistico. Habian amainado los ataques de los his- panistas, cuyos lideres comenzaban a reconocer que la Cultura Peruana no era un simple apéndice de la es- panola. José de la Riva Agiiero y Raul Porras habian escrito hermosas pdginas sobre la Cultura Incaica. Nadie volvié a afirmar que el Peri solo habia recibido el territorio como legado de la Edad Antigua, ninguno se atrevidé a repetir que la partida de nacimiento del Pert habia sido firmada por Francisco Pizarro. La polémica parecia terminada al patrocinarse la transac. cién: ‘El Peru tenia una doble e igualmente grandiosa tradicién. Sin embargo, recrudecié a raiz de la guerra en Espafia, en que el fascismo peruano se hizo presente y continuéd en vigencia en los primeros anos de la Gran Guerra. Los intelectuales y artistas libres atacamos acerbamente a la Espana de Franco que completaba el terceto con Hitler y Mussolini. Pasada la Guerra, co- menzé la lucha de las ideologias hasta alcanzar contor- nos trdgicos (asesinatos politicos, verdaderas masacres de obreros y estudiantes, prisiones, persecuciones). https:/iwww.facebook.com/antroposinergia Aprovechando del poder en sus manos, las mino- rias nefastas multiplicaron los abusos, sobre todo los a CO grandes terratenientes o gamonales. Las usurpaciones de tierras, la opresién y miseria del campesinado, agravaron los conflictos. Los ligeros respiros democrd- ticos muy poco pudieron hacer y a lo mds de treinta afos, resulté ineficaz todo esfuerzo defensivo de la po- blacién aborigen. En 1963 se produjeron las primeras invasiones de haciendas en accién reivindicatoria, sobresaliendo los sucesos ocurridos en el Cuzco. Un voto de censura del Congreso al Primer Ministro del nuevo gobierno por no reprimir tales movimientos, dio la ténica de la situacién. La aparicién de grupos guerrilleros ofrecia un aspecto nuevo. En esa generosa aventura perdieron la vida jévenes estudiantes, muchos de ellos de notable calidad humana. Infructuoso sacrificio, que costé tan caro. No se habia producido la “TEMPESTAD EN LOS ANDES” que, yo vaticinaba. Si la tempestad no se produjo con rayos y truenos, en cambio en estos veinte anos un incontenible aluvidn humano cay6 sobre Lima y otras ciudades. Méds de un millén de personas “tomaron” la Capital, como un ejército invasor, sin armas. La “tempestad” ahora anda por dentro. ¥ t PROLOGO Después de habernos dado en sus obras De la Vida Inkaica y Del Ayllu al Imperio una’ interpretacién esquemdtica de la historia del Tawantinsuyu, Luis E. Valedrcel nos ofrece en este libro una visién animada del presente autéctono. Este libro Gnuncia “el advenimiento de un mundo”, la aparicién del nuevo indio. No puede ser, por consiguiente una critica objetiva, un dndlisis neutral; tiene que ser una apasionada afirmacién, una exaltada protesta. Valedrcel percibe claramente el renacimiento indigena por- que cree en él. Un movimiento histérico en gestacién no puede ser entendido, en toda su trascendencia, sino por los que luchan por que se cumpla. (El movimiento socialista, por ejemplo, sélo 8 comprendido cabalmente por sus militantes. No ocurre lo mismo con los movimientos ya realizados. El fenémeno capita- - lista no ha sido entendido y explicado por nadie tan amplia y LUIS E. VALCARCEL. ezactamente como por los socialistas). La empresa de Valedrcel en esta obra, si la juzgamos co- me la juzgaria Unamuno, no es de profesor sino de profeta. No se propone meramente registrar los hechos que anuncian o sefalan la formacién de una nueva conciencia indtgena, sino traducir su fntimo sentido histérico, ayudando a esa conciencia indigena a encontrarse y revelarse a st misma. La interpreta- cidn, en este caso, tal vez como en ninguno, asume el valor de una creacién. Tempestad en los Andes no se presenta como una obra de doctrina ni de teorta. Valcdrcel siente resucitar la raza Keswa. El tema de su obra es esta resurreccién. Y no se prueba que un pueblo vive, teorizando 0 razonando, sino mostrdéndolo viviente. Este es el procedimiento seguido por Valcdrcel, a quien, més que el alcance o la via del renacimiento indigena, le preocupa documentarnos su evidencia y su realidad. La primera parte de Tempestad en los Andes tiene una entenacién profética. Valcdrcel pone en su prosa vehemente la emocién y la idea del resurgimiento inkaiko. No es el Inkario lo que revive; es el pueblo del Inka que, después de cuatro siglos de sopor, se pone otra vez en marcha hacia sus destinos. Comentando el primer libro’ de Valcércel yo escribi que ni las conquistas de la civilizacién occidental ni las consecuencias vi- tales de la colonia y la repiiblica, son renunciables. (1). Val- edrcel reconoce estos limites a su anhelo. En la segunda parte del libro, un conjunto de cuadros. lle- nos de color y movimiento nos presenta la vida rural indigena. La prosa de Valedrcel asume un acento tiernamente bucdlico cuando evoca, en sencillas estampas, el encanto ristico del agro serrano. El panfletario vehemente reaparece en la descripcién de los “poblachos mestizos”, para trazar el sérdido cuadro del pueblo parasitario, anquilosado, canceroso, aleohdlico y carco- mido, donde han degenerado en un mestizaje negativo las cuali- dades del espanol y del indio. En la tercera parte asistimos a los episodios caracteristicos del drama del indio. El paisaje es el mismo, pero sus colores y sus voces son distintos. La sierra geérgica de la siembra, la cosecha y la kaswa se convierte en la sierra trégica del ga- monal y de la mita. Pesa sobre los ayllus campesinos el despo- tismo, brutal del latifundista, del kelkere y del gendarme. En la cuarta parte, la sierra amanece grdévida de esperanza. Ya no la habita una raza undnime en la resignacién y el renunciamiento. Pasa por la aldea y el agro serranos una réfaga insélita. Aparecen los “indios nuevos”: aqui el maestro, el agi- tador; alld el labriego, el pastor, que no son ya los mismos que antes. A su advenimiento no ha sido extrafio el misionero adventista, en la apreciacién de cuya obra no acompafio sin pru- dentes reservus a Valcdrcel por una razén: el cardcter de avan- gadas del imperialismo anglo-sajén que, como lo advierte, Alfredo Palacios, pueden revestir estas misiones. El “nuevo in- dio” no es un ser mitico, abstracto, al cual preste existencia slo la fe del profeta. Lo sentimos viviente, real, activo, en las estancids finales de esta “pelicula serrana”, que es como el pro- pio autor define a su libro. Lo que.distingus al “nuevo indio” no es la instruccién sino el espiritu. (El alfabeto no redime al 4ndio). El “nuevo indio” espera. Tiene una meta. He ahi su gecreto y su fuerza. Todo lo demds existe en él por aiadidura. Ast lo he conocido yo también en mas de un mensajero de la raza wenido a Lima. Recuerdo el imprevisto e impresionante tipo de dgitador que encontré hace cuatro afios en el indio puneiio Eze- quiel Urviola, Este encuentro fue la mds fuerte sorpresa que ‘me reservé el Pert a mi regreso de Europa. Urviola represen- taba la primera chispa de un incendio por venir. Era el indiv revolucionario, el indio socialista. Tuberculoso, jorobado, sucum- bid al cabo de dos afios de trabajo infatigable. Hoy no importa ¥@ que Urviola no exista. Basta que haya ewistido. Como dice Valeércel, hoy la sierra esté prenada de espartacos. El “nuevo indio” explica e ilustra el verdadero cardcter del indigenismo que tiene en Valedrcel uno de sus mds apasionados evangelistas. La fe en el resurgimiento indigena no proviene de un proceso de “occidentalizacién” material de la tierra kes- wa. No es la civilizacidn, no es el alfabeto del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la revolucién socialista. La esperanza indigena es absolutamente revolucio- naria. El mismo mito, la misma idea, son agentes decisivos de! despertar de otros viejos pueblos, de otras viejas razas en co- lapso: hindies, chinos, ete. La historia universal tiende hoy co- ‘mo nunca a regirse por el mismo cuadrante. gPor qué ha de . ser el pueblo inkaico, que construyé el mds desarrollado y ar- ménico sistema comunista, el tinico insensible a la emocién mun- dial? La consanguinidad del movimiento indigenista con las co- rrientes revolucionarias mundiales es demasiado evidente para que precise documentarla. 1’0 he dicho ya que he llegado al en- tendimiento y a la valoracién justa de lo indigena por la via del ‘dak socialismo. El caso de Valedrcel demuestra lo exacto de mi ex- periencia personal. Hombre de diversa formacién intelectual, influido por sus gustos tradicionalistas, orientado por distinto género de sugestiones y estudios, Valcdrcel resuelve politica- mente su indigenismo en socialismo. En este libro nos dice, en- tre otras cosas, que “el proletariado indigena espera su Lenin”. No seria diferente el lenguaje de un marzista. La reivindicacién indigena carece de concrecién histérica mientras se mantiene en un plano filoséfico o cultural. Para adquirirla —esto es para adquirir realidad, corporeidad,— ne- cesita convertirse en reivindicacién econémica y politica. El so- cialismo nos ha ensefiado a planteor el problema indigena en nuevos términos. Hemos dejado de considerarlo abstractamente como problema étnico 0 moral para reconocerlo concretamente como problema social, econdémico y politico. Y entonces lo hemos sentido, por primera vez, esclarecido y demarcado. Los que no han roto todavia el cereo de su educacién libe- ral burguesa, y, colocdndose en una posicién abstractista y literaria, se entretienen en barajar los aspectos raciales del pro- blema, olvidan que la politica, y, por tanto la economia, lo domi- nan fundamentalmente. Emplean un lenguaje pseudo-idealiste para escamotear la realidad disimuldndola bajo sus atributos y consecuencias. Oponen a la dialecta revolucionaria un confuso galimatias critico, conforme al cual la solucién del problema indigena no puede partir de una reforma o hecho politico por- que a los efectos inmediatos de éste escaparia una compleja multitud de costumbres y vicios que sdlo pueden transformarse @ través de una evolucién lenta y normal. La historia, afortunadamente, resuelve todas las dudas y deavanece todos los equivocos. La conquista fue un hecho polt- tico. Interrumpié bruscamente el proceso auténomo de la nw . cién keswa, pero no implicé una repentina sustitucién de las leyes y costumbres de los nativos por las de los conquistadores. Sin embargo, ese hecho politico abrié, en todos los érdenes de cosas, ast espirituales como materiales, un nuevo pertodo. El de régimen basté para mudar desde sus cimientos la del pueblo keswa, La Independencia fue otro hecho politico. correspondié a una radical transformacién de la aatructura econémica y social del Pert; pero inauguré, no obs- tante, otro periodo de nyestra historia, y si no mejoré précti- eamente la condicién del indigena, por no haber tocado casi la infraestructura econémica colonial, cambié su situacion juridica, v 6 el camino de su emancipacién politica y social. Si la Reptiblica no siguid este camino, la responsabilidad de la omisién corresponde exclusivamente a la clase que usufructud Ia obra de los libertadores tan rica potencialmente en valores y principios creadores. El problema indigena no admite ya la mistificacién @ que tuamente lo han sometido una turba de abogados y litera- }, conaciente o inconscientemente mancomunados con los inte- veses de la casta latifundista. La miseria moral y material de la raza indigena aparece demasiado netamente como una sim- ple consecuencia del régimen econémico y social que sobre ella pesa desde hace siglos. Este régimen, sucesor de la feudalidad colonial;es el gamonalismo. Bajo su imperio, no se puede hablar seriamente de redencién del indio. El termino gamonalismo no designa sélo una categoria gocial y econémica: la de los latifundistas o grandes propietarios agrarios. Designa todo un fendmeno. El gamonalismo no esté vepresentado sélo por los gamonales propiamente dichos, _Com- prende una larga jerarquia de funcionarios, intermediarios, agentes, pardsitos, etc. El indio alfabeto se transforma en un explotador de su propia raza porque se pone al servicio del ga- ‘monalismo. El factor central del fendémeno es la hegemonia de la gran propiedad semifeudal en la politica y el mecanismo del Estado. Por consiguiente, es sobre este factor sobre el que ge debe actuar si se quiere atacar en su raiz un mol del cual algunos se empefan en no contemplar sino las expresiones episédicas o subsidiarias. Eea liquidacién del gamonalismo, o de la feudalidad, podia haber sido realizada por la repiblica dentro de los principios ie ie liberales y capitalistas. Pero por las razones que Ulevo ya seiiar ladas en otros estudios, estos principios no han dirigidé efectiva y plenamente nuestro proceso histérico. Saboteados por la propia clase encargada de aplicarlos, durante mds de un siglo han sido impotentes para redimir al indio de una servidumbre que constituia un hecho absolutamente solidario con el de la feudalidad. No es el caso de esperar que hoy, que estos princi- pios estén en crisis en el mundo, adquieran repentinamente en el Pert una insdlita vitalidad ereadora. El pensamiento revolucionario, y atin el reformista, no puede ser ya liberal sino socialista. El socialismo aparece en nuestra historia no por una razén de azar, de imitacién o de moda, como esptritus superficiales suponen, sino como una fatalidad histérica. Y sucede que mientras, de un lado, los que profesa- mos el socialismo propugnamos légica y coherentemente la re- organizacién del pats sobre bases socialistas y, —constatando que el régimen econémico y politico que combatimos se ha con- vertido gradualmente en una fuerza de colonizacién del pats por los capitalismos imperialistas extranjeros,— proclamamos que este es en un instante de nuestra historia en que'no e8 posible ser efectivamente nacionalista y revolucionario sin ser socialista; de otro lade no existe en el Pert, como no ha existido nunca, una burguesia progresista, con sentido nacional, que se profese liberal y democratica y que inspire su politica en los postulados de su doctrina, Con la excepcién tinica de los elemen- tos tradicionalmente conservadores, no hay ya en el Pert, quien con mayor o menor sinceridad no se atribuya cierta dosis de socialismo... Mentes poco criticas y profundas pueden suponer que la liquidacién de la feudalidad es empresa tipica y espectficamente liberal y burguesa y que pretender convertirla en funcién so- cialista es torcer romdnticamente las leyes de la historia. Hate criterio simplista de teéricos de poco calado, se opone al socia- lismo sin mds argumento que el de que el capitalismo no ha ago- tado su misién en el Pert. La sorpresa de sus sustentadores seré extraordinaria cuando se enteren de que la funcién del socia- en el gobierno de la nacién, segin la hora y el compés @ que tenga que ajustarse, serd en gran parte la de el capitalismo, —vale decir las posibilidades histérica- vitales todavia del capitalismo,— en el sentido que con- a los intereses del progreso social. Valedrcel, que no parte de apriorismos doctrinarios, —co- se puede decir, aunque inexacta y superficialmente de mi y elementos que me son conocidamente mds préximos de la generacién,— encuentra por esto la misma via que noso- a través de un trabajo natural y espontdneo de conoci- y penetracién del problema indigena. La obra que ha no es una obra teérica y critica. Tiene algo de evangelio hasta algo de apocalipsis. Es la obra de un creyente. Aqui estén precisamente los principios de la revolucién que resti- @ la raza indigena su sitio en la historia nacional; pero estdn sus mitos. Y desde que el alto eepiritu de Jorge réaccionando contra el mediocre positivismo de que estaban s los socialistas de su tiempo, descubrié el valor del Mito en la formacién de los grandes movimientos , sabemos bien que éste es un aspecto de la lucha que, tro del mds perfecto realismo, no debemos negligir ni sub- _ Tempestad en los Andes llega a su hora. Su voz herird todas las conciencias sensibles. Es la profesia apasionada que @nuncia un Pert nuevo. Y nada importa que para unos sean los hechos los que crean la profecta y para otros sea la pro- Fecta ta que crea los hechos. JOSE CARLOS MARIATEGUI. Tempestad en los Andes “No forman el verdadero Peri tas agrupaciones de criollos y extranjeros que habitan la faja de tierra si- tuada entre el Pactfico y los Andes; la nacién estd for- mada por las muchedumbres de indios diseminados en la banda oriental de la cordi- Hera’. © GONZALEZ PRADA. COMO UN LADRON EN LA NOCHE “Los grandes movimientos del alma de la especie vienen al principio COMO UN LADRON EN LA NOCHE, y he aqui que luego sitbitamente se les descubre poderosos y mundiales”. WELLS. como un ladrén en la noche, ha llegado la nue- encia. z Quién la ha sentido llegar? No ladraron centinelas. No hay anades en el Capitolio. nueva conciencia aqui esta en el silenciador, en leblas predecesoras. sentimos latir en el viejo cuerpo de la Raza, si de la cegada fuente volviera a manar el agua El muerto corazén, la oculta entrafia, reinicia su ica de péndulo. Lento, lento, casi imperceptible. enid ya, la nueva conciencia ha llegado. Corre la por el viejo tronco. EL MILAGRO una masa informe, ahistérica. No vivia, pare- como las montajias, como el cielo. En su de esfinge, las cuencas vacias lo decian todo: jos ausentes no miraban ya el desfile de las co- un pueblo de piedra. Asi estaba de inerte y habia olvidado su historia. Fuera del tiempo, co- 20 LUIS EB. VALCARCEL| fe LOS ANDES 21 talla la protesta, y el grito undnime resuena de en cumbre hasta convertirse en el vocerio cdés- e los Andes. mo el] viele, como las montajias, ya no era un ser va- fiable, perecedero, humano. Carecfa de conciencia. El bien y el mal, el dolor o el placido vivir, Dios, el mundo, habian perdido, para él todo valor. Era una Raza muerta. Le mataron los invasores hasta a sus dioses. La Espafiolada habia caido sobre el jardin inkaico con la implacable y universal fuerza destructora de un crudo invierno. Pasaron los siglos; para la Raza era ayer. Los agos- tados campos se desentumecen de su suefio de piedra. Hay un leve agitar de alas; quedamente se percibe un lentisimo arrastrarse de orugas; algo como sordo pre- ludio de lejana sinfonia. La naturaleza vive el milagro primaveral. La masa informe de los pueblos muertos se mueve también y todos los sepulcros tornardnse matrices de la Nueva Vida. Hay un milagro primaveral de las razas. AVATAR cultura bajard otra vez de los Andes. las altas mesetas descendié la tribu primigenia planicies y valles. Desde el sagrado Himalaya, el Altar misterioso arranca el impulso vital de blos fundadores. En el camino las razas se jun- entrechocan, se mezclan y se Separan. Cada una firma en su esencia, pese a homologias tempora- El Arbol étnico vive de sus raices aunque sus ra- enreden en la marafia del bosque, aunque su se vista de exdticas flores. La Raza perdura. Eclipses, quebrantamientos, inferioridad y opre- todo lo resiste. Vive en alzas y bajas, en flore- ntos y decadencias: el brillo o la sombra no le iDEJADNOS VIVIR! mn en lo intimo. ede ser hoy un imperio y mafiana un hato de es- No importa. La raza permanece idéntica a si . No son exteriores atavios, epidérmicas refor- capaces de cambiar su ser. El indio vestido a la europea, hablando inglés, ndo a la occidentad, no pierde su espiritu. _ No mueren las razas. Podrdn morir las culturas, eriorizacién dentro del tiempo y del espacio. La keswa fue cultura titikaka y después ciclo inka. cieron sus formas. Ya nadie erige monolitos aku ni fabrica aryballus Kosko. Pero los keswas sobreviven todas las catdstrofes. és del primer imperio, cayeron los andinos en el hismo. Mas, de la humana nebulosa, casi antropopi- surgi el inkario, otro luminar que duré cinco si- De todas partes sale el grito uniforme. A Los hombres de la montafia y de la planicie,de la hondonada y de la cumbre,ululan el grito tnico. Lo lanzan al cielo como una saeta vibrante y so- nora. No se escucha otro clamor, como si todos los hom- bres sélo fueran aptos para emitir esa sola vibracién voca! - | Dejadnos vivir! Es la raza fuerte, rejuvenecida al contacto con la tierra, que reclama su derecho a la.accién. Yacia bajo el peso aplastante de la vieja cultura extrajfia. Aprisionada en la férrea armadura del conquista- dor, la pujante energia del alma aborigen se consu- 23 22 LUIS E. VALCARC AD EN LOS ANDES : la filosofia-clave-metapsiquica haré penetran- ‘a mirada en el mundo del espiritu. En lo alto de las cumbres andinas, brillara otra sol magnifico de las extintas edades. Por sobre tafias, en el espacio azul que sirve de fondo a des —bambalinas de lo infinito— se producira onia de Oriente a Occidente, cerrando la curva milenios atras. Se cumple el avatar: nuestra ra- apresta al mafiana: puntitos de luz en la tinie- ¢erebral anuncian el advenimiento de la Inteligen- la actual agregacién subhumana de los viejos glos, y habria alumbrado cinco mas sin la atilana in vasién de Pizarro. De ese rescoldo cultural todavia viven cuatro mi- llones de hombres en el Perti y seis mas entre el Ecua-| dor, Bolivia y la Argentina. Diez millones de indios caidos en la penumbra de las culturas muertas. De las tumbas saldran los gérmenes de la Nueva’ Edad. Es el avatar de la Raza. No ha de ser una Resurreccién de El Inkario con todas sus exteriores pompas. No coronaremos al Sefior de Sefiores en el templo del Sol. No vestiremos el un- ku ni cubrirdse la trasquilada cabeza con el Ilautu, ni calzaranse los desnudos pies con la usuta. Dejaremos tranquila a la elegante llama servicial. No seran momi- ficados nuestros cuerpos miserandos. No adoraremos siquiera al Sol, supremo benefactor. Habremos olvi- dado para siempre el kipus: no intentaremos reanimar instituciones desaparecidas definitivamente. Habra que renunciar a muchas bellas cosas del tiempo ido, que afioramos como romAnticos poetas. Mas, cudnta belle- za, cuadnta verdad, cuanto bien emanan de la vieja cul- tura, del milenario espiritu andino: todo fue desvalori- zado por la presuncién de superioridad de los civiliza- dores europeizantes. La Raza, en el nuevo ciclo que se adivina, reaparecera esplendente, nimbada por sus eter- nos valores, con paso firme hacia un futuro de glo- rias ciertas. Es el avatar, la incesante transformaci6n, ley suprema que todo lo rige, desde el curso de los mundos estelares hasta el proceso de estas otras gran- des estrellas que son las razas que pululan por el glo- bo, errdticas dentro de un sistema: es el avatar que marca la reaparicién de los pueblos andinos en el es- cenario de las culturas. Los Hombres de la Nueva Edad habran enriquecido su acervo con las conquistas de la ciencia occidental y la sabiduria de los maestros de oriente. El instrumento y la herramienta, la maquina, el libro y el arma nos daran el dominio de la natu- EL SOL DE SANGRE “La sociedad alentaba en un esptritu occidental y el pueblo vivia con el dima en la tierra. Entre esos dos mundos no habia inteligencia alguna, no habia comunicacién; no se perdonaban uno a otro”. SPENGLER. Rusia? jj El Pert! He aqui nuestra historia nacional, el perenne con entre los invasores y los invadidos, entre Espa- y las Indias, la lucha de los Hombres Blancos yla de Bronce; guerra sin tregua, todavia sin espe- de un pacto de paz. Cinco siglos de cotidiana la que consagra y ratifica en cada amanecer el io victorioso del conquistador, pero que no da | Seguridad de nuevas auroras idénticas. Desconfia el oprime y maltrata; si no muere la victima, se Desgraciadamente para el tirano, las razas no en. : 24 LUIS E. VALCARCEL [PESTAD EN LOS ANDES 25 Un dia alumbraré el Sol de Sangre, el Yawar-Inti, y todas las aguas se tefiiran de rojo: de purpura tor- narAn las linfas del Titikaka; de purpura, atin los arro-_ yos cristalinos. Subira la sangre hasta las altas y neva- | das ctispides. Terrible Dia de Sol de Sangre. _ | &D6nde estan las fuentes de esta inundacién de ro- jas aguas? . 4 iSe ha vertido el 4nfora secreta? Es que sangra el corazon del pueblo. El Dolor de un Milenio de Esclavitud rompié sus diques. Parpura| #4 de los espacios, parpura del Sol, pirpura de la tierra: | eres la Venganza. Ain en la noche el Fuego alumbrar4 los mundos. Sera el incendio purificador. _ 4Oh! la esperada Apocalipsis, el Dia del Yawar-In- ti que no tardard en amanecer. 2Quién no aguarda la presentida aurora? El vencedor injusto que ahogar4 en su propia san- gre al indio rebelde. ,No ois por alli la prédica del | exterminio, de la cacerfa inmisericorde? Ya las matan- zas de Huanta, de Cabanillas, de Layo, de cien luga- | res mas son rafagas del Gran Dia Sangriento, t El vencido alimenta en silencio su odio secular; calcula friamente el interés compuesto de cinco siglos de crueles agravios. ,Bastard el millén de victimas blancas? Desde su mirador de la montafia, desde su atala- ya de los Andes, escruta el horizonte. ;Seran estos ce- lajes de fuego la sefial del Yawar-Inti? Obseca el odio. Volved a la razén, hombres de los Dos Mundos. Tu, hombre “blanco”, mestizo indefinible, contagiado de la soberbia europea, tu presuncién de “civilizado” te pierde. No coffes en las bocas inénimes de ius ca- fiones y de tus fusiles de acero. No te enorgullezcas de | tu maquinaria que puede fallar. Es incurable tu ceguera ; Sigues viendo en el hom- e de tez bronceada a un ser inferior de otra espe- distinta a la tuya, hijo de Adan, nieto de Jehova! ideologia no cambia en lo cotidiano: reencarnas a “Bepiilveda, el doctor salmantino que negé humanidad }los indios de América. ' Altanero dominador de cinco siglos: los tiempos on otros. Es la ola de los pueblos de color que te va arrollar si persistes en tu conducta suicida. Arrogan- colonizador europeo, tu ciclo ha concluido. La tie- se poblaré de Espartacos invencibles. Y ti, hombre de los Andes, persiste en ti mismo, mplase tu sino. Obedece el mandato de la tierra, si ves con su alma; pero, no te consuma el odio. El nor es demiurgo. Haciéndote grande y fuerte, el blanco te respeta Triunfards sin ensangrentar tus manos puras de hi- del campo. Suefien los malvados con el Sol de sangre; en tu Ima regenerada solo brillard el rayo del sol que besa tierra en la santa cépula de todos los dias... __ Como en la césmica armonia, los dos mundos gi- raran dentro de sus 6rbitas, recibiendo, por igual, el ldlito creador del Rey de los astros. UN PUEBLO DE CAMPESINOS. El Pert como Rusia es un pueblo de campesinos. e los cinco millones de hombres que probablemente arecemos de cifras exactas— viven en el territorio acional, no llega a un millén el numero de los habi- ntes de las ciudades y los villorrios. Cuatro quintas partes de la total poblacién del Pe- la constituyen los labradores indigenas. _ Bolivia, el Ecuador, Colombia, una mitad de Ja Ar- intina, integran la colectividad agraria de los Andes. 26 LUIS E. VALCARCEL Los problemas de esta gran colectividad andina son comunes a otros paises como Venezuela, como el Brasil, como México, como la América Central y las Antillas. Un fuerte porcentaje de pobladores de raza aborigen forma el elemento basico de las nacionalida- des americanas. Viven estas repiblicas en el desdoblamiento insal- vable de los dos mundos disimiles: la minoria europei- zada, la mayoria primitiva. Somos los pueblos felahs, los campesinos eternos, ahistéricos de Spengler. En la capital y las pequefias ciudades perdidas en la inmensidad del pais inhabitado, una simulacion de cultura occidental justifica el bar- niz de pueblo “moderno” con que nos presentamos en el “concierto” de las naciones cultas. Mirando las cosas del Peri desde este plano de realidad verdadera, resulta tragicamente grosero cuan- to hacemos por “parecer” civilizados. Ridiculo nuestro republicanismo democratico, ridiculo nuestro progreso, ridiculos, ridiculos, hasta vencer todo limite,- aquellos intelectuales y artistas que representan a nuestro pue- blo como la simiesca agregacién que Rudyard Kipling llamo el “Bandar—Log”. ? Es un gesto elegante, de absoluta decencia, cerrar los ojos a todo lo que desagrada. ,Qué puede impor- tarle a un sefioritin del Palais que haya en la sierra cuatro millones de indios “piojosos”? Sucios, malolientes provincianos, al diablo. Esos cuatro millones de hombres no son ciudada- nos, estan fuera del Estado, no pertenecen a la socie- dad peruana. ; Viven desparramados en el campo, en sus antiqui- simos ayllus. De ahi los extrae violentamente la ley para que cumplan sus preceptos severamente, en el ser- vicio militar obligatorio, en el servicio vial obligatorio, en el servicio escolar obligatorio, en todos los servi- _ obligatorios fijados por la legislacién y la costum- re. STAD EN LOS ANDES Pf Para el campesino indio toda relacién con el Esta- y la sociedad se resuelve en obligaciones. E] cam- sino indio carece de derechos. Sin embargo, ante la Constitucién y los Codigos es dicamente igual a sus opresores. _ En distintas épocas se han fundado vastas asocia- mes para protegerlo. Mucha filantropia se ha gastado mpre para el campesino de nuestras sierras. El] cam- tino indio es un infeliz, un incapaz, un menor: pre- la ampararlo, urge hacer legal la tutoria del blanco el mestizo sobre él. Cémo se han emocionado los tropos con el sufrimiento del indio. Si, habia que tenderles la mano protectora. _ Pro-indigena. Patronato, siempre el gesto del se- para el esclavo, siempre el aire protector en el sem- nte de quién domina cinco siglos. Nunca el gesto ero de justicia, nunca la palabra viril del hombre ado, no vibraron jamas los truenos de biblica in- gnacion. Ni los pocos apdstoles que en tierras del nacieron pronunciaron jamds la santa palabra re- neradora. En femeniles espasmos de compasién y edad para el pobrecito indio oprimido transcurre la fida, y pasan las generaciones. ; No haya un alma viril e grite al indio Asperamente el sésamo salvador! Concluya una vez por todas la literatura lacrimosa de indigenistas. El campesino de los Andes desprecia las dulces abras de consuelo. LA PALABRA HA SIDO PRONUNCIADA El murmullo del viento percibido en la alta noche, n la medrosa soledad de la puna, acongojaba su alma: an los malos espfritus trashumantes que dominaban las eevee y asian, con sus garras invisibles, al s osado. 28 LUIS E. VALCARCEL —Pasad, pasad, malos espfritus de la noche. Bien cerradas las puertas de la casa del pastor, mugia el viento como una bestia libre, en la planicie ilimite y oscura. Mugia el viento, silbaba a ratos y su silbido agudo punzaba el corazon. S6lo consejos cobardes dabale el viento nocturno. Pero, llegaba el dia y disipabanse los temores co- mo las sombras al brillar el sol. En las faenas rurales, en la caminata por lomas y hoyadas, en el pastoreo, sentiase fuerte, valeroso, agresivo. Quién osaria con- tra él. Arrogante, trepaba las montajias, y desde las cuspides media la tierra como un céndor. ai Tornaba la noche. Y otra vez el pavor, la cobar- ia. Su alma infantil, de primate anacrénico, no se emancipaba del miedo ancestral. Poblada estaba para él la noche de poderosos enemigos. El murmullo del viento era la ininteligible voz del monstruo nocturno. . Una vez, sintiése con valor sereno y se puso a es- cuchar el murmullo del viento. Estaba solo, completa- mente solo, en plenas tinieblas, se podia imaginar aun no llegado al mundo en el materno claustro, asi de- bia ser de oscuro. Articulabanse las voces dispersas del viento de la medianoche. Escuchando, en silencio, concentrada toda el alma en percibir distintamente el mensaje miste- rioso, intuy6 el desconocido lenguaje. Si, era la invita- cién a la libertad en las sombras. Podia salir, saldria a la llanura inmensa en la noche. Ya no temia a nadie. Y salié, y se zambullé en las calofriantes tinieblas, y grité y silbé como el viento, y corrié con él, raudo, por encima de la tierra, por sobre las mas altas montafias, por las quiebras y las encrucijadas aras del suelo, ver- tiginoso como el huracan, acariciante como el céfiro. La palabra habia sido pronunciada, y nunca mas sintidse medroso ante poderes invisibles. ‘AD EN LOS ANDES 29 Osado, mataria ahora el monstruo interior. _ Disiparianse entonces las sombras que envolvian conciencia; hariase definitivamente fuerte, fuerte y roso en todas las horas. . | 2£Quién podria entonces explotar su ignorancia? 2 Quién abusaria mas de su debilidad momenténea? Murmullos del viento percibido en la alta noche, Ja soledad de la puna, habianle revelado la ver- redentora, era el sésamo salvador: —‘;Sé hombre, y no temas!” La Palabra ha sido pronunciada: EL APOSTROFE Estaban hartos de palabras dulces; estaban hartos conmiseracién. Preferian un garrotazo a una palma- ita carifiosa a las espaldas. Todo eso era ‘ofensivo pa- ellos. Apiadandose de su opresién, lo sabian perfec- ente, no hacian sino despreciarlos. oo En casa del abogado, en la oficina del periodista, las antesalas del patronato, en todas las dependen- de la filantropia, oian la misma cosa; —jEstos pobres indios! . Aquella tarde—lo recordaban como si fuera ayer— ie la comisién a entrevistarse con un antiguo magis- tado. Tenia el anciano fama de cascarrabias, un genio todos los diablos. . Temerosos, temblando casi, los ocho traspusieron zaguén de la casona. El viejo leia sentado al sol. indios, al verle, se descalzaron, y todos gimientes ya a prosternarse ante él. Irguidse el magistrado , €n violenta actitud, les apostrofé de esta manera: —Indios cobardes, miserables esclavos, ;sayartichis! i, derechos, la cabeza levantada, mirdndome de fren- , @ los ojos. Indios cobardes, miserables esclavos. Los ocho campesinos se quedaron estupefactos. 30 LUIS E. VALCARCEL ,Alguien les habia hablado nunca de esta manera? En lo crepuscular de su conciencia, sentian el fosforecer de un estado psiquico nuevo, El anciano les escuchaba la eterna queja- Habian sido despojados de sus tierras y animales. Estaban en la calle y no habia para ellos justicia. —‘j.No la habra, que no la haya nunca, para voso- tros sufridas bestias, viles alimafias que besan la ma- no que los castiga! Mientras no sedis hombres, mign- tras no haydis recuperado la dignidad de seres huma. ne, sufrid en silencio. Merecido lo tenéis por cobar- les”. La palabra del viejo era como plomo derretido: les quemaba las carnes; era también como un filtro mara- villoso que se vertia all4 en lo profundo de su ser, cir- culandoles por el alma, como la sangre por el cuerpo. Y al salir de la casona, se sintieron tranquilos,; ‘una inefable quietud les invadia por entero, como si se sumergiesen en un liquido purificador. Y pensaron en silencio. Si, era verdad, ellos ya no eran hombres. ,No reaccionarian nunca? No intenta- rian la vuelta a la humana especie, ellos que tan cer- ca estaban de las bestias inofensivas? iSerfia eterna su resignacion? Extremeciaseles algo en lo mas hondo de su ser, Y sus ojos turbios no vertieron mas lagrimas. Y sus labios sellados no plafiian ya. Y sus manos prestas a] perd6n se crispaban en la sombra. Vagaban los indios mudos como esfinges en los contornos de las haciendas, Y en la soledad de la tarde, cuando los cerros po- nianse lentamente cscuros, el apédstrofe despertaba lag conciencias. No, no serian mas indios cobardes, miserables es- clavos. Serian hombres; hombres libres con la vista alta, la cabeza erguida, las manos prontas al apretén amis- toso de igual a igual. Detras de las Montafias LOS AYLLUS esparramados por la cordillera, arriba y abajo montafias, en las estribaciones de los Andes, en fazo de los pequefios valles, cerca a las cumbres ables, cabe a los rios, a la orilla de los lagos, so- eésped siempre verde, debajo de los kiswares los, en las quiebras de las pefias, oteando el sje, alli estan los ayllus. os ay)lus respiran alegria. Los ayllus alientan be- -pura. Son trozos de naturaleza viva. La aldehue- dia se forma esponténeamente, crece y se desarro- mo los arboles del campo, sin sujecién a plan; jitas se agrupan como ovejas del rebafio; las ca- zigzaguean, no son tiradas a cordel, tan pronto n hacia el altozano como descienden al riacho. imillo de los hogares, al amanecer, eleva sus co- s al cielo; y en la noche brillan los carbones co- os de jawar en el bosque. Después del Intiwata, cuando el Padre Sol ha sur- detras del Apu Ausankati, los trabajadores yogan tierra. Perfumes de fecundacién impregnan la § matinal. Sale de los apriscos el ganado y el olor a bofiiga agrega un matiz al paisaje campero. Silva el illo; Jadra el perro custodio. En marcha. Por el ladero, la teoria mugiente y balante rumbo a los ichaJes de la altura. bajo, Ja oscilacién de las chakitajllas viriles, des- ndo la virginidad cada afio recuperada de los mai- 34 LUIS EB, VALCAR ‘ STAD EN LOS ANDES 35 Hilitos de agua como cintajos metalicos que se jen y se destejen en la pampa gravida. Es el riego. Lejanos se esuchan los cantos hombrunos, el est billo es la nota aguda. Juitdnidtinii....Jaic! 4 Las mujeres hacen cola al pasar el portillo q conduce a los sembrados. Portan las comidas calent tas. Vedlas de uno en fondo por la senda que divid los maizales. . Ellas también cantan con voz cristalina, y conte tan el estribillo de los maridos. Guaaaaaa...Jaaaaaa, Jaaaaaa. El agudo es ya un silbido, y después la cascad de las risas. Kju... Kju... Kju... Avanza la columna de tirapiés En este wayllar se han detenido las mujeres y cen rueda; desatan los lfos portadores de las ollas d almuerzo. Humean apetitosamente. Olorcillo de hierb silvestres. El paik’o, la ruda, el watakay. Doradas mi zorcas de chojllos tiernos. Del ventrudo raki se escai cia el akja de oro que apaga la sed y conserva la al gria. Entre bocados y sorbos, correla conversacién sa pimentada de chistes que provocan hilaridad de hom bres, mujeres, ancianos y nifios. Los perros frente a sus amos, fija la mirada d sus ojos lacayos en las bocas que se hartan. Termin el banquete. Otra vez el canto, otra vez el “rompe’ las mujeres a los hogares; el sol en el zenit. En la la janfa los Apus solemnes, los Aukis menores, impertu bables kamachikuj, presidiendo la tarea de todos lo dias paternalmente. Y luego las fiestas. La alegria di Kalcneo, cuando todo el ayllu, desde el machu centena rio hasta el warmacha apenas en pie, deshojan las r bias, las blancas, las rojas mazorcas, cuando la Mar y el Tak’e estan henchidos de comestibles para todo ¢ afio, cuando los ventrudos rakis, los urpus mayores, e tan ahitos de dulce akja. ;Oh! felicidad. Kénas y pi kuillus, antharas, armonizan sus sones orquestales, el ayllu entra en la danza, en la Kashwa magni- y en todos los pechos rebosa el jubilo hecho canto, sta la viejisima Mama Simona taktea con igual en- smo que la sip’as mds juguetona. Gracias al Sol, sias a la tierra, gracias a las cumbres y a los ce- y al rio. La T’inka solemne de la cosecha es. el m de los ayllus. . | Vivir y morir bajo el gran cielo de los Andes. Vi- al amor de su paisaje la égloga sin fin. Vivir la a juventud de los pueblos campesinos. Morir, ce- los ojos como para guardar siempre el bello pa- a en la cAmara interior de los recuerdos. Los s son trozos de naturaleza viva. LA MUJER QUE TRABAJA Es poco probable que haya otra mujer sobre la a que posea las virtudes hogarefias y sociales de hujer andina. . El simbolo de la actividad femenina: la hilandera jbulante. Hace una jornada—cinco y seis leguas—por caminos y las sendas, por los villorrios y el des- ado, con el huso en movimiento. Porta a las espal- , junto con el crio, los productos que va a vender en ciudad, o los menesteres con que retorna a su choza. para los alimentos, cuida de su hijos, de sus ani- litos domésticos, el cuy solo a ratos visible, la ga- a, el chancho, el perro. Teje la tela para el vestido todos los suyos. Recorre el campo en pos de las as aromaticas, de los yuyos comestibles, de las ra- s secas para mantener el fuego. Escoge el estiércol los corrales, la “chala”, la chamarasca. En el kal- o, deshoja el maiz. Auxilia al marido en las rudas mas agricolas. . En la noche, mientras duermen los nifios y conver- desde su cama el esposo, ella no deja en inercia 36 - LUIS E. VALCARCEL ‘AD EN LOS ANDES 37 _—Por el camino alto—dicen—huyeron los Inkas sus manos laboriosas: el maiz tierno, la kinua, el trigo, agiarse en el Antisuyu. Llevaban un kokawi de salen de sus dedos, grano a grano, libres de cuticula, listos para preparar el potaje cotidiano. Cuando el varén es perseguido; ella lo reemplaza en todas las tareas. No teme al trabajo; apenas se fa- tiga. Siempre dispuesta al esfuerzo, con la sonrisa en los labios, toda la bondad del alma se le asoma a los ojos tranquilos. Solicita, cuidadosa, tierna, jamas pronuncia una palabra de disgusto. Resignase a su suerte; y cuando el marido ebrio la golpea, comprende que pronto cam- biara golpes por caricias. Animosa, valiente, nada le intimida; tras de sus llamas cargadas de la lefia que ella ha recogido del monte o de papas que ha escar- bado con sus manos, llega a la ciudad, realiza su ne- gocio y vuelve a su ayllu, a cualquier hora del dia o de la noche. La india que se urbaniza no pierde sus cualidades econdémicas. Ella, en el mercado, en la tien- da, en el empleo, trabajara incansable, y pondra todo el dinero a disposicién de su “amancio”, algin mestizo vago y vicioso. . . * er Visten los unkus negros y adérnanse la cabeza con osos pillkus. Trabajan la tierra con la chakitajlla pacentan sus rebafios de allpakas y llamas. Adoran ol y a la luna, a los apus y a los aukis. Moran ses en la comunidad de la tierra y en la universa- d del trabajo. . —vViven atin los Inkas—aseguran— en la Tierra eriosa del Antisuyu; de alli van a volver, cuando Sol se ponga rojo. s * No llevan el estigma de los mestizajes. . Viven su pureza primitiva, ignorados e ignorantes la pomposa civilizaci6n europea. . . Admirable supervivencia no estudiada aun por n ‘afos 0 socidlogos, , Guiera el Sol mantener la virginidad de Un Mun- "Que no llegue hasta él el aliento corruptor de los civilizadores”. UN MUNDO SECRETO DE PIEDRA Cuando el indio comprendié que el blanco no era Veinte dias de la orilla del mar, en el ultimo re- A insaciable explotador, se encerré en si mis- jo un Pp pliegue de los Andes, en la invisible hondonada que protegen como infranqueables muros las montajfias; alli, donde casi es imposible llegar, vive Un Mundo. Las aguas de la Historia no bafiaron sus riberas. Desde los Inkas magnificos del Cuzco, desde la época de oro del Imperio del Sol, los habitantes de Un Mun- do, no saben mas que la leyenda un poco fantastica, un mucho confusa de los Hombres Blancos. Les cuentan que los viejos emperadores se marcha- ron para no caer en manos de la invasién extranjera. Aislése espiritualmente, y el recinto de su alma en cinco siglos—estuvo libre del contacto corruptor la nueva cultura. Mantivose silencioso, hierdtico al una esfinge. ” . Se hizo maestro en el arte de disimular, de fingir, e ocultar la verdadera intencién. A esta actitud de- ensiva, a esta estrategia del dominado, a este mime- mo conservador de la vida, llamdronle la hipocresia 38 LUIS E. VALCARC STAD EN LOS ANDES 39 La raza, gracias a ella, protege su vitalidad, gua da intacto el tesoro de su espiritu, preserva su “YO' Se oye de continuo censurar la reserva, el egois mo del indio: a nadie revela sus secretos. La virtu medicinal de las yerbas, la curacién de enfermedade desconocidas, el derrotero de minas y riquezas ocult los procedimientos misteriosos de la magia. El indio g cuida muy bien de la adquisicién de sus dominadore No hablara. No responderd cuando se le pregun Evadira las investigaciones. Invencible en su reductd para el blanco seré infranqueable su secreto de piedr: En cambio, él se informara bien pronto de todd nuestros secretos de “hombres modernos”. Breve tiem po de aprendizaje bastard para que domine los mé4 complejos mecanismos y maneje con serenidad y pr cisién que le son caracteristicas las maquinarias qu requieren completa técnica. El indio es para las otras razas epigénico. Sédlo d a@ conocer su exterior inexpresivo. Bajo la mascara d indiferente, { hallaremos algun dia su verdadero rostro Su burlona sonrisa seré lo primero que descubra fios, el pueblo sigue a medio caer; no se da prisa empo destructor. . Beans perdidos en las galerias subcutaneas de ‘cuerpo en descomposicién que es el poblacho mes- los hombres asoman a ratos a la superficie; el sol jhuyenta, tornan a sus madrigueras. j Qué hacen los oditas? Nada hacen. Son los parasitos, son la car- de este pudridero. El sefior del poblacho mestizo es el leguyelo, el kere”. ;Quién no caera en sus sucias redes de nido de la ley? El indio toca a sus puertas. El ga- lo sienta a su mesa. El juez le estrecha la ma- e sonrien el subprefecto y el cura. El leguleyo es temido y odiado en secreto. Todas istucias, todos los ardides, para confundir al pode- : para estrangular al débil, son armas del tinteri- Explota por igual a blancos y aborigenes. Preva- ir es su funcion. Como el gentleman es el mejor cto de la cultura blanca, el leguleyo es lo mejor a creado nuestro mestizaje. . rrida quietud la de los pueblos mestizos, ape- interrumpida por los gritos inarticulados de los bo- hos. La embriaguez alcohdlica es la mAs alta insti- de los pueblos mestizos. Desde el magistrado el ultimo poblador, desde el propietario al mise- ornalero, la ebriedad es el nivel comun, el rase- ara todos. Iguales ante el alcohol, antes que igua- ‘ante la ley. Todas las aspiraciones del mestizo se reducen a wurarse dinero para pagar su dipsomania. El hom- e la ciudad que se va a vivir al poblacho es un enado irremisible al alcoholismo. ; . Cuantas truncadas vocaciones por el confinamiento poblacho. Los “jévenes de esperanzas” que estu- on en la ciudad y hubieron de retornar a “su pue- se sepultan en el pantano. Cadaveres ambulan- alguna vez abandonan su habitacién por breves mos. En lo insondable de esta conciencia andina, bull el secreto de piedra. POBLACHOS MESTIZO$ Ho6rrida quietud la de los pueblos mestizos. Por ¢ plazén deambula con pies de plomo el sol del medio dia. Se va después, por detrés de las tapias, de lo galpones, de la iglesia a medio caer, del caserén des tartalado que esta junto a ella; trepa el cerro, y 1d traspone; voltea las espaldas definitivamente, y la es pesa sombra sumerge al pueblo. Se fue el dia, se aca bé la noche; son clepsidras invisibles los habitAculo: ruinosos; lentamente se desmoronan. Después de vein

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