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Milan Kundera LA FIESTA DE LA INSIGNIFICANCIA coleccién andanzas os ETS Titulo original: La fete de Pinelgniffaace © 2013 Milan Kundera. Todos los derechos reservados Queda rigurosamente prohibica cualquier forma de reproduceidn, distribucién, cox municacidn piblica o transformacién total o parcial de esta obra sin el permiso es- rita de los titulares de los derechos de explotacién, Queda también rigurosamente prohibida cualquier adaptacidn cinematografica, teatral, televisiva y radiofnica, © 2014, Beatriz de Moura Gurgel, de la tracluceién Disefio de fa caleccién: Guillemot-Navares Reservadas todos los derechos de esta edicion para: © 2013, Tusquets Edicores México, S.A. de C.V, Avenida Presidente Masarik nim, 111, 20. piso Colonia Chapultepec Morales CP. 11570, México, DE wwent.tusquetseditores.com 1, edicidn en Tusquets Editores Espafia: sepsticnabre de 2014 + edicién en Tusquets Editores México: septiembre de 2014 ISBN: 978-607-421-614-1 No se permite Ja reproduccién total o parcial de este libro ni su incarporacién a un sistema imformatico, ni su transmision en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrénico, mecinico, por fotocopia, por grabaciGn u otros métados, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright La infraccién de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delite contra la propiedad intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos de Autor y Arts, 424 y siguientes del Codigo Penal). Impteso en los talleres de Litogrifica Ingrames, S.A. de CV. Centeno nim, 162-1, colonia Granjas Esmeralda, México, DLP. Impreso en México - Printed in Mexico Indice Primera parte Los protagonistas se presentan ......... a ee Segunda parte El teatro de marionetas ......0..c0 See Tercera parte Alain y Charles piensan con frecuencia en sus madres ..... RANE errerrenie eae te Cuarta parte Todos andan en busca del buen humor... 61 Quinta parte Una plumita planea bajo el techo ... 85 Sexta parte La caida de los angeles ..... 101 Séptima parte La fiesta de la insignificancia 19 Primera parte Los protagonistas se presentan Alain medita sobre el ombligo Era el mes de junio, el sol asomaba entre las nubes y Alain pasaba lentamente por una calle de Paris. Observaba a las jovencitas que, todas ellas, ensefiaban el ombligo entre el borde del panta- lén de cintura baja y la camiseta muy corta. Esta- ba arrobado; arrobado e incluso trastornado: como si el poder de seduccidn de las jovencitas ya no se concentrara en sus muslos, ni en sus nalgas, ni en sus pechos, sino en ese hoyito redondo situado en mitad de su cuerpo. Eso le incité a reflexionar: si un hombre (o una época) ve el centro de la seduccién femenina en los muslos, éc6mo deseribir y definir la particularidad de semejante orientacién erdtica? Improvisd una respuesta: la longitud de los muslos es la imagen metaférica del camino, largo y fascinante (por eso los muslos deben ser largos), que conduce hacia la lL consumacién erdtica; en efecto, se dijo Alain, inclu- so en pleno coito, la longitud de los muslos brin- da ala mujer la magia romantica de lo inaccesible. Si un hombre (0 una época) ve el centro de la seduccién femenina en las nalgas, 64 como las pronunciaria un francés; y decidir en qué silaba de las palabras cae regularmente el acen- to. Se recomienda igualmente, para otorgar natu- ralidad a la palabra, imaginar una construcci6n gramatical por detras de esos sonidos absurdos, asi como detectar qué palabra es un verbo y cudl un sustantivo. Y, entre dos amigos, importa de- terminar el papel del segundo, o sea del francés, por tanto de Charles: aunque no sepa hablar pa- kistani, debe saber al menos unas cuantas palabras pata que puedan, en caso de urgencia, entender- se acerca de lo esencial sin pronunciar ni una sola palabra en francés. Habia sido dificil, pero divertido. Por desgra- cia, ni siquiera la broma mas encantadora escapa ala ley del envejecimiento. Aunque los dos ami- gos se habian divertido en los primeros cécteles, Caliban empezd pronto a sospechar que toda esa laboriesa mistificacidn no servia de nada, pues los invitados pronto se desinteresaban de ¢l y, al ser su lengua incomprensible, no lo escuchaban y recurrian a simples gestos para sefialarle lo que querian beber o comer. Se habia convertido en un actor sin publico. Las chaquetas blancas y la joven portuguesa Llegaron al piso de D’Ardelo dos horas antes de que empezara el céctel. —Es mi asistente, sefiora. Es pakistani. Lo sien- to, no sabe una palabra de francés —dijo Char- les, y Caliban se incliné ceremoniosamente ante la sefiora D’Ardelo pronunciando frases incom- prensibles, La indiferencia delicadamente displicente con la que lo ignoré el ama de casa afianzd en Cali- ban el sentimiento de inutilidad de su lengua la- boriosamente inventada, y empezé a invadirle un sentimiento de melancolfa. Por fortuna, tras esa decepcién, un pequefio placer lo consolé enseguida: la sirvienta, a quien la sefiora D’Ardelo ordend que se pusiera al servi- cio de esos dos sefiores, no podia quitar la vista de un ser tan exdtico. Ella se dirigié a él varias veces, pero, cuando comprendio que él sdlo sabia su pro- pia lengua, se sintid al principio confusa y luego extrafiamente relajada. El caso es que ella era por- tuguesa. Asi pues, dado que Caliban se dirigia a ella en pakistani, ella tenia una ocasién unica de dejar de lado el francés, idioma que a ella no le gustaba, y de recurrir, ella también, a su propia 66 lengua. La comunicacién en dos lenguas incom- prensibles para los dos los acered el uno al otro. Poco después, una camioneta se detuvo frente a la casa y dos empleados empezaron a subir lo que Charles les habia encargado, botellas de vino y de whisky, jamon, salami, pastitas, y lo dejaron todo en la cocina, Ayudados por la sirvienta, Char- les y Caliban cubrieron con un inmenso mantel una larga mesa en el salén y dispusieron en ella platos, bandejas, vasos y botellas. Entonces, al acer- carse la hora del cdctel, se retiraron a una habita- cién que la sefiora D’Ardelo les habia asignado. Sacaron de una maleta dos chaquetas blancas y se vistieron. No necesitaban espejo. Se miraron el uno al otro y no pudieron evitar una risita. Ese siempre ha sido para ellos un breve instante de placer. Ol- vidaban incluso que trabajaban por necesidad, para ganarse la vida; al verse enfundados en su distraz blanco, tenian la sensacién de divertirse. Luego Charles se aleja hacia el sal6n, dejando a Caliban la tarea de arreglar las ultimas bande- jas. Una jovencita, segura de si misma, entrd en la cocina y se volvié hacia la sirvienta: —iNo puedes salir al salén ni una sola vez! Si nuestros invitados te vieran, saldrian huyendo. Y fijando la mirada en los labios de la portu- guesa, solté una carcajada: 67 —De dénde has sacado ese color? iPareces un pajaro africano! {Un loro de Bububurundi! —y abandono la cocina riendo. Con los ojos humedecidos, la portuguesa se dirigid a Caliban (en portugués): —La sefiora es amable, ipero su hija! iQué mala es! Ha dicho eso porque usted le gusta. \En presencia de hombres, siempre es malvada conmigo! iLe encanta humillarme delante de los hombres! Al no poder responderle, Caliban le acaricid el pelo. Ella alzé los ojos hacia él y dijo (en francés): —Mire, ées realmente tan feo el color de mis labios? Ella inclinaba la cabeza de un lado a otro para que pudiera apreciar toda la longitud de sus labios. —No —le dijo (en pakistani)—, el color de sus labios le sienta muy bien... Enfundado en su chaqueta blanca, Caliban le parecia a la sirvienta atin mas sublime, atin mas inverosimil, y le dijo (en portugués): —Me alegro tanto de que esté aqui. El, animado por su elocuencia, contesté: —Y no sélo sus labios, sino su rostro, su cuer- po, todo en usted, tal como la veo ante mi, es bello, muy bello... 68 —iOh, cuanto me alegro de que esté usted aqui! —contesté la sirvienta (en portugués). La foto colgada de la pared No sélo para Caliban, que ya no le ve nin- guna gracia a su mistificacién, sino también para todos mis personajes, esa velada se ha tefiido de tristeza: para Charles, que se habia sincerado con Alain acerca del temor que sentia por su madre enferma; y también para Alain, conmovido por ese amor filial que él mismo nunca habia cono- cido; conmovido también por la imagen de una vieja campesina que pertenecia a un mundo que le era desconocido pero por el que, precisamente por eso, sentia nostalgia. Por desgracia, cuando él quiso prolongar la conversacién, Charles tuvo que colgar porque tenia prisa. Fue cuando Alain co- gid su movil y llamé a Madeleine. Pero el teléfo- no sono y sond; en vano. Como tantas veces en momentos similares, dirigié su mirada a una foto en la pared. No tenia fotos en su estudio, salvo ésa: la cara de una mujer joven, su madre. Unos meses después del nacimiento de Alain, 69 ella abandoné a su marido, quien, por discre- cién, nunca dijo nada malo de ella. Era un hom- bre fino y tranquilo. El nifio no alcanzaba a com- prender como una mujer pudo abandonar a un hombre fino y tranquilo y ain menos compren- dia como pudo ella abandonar a su hijo que (era muy consciente de ello), también desde la infan- cia (si no desde su concepcidn), era un ser fino y tranquilo. —4Dénde vive ella? —le habia preguntado a su padre. —Probablemente en América. —(Qué quiere decir «probablemente»? —No tengo su direccién. —Pero es su deber dartela. —Ella no tiene deber alguno para conmigo. —(Y para conmigo? ¢Acaso no quiere tener noticias mias? {No quiere saber lo que hago? ¢No quiere saber que pienso en ella? Un dia el padre ya no pudo controlarse: —Ya que insistes, te lo digo: tu madre nunca quiso que nacieras. Nunca quiso que corretearas por aqui, que te hundieras en ese sofa en el que te encuentras tan bien. Ella no queria saber de ti. ¢Lo entiendes al fin? El padre no era un hombre agresivo, No abs- tante, pese a su reserva, no habia podido ocultar 70 su desacuerdo sagrado con una mujer que queria impedir que viniera al mundo un ser humano. He contado ya la ultima vez que Alain se en- contré con su madre cerca de la piscina de una casa alquilada para el verano. Tenfa por entonces diez afios. Tenia dieciséis cuando fallecié su pa- dre. Pocos dias después del funeral, arrancé de un 4lbum familiar la foto de su madre, la hizo en- marcar, luego la colgé de la pared. ¢Por qué no habia en su estudio ninguna foto de su padre? No lo sé. ¢Hs acaso ildgico? Seguramente. éInjusto? Sin duda. Pero es asi, en las paredes de su estudio habia una tnica foto: la de su madre. Con la que, de vez en cuando, hablaba: De cémo se pare a un hijo perdonazos —tPor qué no has abortado? éTe lo ha im- pedido él? Una voz se dirige a él desde la foto: —Nunea lo sabrés. Todo lo que inventas sobre mi no son sino cuentos de hadas, Pero me gustan tus cuentos de hadas. Incluso cuando me has con- vertido en una asesina que ha ahogado a un joven 71 en un rio. Me gustaba todo. Sigue, Alain. Cuenta. iImagina! Te escucho. Y Alain imagino: imaginé a su padre encima del cuerpo de su madre. Antes del coito, ella le habia avisado: «No he tomado la pildora, ive con cuidado!», El la tranquilizé. Ella se entrega sin desconfianza, pero cuando percibe en el rostro del hombre que el gozo se acerca, que ya viene, que crece, ella se pone a gritar: «Cuidado. iNo, no, no quiero! {No quiero!», pero la cara del hom- bre se pone cada vez mas roja, roja y repugnan- te, ella rechaza ese cuerpo que pesa, que la aprieta contra él, ella se debate, pero él la abraza atin mas fuerte y entonces ella comprende que en él no hay la ceguera de la excitacién, sino una volun- tad, una voluntad fria y premeditada, mientras en ella lo que hay es mas que la voluntad, es odio, un odio tanto mas feroz cuanto que ha perdido la batalla. No es la primera vez que Alain imaginaba ese coito; ese coito lo hipnotizaba y le inducia a su- poner que cada ser humano es el calco del segun- do durante el que ha sido concebido. Se levantd delante del espejo y observd su cara para hallar en ella las huellas del doble odio simultaneo que lo habia engendrado: el odio del hombre y el odio de la mujer en el momento de! orgasmo del hom- 72 bre; el odio del hombre tranquilo y fisicamente fuerte acoplada al odio de la mujer valiente y fi- sicamente débil. Se dijo que el fruto de ese doble odio solo podia haber sido un perdonazos: él era tranquilo y fino como su padre; y seguira siendo un intru- so tal como lo habia visto su madre. El que es a la vez un intruso y un tranquilo esta condenado, segtin una Idgica implacable, a pedir perdén toda su vida. Miré el rostro colgado en la pared y, una vez mas, vio a la mujer que, vencida, entra en el co- che con su vestido mojado, se desliza sin ser vis- ta por delante de la garita del portero, sube la escalera y entra descalza en el apartamento en el que permanecera hasta que el intruso salga de su cuerpo, antes de abandonarlos a las dos unos me- ses mas tarde. Ramon llega al coctel de muy mal humor Pese al sentimiento de compasién que habia sentido al final de su encuentro en el Jardin du fe) Luxembourg, Ramén no podia evitar que D’Ar- delo perteneciera al tipo de gente que le caia mal. Aun cuando tuvieran los dos algo en comun: la pasién por deslumbrar a los demas; sorprender- los con una reflexién divertida; 0 conquistar a una mujer en sus mismisimas narices, Ramén, no obs- tante, no era un Narciso. Le gustaba el éxito siem- pre y cuando no suscitara envidias; le complacia ser admirado, pero rehuia a los admiradores, Su discrecidn habia pasado a ser afan de soledad tras sentirse herido en su vida privada, y ante todo desde el afio anterior, cuando fue a engrosar al funesto cortejo de los jubilados; sus comentarios inconformistas, que antafio le habian rejuveneci- do, ahora lo convertian, pese a su aspecto enga- foso, en un personaje inactual, fuera de nuestro tiempo y, por tanto, viejo. De hecho, habia decidido boicotear el céctel al que su antiguo colega (atin sin jubilar) le habia invitado y sdlo cambié de parecer en el ultimo momento, cuando Charles y Caliban le juraron que solo su presencia podria hacerles llevadero su cometido de servir, cada vez mas aburrido. Aun asi, llegd muy tarde, mucho después de que uno de los invitados pronunciara un discurso a la ma- yor gloria del anfitrién. El apartamento estaba a tope. Al no conocer a nadie, Ramdén se dirigid 74 a la mesa tras la que sus dos amigos servian be- bidas. Para ahuyentar el mal humor, les dirigio unas palabras que querfan imitar el balbuceo pa- kistanf. Caliban le contesté con la auténtica ver- sién de ese balbuceo. Todavia de mal humor, paseaba entre desco- nocidos con un vaso en la mano cuando le atrajo la leve agitacién de un grupo de personas vueltas hacia la puerta de entrada. Aparecié una mujer, longuilinea, hermosa, en la cincuentena. Con la cabeza inclinada hacia atras, deslizd varias veces la mano bajo el cabello, elevandolo y dejandolo caer con gracia, y brindé a unos y otros la vo- luptuosa expresién trégica de su rostro; ninguno de los invitados la habia visto nunca, pero todos la reconocian por las fotos: La Franck. Se detu- vo ante la mesa del bufé, se inclind y le senald a Caliban, con grave concentracién, distintos ca- napés que le apetecian. Su plato se llené enseguida y Ramon pensd en lo que D’Ardelo le habfa contado en el Jardin du Luxembourg: ella acababa de perder a su com- pafiero, al que habla amado tan apasionadamente que, gracias a un magico decreto de los cielos, su tristeza en el momento de la muerte se transus- tancié en euforia y su deseo de vida se centupli- co. El la observaba: segtin se metia canapés en la TD) boca, al masticar sus enérgicos movimientos le agitaban la cara. Cuando la hija de D’Ardelo (Ramén la cono- cia de vista) avistd a la célebre longuilinea, su boca se detuvo (ella también masticaba algo) y sus pier- nas empezaron a correr: —i Querida! Quiso abrazarla, pero se lo impidié el plato que la célebre dama Ilevaba apoyado en el vientre. —Querida —repitid mientras La Franck ama- saba en la boca un gran trozo de pan con salami. Al no poder engullirlo entero, se ayudé con la lengua para empujar el bocado entre las molares y la mejilla; luego, no sin esfuerzo, intentd decir algo a la joven, que no entendié nada. Ramén avanzd dos pasos para observarlas de cerca, La joven D’Ardelo engulld lo que ella mis- ma llevaba en la boca y declaré con voz sonora: —iLo sé todo! iLo sé todo! Pero jamas la de- jaremos sola, iJamas! La Franck, con los ojos fijos en el vacio (Ra- mon entendio que ella no sabia quién era la que le hablaba), trasladé parte del bocado al centro de su boca, lo masticd, tragd la mitad y dijo: —E] ser humano no es sino soledad. —iOh, cudn bien hallado! —exclamé la jo- ven D’Ardelo, 76 —Unhna soledad rodeada de soledades —afia- did La Franck, tras lo cual engullé el resto, dio media vuelta y se fue a otra parte. Sin que Ramon se diera cuenta, una leve son- risa divertida se esbozd en su rostro. Alain coloca una botella de Armagnac encima del armario Mas 0 menos al mismo tiempo en que esa li- gera sonrisa iluminaba inopinadamente la cara de Ramon, el timbre de un teléfono interrumpid las reflexiones de Alain acerca de la génesis de un perdonazos. Supo enseguida que era Madeleine. No es facil comprender como podian esos dos hablarse siempre tanto tiempo y con tanto gusto cuando compartian tan pocos intereses comunes. Cuando Ramén explicé su teoria acerca de los observatorios, situados cada uno en un punto di- ferente de la Historia, desde los que la gente se habla sin poder comprenderse, enseguida Alain recordé a su amiga, ya que, gracias a ella, tam- bign él sabia que incluso el didlogo entre auténti- cos enamorados, si sus fechas de nacimiento es- Tas tan demasiado alejadas, no es sino una mezcla de dos mondlogos que el otro sdlo comprende en parte. Por eso, por ejemplo, nunca sabia si Made- leine deformaba los nombres de hombres célebres de antafio porque jamas habia oido hablar de ellos o si los parodiaba adrede con el fin de hacer par- ticipe a los demas de que no sentia el menor in- terés por lo que hubiera ocurrido antes de su pro- pia existencia. A Alain eso no le molestaba. Le divertia estar con ella tal cual era, e incluso se sentia atin mas contento después, cuando se reen- contraba en la soledad de su estudio, donde ha- bia colgado reproducciones de cuadros del Bosco, de Gauguin (y de quién sabe qué otros), que de- limitaban para él su mundo intimo. Siempre habia tenido la vaga idea de que, st hubiera nacido unos sesenta anos antes, habria sido artista. Una idea realmente vaga, porque no sabia qué queria decir la palabra artista hoy en dia,

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