You are on page 1of 10
Joan Nogué (ed.) La construcci6én social del paisaje Paisaje y Teoria BiBLioTECA NUEVA 2 LA CIUDAD, PAISAJE INVISIBLE Oriol Nebo PAISAJE-Y MIRADA En las definiciones canénicas, el paisaje se nos presenta como una realidad fisica, engendrada por el didlogo secular entre el entorno natural y la actividad humana, tal como es percibido por la colectividad y los individuos que la integran. ‘De acuerdo con estas aproximaciones, que cuentan con una notable e ilustre tradicion, el paisaje precisa, para existir, de la mirada, Asi lo expresaba, por ejemplo, Georg Simmel (1913, pags. 265-282) a inicios del siglo pasado en su Filo- sofia del paisaje Un ‘trozo de naturaleza’ es realmente una contradi i6n interna; la naturaleza no tiene ningiin trozo, es la uni- dad de un todo, y en el instante en que algo se trocea a partir de ella no es ya naturaleza, puesto que precisamen- te slo puede ser ‘naturaleza’ en el interior de aquella uni- dad sin fronteras trazadas, como ola de aquella gran corriente global (Georg Simmel, 1913, pag. 266). Ahora bien, 181 LA CONSTRUCGION SOCIAL DEL PAISAJE La naturaleza, que en su ser y sentido nada sabe de indi- vidualidad, es reconstruida por la mirada del hombre que divide y que conforma lo dividido en unidades aisladas, en la correspondiente individualidad ‘paisaje’ (Georg Sim- mel, 1913, pag. 267). La mirada delimitadora, la separacién de una parte de la naturaleza para encuadrarla en un horizonte visual momen- tdneo o duradero, es por ello consustancial al mismo con- cepto de paisaje, sin la cual no existirfa. Esto, afirma Sim- mel, es precisamente lo que el artista hace: Delimitar un trozo a partir de la caética corrientee inf nitud del mundo inmediatamente dado, aprehenderlo y con- formarlo como una unidad que encuentra su sentido en si misma y que ha cortado los hilos que lo unen con el mundo y que la ha anudado de nuevo en su propio punto central, precisamente esto hacemos nosotros en menor medida, de forma fragmentaria y de contornos inseguros, tan pronto como en lugar de una pradera y una casa y un arroyo y el paso de las nubes, contemplamos un paisaje (Georg Sim- mel, 1913, pag, 270), Partiendo de este tipo de nociones, la geografia clasica ha venido a colegir que: El paisaje existe en tanto en cuanto hay quien lo mira, quien sabe darle un significado, sacarlo del indiferente mundo de la naturaleza y elevarlo al de la cultura (Euge- nio Torri, 2003, pag. 218). Ahora bien, si la existencia misma del paisaje depende de Ja mirada, puede afirmarse que, en principio, hay tantos pai- sajes posibles como miradas se dirijan hacia el entorno: 182 LA CIUDAD, PAISAJE INVISIBLE asi, el paisaje del ge6grafo, que busca en la superficie la explicacién causal de las dinémicas de fondo, diferiré del pai saje del arquitecto, preocupado, sobretodo, por la compo- sicin de los elementos que lo integrans y el paisaje del cam- pesino, juridico y productivista, contrastara con la visién tecoldgica del eremita™ (Francois Beguin, 1995, pag, 126). Y mis alld atin de la diversidad asociada a la variedad de los intereses, el origen o la posicién de quien mira, la filo- sofia de la percepcién ha venido a problematizar incluso la misma nocién de la mirada, tanto por lo que se refere al suje- to como al objeto. Asi, nos han hecho notar que f6rmulas del tipo «vemos las cosas mismas, el mundo es lo que nos- otros vemos» [...] expresan una fe que es comiin al hombre natural y al fildsofo desde que abre los ojos, y nos remiten a un fun- 1 Frangois Beguin, en Le paysage. Un exposé pour comprendre et un essai pour rfleit, Paris, Flammarion, 1995 (126 pags), incluye sendas aproximacionesa lo pasajes del gegrafo, del arquitect y del artista. Pre- ciosa, aunque idealista, es, sobre est tema, la afirmacion de Simmel sobre el cardctertotalizador de la mirada del artista: «El pasaje, deciamos, surge en la medida en que una sucesin de manifestaciones naturales extendidas sobre la corteza terzestre es compendiada en un tipo particu lar de undad (J. El portador mas importante de esta unidad es, en efec- to, aquello que se denomina el ‘seatimiento del paisaje [1] El artista es sélo aquél que consuma este acto conformador del mirary del sentir con tal pureza y fuerza que absorbe en si plenamente la materia natural dada ylactea de nuevo a partie de si; mientras nosotros, los restates, petma- rnecemos mas ligados a la materia y, en esta medida, todavia acostumbra- onde el artista realmen- mos a percibie este y aquel elemento aislado al te slo ve y configura ‘paisaje’. (Simmel, 2001, pigs. 376-277 y 282). 183 LA CONSTRUGCION SOCIAL DEL PAISAJE damento profundo de ‘opiniones’ tacitas implicadas en nucs- tra vida. Pero esta fe tiene la peculiaridad que, si uno trata de articularla como tess enunciado, si uno se pregunta quées nosotros, qué es ver y qué es cosa o mundo, se entra en un laberinto de dificultades y de contradieciones (Mer- Jeau-Ponty, 2004, pg. 17). Hete aqui: definimos el paisaje como un entorno percibi- do, pero ambas (la definicién de «entorno» y la de «mira- da») nos resultan complejas y polisémicas. Es a partir de esta aproximaci6n problematizadora de nuestra percepcién que quisiera proponer la nociGn de que la ciudad es, en buena medida, un paisaje invisible. Y lo es, a mi entender, en un doble sentido: en primer lugar, porque se trata de un paisaje ocul- to, que no se muestra, mas latente que patente; en segundo lugar, porque la ciudad, definida como lugar de convivencia creativa de usos y personas diversas, es hoy, ante todo, un proyecto de paisaje futuro. A defender esta proposicién, s6lo hasta cierto punto paradéjica, y a explorar la doble condi- cién de invisibilidad del paisaje urbano (paisaje latente y paisaje futuro) se dedicaran las paginas que siguen. La CIUDAD, PAISAJE LATENTE La ciudad, por su naturaleza, pertenece a la categoria de paisajes que pueden ser concebidos y sentidos, pero no pue- den ser vistos. Para explicar esta peculiaridad nos sera iil la célebre reflexién de Ortega sobre los paisajes latentes, incluida en su libro primerizo, Meditaciones del Quijote (Ortega y Gasset, 2005), publicado, por cierto, apenas un aio después de las elaboraciones de Simmel més arriba citadas. Como sabemos, Ortega nos habla del bosque, pero su refle- xién puede facilmente trasladarse a la ciudad, Dice el autor: 184 LA CIUDAD, PAISAJE INVISIBLE ‘Tengo yo ahora en toro mio hasta dos docenas de robles staves y de fresnos gentiles. Es esto un bosque? Cierta- mente que no; estos son los arboles que veo de un bosque. El bosque verdadero se compone de los arboles que no veo. EI bosque es una naturaleza invisible —por eso en todos los idiomas conserva su halo de misterio (Ortega y Gas- set, 2005, pag. 100). YY continiia, Yo puedo ahora levantarme y tomar estos vagos sen- eros por donde veo eruzar los mirlos. Los drboles que antes veia serdn substituidos por otros analogos. Se ird el bos- ‘que descomponiendo, desgranando en una serie de trozos sucesivamente visibles. Pero nunca lo hallaré alli donde me ‘encuentre. El bosque huye de los ojos |...] El bosque esté siempre un poco mas alla de donde nosotros estamos (Ortega y Gasset, 2005, pigs. 101-102). Y de aqui nos Hleva a su conclusién: Los arboles no dejan ver el bosque, y gracias a que asi «3, en efecto, el bosque existe. La misién de los érboles paten- tes es hacer latenteel resto de ellos, y s6lo cuando nos haya ‘mos dado perfecta cuenta de que el paisaje visible esté ocul- tando otros paisajes invisibles, nos sentimos dentro del bosque (Ortega y Gasset, 2005, pag, 103). Por tanto, La invisibilidad, el hallarse oculto, no es un cardeter meramente negativo, sino una cualidad positiva que, al ver- terse sobre una cosa, la transforma, hace de ella una cosa nueva (Ortega y Gasset, 2005, pig. 103). 185 LA CONSTRUGCION SOCIAL DEL PAISAJE Esta caracteristica de paisaje latente, intrinsecamente invi- sible, del bosque es también aplicable a la ciudad. Si es cier- to que, como dice la sabiduria popular, los arboles no nos dejan ver el bosque, también es verdad que la altura de los edificios no nos permite ver la ciudad. O para coneluir con Ortega: «selva y ciudad son dos cosas esencialmente profun- das y la profundidad esta condenada a convertirse en super- ficie si quiere manifestarse» (Ortega y Gasset, 2005, pag. 100) Ahora bien, no es s6lo la imposibilidad de abarcarla con la mirada lo que hace de la ciudad un paisaje latente, sino también la forma como la ciudad es usada. En efecto, la ten- dencia a la ampliacién de las éreas urbanas para integrar terti torios siempre mAs vastos, la creciente especializacién fun- cional de los lugares y el incremento de la segregaci6n urbana de los grupos sociales —es decir, las dinamicas principales de la urbanizacién contempordnea— se conjugan para hacer que la mayoria de los ciudadanos tengan un visién cotidiana muy reducida y selectiva de los espacios urbanos en los que viven. Una visién que se deriva del uso sesgado del espacio urbano segtin las necesidades, los habitos, las afinidades y las capacidades de cada ciudadano, las cuales, a su vez, son fruto de variables como su edad y su género, asi como por el grupo social al que pertenece. Facil serfa corroborar esta afirmaci6n a partir de mit ples estudios sociolégicos. Basémonos en una experiencia conereta, la del sindlogo y editor francés Francois Maspero. Viajero habitual al Extremo Oriente, protagonista de doce- nas de expediciones a los lugares mas remotos del planeta, un dia, a finales de los afios 80, partiendo una vez mas hacia tuna ciudad Iejana, se da cuenta de que desconoce lo que hay detrés de cada una de las estaciones del metro que le lleva al aeropuerto. Partes extensisimas de la ciudad en la que vive se han mantenido invisibles para él, puesto que jamas las ha visitado. Concebird asi la idea de realizar un viaje de explo- racién por los paisajes de la banliewe parisina que dara lugar 186 LA CIUDAD, PAISAJE INVISIBLE aun bellisimo libro, Les passagers du Roissy-Express (Mas- pero, 1990). Y su aventura empezar, precisamente, con la constatacién de que hoy, en las grandes urbes: [...J el espacio no existe mas que bajo la forma de ‘pagi- nnas escogidas’, En la regién parisina uno ya no viaja. Se desplaza. Salta de un punto a otro. Lo que hay entreme- dio es el espacio-tiempo indiferenciado del trayecto en tren 0 en automévil; un continuo gris que nada vincula al mundo exterior (Maspero, 1990, pag. 22). El cardcter fragmentario de la experiencia urbana contem- porénea contribuye a hacer invisible el paisaje urbano y com- porta que, para cada uno, la ciudad no exista mas que a tra- vés de una seleccién de lugares. Un escritor, Graham Greene, en otro libro que versa también, en buena medida, sobre la ex- petiencia urbana, Our man in Havana, captur6 de forma exac- ta este fenémeno: Ya pueden publicar estadisticas y contar la poblacién fen cientos de miles, porque para cada hombre una ciu- dad no consiste en mas que unas pocas calles, unas pocas ‘casas, unas pocas personas, Cancela esto y la ciudad ya no existe excepto como un dolor en la memoria, como el dolor de la pierna amputada cuando ya no esté en su lugar (Greene, 1977, pig. 220). A aseveraciones como las de Maspero o Greene, tan pene- trantes y hermosas, quizas se podria objetar que para el ciu- dadano contemporaneo el espacio se presenta, cierto, como una fragmentaria antologia de paginas escogidas, pero que, en buena medida, no es él, a su libre albedrio, quien habi- tualmente escoge las pocas calles, casas y personas de su pai- saje cotidiano, Y esto es asi porque su capacidad de escoger- las —y, por lo tanto, su capacidad de ver y aprehender el paisaje 187 LA GONSTRUCCION SOCIAL DEL PAISAJE urbano— varfa en funcién de su renta, su cultura, su edad, su género y sus condiciones sociales. Ello no desmiente, sin embargo, la afirmacin principal: el paisaje urbano se man- tiene oculto, en primer lugas, porque resulta inabarcable con la mirada, pero también por el uso selectivo y segregado (que, por el propio antojo o por la coaccién del entorno) hacen de la ciudad quienes la habitan o la visitan, El tema de las diferencias sociales en el uso del espacio nos lleva a la tercera raz6n por la cual, a nuestro entender, el pai- saje urbano es, ante todo, un paisaje latente: la sensacién de riesgo que hoy ha venido a ser consustancial con el uso de la ciudad. Una sensaci6n que resulta dificilmente compati- ble para muchos con la curiosidad y, por lo tanto, con la volun- tad de ampliar su visi6n del espacio, Hans Blumenberg, en su Naufragio con espectador, se refirié a esta cuestion glo- sando el debate entre Voltaire y el abad Galiani sobre la curiosidad, pocos afios antes de la Revolucién Francesa. Dice Blumenberg: Por ello, segiin Galiani, el teatro es una ejemplificacién perfecta de la situacién humana. S6lo una vez que los cespectadores han conseguido sus puestos seguros puede des- plegarse, frente a ellos, el espectaculo de los hombres en peligro. Esta tensién, esta distancia, no puede ser nunca demasiado grande: cuando mas seguro esta el espectador y més grande es el peligro que contempla, mas se intere- sa por el espectéculo, Esta es la clave de todos los secre- tos de la tragedia, la comedia y la epopeya (Blumenberg, 1995, pags. 50-51), Ya partir de aqui, concluye: Seguridad y felicidad son las condiciones de la curio- sidad, y éta es su sintoma. Un pueblo curioso seria un gran elogio para su gobierno, puesto que cuanto mas 188 LA CIUDAD, PAISAJE INVISIBLE feliz.es una naci6n tanto més curiosa es (Blumenberg, 1995, pag, 51). Y viceversa, inseguridad y miedo son incompatibles con la ‘observacién serena del entorno, ¢ incluso con la percepcién com- pleta de la propia condicion. Montaigne, al discurrir en la con- vulsa Europa de finales del siglo xv1 sobre el miedo y sus efec- tos narra, a partir de un pasaje de Cicer6n, el comportamiento de parte de la armada romana después de una derrota naval £Qué afliceién puede ser més violenta y més justa que la de los amigos de Pompeyo, cuando desde su navio fue- ron espectadores de esta horrible masacre? Pero el miedo alas velas egipcias, que empezaban a acercarseles, la sofo~ 6, de manera que se ha sefialado como no tuvieron otra preocupacién que azuzar a los marineros para que éstos se dieran prisa y escaparan a golpe de remo. Hasta que, Icgados a Tiro, libres ya de temor, pudieron volver su pen- samiento a la pérdida que acababan de sufrir, y soltat la brida a las lamentaciones y las lagrimas que aquella otra pasin mas fuerte [el miedo] habia suspendido (Montaig- ne, 1965, vol.1, pag. 136). De la misma manera, el sentimiento y la ret6rica sobre la inseguridad del espacio urbano no sélo limita su uso, sino también su observacion. La curiosidad se dirige ast exclusi- vamente hacia aquellos lugares que cada uno considera segu- 108 y desde donde el entorno—el paisaje— puede ser obser~ vado sin riesgo. Esto incluye también la voluntad de gozar de la posicion de fuerza, es decir, de la posibilidad de ver sin set visto, hurtando a la mirada publica el espacio que uno quiere consetvar seguro. La proliferacién de las gated com- ‘munities en Estados Unidos 0 de los condominios fechados en Brasil y en tantas otras ciudades latinoamericanas son la expresién més palmaria de este fendmeno. La inseguridad 189 LA CONSTRUGCION SOCIAL DEL PAISAJE retrac la curiosidad de ver e incrementa el ntimero de espa- cios que no pueden ser vistos. De esta forma, el paisaje urba- no se hace todavia mas invisible. La ciupap, PAIsAJE FUTURO ‘Vemos pues como la ciudad es un paisaje oculto, latente, por razones de tres drdenes: en primer lugar, su propia con- figuraci6n nos impide que, cuando estamos en ella, podamos capturarla con la mirada; en segundo lugar, el uso parcial y segregado del espacio urbano al que nos vemos abocados los ciudadanos induce visiones fragmentarias y sesgadas; y, final- mente, la sensacién de riesgo que entrafia en muchos casos la experiencia urbana inhibe la curiosidad y fomenta la ocul- tacién. Por todo ello la ciudad es paisaje latente, Ahora bien, hay todavia otro argumento poderosisimo por el que pode- ‘mos considerar la ciudad como un paisaje invisible: en la actua~ lidad, la ciudad es ante todo un proyecto de futuro, un pai- saje existente s6lo en ciernes. En efecto, las dinémicas urbanas a las que hacfamos refe- rencia més arriba tienden hoy a despojar las reas urbanas de los atributos que hacfan de ellas ciudad. Asi, la dispersion de la urbanizacién sobre el territorio ha venido a borrar de eversible el limite fisico de la urbe. Es éste, cierta~ ‘mente, un proceso que se inici6 en la mayoria de las ciuda- des europeas hace ya cerca de dos siglos, con la demolicion de las murallas. Pero por un largo periodo, ciudad y campo —paisaje urbano y paisaje rural— pudieron mantenerse toda- via como realidades ciertamente en conilicto, pero perfecta- mente renciables. Asi, atin en 1927, Walter Benjamin podria escribir en estos términos sobre Marsella (es deciz, sobre la ciudad donde pocos afios mas tarde habria de buscar afa- nnosa ¢ inttilmente una puerta de salida para escapar de la Europa ahogada en la barbarie): 190 LA CIUDAD, PAISAJE INVISIBLE Las afueras son el estado de emergencia de la ciudad, cl terreno sobre el cual ruge de forma initerrumpida la bata- lla campal entre ciudad y campo. Y ésta no puede ser mas cenearnizada que aquella que se libra entre Marsella, por una parte, y el paisaje de la Provenza, de otra. Es un cuer- po. cuerpo entre palos de telégrafo y plantas de pita, alam- bradas y palmitos de hoja estrellada, nubes de vapores que flotan sobre corredores pestilentes y la hiimeda oscuridad de plazas silenciosas sombreadas por platanos (Benjamin, 1975), Hoy la suerte de esta batalla esta echada en la practica tota- lidad de las areas urbanas de Europa Occidental. ¥ el resul- tado es clamoroso: los rasgos principales del paisaje rural han sido destruidos y la urbanizaci6n se afirma hegeménica sobre espacios vastisimos en los que sobreviven, aislados, en posi- cidn subsidiaria, algunos residuos de ruralidad. Ahora bien, esta victoria abrumadora de la urbanizacién no ha supues- to, en modo alguno, la exaltacién de la ciudad como pais je. Antes al contrario, la dispersién de la ciudad sobre el ter torio ha venido a suponer la no-ciudad y la desaparicién de uno de los rasgos que habjan constituido su paisaje: la com- pacidad fisica®. Pero el paisaje urbano —no ya el patente, sino también ellatente— tiende a desaparecer no sdlo por la dispersién de la ciudad, sino también por el hecho de que, al mismo tiem- po que la urbanizacién se derrama sobre el territorio, los luga- res se especializan funcionalmente y los grupos sociales se sepa- ran entre si. En efecto, en unas Areas urbanas que son cada vez. mas amplias y en las cuales poblacién y actividades tien- 2 Hemos analizado el origen y las consecuencias de estas dindmicas en la primera parte de nuestro Catalufa, ciudad de ciudades, Lleida, Mile rio, 2002. 198 LA CONSTRUCCION SOCIAL DEL PAISAJE den a dispersarse, cada lugar tiende a especializarse respec- tol conjunto en un solo uso, segiin la capacidad de éste paca competir en el mercado del suelo. Asi, de forma cada vez mas habitual, encontramos yuxtaposiciones de usos residencia- les, comerciales, productivos o de equipamientos sin apenas interseccién entre si. De esta manera, la diversidad y mixici- dad de usos, que habia sido un segundo rasgo caracteristico del paisaje urbano, desaparece también y la urbanizacién subs- tituye a la ciudad. Finalmente, el mismo juego de rentas del mercado del suelo y la vivienda que induce los usos a separarse sobre el espacio tiende a segregar los grupos sociales, a encerrarlos en barrios distantes y mutuamente invisibles que llegan, inclu- s0, como explicdbamos, a ocultarse deliberadamente de la mirada del otro. El paisaje urbano pierde de esta manera su tercer atributo: el ser un espacio compartido por perso- nas y grupos sociales diversos que —en una relacién no exen- ta de conflictos, pero productiva y creativa— conviven entre si. Bien es verdad que, atin cuando las dindmicas territoria~ les actuales tienden a exacerbarlas, la especializaci6n y la segre- gacién urbanas no pueden considerarse tampoco, en modo alguno, fendmenos novedosos. La segregacién de los grupos sociales sobre el espacio y su mutua invisibilidad, por ejem- plo, ha sido una de las caracteristicas dominantes del proce- so de urbanizacién capitalista desde hace largo tiempo. Asi Jo constataba ya el joven Friedrich Engels, recién llegado en el Manchester de 1844, cuando para ver y comprender el pai- saje invisible de la ciudad industrial hubo de lanzarse a una exploracién cuyo objeto deliberado era descubrir lo oculto. Para ello el joven revolucionario preciso de una gui En sus expediciones dentro de los eseondrijos més ocul- 108 de la ciudad le acompafiaba Mary Burns y fue ella quien le introdujo en ciertos circulos obreros y en la vida domés- 192 LA CIUDAD, PAISAJE INVISIBLE tica del proletariado de Manchester. Engels aprendié ast aleer la ciudad en compaiiia—o a través de la mediacién— de ua joven obtera irlandesa analfabeta. Aprendié ast a leerla con los ojos, las orejas, la nariz y los pies. Aprendié aleerla con los sentidos, ls principales entradas, como casi dirfa Blake, de la mente en la época presente (Marcus, 1974, pag, 271). En esta experiencia, acompanado por quien, corriendo el tiempo, deberfa convertirse en la compafera de su vida, Engels descubrié las miserias del paisaje engendrado por la industrializacién decimonénica y los mecanismos que lo regulaban. Ahora bien, el autor buscaba, ademds, otra cosa: el sujeto colectivo que, transformando la sociedad, cambia- tia de raiz la ciudad y harfa visible lo invisible. Los problemas de sostenibilidad ambiental, de eficiencia funcional y de equidad social han estado presentes, pues, bajo distintas formas a lo largo de todo el proceso de urbaniza- cidn bajo nuestro sistema econ6mico. La peculiaridad de la presente fase, sin embargo, es que la exacerbacion de la dis- persién de los asentamientos sobre el territorio, la especiali- zacién funcional a ultranza y la creciente segregacién de los ‘grupos sociales han acabado poniendo en crisis, como decia- mos, la misma nocién de ciudad como espacio fisicamente circunsctito, rico de usos diversos y de vida colectiva. Asi, cada vez mas a menudo, la urbanizacion—y ésta es una inte resante paradoja— tiende a destruir aquello que entendemos por ciudad. Este proceso ha transformado radicalmente la imagen urbana y en muchos casos ha generado paisajes cuyos valo- res patrimoniales, ambientales y hasta estéticos 0 simbélicos tienden a verse reducidos a la minima expresién. Atencién: no estamos diciendo que el espacio urbano actual, por care- cer de estos valores, no sea paisaje. Sera paisaje —paisaje banal, empobrecido, desolado— pero no es ciudad. La ciudad, si por 193 LA CONSTRUCCION SOCIAL DEL PAISAJE ciudad entendemos espacio de convivencia de usos y perso- nas diversas, tiende a desaparecer y por ello deviene paisaje invisible. Esta es la raz6n que sustenta nuestra segunda afirmaci6n de partida: hoy, en muchos lugares, la ciudad, més que una realidad tangible, s6lo puede ser un proyecto de paisaje futu- to. Un proyecto que, para verificarse y concretarse, requiere, ciertamente, de un sujeto portador. Se engaitarfa, sin embar- g0, el ge6grafo, el arquitecto o el politico que, cual demiur- go, cteyera ser capaz de impulsarlo por sf solo. El sujeto que construya la ciudad como espacio de convivencia y como pai- saje debe ser necesariamente un sujeto colectivo. Colectivo y-diverso de aquel que Engels crey6 encontrar en el proleta- riado industrial que poblaba las callejuelas y los tugurios de la ciudad inglesa de hace ciento cincuenta afios. Y, sin embar- g0, compartiré con él algunos rasgos decisivos: la posicién subalterna en la sociedad, la necesidad perentoria de cam- biar su suerte, la invisibilidad. Sélo a través del impulso colectivo de estos sujetos soci les podran prevalecer y exaltarse los valores que tradicional- ‘mente (y a menudo con escasa raz6n) hemos atribuido a la ciudad: la libertad de elegir, el goce de ser uno entre muchos, la igualdad de derechos y deberes, el respeto por la privaci- dad y el libre albedrio. Mientras estos valores no devengan hegeménicos, la ciudad seguird siendo, sobretodo, citta futu- ra en el sentido gramsciano, es decir, proyecto colectivo, pai- saje futuro, Un proyecto en el que se afirmaran el respeto por los valores ambientales, la preocupacién por la diversidad en el uso del espacio, la reivindicacion de la equidad, la defen- sa de los intereses de quienes menos tienen (de las mujeres, de los nifios, de los ancianos....) pero que seguira pendiente de concrecién. La construccién de un nuevo paisaje urbano deberd sex, aun tiempo, motor y resultado de la concrecién de este pro- yecto. Por ello, su concepcidn y su disefio no deberan basar- 194 LA CIUDAD, PATSAJE INVISIBLE se en modo alguno en la nostalgia de paisajes irremisiblemen- te desaparecidos, sino en nuevas formas y en nuevas expe- riencias. Bien es ciertu que, si la vindicacién de este paisaje fururo, de esta ciudad proyecto no es en absoluto utdpica, nuestra generacién y las venideras deberdn dedicar atin a su construecién muchas energias. Ahora bien, el cardcter toda- via invisible del paisaje de la ciudad futura no menoscaba en absoluto su belleza, al contrario, quizds la ensalza. Asi nos lo hace notar Feliu Formosa, poeta catakin y hombre de tea- tro, cuando, comentando la obra de Meyerhold, nos pregun- ta: «Cuando el actor dice: ‘Es un palacio maravilloso!” ¢Qué palacio maravilloso podriamos construir que igualara el que la palabra del actor construye dentro de nuestra mente?» REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS BEGUIN, Frangois (1995), Le paysage. Un exposé pour compren- dre et un essai pour réflexir, Paris, Flammation. BENJAMIN, Walter (1975), Sull’ hasciscb, Turin, Einaudi. BLUMENBERG, Hans (1995), Naufragio com espectador, Madrid, Visor. Gneene, Graham (1977), Our Man in Havana: an entertainment, Londres, Penguin. Mancus, Steven (1974), Engels, Manchester and the Working Class, Londres, Weindenfeld & Nicolson. Masreno, Frangois (1990), Les passagers die Roissy-Express, Paris, Seuil. MeRueau-Ponty, Maurice (2004), Le visible et Vinvisible, Paris, Gallimard, Moraine, Michel de (1965), Essais, Paris, Gallimard. Ne1-10, Oriol (2002), Cataluria, ciudad de ciudades, Lleida, Mile- nio. Onreca ¥ Gasser, José (2005), Meditaciones del Quijote, Madrid, 195 LA CONSTRUCCION SOCIAL DEL PAISAJE SimmeL, Georg (2001), «Filosofia del paisajex, en El individuo y 1a libertad, Barcelona, Peninsula. ‘Tunnr, Eugenio (2003), Il pacsaggio degli womini, Bologna, Zani- hell. 196

You might also like